CAPÍTULO 16
El castillo de Argylle estaba repleto de almenas y de personas, y parecía que no cesara de llegar gente, pero nadie le había pedido ni le había permitido exhibir nada, y habían pasado cuatro días. Días en los que Sasuke no le había permitido alejarse de él. Días en que ella tuvo que acariciar la empuñadura del dragón cada vez que lo veía mirarla. Días en los que él se reía y estuvo encantador, y después malhumorado y triste. Fueron días en los que estuvo bebiendo.
Aquellos días fueron los peores.
Sakura se sentía totalmente tensa, como la cuerda de un arco, y al quinto día supo que tenía que salir. Las paredes del castillo eran gruesas, sólidas y sofocantes, y la cuerda de arco en la que sentía que se estaba convirtiendo estaba al máximo de tensión y a punto de quebrarse.
Salió de los aposentos de Sasuke con los restos del festín de la noche anterior, y tropezó con uno de los cuerpos del pasillo. Los platos salieron volando, muchachos de todas las edades y descripciones la miraron y varios de ellos cogieron sus sucias jarras y la bandeja y le suplicaron que les permitiera servirla.
«¿Suplicar?», se maravilló Sakura. Volvió a entrar en la habitación de Sasuke y cerró la puerta.
—¿Qué pasa, muchacho? ¿Enemigos en casa?
Seguramente creía que estaba siendo divertido. Sakura miró furiosa su figura reclinada bajo las sábanas blancuzcas y bordadas.
—El pasillo es como un pueblo lleno de muchachos.
—Todo el castillo está repleto de muchachos, Sak. Y de muchachas. No olvidemos su lozanía.
Sakura se puso tensa.
—Eso no me importa. ¿Por qué? ¿Cuándo es la exhibición y cuándo podremos irnos de aquí?
—¿Marcharnos? ¿Por qué? El conde tiene un aguamiel excelente, su cocina es más que capaz y sus entretenimientos... bien, no se puede desear nada más, ¿no es así, muchacho? ¿O Shiseru ha desaparecido?
—Estamos prisioneros desde hace casi una semana, Uchiha. No entiendo por qué.
—El conde quiere asegurarse de que llegan sus amigos Sassenach. Eso he oído. Están montando una gran competición. Se necesita tiempo.
—He cambiado de idea. No deseo competir —se quejó Sakura.
—No tienes elección, muchacho. He hablado por ti. Cálmate y tráeme más aguamiel.
—No puedo salir de la habitación sin pisar cuerpos. Está más lleno que el peor de los campos de batalla. ¿Qué hada ha sorbido el seso a los Argylle? Tiene que haber campamentos para esos muchachos.
—Hay campamentos extramuros, Sak, pero todos quieren estar aquí.
—¿Por qué?
Sakura se apoyó sobre un codo para mirarle. Ahora debería estar en la cocina y así no tendría que ver aquel torso grande, peludo, desnudo e inmenso, en hermoso contraste con el color blancuzco de las sábanas. Sakura volvió la cara a un lado y esperó que él no se diera cuenta de su rubor. Era una esperanza vana.
—Te ruborizas muy bien para ser un muchacho, escudero Sak. No lo habría dicho nunca. Y creo que tampoco tus seguidores.
—¿Qué seguidores?
Volvió a mirarle al preguntarlo. No debería haberlo hecho. Él estaba sentado, con los brazos apoyados en las rodillas y nada más encima. Por muchas veces que lo hubiera visto, seguía siendo inquietante, y se apartó sin poder evitarlo.
—Los muchachos han acampado a tu vera. No creerás que están aquí por mí, ¿no?
—No tengo seguidores. Es una estupidez que pienses eso. Será que no tienen otro sitio.
—Sak, si no creyera que hablas en serio, te acusaría de vanidad por querer que me fijara. Son tus seguidores. Esperan poder ver al joven escudero que venció al mejor espadachín de lord Cantor. Peor aún, el resto de criados les han estado contando historias sobre tus habilidades de cazador.
—No deseo que se hable de mí de ese modo.
—Peor aún —siguió él como si ella no hubiera hablado—, son las muchachas. Han estado escuchando a esa Shiseru. Has demostrado la misma destreza entre las piernas de una mujer que en el campo de batalla. Te estás convirtiendo en una leyenda. Vaya, sólo tienes que mirar a las doncellas y elegir. Pero no volvería a quedarme con Shiseru. No sabe mantener la boca cerrada. Anoche por ejemplo...
—¿Quieres parar? ¡No quiero que hablen de mí! ¡No quiero que se comente nada de mí!
—No quieres esto, no quieres aquello. A la fama no le importan tus deseos, muchacho. Alguien debería de haberte avisado.
