II

—Quédate aquí —le dijo antes de salir corriendo, como si tuviera algún control sobre ella.

Desde hacía mucho tiempo había dejado de ser el tipo de persona que obedecía ordenes solo porque sí. Su padre le había enseñado bien, aunque muy a su manera, claro que está.

Salió de la tienda, viendo al pequeño grupo de soldados movilizarse para enfrentar al enemigo que los atacaba. Todos estaban demasiado ocupados como para prestarle atención o darse cuenta de que estaba armada.

Su espada, Índigo, brillaba con la luz de la luna, como si en la hoja fluyera el agua de un rio. Era la primera vez que Aqua la veía de noche, después de robársela a su padre nunca se atrevió a sacarla de la vaina hasta ese momento. Si necesitaba defenderse simplemente usaría sus dagas, pero en ese momento algo era diferente.

—Es un arma muy especial —le había comentado su abuelo una vez—. Con ella los demonios no tienen oportunidad.

Se preguntó muchas veces si aquello era cierto, si con esa arma podría enfrentarse a cualquiera y salir victoriosa o si todo no era más que un simple cuento para niños.

Se encaminó hasta donde se desenvolvía la batalla y los vio, hombres sin ninguna armadura que los delatara como soldados de alguna nación en específico, pero sus armas eran de muy buena calidad. Aqua las había visto antes, cuando su trabajo la llevó hasta Dubhe, el reino con la fuerza militar más grande de todo Gamma.

Todos los soldados de esa nación poseían armas de un metal muy especial similar al de su espada Índigo, ligero como la plata, pero tan fuerte y resistente como el acero. A esto se le sumaba el hecho de que, para formar parte del ejército de Dubhe, debías ser de ese especial grupo de personas que poseían los ojos color sangre. Todos los descendientes de los demonios que caminaron por el mundo de los mortales durante la era del Erebos poseían ojos de ese color, tan rojos como la sangre.

Aquellas personas heredaban cualidades que, si bien se iban perdiendo poco a poco conforme se mezclaban con los mortales, seguían siendo únicas y equiparables o incluso superiores a las un Laguz.

Fuertes como ningún otro mortal, resistentes y con los sentidos más agudos, eran temidos entre los civiles e inmensamente respetados entre los ejércitos.

Aqua los estaba viendo ahí, ser atravesados por lanzas y flechas, cortados por hachas y espadas, y sacudidos por diversos hechizos mágicos, todo para ponerse de pie en un instante y seguir luchando. Era como si el dolor y agotamiento no fuera nada para ellos, como si no estuvieran dejando la mitad de su vida en forma de charcos tiñendo la arena de un intenso color carmesí.

Respiró profundo y sujetó la empuñadura de su espada con fuerza. Sus ojos ardieron un instante y entonces pudo verlos, ciento y cientos de figuras traslucidas paseando entre los cuerpos, con las miradas melancólicas, señalando a algunos muertos, otros a los enemigos, tratando de decirle algo que ella era incapaz de entender.

Se acercó un poco más y se dio cuenta que ellas también estaban ahí, las mujeres con los ojos en blanco, sonriéndole de manera retorcida.

Su corazón se aceleró y en un parpadeo, todas las figuras se esfumaron.

Eran los ojos índigo tan característicos de los Exilion, la mirada de las almas, heredada a su familia por su ancestro, la Diosa de la Arena e hija del Dios del Mar. Les permitían ver los espíritus, las almas de las personas que habían dejado aquel plano, las auras de otros, las emociones, sus mentiras y verdades, los residuos de energía que dejaban en sus escritos y todo lo que en alguna vez depositaron un poco de sus preocupaciones o esperanzas.

Nunca había aprendido a controlar ese poder y mucho menos hacer lo que para otros era muy simple. Su abuelo había muerto cuando ella aún era muy pequeña como para enseñarle y su padre apenas y se tomaba la molestia de verla de vez en cuando. Desde niña se había tenido que resignar a ver las figuras fantasmales de momentos, cuando estaba asustada, nerviosa, incluso feliz, sus ojos purpura se tornaban de un brillante e intenso color índigo sin que ella así lo quisiera.

