CAPÍTULO 12

Sasuke les ordenó detenerse hacia media tarde. La existencia de Sakura parecía un infierno, hasta el punto de que no habría sabido si era media tarde, medianoche o mitad de verano. Lo único que sabía era que el caballo se había detenido y, dos pasos después, ella también.

Dado que le era imposible girar la cabeza, se volvió lentamente y miró al grupo detrás de ella. Todos los sirvientes que Sasuke había reunido montaban con los hombres del clan. Todos excepto Sakura. Ella se volvió otra vez, para mirar hacia delante. Qué bien se ajustaba Sasuke Uchiha a sus principios, y ni siquiera sabía que estaba torturando a un Haruno. Sakura se puso aún más tensa. Nunca lo sabría.

—¿Por fin ordenas un descanso? Tu criado parece que haya recibido una paliza.

Probablemente el que hablaba era Obito, aunque Sakura no conocía bien las voces todavía, pero dudaba de que ella le importara al hermano llamado Hikaku.

—¿Sak el escudero? No te preocupes por él. No hay muchacho en la tierra más obstinado y orgulloso. Sólo tiene hambre. Vamos a comer todos. ¡Aino y Choco! ¡Servid la comida!

Utilizaba su voz de orador, y Sakura se apartó del caballo para que Sasuke pudiera desmontar y supervisarlo todo. No podía moverse deprisa ni bien. Se volvió lentamente para observar cómo hombres, muchachos y mozas iban hacia los matorrales que rodeaban el camino.

—¿No necesitas hacer tus necesidades, Sak? —le preguntó Sasuke al oído.

Ella jadeó por dentro, aunque no se le notó, y dominó la punzada de dolor que le había causado el movimiento, apretando fuerte los dientes.

—No lo necesito —contestó finalmente.

—Bien, yo no soy tan vanidoso, ni tan tímido como tú. Yo sí necesito vaciar mi vejiga urgentemente. No tardaré. Como te muevas de aquí te cortaré la trenza — dijo—. ¿Comprendido?

—Comprendido —contestó ella.

Empezaba a llover, aunque sólo unas gotas de humedad tocaron su nariz, mejillas y manos, pero le sentó bien. Sakura cerró los ojos y echó la cabeza atrás un poco, para lamerse una gota sobre la piel de su labio superior.

—No vuelvas a hacer eso.

Ya estaba otra vez erguida, pero la orden en voz baja de Sasuke hizo que todas las partes de su cuerpo que no estaban tensas, se pusieran rígidas. Sakura bajó la barbilla lentamente y lo miró. No dijo una palabra.

La dejó allí y ella se puso a respirar con normalidad inmediatamente. «¿Qué me pasa?», se lamentó para sus adentros, pero no tenía respuesta. Nunca la tenía.

Oyó los sonidos de un festín, olió un poco de pan y cerdo, incluso captó el olor de semillas de mostaza. Mantuvo los ojos sobre Sak, el caballo, y obligó a su estómago a calmarse. No podía comer, porque si lo hacía tendría que hacer sus necesidades, y en ese caso no sabía si podría volver a ponerse de pie. Se volvió ligeramente y se cogió de la crin de Sak.

—¿No comes, Sak?

Miró su mano sobre el caballo, tocó los ásperos pelos de la crin y ordenó a su corazón que se calmara.

—No —contestó.

—¿Por qué no?

No tenía que mirar para verlo, sabía cómo estaría, con una mano en la cadera y pan o carne en la otra. Sólo deseaba que el dolor del cuerpo fuera más fuerte que el de su pecho.

—No tengo que contestar a eso —dijo.

Hubo un momento de silencio mientras probablemente él se tragaba el chasco.

—Tampoco descansas.

—Eso no es verdad, estoy descansando.

—Entonces siéntate.

—No deseo sentarme.

Él no dijo nada, ni se oyó ningún ruido que delatara que comiera. Sakura examinó la crin del caballo que tenía en la mano.

—Si vomitas, te azotaré —advirtió él.

—No vomitaré.

—Te traeré una zanahoria y un poco de carne de jabalí. Es justo, ya que tú lo cazaste.

—Un amo no sirve a su escudero, creo —contestó ella.

—¿Puedo interrumpir?