—Sasuke, necesito salir.
—Descorre las cortinas. Aquí no se puede respirar.
—¡No lo entiendes! ¡Necesito salir fuera! ¡Tengo que salir! ¡Soy un rehén y no he hecho nada! —Sabía que estaba levantando la voz, pero no podía impedirlo. Apenas podía retener las lágrimas.
—Venciste a un campeón inglés. Le cortaste la ropa con la espada y lo clavaste en el suelo, inmovilizándolo. No le arrancaste ni un pelo de la cabeza, pero lo humillaste y ahora no puede exhibirse en público. ¿Y tú dices que no has hecho nada? Los clanes llevan años esperando un campeón como tú. Puede que más.
—Yo no deseo esto —susurró ella.
Él esperó a que lo mirara antes de contestar.
—¿Qué es lo que deseas, pues?
—Deseo salir de caza.
Él arqueó las cejas.
—¿De caza?
—Seguro que el conde necesita carne para alimentar a los invitados. Seguro que hay caza en el bosque, o me adentraré más lejos.
—Cierto, pero ¿por qué? ¿Por qué te tomas la vida tan en serio?
A Sakura se le humedecieron los ojos, pero no parpadeó. Esperó que no lo notara.
—Necesito sentirme vivo —contestó por fin.
—Tráeme mi ropa. ¿Quieres cazar? Cazaremos.
Se puso de pie. Sakura retrocedió hasta la pared.
—No puedo —susurró.
—¿No puedes... o no quieres? —preguntó él.
Ya no era un rubor, era una hoguera que le ardía en las mejillas cuando él se levantó. Miró por encima de él. Miró al suelo. Miró a ambos lados de él. Miró la puerta. Cerró los ojos un momento y empezó de nuevo. Por encima de él, la puerta... y lo único que vio fue la inmensidad de Sasuke Uchiha.
—No puedo —contestó por fin.
—¿Sak?
Su voz bajó y a continuación caminó hacia ella. Sakura tenía una mano en la hoja de dragón al mismo tiempo que se acercaba a la puerta de la habitación. Sus movimientos hicieron que Sasuke se detuviera de golpe.
—Te esperaré fuera —susurró, y salió antes de que él pudiera detenerla.
Sakura se vio rodeada de más muchachos de los que podía contar, y todos querían estar cerca de ella, tocarla y si era posible servirla. Uno incluso le preguntó si necesitaba un escudero. «¿Un escudero para un escudero?» No salía de su asombro.
Volvía a estar dentro de la habitación antes de que Sasuke se hubiera puesto la túnica. La puerta se cerró tras ella y él la miró. Después se rió. Sakura sabía que tenía los ojos muy abiertos.
—He decidido esperarte aquí, Uchiha —dijo.
—¿Tienes problemas con la popularidad?
—Yo no la he pedido y no la aceptaré. ¡No lo haré! Quiero que se vayan. Haz que se vayan.
—No puedo.
—Eres mi amo. Debes protegerme. No deseo tener seguidores. No aceptaré la fama. ¡No lo haré!
Sasuke se puso la camisa, se abrochó el cinturón, se puso el feile-breacan y se sentó para calzarse las botas antes de que pudiera hablar con ella de nuevo. Sakura observó todos los movimientos, cada vez que los tendones bajo la piel se contraían en sus antebrazos, cada vez que inspiraba aire con su gran torso, y se preguntó cómo se sentiría entre esos brazos y contra ese pecho, protegida por alguien por primera vez en su vida. Sacudió la cabeza para despejarse.
—No creo que tengas elección, Sak. No puedo echar a tus seguidores.
—Pues debes mantenerlos alejados de mí. ¡Tienes que hacerlo!
—¿Te asusta que los demás esperen algo de ti, no?
—No me asusta nada —contestó ella.
—Muy bien. Me quedaré aquí y tú cazas solo. —Levantó el pie para quitarse la bota otra vez.
Sakura se desesperó.
—¡No, Sasuke! ¡Tienes que sacarme de aquí! Tienes que librarme de ellos.
—¿Ah, sí? Yo creo que volveré a dormirme. No tengo ningún deseo apremiante de salir a cazar. No necesito escapar de la hospitalidad de Lord Argylle. No tengo montones de seguidores esperando que haga o diga algo. No creo que tenga ni la mitad de tus problemas.
—Por favor —susurró Sakura.
Él levantó los ojos al cielo y se puso de pie.
—Muy bien, Sak, muchacho. Nos enfrentaremos juntos a tus seguidores. Ojalá fuera a mí a quien esperaran. Los usaría a todos para despertar a sus clanes.
—Quédatelos —dijo Sakura.
