Los personajes no me pertenecen, sino a la escritora STEPHANIE MEYER. La historia si es de mi autoría. No publicar en otras páginas, categorías o traducir sin previo permiso. Está prohibida su copia total o parcial. +18

Capítulo 11:

Tregua.

La fiesta si parecía un baile de palacio. Incluso había música ambiental en vivo que sonaba muy suavecita, envolviendo a todos en un ambiente elegantemente festivo.

Charlie fue el primero en acercarse a saludar, separándose unos momentos de su conversación varonil, desconectándome de los ojos de Edward y de la atmósfera.

Lucía un traje para la ocasión, haciendo uso de su estatus de anfitrión.

Sonreía bastante y traía un vaso con whisky en la mano.

— ¡Bella! Qué bueno que llegas. Te esperaba más temprano.

Solo hizo el comentario, no me estaba reprochando nada. Sonreí levemente, en disculpa.

— Lo siento, papá.

— No pasa nada. Con Jake ausente, supuse que así sería.

Medio sonreí medio torcí el gesto.

— Es una pena que se pierda esta noche — traté de no ironizar.

Charlie le restó importancia con un movimiento de mano.

— Ha estado en todas las demás. Una noche que esté ausente no pasa nada —. Ojalá fuera igual de considerado conmigo —. Pero ven, saluda a los invitados.

Hice mi cabello hacia atrás e hice uso de mi expresión más afable, dispuesta a que esto saliera tan bien como se pudiera.

Bajé los escalones del porche, uniéndome a la fiesta, luchando por no voltear de nuevo, buscando la mirada de Edward. Cosa que moría por hacer.

"¿Qué hace aquí?", grité internamente. Pero sola me respondí con un: ¿pues tú qué crees, tonta? Ahora nuestras familias eran socias y aliadas. Eso significaba que Charlie los invitaría a cada cosa importante de la firma. Eso no aseguraba que asistieran, pero inevitablemente mezclaba nuestras vidas sociales… para variar de males.

No sería un problema de no ser por nuestro último encuentro en su casa. Tan tenso, tan revelador para él, y tan incómodo para mí… sin contar con que una parte de mi rogaba por otra noche.

Ese abrasador deseo que había intentado ahogar desde hacía semanas y que se resistía a morir, pero al menos había logrado controlar.

Y ahora, con tan solo una mirada, con tan solo saber que estaba aquí, mi esfuerzo se veía reducido a polvo.

Mi parte más razonable me decía: haz como Cenicienta y lárgate de aquí. Y la otra decía: ¿y si lo provocamos un poquito? Ándale. Poquito.

Adivinen cuál iba ganando.

Además de los señores Cullen, mi tío y mi padre, estaban otras tantas personalidades que obviamente no iban a dejar pasar la oportunidad de una reunión entre camaradas y buen alcohol.

Papá hacía buenas fiestas.

Muchos de ellos eran hombres y mujeres de la edad de mi padre, casi todos clientes con los cuales habíamos terminado teniendo una gran relación a tal punto de convertirse en accionarios y a veces benefactores.

Está mal que lo diga, pero a veces no se me quedaban tan bien los nombres, especialmente de los clientes extranjeros, así que había aprendido a identificarlos por proyecto. Estaba la pareja del complejo habitacional multifuncional, Liam y Siobhan, sino mal recordaba. También estaba la pareja del museo infantil a beneficencia… Mary y Randall, recordé luego de unos segundos muy largos de esfuerzo.

Me daba mucha pena porque ellos si recordaban mi nombre, o al menos se referían a mi como "señorita Swan".

Funcionó como ejercicio mental, porque entre más gente saludaba era más fácil recordar.

Todas las conversaciones fueron esencialmente iguales. Fue algo así:

"Vladimir y Stefan, buenas noches, ¿cómo han estado?"

"Muy bien, señorita Swan. Gracias. Es bueno ver que la firma está prosperando".

"Ah, muchas gracias, señor. Cualquier cosa no dude en pedirla".

"Gracias, gracias. Es usted muy amable".

"Permiso, voy llegando. Lo mejor será saludar al resto de los invitados".

"Sí, sí. Adelante. Disfrute de la fiesta."

Debo ser honesta, estaba luchando por demorarme solo porque quería atrasar cierto saludo.

Luego de darle la bienvenida hasta al servicio del catering, no me quedó más remedio que acercarme a las últimas dos personas que me faltaban. Cuando llegué, me encontré con que el señor Carlisle estaba solo. Sentí una extrañísima mezcla de decepción y alivio. No había visto en qué momento Edward se había marchado.

