CAPÍTULO 11
Sasuke estuvo fuera seis días, y durante ese tiempo Sakura logró disimular su lesión, siguió cazando e impidió que los demás se mataran entre ellos. Sin embargo no pudo hacer nada para superar la disminución de su confianza en sí misma. Ella, que había odiado a los Uchiha más allá de la razón, hasta el punto de no vivir una vida normal, lo había traicionado todo, y ¿para qué?
Un beso robado de uno de ellos.
Seguía durmiendo en el suelo de la tienda, porque no había otro lugar para ella. Sólo jugaba con la idea de huir. No tenía a donde ir. No sabía cómo volver a casa; iba vestida con los colores de los Uchiha y estaba gravemente herida.
No obstante, los demás no se enteraron. Sakura se instaló en el suelo, poniéndose primero de rodillas, dejándose caer sobre las nalgas y después girando hacia un lado, jadeando de dolor al hacerlo. Nadie notó si hacía algún ruido. No notaron que no se sentaba nunca. No notaron nada de ella, aunque le cedían las mejores piezas de carne y las galletas más cilíndricas de su horno al aire libre.
Sasuke se había equivocado. Choco hacía unas buenas galletas. Sakura se lo decía a menudo y recibía la sonrisa llena de hoyuelos de ella como respuesta.
Al sexto día llegaron varias monturas; al menos eran ocho caballos. El mero ruido ya delataba la cantidad y Sakura reprimió sus lágrimas de autocompasión antes de girar sobre manos y rodillas para ponerse de pie. En cuanto se incorporara, tenía una posibilidad de parecer normal y en forma. Si lograba incorporarse.
—¡Uchiha!
Parecía Hishaku saludando, y los demás se unieron a los saludos, de modo que no era un grupo armado y no invitado. Eso estaba bien porque todavía no había logrado ponerse de pie y hasta que lo hiciera su movilidad era cuestionable.
—¡Desmontad el campamento! —La voz de Sasuke era fuerte y clara y no delataba ninguna debilidad.
—¿Tan tarde? —preguntó uno.
—Nos quedan diez leguas para llegar al castillo de Argylle y el tiempo apremia. ¿Dónde está Sak, mi escudero?
Sakura estaba de rodillas y haciendo esfuerzos para ponerse de pie cuando se abrió la puerta de la tienda. Agachó la cabeza derrotada y recibió la agonía ardiente que bajó hasta el centro de su espalda.
—De pie —ordenó él.
Sakura lo intentó. Se esforzó para ponerse de rodillas y centró toda su fuerza en los muslos. Logró colocarse en cuclillas antes de caer otra vez a cuatro patas, donde vomitó de dolor, frente a todos los que estaban de pie mirándola.
—¿Qué le has hecho?
Había alguien a su lado y no era Sasuke, pero era un pariente cercano. Sakura cerró los ojos para disimular el dolor pero se mordió la mejilla e intentó mover la cabeza, arrugando la cara por el esfuerzo.
—Está herido —dijo el hombre que estaba a su lado—. ¿La espalda? ¿El cuello?
—Sí —susurró Sakura.
—¿Cuánto tiempo lleva herido? —quiso saber Sasuke en su tono de orador—. ¿Quién de vosotros ha sido?
Hubo una serie de respuestas confusas e inoportunas procedentes del grupo de fuera y entonces Sasuke entró en la tienda otra vez. Sakura lo supo aunque iba acompañado de demasiados compañeros del clan para contarlos, porque sólo tenía la visión de la parte inferior de sus piernas.
—¿Quién te ha hecho daño?
Sasuke estaba arrodillado y le levantó la cabeza para mirarla. Ese acto empeoró su completa y absoluta agonía, y Sakura gritó antes de poder controlarse.
—No puedes moverle la cabeza, Sasuke. Alguien le ha destrozado la espalda y tú lo estás empeorando.
—Oh.
Se echó para poder mirarla desde abajo. Sakura cerró los ojos, pero cuando los abrió, él seguía allí. Incluso a través del velo de lágrimas era atractivo y desgarrador para ella.
—¿Quién te ha hecho daño? —preguntó.
—Tú —contestó ella.
Él arqueó las cejas, se le ensombrecieron los ojos y después frunció el ceño.
—¿La semana pasada? —continuó.
Sakura habría asentido con la cabeza pero le dolía demasiado. Se conformó con un susurro entre dientes.
—Sí.
