Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18

Capítulo 10:

¿Y mi hada madrina?

Dos semanas habían pasado desde el concierto, y yo me sentía mejor que nunca.

La despedida con Garrett fue muy triste, pero no se comparaba con la felicidad que sentía de haberlo visto luego de tanto tiempo y saber de su buena fortuna. Se veía tan feliz, y hablaba de Kate como si fuera la última botella de agua en el desierto, o la única fogata en medio de una ventisca.

Era algo extraño pensar en Kate de una manera tan impersonal. Pasó de ser una estrella del rock, inalcanzable, a ser la pareja de un gran amigo mío. Eso no la hacía más cercana, pero si la hacía más real.

Como prometí, no le dije a nadie de su increíble relación con Kate, ni siquiera a Jacob o a mamá.

Garrett y yo intercambiamos números de teléfono y correos. Él a su vez, prometió estar en contacto, pero me advirtió que esto no sería seguido por obvias razones, aunque eso yo ya lo sospechaba.

El video de la presentación sorpresa de Eternals estuvo en internet a los días, y eso incrementó la popularidad del bar, lo que nos venía de lujo.

Como banda, le dimos espacio a otros grupos de lucirse, grupos qué si tenían la intención de ser conocidos, e incluso mamá abrió vacantes para nuevos empleados.

En el trabajo todo iba muy bien también, sin grandes novedades luego de la firma del contrato. De hecho, se respiraba un ambiente festivo, pues el despacho cumpliría otro año y Charlie y Billy planeaban celebrarlo con una reunión privada ese fin de semana en casa de mi padre. Espera poder librarme de eso.

Tal vez esté demás decirlo, pero tampoco había sabido nada de Edward. Y luego de esa noche en el bar, no había tenido más alucinaciones. Gracias al cielo.

Aunque inevitablemente pensaba un poco en él. Al parecer la nueva palabra de Charlie era "Cullen", porque los mencionaba cada que tenía oportunidad, pero lo que me molestaba más era que trataba de decirlo de forma casual.

Ahora la supervisión de las obras eran un respiro para mí, pues los proyectos de los que yo estaba a cargo demandaban cada vez más mi atención en campo que en la oficina. Eso me daba la oportunidad de despejar mi mente, aunque terminara llena de tierra y sudor.

Pero también sabía que el gusto me duraría poco.

El auditorio para la escuela estaba casi terminado. Según la programación, íbamos a buen tiempo a pesar del clima y deberíamos estarlo entregando en solo dos semanas, antes de que el verano terminara y el nuevo curso escolar comenzara.

Justo ahí me encontraba en ese momento.

A penas y era jueves, pero la semana había sido tan ligera que era un jueves con sensación de viernes.

A parte de la supervisión estaba esperando a mi cliente, fuera de eso no tenía gran cosa que supervisar ahora que estábamos en las etapas finales. Al cabo de unas horas, fui requerida.

— Arquitecta Swan — llamaron por el radio, el cual tenía ajustado a mi cinturón —, ¿me copia?

— Sí — respondí por la frecuencia.

— Ya llegó su cliente.

— Gracias, voy para allá.

Fuera del área de construcción teníamos un espacio desmontable para recibir a diversas personas y realizar trabajo de oficina, entre ellos estas reuniones.

Empujé la puerta, entrando al espacio climatizado y me quité el casco, sintiendo el alivio inmediato y como el sudor en mi cabeza, cuello y espalda comenzaba a enfriarse.

— Buenas tardes — saludé al entrar a la pequeña sala.

Ahí estaba el director de la escuela, un hombre de unos cincuenta años, ligeramente robusto y siempre formal.

— Buenas tardes, señorita Swan — me saludó, levantándose de su asiento, pero me vi en la pena de rechazar su saludo de mano.

Mostré mis palmas.

— Disculpe, estoy llena de yeso y pintura. No quisiera mancharlo.

— Oh, está bien. Gracias — volvió a tomar asiento —. Espero que eso quiera decir que la construcción está marchando bien.

Sonreí.

— Más que bien. Estamos terminando de colocar los acabados interiores, y a penas terminemos eso comenzaremos a instalar los asientos.