—Lárgate, Obito —rezongó Sasuke.

—A mi entender eres tú el que debe desaparecer, Sasuke. La cara de tu escudero está grabada por el dolor y tiene un motivo para no sentarse. Probablemente el mismo que tiene para no comer.

—No hace ambas cosas porque quiere hacerme quedar mal delante de mis hermanos. Yo sé cómo piensa mi escudero.

Sak, el caballo, tenía trenzados unos pelos de la crin. Sakura, el escudero, encontró algunos, pasó los dedos entre ellos y encontró más. ¿Sasuke había estado trenzando los pelos de la crin mientras montaba? Eso era interesante, se dijo a sí misma.

—¿Es que no lo ves? Tu escudero está incapacitado en este momento.

—¿Incapacitado? Este muchacho tiene más capacidad para caminar que ningún otro hombre. Lo he visto. Y no descansará. Se lo he dicho y se ha negado.
—¿Le has pedido que monte en tu caballo?

—No te excedas, Obito —dijo Sasuke.

—Me lo ha pedido —dijo Sakura—. Me he negado.

—¿Y también te ha ofrecido comida y descanso?

—Sí.

—Mientes bien, escudero Sak. Mírame cuando lo hagas.

«¿Mirarle?» Apenas podía mantenerse de pie. Sakura respiró hondo y se volvió con todo el cuerpo, reprimiendo cuidadosamente la puñalada que sintió entre los hombros.

—¿Lo ves, Sasuke?, lo lleva escrito en el rostro. Es una lesión de espalda, está sufriendo un martirio, le aterra tener que volver a levantarse y le has hecho caminar toda la noche y casi todo el día. Al menos da la orden de acampar aquí. Podemos llegar a Argylle mañana, al amanecer.

Si Obito esperaba gratitud de Sakura, se equivocaba mucho, porque ella le miró furiosa. ¿Un Uchiha que se compadecía de un Haruno? Peor aún, que pedía indulgencia. Toda su vida se iba a pique por culpa de aquel momento, por eso levantó la barbilla, ignorando el momentáneo dolor que no pudo prevenir.

—No he descansado porque no lo necesito. No deseo comer, porque estoy lleno, y mi dolor es sólo eso, Uchiha, mi dolor. No te tomes molestias por mí y no te clavaré un puñal cuando menos te lo esperes.

Sasuke se rió.

—Vaya, te había avisado, Obito. Desea hacerme quedar mal con mis hermanos. Nada más que eso.

Obito no parecía convencido, pero se alejó. Sakura respiró superficialmente antes de decidirse a volver a girar el cuerpo. Sasuke seguía ahí. Le oyó morder la zanahoria. Sakura observó una gota que le caía en la mano, y después otra. Esperaba que no lloviera a cántaros. Para ella el barro podría ser demasiado a la hora de caminar.

—El conde de Argylle tiene un señor inglés alojado —dijo.

—¿Y qué? —contestó ella.

Dio otro mordisco a la zanahoria, la masticó ruidosamente y la tragó de la misma forma ruidosa.

—Ese señor inglés tiene un campeón. Un maestro de la espada. Un maestro de la espada inglesa.

Sakura observó cómo caían más gotas sobre sus manos, después las sintió en la cabeza, golpeándola con el peso del agua que acarreaban. Suspiró. Dios era tan despiadado como los Uchiha, evidentemente.

—¿Y qué? —repitió por fin.

—Volveremos a hablar de ello cuando lleguemos al castillo. ¿Has visto alguna vez un castillo de verdad, Sak?

—No —susurró ella.

—Yo tengo mis propias habitaciones. Mi escudero se aloja conmigo.

Probablemente debería haber ido con los otros al bosque, pensó Sakura, cuando sintió retortijones en el estómago. La estaba castigando por su propia falta de control. No podía arriesgarse a que la pusieran en esa posición otra vez. No era lo bastante fuerte para resistirse a él, ni para resistir su castigo.

Para resistir el paraíso del que él le había mostrado un atisbo.

—Al escudero Hishaku le gustará —contestó.

—Al escudero Sak también.

—¿Al escudero... Sak?

—Hikaku te quiere de escudero. ¿Te gustaría eso?