Se talló los ojos al sentirlos arder de nuevo, maldiciendo entre dientes y, con espada en mano, atravesó a uno de aquellos hombres de ojos rojos. Este cayó de cara a suelo tan pronto como la espada abandonó su torso, la sangre manchando la arena, y el hombre no se movió más.

Índigo, una espada bendecida por los dioses en la época del Erebos estaba haciendo su trabajo.

"Claro, mi abuelo nunca me habría mentido" pensó y continuó ayudando al pequeño ejercito del que no sabía nada con la esperanza de que esto mejorara su situación, moviéndose rápido entre las filas hasta que simplemente no quedó ninguno de pie, ya cuando el cielo se tornaba de un pálido color purpura.

Estaba por amanecer.

—Te dije que te quedaras en la tienda.

Aqua se giró, encontrándose con la mirada firme de aquel alto hombre, Ike.

—De nada —respondió ella, sosteniéndole la mirada, no se iba a dejar amedrentar por él.

El mercenario frunció más el ceño, claramente molesto ante la forma en la que esta le había respondido y Aqua simplemente sonrió triunfante.

—¿Qué? ¿Vas a decirme que no les fui de ayuda? Que grosero —se burló ella, cruzándose de brazos—. Deberías tratar a tus invitados con más respeto.

—Tú no eres una invitada, eres una prisionera.

Aqua vio al hombre que caminaba hacia ellos, sin tambalearse ni un poco en la arena. Era un joven, tal vez de la misma edad y un poco más alto que ella, de cabello negro, largo y vestido en ropas del mismo color. Lo que más resaltaba sobre su pálida piel eran sus ojos rojos.

Por un instante pensó que se trataba de otro Ojos Sangrantes, pero el color era ligeramente diferente, un poco más claro, más limpio y sin las sombras que se solían ver en los demás.

—¿Y me puedes decir porqué soy una prisionera? —musitó ella, sin titubear ni un poco aun cuando tenía a esos dos hombres mirándole y muy probablemente listos para someterla en caso de que intentara algo—. Lo único que hice fue arriesgarme para ayudarlos.

—Los soldados con los que llegaste nos atacaron también —respondió Ike, tan serio que parecía genuinamente muy molesto, más con ese ceño.

—No estaban bajo mis ordenes, yo solo venia con ellos.

—¿Y por qué venias con ellos? —inquirió el mago de una manera poco amable.

—¿Crees que te lo diré así nada más después de decir que soy tu prisionera? —Aqua dio un paso al frente, quedando cara a cara con él. Era un poco más alto que ella, pero le importaba poco, haría lo mismo si se tratara del otro mercenario de cabello azul—. Te equivocaste conmigo, maguito.

Sus ojos comenzaron a arder y supo, por la expresión un tanto sorprendida del mucho, que estos cambiaron a índigo. Fue cuando las vio, a espaldas de él formándose como de humo, alas grandes de color negro, como las de un dragón, y la marca en su frente emitiendo una luz verde muy similar a la de los Laguz al transformarse.

—Un mestizo —pensó, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

La seguridad con la que el mago la veía pareció esfumarse y dio un paso hacia atrás, sin dejar de mirarle de una manera que era muy parecida al disgusto total mezclado con un poco de miedo, como si lo que dijo hubiese sido el peor de los insultos.

—¿Cómo lo sabes? —intervino el hombre de cabello azul.

No supo que responder, no quería decirles nada, no quería dar más información de la que ya había dado y mucho menos hablar de lo que, a veces, sin siquiera darse cuenta realmente, conseguía ver con sus ojos.

Su padre la había enviado a ese lugar llamado Tellius con la supuesta intención de protegerla, pero de eso nunca había estado segura. Era una bastarda, un estorbo para la esposa de su padre y una mancha en la pulcra y perfecta vida de él. Desde siempre, desde que tuvo uso de razón, había sido ignorada y menospreciada por su familia.