Me acerqué a la pizarra con la calendarización y señalé.

— De hoy en dos semanas estará para entregar, oficialmente. Como se había acordado. De igual forma ante cualquier inconveniente se lo notificaría de inmediato, pero con lo avanzado que está el proyecto, no creo que se presenten más demoras.

— Excelente — exclamó él con genuino júbilo —, ¿eso quiere decir que puedo verlo?

— Claro — respondí —. Pero no podremos adentrarnos mucho. Aún hay andamios instalados y es mejor prevenir.

Aquello lo hizo frenar un poco, pero no perdió los ánimos.

— Tal vez lo mejor sea esperar, ¿será que podamos agendar un recorrido el día de la entrega? Quisiera que mis maestros lo vieran antes de entrar a clases.

— Nada me complacería más.

Eso era muy cierto. Su cara de emoción al ver su gran proyecto haciéndose realidad era una de las razones por las que hacía lo que hacía.

Fue una reunión bastante breve a comparación con otras ocasiones. Acordamos un recorrido oficial el mismo día de la entrega del edificio. Y aunque no me sentía aún muy segura con la idea de que diéramos un paseo por el interior, si lo hicimos por el perímetro del nuevo auditorio.

Las jardineras nuevas ya estaban terminadas y en unos cuantos días traerían los árboles para plantar.

Aunque todavía se veía bastante desordenado, yo ya podía ver el trabajo final y sonreía ante la perspectiva.

— Ya quiero que mis alumnos lo usen — dijo el director, viendo hacia la fachada aún inconclusa.

— Yo también — suspiré a mi vez.

Bien. Hasta aquí todo iba muy bien.

Todavía el buen humor me duró unas cuantas horas más. En lo que mi cliente se iba e hice mi última ronda todo iba muy bien. Cuando terminó mi turno, me subí a la camioneta de la empresa y puse música a un volumen moderado mientras manejaba de vuelta a la oficina, todo estaba perfecto.

Llegué al despacho, yendo directo a mi oficinita personal, guardé mi casco y mi chaleco, ya imaginándome en la tina de mi baño consintiéndome con una ducha aromatizada.

Ese día no me vería con Jacob pues él estaba ocupado con sus propios proyectos, así que me alisté para irme sola.

Para salir del edificio tenía que pasar por frente a la oficina de papá. Ahí, como siempre, estaba Shelly, y yo, como siempre, le sonreí y le dije que la veía mañana, y ella, como siempre, me regresó el saludo.

— ¿Está papá? — pregunté.

— Sí, está en una reunión.

— Bueno, si pregunta, yo ya me fui.

Shelly apenas me iba a responder cuando la puerta de la oficina de papá se abrió, y de ella salió él junto con el señor Cullen. Mi corazón se detuvo un segundo, y mi mente se bloqueó, presa del miedo instintivo. Miré hacia la puerta esperando encontrarme con Edward, pero eso no pasó así. Solo era el señor Carlisle.

Mis hombros se bajaron relajados al soltar un suspiro de alivio, y sonreí tan natural como pude, esperando a que mi corazón volviera a latir a su ritmo normal.

Tonta consciencia.

— Hola, señorita Swan — dijo el señor Cullen tan solo al verme.

— Hola, buenas tardes — respondí tratando de no sonar perturbada.

— ¿Cómo está? — preguntó con cortesía.

— Bastante, bien. Gracias. Vengo de trabajo de campo, ya me iba a mi casa — e hice un ademán a mi ropa, para demostrar mi punto. — ¿Y usted cómo ha estado?

— También he estado muy bien, gracias. Trabajando duro, así como tú — dijo sin perder esa sonrisa encantadora. No lo había notado antes, pero ahora sabía de dónde había sacado esa sonrisa su hijo. Y su belleza, si somos sinceros.

El señor Carlisle era increíblemente amable, pero me intimidaba un poco. Tenía esa aura de líder, de jefe nato. A pesar de haber estado en su casa (y con su hijo, ups), realmente no lo conocía. El ambiente familiar de hace semanas se había disipado y ahora solo podía ver al misterioso magnate.