—¿Has estado así todo este tiempo?
—Sí —repitió.
—Entonces levántate y muévete. Vamos a desmontar el campamento. Déjate de cuentos y coge tus puñales. He hablado a mis hermanos de tu habilidad y mientras la conserves te permitiré vivir. Es un saqueador de muertos, iba vestido con el traje de los Haruno, es un descarado y me lo llevé como escudero. A veces me asombro de mi generosidad.
Se separó de ella y se alejó, y Sakura cerró los ojos para controlar sus emociones.
El otro Uchiha volvía a estar a su lado y Sakura entornó los ojos para verlo. Era mayor que Sasuke e incluso más corpulento, era tan guapo como Sasuke y estaba vivo, lo contrario que sus propios hermanos. Le gruñó, pero le dio un ataque de tos que la hizo estremecerse de dolor.
Las lágrimas lo borraron de su vista un momento. Tenía que esperar a que pararan. Cuando se detuvieron, él la estaba mirando con compasión y con mucha piedad. Si su espalda no hubiera estado rígida y tensa, no habría estado en esa posición aguantando la expresión de su cara. Ningún Haruno aceptaba piedad de un Uchiha. Antes morir.
—Sasuke dice que eres un muchacho —dijo bajito—. ¿Está ciego?
Sakura cerró los ojos de nuevo y reprimió el sollozo de la derrota. Sabía quién era.
—Vamos, intentaré ponerte de pie sin hacerte más daño. Respira hondo. —Estaba encima de ella y le rodeaba el estómago con las manos.
—Quítame las manos de encima —gruñó ella.
Las manos desaparecieron.
—Orgullo a costa de dolor. Bien. Me gusta eso en un escudero. Empiezo a entender por qué te ha conservado Sasuke. Venga. Levántate solo.
Sakura respiró hondo dos veces, contuvo el aliento y se obligó a colocarse en cuclillas. Los muslos le temblaron un momento pero después los cerró. Era más fácil sin público, pero lo había hecho. Se puso de pie y se enfrentó a la mirada del otro Uchiha poniéndose al mismo nivel. Vio que arqueaba las cejas al ver lo alta que era.
—Ahora entiendo el error —concedió—. Tal vez Sasuke no sea el ciego, sino yo.
—Las apariencias... engañan —contestó ella, y se volvió rígidamente para salir de la tienda.
Él la siguió de cerca.
—¡Ya estás aquí! —gritó Sasuke—. Gracias a Dios. Toma. Coge tus puñales y divierte a mi hermano, Hikaku, con ellos.
Sakura respiró hondo.
—No puedo coger los puñales —dijo por fin.
—Toma. Coge los otros. —Abrió la bolsa y le dio los otros seis. Sakura cogió tres con cada mano—. Ahora observa —dijo Sasuke.
Sakura entornó los ojos. Había más de dos Uchiha en el recinto, a juzgar por la ropa.
—¿Cuál es Hikaku? —preguntó por fin.
Sasuke se acercó a otra versión de sí mismo que estaba montada en un caballo, desdeñando el campamento que le rodeaba. Ese Uchiha no tenía la hendedura en la barbilla, ni, cuando la miró desde arriba, los ojos negro medianoche. Los suyos eran negros y fríos como el agua helada.
Sakura lanzó, dándole a la cinta de halcón con que él sostenía las riendas, al prendedor del escudo, al mango de su skean dhu y a la gruesa muñequera de piel del otro brazo, dos veces.
El ruido del campamento se convirtió en aplausos.
—Vaya, vaya —dijo el llamado Hikaku, arrancando los puñales sin demostrar el más mínimo atisbo de interés—. Es bueno. Es muy bueno. ¿Cómo es con el arco?
—Terrible —contestó Sasuke—. Pero es perfecto con las flechas.
Sakura cerró los ojos y se tambaleó. Esperaba que Hikaku fuera el señor. Si lo era, su vida estaba llegando a su fin y podría dejarse caer en su propia tumba, donde el dolor que estaba soportando no sobreviviría.
—Venga, Sak, coge tus cuchillos. Ya los has recuperado todos. ¿No soy el más indulgente de los amos con mis escuderos? ¿Incluso con los desobedientes?
Ella lo miró.
—Sí —respondió sin ninguna entonación—. Lo eres.
