CAPÍTULO 19

Terminar la función fue la forma exacta de tortura que se estaba diciendo a sí misma que sería. Obito volvía a estar sentado detrás de Sasuke, aunque a ella uno de los Uchiha le parecía una combinación de dolor, pánico y lujuria y el otro solamente la miraba con odio. Y el que iba a matar no expresaba nada con sus ojos negros, igual que siempre.

La función continuaba, incluso sin su participación. Mejor así porque se olvidó de su frase y los muchachos simplemente actuaron como si nada. No hizo nada más que estar sentada en su posición, mirar al público y ver como todo se emborronaba con la humedad que no cesaba de empañarle los ojos.

El acto final fue el peor, ya que Obito se había trasladado junto a su amada y debió de ponerla al día de lo ocurrido porque las lágrimas silenciosas en la cara de Lady Temari reflejaban más que la luz. Reflejaban cada pedacito de corazón roto contra Sakura, que no podía evitar asumirlo y añadirlo a su propio manto silencioso de agonía. En cuanto todo terminara, ¿qué importaba a cuántos hacía daño o cuánto daño recibía ella? El clan Haruno sería vengado. Eso era lo que importaba. Eso era lo único que podía importar.

Sakura no se acordaba de su frase, pero dijo «se acabó», cuando creyó que los demás esperaban algo de ella. Debió de ser lo que tenía que decir o parecido, porque la función continuó. Después, el telón bajó para el momento final. Sakura no se movió hasta que alguien la obligó a inclinarse, y entonces recibió aplausos, silbidos e insinuaciones de lo guapo que estaba como muchacha. Odiaba la atención. Odiaba el vestido de color borgoña. Odiaba su cuerpo. Se odiaba a sí misma.

Obito, el muy mentiroso, no le devolvió la ropa, ni los puñales, ni la dignidad. Cuando volvió a la antecámara donde la había dejado, no había nada. Sakura se sentó detrás del biombo y utilizó el dobladillo del vestido borgoña para retirarse el maquillaje y la suciedad. Después cogió el cuchillo del dragón y cortó una buena porción de la parte delantera de la falda para confeccionarse una especie de velo. Sabía que dejaba desnudas las piernas desde medio muslo, más que con el propio kilt, pero no tenía alternativa.

Eso era lo que siempre recibía de cualquier Uchiha: ninguna alternativa. No tenía alternativa y tenía que servirlos, no tenía alternativa con su vestuario, no tenía alternativa con su propio destino.

Sakura se deslizó junto a las paredes hasta la habitación de Sasuke, manteniéndose siempre que podía en la oscuridad. Tuvo la suerte de que el conde se hubiera procurado un juglar, y éste había traído su lira y estaba montando su propio espectáculo. El cantante tenía buena voz y sus palabras eran bastante cautivadoras para mantener al público sentado, aunque la exhibición del escudero de los Uchiha ya se estaba narrando cuando ella salió. No sólo se cantaba sobre su destreza con las armas sino también sobre la belleza cautivadora del campeón Uchiha vestido de mujer.

La cara de Sakura estaba ardiendo antes de llegar a la habitación de Sasuke. Saludó a Eagan, el matón, en el umbral, aunque él se levantó y le abrió la puerta como si fuera una ramera solicitada para la noche. Sakura entró corriendo para ponerse su ropa original. Ya buscaría a Obito cuando estuviera vestida como es debido. Conseguiría recuperar el traje y los puñales, o descubriría por qué no.

Lo tenía todo en su sitio, hasta la trenza y el vendaje del pecho, y estaba sentada junto al fuego contemplando sus secretos cuando entró Sasuke. Ella vio agitarse el fuego con el aire repentino pero no se volvió. No se movió. No respiró.

—¡Sak! —susurró—. No sé qué decir.

Entonces respiró. Se tragó la emoción y la soltó. «Pronto, Sasuke», pensó. «Pronto estarás libre de mí y libre de volver a tu vida sin estructura, bromas y juegos. Pronto.»

Levantó unas pinzas sobre la llama y atizó el tronco, haciéndolo rodar y soltar chispas por toda la chimenea. Sasuke no se movió, o si lo hizo ella no lo notó.