Y, hasta aquí, todo estaba bien. Pero…

— El señor Swan tuvo la amabilidad de invitarnos a la reunión que harán este fin de semana para festejar otro año de la firma.

Miré a papá y le dediqué mi mejor sonrisa de hija orgullosa.

— ¡Qué bueno! — anuncié —. Veinte años se dicen fácil.

Más años que el matrimonio de mis padres.

— Es algo que mi familia y yo entendemos a la perfección — dijo el señor Cullen con complicidad —. En fin. Muchas gracias por su tiempo, señor Swan — dijo, y ambos hombres estrecharon sus manos.

— A usted, señor Cullen.

— Señorita, Swan — estrechamos las manos y sonreímos con cortesía —. Imagino que la veré el sábado.

Voltéé a ver a papá, expectante por que diera una respuesta satisfactoria. ¿Qué podía decir? No creo, señor Cullen. La verdad es que no pensaba ir, aunque fuera la fiesta de aniversario de la firma de mi padre y mi tío, jaja. Ahí me cuenta cómo estuvo.

Mierda.

Ahora, ya no había manera en poder zafarme de esto.

Regresé la mirada al señor Cullen y mantuve mi sonrisa.

— Por supuesto — dije como si fuera la cosa más obvia del mundo —. Jake y yo no nos perdemos esas reuniones.

Dije, aferrándome a mi único salvavidas.

Charlie hizo una expresión muy curiosa y me pareció que iba a decir algo, pero se lo guardó en el último momento.

El señor Carlisle miró su reloj que envolvía su muñeca a la perfección y musitó un:

— Lo siento, pero debo retirarme. Ha sido un placer verla, señorita Swan. Hasta el sábado. Permiso.

— Hasta el sábado.

Balbuceé, tarde.

El señor Carlisle ya estaba cerca del elevador con papá caminando a su lado.

Sábado…

Suspiré internamente.

— ¿Qué mierda es esa de que no irás? — le grité a la persona al otro lado del teléfono que se hacía llamar mi mejor amigo.

— Bells…

— ¿Cómo puedes hacerme esto? — estaba siendo dramática, lo sabía, pero la perspectiva de pasar esa noche sin Jake era simplemente espantosa.

Justo al llegar a casa, lo primero que hice fue mensajearlo y preguntarle como si nada cómo iría vestido el sábado, para coordinar nuestra ropa y ser fabulosos juntos.

Me respondió con un simple y seco: "Quería hablarte de eso. No podré ir".

Ni siquiera intentó suavizarlo, porque sabía que mi reacción sería la misma. Llamarlo y exigir una explicación.

— ¿Puedo exponer mi defensa? — intentó bromear.

Y eso era lo peor. Aún no había escuchado sus razones, pero estaba segura de que serían perfectamente justificables. Entonces mi histeria se convertiría en un berrinche.

Tomó mi silencio como un "si".

— Seth irá a un campamento este fin de semana. Habrá una lluvia de estrellas que solo será visible a las afueras de la ciudad y el chico no se la quiere perder. Obviamente no lo dejaré ir solo. Embry tiene partido de beisbol, así que mamá se quedará con él. Y, pues, papá estará en la cena.

Emití algo similar aun resoplido, ahorrándome mis comentarios. No tenía caso y Jake lo sabía.

— Te lo compensaré.

— No, no — negué de inmediato —. Olvídalo, no es tu culpa. Seth merece divertirse y no me debes nada. Jamás te pediría que me escojas por sobre tus hermanos. Todo saldrá bien — dije eso más para convencerme a mí —. Haré acto de presencia y luego me esconderé en la cocina con Sue toda la noche.

Al menos tenía a Sue, la mujer que había sido mi nana toda mi vida, y ella seguía viviendo en casa de Charlie. Era amable, inteligente y me gustaba mucho pasar tiempo con ella. Será muy lindo verla luego de tanto tiempo.

Ella me dejaría hacer lo que yo quisiera, y no solo eso, sino que me haría segunda. Si yo decidiera esconderme en los gabinetes, ella se reiría, trataría de convencerme de no hacerlo, pero al final me ayudaría a contorsionarme hasta caber.

Solo había un problema con ese plan y era que yo ya no tenía cinco años, ya no cabía en los gabinetes.

