CAPÍTULO 26

Sakura se quedó en la pieza cruzada en lo alto de un marco de celosía y esperó. La habían vestido con un feile-breacan diferente esta vez. Los hilos de lana eran más gruesos y estaban cardados con más suavidad de lo que había visto nunca, antes de tejerlos con el estampado de los Uchiha. Habían mezclado hilos de plata pura entre ellos, que proyectaban latigazos de luz cada vez que se movía. También era más abrigado. Casi suficientemente abrigado para que dejara de temblar.

Llevaba una túnica interior del lino más suave junto a la piel, una camisa que era una obra maestra del bordado, con hilos de plata en las mangas cortas y anchas y sobre los hombros, donde se convertían en dos dragones al llegar a la espalda. Llevaba las muñequeras de plata, el cinturón de plata en la cadera y cinta de plata tejida en la trenza. La riqueza de su atuendo la había asombrado cuando se vistió, y todavía la asombraba.

Tenía a un lado el largo arco al que también le habían incrustado plata. Era un escudero de los Uchiha, y éstos estaban orgullosos de ello. Cada centímetro de su cuerpo estaba cubierto así para demostrarlo, hasta las gruesas botas nuevas que llevaba en los pies y los calcetines azul oscuro en las piernas. Casi había llorado cuando se había vestido antes con la ayuda de Sasuke, quien por una vez no jugaba sino que le colocaba con reverencia cada pieza de ropa en el cuerpo sin dejar de mirarla todo el rato.

Era como debía ser, suponía. Era la ramera de un señor Uchiha, llevaba un bastardo Uchiha y ella estaba aportando gloria al clan Uchiha más de lo que habían imaginado nunca. Podría estar vestida de la cabeza a los pies con los colores y la riqueza de los Uchiha.

Sin embargo, para ser una Haruno con intención de venganza, era un fracaso abyecto.

Había una hilera de treinta y nueve puñales colocados en el borde del cono de turba. Habían trenzado hilo en todas las empuñaduras, en un extremo, y en el otro, en la parte alta del escenario, el hilo colgaba formando lazos. Cada hilo había sido empapado en brea hasta que quedó casi negro, y hacía que el recinto apestara. Todavía se maravillaba con el optimismo de Sasuke con respecto a que esa parte de su plan funcionaría.

Habían puesto un hombre del clan Uchiha en cada uno de los cuarenta árboles, sosteniendo un blanco, con un cubo de musgo al lado. Los blancos costaban de ver, incluso para los que sabían que estaban allí. Sasuke se los había señalado. También le había enseñado el pedazo de plata que habían fundido, vertido y después aplastado en el centro de cada blanco, para que ella tuviera una visión clara cuando el hombre del clan lo moviera, haciéndolo brillar para ella.

Lo único que faltaba era encender las hogueras en los cuatro extremos del escenario. También había una plataforma elevada. En el claro más grande, directamente de cara al burgo de Oíd Aberdeen y con una clara visión de las montañas, estaba la tarima donde el soberano esperaría. Era la que ella debía acertar con cada uno de sus puñales.

—¿Preparados, muchachos?

Eagan susurraba demasiado fuerte para esa clase de representación, pero Sasuke necesitaba a alguien que sostuviera la antorcha bien alta para que él pudiera coger y empapar cada flecha y después dársela a ella. Sakura miró hacia abajo, donde Sasuke estaba montado sobre dos vigas cruzadas, sosteniendo el peso de su acrobática posición con las rodillas. Sakura no daba crédito a la tarea que se había impuesto a sí mismo. Tenía que agacharse, coger una flecha, incorporarse y dársela a ella. Después tenía que agacharse otra vez, coger otra flecha y una vez más. Hasta cuarenta veces.

Después tenía que levantar la antorcha para encender el hilo. Era tan asombroso como imposible. Sonrió. Se recordó a sí misma que necesitaba una lección sobre equilibrio.

Miró al campo. Estaban encendiendo las hogueras. Sólo tenía que esperar a los gaiteros. Si miraba, podía ver acres de personas llenando todo el espacio del claro y todas las cuestas de las colinas de atrás.

