Derechos Craig Bartlett y todo eso.
A ver, una pequeña aclaración porque esto está medio enredado. Este caítulo y el siguiente (el tercero y cuarto) son igual al primero y al segundo, pero desde la perspectiva de Arnold, solo he agregado algunas cosas que sucedieron antes del capítulo uno, en la primera mitad de este.
Si les da flojera volver a leer lo mismo, pueden leer la primera mitad de este y saltarse al capítulo cinco, que ahora sí será la continuación del segundo.
Y pues bueno, espero no haberlos enredado mucho. Pueden pasar a leer.
Tercer capítulo.
"Es una reunión como cualquier otra, pero esta vez, ella estará ahí... y él va por ella."
ELLA
Y allí estaba. Esa Phoebe nunca defraudaba.
Sabía que se veían muy de vez en cuando, pero nunca pasaba un mes sin que pusiera una imagen de ambas o de ella sola, y la etiquetara y le dijera que la extrañaba.
Debía tener bastantes fotos por ahí guardadas, y las iba utilizando sabiamente, solo el tiempo suficiente para mantenerla enfadada.
Porque Helga se enfadaba cuando subía fotos de ella, y siempre le decía que se veía horrible y borrara esa cosa, y Phoebe siempre le sacaba la lengua, y Helga siempre se reía.
En cada una, lo mismo.
Cuando aparecían las dos, se limitaba a decirle que ella también la extrañaba, y a veces le enviaba un corazón.
Esta vez había subido unas cuántas, obviamente del verano pasado. Había una de ambas sentadas sobre una toalla en la arena de la playa. Ambas usaban bañador y la foto estaba tomada ligeramente desde arriba, así que daba una maravillosa perspectiva de los atributos que la naturaleza les había obsequiado desde que las había transformado en las hermosas mujeres que eran ahora.
Con ambas había sido más que generosa.
Había una de ambas en el mar; el agua les llegaba un poco arriba de las rodillas y se reían con muchas ganas por algún motivo. El rubio cabello empapado se le pegaba por la preciosa espalda y le llegaba hasta la muy diminuta cintura. El cabello de Phoebe estaba casi igual de largo y la definía igual de bien.
Esa foto ya la conocía él; se la había mandado Gerald, efectivamente, el verano pasado, y le había dicho lo mismo él también; que lo extrañaba y hubiera deseado que estuviera ahí, con ellos. Arnold le había dicho que él también lo hubiera deseado, pero que ya habría otras oportunidades.
Antes de eso, cuando todo se reducía a planes, Gerald se había ofrecido a pagarle el viaje, aunque fueran un par de días. Pero por mucho que hubiera deseado ir, aún si le pagaban todo y no gastaba ni un centavo, tampoco ganaría nada, y él necesitaba el dinero.
"Ya viajaré cuando me gradúe y tenga tiempo". Le había dicho para consolarlo "y seré yo quien les pague todo a ustedes".
Y vaya que planeaba hacerlo. A Gerald y Phoebe, por supuesto. Pero especialmente a Helga.
A ella iba a llevarla por todo el mundo, de ida y vuelta todas las veces que se le diera la gana.
Lo haría así se le fuera la vida en ello.
...
Si ella no lo bateaba primero, por supuesto.
Llegó a la última foto de la publicación, y se quedó sin aliento.
Era una foto tomada muy de cerca, pero un poco desde abajo; obviamente desde la perspectiva de Phoebe.
Su cara; Maldita sea. El rostro inmortalizado en esa imagen era un poema.
Tenía el ceño ligeramente fruncido; no en señal de disgusto ni nada. Parecía más bien que le molestaba el sol (aunque ese ceño casi siempre se encontraba en esa posición, siendo sinceros). Las cejas seguían siendo muy gruesas y negras, pero ahora eran dos y seguían enmarcando sus impresionantes y fieros ojos azules de una manera fenomenal. Tenía las pestañas negras también, y largas. Su nariz seguía siendo redonda de la punta y un tanto respingona, y él se moría por plantarle un beso ahí. Sus labios estaban captados en medio de alguna palabra, ligeramente separados mostrando los dos incisivos superiores, tan perfectos como él los recordaba, resultado del trabajo de ortodoncia que había llevado desde los once a los trece y que le habían dado demasiado trabajo a la vieja Betsy y los cinco vengadores. Los labios rosados, rellenitos, con el superior apuntando hacia arriba, como siempre. Estaba tomada casi a contraluz, y el sol hacía brillar de dorado el despeinado cabello que circundaba su faz en ese momento.