Masoquista.

El señor Carlisle se me adelantó, se aproximó con una media sonrisa amable, le regresé el gesto de forma casi instintiva.

— Señorita Isabella — musitó, ofreciéndome su mano, la que estreché con gusto.

— Buenas noches, señor Cullen. Me alegro de que haya podido venir.

No sé cómo decirlo, pero a mí me parecía que el señor Carlisle era multifacético, así como un camaleón. Usando traje, en un ambiente de oficina, me parecía un hombre de negocios realmente intimidante a imponente. En su hogar, vi su faceta de cabeza de familia, sin perder esa formalidad. Y ahora, en medio de una fiesta, me parecía solo un hombre reservado disfrutando de una noche libre.

— Difícilmente rechazaría tan consideraba invitación. Su padre fue muy amable en incluirnos en su celebración a pesar del corto tiempo que hemos compartido.

¿Siempre hablaba tan formal?

— Ahora formamos parte del mismo equipo — respondí con sinceridad —. Eso incluye las celebraciones. Por cierto, ¿qué tal la noche? ¿se la están pasando bien?

Carlisle fue a responder, pero otra voz intervino, la voz de Edward; quién se había materializado al lado de su padre y me sacó un ligero sobresalto. Traía una bebida consigo.

— La velada está transcurriendo… perfecta — concluyó, sin apartar los ojos de mi rostro. Agregó una media sonrisa que distaba de ser un gesto de mera cortesía —. Buenas noches, señorita Isabella.

Un paralizante e inesperado escalofrío nació de mi estómago y me recorrió entera al escucharlo decir mi nombre acompañado de esa sonrisa.

No permití, en ninguna circunstancia, que viera que acababa de alborotar cada célula de mi ser. Hice acoplo de toda una vida de actuación y le sonreí de forma calurosa, como si fuéramos amigos de toda la vida. En parte por orgullo… y bueno, ¡porque su padre estaba ahí!

Me moría por soltarle un comentario cargado de ácido sarcasmo… o de lujuria, si somos honestos, pero me salió un dulce:

— Buenas noches, señor Cullen. Qué gusto que nos acompañe.

Sonó bonito, la verdad.

Edward enarcó su perfecta ceja en un gesto entre diversión e incredulidad. Entonces caí en cuenta de algo, miré a Carlisle y pregunté:

— ¿Dónde se encuentra el resto de su familia? — e hice ademán de buscarlos.

Sonrió, levemente contrariado.

— Me temo que solo hemos venido nosotros. El resto se ocupó en asuntos de trabajo, pero de igual forma agradecen la invitación y lamentan no haber podido venir.

No oculté mi desencantó. Me hubiera gustado ver a Alice.

— Ah… Qué lástima. Bueno, no pasa nada — dije en un ligero encogimiento de hombros — En otra ocasión será — crucé mirada con Edward y descubrí que me miraba muy fijamente. Se llevó el fino cristal a los labios y el muy descarado me guiñó el ojo de forma que solo yo pudiera verlo. Ahora sí. La huida. Carraspeé un poco, dejándome levemente en evidencia. Estaba arruinando mi actuación —. Lo lamento, pero los dejaré un momento. Iré a ver si mi padre no necesita nada. Si desean algo, no duden en pedirlo. Están en su casa.

Me di la vuelta y caminé directo a la multitud, tratando de mantener un ritmo despreocupado, cuando en realidad solo quería correr por un trago y esconderme en la cocina.

En lugar de eso, fui con mi padre para sostener mi plan de escape.

— Vino muchísima gente — le comenté.

— Buenos amigos que hemos hecho a lo largo de estos años.

"Amigos" no es la palabra que yo usaría, pero bueno…

Un mesero se acercó a nosotros y nos ofreció copas de fino alcohol. Tomé una sin pensármelo mucho.

— Gracias — murmuré, tomando un poco.

Charlie me miró con ligera severidad, incluso crítica. No sé si era porque estaba distraída o agitada, pero volví a romper mi actuación. Intenté recordarme que esta noche era Isabella, no Rocket, e Isabella no toma en frente de Charlie, no si Jacob no está.

En un segundo, se rompió la burbuja pacífica.

Él iba a decir algo, pero yo me adelanté y espeté:

— Solo es una copa — Señor Tercer Vaso de Whisky, completé en mi mente muy, muy amargamente.