En lo que a ella concernía, todo lo que su padre le había dicho sobre ese tal Gawain no era más que una mentira y aquellos soldados enviados como sus escoltas claramente tenían otras intenciones. Era una manera simple y rápida de deshacerse de ella.

—¿Qué cosa? —se apresuró a responder, tratando de mantenerse firme aun cuando comenzaba a sentir el corazón en la garganta, sus ojos ardiendo y seguramente cambiando de color de manera frenética entre el purpura y el índigo.

—Lo de Soren —le respondió, de manera más firme, como dejando en claro que no aceptaría un silencio como respuesta.

—Ike —el mago lucía nervioso, sus ojos lanzando miradas furtivas a su alrededor como si temiera que alguien pudiera escucharlos.

Se preguntó si en ese lugar ser un mestizo era algo malo, pero antes de que pudiera decir una palabra, el mercenario la sujetó fuertemente por la muñeca y comenzó a arrastrarla hasta una de las tiendas, con el mago siguiéndoles de cerca.

—¡Oye, suéltame! —espetó, tratando de resistirse en balde.

El interior de la tienda aún se encontraba casi en la penumbra total, más cuando Soren cerró la entrada por completo. Ike soltó su muñeca, tan solo para tomarla por los hombros y mirarla a los ojos. Aun en la oscuridad podía ver el brillo azul de sus orbes clavados en ella, como los de un lobo acechando a su presa.

—Necesito que me digas lo que sabes y que me lo digas ahora —demandó, de nuevo con aquella firmeza—. Te estoy dando dos opciones, me dices todo y te quedas con nosotros, o te callas y haces las cosas más difíciles y te pondré en custodia para entregarte a la reina de Daein, ella decidirá que hacer contigo. No tengo tiempo para juegos.

Se mordió el labio hasta poder probar su sangre. Se sentía molesta, incapaz de defenderse y eso la frustraba de sobremanera.

Se preguntó si realmente merecía todo lo que le estaba ocurriendo y las figuras fantasmales que la habían seguido a la tienda eran su respuesta.

Eran las mujeres de ojos blancos con sonrisas torcidas. Algunas embarazadas, otras cargando los cuerpos inertes de sus bebes.

Las mujeres y los bebes a los que ella mató.

Merecía todo eso. Merecía el desprecio de su padre, la falta de cariño por parte de todos los que se suponían eran su familia, merecía haber sido separada del lugar que conocía como su hogar y enviada a un continente extraño donde no conocía a nadie para morir a manos de un mercenario o un rey cualquiera por no saber lo que ellos querían que les dijera.

Lo merecía todo, por ser una asesina, por matar a tantos inocentes y por desear la muerte de todos sus medios hermanos no nacidos.

Pero aun así se negaba a solo aceptarlo y pelear con su orgullo siempre había sido muy difícil.

Apretó los puños con fuerza y volvió a mirar a su captor, con rabia, pero incapaz de hacer algo en su contra.

Ya no tenía nada que perder, nunca tuvo nada que perder.

—Has tus preguntas y yo responderé lo que pueda.

Ike la soltó, apartándose un poco de ella, pero sin dejar de verla de la misma manera.

—Tu nombre completo, quiero saber exactamente quién eres y de dónde vienes.

—Vengo del continente conocido como Gamma, al otro lado de este desierto. Nací en uno de sus siente reinos, Alioth, pero he vivido desde siempre en Benetnasch —comenzó, tratando de mantener la calma lo más posible—. Soy Aqua Areia Exilion, hija bastarda de Aspros Zachary Exilion, Lord de Castor y príncipe de Benetnasch, el nombre de mi madre no importa, ni siquiera la conozco.

—Una bastarda —repitió Soren, viéndola desde la entrada de la tienda—. Pero tienes linaje ¿Por qué enviarte aquí?

