El poder de la Fe 2.

Miona y su madre caminaban a un lado de las cosechas de zanahorias que estaban rodeadas de alambres para que los grillos no se las comieran, los pequeños insectos organizaban una orquesta, el cielo azul era su telón y la luna su reflector.

A su paso encontraban luciérnagas, ella actuando como una niña pequeña perseguía las perseguía.

Qué bueno que están ellas, sino no vería nada.

Todas las cosas de la naturaleza nos sirven para algo.

La chica rubia siguió a dos luciérnagas que se posaron en una hoja. Observaba intrigada viendo que una se paraba sobre a otra, un acto del que nunca se había dado cuenta.

Su madre caminaba sola y dándose vuelta miró a su hija y dijo.

Vamos Miona, ¿qué estás mirando?

-… No lo se.

Los dejó en paz y siguió junto a su madre. Pasando un charco con juncos ahí detrás estaba su humilde casa, hecha de piedra y madera.

Al llegar prepararon la comida y prendieron fuego la chimenea para hacer más acogedora su vivienda. Comían a la luz de la luna y sus hermanas las estrellas. Su madre la notaba algo distraída ya que solo miraba a fuera de la ventana a un grupo de ciervos comiendo en los alrededores. El lugar eras tan pacífico y tan bien cuidado de intrusos que nunca habían peligrado las praderas por un carnívoro.

¿Te sucede algo?

Mamá ¿Cómo es que siempre hay más ciervos?

Su madre miraba a un lado y al otro.

¿Por qué lo preguntas?

Es decir, no vienen con magia, deben salir de algún lado.

Pues… es que… ¿quieres pan?

No mamá, ¿por qué siempre me ofreces pan cuando te pregunto cosas de la vida?

¿Yo? Pero qué cosas dices. Yo no hago eso.- decía nerviosa.

Estás desmigajando el pan.

¿Eh? Ay.- lo soltó los pocos pedazos.

¿De donde vienen los bebés?

Ya te lo dije un millón de veces.

Pero no lo entiendo.

--No te contestaré algo diferente, como siempre. Te enamoras, te casas y tienes adorables bebés.- dijeron al mismo tiempo.

- Sabía que hoy estarías preguntona.- se levantó a lavar los platos.

- ¿Cómo lo sabes?-dijo achicando la voz.

- Leí mis cartas a la mañana.

La madre de Miona nació con el don de leer las cartas, averigua cosas pequeñas del futuro, del presente y del pasado y cualquier pregunta que le formulen… Onda pitonisa.

¿A sí? Pues yo no predije eso.- dijo con cara superficial levantado las cejas.

No me digas.- la imitó con las manos en su cintura.- Ven aquí y demuéstralo.

Ahora no, tengo sueño.

Nada de eso Miona.- levantó un poco la voz.- Quiero ver si aprendiste a leer las cartas.

Ash.- se quejó.

Fue como obligada a sentarse frente a su madre y sin decir nada le entregó la baraja.

Empezaba a mezclarlas.

-No se por qué me obligas a hacer esto.- refunfuñó.

- Por que mi madre podía y su madre…

- Y su madre y su madre.-continuó.- Siempre me lo dices.

- Miona, podrías perderte algún día y mientras lleves tus cartas podrás elegir el mejor camino.

- OK, OK. Lo voy a intentar.

Mezcló despacio, esa baraja era de un lado azul con dibujos del sol, la luna y la Tierra.

Serró sus ojos y sacó tres cartas y las apoyó boca abajo sobre la mesa.

Bien madre, te diré con exactitud lo que dice.- Dio vuelta una y había un dibujo de una mano cayendo tierra de su mano, la siguiente era un cordero y la última eran dos hombres con lanzas apuntándose.

Si… no hay cosecha… el ganado se perderá… y……. los aldeanos se disgustarán.

No, no.- le corrigió su madre.- Esta es muy difícil, el tamaño de la mano es la persona mayor que se encuentre aquí o sea yo, la tierra es un camino nuevo que enfrentará mi cordero es decir tú… parece que esta habla de guerra… pero no entiendo qué tiene que ver contigo.

Hay un destino para mí.- dijo ella emocionada.- ¡Haré algo importante!

No Miona.- la tomó fuerte de los hombros.- No quiero que te metas en problemas.

Pero lo dijeron las cartas.

No siempre las cartas son exactas.

Tú siempre me dijiste que si y si dice eso esa aré.- dijo frunciendo las cejas.

No quiero que mi única hija se exponga al peligro.

¿Quién dijo peligro?

Ella la soltó y caminó para atrás y sus ojos brillaron, su hija pensó que se había vuelto loca.

Vete a dormir, Miona.

Sin ningún beso de despedida fue a su cuarto, ahí Miona empezó a pensar que algo no andaba bien.

Trataba de dormir pero la intriga de lo que pasó hace unos minutos la ponía muy nerviosa, así que sigilosamente espió desde su puerta a escondidas a su madre. Ahí estaba tan hermosa como ella con ese cabello rubio pero no tanto como el de su hija. Sentada en la silla de almohadón rojo al lado una llama ardiendo de la chimenea y una más pequeña que era de su vela.

Se veía cansada, observó Miona, revisaba una y otra vez las cartas. Con tristeza aplastó su cara con sus manos… negando tres veces se levantó rendida y llorando apagó la vela, se fue a su dormitorio secando sus lágrimas.

Esperó a que serrara su perta completamente y sin hacer ruido se trasladó a su lugar, miró sus cartas y eran las mismas imágenes que había predicho ella.

¿Qué quiere decir todo esto?

Un fuerte viento proveniente de la nada abrió de un golpe la ventana, Miona asustada tapó su cara sin protección alguna.

¿Qué pasa?- dijo asustada.

No temas.- dijo una femenina y delicada voz.- No te aré daño.

Ah, pero yo si.

Miró aquella persona que creía que era una persona no era más que una luz color blanco.

¿Qué eres?- dijo con los ojos iluminados.

Estoy aquí para ayudarte a seguir tu camino que terminarán con esta guerra.

¿Por qué...? ¿por qué yo?- dijo moviendo sus manos.

Desde que naciste llevas en tu frente escrita valor, en tu boca esperanza y e tu corazón la fe.

¿Vienes del cielo para guiarme?- dijo impresionada.

Si Miona… yo soy la fe.

Continuará…