— Pues que solo sea una — me regañó —. Te quiero consciente a la hora del brindis.

No me retes.

— Ni al caso tu comentario — dije bajito, no por temor a que él me escuchara, sino para que no lo hicieran los invitados.

Tomé de la copa de nuevo, esta vez solo para fastidiarlo.

Charlie me miró ceñudo y algo en el interior de mi pecho se encendió. Fue una chispita, un calor chiquito que conocía bien, y si no lo controlaba en ese momento, sería capaz de arrasar con todo a su paso.

Me mordí la lengua, pero no me disculpé. Yo sabía que él no lo haría.

— Esta noche no, Bella — me recriminó imitando mi tono de voz, mientras trataba de sonar autoritario.

— Tú empezaste — le respondí.

Me di media vuelta y me metí en la casa antes de cometer una tontería.

Camino a la cocina, me tomé el resto de la copa de un solo trago, buscando en las burbujas la entereza para lograr que la noche saliera bien. Solo bien.

El silencio me acompañó en el segundo que crucé el umbral de la puerta. En ese momento sentí lo inevitable: lo ajena que me sentía al espíritu de celebración. Estaba ahí por compromiso, por apariencia. Por alargar un poco la frágil paz.

Resoplé y dejé la copa en la isla de la cocina.

Miré la casa en la que alguna vez viví, miré todo. Los anaqueles de madera fina, las altas paredes lisas de colores claros, el azulejo de mármol, las terminaciones con madera en los arcos que conectaban las habitaciones, los cristales finos que colgaban de las luces suaves. La inmensidad de una sola zona.

Caminé hacia el recibidor, apreciando la herrería del pasamanos que llevaba al siguiente piso… miré la puerta principal, la salida…

Mi celular vibró dentro de mi carterita y di un ligero respingo. Lo saqué, y leí en la pantalla: Jake.

Caminé rápidamente a la sala, buscando un poco de privacidad.

— Hola — atendí casi con alivio.

— Hey, Bells. ¿Ya estás en la fiesta?

— Sí — suspiré —. Tengo rato de haber llegado.

— ¿Qué tal todo? — preguntó casi con cautela, pero pude escuchar perfectamente el "¿cómo estás?" implícito.

— Las aguas se agitaron un poco, capitán. Pero nada que la tripulación no sepa manejar. El cielo está despejado, pero no descartamos la posibilidad de tormenta.

Jake soltó una risa genuina.

— ¿Tan mal?

— Meh — medio grazné —. Un par de comentarios desafortunados, pero no se arriesgará a hacer una escena. Eso te lo aseguro. Pero es igual, se esperaba — hice un mohín —. ¿Tú cómo estás? ¿todo bien con Seth?

— Oh, sí. El chico está muy emocionado, no se ha separado de su telescopio desde que llegamos. Ojalá la fiesta de Charlie hubiera sido otra noche, me habría encantado que veas esto. El cielo se ve mejor aquí que en mirador al que vamos.

Sonreí con ternura. Jacob trabajaba mucho, y rara vez podía pasar tiempo de calidad con su familia. Me imaginaba la escena, él con su adorable hermano menor, viendo el cielo, estudiando las estrellas.

Platicamos un poco más. Quedamos en ir a ese lugar en algún día libre, con la moto, tal vez invitar a Rose y Emmett.

Por más que me hubiera encantado alargar la llamada, esa noche era de él y su hermano. Yo lo tenía casi todo el tiempo, así que insistí en colgar, y en que luego me contaba que tal le había ido. Me pidió que les mandara muchos saludos a todos, especialmente a Sue, y colgamos.

En mi ausencia, se había presentado más gente, y me parecía que las risas y el ruido había incrementado.

Caminé de regreso a la cocina, quebrándome la cabeza buscando algo que hacer. Sin pedírselo, Sue me dio la respuesta.

Estaba en la cocina, dándole algunas indicaciones a las personas de catering. Estaba limpiando algunas copas, alistando las charolas.

— Hola, Sue — saludé, acercándome a ella.

Me dirigió una mirada rápida justo con una sonrisa, volviendo a lo suyo.

— Hola, corazón.

— Quería preguntarte si no necesitas ayuda con algo.

Me miró como si hubiera dicho una ocurrencia muy graciosa. Justo como cuando tenía ocho años y le decía que quería helado para cenar, o que, si me daba una galleta más de las permitidas, prometía no decírselo a nadie.