"Te extraño, reina del sol". Había escrito Phoebe. Arnold sonrió. Se moría por ver cómo respondería la aludida a eso.
Todas fueron a la galería, por supuesto. Pero la reina del sol se convirtió en su nuevo fondo de pantalla.
—¿Tu novia? —Inquirió el chico a su lado mientras él contemplaba el nuevo adorno en la pantalla de su celular.
—Próximamente —Le respondió él, sonriente.
El chico sonrió de manera traviesa, asintió aprobatoriamente y le dio los cinco discretamente. Estaban en la biblioteca de la universidad, después de todo, y se suponía que estaban preparándose para la exposición del día siguiente.
"Muy pronto". Se reafirmó a sí mismo al tiempo que guardaba el aparato en la bolsa de sus vaqueros y volvía a lo suyo.
Se caía del sueño cuando llegó por fin al destartalado departamento que compartía con otros tres chicos, metió las sobras que le habían dado en el restaurante al microondas y se sentó en la mesita de la cocina (no que tuvieran otra). Sacó su celular y se quedó mirando la foto de Helga hasta que el aparato de la cocina comenzó a sonar. Tomó un tenedor y el plato y se fue a su cama. Ahí cenó mientras leía de nuevo lo de la exposición del día siguiente, luego sacó el librito rosa de debajo de su cama y sonrió al leer uno de los tantos poemas infantiles que ya se sabía prácticamente de memoria.
No importaba cómo se sintiera, esa cosa siempre le levantaba el ánimo... Aunque, siendo honestos, últimamente el ánimo era lo que menos le faltaba.
Había sido ella. La del libro, la del zapato...
...
La que le había dirigido esa mirada aquélla vez, en la tienda, antes de irse...
Había querido correr tras ella, pero, ¿qué le iba a decir? ¿Y si le decía que no?
Y peor aún; ¿Y si le decía que sí? ¿Qué iba a hacer entonces? ¿Se le iba a declarar, la iba a ilusionar, y luego iba a irse y a dejarla sola?
En ese momento no había sabido que era ella la de los poemas, ni la del zapato. Pero sí que había sido ella la de la mirada bonita cuando la tomaba desprevenida. La de esa fragilidad que a veces se asomaba y lo hacía querer protegerla con su vida.
La de las buenas acciones secretas. La del buen corazón oculto tras un muro casi infranqueable de hostilidad.
La de la palabra rápida y pensamiento aún más rápido. La del ingenio tan agudo que podía cortarte...
La única e irrepetible Helga Pataki.
Ya para entonces tenía esos dientes parejitos que él quería tocar con la lengua (sí, se había descubierto teniendo esa fantasía desde antes de que le quitaran los brackets, por muy asqueroso que pudiera haberle parecido entonces).
Ya para entonces tenía la piel de porcelana sobre la que quería pasear las yemas de los dedos; Para entonces ya tenía el cabello brillante y largo con el que quería juguetear, sobre todo desde esa vez que se le había soltado a medio juego de beisbol y que le había corrido salvaje por el rostro por dos bases completas hasta anotar la carrera ganadora.
Ya para entonces tenía la certeza de que quería caminar de la mano con ella por el resto de su vida.
...
Pero no había sabido que ella quería lo mismo.
Ahora eso lo sabía, y él iba a ir por ella.
Tal vez ya no pensara igual; quién sabe. Por lo que él sabía, cortesía de Gerald, y a su vez cortesía de Phoebe, Helga hasta la fecha no había tenido ningún novio.
Ni uno.
Ahora, ¿Por qué una chica como Helga podría no haber tenido ningún novio? Gerald no creía que fuera lesbiana. Pues estaba seguro que, de serlo, sin duda estaría enamorada de Phoebe. Y no lo estaba; al menos no de un modo romántico.
Arnold también sabía que Helga no era lesbiana; No porque no estuviera enamorada de Phoebe, sino porque... bueno... Porque siempre había habido algo entre ellos... Algo que no había sabido poner bien en palabras, en su momento. Pero siempre había estado ahí.
Helga era una chica dulce y femenina y fiera y aterradora y heterosexual... o al menos bisexual, pero eso qué mas daba.
Le gustaban los chicos, esa era una certeza que siempre había tenido.
Y si hasta la fecha no había tenido novio, era porque aún no le llegaba el indicado. Y el indicado era él.
Sí... Siempre había sido una persona que se destacaba por casi pecar de optimista.
...
Él, por su parte, había tenido dos novias: Blanca y Carolina.