A él se le borró la sonrisa y ella le ignoró para ir a recoger los cuchillos que tenía Hikaku. Cuando fue a cogerlos, él los levantó fuera de su alcance y sonrió. Le faltaban dos dientes delanteros y eso no le hacía más atractivo. Más bien al contrario, decidió Sakura.
—Primero dame un beso —dijo.
Ella lo miró, apretó los dientes y retrocedió. No tenía ni idea de lo que les habría dicho Sasuke y no quería saberlo, pero el otro hermano había deducido su sexo. Por un momento, al menos.
Éste debía de preferir que fuera un muchacho, concluyó.
—Pues dáselos a Sasuke —dijo, y fue caminando hacia su amo. Uno de sus puñales aterrizó en el suelo a su lado, los otros cinco, uno tras otro, a la izquierda. Ella los miró y después giró todo el cuerpo para mirar a Hikaku.
—Creo que lo pasaremos maravillosamente juntos —dijo.
Sakura no fingió que gruñía al apretar la mandíbula y prepararse para arrodillarse. Resultó tan doloroso como se había imaginado que sería. La sacudida en sus rodillas ascendió hasta el hombro y el cuello, a tal punto que le dolieron los cabellos de la cabeza. Se tragó el martirio y se movió para arrancar los puñales. No fue peor que lo que había experimentado al abatir un ciervo hacía tres días para comer. Pero entonces no tenía público.
—Venga, Sak. Nos entretienes y hemos de caminar mucho todavía.
—¿Caminar? —preguntó lúgubremente, preguntándose cómo lograría ponerse de pie sin echarse a llorar.
—No creerás que voy a llevarte a caballo —preguntó Sak tranquilamente.
Sakura dedicó su atención a las empuñaduras de los puñales, después al movimiento para ponerlos en la parte trasera del cinturón, y los últimos en los calcetines. Se sintió mejor sólo con saber que volvía a tener sus armas. Después respiró hondo, armándose de valor para ponerse de pie. El único que seguía mirándola era el Uchiha desconocido.
No le hizo caso.
Sasuke, sus hermanos y el resto de hombres del clan que se había traído, les hicieron caminar toda la noche y todo el día siguiente, más preocupados por cubrir la distancia que por pasar desapercibidos. Sakura vio que las muchachas apenas habían dado veinte pasos antes de que les ofrecieran montar delante de los hombres. Sakura no las envidiaba. Prefería caminar a estar cerca de Sasuke Uchiha.
—¿Quieres que te lleve, joven Sak? —Era el Uchiha desconocido, a su lado, que la miraba desde arriba al preguntárselo. Sakura mantuvo la mirada fija hacia delante y en la parte trasera de la montura de su amo, y no le hizo caso. Era más fácil de lo que suponía asumir aquella actitud, porque, de todos modos, su cabeza no podía moverse lo suficiente para mirarlo.
—Más vale que lleves a Hishaku, el escudero. No ha hecho enfadar al amo como yo.
—¿Cómo lo hiciste?
Sakura se habría encogido de hombros, pero eso no habría hecho más que aumentar el dolor.
—No le gustó mi método de lanzar los puñales. Intenté enseñárselo, pero lo detestó.
—Sasuke es un caso. Y tú eres el más raro de los muchachos, Sak. ¿Lo sabías?
—No soy nada —contestó ella.
—Yo no diría eso. O bien eres un muchacho muy guapo o eres una muchacha muy guapa. Que parezcas las dos cosas es confuso e inquietante. ¿Qué tal estás con un vestido?
Sakura intentó no hacerle caso durante un rato, pero él no hacía más que mantener el paso del caballo al ritmo de ella y esperar.
—Nunca me he puesto uno, señor. Ni siquiera sé cómo soy ahora. ¿Cómo iba a saber cómo estoy con un vestido de mujer? Además, dónde escondería los puñales?
—Empiezo a creer que no me equivoqué la primera vez. Eres una muchacha. Creo que mi hermano está ciego al fin y al cabo.
—No hay leyes que prohíban creer —contestó ella.
—Sasuke está muy ansioso por ver decidido su futuro. Dice que añora su casa. No sé por qué. El lugar es un desastre. Ninguno de los criados le obedece. No es cómoda.
—Eso me han dicho —contestó ella.
—¿Por qué te brindaste a servirle?
—No me he brindado a servir a nadie. Estoy atado a él por una deuda. Me amenazó con arrancarme la ropa si no lo hacía yo mismo, y cuando lo hice, la tiró al arroyo. No tuve más remedio que ponerme el traje de los Uchiha. Estoy en deuda con él por eso.