— Ay, por favor, Sue — imploré en voz baja —. Dame algo que hacer. Lo que sea. Si quieres no toco las copas, pero podría llevar la botella allá afuera.

— Bells, ¿cómo crees? Se supone que es mi trabajo.

Hice pucheros, no pude evitarlo.

Sue me había visto crecer, era mi amiga. Ella decía que no importaba cuánto creciera, siempre sería su niña.

Me miró unos segundos, torció los labios, pero al final cedió.

— Bueno… puedes ayudarme llevando esta botella a la mesa principal — dijo, arrastrando un poco las palabras —. Dásela al joven que sirve las copas.

— Gracias, Sue.

— ¿Dónde está el joven Jacob cuando se necesita? — dijo en tono de broma —. Sólo él me puede ayudar a ponerte en tu lugar.

Solté una carcajada.

— ¿De qué hablas? Nadie, jamás ha podido.

Ella me acompañó en mis risas.

— Dímelo a mí — ironizó —. Escuché que este año no vendría, ¿es cierto?

— Sí — admití con ligera tristeza —. Justo acabo de hablar con él. Dice que te manda muchos saludos y espera verte pronto.

Sue sonrió con dulzura.

— Bueno, es que ya es todo un hombre. Tiene responsabilidades, tiene un buen trabajo y a sus hermanos… Sólo le falta encontrar una buena mujer, y tener su propia familia.

Las palabras de Sue estaban cargadas de un afecto y sinceridad que me derritió el corazón y también me atravesó un pinchazo. Al irme de la casa y tratar de no mirar atrás, también la abandoné a ella.

El timbre de la puerta me salvó.

Mientras ella se dirigió a abrir a los recién llegados, yo tomé la botella y me dirigí al patio, a cumplir con el favor autoimpuesto.

Ahí, cerca de la mesa principal de bebidas, estaban mi padre y mi tío platicando con los Cullen. Edward fue el primero en verme acercarme, pero no dijo nada.

— Bella, déjanos un poco — bromeó mi tío Billy.

Charlie rio, pero era una risa forzada, aunque creo que eso solo yo lo noté. Los Cullen solo sonrieron, aceptando la broma, pero no queriendo verse descorteses conmigo. Qué considerado, pensé viendo de reojo a Edward.

Al final no lo resistí y me reí. Mi tío y Jake compartían el sentido del humor.

— Muy gracioso — roleé los ojos —. Sólo vengo a entregarla.

Entregué la botella, los vasos con licor me hicieron ojitos, pero resistí la tentación.

— Parece que todo está saliendo bien — hice conversación, viendo a mi alrededor. La gente comiendo y bebiendo, así como bailando cerca del escenario al son de la suave música.

— Y usted parece más preocupada por que todo salga bien que disfrutar el evento — comentó Edward.

Me encogí de hombros, sintiendo la tentación de su presencia. Su comentario no era más que eso, no parecía haber una doble intensión, pero no olvidaba cómo había terminado nuestra última conversación aparentemente pacífica.

— Me gusta ser una buena anfitriona — dije con suave sinceridad.

— Y hace un buen trabajo — alabó Carlisle.

Edward asintió.

— Me gustan los eventos con buena música.

Ahí estaba.

No lo miré, mirarlo de forma asesina habría sido tan fácil… pero tan riesgoso.

— Una fiesta no lo es sin música — dijo Charlie, siguiendo su propia conversación.

Ese comentario derivó en otra conversación entre Billy, Carlisle y el propio Edward. Charlie se acercó a la mesa de bebidas y se detuvo a mi lado. Me puse a la defensiva, no pude evitarlo. Esta fiesta comenzaba a ser tediosamente larga y yo no veía la hora de largarme. Cenicienta me había mentido.

Charlie no me miraba a mí, sino que miraba a los músicos.

— Una buena fiesta necesita música — dijo —. ¿Hace cuánto que no has vuelto a tocar el chello, o el piano?

¿Qué?

— Ha pasado mucho — seis años. Lo recordaba perfecto.

— Eras muy buena. Tu profesor… siempre me pareció un poco desubicado, pero era buen músico.

— ¿A qué viene todo esto? — corté. No quería tener esa conversación.

Charlie se encogió de hombros.

— Nada, es solo que recordé algo. ¿Recuerdas cuando tenías 16 o 17, y tenías esta ridícula idea de cantar en una banda de rock? — rio como si no concibiera nada más idiota.

