CAPÍTULO 25
Sakura llegó a la horrible y angustiosa conclusión de que el plan de Sasuke había funcionado en el preciso momento en que entró con el caballo en el mercado de Oíd Aberdeen, Castlegate. El soberano había estado explicando a todos los que querían escuchar lo importante que eran para él los burgos de Oíd y New Aberdeen. Eran una mezcla de lo nuevo, como el pueblo de comerciantes y pecadores del Dee, conocido como New Aberdeen, y lo viejo. Hogar del obispado de Aberdeen, Oíd Aberdeen había estado allí desde hacía siglos, como la histórica catedral de St. Machar. También había hablado largo y tendido sobre el desarrollo que estaba experimentando Aberdeen. Les indicó el puente que estaban construyendo para salvar el Don, que se llamaría Brig O'Balgownie. Habló de las residencias que se estaban construyendo para albergar a las familias. Habló del comercio y de los negocios que podían hacerse en aquella próspera ciudad de las tierras altas.
Estaba muy orgulloso de la ciudad, y podía estarlo. Tenía más edificios de piedra, más calles y más personas que ningún otro núcleo por los que habían pasado. También tenía un concurrido mercado, conocido como Castlegate, y les advirtió de que no llevaran los caballos en filas más anchas de dos para no perturbar la marcha de los negocios. A continuación, condujo a lo que podrían ser centenares de hombres a caballo por las calles, haciendo que todo el mundo se detuviera a mirarlos con admiración.
Sakura y Sasuke eran la séptima pareja detrás del soberano y señor, y acababan de pasar bajo un gran arco de madera cuando su estómago se movió literalmente. Se lo tocó con ambas manos y esperó. Cuando lo hizo de nuevo, se miró las manos y vio que le temblaban.
«No podía ser». Si bien era cierto que tenía el vientre un poco hinchado, pensaba que era por falta de ejercicio. Excepto la actividad amorosa de día y de noche con Sasuke, no había hecho ni levantamientos, ni estocadas, ni flexiones desde hacía semanas. También había comido más de lo que solía. Todo ello había contribuido a hacer que engordara un poco, pero no tanto como para preocuparla.
Su estómago se agitó por tercera vez y ella abrió mucho los ojos por el impacto, el asombro y una sensación de culpabilidad horrible, todo al mismo tiempo.
«¡Dios del cielo, llevo un hijo bastardo de un Uchiha!», pensó. Pero no se lo cuestionó. Lo sabía. Sin embargo no podía permitir que nadie más lo supiera. Sobre todo el hombre que cabalgaba a su lado y contemplaba todas las mercancías expuestas, con los ojos alerta y observadores y un peculiar gesto en los labios. Sakura volvió a coger la crin del caballo, sorprendida de llevar todavía las riendas y de que Sak, el caballo, hubiera seguido caminando con las riendas tensas como ella las tenía.
—¿Sak?
Sasuke puso su caballo más cerca del de ella, hasta que los tobillos se rozaron con cada paso de los caballos.
A ella se le tensó la mandíbula, miró fijamente hacia el frente y lo ignoró.
—Sé que puedes oírme. El soberano va a preparar una demostración esta noche de la que se hablará durante años.
Ella volvió la cabeza ligeramente, pero se negó a mirarlo. «¡Me has hecho un hijo!» Sabía que su cara la delataría. «¡Peor aún, me has hecho hacerlo! ¡Has dado a uno de los últimos Haruno sobre la tierra un Uchiha!»
Las manos todavía le temblaban y las colocó sobre la silla para disimular.
—¿Qué pasa? —dijo Sasuke.
—Esa demostración... ¿no será difícil?
—¿Difícil? Para mí, sí. Para ti... nada es difícil. Para ti será coser y cantar. Utilizará fuego.
Entonces ella lo miró, pero no pudo sostener su mirada. Era demasiado inmenso, demasiado amoroso y demasiado ineludible.
Se le tensaron las manos.
—¿Fuego? —preguntó, porque Sasuke parecía esperar algo de ella.
—En el sentido de flechas encendidas, puñales con hilo de pescar encendido, cosas así.
—Yo no tengo puñales así.
—Lo sé. Los ha encargado.