Ella respiró hondo y tragó un poco de agua. La sintió fría en la boca y en la garganta. Le sentó bien.

—¿Hikaku? —preguntó. «¿Hikaku también?», se preguntó para sus adentros.

—Hikaku. Le he dicho lo mismo que a Obito antes. No hay cantidad de plata suficiente para devolverte la libertad. Además, Hikaku trata mal a sus criados.

Sakura casi rió.

—¿Mal? —preguntó.

—Usa el látigo. Hierros ardientes. Eso he oído. He visto las consecuencias. No me quedaré en su casa.

—¿Hierros ardientes? —repitió Sakura.

—Sí. Y cadenas. Además tiene más bastardos que días tiene la semana. Y todas las mujeres han tenido que entregárselos a él. No creo que les gustara hacerlo.

—¿Por qué me cuentas todo esto?

—No lo sé. Supongo que porque siempre he podido hablar contigo.

La lluvia estaba empapando a Sak, el caballo, y oscureciendo su piel con un tono negro que, por alguna razón, se parecía a los cabellos de Sasuke. Sakura, el escudero, lo miró y después se volvió a mirarlo a él, ignorando el dolor del gesto. Habría jurado que empezaban a ser más soportables. «En comparación con su fracaso, cualquier cosa lo sería», pensó. Ahora sabía lo que era el fracaso, y no era una experiencia agradable. Ella, que siempre había tenido éxito, ahora era un fracaso. La habían quebrado. ¡Un Haruno había sido quebrado por un Uchiha! Era consciente de que estaba rota. Estaba rota en todo lo que importaba: el espíritu, el cuerpo... el corazón. Sus antepasados debían agitarse asqueados.

Suspiró.

—Tú no deseas hablar conmigo, Sasuke Uchiha. Quieres castigarme. Ya sabes por qué. Yo sé por qué. No lo sabe nadie más, ni lo sabrá jamás. Muy bien. Acepto tu castigo. Ahora vete y busca a otro para conversar. Estoy cansado de esto.

La cara de él era tan hermética como ella sentía la suya. Seguía siendo un hombre muy guapo, con la ropa pegada al cuerpo por la lluvia. Él bajó la mandíbula y lanzó todo el desprecio de sus ojos negro medianoche contra ella.

—Quiero advertirte de lo que podría sucederte si decido aceptar la oferta de Hikaku.

—¿Se supone que será peor? —preguntó.

Él retrocedió.

—No pretendía lastimarte —susurró—. A veces no soy consciente de mi fuerza.

«¡Dios mío, aquello era peor!», pensó ella. Se tragó la nueva agonía y se dio cuenta de que le dolía más que todo lo que le había hecho sufrir la espalda. ¡No quería la compasión de un Uchiha! ¡Y menos de ese Uchiha!

Sakura entornó los ojos y lo miró. Prefería soportar su odio. Era igual al suyo, si lograba recuperarlo. Le habló con desprecio.

—Te has vuelto descuidado, Uchiha —dijo fríamente.

—¿Descuidado?

—No estamos solos.

—Cierto. Estamos rodeados de personas. ¿Y qué?

—Si sigues pegado a mi lado, pueden sospechar la razón —susurró.

La cara de él se convirtió en una máscara de piedra y ella vio cómo sucedía. Sintió como si todos los pedazos de sí misma lloraran, pero la lluvia lo disimuló y sus ojos permanecieron secos y duros.

—Se acabó el descanso. Llegaremos al castillo de Argylle antes del anochecer.

Sakura parpadeó y se volvió al oír la orden. Tras mil pasos más, decidió que el daño en la espalda, que le mandaba punzadas de dolor a las piernas, era más fácil de soportar.

.

.

.

Sasuke tenía razón. Sakura nunca había visto un castillo. No tenía muchas ganas de ver aquél cuando subieron la colina donde se asentaba. Lo único que vio fue que era inmenso y que unas antorchas en los muros proyectaban luz sobre el terreno circundante. La columna se detuvo y entonces caminaron dentro del bosque, escuchando el eco de las pezuñas de los caballos y de sus propias botas.

