I
La gente iba y venía en grupos, refugiándose dentro de las tiendas, buscando agua o vino con el cual refrescarse tan solo para salir del nuevo al intenso calor del desierto.
La arena volvía torpes y lentos sus pasos, más pesado el andar, los caballos no eran opción y el sol era demasiado intenso para volar sobre un pegaso o un wyvern. Vio a los soldados desprenderse de sus armaduras, otros sudando a chorros, pero haciéndose los fuertes.
La peor parte ya había pasado, la batalla había terminado y solo quedaban los cadáveres regados por ahí, manchando de sangre la arena. Lucían como mercenarios comunes a simple vista, pero a la hora de pelear todos estaban demasiado bien organizados y al inspeccionar las armas todas resultaron ser de plata.
Ike respiro profundo y observó el mapa sobre la mesa, el desierto de Daein solo se extendía hasta el límite de lo que se conocía, donde la Reina Nailah solía vivir con su tribu, pero nada más, nadie sabía lo que había más allá, solo aquellas personas que ahora no podían hablar.
—Ike.
Levantó la mirada al escuchar su nombre, Soren entró a la tienda y se sentó a la mesa, haciéndole compañía. Ike podría jurar que una refrescante brisa lo seguía a cada momento y en el desierto aquello era como una bendición.
—¿Nada? —preguntó.
El mago solo negó con la cabeza, sus ojos rojos clavados en el mapa.
—Supongo que tenías razón —comentó de manera un tanto desinteresada—. Realmente hay algo más allá.
—Te lo dije —respondió Ike con ligera sonrisa ante el triunfo—. Tengo más razones para ir allí.
—Lamento que tu viaje se pospusiera.
Ike no supo que decir, tras lo ocurrido hacía ya cinco años, todo Tellius se encontraba en completa paz. Los reyes se dedicaban a reconstruir y firmar más tratados entre los reinos mientras que él, a quienes muchos veían como un héroe, se sentía atrapado en la rutina.
Por su mente, ya durante muchos meses, había pensado en realizar un viaje, en explorar más allá de lo que se conocía y, sin embargo, esos planes habían tenido que ser desechados cuando la reina Micaiah solicitó la ayuda del reino de Crimea y estos dos a su vez, la ayuda de Begnion.
En los últimos meses se habían suscitado ataques que nada tenían que ver con bandidos. Se hablaba de personas con una fuerza descomunal, magia nunca antes vista y armas peculiares.
En un principio Ike creyó que aquello no era más que una exageración de la gente y producto del miedo ante otra guerra cuando las heridas de la última no habían terminado de sanar.
Lo enviaron al desierto junto con sus mercenarios y algunos otros soldados de Daein y miembros de Hatari para guiarlos. Fue tras dos días de viaje en el desierto que se toparon con esos hombres, todos de ojos rojos y grises que luchaban como bestias, sin detenerse hasta que las heridas de sus cuerpos terminaban por desangrarlos. Eran pocos y, aun así, las bajas por parte del pequeño ejercito armado por Micaiah habían sido considerables.
Aquella no era ninguna exageración y Ike no podía irse sin ayudar y entender que era realmente lo que estaba pasando.
—¿Crees que quieran una guerra? —preguntó el mercenario a su estratega.
Soren se mantuvo en silencio un instante, con el ceño fruncido y aun mirando el viejo mapa amarillento sobre la mesa.
—No lo creo —dijo—. Creo que más bien están tratando de recopilar información o algo así.
—Para luego comenzar la guerra.
—Probablemente.
Se frotó la cara con ambas manos y pensó en la posición en la que estaba. No sabían quiénes eran, sus verdaderas intenciones ni que tan grande y poderoso era el lugar de donde venían. Estaban a merced de su enemigo y lo único que podían hacer era verlos llegar en pequeños grupos de no más de cincuenta hombres que peleaban como si fueran cientos.
—Comandante —dijo Oscar, abriéndose paso a la tienda un tanto agitado y ya habiéndose despejado de su armadura.
—¿Qué ocurre?
—Encontraron a alguien —dijo, aclarando su garganta—. Está inconsciente, pero Rhys ya se está haciendo cargo.
Ike casi se cae de su asiento al ponerse de pie tan rápido. Salió casi corriendo de la tienda y llegó hasta la improvisada enfermería que habían montado donde Mia se encargaba de mantener a raya a una multitud de curiosos que intentaban entrar.
—¡Jefe! -exclamó la chida al verlo llegar-. Dígales que se muevan.