También podría esconderme en mi antigua habitación, o en los jardines.

Opciones había.

Suspiré, relajando los hombros y sintiéndome una niña.

Sólo era una estúpida reunión anual, tendría que poner buena cara solo por una hora, brindar, y luego fingir demencia e irme. Nada del otro mundo.

— Sé que odias esas reuniones, está demás decirlo —, dijo Jake —. Pero todo estará bien, Bells.

No lo dijo con ironía o regaño, lo decía con convicción.

— No prometo nada — bromeé —. Tal vez se me zafe un tornillo a mitad de fiesta y decida subirme a bailar a alguna de las mesas. O decir una tontería a la hora del brindis.

Jake soltó una carcajada.

— Asegúrate de que te graben.

Al día siguiente, Jake pasó por mí, lo cual no me sorprendió, pero no me lo esperaba. No vi de lo que se trataba hasta que me subí al auto y me recibió con mi café favorito de mi cafetería favorita.

No pude evitar mirarlo y rolar los ojos ante su sonrisa que intentaba verse inocente. Acepté el detalle de buena gana, pero igual no era necesario.

Sabía que esto es por el tema de la cena. Cómo si no lo conociera.

— Jake, no tienes nada de lo cual intentar disculparte.

— ¿Disculparme? Si solo te traje el desayuno — dijo con fingido tono casual —. ¿No puedo ser detallista con mi mejor amiga?

— Te lanzaré el café sobre el traje si no paras — masculle con el popote entre mis dientes.

Jake rio, derrotado.

— Me preocupo por ti, eso es todo.

Su tono de voz hizo que mi gesto se suavizara y sintiera una leve ola de ternura.

— Y lo aprecio muchísimo. Podré cuidarme sola unas cuantas horas. Además, no creo que Charlie me preste atención. Estará con todos sus socios, así que estaré bien. Solo saludaré a la gente y desapareceré muy discretamente.

Mi tono de voz pareció convencerlo, así como mi sonrisa relajada, que esta vez era genuina.

— ¿Y si algo sale mal? — medio bromeó.

Ay, el abanico de posibilidades era inmenso, pero no perdí mi buena actitud de viernes por la mañana.

Sonreí con algo de malicia.

— Pues si algo sale mal, más vale que salga mal como Dios manda.

Edward POV.

Levanté la vista de mi restirador al escuchar el inconfundible sonido de la puerta de mi apartamento abriéndose y cerrándose de un portazo.

Un taconeo se acercó hacia mí, por el otro lado de la puerta.

Descansar, Ed. Deberías buscar esa palabra y aplicarla.

Dijo Alice, entrando a mi estudio sin permiso, como de costumbre. Y se dirigió directo a sentarse a mi sillón favorito y desparramarse como si fuera suyo… como de costumbre. Siempre hacía eso, desde que podía recordar, tomar mis cosas con tanta naturalidad que a veces dudaba si realmente eran mías.

Como mi apartamento, como mi estudio y mi sofá.

— Manual de Carreño, Alice. Deberías leerlo.

Le medio gruñí, pero ella ni se inmutó.

— Ya lo leí. Dos veces.

Resistí el impulso de poner los ojos en blanco y volví a lo que estaba, dándole la espalda. En seguida lo dejé. No me concentraba en el trabajo cuando había alguien a mi alrededor.

Debería cambiar la contraseña de acceso… y el cerrojo.

Giré en mi silla, y resoplé, derrotado.

— Bien. Tú ganas — como de costumbre —. Dejaré de trabajar unos momentos, ¿feliz?

Sonrió, triunfante.

— Solo digo que cinco minutos no te harían mal. Llevas encerrado aquí horas, ni siquiera respondes mis mensajes.

Hizo un puchero, pero no caí. Hacía años que había perdido su efecto.

— Alice, estoy trabajando.

Y en algo importante, quise agregar.

— No mientras yo esté aquí — replicó —. Vamos, Edward. Rara vez tengo un día libre, ¿podemos pasarlo juntos? ¿En serio no quieres salir un ratito con tu única hermana?

Okey, tal vez aun tenían poquito de efecto.