—Mi hermano me dice que me fíe de mis sentidos. Que confíe en la ilusión.

Sakura miró el fuego con los ojos muy abiertos. «¡Maldito Obito!», pensó.

—Tus hermanos... mienten —susurró—. Ambos.

—¿Ambos?

—Sí, ambos. Obito miente para confundir y Hikaku... él tiene... él es... —Se le cerró la garganta.

—¿Sí?

Ella sacudió la cabeza. No podía decirlo.

—Hikaku yo nunca hemos sido íntimos, Sak. Es mucho mayor que yo y mucho más serio. Casi tanto como tú.

—Hikaku es un Uchiha. Tú eres un Uchiha —susurró.

—Eso es cierto. Es un gran hombre. Un gran clan. Tú has sido adoptado por él. La ropa te sienta bien. Casi tanto como tu vestido borgoña.

—Sasuke...

—Obito dice que te obligue a ponértelo. Que fuerce la ilusión en realidad. ¿Eso es lo que sucedería, Sak?

—Obito tiene sus razones para decir eso, Sasuke.

—¿Ah, sí? ¿Cuáles?

—Es su secreto, no el mío —contestó ella.

—¿Y qué secretos me esconde mi hermano mayor?

—Está enamorado.

—¿De ti? ¡Le mataré!

—Sasuke —dijo Sakura, apartándose de la chimenea para mirarlo—. Ningún hombre puede estar enamorado de mí. Me preguntas si existe una ilusión y yo te digo que sí, la hay. El amor es una ilusión.

—El amor no es una ilusión, Sak. Es muy real. Creo que si alargaras la mano, podrías tocarlo. Está a tu alcance ahora. En mí.

—No, Sasuke —empezó a decir y se levantó, porque él había dado un paso y toda ella estaba alerta.

—Estoy enamorado de ti, Sak.

—Lo sé —contestó.

—Y tú también lo estás de mí.

—No —susurró Sakura, pero no pudo mirarlo al decirlo.

—¿No? —chasqueó la lengua—. Sé quién es el mentiroso ahora, Sak, y no son mis hermanos. Eres tú.

—No miento. ¡Nunca he mentido!

—Me amas. Se ve en todas las miradas y todas las palabras que me dices, y en la forma como haces ambas cosas. Se ve en la ilusión que has creado para mí esta noche. Se ve en la imagen que no puedo apartar de mi cabeza. Saca el cuchillo, Sak.

Dio otro paso hacia ella. Y luego otro. Sakura sacó el cuchillo.

—Para, Sasuke —dijo ella.

—¿Parar? ¿Cuando todo lo que deseo se me ha mostrado no hace ni una hora? ¿Parar, cuando todo lo que mi sangre anhela y le ha sido negado acaba de desplegarse ante mí? ¿Parar, cuando he visto a la mujer que deseo que seas delante de mí? ¿Parar, cuando no he podido estar con otra mujer desde que fui maldecido por ti y acabo de ver curvas benditas por la fantasía? ¿Parar? ¡Apunta con el cuchillo, Sak!

—Sasuke, debes parar. ¡Debes hacerlo! —Estaba de pie junto al fuego y de espaldas a él, de modo que le quemaba las pantorrillas.

—¿Parar? ¿Cuando tus grandes ojos y tu cuerpo esbelto podría esconder cualquier cosa? ¿Parar? ¡Cuando mis manos se mueren por probar tu inocencia, te reclaman y quieren hacerte mío! ¡Lanza el cuchillo, Sak! ¡Lánzalo ya, maldito seas!

«¡Malditas sean las lágrimas femeninas!» Sakura lo oyó con tanta claridad como si lo hubiera dicho en voz alta; después su vista se nubló y con ella toda la habitación a su alrededor. Sabía que el cuchillo temblaba en su mano a medida que él se acercaba, pero sus botas apenas se oían sobre la piedra cubierta de alfombras.

—¡Ya!

Apuntó y lanzó. El cuchillo se clavó a la perfección en una hendidura de la piedra, al otro lado de la habitación, y Sasuke se detuvo y cerró los ojos. A través de sus instintos, vio con claridad el dolor y el pánico en aquellos rasgos perfectos.