Bastó con una mirada sería para que todos simplemente se hicieran a un lado y abrieran paso para él, Soren por su parte les ordenó volver a lo suyo y aun con su voz calmada todos acataron la orden al instante.
El aroma a hierbas lo golpeó de lleno y por un instante sintió el estómago revuelto. Odiaba la medicina y el olor de esta, mezclada con el sofocante calor, era simplemente demasiado.
Rhys y Mist estaban junto a la pequeña cama ahí dentro, mojando pedazos de tela y colocándolos sobre la frente y las mejillas de la chica que reposaba ahí, de largo y liso cabello negro, piel muy blanca con excepción de su rostro enrojecido probablemente por el sol.
No supo que decir, esperaba encontrar a alguno de aquellos hombres para poder obtener información, pero ella no era más que una chica, probablemente de la edad de Mist, que seguramente se había perdido en el desierto.
—¿Vivirá? —fue Soren quien rompió con el silencio, ganándose una mirada un tanto molesta de parte de Mist muy probablemente por la manera tan fría en la que había formulado su pregunta.
—Bueno, es difícil decirlo, está delirando y no reacciona —respondió Rhys, sin dejar de atender a la chica.
Ike solo se cruzó de brazos, sentándose junto a la cama sin obstruir el trabajo de los sanadores, fue entonces que la escuchó, en una voz muy suave, con un extraño acento y pronunciando palabras sin sentido.
—Padre… —decía, una y otra vez—. El escorpión, fue el escorpión…
—Por lo menos sabemos que habla nuestro idioma —dijo con resignación.
—Dejen de pensar en ella como información nada más —refunfuñó Mist, dándole un leve puntapié a Ike—. Claramente está muy mal y quien sabe que cosas le han pasado.
—O puede simplemente ser un enemigo también —fue la respuesta de Soren—. ¿Estaba armada?
—Eh…si, sus armas están allá —señaló Rhys a un rincón de la tienda.
Ike se puso de pie y las tomó para examinarlas. Una daga de lo que parecía ser plata, cuchillos más pequeños que probablemente eran para lanzar, una espada de hierro corta y, por último, en una vaina ornamentada con detalles en oro, se asomaba una empuñadura cubierta de lo que parecían ser diminutas gemas, como diamantes. La sujetó un instante y al desenvainarla se encontró con una hoja de plata rodeando lo que parecía ser un largo y delgado zafiro en el centro que iba desde la empuñadura hasta la punta.
—Nunca había visto algo así —comentó, más para sí mismo que para el resto—. Ni siquiera la espada de Elincia luce como esta. No veo la necesidad de poner joyas así en un arma.
Levantó de nuevo la vista para observar a la chica, su ropa lucía como la de cualquier ladrón común. Mas allá de su apariencia, no había nada en ella que la hiciera lucir como algún noble o perteneciente a alguna familia adinerada que pudiera costearse semejante arma.
"Seguramente la robó" pensó, envainando de nuevo la espada.
—Por el momento no nos queda más que esperar —sentenció Rhys, negando la cabeza en señar de derrota—. Es todo lo que podemos hacer.
—Vayan a descansar, yo me quedaré.
—No es necesario, comandante, yo…
—Rhys, estas increíblemente pálido, no has parado en todo el día.
El sanador sonrió débilmente y se marchó junto con Mist, quien tuvo que ayudarlo incluso a ponerse de pie.
Ike y Soren se quedaron solos en la enfermería, con la chica sobre la cama aun balbuceando palabras y medias oraciones. De momento se movía, levantando un poco las manos, las piernas, girando la cabeza de un lado al otro, más que simples delirios parecían pesadillas muy vividas.
El mercenario cerró los ojos en lo que pare él no fue más que un instante y al abrirlos se dio cuenta que su estratega ya no estaba y que la luz del sol había desaparecido, dejando la tienda entera en una intensa penumbra.
Su corazón se aceleró y al buscar en su regazo se dio cuenta que el arma que tenía, aquella espada ridícula llena de joyas, ya no estaba. Se puso de pie de un salto y se giró al notar un brillo tenue a un costado. Una vez que sus ojos se ajustaron bien, se dio cuenta de que era la hoja de la espada con el zafiro en el centro, en las manos de la chica que apenas hacía unas horas estaba moribunda.
Ike contuvo la respiración y se mantuvo en su lugar, viendo a la muchacha que no le quitaba la vista de encima, con aquellos grande y perfilados ojos de un intenso color índigo que parecían brillar con luz propia aún más que la espada misma.