Blanquita había sido una niña de hermosa piel canela y enormes ojos negros. Su familia tenía un ranchito y ella se encargaba de cuidar a los borregos. Era una especie de pastorcita y él le había pedido que fuera su novia una de las tantas veces que la había acompañado a cuidar de los animalitos. Ella le había dicho que sí, y se habían besado unas cuatro veces durante todo su largo noviazgo de casi dos meses.
Un día Blanquita lo había mirado con esos ojos tiernos que tenía y le había dicho que ya no podía ser su novia porque su papá se había enterado y se lo había prohibido.
Arnold había entendido y habían seguido siendo amigos. Lo curioso había sido que, una vez llegado a su casa y procesado la información, mayormente se había sentido aliviado.
Blanquita era adorable y era dulce como un pastel... y a él a veces los pasteles le empalagaban.
Luego llegó carolina, en el último año de la prepa.
Ella era mandona y autosuficiente, y ella misma era la que se le había declarado a Arnold. Varias chicas se le habían declarado antes, pero siempre había encontrado una manera de decirles que no sin herirlas, mayormente porque ninguna le había gustado de verdad, y había decidido que ya no iba a andar con una chica a menos que de verdad le gustara mucho, y bueno... la chica que de verdad le gustaba mucho le quedaba bastante lejos.
Así había llegado Carolina, de ojos castaños claros y cabello rubio oscuro. Alta, delgada y con la voz más bien demasiado elevada todo el tiempo. Era la que tenía mejores notas en la escuela y siempre obtenía lo que quería, y se le había ocurrido que lo quería a él, y él había pensado que por qué no.
Pronto descubrió por qué debía haber dicho que no, pero lo había entendido demasiado tarde.
Carolina no era mala, y usualmente, si razonabas con ella, la chica comprendía.
Pero aún así era muy pesada. Durante el tiempo que salieron (unos seis meses), no le había tocado escoger ni una vez a dónde podían ir. Ella siempre tenía una idea y como generalmente eran buenas y ella era feliz cuando no le llevaba la contraria, por él estaba bien.
Además nunca lo dejaba pagar por las cosas de ella, y siempre se dividían las cuentas. Eso había estado bien, pero a Arnold le parecía que era más por establecer algún punto que porque realmente se preocupara por su economía.
Además ella siempre le hacía regalos caros y parecía querer lo mismo en recompensa. Y él no era de comprar cosas caras en general, pero había tenido qué hacerlo.
Parecía que quería demostrarle a los demás que ella era la mejor novia, porque hasta les contaba a sus amigas cuánto había gastado cada uno en sus citas y en los regalos.
No era que le molestara en sí, o al menos no demasiado, y era por eso que duró tanto tiempo saliendo con ella, pero un día a Caro se le ocurrió que ya era hora de que tuvieran relaciones, y a Arnold se le había ocurrido que mejor no. Le aterraba la idea de dejar una chica embarazada a esa edad, y aunque sabía lo de los métodos y todo eso, no había querido arriesgarse.
Carolina, luego de escuchar sus razones, había parecido comprender y había dicho que estaba bien. Pero siempre lo miraba con desprecio mientras hablaba con sus amigas después de eso y no parecía muy contenta cuando salían a donde quiera que fuera, aún cuando era ella la que elegía los lugares.
Esta vez fue Arnold el que terminó la relación, y Carolina se había puesto mal y le había gritado que se suponía que debía reconquistarla, no cortarla.
Arnold le había dicho que ella se merecía algo mejor que él, y esa había sido la última vez que habían cruzado palabra.
Luego había venido la universidad, las fiestas y las chicas.
Había salido un par de veces con algunas, pero nunca había concertado una relación formal con nadie. También le había perdido el miedo a los preservativos y había comprobado, felizmente, que eran bastante seguros.
...
Bueno, debía llevar algo de experiencia por si se le cumplía con Helga, ¿No? Lo que menos quería era decepcionarla en ningún aspecto...
...
Suspiró.
Blanquita había sido demasiado suave. Carolina, demasiado dura. Las otras chicas habían sido esto o aquello, y ninguna, nunca, había sido Helga...
Ninguna había podido contra el recuerdo y un par de fotografías.
Pues bien, el recuerdo y las fotografías iban a poder tomar un descanso porque la verdadera Helga iba a estar ahí, frente a él, en solo un par de días.
Lamentaba un poco no poder ver a sus padres ese fin de año, y ellos parecían lamentarlo un poco, también. Pero su padre no había hecho más que felicitarlo por su decisión, no sin antes reclamarle por no haberlo hecho antes.
Miró el ceño fruncido en la pantalla de su celular y sonrió.