Sakura se obligó a concentrarse.
—¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque Escocia no es sólo un país. Es inmensidad, belleza, contradicción y orgullo. El soberano quiere despertar sus sentidos, inflamar su orgullo y convencerlos de las posibilidades de todo lo que puede ser un escocés. Quiere que tú prepares el escenario para que él pueda hablar.
—¿Qué es una escocesa entonces? —preguntó ella.
Él respiró hondo un par de veces. Ella lo oyó.
—Eso y más, por supuesto. Ella es el recipiente que engendra y pare el futuro, con cada hijo que da a luz. Mira a tu alrededor, Sak. ¿Ves el futuro?
Ella veía perfectamente el futuro. Era triste. Había un Uchiha bastardo parido por una mujer Haruno, que se hacía pasar por el legendario escudero Sak. Injuriarían al soberano, se burlarían de él y le vilipendiarían por todas las islas británicas, no sólo en Escocia. Se agitó en la silla.
—Sí —contestó por fin—. Lo veo.
—¿Qué me dices de la emoción que nos depara? ¿La sientes? Yo sí, y está aquí en esta hermosa ciudad. Como el pulso de Escocia. Fuerte y rápido. Intenso y viril. Fresco y puro. ¿No sientes todo esto tú también?
«¿La emoción?», se preguntó. ¿Qué sentía ella? Temor. Odio. Tristeza. Miedo. Terror. Angustia. Extrañeza. «¿Cuál de estas emociones se supone que debo sentir, Sasuke Uchiha?», se dijo. No sería el último nacido de los Uchiha el que afrontara los mortificadores resultados de su acoplamiento. No, se pavonearía como un pavo real, con el pecho hinchado y con el orgullo intacto. Sería el último nacido de los Haruno que tendría que vivir con la humillación y la vergüenza, que crecería y se haría más visible cuanto mayor fuera el niño.
¡Dios, cómo odiaba ser mujer! Especialmente en ese momento. No quería tener nada que ver con ese niño. Tenía una misión por cumplir y después estaría lista para lo que la vida le deparara. Llevar a un Uchiha en el vientre mientras ella mataba a otro no formaba parte del plan. No sabía si podría soportarlo. Sabía que no era justo que tuviera que hacerlo y que era culpa de Sasuke Uchiha, ¡maldito sea!
—¿Estás bien? —preguntó Sasuke a su lado.
—¡Apártate de mí, Uchiha! —gruñó, guiando a su caballo a un metro de distancia de él.
Los ojos negros medianoche la miraron furiosos el tiempo que ella pudo sostenerle la mirada, y después ella se alejó. Él siempre podía ver demasiado con su intensa mirada. No permitiría que viera esto. Lo afrontaría como lo afrontaba todo: sola. No creía que pudiera volver a hablar con Sasuke Uchiha nunca más.
El campamento del soberano ya estaba en marcha y casi del todo montado cuando el séquito llegó allí. Estaban acampados en el valle que conectaba los dos burgos y todo lo lejos que podía alcanzar la vista había tiendas formando un círculo enorme alrededor de un epicentro que contenía un enorme chisme cónico. Sakura se quedó sobre el caballo llamado Sak y miró hacia la pequeña colina que estaban construyendo con troncos y hierba.
—¿Qué es eso, Sasuke? —preguntó.
Él sonrió cuando ella lo miró. Probablemente porque su curiosidad le había obligado a olvidar su propio juramento de silencio. Había algo más en su expresión y a ella le dio miedo descifrarlo. Era amor y cariño.
—De entrada, diría que es un escenario. Dado que yo mismo he ayudado a imaginarlo y diseñarlo, diría que sin duda es un escenario. Vamos. Tengo mucho que hacer hoy.
Entró en el campamento sorteando las tiendas hasta que llegó a la suya. No le pidió a Sakura que lo siguiera. Simplemente cogió las riendas de su caballo y la guió. A Sakura no le importó. Estaba mirando la tarima que habían montado y vio que estaba al menos tres pisos por encima del suelo.
—No te preocupes, Sak. Eso es pino escocés, con buena piedra escocesa en el interior y pesada turba escocesa encima. No hay madera más resistente ni materiales mejores en la tierra. Podría sostener a doce hombres si hiciera falta, no sólo tu ligero peso. —Se detuvo un instante antes de seguir—... combinado con el mío, por supuesto, como debe ser.
