CAPÍTULO 31

El ataque sobrevino cuando entraron en un pequeño claro en el que apenas cabían cinco caballos.

Sakura se había adormilado cuando el caballo a su lado se sobresaltó, haciéndola resbalar hacia un lado antes de que pudiera reaccionar. Entonces supo que los zapatos no servían para nada más que para estar de pie sobre un suelo alfombrado. Piedras y terrones de tierra le arañaron las plantas de los pies cuando se agachó y buscó el cuchillo bajo la falda.

Sakura no era la única que estaba en el suelo. Los cuatro Uchiha estaban echados, de pie o a punto de estarlo para mirar el cuerpo que alguien había dejado tirado en su camino. Sakura tuvo tiempo de ver que estaba tapado con la tela de los Haruno, y de contener el aliento horrorizada antes de que formas de color rojo y negro, cubiertas con el tartán, comenzaran a llover de los enramados. Si hicieron ruido, no se oyó sobre la humedad que cubría el suelo y el zumbido en sus oídos. Sakura vio cómo rodeaban a los hermanos Uchiha y a los vencidos y capturados, sin que nadie dejara escapar ni un grito.

Se acabó tan silenciosa y rápidamente como había empezado y, salvo un hilo de sangre en el cráneo de Shisui, la emboscada se llevó a cabo sin incidentes. Los hermanos Uchiha fueron atados y colgados de manos y pies en unos largos palos. Sakura los ignoró y se arrodilló junto al cuerpo que habían utilizado como proyectil.

Todo a su alrededor se entumeció. Lo hizo aposta. Incluso el bebé en su vientre se calmó mientras se esforzaba por escuchar poco, ver menos y no sentir absolutamente nada. Sólo había un traje Haruno en circulación que ella supiera. Lo había llevado él en su propia boda hacía menos de quince días. Lo sabía. Los hermanos también debían saberlo, porque no hubo ningún movimiento aparte del suyo cuando apartó el tartán.

Era un muñeco de paja.

El alivio la hizo llorar, y Sakura retuvo las lágrimas tanto como pudo, ignorando el torbellino de emoción que la asaltaba de vez en cuando. Las manos le temblaban visiblemente cuando volvió a colocar el tartán, tapando la silueta.

—¿No es él?

Sakura sospechó que era Itachi quien lo preguntaba. No miró. Todavía mostraba demasiada emoción. Negó con la cabeza.

—Gracias a Dios.

—No. Da las gracias a tu anfitrión, En Oyashiro. Es a él a quien debes agradecérselo.

El nombre vibró a través de su conciencia tanto como el tono burlón de las palabras. Sakura había decidido quién recibiría primero el cuchillo del dragón mientras él seguía hablando.

—Al dueño de ese traje le gustaría ver a la mujer. Me han mandado para transmitir la invitación. Ha sido muy fácil, debo añadir.

Sakura ladeó la cabeza hasta que pudo ver al dueño de la voz. No fue una visión reconfortante. En Oyashiro era tan grande como Sasuke, con más carnes y con una barba llameante que hacía juego con su pelo. Su madre no había tenido muchas posibilidades, pensó.

—No puedo hablar con la sangre en la cabeza. Desátanos. —Volvía a ser Ita el que hablaba.

El gran hombre de cabellos rojos se rió.

—Tendré sangre Haruno en mis manos cuando llegue al infierno, Ita Uchiha. Igual me da añadir sangre Uchiha a ella.

—Llámame por mi nombre, En, y acaba con esto. Estás retrasando una escolta.

—Sé el nombre que te dieron al nacer. Me gusta más mi versión. No estás en posición de discutir, ¿no? ¿Es éste el escudero?

Sakura dejó la mano suelta sobre el bulto del cuchillo mientras el hombre se volvía para mirarla desde arriba.

—Desátanos En. Esto no es más que un grupo de escolta.

Él volvió a reírse.

—Y yo soy Adonis. Ella es el escudero. También es una belleza. Se parece a su hermana. Al menos como era antes. Me gusta.

Sakura palpó los dragones entrelazados antes de ponerse de pie. Le observó mientras él la miraba antes de incorporarse totalmente. No le gustó nada su mirada.

—Así que... éste es el escudero Uchiha.

