CAPÍTULO 14

En el sueño de Sakura, Sasuke le acariciaba los cabellos, dejándolos caer en cascada. Era el cuerpo perfecto y musculoso de Sasuke el que estaba a su lado, sus labios tocando los suyos, buscando, alcanzando, no aceptando que ella no le diera absolutamente todo, y todo era lo que ella le daría. Si lo hacía, los labios de él le prometían hacer lo mismo.

Entonces Sakura se despertó.

El suelo del castillo de Argylle era duro, la piedra bajo su cuello estaba fría y el hombre sentado con las piernas cruzadas a su lado era todo fortaleza y ruda masculinidad. Pero no prestaba mucha atención a atenderla. Pasaba los dedos entre sus cabellos peinándolos mechón a mechón, antes de hacer trenzas con ellos.

—¿Sasuke? —susurró Sakura, y él soltó la trencita que estaba tejiendo—. ¿Ya es de día?

Él sonrió y parecía más cansado y demacrado que ella.

—Ya hace horas —contestó.

—¿En serio?

—¿Cómo te encuentras? —Sacudió los mechones de su regazo y pasó la mano por debajo de los cabellos para palpar la piedra—. He dejado que se enfriara. Perdóname. Era mi trabajo.

—¿Tu trabajo? —preguntó ella.

—Los demás tenían asuntos que resolver. De hecho, Obito tenía asuntos que resolver. Hishaku tenía que atender a Obito. Creo que eso es lo que me han dicho.

—¿Has estado despierto toda la noche? —preguntó.

Él ladeó la cabeza ligeramente.

—Más o menos —contestó—. No te muevas. Iré a buscar la otra piedra.

Sakura volvió la cabeza y le observó, y entonces se le ocurrió. «Había girado la cabeza.»

Cuando Sasuke volvió estaba sonriendo tan contenta que él se detuvo y la piedra le tembló en las pinzas.

—Puedo moverme, Sasuke —dijo ella, y para demostrarlo volvió la cabeza a un lado y a otro—. Tampoco me duele.

—Obito dijo que te aliviaría. Dijo que tenías que relajar la parte dañada con calor. Que cuando la relajaras volverías a estar como antes. Pero sentirás dolor en la parte donde te lesionaste. Quería advertirte de eso.

Intentó levantarse y gimió.

—Tenía razón —respondió, cayendo otra vez.

—Si vuelves a hacerlo, te pondré la piedra.

—¿Cómo lo has hecho antes?

—Levantándote. No pesas mucho, aunque has engordado desde que te conocí. Sigues siendo ligero como un cardo e igual de resistente, diría yo.

—¡No es verdad! —protestó ella y captó un atisbo de su sonrisa burlona.

—Mientras dormías estaba pensando que deberías cortarte esta madeja de cabellos —dijo.

Sakura lo miró un momento. Pensó que no tenía importancia sí eso era lo que él quería. Además, después del duelo, ya no tendría ninguna importancia.

—Lo haré, si es tu deseo —contestó bajito.

Él se arrodilló junto a sus hombros, con las manos ocupadas con la piedra. Observó cómo temblaban las pinzas en su mano.

—Sak —dijo, casi como una súplica.

—¿Qué? —preguntó.

Abrasadores, los ojos negros de él se posaron en los de ella, y ella jadeó. Entonces la piedra cayó al suelo y ella estaba en sus brazos. Sakura no supo cómo había llegado allí. Sólo sabía que se sentía totalmente feliz. Las manos de Sasuke jugaban con sus cabellos, enredándolos en sus puños, y él le saqueó la boca, como había hecho la otra vez.

Pero Sakura no pensaba dejarle a él todos los movimientos. Utilizó todo lo que él le había enseñado y le chupó la lengua hasta que se le escapó. Después los labios de él estaban en la barbilla de ella, en la garganta, bajando hasta el primer botón de la camisa, y mandó señales nerviosas por todo su cuerpo anticipándose a un placer tan vasto que no tenía comparación. Era exactamente lo que necesitaba antes de sacrificarse al campeón inglés.

Se preguntó cómo lo sabía Sasuke.

Entonces supo que no podía dejarle continuar. Si descubría su sexo real, llegaría al final, llegarían al final, y ella no sería capaz de enfrentarse a su destino. No obtendría nada más que una vida de amante, mientras que la bella y perfecta hija de Argylle se quedaría con el puesto de esposa.