Sakura volvió la cabeza, sobresaltada.
—¿Qué has dicho? —preguntó.
—Que estaré allí contigo. A tu lado. Preparando las flechas, entregándotelas. Me ocuparé de que nadie, aparte de la flecha, se prenda fuego. Estaré allí, Sak, como siempre. ¿Estás segura de no haber cogido alguna enfermedad?
Ella tragó la humedad instantánea que siempre se le formaba en la boca por él. Por un momento, cuando había mencionado la suma de sus pesos, había creído que adivinaba lo del hijo. Se iría a la tumba antes de reconocerlo, y era culpa de él que ahora tuviera que suceder antes y no más tarde.
Se tragó toda la emoción que le causó aquella idea. No le daba miedo morir. Le daba más miedo vivir. Al menos, siempre había sido así antes.
—Tienes la cara roja, escudero Sak. ¿Tienes fiebre? ¿Escalofríos? ¿Te duele el estómago?
Ella abrió más los ojos y lo miró furiosa.
—Nunca estoy enferma.
—Es cierto. Ya hemos llegado. Ven, escudero Sak. Ponte la ropa de la demostración. ¡Tú, ven! —Llamó a un hombre del clan—. ¡Mándame al escriba Hishaku! Dile que necesito mandar un mensaje a mi hermano Obito.
—¿A Obito? ¿Por qué hacerle llamar? Está con su esposa Temari en Argylle —dijo Sakura para sí misma al entrar en la tienda—. Tiene un feudo que gobernar para el clan Argylle e hijos legítimos que crear para que sigan sus pasos.
La voz de Sakura fue muy baja y amarga cuando acabó. Sólo esperaba que no la hubiera oído. Se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y sacó un puñal que se le había escapado del calcetín y le estaba rozando el tobillo. Después levantó la cabeza.
Sasuke se quedó en la puerta, sosteniendo la tela sobre su cabeza y mirándola con tanto cariño en los ojos que la mano con que sostenía el puñal le tembló.
—Obito no está con su esposa. Él y el clan Uchiha cabalgan dos días por delante del rey. Siempre ha estado ahí. Es él quien marca los lugares donde acampa, y es su responsabilidad agasajar a los que le escuchan, hablar sobre el rey y el escudero que cabalga con él.
—¿Ah, sí? —preguntó ella.
—Sí. No soy el único Uchiha dotado con esta gran voz. Obito la tiene igual de fuerte. La utiliza para contar a todos los que le escuchan la llegada de la futura Escocia, y los anima a que la esperen. ¿No te has preguntado nunca de dónde salen las multitudes que nos esperan en todas partes?
—Creía que se corría la voz. —Por algún motivo, se sintió más desfallecida con la noticia, si eso era posible. Ella estaba retrasando la justicia de su clan por la gloria de una Escocia unificada, algo a lo que el destino la había obligado, y ¿ahora descubría que estaba todo orquestado?
—¿Correrse la voz? Es bastante cierto. Por la voz de Obito. Puede que sea más fuerte que la mía. Es una sorpresa, veo.
—Sasuke... —empezó a decir ella.
Él sonrió, cerró la puerta de la tienda y entró.
—También tiene la misión de asegurarse de que habrá suficiente comida a punto y suficiente caza para alimentar a todos antes de que lleguen. Nosotros no tenemos tiempo para hacer esas cosas. Debemos hablar a las masas.
Ella bajó la cabeza y arqueó las cejas.
—Muy bien. El rey ha de hablar. Tenemos que llamar la atención.
Sakura apretó la mandíbula.
—De acuerdo, deja de mirarme así. El escudero Sak tiene que llamar su atención, pero su amo, Sasuke Uchiha está a su lado. Un escudero no puede ser un escudero sin su amo.
Sakura lo miró un momento, y fue difícil ignorar su gran sonrisa y el brillo burlón de su mirada. Volvió a mirar al suelo. No quedaba nada divertido o gracioso en el mundo. Nunca lo había habido. «¡Maldito Sasuke Uchiha y sus ganas de jugar!», pensó.