—Soy su hermana —contestó ella.

—Oh. No lo creo. Sé perfectamente quién eres y lo que eres. Hikaku también lo sabe. Lo supo en cuanto te vio.

Sakura levantó la barbilla.

—También he oído decir que llevas un hijo. ¿Es cierto eso?

—¡Desátame, En, o por Dios que...!

Oyashiro levantó una mano y las palabras de Itachi se interrumpieron. Sakura no apartó los ojos para ver e! porqué. Seguía calibrando a su contrincante.

—¿Y bien? ¿Es así? —preguntó en el silencio que siguió.

Ella asintió.

—Excelente. No se me ocurren mejores noticias para transmitir a mi señor. Vamos, muchachos. Meted a los Uchiha en Reaver Cave. Que perezcan o se liberen solos. En cualquier caso, yo ya tengo un trofeo para llevar a mi señor. Lo está esperando.

—¡Si le tocas un solo cabello...!

Esta vez era la voz de Obito. El gesto de En Oyashiro fue el mismo, con el mismo resultado. Sakura se tragó el exceso de saliva de su boca y esperó que no se notara.

—Si vosotros, Uchiha, tenéis más deseos de gritar, yo empezaría a contener la lengua. Quedan dos por amordazar, o puedo dejarlos como están. Vosotros mismos, muchachos.

Hablaba con Shisui y William, pero sus ojos no se habían apartado de ella.

—Además, ¿para qué iba a hacerle daño? Es mucho más valiosa viva. Especialmente con un hijo en el vientre.

—¿Por qué? —susurró Sakura.

—¿No lo adivinas? —Se carcajeó. No era de placer, sino para fastidiar—. El señor Hikaku ahora es un proscrito en las tierras altas. Eso no es muy agradable para un señor tan poderoso. Es culpa vuestra, pero no será siempre así. No es un proscrito en Inglaterra. Ni mucho menos... allí seguramente será alabado y festejado, e incluso le pondrán sobre un pedestal. —Se calló y nadie dijo nada—. Especialmente si les lleva lo que el rey Sassenach desea más que nada.

—¿A qué te refieres? —Sakura ya conocía la respuesta.

—Bueno, Hikaku le llevará el campeón del soberano. Escenificaremos una demostración de sus... sus habilidades. Todos sabemos lo que sucederá entonces, ¿no?

El corazón de Sakura dio un salto al darse cuenta de lo que él pensaba hacer. Iba a echar a perder todo lo que Sasuke y el rey de Escocia habían conseguido y más.

—¿Y... y si me niego? —preguntó en voz baja.

—Entonces la sangre del propietario de ese tartán caerá sobre tus manos, no las mías.

Le indicó el muñeco que tenía a sus pies.

—¡Si tocas un solo cabello de la cabeza de Sasuke, será...!

La amenaza de William también fue interrumpida. Sakura lo observó tan desapasionadamente como pudo.

—Imagino que no desean tener el uso de la palabra para liberarse. Qué tontos, ¿no te parece?

Ella lo miró un largo rato y después apartó la cabeza.

—Ponedla sobre una montura. Cualquier montura. Estoy seguro de que Hikaku no rechazará un buen caballo, sobre todo teniendo en cuenta que proceden del establo de los Uchiha. —Se rió de su propia broma.

—Desamordázalos —dijo Sakura.

—Tú no das las órdenes, muchacha. Las doy yo.

—Y yo tengo muy mala puntería de repente —respondió ella—. Tal vez sea por él. Mi destreza viene y va. Es una lástima, de hecho.

Él la miró con atención. Ella le sostuvo la mirada.

—No necesito mucho más para tener un sitio en el infierno, mujer. Matar a unos pocos Uchiha desleales no lo empeorará, ¿comprendes?

—Mira, últimamente me he encontrado muy mal —contestó Sakura—. Puede que no sea capaz de sostener un arma sin que me caiga.

—¡Maldita mujer!

—Desamordázalos y después desátalos —contestó Sakura con calma, frente a la agitación creciente de él.

—Si hago eso, ¡es como dejarlos libres!

Sakura esperó, mirándole sin parpadear.

—No lo haré, mujer. ¡Son Uchiha en tierra Uchiha!