—Maldito seas, Sak, muchacho —dijo, abriendo sus ojos negros medianoche y clavándolos, en los de ella—. Maldito seas.

—Tendrás que hacerlo, Sasuke. Yo no puedo. —Las lágrimas lo borraban todo y ella le observó colocarse detrás de ella, con todo el corpachón tembloroso, los puños cerrados a los lados—. Tú tendrás que matar. Hazlo rápidamente, sin embargo. Hazlo con rapidez. No me hagas sufrir. Sólo te suplico esto.

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y la cegaban, y entonces oyó su rugido. La puerta de la cámara se abrió de golpe y el fuego quemó las pantorrillas de Sakura, pero ni siquiera lo sintió.

Sasuke estaba llamando a Obito a gritos. Estaba usando toda su voz de orador y estaba llena de odio contra sí mismo. Obito contestó por fin, con una voz igual de fuerte y rabiosa, y después ambas voces se desvanecieron pasillo abajo. A continuación Eagan estaba delante de ella, ayudándola a apartarse de la chimenea y sacudiendo las cenizas encendidas que brillaban en sus medias.

—Te has quemado, muchacho —dijo.

—¿Adónde han ido?

—Tu amo ha ido a pelear con Obito. Me dijeron que esto sucedería aunque el amo Obito se rió de ello.

—¿Qué sucederá?

—El amo Sasuke busca alivio a los demonios que tiene en la cabeza.

—¿Qué demonios? —susurró.

—No lo sé. Sólo sé lo que he oído. Obito lo sabrá.

Sakura se temía que ella también.

—¿Cómo va a aliviarse el amo Sasuke? —preguntó.

—Se pelearán. El agotamiento físico es lo que el joven amo busca. Es el alivio que espera. Usarán espadas escocesas y escudos. Lo he visto otras veces. No ves crecer a seis hombres Uchiha sin ser testigo de batallas como ésta. Ven. Te ayudaré con esto. Si necesitas una cataplasma para el dolor, díselo a Eagan. Haré que te la traigan.

—¿Dolor? —repitió ella. «¿Qué sabrá este hombre del clan de la cara amable del dolor?», pensó trastornada.

—Podrías haberte quemado, muchacho.

—¿Quemado?

Él frunció el ceño.

—¿Te molesta una quemadura? No lo habría creído nunca por lo que sé de ti.

—¿Adónde han ido ahora? —preguntó.

—¿Los Uchiha? Ya te lo he dicho. A pelear. El amo pidió a Obito que le ayudara a exorcizar los demonios. Lo he oído. No creía que fuera a pasar, pero es que yo no entiendo a esos dos. Pero tú no te preocupes. Están al mismo nivel. Tardarán mucho en acabar.

—¿Pelear? —Empezaba a hacerse una idea, y lo miró—. ¿Obito se pelea con Sasuke?

—Sí. Con espadas y escudos.

—¿Espadas escocesas? —jadeó al decirlo, porque esa espada, grande y pesada, podía cortarle el brazo a un hombre—. ¡Debemos detenerlos!

—No puedes detener a un Uchiha cuando quiere combatir, muchacho. Son obstinados con estas cosas. El amo Sasuke ha sido claro. No volverán hasta que uno de los dos venza o no les queden fuerzas. Lo he oído.

—¡Apártate de mi camino entonces!

Sakura corrió por el pasillo, saltando por encima de formas y cuerpos dormidos para llegar al patio del torneo. El trovador seguía cantando sus baladas sobre fortaleza y amor no correspondido y otras calamidades, y se estaba perdiendo el drama que ocurría frente a sus narices. Sakura cruzó la puerta, saltó los cuatro grandes escalones hasta el suelo de tierra, se levantó y recuperó la compostura.

Oyó el clac del acero contra el acero antes de que viera a los hermanos. La noche estaba llena de lluvia y barro, de lujuria y dolor. Lo notaba, lo sentía, casi lo absorbía. Cruzó el mismo terreno sobre el que había hecho su reverencia victoriosa aquella tarde y se acercó a las antorchas encendidas donde se animaba a los contendientes. Se abrió camino hasta el frente del grupo y se arrodilló para ver cómo combatían los Uchiha.