—Pero si acaba de casarse —susurró Sakura.
—Sí, pero tuvo un día y dos noches con su esposa para demostrarle su amor y dejar su semilla. No como yo. Creo que yo soy el afortunado.
—¿Quieres dejar de hablar así y ponerte serio?
Él se sentó con las piernas cruzadas frente a ella y esperó. Sakura tuvo que mirar. Era lo que él estaba esperando.
—Hay demasiada muerte y odio y dolor y seriedad en el mundo, Sak. Aunque no pueda evitarse y tenga su lugar, también debe haber tiempo para las alegrías de la vida. Es lo que intento enseñarte. Me gustaría pensar que te he mostrado algo de ellas. Doblaría mis esfuerzos si no creyera que podrías matarme.
Ella contuvo el aliento.
—Sasuke Uchiha —dijo, con la que esperaba que fuera su voz más severa.
Él suspiró ruidosamente, haciendo subir y bajar el pecho.
—Oh, muy bien, escudero Sak. Eres la persona con menos sentido del humor que conozco. No soy feo. No soy débil. Me conocen en todas las tierras altas como un hombre muy sano. Cualquier padre me querría como marido de su hija. Eso me han dicho. Podría haber tenido todas las mujeres que se mueren por atisbar mi sonrisa, por una mirada insinuante, la posibilidad de apretar su cuerpo contra el mío y recibirme. Vaya, podría haberme enamorado de docenas de mujeres que se divierten jugando tanto como yo... pero no. He tenido que elegir a la mujer más seria del mundo. Muy bien. ¿Qué deseas saber?
Ella miró esos ojos negros medianoche y no pudo encontrar el más mínimo pensamiento en su cabeza. Todo voló. Entonces él sonrió y la avalancha de emociones en su cabeza fue tan rápida y perversa que estuvo a punto de devolverle la sonrisa, a pesar de que le odiaba por lo que le había hecho. Abrió mucho los ojos y en ese momento el bebé con el que ya estaba tan unida decidió hacer acto de presencia de nuevo agitándose ligeramente.
Sakura contuvo el aliento, agradeció a los cielos la expresión asombrada que ya tenía y rogó que no se le notara el impacto.
—Obito sabe que tendrá a Temari el resto de su vida. Es el regalo que tú les hiciste. Pero ella no puede viajar con nosotros. Ha tenido una educación demasiado mimada y es demasiado débil. Esperará su regreso. Él lo sabe.
—¿Qué...? —Sakura tartamudeó.
—Creía que habías preguntado por Obito. Creía que tu pregunta era que te había sorprendido que fuera por delante del rey y no estuviera en el castillo de Argylle esperando poner un bebé en el vientre de su esposa. Creía que querías saber por qué.
Se le encendió el rostro.
—Obito es escocés, Sak, y aunque le gusta jugar tanto como a cualquiera también tiene una gloriosa voz de orador. Utiliza su talento para lo mismo que nosotros usamos los nuestros... para crear una nueva vida.
—¿Qué...? —tartamudeó otra vez, y sintió una reacción de sofoco al mismo tiempo.
«¡Lo sabe!» pensó, con lo que sólo podía describirse como pánico.
—Una nueva vida para Escocia y para su pueblo. Obito no me dejará quedarme con toda la gloria. Además, está pagando una deuda.
—¿Le debe algo al rey?
—No. No es esa clase de deuda. Oh, aquí está el escriba Hishaku. Mírale, Sak, con rollos de pergamino bajo el brazo, plumas detrás de las orejas y manchas de tinta en todos los dedos. Sus servicios están tan solicitados que yo le liberé hace dos lunas para que pudiera hacer esto. Estoy impresionado, escriba Hishaku, ¿qué es eso? Vuélvete. ¿Una trenza?
El muchacho se ruborizó, se dio la vuelta y giró sobre sí mismo. Sakura le miró hacerlo. Era verdad. No tenía los cabellos muy largos, pero los que tenía estaban trenzados y el extremo metido bajo la camisa. Sakura miró a Sasuke a los ojos y cuando él asintió apartó la mirada.
—Todos desean parecerse a mi escudero. Quieren ser mi escudero. Por qué será. Debo de ser un amo maravilloso.