Mi corazón trastabilló dentro de mi pecho, y el repentino temor de ser descubierta me invadió, pero cuando hablé, sonó casi con burla. Un comentario estudiado.

— Sí, lo recuerdo. Qué ridículo, ¿no? — risa irónica-histérica —. Adolescentes…

— Y fuiste una difícil… Deberías retomar la música, Bella. Algún bien te hará.

Dijo como si hubiera por ahí algo mal conmigo, como si aún fuera una chiquilla a la que había que buscarle un hobbie para que concentrara su mente en algo productivo.

Me mordí el interior de la mejilla para luchar contra el escocer de mis ojos, que por alguna razón intentaban liberar lágrimas sin el permiso de nadie.

— Lo pensaré — murmuré.

Algún invitado llamó la atención de mi padre y él volvió a su brillante y majestuosa fiesta. Al voltear, vi que Edward me miraba muy serio. Sin burla ni nada. Solo me miraba.

Me invadió un enojo repentino e irracional. ¿Qué más daba si me delataba? Yo podía delatarme mejor, a mi manera. Ir por mi guitarra y montar un espectáculo digno de Ozzy Osbourne. Gritar la verdad a la hora del brindis, armar un slam. Qué se yo.

Me quedé ahí parada, solo viendo la fiesta, sintiéndome completamente idiota. Al diablo, solo me iría.

Edward me impidió el paso y lo miré con ganas de que salieran rayos láser y reducirlo a polvo. Vio la hostilidad en mi mirada y él levantó las manos, como si se protegiera.

— Vengo en son de paz.

— Ya. Y esperas que te crea — espeté.

Sonrió de esa manera suya tan preciosa, y carajo, las ganas de bronca bajaron un poco.

— Bueno, no puedo culparte — pasó su mano por su cabello cobrizo, en un gesto involuntario —, pero es verdad. No quiero pelear contigo.

Resoplé con impaciencia.

— Entonces, ¿qué quieres?

Me tendió su mano y señaló la pista de baile con un leve movimiento de barbilla. Miré su mano y luego su rostro, dudando. Buscando la trampa. Sabía que él y yo compartíamos un secreto, pero él parecía tan a gusto, como si realmente no le preocupara que nos vieran juntos. Era un simple baile en la fiesta de mi padre.

Luego noté que la gente miraba mucho hacia donde estábamos nosotros, pero no me miraban a mí. Miraban a Edward.

De no haber estado tan ocupada pensando solo en mí, me habría dado cuenta de que los Cullen robaban las miradas de todos y entonces lo entendí. Nadie estaba aquí por mi padre ni la fiesta ni su motivo, sino por ellos.

Papá había logrado algo que todo mundo quería. Había firmado un contrato ambicioso y había hecho que los Cullen se presentaran, compartiendo así un poco del misterio. Tal vez el resto de su familia no había venido justo por eso, no por trabajo, sino por discreción.

Regresé la mirada a la mano de Edward aún tendida, y no pude evitar que se me escapara una sonrisa. Un baile más no sonaba mal, había algo mágico en esto. Para todos, él y yo éramos unos extraños en una fiesta, pero solo nosotros sabíamos la verdad. Esta vez, no estaba sola atrapada en un secreto. Tomé su mano.

Ninguno de los dos dijo nada mientras nos adentrábamos a la pista de baile.

La situación me era familiar, a excepción por la música. Esta vez la suave música de salón nos acompañó en lugar del jazz. Edward posó su mano en mi cintura y yo llevé la mía a su pecho.

Tal como esa noche, la electricidad comenzó a correr por mi cuerpo, pero esta vez de una forma más suave y sutil. Me sentía cohibida por los testigos, pero eso no me impedía disfrutar del momento de volver a estar en sus brazos.

Nos desplazamos por la pista, y entre más vueltas dábamos, más cómoda me sentía. Ambos nos mirábamos cada tanto, pero al final alguno desviaba la vista, ninguno sabía qué decir.

Edward fue el primero en romper el silencio.

— Ahora entiendo porque bailas tan bien — comentó muy suavemente solo para que yo lo escuchara. Había una nota de burlona maldad, como si estuviera contando un chiste.

— ¿En serio? — le recriminé discretamente.

Sonrió con ganas, luego esa sonrisa poco a poco se fue apagando. Miró a nuestros costados con discreción y volvió a hablar en voz baja, solo para mí.