—No te puedes quedar con los seguidores, Sak. Los seguidores vienen y van. Eso es lo bueno de influir en ellos para una causa. Te siguen y no es fácil echarlos. Los ingleses por fin lo están entendiendo, gracias a nuestro rey, Robert.
—Entonces utiliza tu voz de orador y habla con ellos. Influye en ellos. Diles que no soy nada más que tu escudero. Diles que soy lo que soy gracias a ti. Venga, díselo.
—¿Mi gran voz de orador? —su tono era divertido.
Sakura le cogió del brazo.
—¡Tienes que usarla! Necesito respirar aire fresco y no puedo hacerlo en este castillo sofocante. ¡Necesito espacio! Necesito ejercicio. ¡Las pocas cosas que me mandas hacer aquí no son suficientes! ¡Tengo que salir, Sasuke!
Él miraba sus dedos que todavía le sujetaban los bíceps.
—No deberías hacer eso, Sak —dijo, y su voz era más baja y profunda que antes.
Sakura lo miró y contuvo el aliento.
—Pero es que necesito salir. Tú más que nadie deberías entenderlo.
—Aparta tu mano de mí —susurró él.
Sakura tragó saliva, levantó la mano y sacó a medias la hoja de dragón, mientras retrocedía.
—Ahora veremos cómo podemos quitarte de encima a tus seguidores —dijo él dirigiéndose a la puerta.
Fue frustrante y muy largo. Los que Sasuke denominaba sus seguidores estaban por todas partes, en los matorrales, en los árboles de atrás, prácticamente cayéndose por ver a Sakura abatir un animal acertándole en el ojo, y asustaban a cualquier presa. Y eso eran sólo los muchachos. Sakura se enfadó cuando Sasuke dijo que era una pérdida de tiempo aunque habían caminado una legua y media y se habían empapado con suficiente agua de lluvia para llenar los pozos de Argylle. Después tuvo que afrontar la marea de muchachas que la esperaban.
Sakura se ruborizó y se mantuvo pegada a Sasuke cuando mujeres de todas las edades, tamaños y formas la llamaron, y lo que le ofrecían le hizo arder las mejillas.
—Tu Shiseru tiene la lengua muy larga, ¿no? —observó Sasuke—. Al menos para hablar. No sé lo que hará con ella en la cama, pero me lo imagino.
Sakura lo miró furiosa.
—¿No te apetece otra mujer, Sak? Eres el más raro de los muchachos. Cualquier otro con tu éxito, lo aprovecharía. Pero tú no has hecho más que hacerme compañía y esconderte. Mira a tu alrededor, muchacho. Puedes tener a cualquiera de estas mujeres.
—Te lo ruego, acabemos con esto y llévame a tu habitación —contestó ella.
—Creía que querías salir de la habitación. ¿Seguro que no te apetece una pinta? ¿Otro poco de ternera escocesa? Las lugareñas parecen muy dispuestas a servirte. Para cualquier servicio que necesites.
—Si no me llevas a tu habitación, yo...
—¿Tú qué?
Se detuvo y ella también lo hizo y enseguida se vieron rodeados. Sakura gimió y se vio empujada contra él.
—¿Te apetece otro revolcón como el de Shiseru?
—Deseo volver a tu habitación —contestó ella.
—Shiseru tiene un buen par de pulmones, ¿no? Al fin y al cabo no debes de ser poca cosa.
—Por favor, no lo digas otra vez. No fue lo que tú crees, fue...
—Fue casi más de lo que puedo soportar, Sak —susurró él— y me maldigo por reconocerlo. Si sólo supieras lo difícil que fue no tirar la puerta abajo e impedírtelo. Casi me muero con cada pizca de placer que diste a esa mujer, y ¡no me soporto por eso!
—Sasuke —empezó a decir Sakura, pero entonces le empujaron hacia él y después tiraron de Sasuke. Sólo agarrándose a su espalda pudo mantenerse a su lado.
—No deberías estar tan cerca de mí, Sak.
Ella estaba atónita a medida que la multitud se hacía más grande y más ruidosa.
—¡No he podido evitarlo! ¡Tiraban de mí por todas partes!
Otra sacudida y unas manos tiraron de sus brazos, de su kilt, después Sakura sintió que el cuello se le iba para atrás cuando alguien le cogió la trenza y tiró de ella.
—¡Sasuke! ¡Sálvame!
Creyó que no la había oído, pero entonces él saltó sobre una bala de heno y Sakura corrió a su lado, hasta que él se volvió.