Miré el papeleo y los planos a mis espaldas, junto con todo mi material de dibujo y mi portátil.

Realmente no me faltaba mucho para terminar, pero no me gustaba dejar las cosas a medidas. Aún tenía unos días para revisar esto…

Volteé a ver a mi hermana.

— Sólo un rato.

Esbozó una sonrisa brillante.

— ¡Si! ¡Vamos! Hay una cafetería nueva en el centro a la que quiero ir. Tú conduces.

Indicó saliendo de mi estudio.

Debí saber que Alice sabía que yo no podría decirle que no. Yo debí saber que no iba a poder decirle que no.

Salimos de la torre de apartamentos y descubrí que el sol apenas comenzaría a ocultarse. En verdad había estado encerrado todo el día. Aún con la ventana a mi lado no había sido capaz de ver el transcurso de las horas.

— ¡Ah! Vitamina D — suspiró Alice con malicia.

— Sólo súbete — dije en falso tono de fastidio.

Ella me respondí con su risa cantarina.

— ¿Dónde viste la existencia de esa aparentemente maravillosa cafetería? — pregunté a penas nos sentamos.

— Yo no dije que fuera maravillosa — dijo Alice, un poco confundida.

— No, pero algo debe tener para que te haya dado curiosidad.

Si algo era mi hermana, era selectiva. No iría a cualquier lugar sin que previamente le haya captado lo suficiente su curiosidad. Y casi siempre eran lugares increíblemente adornados, con temáticas; mucho dorado y flores.

— Veremos en cuanto lleguemos. El feed de su cuenta de Instagram es increíble. No hay nada que despierte más el interés que una buena estrategia de marketing.

— Claro…

Alice resopló.

— Ed, deberías actualizarte un poco. Te aseguro que el mundo de las redes sociales tiene cosas que te interesarían.

— ¿Cómo qué? — pregunté cortés.

Alice en seguida sacó su teléfono.

— Hay un montón de páginas de arquitectura. Artículos y noticias, de fotografía, trucos, novedades en programas de edición, sé que eres un excelente arquitecto, pero igual podrías aprender algo nuevo. Tienes el mundo al alcance de un slide.

Solté una risita que salió un poco irónica sin que fuera mi intensión.

— Alice, si algo hemos hecho desde que usábamos pañales, es viajar.

Y de eso había tenido mucho en los últimos tiempos. Habíamos sido privilegiados. Nuestros padres habían tenido un gran éxito y con eso nos dieron la vida más increíble a Alice y a mí. No recuerdo un solo año de mi vida en el que no hubiera viajado. Estos viajes no siempre eran por placer. Nos mudamos más de lo que me hubiera gustado y mis únicos vínculos fuertes no habían llegado hasta la universidad, cuando fui un sedentario por primera vez en mi vida.

— Bueno, sí —, admitió —. Ve por el carril derecho, así evitaremos el tráfico. Yo solo digo — retomó la conversación — que algo puede que te guste. Yo descubro música que me inspira cada semana, o me entero de las últimas tendencias.

Asentí, y fingí ponerle mucha atención al camino.

— ¿Ahora por dónde? — pregunté, buscando cambiar de tema.

Alice no lo sabía, pero había activado una serie de recuerdos en cuanto dijo la palabra "música". Recuerdos que involucraban a una guitarrista de largo cabello castaño.

Fruncí el ceño, molesto conmigo mismo.

Había decidido no volver a tocar ese tema, ni siquiera en mis adentros. ¿En qué estaba pensando cuándo fui al bar la segunda vez, luego de esa cena? Y peor aún, ¿en qué estaba pensando cuando fui una tercera vez?

Bella era una mujer intrigante, talentosa, muy bella... que mentía como una chiquilla. Yo solo era un adulto pretendiendo tonterías. Tal vez a ella le gustaban los hombres maduros, después de todo, la había visto con otro hombre el fin de semana pasado en el bar. Evidentemente más grande que ella, o incluso que yo.

Le sonreía mucho, y ella parecía muy cómoda con él hablándole al oído. Un encuentro recurrente, quizá. Parecían muy familiares… y él se veía como la clase de hombres rudos, que evidentemente frecuentaban lugares como El Tártaro y clubes de motociclistas.