— Bella, quiero pedirte una sincera disculpa — sus ojos habían abandonado toda burla, sus facciones habían adoptado tal seriedad que me recordó lo adulto que era —. Mi accionar en la cena no estuvo bien. Claro, mentiste, pero ¿cómo podías saber lo que pasaría? — media sonrisa irónica —. Fue infantil de mi parte. En verdad lo siento.

Vaya…

¿Por qué se disculpaba? ¿Qué quería? Sus palabras parecían genuinas. Quiero decir, no lo conocía, pero le creí en seguida. Supongo que era lo mejor, no tenía caso comportarnos como un par de tontos, todos tensos, a la espera de un ataque.

Yo también cedí.

— Gracias. Yo también lamento haberte hablado así… ¿Tregua?

— Tregua — aceptó.

— ¿Eso quiere decir que dejarás los comentarios de doble sentido? — había recuperado mi sentido del humor.

— ¿Hay que poner condiciones?

Me encogí de hombros.

Edward torció el gesto en un movimiento de boca tan sexy que… uuuuugggh. Lo miré fijamente más de lo necesario, pero desvíe la vista tratando de no ser más obvia. Él me sonrió con un brillo coqueto en sus ojos.

— En ese caso…

Comenzó a hablar, pero la música se detuvo. Nos vimos interrumpidos del baile y de la privacidad del momento.

— Hola a todos. Buenas noches — dijo Charlie a través del micrófono, a su lado estaba mi tío Billy. Ambos traían consigo una copa de champagne —. Ha llegado la hora del brindis, así que, por favor, todos tomen una copa.

Los meseros iban pasando por entre la gente, entregando copas en grandes charolas de plata. Edward y yo tomamos una.

— Gracias — murmuramos a la vez.

Al ver que ya todos teníamos nuestro trago, Charlie continuó.

— Para comenzar, muchas gracias a todos por venir, significa mucho para nosotros que estén aquí esta noche.

— Hace veinte años, Charlie y yo comenzamos nuestro primer proyecto…

— Una cochera.

Todos rieron, excepto Edward y yo.

— Si, era una cochera — más risas —. Pequeña. Muy pequeña. Pero lo hicimos con mucho esmero y algo de ilusión. Era nuestro primer proyecto juntos. Luego de eso, fueron más proyectos pequeños. Nuestras recomendaciones no iban más allá de nuestros amigos y conocidos.

— Y entonces, llegó el primer gran proyecto. Una nave industrial.

— Irónicamente, para un taller mecánico — dijo Billy.

— Veinte años… no parecen muchos, pero todos ustedes han sido parte de esos veinte años, de una u otra forma. No están todos, claro, pero eso no quiere decir que los olvidemos.

— Esta fiesta más que para nosotros, es para ustedes. Por ayudarnos a crecer, por confiar en nosotros, por permitirnos ser parte de sus sueños.

— Y nada de esto sería posible sin nuestras dos manos derechas, ¡Bella! ¿Dónde estás?

Charlie comenzó a buscarme entre la multitud desde el escenario. Levanté la mano para facilitarle la búsqueda.

Me sonrió.

— Todo esto también es gracias a ti. Tú y Jacob han estado desde antes que nadie. Muchas gracias.

La gente aplaudió, incluido Edward; todos me veían. Yo solo sonreía, hasta que dejaron de mirarme y regresaron la atención a mi padre.

— Y también quisiera agradecerle a mi hijo, Jacob. Lamentablemente él no pudo asistir, pero todos los presentes lo conocen, y saben que él también está agradecido con todos ustedes. Así que sé que hablo por él cuando les digo: gracias. Por estos veinte años y por los años por venir.

Ambos, Charlie y Billy se miraron y se sonrieron como los viejos amigos que eran. Prácticamente hermanos.

Ambos levantaron sus copas dijeron a la vez:

— ¡Salud!

— ¡Salud! — respondimos todos.

Volteé a ver a Edward, quién aún no había bebido. Acercó su copa a la mía, también intacta, y las hizo chocar muy suavemente, provocando un tintineo.

— Salud — murmuró.

Bebimos a la vez y él se alejó muy cortésmente. Por más que quise, no lo seguí con la mirada.

Poco pasó luego del brindis. La gente siguió comiendo y bebiendo, y yo me mantuve discretamente alejada de Edward y su padre. Ni siquiera estuve mucho tiempo con Charlie. Hice plática con algunos de los socios que me preguntaban sobre mis nuevos proyectos, el trabajo y demás, pero no había conversación más allá de eso.