—¡Amigos y campesinos! —gritó Sasuke, ganándose la atención que imponía su oratoria. Miró a un lado, donde Sakura estaba pegada a él—. Creo que ha llegado la hora de una competición. ¡Traed a vuestro señor! ¡Traed a un oponente! ¡No os quedéis ahí! ¡Id a buscarlos! Mi escudero debe mostraros su destreza con los puñales. ¡Tú! ¡Elige un blanco!
—¡Ya está! ¿Lo ves? —gritó alguien.
—Sasuke —cuchicheó Sakura.
—Ya te he dicho que no me tocaras, Sak. No lo repetiré. Te echaré de mi lado y no te gustará.
Ella apartó las manos de donde lo había tenido cogido y movió los ojos antes de que él pudiera entrever sus lágrimas. Las balas a las que se había encaramado le daban una visión muy buena del campo de juegos que se había preparado. Había cuatro blancos en el patio interior, uno en cada punto de la brújula.
—Esto es muy precipitado y sin preparación, Uchiha.
El conde se reunió con ellos, caminando entre un gran grupo de caballeros vestidos con elegancia y llenos de puntillas, evidentemente ingleses, y Sakura tuvo que bajar la cabeza para disimular la sonrisa. ¡Parecían más femeninos de lo que lo había sido ella misma! Era obvio que habían celebrado un festín, porque algunos llevaban platos con comida, otros jarras y había quien llevaba baberos.
—¡Si no lo hacemos, habrá un motín! —contestó Sasuke—. ¿No es cierto, muchachos? —Hubo un gran griterío y después Sasuke se puso a gritar otra vez—. ¡Y no olvidemos a todas las muchachas vigorosas! ¿Ellas también desean que Sak lance?
El coro de voces femeninas fue casi tan brutal como el anterior.
—Su campeón está acabado y el mío tampoco es capaz —se quejó uno de los caballeros elegantemente vestido.
—Lo comprendo —contestó Sasuke—. Sak lanzará solo. Observen, señores, y vean quién les ha vencido. ¡Dejad espacio alrededor del blanco! ¡Ése no! ¡El más alejado!
La multitud empezó a moverse. Sakura entornó los ojos. Se refería al blanco situado al otro lado del patio. Como el sol se estaba poniendo, se necesitaban antorchas, pero se encontraba lo bastante lejos para ponerla nerviosa. Se preguntó si Sasuke lo sabría.
—¿Puedes darle a eso?
—Es un mal momento para preguntarlo —contestó, y se agachó para coger los nueve puñales de sus calcetines.
—¿Alguien desea hacer una apuesta?
Sasuke se dirigía a los nobles que se habían separado hacia la hilera de galerías, a un lado. No deseaban mezclarse hombro con hombro con la gente común. Sakura apretó los labios.
Se levantaron manos.
—¿Argylle? ¿Tienes a alguien para llevar las cuentas? —El conde asintió una vez—. Pues que las tomen. Sak lanzará ocho puñales. Los meterá todos en el blanco. Después habrá acabado. No más lanzamientos. No más apuestas. No más exhibiciones hasta mañana. ¿De acuerdo?
Hubo un alarido general. Sakura no sabía lo que significaba, pero le sonaba tanto a acuerdo como a desacuerdo.
—¿Y si falla? —gritó alguien.
Sasuke levantó la mano y la multitud se calló. Sakura lo observó estupefacta.
—¡Pues falla! —contestó—. Así los juegos oficiales serán más interesantes, ¿no? Veamos, apartaos del blanco. Dadle espacio para que tire sin darle a un campesino. Si vais a colocaros en el camino de mi escudero, ¡poned a un Sassenach delante de vosotros!
Hubo una estruendosa reacción a sus palabras. Sakura lo miró, le sostuvo la mirada e intentó no sonreír.
—¿Preparados?
El sonido se pareció a un «sí», o algo parecido. Sakura plantó los pies sobre la bala de heno y lanzó los ocho puñales, uno tras otro, y supo que había acertado por la reacción que hubo alrededor del blanco. El ruido se fue apagando hasta que lanzó el sexto, y con los últimos dos reinaba un absoluto silencio.
—Bien, bien, Argylle —dijo uno de los nobles, y después los vítores lo sofocaron todo.
—¿Mis puñales? —Sakura se inclinó para susurrárselo.
—Los tiene Hishaku. ¿Lo ves? No permitiría que nada sucediera a tus puñales perfectamente equilibrados. Sígueme de cerca hasta que salgamos de aquí. No tenemos mucho tiempo.
—Pero han aceptado. Un lanzamiento. No lo comprendo, Sasuke.
Sasuke sacudió la cabeza.
—¿Quieres quedarte a verlo o te vienes conmigo?
No logró que le saliera la voz, sólo pudo asentir con la cabeza.