Tal vez esa era la clase de hombre que a Isabella le gustaban.

— ¡Mira! La cafetería está en esa plaza de allá.

Dijo mi hermana, regresándome al presente.

Por más que intenté, Isabella se seguía colando en mi mente, aun cuando sabía que no debía. El recuerdo estaba en segundo plano cuando estacioné el auto, cuando entré con mi hermana al lugar que ella había querido ir. Mi mente se aclaró un poco cuando vi el lugar.

Excéntrico, y precioso, como todo lo que le gustaba Alice.

Había acertado con el tema de las flores y el dorado, pero aun así la decoración no era precisamente extravagante. Tenía lo justo de elegante con lo casual, incluso rozando en el ambiente familiar.

De las vigas expuestas del techo colgaban hermosas guirnaldas de flores de todos los colores, creando una cortina de pétalos y tallos.

— Wooow — exclamó Alice —. Lástima que sean falsas.

Se lamentó, acariciando una de las flores sintéticas.

— Si, pero sería extremadamente caro.

— Ya lo sé — dijo en un puchero.

Me alegraba haber salido con mi hermana.

Ya tenía unas cuantas semanas en la ciudad, pero apenas me estaba aclimatando. Casi no habíamos tenido tiempo para compartir. Ella estaba tan ocupada con su línea de moda y Jasper, y yo con los asuntos de la cadena hotelera.

No había tenido un verdadero descanso desde hacía un año. Cuando papá me llamó para que volviera, yo ya estaba empacando mis maletas, listo para ayudar en lo que él me pidiera. Mi tiempo de hermitaño había terminado.

Y ahora estaba de vuelta como su arquitecto principal. Qué rápido pasaba el tiempo. Aún había mucho que hacer, pensé en los planos que me esperaban en casa, y el reporte que debía llenar.

A papá no lo detenía nada, esa era una de las cosas que más admiraba de él. El complejo resort se pospuso por tiempo indefinido, pero ahora, comenzaba a formarse otro gran proyecto, pero ahora con otro… despacho aliado.

Y ahí estaba Isabella de nuevo.

¿Cómo librarme de ella?

Decidí concentrarme en mi hermana y en el lugar nuevo al que me acababa de llevar. Alabamos algunos aspectos del local y criticamos discretamente algunos otros. ella me decía lo que ella hubiera puesto como decoración y yo contrarrestaba con alguna extravagancia arquitectónica.

— Pero eso no combinaría — me decía ella entre risas.

— ¡Ya se! — exclamé — ¿Qué te parecen unos azulejos de esmalte brillante color neón y adornos a lo kitsch?

— ¡Aah! Edward ya cállate ¡Ay! Gracias — dijo mi hermana en cuanto le trajeron su latte — Por cierto, ¿papá te dijo? — dijo, cambiando de tema.

— ¿Qué cosa?

— Lo de la fiesta de este fin de semana.

— ¿Cuál fiesta?

— Oh, creí que lo acompañarías.

Enarqué una ceja, sin comprender.

— El señor Swan y el señor Black darán una fiesta este fin de semana en casa del señor Swan.

Ahí estaba de nuevo.

— No, no estaba enterado — respondí, leventemente evasivo.

Alice se encogió de hombros, restándole un poco de importancia.

— Creo que es por el aniversario de la firma, o algo así. Creí que, como tú eres su mano derecha en cosas de arquitectura, lo acompañarías.

— Pues no me ha dicho nada.

— Tal vez te lo dice luego.

— Tal vez sabe que le diré que no.

Ella asintió, comprensiva.

— Si, pero conoces a papá. Te invitará de todas formas.

Ahora yo fui el que asintió. Si, invitarme, aunque ya supiera mi negativa es algo que haría papá. Ser considerado. También ir, aunque apenas teníamos un mes de haber firmado el contrato, era algo que haría papá.

— Me gustaría ir, aunque fuera solo para saludar a Bella — musitó mi hermana.

— Te cayó bien, ¿eh?

— ¿A ti no? — me preguntó, extrañada.

Me encogí de hombros.

— No hablamos tanto — fue mi única respuesta.