"Finge todo lo que quieras, reina del sol, que esta vez no me voy a dejar engañar".
Esa noche durmió mejor que en muchísimo tiempo.
Era mediodía cuando llegó a Hillwood, y a la casa de huéspedes llegó cerca del anochecer.
Antes había pasado a la casa de Gerald y había platicado con él y su inseparable novia por un buen rato. Phoebe sonreía de oreja a oreja y le había dicho que debía llevarse a Helga a la casa de huéspedes con él al día siguiente, luego de la reunión.
"Se supone que va a quedarse con nosotros, pero yo quiero que se quede contigo. Échale la culpa a Gerald cuando tengas qué explicárselo."
"¿Y por qué a mí?" Había protestado Gerald.
"Pues no querrás que Helga me odie a mí, ¿verdad?"
Gerald había protestado mucho, y luego la había besado mucho. Todos se había reído, se habían despedido y, aunque sabía que llegaría hasta el otro día, se había dedicado a ir de allí para allá toda la tarde al rededor de la ciudad por si llegaba a adelantar la llegada sin avisarle a nadie.
Nada había que se le antojara más que encontrarse con la rubia casualmente por la calle, invitarle un café y ponerse al día con sus cosas. Y luego declarársele.
Sí. Lo haría ese mismo día que se la encontrara. E iba a besarla en cuanto la viera, en los labios.
...
...
Bueno, tal vez en los labios no, pero sí en la mejilla.
En las dos mejillas; Eso.
Después de todo, un beso era algo aceptable para saludar, ¿no? Y así podría darse una idea más o menos clara de lo que sucedía bajo esa hermosa cabellera dorada.
Se tiró en la cama y miró su imagen de nuevo en el teléfono.
Miró sus labios medio abiertos en esta y se pasó la lengua, inconscientemente, sobre los propios, mientras se preguntaba qué se sentiría estamparlos ahí.
Mucho mejor que besar a Caro, o a Blanquita, o a Cindy o a Becca o a cualquiera de las chicas de la universidad.
"Y sin duda lo demás también será mucho mejor." Se encontró a sí mismo sonriendo mientras su cara estallaba en llamas.
"Estamos siendo demasiado optimistas, ¿no te parece?" Le preguntó a su amiguito que de pronto se había puesto bastante "inquieto", mientras sonreía con esa sonrisa que a veces hacía que le doliera un poco la quijada.
"Vas a decirme que sí, ¿verdad?" Le preguntó ahora a la chica del celular, y decidió cambiar el protector de pantalla antes de que la dueña de la imagen lo mirara y terminar demasiado en evidencia demasiado rápido. "Tienes qué decirme que sí, Helga. A tu yo de nueve años le hubiera fascinado la idea."
Sonrió ahora con cierta tristeza. Si tan solo su propio "yo" de nueve años hubiera sido un poco menos obtuso... Si tan solo su yo actual fuera un poco menos obtuso...
Solo esperaba no malinterpretar las señales cuando las mirara esta vez. Helga solía ser un poco exageradamente complicada en cuestiones de... bueno; todo.
Esa noche se durmió temprano. Les había pedido a Phoebe y a Gerald que no dijeran nada sobre su llegada a nadie porque estaba cansado y no quería salir con nadie, pero la verdad es que estaba muy nervioso y quería estar descansado al día siguiente; Necesitaba toda su astucia para interpretar inequívocamente las señales de la preciosa y esquiva jovenzuela, porque si esta vez se le iba de las manos, iba a morirse.
...No literalmente, por supuesto.
...Tal vez.
"Ella te quiere" Se reafirmó a sí mismo mientras le sonreía a la almohada. "Va a ponerse nerviosa cuando le des el primer beso, y se va a sonrojar cuando le des el segundo, y ya no va a pelear". Porque de seguro Helga iba a pelear con él en cuanto lo mirara.
Tenía qué pelear con él. Esa iba a ser la primera señal, sin duda.
"¿Y si no hay señales? ¿Y si ya no te quiere?" Le preguntó esa parte pesimista e insegura que, si bien mantenía a buen resguardo dentro de su cabeza, había sido la que lo había mantenido alejado de ella en primer lugar, esos casi dos años antes de irse del país. "Entonces vamos a reconquistarla, así se me vaya la vida en ello".
Eso le respondió, pero también se prometió a sí mismo que sabría cuándo parar si ella en serio no estaba interesada.
"Pero lo estará" Se respondió a sí mismo, y su debate interno terminó allí porque se quedó dormido.
Quién lo diría. Después de todo, sí estaba muy cansado.