—¿Te hace pagar por la ropa, después de jugártela? Hablaré con él.
—No harás nada.
—Bueno, alguien tiene que hacerlo. La mujer con la que se ha prometido en matrimonio no lo hará. Es un ratoncito.
Sakura tropezó y cayó, y sintió la sacudida de siempre en las rodillas. La agonía no fue tan fácil de asumir esta vez. Se sentó, derecha como un palo, con las manos en los muslos y jadeó. Ninguno de los caballos se había vuelto ni detenido.
Entonces vio el caballo que tenía al lado y al hombre situado a su vera.
—Has tropezado. Ven. Te ayudaré.
—¡No me pongas las manos encima! —siseó.
—Ya sé, probablemente me clavarás doce puñales en la molleja si te toco. Está bien. Despelléjame. Pero esta farsa se acabó. Vas a montar conmigo. Ven. Anda. Pesas más de lo que parece.
La levantó en sus brazos y la colocó frente a su silla, y Sakura no fue capaz de decir nada para detenerlo. Su boca estaba demasiado apretada para no gritar por el dolor de los tirones. Entonces ya estaba colocada en la silla delante de él, que tiraba de ella hacia su pecho y murmuraba palabras que hacían que a ella se le saltaran las lágrimas.
—Sasuke es un tonto —dijo—. El tonto fue y se prometió hace apenas dos días, sin pensar a quién hacía daño o a quién avasallaba. No sé por qué. Hace poco habría muerto antes de aceptar una esposa. Ahora ya no importa. No puedo hacer nada. Tú tampoco puedes, probablemente. Si pensabas en ello, piénsatelo dos veces. Le has perdido. A mí no. Yo estoy disponible. Me llamo Obito. Obito Uchiha. A tu servicio, muchacha Sak.
Ella se rió por las ultimas palabras de Obito y controló el dolor antes de hacer ningún sonido. Todavía estaba sonriendo por ello cuando Sasuke volvió la cabeza para mirarla.
La sonrisa se desvaneció y se convirtió en consternación cuando él ordenó que se detuvieran y luego cabalgó hasta donde Sakura estaba cómodamente instalada en brazos de Obito. Sakura vio cómo los dos hermanos se desafiaban con la mirada.
—Tienes a mi escudero, Obito. No me tomaré bien el tratamiento que das a mis criados.
—Permite que yo pague su deuda. ¿Cuánta ropa le has dado? ¿A qué precio?
—¿Cuánto? —explotó Sasuke—. Baja del caballo Sak, y aparta tus garras de mis hermanos. Te lo ordeno.
—Compraré su libertad, Sasuke. Tú di un precio y te lo pagaré. Incluso te mandaré a mi criada, Kaede, para redondear el trato.
Sasuke miró a Sakura, y sus ojos negro medianoche eran tan fríos y duros como los de Hikaku.
—Ninguna cantidad de plata va a liberarlo. Jamás. Te lo garantizo. Baja del caballo, Sak. Ahora.
Ella se apartó de Obito, temblando mientras torcía todo el cuerpo para deslizarse hacia el suelo como mejor podía. Obito la ayudó, sosteniéndola por las axilas y bajándola. Al hacerlo, rozó los lados de sus pechos. Sakura respiró hondo, mientras la expresión de Obito cambiaba. No expresó que lo hubiera notado, en absoluto. Miraba con ira a su hermano.
—Tratas a Sak con dureza y te las verás conmigo.
—¿Qué? —Sasuke miró a su hermano y después hacia abajo, donde Sakura intentaba mantenerse de pie, agarrando con ambas manos la empuñadura de la silla del hermano, y luego volvió a mirar a Obito. Si había algo amable en él era imposible detectarlo.
—Camina a mi lado, Sak. No me pelearé por un pedazo de escoria como tú. ¿Obito? Refrena tu lengua y no te metas en mis asuntos domésticos.
Sakura se agarró a la crin de Sak, el caballo, y casi gritó con cada paso que se vio forzada a dar para situarse al frente de la columna de Sasuke. Se estaba muriendo y pidió a Dios que se la llevara y pusiera fin a aquella tortura. Sería más compasivo. Sakura Haruno se merecía algo de compasión, ¿no? Merecía la inconsciencia de la muerte, el sueño silencioso de la eternidad. Eso era lo que merecía. Sin duda no merecía otro momento como ése.