—Ya me tienes a mí. Ya tienes a Sasuke. Desata a los otros y déjales marchar.

—Yo no negocio con una mujer. Raramente paso tanto rato hablando con una. —Se volvió y empezó a gruñir órdenes—. Meted a los Uchiha en la cueva. Sí, ¡desatadlos! Llevaos a todos los hombres necesarios para custodiarlos. Yo me encargo de la mujer. Puedo ocuparme de cualquier mujer.

Sakura sintió que se le aflojaban los hombros momentáneamente cuando él hizo lo que le había pedido. No creía que lo hiciera. Esperó hasta que los hermanos y todos los hombres del clan excepto dos salieron del claro.

—Ahora traedme ese tartán Haruno que habéis usado de forma tan perversa.

—Yo no acepto órdenes de una mujer.

—No montaré ni cabalgaré dócilmente sin él.

—Estoy a punto de darte un puñetazo en la cabeza, eso es lo que voy a hacer.

—¿Y te arriesgarás a estropear mi puntería? —preguntó ella dulcemente—. ¿Qué rey malgastaría su tiempo viendo a una mujer escocesa vulgar y sin destreza, especialmente una con un hijo en el vientre, como tú pretendes presentarme ante él?

—Me temo que Hikaku lamentará esta mañana. No creo que fuera consciente de ello cuando me mandó. ¿Recibir órdenes de una mujer? No lo olvidaré nunca. No lo creería, si no estuviera aquí.

Estaba desnudando el muñeco de su feile-breacan mientras hablaba, retorciéndolo de cualquier manera para quitarle el traje. Seguía murmurando sobre su locura cuando enrolló el material en un fardo y se lo lanzó. Sakura lo atrapó sin problemas, lo abrazó y se lo llevó a la nariz para respirar profundamente su aroma.

Lo único que olió fue lana mojada.

Lo que había empezado como un trayecto de cinco leguas se convirtió en un viaje de un día a través de un país implacable. Sakura se agarró a la crin del caballo con una mano y sostuvo el fardo de ropa con la otra. Empezó a llover antes de mediodía y ella lo agradecía cada vez que el pelirrojo En Oyashiro blasfemaba.

Le oyó maldecir el tiempo, el barro, las colinas resbaladizas, la locura que le había hecho dejar a los hermanos Uchiha desatados y, sobre todo, se cebó con ella. Sakura tuvo dificultades para disimular la sonrisa cuando él la miró tras una sarta de blasfemias especialmente horribles.

Sabía a dónde la llevaban. El único lugar donde Hikaku todavía estaba a salvo. La llevaban a la fortaleza de los Uchiha, el propio castillo negro. El castillo de los Uchiha había sido el hogar de los señores Uchiha desde que era posible recordar. Ella lo había visto de pequeña. Lo había memorizado. Había rogado tener la posibilidad de ir exactamente a donde la llevaban, y encima la escoltaban. De no haberlo estropeado todo, le habría dado las gracias a Oyashiro.

Sasuke había intentado cambiarla. Casi lo había conseguido.

Todo su cuerpo le dolía cuando pensaba en él. Sakura dominó todos los lugares que le dolían, uno por uno, hasta que no quedó más que el ardor justo debajo del corazón. Sasuke debía de haber perdido su traje Haruno. No significaba necesariamente que Hikaku lo tuviera en su poder. Hikaku podía haber encargado uno. Podía haber robado éste. Podía haber cientos de explicaciones para que el traje Haruno estuviera en su poder, además de que retuvieran a Sasuke.

De hecho, Sasuke podía estar todavía al lado del rey, totalmente inconsciente de que su plan se había torcido. Cuanto más cabalgaban, y cuanto más lejos iban, más se convencía de ello. El dolor se le alivió y sabía por qué.

Algo del traje que tenía en el brazo la había inquietado desde el momento en que lo había recibido. Algo no estaba bien. Por fin Sakura cayó en lo que era, y le fastidió haber tardado tanto en darse cuenta.

No era el traje de Sasuke. No podía ser. La tela que tenía entre los dedos era demasiado basta. No era de la misma calidad que habría esperado del telar Uchiha, aunque antes no lo hubiera reconocido nunca. Si Sakura se hubiera serenado antes habría comprobado con la mirada lo que ahora estaba sospechando con el tacto. No parecía que contuviera ni un atisbo de los colores Uchiha. Sakura sabía que Sasuke había hecho tejer el suyo con esa diferencia.