A lo lejos, Edward me miraba de reojo.

Para alejarme de la tentación, me dediqué a ser anfitriona, dar indicaciones, señalar donde estaba el baño, ayudarle a los del catering, hasta que llegó la hora de comenzar a despedir a los invitados.

— Gracias por venir — yo decía, estando en la puerta a cada persona que se iba, pero no fueron muchos, solo los señores más grandes.

Estaban a punto de dar las doce, y sabía por experiencia que mientras durara la comida, los cigarros y el alcohol, esta reunión podía extenderse de manera indefinida.

Era cuestión de tiempo para que sacaran la baraja, y yo sería libre de irme a mi casa.

A los minutos, el señor Cullen y Edward se acercaron a la puerta, ambos ya con sus sacos en mano.

— ¡Ah! ¡Señorita Swan! — dijo Carlisle —. La estábamos buscando.

— Imagino que ya se van — dije.

— Así es. Muchas gracias por la invitación

— Al contrario, muchas gracias a ustedes por asistir.

Estaba algo desilusionada pero tranquila. Al menos las cosas con Edward habían mejorado un poco. No éramos estrictamente amigos, pero algo era algo.

— He de suponer que se quedará toda la noche — aventuró Carlisle.

— No, no en realidad — fui honesta —. Yo creo que unos minutos más y yo también me voy. Es algo tarde.

— ¿Jacob vendrá por usted? — intervino Edward.

— No. Yo… pediré un taxi.

— Yo podría llevarla — se ofreció Carlisle en el acto.

— Oh, no. No quisiera molestar, muchas gracias — dije de inmediato, apenada por el ofrecimiento.

— Si me permites, papá — intervino, Edward —. Yo puedo llevarla. Tú ya te tienes que ir, y yo puedo esperar un poco más.

Era una oportunidad excelente, en serio, pero Isabella Swan era una torpe para las atenciones.

— Es serio no quisiera ser una molestia.

— Al contrario. No podré dormir pensando que se fue sola, tan tarde, sabiendo que pude haber hecho algo — contratacó Edward.

— Yo tampoco — convino Carlisle, con amor paternal.

Me sonrojé un poco, y sonreí con pena. Ambos hombres me miraban, no tenía salida.

— Gracias, señor Cullen — murmuré.

— Espero verla pronto, señorita Swan — dijo el señor Carlisle y nos despedimos de un apretón de manos —. Se van con cuidado.

— Igualmente — me despedí.

— Me avisas en cuanto llegues — dijo Edward a su vez.

Cerré la puerta en cuanto el señor Carlisle bajó las escaleras y me giré hacia Edward. Ese brillo pícaro en sus ojos había vuelto, en el segundo que su padre se fue. Ya no teníamos que pretender.

— En serio no tienes que molestarte — lo intenté una vez más, aunque ahora si moría por la oportunidad de estar genuinamente a solas.

— Considéralo una de las condiciones.

Estreché mi mirada, fulminándolo. Pasó su pulgar por mi mejilla en un gesto muy fugaz.

— Ve por tus cosas. Aquí te espero.

Charlie y Billy estaban muy distraídos con sus amigos, como esperaba, ya estaban comenzando a hablar de poker, apuestas y juegos de azar; así que ni siquiera me molesté. Me despedí de cuantos pude lo más pronto posible, solo me tomé mi tiempo con Sue.

— Sue, ya me voy.

— ¡Mi niña! — nos abrazamos —. Me dio mucho gusto verte, aunque platicamos muy poco. Ven a visitarme pronto. Tú y el joven Jacob, hace tanto, tanto que no los veo.

— Sí, Sue. Te lo prometo.

— Cuando vengan me avisan, para prepararles su comida favorita, ¿sí?

Asentí.

— Te quiero mucho, Sue.

— Y yo a ti, Bellita. Me da mucho gusto saber que estás bien.

Nos abrazamos una vez más, ella volvió a su trabajo y yo me apresuré a la puerta, donde Edward me esperaba paciente.

Me recibió con una media sonrisa.

— ¿Lista? — abrió la puerta para mí.

— Sí.

El silencio y calma nocturna nos recibieron al cerrar la puerta. El aire sopló, haciendo agitar los árboles y arbustos. Me abracé como un acto reflejo, mi conjunto era muy ligero para el aire fresco de la noche.

Edward en seguida se quitó su saco y lo colocó sobre mis hombros.

— Gracias — musité, disfrutando del calor de la prenda.