Se levantó muy temprano al otro día y se fue a comprar una buena camisa para la ocasión, y un perfume.
Habló por teléfono con Steve, el actual encargado de la casa y le pidió que arreglara una de las habitaciones nuevas lo mejor posible porque iba a llevar una invitada muy especial.
Compró las flores más hermosas que encontró y las puso en un florero junto a la cama que iba a ocupar ella. Acomodó las sábanas nuevas aún cuando no hacía falta y se cercioró de que todo estuviera perfecto en el cuarto y se volvió a ir para pasar el resto del día con Gerald y Phoebe. Estaba que se moría porque llegara la tarde.
Y la tarde llegó y fueron al restaurant bar de siempre y se sentaron en la barra de siempre y la gente de siempre comenzó a llegar.
Todos, menos ella.
"Va a llegar." Le aseguró Gerald luego de que llegara Sheena a saludarlo de primero en cuanto entrara al local, una hora después de la hora acordada para iniciar la reunión.
"¿Soy tan obvio?" Inquirió él, y por toda respuesta su amigo de toda la vida le puso una mano en el hombro, le dio un amistoso apretón y le sonrió.
Él le sonrió de vuelta. El corazón le retumbaba en los oídos mientras se forzaba por mantener la conversación con todos los demás.
Los había extrañado a todos, y estaba feliz de verlos; por supuesto. Pero él había ido a verla a ella, y ella no llegaba.
Phoebe había comenzado a mirar el reloj también, y ya un par de los otros había comenzado a preguntar por la chica también, en especial Harold. Sin duda se había aburrido sin su rival el año pasado, y quería asegurarse un buen intercambio de pullas ese año.
"Descuida, este año sin duda te romperá la nariz". Le había dicho Curly, y todos se habían reído.
Pero Arnold sabía que ese año Helga no le rompería la nariz a nadie, porque él la iba a mantener a su lado todo el tiempo.
Después de todo, Helga iría directamente con él, porque se había sentado en su lugar. Todos se lo había advertido cuando había tomado asiento.
"Viniste a morir esta noche, ¿verdad?" Había preguntado Stinky, que había alcanzado una altura estratosférica en el tiempo que no lo había mirado, al ver la sonrisa maquiavélica que había surcado su rostro al responderles "Lo sé." a su advertencia.
"Vine con un propósito fijo, eso sí." Había respondido él luego de darle un trago a su primer cerveza.
"Helga se ha vuelto una mujer muy hermosa, sin duda. Y también es brillante." Había soltado soñadoramente Lila, y le había dirigido esa sonrisa que en otros tiempos hubiera hecho que se le doblaran las rodillas.
"Sin duda lo ha hecho." Le había respondido él con una sonrisa igual de radiante, y varios pares de cejas levantadas le había confirmado que, de los que habían estado poniendo atención, la mayoría había captado el mensaje.
Antes de que nadie pudiera responder nada, Phoebe había carraspeado muy alto y había señalado que la susodicha estaba por llegar, y todos habían cambiado de tema.
Menos mal que los años les habían enseñado de madurez y discreción a la mayoría, y a los que no, habían estado demasiado distraídos en sus asuntos para darse cuenta de la bomba que acababa de soltarse.
Que lo supiera el mundo. Después de todo, él no era de los que anduvieran por ahí escondiendo lo que pensaba o lo que sentía... Al menos no todo el tiempo.
Y ya era hora de que el mudo supiera que amaba a Helga G. Pataki.
Ya era hora de que ella lo supiera, maldita sea.
Poco después de eso, Helga llegó y, cómo no, lo primero que hizo fue reclamarle que estaba en su lugar. Arnold sonrió antes de voltear a mirarla; El pez dorado había mordido el anzuelo.
Y había volteado a verla para responderle, y casi se había caído del banco.
Sabía que era hermosa. El minucioso examen de cada una de las fotos que se subían de ella a la red daban fe de ello, pero verla ahí, en vivo y a todo color, le sacó el aire de golpe.
Tenía el ya muy conocido ceño fruncido y la nariz y los cachetes enrojecidos; sin duda el aire helado de la calle la había dejado casi congelada. Los labios estaban húmedos de saliva y resquebrajados por el inclemente clima, y sin duda había tratado de aliviar el ardor pasándose la lengua por ellos. El rubio y sedoso cabello estaba ligeramente alborotado, sin duda por el viento y los ojos estaban azules y brillantes; tan impresionantes como los recordaba.