Tampoco era que un Haruno pudiera plantearse la posición de esposa de Uchiha, pero ¿su ramera? Le empujó el pecho y la reacción de él fue un abrazo aún más fuerte.

—No me detengas, Sak... por favor.

El aliento acarició lo que había humedecido su lengua y de no haber tenido una venda sujetándolo todo, sus pezones erguidos le habrían taladrado el pecho. Sakura jadeó con la sensación y se apartó con más fuerza de él. Se estaba preparando para morir, no para verle emparejado con Lady Temari.

—No, Sasuke. ¡No!

Él levantó la cabeza, la miró fijamente, y después cerró los ojos. Su gemido no fue tan rudo o atormentado como lo había sido en el campo de tiro, pero significaba lo mismo. Sakura lo supo en el mismo instante en que se apartó de ella, alejándose sin mirarla a los ojos.

Estaba de pie, ajustándose el kilt y mirándolo todo menos a ella.

—¿Sasuke? —susurró, intentando que su cuerpo le siguiera a él; Obito no había exagerado el dolor que sentiría—. Tengo que decirte algo.

—No. —Abrió una mano hacia ella y se cubrió los ojos con la otra—. Por favor, no... digas nada más. Nada. Te lo suplico.

Sakura permaneció echada, con los puños cerrados a los lados y los labios apretados para impedir que se le escapara la verdad. Estaba tensa, y no tenía nada que ver con su espalda. Tenía que ver con ocultarle la verdad hasta que prepararan su cadáver para el entierro.

—Dios Santo, Sak, me odio a mí mismo. No quiero esto. No me gusta lo que siento.

—Sasuke...

—¡No me hagas callar, no vuelvas a interrumpirme! Hay cosas que debo decirte y después ya no hablaremos más de ello, ¿entendido?

—Entendido —susurró ella.

Se sentó en la cama, apoyó los codos en las rodillas y la cabeza sobre las manos. Sakura tenía una buena visión de él, desde un punto ventajoso, y él no llevaba puesto el taparrabos. Su cara ardía más que ninguna piedra caliente. Tuvo mucha suerte de que no levantara la cabeza.

—No me gustan los chicos. Al menos, no me gustaban antes de conocerte a ti. No sé por qué, la verdad. No siento inclinación hacia ningún otro muchacho, sólo tú. Tú, Sak, y no sé por qué. Dios mío.

Le observó ponerse tenso y después temblar con lo que sólo podían ser sollozos. Sakura se mordió la lengua hasta que le sangró dentro de la boca. ¡No iba a decírselo! ¡No sería su ramera! ¡No lo sería! ¡No lo sería!

Se lo repitió una y otra vez mientras él temblaba de emoción. Lo descubriría cuando la enterraran, pero no antes. Como último Haruno, no pedía más. Volvió a bajar la cabeza para mirar el techo y las vigas que lo cruzaban y sostenían el piso superior.

—Fui a confesarme. Le hablé a un sacerdote de ti... de nosotros. Le pedí la absolución. Quiero que lo sepas.

Estaba intentando controlar la evidencia de su falta de dominio y parecía el chiquillo que había sido de antaño.

—¿Qué pasó? —preguntó ella al techo.

—Lo único que recibí fue una invitación a ir a sus aposentos. ¡Bastardo pervertido! Un hombre con sotana y... Que su alma arda en el infierno. ¡Junto con la mía!

Ya no parecía un chiquillo. Sakura no miró para ver por qué. Se lo podía imaginar y no pensaba decirle nada. Dijera lo que dijera, no pensaba decirle nada. No pensaba vivir como la ramera de un Uchiha. No lo haría.

—Le supliqué a Obito que no me dejara a solas contigo. Maldito sea. Maldito sea yo y maldito sea él otra vez. Me rodeé de hombres del clan para no estar a solas contigo, y ¿qué sucede? Me abandonan.

—Recuerdo que quisieron comprarme y alejarme de ti —observó ella.

—Nadie te va a comprar. ¡Nadie!

—No puedes estar conmigo, Sasuke, pero no quieres ahorrarte este sufrimiento. ¿Por qué?

—No lo sé. Como tampoco sé por qué me siento así. Yo no lo pedí. ¡Que Dios me perdone! No había lugar en mi vida para un amor como el que siento por ti.