Empezaron a sonar las gaitas.

—¡Ahora, Eagan!

El plan funcionó como un reloj. Sakura se colocó en lo alto de la plataforma, iluminada por las hogueras, y corrió un murmullo al verla. Entonces ya tenía una flecha en la mano. Se situó bien en el suelo, apuntó al destello del árbol y mandó una llama en arco hacia él. En cuanto la oía dar en la madera, tenía otra flecha en la mano. Apuntaba y daba en el siguiente blanco. Otra flecha, otro blanco. Los vítores se iniciaron en el cuarto y eran ensordecedores en el décimo, pero ella no oía nada más que el latido de su corazón.

Cuando el círculo alrededor del recinto estuvo rodeado de fuego en las copas de los árboles, empezó a lanzar los puñales. Sasuke quería que el fuego alcanzara el escenario antes de que los Uchiha en los árboles sacaran sus blancos con el suministro de musgo húmedo.

Sakura levantó la hoja más alejada, a la izquierda, y la colocó a la izquierda del talón del soberano. Después lo fue rodeando metódicamente en forma de anillo. Mientras, Sasuke estaba detrás de él, de rodillas para que no le vieran, con toda su resoplante solidez. Tocaba las partes embreadas del hilo con la antorcha antes de marcharse, desapareciendo para devolver la antorcha a Eagan y salir del cono sin que nadie lo viera.

Sakura vio que el fuego avanzaba por las líneas, donde ella lo había colocado, iluminando perfectamente al rey Robert y obteniendo un clamoroso aplauso, que hizo temblar la tierra.

—Es hora de irse, Sak. Ven.

Tenía la mano resbalosa y Sakura se agarró a su muñeca, y él a la de ella. La hizo bajar de la tarima sin incidentes y después salieron. Sakura no fue consciente del alcance del reino fantasmal en que había participado hasta que él la llevó a los árboles de detrás de las tiendas y ella aspiró aire fresco, helado, sin un atisbo de humo.

—¡Dios Santo, ha sido glorioso! —Sasuke la levantó y la hizo girar en un círculo completo, en voz alta. Ella no lo detuvo porque el ruido todavía seguía detrás de ellos, procedente del claro en medio de las tiendas.

—Ven, mi amor, no debemos ensuciarnos. ¡Tu noche acaba de empezar! Dame la mano.

No corrían exactamente, pero ella sintió una punzada en el costado antes de llegar al centro de unas piedras dispuestas de una forma curiosa. Entonces Sasuke le soltó la mano y esperó. Sakura echó un vistazo. Había niebla serpenteando entre un pequeño círculo de pilares que no estaban tallados, pero tampoco eran naturales. Echó un vistazo, vio la luz de la luna iluminando la niebla, dándole un aire translúcido, y después miró a Sasuke.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Lo construyeron los antepasados. Es un lugar de culto. Creí que era adecuado.

—¿Para qué? —volvió a preguntar.

Dio un paso hacia ella, perturbando la niebla con el movimiento.

—Para el culto —respondió, él bajito.

—Creo que no deberíamos estar aquí —dijo, dando un paso atrás cuando él se acercó para mantener un brazo de distancia entre ellos.

—Oh sí, sí debemos. Te he traído aquí por algo, Sakura, y esa razón sigue existiendo.

—Sasuke... —empezó a decir, pero él la interrumpió.

—Nunca me dejas enamorarte con palabras. ¿Por qué haces eso?

Dio otro paso y ella retrocedió.

—No sé a qué te refieres —contestó.

—Permites que mi cuerpo te adore, pero no permites que lo haga mi corazón. Me gustaría saber por qué.

Otro paso. El paso correspondiente atrás.

—No paras de hablarme de amor, Sasuke Uchiha. He escuchado tus palabras continuamente.

—Es verdad que las he pronunciado. Pero tú no has escuchado.

—¡Lo he hecho! No tenía alternativa.