Quiso abrazarla en ese mismo momento para hacerla entrar en calor. Quiso exclamar lo feliz que estaba porque hubiera llegado. Lo mucho; muchísimo que había temido que no viniera y lo infinitamente aliviado que se sentía de por fin tenerla ahí, frente a él.
Quiso haberle dicho, en pocas palabras, que estaba loco de alegría por su presencia.
Pero se limitó a responderle: "Ah, ¿sí?" Mientras trataba de convertir su idiota gesto de felicidad rebosante en una media sonrisa engreída. Esperaba que le hubiera salido bien.
Se habían intercambiado un par de palabras engreídas e infantiles de ambos lados, y había llegado el momento de ponerse de pie. Ella se lo había aconsejado.
"Y, si no, ¿Qué?" Le había preguntado, y se había acercado a ella, y ella casi se había echado hacia atrás.
Y él casi por nada le había echado los brazos encima.
...Es que le había parecido tan adorable justo en ese momento, cuando la había visto desde arriba...
Toda su vida, hasta el último día que la había visto antes de hoy, siempre le había tocado verla desde abajo, y ya en los últimos tiempos, desde casi la misma altura.
En la mayoría de las fotos el ángulo también era ligeramente más bajo que ella.
Siempre había sido la perspectiva de la Helga alta y él el pequeño.
Así que, de repente, mirarla desde arriba, la había hecho verse... bueno... pequeña.
Sus ojos, que de por sí ya tenían un tamaño considerable, al mirar hacia arriba se veían enormes, y por algún motivo, el ver la parte de arriba de su cabeza le había hecho sentirse... pues... más grande.
En más de un sentido.
No sabía en qué momento había empezado a crecer tanto. Casi había sido como si, de un momento a otro, se hubiera levantado y hubiera empezado a ver a la mayoría de la gente desde abajo, y hacía tanto tiempo de eso, que ya se había acostumbrado.
Pero, en su cabeza, Helga siempre estaba por encima de él, y aunque sabía que ahora él iba a ser más alto, aún así el cambio de perspectiva lo había tomado por sorpresa, y había incendiado su interior con una ternura que ni siquiera se había creído capaz de sentir.
Helga no solo se veía impresionantemente hermosa convertida en una mujer, sino que ahora, además, curiosamente... se veía tan tierna...
No lo pudo resistir; ya después seguiría peleando con ella. Ahora era el momento de seguir con su plan, y sobre todo, cumplir una de las más grandes fantasías de su vida, aún cuando iba a tener qué desviarse un poco.
Sí; había estado a nada de plantarle el beso en la boca, pero se había acobardado en el último segundo, y se había desviado a la mejilla.
Su mano a un lado de su adorable carita y su cara pegada al otro lado. Tenía la piel fría, pero estaba suave y olía divino. Los labios parecía que iban a reventarle de todas las sensaciones que le estaban transmitiendo al cerebro con el simple roce con su mejilla, el calor envolviéndolo por completo y el estómago retorciéndosele y dándole vueltas como un animal vivo dentro de él.
Tenía qué separarse de ella. Todo su cuerpo le estaba rogando por pasarle los brazos por la espalda y pegarla contra él, llevar sus labios sobre los de ella y, por dios, llevársela a la casa y hacerle cosas indecibles en la oscuridad de la recámara, o ahí, a la vista de todos. En ese momento, honestamente, le daba un poco igual.
Pero tenía qué dejarla ir, y lo hizo.
Pero no pudo alejarse mucho. Era como si un hechizo lo mantuviera ahí, pegado a ella. No podía dejar de mirar sus ojos; de respirar el dulce olor que emanaba su hermosa humanidad. El calorcito divino que había comenzado a expeler su cuerpo.
Pero tenía qué seguir la charada. No podía dejar ver sus sentimientos y emociones tan rápido.
Tenía qué mantenerse tranquilo.
"Y si no, ¿Qué?" Le preguntó, haciendo uso de los encantos que había ensayado tan bien con otras chicas antes que ella, sonriéndole más genuinamente de lo que había sonreído en años y años de conquistas inútiles.
"Yo..." Musitó ella, y ya no dijo nada. Su carita se había puesto del mismo color que un tomate, y ya no se pudo resistir.
La tomó con ambas manos esta vez, y ahora atacó su otra mejilla. Apenas podía creer que pudiera cubrir con tanta facilidad toda su cara...
La besó largamente, deseando no soltarla nunca.
Tal vez se estaba pasando, pero ella no parecía molesta ante sus avances, ¿o si?
No podía estar seguro, así que mejor la soltó.
Ella parecía en shock, y su rostro era ahora una adorable cereza en ese momento. Intentó irse a otro lado, y él casi se derritió al verla desarmada por primera vez en su vida.