Como no podía volver la cabeza lo miró todo con los ojos muy abiertos, situada junto a la pierna de Sasuke. Había más antorchas ardiendo y proyectando luz en todos los recodos de los escalones. Sasuke llevó su caballo dentro y le hizo subir la escalera. Sakura sólo tropezó una vez y, cuando lo hizo, la inmediata presión de la mano de Sasuke cayó sobre ella, sosteniéndola y manteniéndola hasta que recuperó el equilibrio.

Después la soltó. Sakura no dijo nada.

El ancho tramo de escalones acabó en otro patio y después en unos establos. Sakura miró la cantidad de caballos que había allí. El señor de Argylle parecía mantener una legión de sirvientes sólo para atender los caballos. El ruido y la confusión fue evidente cuando el grupo de Sasuke se detuvo en medio del patio.

Sakura retrocedió con unas piernas que parecían no tener rodillas, como a sacudidas, mientras Sasuke desmontaba. Las piernas todavía la sostenían, aunque no funcionaran como era debido. Él la miró desde arriba y después apartó la mirada. Tenía un nervio palpitante en su mandíbula cortada a cincel. También tenía la barba recién rasurada. Sakura lo sabía porque había oído el ruido que había hecho mientras se acercaban al castillo.

Sakura tuvo que dominarse para no alargar la mano y tocarlo, y se odió de nuevo por su debilidad.

—Sígueme de cerca, Sak. No te pierdas.

—Sí —contestó ella.

—¡Hishaku! —Sasuke gritó con fuerza, sobresaltando a Sakura, que casi cayó hacia atrás antes de recuperarse y encontrar el equilibrio—. Ahí estás. Cuida de Sak. ¡Él no! ¡Mi caballo!

Eso último lo dijo cuando Hishaku cogió por el codo a Sakura, quien casi se rió con la confusión y después tuvo que dominar las tontas lágrimas que se le saltaron, sólo porque otro ser humano estaba a punto de ayudarla, sin compadecerse de ella. Estaba débil. Eso era todo. Estaba débil por falta de alimento, por caminar día y noche, y estaba débil por tener que mantener rígida la espalda para prevenir más dolor.

Se convenció a sí misma de todo, excepto de la razón verdadera, y miró el suelo lleno de paja a sus pies con una especie de maravilla. Habían construido unos escalones para llegar a los establos. Asombroso. Se preguntó si el suelo cubierto de paja sería de tierra o habría más piedra debajo. Parecía tierra, pero en ese momento no podía inclinarse de ninguna manera para comprobarlo. Habían ocupado el espacio de un pueblo grande y lo habían amurallado con piedra. Eso era un castillo, pues.

—¡Sak!

Levantó la cabeza, ignorando el agudo dolor que le provocó el movimiento, y vio que Sasuke le hacía un gesto al otro lado del grupo de sirvientes y caballos. «¿Cómo ha hecho para llegar allí?» Se maravilló y empezó a arrastrar los pies para acercarse a él. Al hacerlo, se dio cuenta de que el suelo era eso, suelo, y que habían nivelado la pendiente para construir un patio dentro de los muros.

—¡Te he dicho que me siguieras de cerca!

Sakura intentó mirarlo, pero tenía una antorcha detrás de la cabeza. Parecía furioso, aunque la verdad era que siempre parecía furioso. Sakura arrugó la nariz, entornó los ojos contra la luz y lo miró.

—¿Y bien? —preguntó.

—Date la vuelta y sigue caminando —contestó él.

Recibió su exclamación de frustración y después el castigo de intentar mantener el ritmo de él subiendo los escalones de dos en dos. Sakura desistió después del segundo. No podía levantar tanto la pierna y las rodillas no colaboraban mucho. Lo único bueno era que las paredes eran desiguales y toscas. La piedra ofrecía excelentes asideros para lo que parecía un escudero recalcitrante, que no tenía suficiente fuerzas para servir a su amo.

Sasuke no estaba cuando ella llegó al siguiente nivel. Probablemente eran aposentos para los soldados del señor. Eso fue lo primero que pensó Sakura, y lo pudo confirmar cuando un matón impaciente la empujó a un lado.

—¡Apártate, muchacho!

La pared rugosa era tan dura como parecía. Sakura lo tuvo claro cuando se golpeó contra ella, abriéndose un corte en la mejilla. Después siguió adelante, intentando imaginar dónde alojaría a un invitado el conde de Argylle.