Sabía lo que sentían. También sabía que no iba dirigido contra el otro, sino contra ella. Lo sabía y no sintió absolutamente nada por ello, excepto un completo y profundo terror. Las espadas no cesaban de atacar, cubiertas de barro y hierba, y más de una vez un gruñido de dolor emergía de uno de ellos. Los escudos, que habían empezado sin una sola mella, estaban ahora repletos de ellas y el vapor emanaba de los cuerpos de los contendientes.

El trovador debía haber perdido a su público en favor del patio del torneo, porque la multitud alrededor de Sasuke y Obito fue creciendo. Sakura tuvo que ponerse de pie para seguir viendo. No quería mirar, pero no podía apartar los ojos de la batalla, ni siquiera parpadear. La lluvia resbaló de sus cabellos hasta sus ojos, hasta su boca, hasta sus orejas, y ella la ignoró. Cada vez que uno de los dos se tambaleaba, contenía el aliento en un rezo silencioso y después daba las gracias cuando el Uchiha caído se levantaba y continuaba.

Entonces todo acabó tan abruptamente como había comenzado. Vio que Obito caía de rodillas demasiado a menudo y al final bajaba la cabeza derrotado. Eso no detuvo a Sasuke. Atacó con su espada uno de los blancos de la exhibición de Sakura hasta que la madera se astilló y se salió de su soporte. Después se volvió y aulló con su gran voz de orador a todo el mundo.

Sakura tuvo que detenerlo. Era la única que podía hacerlo. Lo sabía. Se acercó por su derecha, pero él se volvió hacia ella.

—¡Apártate de mí! —ordenó, apuntándole con la espada al estómago—. ¡No vuelvas a acercarte a mí! ¡Nunca más!

—Sí —contestó—. No lo haré. Se acabó, Sasuke.

Él lanzó la espada al suelo y aunque estaba mojado todos se exclamaron al ver que la clavaba hasta la empuñadura.

—¡No! —Se volvió de espaldas a ella, apartándose los mechones de cabello empapados de la frente—. Esto no ha terminado todavía. ¡Ahora lo acabaré! Ve a ver a mi hermano. No se merece lo que le he hecho. Ya sabes quién lo merece.

Sakura le observó mientras volvía al castillo, empujando a cualquiera lo suficientemente valiente para entrometerse en su camino, y esperó hasta que desapareció detrás de la puerta. La lluvia había vuelto el suelo resbaladizo y el aire resultaba difícil de respirar. También hizo volver a todos los débiles observadores ingleses al calor y la sequedad del castillo.

Sakura se acercó al bulto cubierto de barro que era Obito. Aún no se había levantado y agarraba la espada con manos temblorosas.

—¿Estás bien? —preguntó cuando lo vio allí sentado, recuperando el aliento.

—Has creado un monstruo, Sak.

—Yo no he hecho nada —contestó ella.

—Ya me imaginaba que dirías eso. Es imposible de vencer cuando está furioso. Es por eso que teníamos el cuchillo del dragón. Puede vencernos a todos si le sacamos de sus casillas. Me ha vencido porque estaba motivado para hacerlo y yo no. Él estaba furioso.

—No te ha vencido porque estuviera furioso —dijo ella.

—¿Me lo dices para que me sienta más ofendido?

—No, sólo para que te tranquilices.

—Tiene la fuerza de diez hombres cuando está enfadado, y todavía lo está. No le he cansado bastante. Tal vez si Itachi estuviera aquí podríamos haberlo cansado. Pero yo solo... No tengo ninguna posibilidad.

—Te habría vencido sin rabia, Obito Uchiha, y no lo digo a la ligera —contestó Sakura.

—Ahora me has ofendido. Para castigarte, te condeno a volver a esa cámara de los horrores que has creado con él y enfrentarte a esa ira que dices que no posee.

—No he dicho que no estuviera enfadado. He dicho que te ha vencido sin la ira, y sigo diciéndolo. Usaba su mano izquierda. —Lo dijo con respeto. Había visto lo bueno que era con ella. Se preguntaba si Sasuke era consciente de haberla utilizado.