Le dejó su lugar, y casi la obligó a tomarlo. Gerald le dio el suyo, y él apenas pudo acomodarse ahí, en medio de las dos chicas. Francamente, estaba tan nervioso que le temblaba un poco el cuerpo. Rogaba a todas las deidades habidas y por haber que no se le notara. Estaba jugando al chico seguro y engreído, (que tan bien le salía usualmente), en ese momento.
"Te quiere, Arnold. Aún te quiere." Se afirmó a sí mismo. Eufórico y a la vez nerviosísmo.
"Ahora háblale, idiota. Háblale." Se exigió a sí mismo, e iba a preguntarle cuánto hacía que había llegado, cuando Rhonda, que sonreía al comprobar lo que había sospechado hacía un momento, comenzó a coquetearle.
Hubiera dado lo que fuera por ver la expresión en la cara de Helga, pero se limitó a sonreírle.
De todas maneras no había hecho falta ver la expresión de Helga; con ver la expresión en la cara de Rhonda, se dio cuenta que había logrado su cometido.
"Está celosa, Arnold. Eso parece." Se reafirmó a sí mismo, y eso lo hizo sonreír aún más.
Por su parte, Harold había insinuado en hacerle lo mismo que él le había hecho a la rubia, y esta lo amenazó con dejarlo sin dientes, y estaba seguro que lo hubiera hecho si el chico se hubiera atrevido.
"Solo a ti te dejaría besarla, Arnold. Porque aún tiene sentimientos por ti."
Sí. Necesitaba toda la auto reafirmación posible en ese momento, porque se estaba jugando el todo por el todo.
"Vamos, chico; siempre te ha traído buenos resultados el ser optimista, hasta con ella... Sobre todo con ella."
Siguieron los coqueteos y las bromas; Siguieron las pláticas. Helga no hablaba mucho y no le preguntaba nada, y él se moría porque le hablara; por voltear a mirarla y ver qué expresión tenía. Podía sentirla a su lado cuando sus brazos se rozaban. Sentía cómo ella lo permitía sin el menor problema, cómo estaba increíblemente cerca de él sin la menor resistencia.
"Es hoy, Arnold. Tiene qué ser hoy. No puedes permitir que llegue la mañana y esa chica aún no sepa cómo te sientes por ella."
Les había dicho lo mucho que los había extrañado, les había contado todo lo que había hecho, lo que había aprendido; Todo lo que quería contarle a Helga, aunque ella no preguntara nada.
"Vamos, Helga. Háblame. Oblígame a voltear a ver esa carita tan adorable que tienes." Pero ella no lo hacía.
Habían hablado mucho, y, de repente, había habido una pausa. Él la había aprovechado y le había echado el brazo sobre el hombro a Helga, y de paso, le había echado el otro a Phoebe; la verdad era que también tenía ganas de abrazarla a ella, aunque a ella no quería hacerle todo lo que quería hacerle, además, a la otra.
—No saben lo mucho que me alegra por fin estar aquí —Les había dicho. "Y no sabes lo mucho que me vuelve loco por fin poder tenerte entre mis brazos, pequeña." Le dijo mentalmente a la chica que en ese momento recargaba dócilmente la rubia cabeza en su hombro, a su vez provocando que el corazón casi se le saliera del pecho.
Y entonces Eugene bañó de cerveza a Gerald y Phoebe se fue a auxiliarlo, y él se quedó por fin casi a solas con Helga.
Arnold al fin pudo mirarla con libertad, y le pareció aún más bonita que hacía un momento. Le dijo que había temido que no viniera, y ella le reclamó que él tenía siglos sin ir, y era verdad. Le explicó sus motivos y Helga a su modo trató de disculparse, y le dijo que solo estaba siendo insensible y grosera como siempre.
Él no pudo evitar reír ante eso último. Sí; sin dudas Helga era grosera a veces, pero eso de insensible, que se lo creyera su abuela.
La plática no pudo ir más allá porque volvieron a hablarle, y al ver la seriedad de la mojada de su amigo, no tuvo más remedio que prestarle su chamarra.
Regresó a su asiento y siguió hablando por lo que le parecieron siglos, y Helga siguió sin pronunciar palabra.
Aunque, honestamente, había comenzado a disfrutar aquello también. Casi había sido otro tipo de lenguaje el que habían establecido en ese momento; el lenguaje de la cercanía y la confidencialidad que les brindaba esta.