Sakura gruñó burlonamente, junto con Hishaku, quien se arrodilló al lado de ellos. Tenía un pergamino desenrollado sobre las rodillas, una pluma a la espera y una expresión seria en el rostro. El muchacho había cambiado mucho desde la competición de honda en la feria, se dijo Sakura observándolo.
—¿Deseáis que escriba un mensaje, señor Sasuke?
—Escribe un mensaje para Obito. Dile que ha llegado el momento. Dile que le quiero en dos días en la catedral de St. Machar y que debe traer todo lo que especificamos. ¿Lo tienes?
—Sí. —El muchacho estaba concentrado escribiendo. Sacó la punta de la lengua por un lado de la boca mientras se afanaba. Sakura se dio cuenta. Estaba claro que tenía destreza lanzando piedras, pero también parecía ser un excelente escriba. Le extrañaba que Sasuke lo hubiera sabido y se preguntó por qué le extrañaba tanto. Siempre parecía saberlo todo.
—¿Tienes cera para el sello? —preguntó Sasuke.
Hishaku asintió, se puso de pie y salió de la tienda. Sakura lo miró salir. «¿Cera?», se preguntó. Volvió enseguida, con una mancha pequeña de color amarillo mate en el extremo del pergamino. Sasuke cogió el broche del dragón que llevaba en el tartán, se lo quitó y lo presionó contra la cera. Sakura lo observó todo, incluido el resultado final.
—¿Creías que los broches sólo servían de adorno, escudero? —bromeó Sasuke.
—No conocía esta utilidad. Es magnífico. Será por eso. Sólo los nobles lo necesitan.
Él frunció el ceño y levantó el dragón para mirarlo.
—Dame el cuchillo del dragón —dijo.
El escriba Hishaku emitió un sonido respetuoso cuando ella lo sacó y lo dio a Sasuke. Sakura había olvidado lo impresionante que era el cuchillo. Sasuke lo miró a la luz, miró el broche y volvió a mirar la hoja. Después miró a Hishaku.
—¿Puedes dibujar otro blasón, escriba Hishaku?
—¿Dibujar? —preguntó atónito el muchacho.
—Sí —continuó Sasuke—. No un dragón, sino dos. Entrelazados, como la empuñadura de este puñal. ¿Ves cómo las colas se enlazan, convirtiéndose en un todo? ¿Lo ves?
El muchacho asintió.
—¿Lo puedes trasladar al papel? ¿Puedes dibujar un sello?
—Pero tú ya tienes un sello, Sasuke —comentó Sakura.
La miró por encima del cuchillo y la espalda de Sakura se puso rígida por lo que le hizo sentir. Entonces supo exactamente de qué hablaba antes en Aberdeen. Fue duro y rápido. Fue fuerte y viril. Fue fresco y puro. Los oídos le rugían con cada latido del corazón. Levantó el cuchillo del dragón. Ella lo cogió.
—Es cierto —contestó, y miró otra vez a Hishaku—. ¿Y bien? Querría ver el resultado mañana. Ahora vete. Tienes que pensar en el dibujo y hacerlo. Debo supervisar el escenario. Mi escudero debe descansar. Necesita descansar. Su puntería debe ser precisa y sin fallos esta noche. Para eso necesitará descansar. ¿Puedes hacerlo, escudero Sak, o necesitas que me quede para asegurarme de que descansas?
Ella entornó los ojos al mirarle.
—No necesito descansar. Soy tan capaz como siempre.
Él sonrió y se incorporó.
—Venga, escriba Hishaku. Lo que dice el escudero es que no puede dormir si estamos sentados en su zona de dormir, en este suelo. ¿No es eso lo que querías, Sak?
—Sasuke... —empezó a decir ella, con su tono más amenazador.
—Eagan se quedará en la puerta de tu tienda, escudero Sak. Él procurará que nadie te moleste hasta que llegue la hora. Intenta dormir. Lo necesitarás. La representación de esta noche lo exigirá. Te lo garantizo.
Le guiñó un ojo al salir, soltando la puerta de la tienda para que se cerrara, y, aunque entonces ya no la podía ver, ella clavó igualmente el cuchillo del dragón en el poste, detrás de él.