— Vamos — dijo, ofreciéndome su mano para ayudarme a bajar los escalones.

La electricidad volvió, de forma alocada. No sé si como el resumen de la noche, la soledad, el deseo reprimido, pero por la manera en que Edward me miraba, supe que él también la sentía.

Tomé su mano y bajamos hasta la banqueta. Esperaba que me soltara, pero no lo hizo. Tomados de la mano, caminamos en un silencio denso, pero no tenso, hacia su auto. El audi color negro. Edward me acompañó hasta la puerta del copiloto y la abrió para mí.

Entré sin mediar palabra, él rodeó el auto e hizo lo mismo.

Lo contemplé abrocharse el cinturón, viendo una vez más la manera en que el tablero iluminaba su rostro. La última vez que estuve aquí, creía que no lo volvería a ver. Esa noche yo era Rocket y él un extraño. Ahora ya no éramos tan extraños, pero igual era una situación extraña. Hizo ronronear el motor, pero no avanzó, ni me miró. Tenía la mandíbula tensa, y la mirada fija al frente.

— Lo mejor será que me indiques el camino.

— Ah… Sí.

Le dije mi dirección y la mejor ruta y él solo asintió, conduciendo rápidamente.

Me abrigué más en su saco, oliendo su delicioso aroma.

Todo el viaje, Edward estuvo muy pensativo, y yo solo lo contemplaba de reojo, sin saber que hacer o que decir.

Y más rápido de lo que me hubiera gustado, el viaje terminó.

— ¿Es aquí? — preguntó Edward, señalando mi calle.

— Sí, es esa casa — indiqué.

Edward se estacionó justo frente a ella, donde Jacob solía estacionarse.

— Muchas gracias, Edward. En verdad no tenías que molestarte.

Él negó, mirándome.

— No es una molestia. Teniendo en cuenta que la última vez solo desapareciste…

— ¡Oye! — brinqué —. Habíamos hecho un trato.

La sonrisa coqueta volvió.

— No, no es cierto. Ni siquiera establecimos las condiciones de la tregua.

— Bien. ¿Cuáles son las tuyas? Y ya veré si acepto.

Negó con la cabeza, riendo.

— No, no. Tengo que pensarlo bien, esta clase de acuerdos no se dan a la ligera.

— Eres un tramposo.

— Eso te lo acepto.

Un repentino bostezo me tomó por sorpresa. Miré el reloj, eran las doce en punto.

— Lo mejor será que entres, estás cansada.

— Sí, algo.

Hice ademán de quitarme el saco, pero Edward me detuvo con un gesto de mano.

— Te acompaño a la puerta, entonces me lo das.

Y salió del auto, lo rodeó y abrió para mí.

Al igual que cuando salimos de casa de Charlie, me tomó de la mano y no me soltó hasta estar frente la puerta.

— Gracias por traerme — agradecí una vez más, buscando la manera de retenerlo.

Él solo negó con la cabeza.

— Yo… será mejor que entre.

— Sí — murmuró él.

Pero ninguno soltaba el agarre.

Ambos nos miramos. Conocía esta clase de tensión, la expectante, la del deseo. En la que esperas que él otro tome la iniciativa para pisar fondo al acelerador.

Mi corazón latía muy rápido. De repente, ya no estaba nada cansada.

Edward alternaba su mirada entre mis labios y mis ojos, yo solo moría porque se acercara de una maldita vez.

— Las cosas ya están bastante complicadas como están, ¿no crees? — musité.

Él asintió, muy despacio.

— Ambos arriesgamos bastante — dije.

— Sí, sin duda.

Su mano se colocó en mi cintura y me acercó un poco más.

¡Al carajo!

— No me importa — sentencié.

— Ni a mí — exhaló, mientras me estampaba contra la puerta de mi casa, y luego me plantaba un beso.

Lo sostuve del cuello, devolviéndole el beso con la misma fiereza. Sus manos, fuertes y desesperadas, buscaron el escote en mi espalda, tocando mi piel. Se me escapó un ligero gemido de sorpresa.

— Abre la puerta — gruñó contra mis labios.

No me lo tuvo que decir dos veces.


Oigan, ya se me ocurrió otra historia jaja, pero creo que no la subiré hasta avanzar más en esta. Meper donan?

Cómo han estado? Todo bien?

¡Muchas gracias por leer! Aprecio mucho sus reviews, me motiva muchísimo a seguir con esto. Cuídense, nos estamos leyendo.