¡No pensaba decirle nada! ¡Nada! Sakura gimió con el juramento y el horrible sabor de la sangre en la boca, pero se la tragó. ¡No pensaba decirle nada!

—¿Sasuke? —susurró, a pesar de los límites que se autoimponía.

—No digas nada, Sak. Soy yo el que debe enfrentarse a esto. Soy yo quien debe aprender a vivir con esto.

—¿Vivir... con esto? —repitió ella en un susurro entrecortado.

—No puedo tenerte, pero no te dejaré ir. No te soltaré, por mucho que me lo pida Obito. No te daré a ningún hombre por ninguna cantidad de plata. No me preguntaré más la razón. Es suficiente con saber que es así.

—Yo tampoco serviría a otro, Sasuke. Soy demasiado terco.

—Eso es cierto. Espero que mi prometida no tenga este rasgo tuyo.

—¿Tu...? —No pudo terminar. Le daba miedo lo que significaba. Lo supo enseguida.

—¿Por qué crees que elegí una novia?

Las lágrimas le llenaron los ojos y no supo cómo podía seguir respirando. ¿Había elegido una novia porque quería a Sak? «Dios del cielo!»

Sasuke suspiró, tan fuerte que ella le oyó por encima de su silencioso dolor, y después habló. Sakura supo que si se lo hubiera dicho cuando le enseñó a lanzar cuchillos, la habría querido a ella. Se habría quedado con ella. Ella, en lugar de la diminuta Lady Temari, podría haber sido su esposa, la mujer que le diera los pequeños de cabellos oscuros. ¡Dios mío!

Sakura gimió, sintiendo un torbellino de emociones asaltándola en una oleada tras otra, oprimiéndole el estómago.

—...algo que debo darte. No debes contarle a nadie su significado. ¿Entendido?

Esperaba una respuesta y ella debía controlarse para poder dársela. Se centró en el techo y pidió a Dios que le entumeciera el corazón hasta que cesara de latir. Si Él hacía eso, estaría satisfecha. No creía que pudiera soportarlo mucho más y llegar al duelo de la noche. Un poco más y ella misma se clavaría un puñal en el corazón para entumecerlo.

—¿Qué? —logró decir finalmente.

—Tengo algo para ti.

—No aceptaré nada de ti Sasuke Uchiha. —Los hombros le temblaban sobre el suelo por el esfuerzo de reprimir sus sentimientos—. No... no puedo... no podría compensarte.

—¡No espero que me pagues nada!

Las lágrimas la cegaban cuando él se arrodilló de nuevo a su lado y no hizo nada más que dejar que le resbalaran hacia las orejas y mirar fijamente al techo. No se atrevía a mirarlo. Se comportaba estúpidamente, intentó decirse a sí misma. ¿Qué podía ser mejor venganza por lo que los Uchiha habían hecho a los Haruno que saber que había mandado a la muerte a la mujer que amaba? Lo único que podía ser mejor sería que él fuera su señor. Tal vez el señor se enteraría y lo sabría. De hecho era una venganza perfecta, pensándolo bien, pero la torturaba más a ella de lo que le torturaría a él.

Al menos el tormento sería breve. El de él sería para toda la vida. Esperaba que Lady Temari tuviera una lengua de serpiente y envejeciera mal.

Sakura parpadeó para ahuyentar las lágrimas, se frotó los ojos y volvió la cabeza para mirarlo. Por la mirada apagada de sus ojos, parecía que Sasuke hubiera pasado por un aparato de tortura. Le tendía algo. Sakura se obligó a sentarse con las piernas cruzadas, a mirarlo y a ver de qué se trataba.

—Esto es una daga conocida como hoja de dragón. Se dice que posee poderes mágicos. Yo no sé nada de eso. Es muy antigua. Muy valiosa. Lleva el blasón de mi familia, el dragón.

La hoja tenía la longitud de un estilete y estaba pulida hasta refulgir. Tenía dos dragones tallados en la empuñadura, con las fauces abiertas y parecía que vomitaran la hoja, mientras sus colas enlazadas formaban una empuñadura misteriosa, hermosa y de aspecto cruel. En la parte alta de la empuñadura había un rubí rojo sangre en forma de corazón. Al mirarlo, los ojos de Sakura estaban tan abiertos como su boca.

—Quédatelo —dijo él, ofreciéndoselo.

—No puedo —contestó ella.