No era el feile-breacan de Sasuke. Después de todo, Hikaku no tenía en su poder al hermano menor. De haber tenido a Sasuke habría estado cortejando la muerte. Se habría ganado una muerte segura con ese error. Sakura sabía que el cuchillo del dragón seguía atado a su muslo, sentía su poder, su objetivo, y supo por fin por qué se lo habían dado.

Iba a matar a Hikaku con él.

La tormenta no había amainado cuando llegaron a la puerta del castillo Uchiha. Sakura levantó la cabeza y miró entre la cortina de lluvia. Levantó las manos para apartar un poco la capa mojada de su cabeza, haciendo visera para ver. Toda su roca negra se alzaba sobre el lecho rocoso con cuyo material se había construido. El suelo estaba empapado y la lluvia rebotaba al caer, creando una niebla de gotitas alrededor de las pezuñas de los caballos. Escuchó cada paso, y entonces los caballos cruzaron el puente levadizo y sus pezuñas resonaron en el silencio.

No había ni un alma a la vista.

El castillo Uchiha parecía tener tres pisos, con almenas, torres de guardia y arcos en todos los lugares donde entraron. Cruzaron un patio con establos. Era grande como el de Argylle, aunque resultaba difícil asegurarlo. Los elementos, la noche y el lecho de roca se mezclaban. Decidió que tal vez era más grande.

Cruzaron más puertas. En cada una, se levantó una portezuela que después unas manos invisibles volvió a cerrar. Sakura dominó los escalofríos.

El recinto era una estructura formidable situada tras unos muros de fortaleza. Parecía tener tres pisos y sólo estaban en el patio interior. Estaba construido con roca negra, aunque se habían esforzado en hacerlo más acogedor con persianas de madera montadas a los lados de largas y estrechas ventanas y estandartes colgados sobre las puertas de roble de doble hoja. El caballo se paró frente a esas puertas. Sakura esperó. En Oyashiro desmontó profiriendo más de una maldición. Después se acercó a ella. No le preguntó si necesitaba ayuda, simplemente la agarró y la bajó.

Ella se balanceó sobre la madera negra, aferrada a su fardo de tela, y probablemente sus piernas no la habrían sostenido de pie, pero el tacto de él era demasiado aborrecible y desconcertante. Como lo era la sensación de soledad del patio. Decidió que por su tamaño podía rivalizar con el patio de Argylle, pero sin ningún criado a la vista aún parecía mayor.

Él la dejó en los escalones de la entrada y se apartó. No se fue muy lejos. Sakura miró las puertas de roble cerradas y volvió a estremecerse. Se dijo a sí misma que no era nada, y que significaba menos. La capa empapada de lluvia no daba calor precisamente, ése era el problema. Echó la cabeza atrás y miró; se desató la capa forrada de piel y la dejó caer a sus pies. En Oyashiro no se lo impidió. Se limitó a mirarla. Desenvolvió el traje Haruno sin mirar abajo, se envolvió con él y entró en calor al momento. Ignoró al hombre que tenía al lado, ya no le importaba que la mirara. Era una Haruno. Estaba envuelta en los colores Haruno y estaba en el umbral del enemigo, a punto de clavarle un cuchillo en el corazón. Estaba cumpliendo su objetivo. Era una idea reconfortante.

El estandarte que tenían encima de ellos tenía un solo dragón. Sakura lo miró con atención un momento antes de volver a mirar abajo. La puerta se abrió desde dentro y no sólo la mitad, sino ambas hojas. Tuvo una sensación de espacio, mucho espacio, y después la acompañaron escaleras arriba a una gran sala. Oyashiro la cogió del codo y la obligó a subir los escalones y entrar en la habitación.

Sakura observó que a cada lado había una criada sosteniendo la puerta, aunque las dos parecían cansadas, sucias, gastadas, y no levantaron la cabeza. Sakura siguió mirando enfrente. La sala era enorme. Había dos largas mesas para banquetes colocadas en intersección, con bancos a ambos lados. Había candelabros hechos con cuernos de animales en las paredes, cada uno con una antorcha apagada. En el extremo de cada mesa había una silla enorme, que parecía un trono, con una cabecera de cuernos de antílope. Había un fuego encendido en la pared opuesta, que volvía la habitación demasiado cálida y húmeda después del frío glacial del que venía.