—Pues precisamente porque soy bastarda —era humillante, completamente denigrante tener que hablar sobre eso con dos desconocidos que le veían de esa manera—. Mi madre me entregó a mi padre el día que nací porque estaba casada con otro y mi padre casi me abandona ese mismo día de no ser porque me necesitaba para reclamar la herencia de mi abuelo. Ya no le sirvo a nadie —sintió las lágrimas inundarle los ojos y mordió de nuevo su labio hasta hacerlo sangrar. No lloraría, no frente a ellos—. Benetnasch y Alioth son reinos enemigos, el rey de Benetnasch, tío de mi padre, no confía más en él desde que yo nací. No podía matarme él mismo porque sería una mancha más en su vida, por eso me envió aquí, para deshacerse de mí sin ensuciarse las manos.

—Envió soldados contigo —intervino Ike—. Soldados que atacaron a miembros de la tribu de Hatari y a mis soldados.

Estaba temblando, comenzaba a hiperventilarse al intentar contener el llanto y el ardor en sus ojos se extendía hasta causarle una jaqueca. Estaba rodeada de aquellos fantasmas que no dejaban de burlarse, reír, llorar, señalarla con lastima. Todo aquello la estaba sofocando, siempre había odiado poder verlos y el no controlarlo a voluntad hacia todo aún peor.

—No sé, no sé porque envió soldados en lugar de un montón de mercenarios mal pagados… ¡Maldita sea! —se golpeó con fuerza en la mejilla, tal vez muchísimo más fuerte de la que había querido, pero el dolor la hizo volver en sí y las lágrimas en sus ojos desaparecieron junto con todas las siluetas traslucidas que se paseaban a su alrededor, solo quedaba aquel mercenario de ojos azules y el mago mestizo de dragón, viéndole atónitos, pero sin decir ni una palabra—. Lo que sea que esos soldados hayan hecho aquí yo no lo sé. Recuerdo que…me dieron algo de comer y ya no supe más. Desperté en esa tienda, contigo.

—¿Esperas que creamos eso? ¿Qué llevabas días, probablemente meses, dormida cuando te encontramos? —Soren dio dos pasos al frente, de nuevo viéndola de manera desdeñosa.

—Cree lo que se te venga en gana, querían que hablara y eso estoy haciendo.

—¿Qué hay de los hombres que nos acaban de atacar? ¿Qué sabes de ellos?

Lanzó una mirada rápida al otro mercenario, como esperando que él dijera algo, ya fuera para detener el interrogatorio o simplemente dar su opinión, pero él solo seguía mirándola de la misma manera, con esos penetrantes ojos azules que comenzaban a ponerla nerviosa otra vez.

Respiró profundo y se cruzó de brazos.

—Creo que vienen del reino de Dubhe, son… —guardó silencio en seco, no le creían, no creían ni una sola palabra de lo que estaba diciendo, hablar sobre demonios no le podía hacer nada bien a su causa, no después de casi tener una crisis frente a ellos—. Son soldados, supongo, por las armas que llevaban consigo. No sé nada de ese reino más allá de que tienen una fuerza militar muy fuerte, probablemente la más fuerte de Gamma.

—¿Qué es lo que son realmente? —esta vez fue Ike quien habló, de manera firme, como un verdadero líder—. ¿Por qué pelean así? ¿Por qué tu espada era mucho más efectiva que cualquier otra arma si lucían como Beorc cualquiera?

—No se dé que me hablas

Sintió de nuevo como la sujetaba, esta vez por el mentón, haciéndola quedar muy cerca de su rostro.

—Tus ojos están cambiando de color otra vez. Quiero saber qué es lo que ves con ellos también.


Este si esta diferente. Originalmente Aqua no tuvo un capitulo desde su punto de vista hasta mucho mas adelante, pero este lo empecé a escribir así, aunque a veces siento que es demasiado pronto o que tiene mucha información dispersa, pero ya me dirán ustedes que les parece y si hay nuevos lectores por ahí, con más razón me gustaría escuchar su opinión ya que sería su primera vista al OC y un poquito de lo que es el continente conocido como Gamma.

Gracias por leer, los reviews se agradecen un montón.