—¿La izquierda? ¡Maldito sea! ¡Me ha engañado!

—No, sólo ha usado la que tiene más fuerza. Se lo dije yo hace días. Creía que no me había escuchado.

—Ve con él, Sak —dijo Obito, intentando levantarse clavando la punta de la espada en el suelo y apoyándose en ella. Volvió a caer.

Sakura lo miró sin acritud durante un momento.

—¿Dónde está mi traje, Obito Uchiha, y mis puñales?

—¿Se trata de eso? ¿De tartán y cuchillos? —preguntó.

—No, no sólo eso. Es más que eso.

—¿Intentó tomarte y usaste el cuchillo del dragón? ¿Ha sido eso?

—No he usado el cuchillo del dragón —respondió en un susurro.

—Entonces ¿qué es lo que le ha hecho enfadar tanto?

—Que no lo haya usado —contestó ella.

El bulto fangoso suspiró.

—Ve con él, Sak. Muéstrale quién eres. Deja que te tome. Cúrale.

—¡Ningún hombre puede tomarme! ¡Jamás! ¡Y menos un Uchiha!

Él sacudió la cabeza.

—Todavía no lo entiendes, ¿verdad?

—¿Entender qué? —preguntó.

—¿Cuánto quieres? —preguntó Obito, sobresaltándola.

—No entiendo lo que quieres decir —dijo ella.

—¿Cuánto quieres por devolverme a mi hermano pequeño?

—¿Quieres que vuelva, después de la paliza que te ha dado? ¡No puedes ni levantar la espada!

—No me refería a eso —escupió y le salió sangre. Se palpó la mandíbula con una mano—. Quiero decir: ¿cuánto quieres? ¿Cuánto necesitas?

Ella se volvió como si la hubieran picado.

—¡No seré la ramera de ningún hombre! Ni siquiera por Sasuke Uchiha.

Obito meneó la cabeza fatigosamente.

—No quería decir eso. Quería decir: ¿cuánto más crees que va a soportar? ¿Cuánta angustia más necesitas para estar satisfecha? ¿Cuánto más de todo esto, cuando está en tus manos arreglarlo?

—No tengo ese poder. Soy un pobre escudero sin nombre y sin clan. No tengo poder.

Obito estiró el brazo e hizo un gesto.

—Mira a tu alrededor, Sak, ¿qué ves?

Ella miró. Había grupos de hombres acurrucados en porches, algunos hablando, otros señalando. Había barro, un blanco astillado, grandes muros de piedra gris, lluvia torrencial. Ella lo enumeró todo mientras observaba.

Él agitó la cabeza.

—¿Sabes lo que veo yo?

—¿Ves más que eso?

—Sí. Veo muchachos que están tirando de forma diferente con la honda porque un escudero llamado Sak les ha enseñado cómo hacerlo. Veo cuchillos lanzados de forma diferente y con gran precisión debido a un escudero llamado Sak. Veo escoceses rebosantes de orgullo y dándose codazos cada vez que un Sassenach era expulsado del campo, con la dignidad hecha migas, todo por un muchacho llamado Sak. Veo a jóvenes del clan peleándose por la posibilidad de ser escuderos, para poder ser como un muchacho llamado Sak. Veo a un guerrero como mi hermano, de veintiocho años, endurecido por el ejercicio e impecable en la batalla, cambiando su brazo de ataque, todo debido a un muchacho llamado Sak. ¿Ves algo de eso?

Sakura entornó los ojos contra la lluvia y lo miró. Sentía las piernas un poco flojas y no era culpa de la lluvia. Era por lo que le estaba diciendo.

—¿Yo he hecho esto? —preguntó.

Obito sonrió, con los dientes muy blancos en la cara sucia de barro, aunque la lluvia comenzaba a limpiarlo.

—Eso y más, Sak. Existe una parte oscura en ese poder que tienes. Eso es lo que creo. Pienso que Sasuke no es el único que sufre.

—Yo también sufro —contestó Sakura—. ¡Y ninguno de vosotros conoce mis razones!

—¡Ya no me importan tus razones!