Sakura vio cómo salía vapor de su propia ropa mojada e intentó ver a las figuras en las sillas más alejadas. Supo quién era cuando Hikaku Uchiha se levantó lentamente para recibirla, y a su lado tenía a su hermana, la arpía, Azami.

Sakura se tragó la sorpresa y se preparó. Azami parecía enferma, pero ella siempre parecía enferma. Tenía la piel más pálida que de costumbre y parecía haber perdido el último mechón rosa de su masa de cabellos gris mate. Le llegaba a la cintura y parecía que hubiera hecho un esfuerzo por cepillárselo. Estaba tan esquelética como siempre. Azami seguía pareciendo ausente y angustiada, y algo más. También parecía un poco asustada. Sakura sintió que un nervio le palpitaba en la mejilla.

—Hola, Sakura —dijo Hikaku por fin.

—Déjala marchar —dijo Sakura escupiendo las palabras.

—¿Por qué iba a hacer algo tan poco hospitalario?

—Sácala de aquí o no negociaremos nada. ¿Entendido?

—¿Sak… ura?

La voz de Azami tembló al pronunciar el nombre, haciendo que sonara raro. Tal vez sólo se lo pareció porque no lo había oído de labios de ella desde hacía mucho tiempo. Sakura apretó los labios y después se rió burlonamente.

—No tenemos nada que decirnos, bruja. Nada. Sal de aquí.

—Eres Sakura, ¿no?

Sakura se puso rígida.

—Guardaste el traje. Guardaste el feile-breacan ceremonial, ¿no? Todos estos años lo has tenido tú. Lo escondiste. Me lo ocultaste. Me dejaste robar a los muertos para tener un traje que vestir cuando tú siempre tuviste uno.

Azami asintió vigorosamente.

—Era un secreto. De padre. Me lo prometió... No recuerdo exactamente lo que me prometió. Pero volverá a buscarlo. Eso me dijo.

—¿Y has dejado que lo tenga este monstruo? —Sakura levantó la voz a pesar de cómo intentaba controlarse. Entornó los ojos. Era para ocultar cualquier indicio de emoción.

—¿Monstruo? No, Sakura. Me da cosas, ¿lo ves? —Azami levantó el brazo del que colgaba un brazalete de plata. Parecía incongruente en su brazo huesudo y junto a la manga raída.

—Estás loca —dijo Sakura sin ninguna entonación.

—¿Lo estoy? —La voz de Azami tembló y después se calló.

Sakura no se movió.

—Hermanas, hermanas... por favor. —Hikaku hizo chasquear la lengua para emitir un sonido castigador. Si Sakura hubiera podido ponerse más rígida de lo que estaba, lo hubiera hecho—. No os he invitado aquí para celebrar una reunión familiar, aunque será entretenido cuando lo permita. Tenemos que planear un viaje. No tenemos mucho tiempo.

—Tenemos menos del que crees —habló Oyashiro, al lado de Sakura.

—¿Qué significa eso? —preguntó Hikaku.

—Iba escoltada por tus hermanos.

—¿Cuáles? —La voz de Hikaku fue brusca al preguntarlo.

—Todos.

—¿Todos?

—Salvo Sasuke. Él sigue en el campamento del soberano.

—Mis hermanos no conocen la lealtad. —Suspiró—. Ahora conocerás la sensación, ¿no? —Lo dijo sin dirigirse a nadie en concreto.

A Sakura volvió a palpitarle el nervio de la mejilla.

—Dejé a tus hermanos desatados cuando nos fuimos.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Están custodiados.

—Mis hermanos son fuertes por separado. Unidos son imparables. No quiero que se derrame sangre Uchiha. Ni una gota. Ya conoces la norma.

—Sí.

—Entonces ¿por qué me desobedeciste?

—Es una mujer muy persuasiva, señor. Mucho.

Hikaku la miró con su mirada oscura y fría. Sakura se la devolvió.

—Debe de serlo —contestó él por fin.