—Comprendo. —Dejó el cuchillo en el suelo, entre ellos—. Yo tampoco puedo tocarte. Son cosas que pasan. Es una maldición. También es maravilloso, no sé si me comprendes.

Ella asintió ligeramente.

—Comprendo —susurró ella.

—Te doy esto con una condición, Sak.

Ella lo miró y esperó. El rubí del cuchillo del dragón le guiñaba el ojo desde el suelo, proyectando luz que parecía tentarla a que lo tocara, lo cogiera, lo acariciara y se lo quedara.

—¿Sí? —preguntó.

—Tienes que usarlo contra mí la próxima vez que no pueda controlarme. No debes fallar. Si fallas, me veré obligado a matarte con mis propias manos. ¿Comprendido?

Sakura jadeó. Él le sonrió tristemente.

—Tranquilízate, porque no espero que tengas que usarlo nunca.

—¿No lo sabes? —preguntó ella.

—Yo no lo pedí, Sak, amor mío, pero no te dejaré ir. Me casaré con mi dama y saciaré mi lujuria con ella. Eso debería darme suficiente control sobre lo que haya entre nosotros, para que pueda estar contigo. Le daré a ella mi lujuria, pero nunca le daré mi amor. No puedo. Te pertenece.

Sakura cerró los ojos. No podía soportar ver a Sasuke Uchiha desnudando su corazón ni un momento más.

—Esta clase de amor no está sancionado por Dios. No puedo cambiar eso. Tú tampoco. Ahí es donde entra la hoja de dragón. No abandonaré mi esperanza de felicidad. Ni la tuya.

Las entrañas de Sakura se removieron y abrió la boca para decírselo. Ya no le importaba nada, ni la venganza, ni el honor, ni la pequeña rubia a la que él iba a entregarse. Sólo quería acabar con el tormento. Pero la puerta se abrió y eso la detuvo. Sakura cogió el cuchillo, que debería estar escondido en un calcetín, guardado en el cinto, debajo de la faja del kilt, con el mismo movimiento que usó para levantarse, y se colocó al lado de Sasuke para mirar a Obito y a Hishaku.

—¡Se mueve! —soltó Hishaku con un resoplido, probablemente provocado por el asombro.

—Estaba bastante seguro de que a estas alturas se movería. ¿Qué habéis hecho hasta ahora? —Miró a Sasuke, a Sakura y otra vez a Sasuke, y fruncía el ceño cuando acabó.

—Nada interesante —contestó Sasuke.

—El conde exige que el duelo empiece inmediatamente. Tiene callos preparados para la cena. Quiere que el derramamiento de sangre haya acabado para entonces y espera un final rápido. Vamos. Nos han mandado a buscaros.

—¿Se han cumplido las condiciones? —preguntó Sasuke.

Obito miró a Sakura.

—Sí —contestó.

—Bien. Marchaos. Iremos enseguida. Al menos yo. Quiero dar unas palabras de ánimo a mi campeón.

La puerta se cerró tras ellos. Sasuke esperó, sin decir palabra. No tuvo que hacerlo. Sakura sabía lo que estaba diciendo.

Había llegado la hora. Los dos lo sabían.

Ella volvió la cabeza y asintió al mismo tiempo que él. Sakura no había visto nada tan hermoso en su vida como la mirada de aquellos ojos negros medianoche. Esperaba recordarlo cuando ella recibiera el golpe mortal. Le gustaría que fuera su último recuerdo de esta vida.

Sasuke se dirigió a la puerta, la abrió y salió primero.

—Vamos, escudero. Tenemos un Sassenach al que vencer y unos callos que comer. Maldito sea ese hombre y su gusto por esa exquisitez. Prefiero el cordero.

Aún se estaba quejando del menú del conde mientras la guiaba por los pasillos y una escalera tras otra. Sakura lo siguió con sólo una ligera cojera. Entonces, salieron a una plaza de armas rodeada de muros de piedra gris, llenos de gente. Sakura mantuvo los ojos en el hombre de la chaqueta de satén de color azul claro con el que debería enfrentarse. Llevaba un conjunto de aspecto raro, que dejaba las piernas a la vista y ni un músculo oculto bajo las mallas de color azul oscuro.

Se hallaba de pie frente a una plataforma en la que había una dama menuda y rubia con la cara en forma de corazón y la boca de arco. Ella reconoció a Sakura y en su cara se dibujó una sonrisa. Sakura no se la devolvió. No pudo. Se volvió.