El humo le irritó los ojos y se los puso llorosos, de modo que se pasó la manga por encima, con un gesto furioso. ¡No podía llorar ahora! Estaba en las entrañas del castillo de un señor escocés amante de los ingleses, rodeada de soldados y desobedeciendo a su amo de nuevo. Las lágrimas serían la última humillación.

El pasillo se hizo más estrecho a medida que avanzaba. A ambos lados las puertas estaban cada vez más decoradas, todas de roble con guarniciones de cobre, y también había tapices. Sakura se detuvo un momento a mirar. No podía levantar el cuello, pero podía ver que a lo lejos del pasillo había unas inmensas alfombras, trabajadas con aguja, llenas de estampados, cubriendo las paredes. Estaba demasiado oscuro a la luz de las antorchas para distinguirlos, pero eran suntuosos. Lo más suntuoso que había visto o creído que existiera.

Sakura siguió avanzando, apoyándose con una mano en la pared para mantenerse erguida. Probablemente se acercaba a alguna clase de aposentos. Deseó no haber hecho enfadar a Sasuke y esperó que no lo estuviera más cuando finalmente lo localizara.

—¿Quién eres tú?

Sakura se detuvo, abriendo mucho los ojos, y vio a una jovencita que se acercaba, con los cabellos rubios flotando por detrás y con una sobrecamisa larga sobre un vestido de color amarillo tan exquisito que Sakura se quedó con la boca abierta.

—¿Y bien?

Se situó delante de ella y esperó. Sakura apartó la mano de la pared cubierta de tapices y se quedó quieta. La muchacha le tocó la nariz y después se rió, como un pajarito.

—Ya puedes cerrar la boca. Estoy encantada con tu reacción a mi presencia. Creo que me gusta, pero debes irte enseguida de aquí. Mi doncella no me dejará sola mucho rato. Sospechará.

—¿Sospechará? —preguntó finalmente Sakura.

—Que me he ido a una cita de enamorados.

Sakura volvió a abrir la boca. La muchacha soltó otra risita.

—No tengo ninguna cita, por supuesto. Sólo amenazo con tenerlas. Es la única manera de escapar de mi prometido.

—¿Tu... prometido?

—Esa bestia grandota y brutal de Sasuke Uchiha, de los Uchiha de las tierras altas. No le conocerás.

Sakura cerró los ojos con una punzada tan aguda que le hizo desaparecer el dolor de espalda. Se centraba en su pecho y se difundía hacia el resto de cuerpo con cada latido de su corazón. Respiró hondo para contrarrestarla y como eso no funcionó, lo maldijo todo y a todos en silencio. Con ganas.

Había un purgatorio en la tierra y Sasuke la había metido en él. Por ser una Haruno que no había sido capaz de vengar a su familia, y que además no había podido matar lo que como mujer él le había hecho sentir, estaba destrozada, completa y totalmente. Abrió los ojos y esperó que no se notara.

—Soy su escudero —contestó por fin, con un siseo áspero.

—¡Por Dios! Peor aún. Si Letty me encuentra hablando contigo, ¡pensará lo peor! ¡Pensará que estás aquí por un motivo! —Calló, entornó los ojos y miró a Sakura de arriba abajo—. ¿No habrás venido por algún motivo?

—Estoy perdido —contestó Sakura.

—Rápido. Por aquí. Coge este pasillo y la segunda puerta a la izquierda lleva a los aposentos donde lo han alojado. Rápido, he dicho.

Para ser una mujer ratoncito, no era incapaz de agarrar a un muchacho del brazo y tirar de él. Obito no la había mirado bien. La muchacha era hermosa, seguramente tenía una gran dote y no era un ratoncito. Sasuke había procurado bien por sí mismo en sólo seis días, porque había besado a su escudero y le había puesto del revés.

Sakura se tambaleó detrás de la prometida de Sasuke, sintiéndose como un toro grande y patoso junto a la diminuta fragilidad de su futura ama. La muchacha abrió una puerta.

—¿Lo ves?

—Sí.

Sakura ni siquiera miró. Sólo quería acabar con el tormento. Quería un suelo duro y frío para echarse, y quería dormir. No podía importarle menos matar a nadie, ni siquiera al señor de los Uchiha.