Dio otro paso. Ella tropezó con una columna y se sobresaltó con el contacto.

—Entonces, ¿por qué me temes? ¿Por qué te apartas de mí? Sabes que no haría nada que te perjudicara.

—Estar cerca de ti me hace daño, Uchiha.

Él dio el paso que lo situó directamente frente a ella, y ella ya no podía escapar.

—El soberano no nos necesitará durante los meses de invierno. Llegará la nieve. La gente no se arriesgará al frío y la lluvia para escucharle, y él no se arriesgará para hablar. El invierno será todo nuestro, Sakura. Habrá una unificación de los clanes, no habrá presentaciones, ni demostraciones, ni tiendas. Sabes que es verdad. El invierno es todo nuestro, Sakura. Tuyo y mío.

—¡No sé nada de nada!

Él fue a cogerla, pero ella se escabulló alrededor del pilar, fuera de su alcance. Ahora estaba detrás de ella, pero otra vez a un brazo de distancia.

—No sé por qué te resistes. Sabes que estoy hecho para ti. Sabes que estás destinada a mí. Lo sabes.

Sakura se estremeció, por el frío de la niebla o por sus palabras. No quería tener que descubrir cuál era la razón.

—... y sin embargo te resistes —acabó.

—Hice un juramento, Uchiha. No me tomo mis juramentos a la ligera.

—Ni yo los míos —respondió, dando un paso hacia ella.

Sakura retrocedió uno otra vez.

—Pero tus juramentos se hacen demasiado a la ligera. Juraste un cambio. Juraste darme un hijo. Juraste hacerme tu esposa y no tener otra mujer. Juraste amor eterno y que me harías encontrar el mismo amor a mí. Juraste cambiar el mundo. Juraste que el amor lo cambiaría todo. Juraste que me ayudarías a acabar con el horror de mis sueños. Juras una cosa u otra cada día desde que estoy contigo por propia voluntad. ¿Cuál de estos votos te tomas en serio, Uchiha? ¿Cuál?

Dio otro paso y ella retrocedió y tropezó con otro pilar, sobresaltándose. Creía que ya habían salido del recinto circular. Él acortó la distancia, le puso una mano a cada lado del torso, se inclinó hacia ella y apoyó la nariz en la suya.

—Todos —respondió.

El hijo que llevaba en el vientre respondió por su cuenta, porque se agitó con más fuerza de lo que podía soportar su corazón. Contuvo el aliento y después los sólidos y blandos labios de Sasuke tocaron los suyos. No para exigir, no para tomar, no para seducir, sino para adorar, como había dicho.

Sakura suspiró, levantando las manos hacia el torso de él, para apartarlo o para apoyarse, no lo sabía.

—Quítame el broche del dragón —susurró él contra la carne del labio inferior de ella—. Quítamelo, Sakura. Ahora. Quítame el broche. Ahora. Hazlo.

Las manos de ella ya estaban ocupadas con el cierre y ni siquiera notó la diminuta punzada de la aguja cuando la cogió con la mano.

—Ahora tíralo. Baja la mano y tíralo.

La voz de él era seductora y grave y le rozaba la mejilla mientras deslizaba los labios hacia su oreja. Ella abrió la mano y entonces sintió, más que oyó, que el broche caía al suelo junto a sus pies.

—Ahora mis puñales. Coge cada uno de los puñales y tíralos con la hoja hacia abajo. Después desabróchame el cinturón. Lentamente. Empieza, Sakura, ahora.

Tenía el lóbulo de la oreja en sus labios y estaba penetrándola con la lengua. Ella arqueó el cuello para facilitárselo. Tenía la boca abierta para respirar mejor y lo que le hacía la volvía torpe por los temblores de las manos. Sintió que él le quitaba el broche de plata y lo dejaba caer, le quitaba el cuchillo del dragón y lo dejaba caer con la hoja hacia abajo.

—El cinturón, Sakura. Desabróchame el cinturón. ¡No! No mires. —Esto lo dijo porque ella había movido un poco la cabeza como si quisiera mirar—... con el tacto. Siente el cierre de metal. Desabróchalo. Ahora, Sakura, ahora.