Soy músico tiempo completo. Resonó la voz de Bella en mi cabeza. … No te mentí, solo no te dije toda la verdad.

No, no habíamos hablado tanto, y, aun así, la mitad de lo que habíamos hablado habían sido mentiras, y la otra mitad, una actitud evasiva.

Lo encontraría insoportable sino fuera porque…

¡No!

Yo no era ningún idiota. Reconocía a la perfección, aunque fuera solo en silencio y para mí, lo mucho que me atraía. Y eso era justamente lo que me inquietaba. No reconocía de dónde venía la magnitud de ese sentimiento, si bien era algo apenas existente, algo me decía que, si no me andaba con cuidado, podría salírseme de las manos.

Era enervante lo mucho que me afectaba. Sólo era una chiquilla mentirosa, que jugaba a tener dos vidas.

Bien, si ella no me quería ni como Bella ni como Rocket, eso le daría.

Había solo un problema con eso.

No estaba tan seguro de querer hacerlo.

Bella POV

Cuando era niña… muy niña, mamá solía contarte cuentos. Ella me había regalado un libro con una compilación de cuentos clásicos, pero no todos me gustaban.

Había uno que sí me gustaba mucho, no por la trama en sí, sino por una escena en particular. "La Cenicienta". Era una torpe, si me lo preguntan. Su madrasta era una maldita y sus hermanastras unas tontas, pero Ella más por dejar que la trataran así.

Igual de algo le sirvió, consiguió todo lo que quiso sin soltar sus valores, y supongo que en un mundo de cuentos eso es genial.

Pero a quién le importan los valores y las moralejas. No.

La parte que a mí me hacía mucha ilusión, es la parte dónde llega el hada madrina y le regala el vestido más hermoso de todo el baile.

Le dice plan: "Cómo has sido tan buena, te regalaré un vestido, unos zapatos y una noche". Le rogué a mamá por la película animada en cuanto salió y la vi una y otra vez hasta gastarla, únicamente por esa escena.

Y ahí va Cenicienta, en una carroza comestible, a tener una noche de diversión como no ha tenido nunca, a bailar hasta no poder más y vivir algo que siempre recordará.

Isabella, muy bonito, pero ¿y eso qué?

Pues me sentía justo como ella, solo que en una versión… alternativa.

No había hada madrina ni una transformación mágica de en sueño; pero si había un hombre poderoso que había organizado una fiesta, a la cuál había invitado a todos los súbditos del reino.

Al fin había llegado la noche de tan ansiada celebración.

En esta versión, Cenicienta no estaba muy emocionada con la idea de ir y conversar con todos los monarcas y sus séquitos; pero aún así se vistió y se arregló como si la hubiera ayudado un hada madrina…

Mi conjunto no era celeste, sino negro. Vestía una falda corta formal con detalles finos en hilo dorado, una blusa negra semi holgada bastante elegante, unos tacones y accesorios a juego. Había apostado por un maquillaje en tonos oscuros, incluido un labial en color borgoña. De último momento, decidí dejar que mi cabello cayera en cascada por mi espalda, sujetado elegantemente solo con un broche del lado derecho de mi rostro.

Me vi en el espejo y sonreí con aprobación.

Estaba segura de que Cenicienta también lo había aprobado.

Ojalá fuera real, me habrían venido de lujo algunos consejos para pasármela bien en una fiesta del palacio.

O a lo mejor yo le hubiera dado algunos consejos sobre como mandar gente al diablo.

Creo que haríamos un gran equipo.

Y, por último, pero no menos importante, yo también tenía carroza. No era una calabaza, pero si producto de la magia de la tecnología.

El viaje fue silencioso, gracias a Dios. No tenía ganas de que nadie me hiciera plática. Mientras pasábamos rápidamente entre las calles de la ciudad, descubrí que realmente no me sentía tan pesimista como creí que me sentiría.

Si, Jacob no me acompañaba y eso apestaba. Pero había algunas cosas que me consolaban, la principal era que, al fin, volvería a tocar con la banda en el bar la noche siguiente. Y la segunda, era el hecho de que no era más que una cena. Como la cena de Navidad, donde ves y convives con gente que no ves en todo el año y no volverás a ver hasta el año siguiente una vez terminado el evento.