—¿Quién eres? —le preguntó en un susurro que, de alguna manera, se las había arreglado a hacer sonar a manera de amenaza.
Miró de nuevo el arma, tan solo para asegurarse que aquello no era un engaño de la oscuridad. Era como si la luz en la hoja fluyera como el agua de un rio, dejándole en claro que sus sospechas iniciales con respecto al metal eran ciertas. Aquello, al igual que todas las armas de los enemigos con quienes se habían enfrentado, era demasiado ligero ser plata.
—Tranquila —dijo Ike, sin dejar de mirar aquella espada en caso de que la chica decidiera hacer algo—. Mi nombre es Ike, de los Mercenarios Greil. ¿Cuál es tu nombre?
La muchacha se mantuvo en silencio por unos segundos, de momento observando a su alrededor, como si estuviera viendo algo en particular.
—Aqua —dijo, aun hablando como en susurros—. Aqua Areia Exilion.
—¿Noble? —preguntó en voz alta, aunque no había sido su intención en un principio.
La chica frunció el ceño y Ike pudo notar como sujetó con mayor fuerza la empuñadura de su espada.
—No, no exactamente.
Su mirada se clavó de nuevo en un lugar en particular a espaldas de Ike. Él se giró por mera curiosidad y un extraño escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que no había nadie. Seguían solos ahí dentro, la tienda en la penumbra y completamente cerrada, el campamento estaba en total silencio, especialmente en el área donde se encontraban los heridos.
—¿Qué es lo que estás viendo? —preguntó, no estando muy seguro de querer escuchar una respuesta.
Ella solo negó con la cabeza, volviendo sus ojos a él nuevamente, de manera desafiante, aun a la defensiva.
—Dices que eres de los Mercenarios Greil, ¿verdad? —fue su respuesta—. Lo conoces entonces, al general Gawain, ahora lo llaman Greil. Quiero hablar con él.
Una sensación extraña en el pecho lo hizo respirar profundamente y tomar asiento otra vez, cruzándose de brazos mientras procesaba lo que la joven acababa de decirle. La observó con detenimiento, sus manos sujetando la espada, sus piernas en una posición clara que le permitiría levantarse rápidamente si lo necesitara, el brillo de su espada iluminando su rostro.
Era muy bonita, pero con un aire de arrogancia adornando su expresión aun estando algo nerviosa.
—¿Como sabes de él? —respondió, sin querer revelar más información sin antes obtener algo. No sabía quién era ella, ni de donde venia, él también sentía la necesidad de estar a la defensiva—. Tienes un extraño acento y venias con todos esos hombres, claramente no eres de aquí.
Con una velocidad impresionante aun cuando apenas hacia unas horas estaba tan grave, la muchacha se puso de pie e intentó correr hacia la salida, Ike apenas alcanzando a detenerla por el brazo y jalarla de vuelta. Incluso someterla había resultado un poco complicado, después de mucho forcejeo por parte de ambos, consiguió desarmarla e inmovilizarla bocabajo contra el suelo.
—¡Suéltame! —espetó, tratando de patearlo aun estando en esa posición—. ¡Eso…eso duele!
—Escucha, no voy a quitarme hasta que te calmes —le dijo, sin soltar siquiera un poco sus muñecas—. Necesito que me digas lo que sabes o de lo contrario te trataremos como un enemigo.
—Yo no… —murmuró algo que Ike no entendió, muy probablemente en un idioma diferente—. Me preguntaste si era una noble. Soy una bastarda, la hija de Lord Aspros Zachary Exilion. Él me envió aquí para deshacerse de mí.
No supo cómo responder a eso y, al sentir que ya no forcejeaba más, finalmente la soltó y ayudó a ponerse de pie, aun con la mirada molesta que ella le dedicó que ella le dedicó.
—Si vino a atacar a este reino entonces yo no tenía idea —continuó, frotando sus doloridas muñecas—. Ellos me estaban acompañando a este lugar, es todo lo que sé.
Ike estaba a punto de hacer otra pregunta cuando el silencio de la noche fue roto por varios gritos y muchos pasos apresurados por la arena.
—¡Nos atacan! —vociferaban varias voces al unísono, alertando y despertando al resto de las personas.
Primer capitulo y si, ya cambié algunas cositas. Ahora en core se puede decir que es lo mismo, pero no realmente. Con el tiempo que estuve fuera he desarrollado muchas cosas más, he mejorado otras... así que mi recomendación es sí, lo mejor sería leer esto en lugar de esperar el capitulo en todo se quedó en la original