Él estaba haciendo lo mismo con sus manos, mientras hablaba, sin mirar a ninguna parte. No podía. Estaba deslizando los labios por el cuello de ella, chupándole ligeramente la piel, hasta que llegó al hombro y allí le lamió la piel, y con el movimiento empujó la camisa bordada hacia un lado.

—Desenvuelve el feile-breacan. Empieza por detrás. Tira de los frunces, suéltalos, déjalos caer. Hazlo, Sakura... ahora.

Sus manos eran tan hipnóticas como su voz y ella podía sentir su propio kilt desenvolviéndose, acariciando la parte trasera de sus piernas antes de caer a sus pies.

—Ahora la blusa. Desabróchame los botones. Donde yo tengo botones el tuyo está atado con cinta de plata. Muy diferente. Muy parecido. Siente los botones, Sakura. Duros. Resbaladizos. Suaves. Deslízalos por el ojal. Hazlo, Sakura. Hazlo, ahora.

No sentía los dedos como si fueran suyos, y parecían torpes. Sin embargo él no tenía ese problema; tenía los lazos deshechos y se estaba atando el pelo con la cinta antes de que ella terminara de desabrocharlo.

Se estremeció.

—Hace frío, Uchiha —susurró ella.

—Oh no, no hace frío. Estás conmigo y no puede hacer frío. Hace calor... mucho... calor. —Abrió la boca por completo y exhaló un aliento cálido en la boca de ella. Después lo hizo otra vez, moviendo la boca hacia la nuca, acariciándole los hombros con su aliento. A continuación fue hasta la base del cuello, lanzando calor a toda la piel expuesta y calentándola hasta el corazón—. Es así porque estoy aquí, Sakura. Estamos aquí. Estamos juntos. Somos uno. Para siempre. Eso también lo juro.

Ella lanzó un gritito de rechazo, pero él la hizo callar insistiendo con los labios en su garganta, donde el sonido necesitaba movimiento para salir.

—Ahora no te muevas, Sakura, mi amor. Cierra los ojos y no te muevas.

Ella cerró los ojos como le había dicho y se recostó en la piedra fría de la espalda. Hubo un rozamiento de tela, el sonido de un movimiento y después su aliento otra vez contra la oreja.

—Ahora ábrelas lentamente, Sakura, cielo. Lentamente. Deja que hable la luz de la luna. Ahora lentamente. Lentamente.

Él bajó la cabeza un segundo, con los ojos negros y mandando las mismas sombras a sus labios. Morgan miró por encima de él, hacia las sombras que se tallaban en la hendidura de la barbilla, moldeando los montículos de su pecho, los gruesos tendones de sus brazos y hombros... las caderas.

Sakura entornó los ojos y miró, y siguió mirando. Sasuke era un ser de claro de luna y niebla, destacado por uno, acariciado por la otra. Sabía que era hermoso. Pero no sabía cuánto. Era absolutamente maravilloso. Sus labios se abrieron para jadear. Sasuke no tuvo que decir palabra.

—Fui creado para ti, Sakura. Tú, y sólo tú. Adelante, mira. Esto es todo lo que soy, y todo lo que soy es tuyo... ahora y para siempre... tuyo.

El grito que dio procedió de las profundidades de su alma y emitió un sonido herido que no podía negarse. Sabía que Sasuke lo notaría, pero no puedo impedirlo. Sin embargo, él no respondió. Simplemente se acercó más, casi tocándola, pero no del todo, y empezó a respirar un aliento cálido en su cuello, sus pezones, en las profundidades de ella.

—¿Sasuke? —susurró—. Esto es muy raro. No comprendo...

Le puso un dedo en los labios y la silenció fácilmente, porque las rodillas de ella se agitaron hacia delante en el instante en que la carne de él tocó la suya. Después él estaba arrodillado frente a ella, levantando el dobladillo bordado de la camisa y llevándoselo a los labios.