—No me quedaré a escuchar otra... —Sakura le dio la espalda, pero él la interrumpió.

—¿Sabes dónde está Aino?

Sakura se detuvo.

—No tengo nada que ver con Aino.

—Oh, en eso te equivocas. Resulta que yo sé dónde está la muchacha, y no será lo que te esperas.

Sakura volvió la cabeza.

—¿Dónde está? —preguntó.

—En mi cama.

Sakura se quedó atónita.

—Pero yo creía que amabas a Temari —protestó.

—El amor y la lujuria son dos cosas diferentes, Sak. Tú las has confundido. Mi hermano también está confundido. Cree que puede saciar su lujuria con la mujer que amo y guardar su amor para la mujer que empiezo a detestar.

—Espera. No he tenido nada que ver con...

—¿No deseas saber por qué está Aino en mi cama?

—Me lo dirás, aunque no desee oírlo. Adelante, Obito, cuéntame.

—Está aprendiendo a ser una ramera.

—¿Qué? —Las rodillas de Sakura estaban definitivamente flojas. Se balanceó—. Pero, ¿por qué? No hay ninguna necesidad de llevar esa vida. ¡Tiene mi protección! Lo saben todos.

—Eso es verdad, muchacho. Tiene la protección del gran campeón escocés, escudero Sak, pero él no la quiere. Oh, no. Él quiere saciar su lujuria con una ramera gorda y vieja llamada Shiseru que tiene la lengua muy larga y profiere incesantes palabras atormentadoras sobre ello.

—No lo sé —siseó Sakura.

—De modo que si su protector quiere una ramera gorda y usada, Aino hará lo que pueda porque quiere lo que tiene Shiseru.

—¡Shiseru no tiene nada de nada!

—Díselo a ellos —dijo Obito.

—No lo sé. ¡Dices que es culpa mía, entonces ayúdame! ¿Cómo puedo cambiarlo? ¿Cómo? No sabía lo que estaba pasando. No quería que esto sucediera. No quería que sucediera nada de esto.

—Está empeorando —dijo Obito suavemente.

—¿Ah... sí? —Su voz apenas era audible, pero él la oyó.

—Sí —contestó él.

Las rodillas de Sakura cedieron y cayó sobre la hierba mojada al lado de él.

—¿Cómo? —susurró.

—¿Quieres a Aino? —preguntó, mirando de soslayo hacia ella—. ¿Quieres llevártela a tu cama?

—¡Esto es asqueroso! —explotó ella—. ¡Y tú lo sabes!

—¿Ah, sí? —preguntó él.

—¡Yo no quiero eso!

—¿No sabes lo que se siente cuando se juega con un pecho con los dientes, no? ¿No sabes cómo se endurecen al chuparlos?

—¡Para! —gritó Sakura, poniéndose una mano en la boca para controlar el asco.

—¿Y de la humedad femenina? ¿Deseas sentir eso cerca de ti? ¿Lo has pensado? ¿Su humedad contra la tuya? ¿Qué?

—¡Para! ¡Para! ¡Para! —gritó Sakura hasta que su voz se quebró y los sollozos llenaron el vacío. Se apretó las manos contra las orejas y aun así parecía que le oía, veía las imágenes, sentía la bilis agitándose peligrosamente—. ¡Para! ¡No puedo soportarlo! ¡No puedo escuchar! ¡No puedo esperar! ¡Odio las imágenes que me sugieres! ¡Para! ¡Te suplico que pares!

Él no dijo nada mientras Sakura se cogía el estómago, se abrazaba y se balanceaba con una sensación de repugnancia.

—¿Por qué me haces esto? ¿Por qué? ¿Por qué, Obito, por qué? No quiero saber. No quiero oír. Antes moriría que pensar en ello. ¿Me oyes? ¡Preferiría morir! ¿Por qué lo haces? —Levantó la cabeza y lo miró, y todo lo que pudo ver fue el horror que él había descrito.

—Entonces verás lo que has hecho a mi hermano —dijo él por fin.

Los ojos de Sakura se abrieron igual que su boca.

—Oh, Dios mío —gimió, y salió corriendo por donde se había ido Sasuke.