—Todavía podemos retirarnos —dijo Sasuke a su espalda.

—Ya sabes que es demasiado tarde. No vuelvas a decirlo.

Sus palabras sonaron raras y borrosas, y Sasuke entornó los ojos al mirarla. Eso es lo que pasaba al hablar con la lengua mordida, hinchada por los cortes. Los labios de Sakura se estremecieron con aquel pensamiento. Parecía que hubiera estado bebiendo.

—¡Como retador, podéis elegir la espada, señor Uchiha!

—Vamos, Sak. Busca la más equilibrada.

Sakura subió a la tarima forrada de terciopelo, con dos espadas en la mano. Las dos habían sido elaboradas por un maestro herrero. Eso se veía de inmediato. Habían sido usadas a menudo, a juzgar por el desgaste de la parte interior de la empuñadura de una de ellas. También las habían afilado recientemente. Sakura cogió la más usada y la palpó.

Tenía un equilibrio perfecto. Suave. Fácil de mover. Ligera. La probó con unos movimientos y observó la reacción del campeón inglés. Era un presumido sin remedio, pero no disimulaba bien su inquietud. Sakura dejó la espada y cogió la segunda. La diferencia era poca y sólo alguien conocedor de los cuchillos, como ella, lo habría notado. El arco no era tan perfecto ni de lejos, ni el movimiento era tan suave. De hecho, la hoja parecía ir una pizca más lenta que el movimiento de corte que hizo con ella. Sakura sonrió.

—Me quedo con ésta —dijo.

Como duelo fue asombroso, y duró más allá del momento de servir a la temperatura perfecta los callos en la cena del conde, y hasta bien entrada la noche. Se encendieron antorchas para que se viera y se disfrutara bien. Sakura había dicho a Sasuke que lo que menos le gustaba de la esgrima era el baile que conllevaba, y ahora se enfrentaba a un maestro.

Deseó que fuera tan bueno para poder poner su cuello en la trayectoria de la espada sin que se notara. No lo era. Pero era bueno, y ella se pasó hora tras hora intentando hacer que él le clavara la hoja. Una y otra vez sus hojas entrechocaron; a veces él ganaba terreno, arrinconando a Sakura, y parecía que ésta iba a ceder, pero entonces ella le mandaba una embestida y la espada de él golpeaba la hierba y la paja mientras ella saltaba a un lado para atormentarlo desde un punto ventajoso. Otras veces, Sakura lo tenía entre las cuerdas, aunque lo único que hacía cuando lo tenía arrinconado era danzar más con la espada hasta que él se recuperaba lo suficiente para atacar de nuevo.

Los dos estaban sudando y a él le resbalaban las gotas por debajo de la peluca, hasta que se quitó aquella bobada y a partir de entonces le resbalaron por la cabeza rapada. Sakura, por su parte, no había pensado en trenzarse los cabellos y le ondeaban en todas direcciones, desde el primer rechazo y en todos los movimientos siguientes.

Tenía que apartarlos constantemente de su camino, y más de una vez el ceño fruncido de Sasuke captó su atención. Él la había avisado de que eso podía suceder si se dejaba los cabellos sueltos durante una batalla.

El campeón inglés no era lo bastante bueno para vencerla y ella no estaba lo suficientemente humillada para dejar que la venciera. Finalmente aceptó lo inevitable. Ningún escocés se dejaría vencer por un espécimen tan lamentable.

Empezó a atacar con furia, lanzando estocada tras estocada, hasta que un golpe de su espada proyectó la de él por los aires y fue a parar a su mano derecha. Sakura levantó ambas espadas por encima de la cabeza.

—¡Sak, no! ¡El trato ha cambiado! ¡Sak!

Era Sasuke gritando con su voz de orador. Ella le ignoró y lanzó ambas espadas a través del material con que estaban confeccionados los faldones del jubón del fanfarrón inglés; la fuerza de sus golpes y su precisión lo hicieron caer de espaldas en un arco que le hizo crujir las piernas y lo dejó clavado en la hierba, donde las empuñaduras se balancearon a cada lado de su aterrorizado torso. La multitud aullaba, aunque ya lo había hecho durante toda la pelea. Sakura no lo había oído entonces y no lo oyó ahora.

Levantó la cabeza al cielo y gritó de frustración, odio y dolor con todas sus fuerzas. El grito no iba dirigido a nadie más que a sí misma.