Sakura tuvo que cerrar los ojos para detener las lágrimas. Tuvo que respirar hondo tres veces antes de tenerlas bien controladas. Cuando volvió a abrirlos, él estaba de pie, subiéndole la blusa hasta que se la pasó por la cabeza. Ella no se dio cuenta de que se había llevado la túnica interior también hasta que el aire frío de la noche le tocó la carne desnuda por completo. Sakura se movió inmediatamente para taparse, con un brazo frente a los pechos, el otro sobre la entrepierna, en el gesto más femenino que había usado jamás. Sasuke no la detuvo, pero él estaba a su lado otra vez, echándole encima su aliento cálido y esperando.

—Oh, encantadora Sakura. Hermosa, femenina Sakura. Ven, Sakura, amor. Tócame. Pon tus manos sobre mí. Ven y tócame por todas partes. Toca mi vientre, mi pecho, mis brazos y moldea tus dedos a ellos. Hazlo, Sakura... ahora.

Su voz era más hechizante que antes, y entonces acercó su boca lo suficiente a la de ella para notar el espacio entre los labios. Cerró los ojos, se estremeció e hizo lo que le había dicho él, mover las manos que la cubrían para cubrirlo a él.

—Soy el más grande de mi familia, Sakura —dijo a su boca, con el aliento más cálido que nunca. Ella sintió su respuesta claramente hasta la punta de los pies—. Soy el más fuerte. Soy el más guapo. Soy el más querido por las mujeres. No digo estas cosas porque sí, o para pavonearme. Lo digo porque es verdad.

Sus manos estaban amasando todos los bultos, huecos y músculos de su abdomen, después hasta el centro de su pecho, sus dedos le acariciaron los hombros y los brazos, llenándose las palmas de las manos con los tendones y músculos de sus brazos.

—Y lo digo porque ahora sé por qué. Me hicieron así para que pudiera ser lo bastante hombre para merecer ser tu compañero.

Nuevas lágrimas llenaron sus ojos y ella tuvo que respirar con dificultad, lo que no le fue de gran ayuda. Sakura sintió que la humedad corría por sus ojos y sus mejillas, y no podía hacer nada por evitarlo.

—¿Sientes todo lo que es único para mí, Sakura? ¿Todo lo que es tendón y músculo, carne y sangre, calor y pasión, amor y dolor, pena y alegría? ¿Notas la vida que hay dentro de mí?

Ella asintió.

—Así es como me siento contigo y así es como tú te sientes conmigo. Te toco y siento nuestra identidad, Sakura. El corazón del guerrero que late dentro de ti es el compañero del mío. Estoy frente a ti no como tu amante, Sakura, ni siquiera como un escocés, estoy frente a ti como el compañero que Dios te ha dado.

Ella abrió los ojos.

Sasuke retrocedió, aunque él no podía haber visto su reacción. También cerró los ojos. Sus manos se dirigieron al vendaje, lo deshicieron y lo dejaron caer al suelo. Después se puso a deshacerle la trenza. No quedó satisfecho hasta que la deshizo toda, agitó los cabellos para que cayeran en cascada sobre sus hombros, separando los mechones con un movimiento de fricción de los índices y los pulgares. Sakura lo miró, y no se movió para nada en todo el tiempo, porque también vio los surcos que se habían formado en su cara.

Ella tembló con el aliento contenido y soltó el aire. Para ser un corazón destinado a la venganza, tenía una sorprendente capacidad de sentir amor, decidió, levantando las manos para cogerle la cara. Sasuke dejó de tocarla y ella le acarició las mejillas con los pulgares, secándole las lágrimas.

—Ven a mí —susurró él, y ella se acercó y lo abrazó.

No había hablado a la ligera cuando mencionó su fuerza, su tamaño y lo solicitado que estaba. Ella supo la verdad cuando la echó sobre el montón de ropa tirada y se unieron, y los gritos de ella y los gemidos de él se mezclaron con las neblinas nocturnas. La llevó con él a un lugar de calor y alegría y sin espacio para nada más que el amor.