Mi actitud negativa era innecesaria.

Solté un suspiro cuando reconocí la parte medio-alta de la ciudad. Admiré las bellas y amplias fachadas que hacía tiempo no veía, hasta que reconocí la casa de mi padre.

Agradecí al conductor y me bajé del auto.

De colores crema y detalles en café, con grandes ventanales y setos perfectamente cortados, estaba el lugar de mi infancia. La mansión Swan. Miré los autos relucientes aparcados en la calle y supe que la fiesta ya estaba comenzando.

Todas las luces internas del primer piso estaban encendidas, dando la bienvenida.

Aunque esta alguna vez había sido mi casa, no me sentí con el atrevimiento de entrar solo así. Llamé al timbre.

Vi su reflejo en el cristal y ya tenía el saludo en la garganta antes de siquiera abriera la puerta.

— ¡Bella! — gritó Sue. Y antes de que siquiera pudiera terminar, yo ya me había lanzado a su cuello.

— ¡Sue! — apreté más mi abrazo — No sabes el gusto que me da verte.

— ¡Bella! — repitió ella, estrechando la distancia entre nosotras —. ¡Pero que guapa! — alabó apenas nos separamos.

—¿Cómo has estado? — interrogué.

— Ay, pues bien. Mucho trabajo con esta reunión — se quejó en voz baja.

Solté una risita silenciosa.

— Imagina cuando termine.

— No me ayudas — replicó.

— A la otra convenceré a papá de que haga su fiesta en un salón o un restaurante.

Ella rio conmigo, pero en seguida volvió a su papel, dándose cuenta de que seguíamos en el umbral de la casa.

— Pasa, por favor. Estás en tu casa.

Me adentré en el recibidor mientras Sue cerraba la puerta.

Todo estaba tal y como lo recordaba. Pulcro, brillante, elegantemente familiar. Seguía oliendo a limpio y a madera, ahora combinado con un aroma de comida recién hecha y otras cosas, ¿puros? Tal vez.

— ¿Qué tal ha sido? — le pregunté y ella lo captó al vuelo.

Hizo un mohín de resignación.

— No está mal, no ha habido grandes cambios, pero es muy silencioso desde que te fuiste.

Ni siquiera se esforzó en ocultar su expresión de pesar.

Me mordí el labio, sintiéndome tremendamente culpable. No tenía excusa, me había olvidado de darle tiempo a Sue, solo por evitar venir a esta casa.

El timbre volvió a replicar.

— La reunión es en el patio — me indicó Sue, volviendo a su papel de la noche.

— Gracias.

Caminé por el vestíbulo hacia la sala. El gran ventanal me adelantó el escenario. Habían dispuesto de grandes mesas circulares cubiertas con manteles blancos, además de una mesa larga donde estaba la comida, postres y otros aperitivos. En otra mesa un poco más alejada, estaban las bebidas.

Todo estaba adornado con unas preciosas lucecillas de colores cálidos.

Reconocí a algunos invitados. Socios de la firma, junto con clientes satisfechos quienes habían financiado grandes proyectos.

Salí al porche, conteniendo la respiración, preparándome para el recibimiento. En seguida un montón de ojos se posaron sobre mí, reparando en mi llegada.

Miré hacia el fondo y en seguida reconocí a Carlisle.

Mi corazón dio un traspié.

A su lado, mirándome con sus penetrantes ojos verdes, estaba Edward.

"Buena suerte", dijo la Cenicienta de mi imaginación, mientras emprendía la huía dando piruetas.


Holaaaaa.

Oigan, wow. Escribir un fic es infinitamente más difícil de lo que creía jajaj. Ahora respeto mucho más a la gente que ha estado vigente por años.

En fin, me he desvelado un poco escribiendo esto, pero moría por actualizar!

He estado trabajando en la línea de los acontecimientos para llevar la historia por buen hilo, así que no se preocupen! Sí tiene un final, se los aseguro. No crean que los dejaré tirados, estoy decidida a terminar esta historia!

Muchas gracias por leer. Cuídense. Nos leemos pronto.