Llegó el momento de irse, y Helga había salido junto a el, aún sin despegársele. ¿Acaso pretendía quedarse hasta el final para hablar con él? Se dio cuenta que no cuando intentó despedirse antes de Gerald y Phoebe, y él la tomó de la muñeca para que ni se le ocurriera alejarse de ahí. Esa noche no la iba a dejar alejarse... Si ella tampoco lo quería, claro. Y todo parecía indicar que ella tampoco pretendía alejarse en verdad. Fue más claro aún cuando dejó que se fueran las personas con las que se suponía que iba a pasar la noche. El corazón le latía con fuerza mientras veía a la pareja alejarse y la sentía quedarse ahí, mansamente junto a él.
Al fin ella le habló, y en ese momento, el nerviosismo lo hizo estremecerse, aunque luchó porque no se le notara mucho. Le preguntó dónde iba a quedarse; culpó a Gerald porque no pudiera quedarse donde habían acordado, y le ofreció su casa.
Ella se negó un poco, hizo como que no quería, pero él podía ver en sus ojos que le encantaba la idea.
En verdad le gustaba verla ahí, terca como siempre. Intentando lucir más peligrosa de lo que realmente era, como un gato con el lomo erizado.
Pero ambos tenían frío, y seguro ella también se estaba muriendo de cansancio. Así que, sin poder evitar sonreír, le pidió que cortara la charada.
Helga asintió, derrotada, y él se puso en marcha. Ella lo siguió.
Se adelantó un par de minutos para darse valor. (Pronto estarían hablando los dos solos en casa... Y él tenía qué decírselo).
Respiró profundo, se calmó un poco, y luego la dejó alcanzarlo y le echó el brazo sobre los hombros. Y ella, de nuevo, lo dejó hacer. El calor que lo envolvió al momento fue increíblemente reconfortante.
"Vamos a estar solos". Se repetía una y otra vez. En verdad rogaba por que no quedara algún inquilino idiota y noctámbulo rondando por los pasillos y lo arruinara todo. "Necesito privacidad para decírselo... Necesito estar concentrado; Un paso en falso y todo podría irse al demonio... Y no quiero que haya ni la menor falla... No quiero soltar a esta mujer jamás." La apretó un poquito más.
Llegaron a casa y, contra todos sus deseos, tuvo qué soltarla para abrir la puerta. "Pronto la tendrás de nuevo entre tus brazos... Sí, así será". Se dijo a sí mismo cuando le abría la puerta y la dejaba pasar.
Le recogió la chamarra y la llevó a la cocina. No podía creer lo dócil que se estaba comportando. ¿En verdad habría sido tan fácil siempre?
Un par de discusiones infantiles otra vez, y estaban sentados en la cocina bebiendo chocolate. Había llegado el momento de ponerse serios, así que le puso una mano encima y ella dejó de hablar; Lo había entendido al momento.
Siempre había sido increíblemente lista.
"Déjame disfrutar este momento". Le pidió mentalmente. "Déjame beberme tu imagen divina rodeada de mi lugar favorito en todo el mundo".
Cómo había cambiado la casa de huéspedes. Pero, a decir verdad, le gustaba bastante también. Hubiera sido extraño encontrárselo todo igual. Casi como si Helga hubiera llegado aún siendo una niña a la reunión.
"Cómo me hubiera gustado verte transformarte". Le dijo mentalmente, sobre la taza cada vez más exigua de chocolate. Helga lo miraba sin emitir sonido; parecía estar disfrutando eso tanto como él.
Le preguntó cuándo había llegado, y ella le confirmó su sospecha: Acababa de llegar.
Ella le preguntó si la había estado buscando, y él le dijo que sí. Ella le preguntó por qué, y supo que el momento había llegado.
—Tenía muchas ganas de verte.
Su expresión de asombro fue maravillosa.
—¿A mí? ¿Por qué demonios quisiste verme a mí, así tan de repente?
Le costó horrores confesar lo siguiente, pero lo hizo; Por fin, el momento tan temido como anhelado había llegado.
—No fue de repente. La verdad es que hace meses que quería verte.
.
Esta ha sido una jornada titánica.
Bueno, no tanto como "titánica", pero sí que he trabajado mucho más que de costumbre en este capítulo, y en el que sigue, (que ya está terminado), y sobre todo me ha hecho pensar mucho más, y ponerme algo ansiosa. Hasta hace unos momentos, el plan era publicarlo como otro fic que fuera paralelo a este, precisamente para evitar la repetición, pero iba a ser aún más enredo así que he decidido meterlo aquí...
Ahora bien, ¿por qué simplemente no me salté a la continuación del capítulo pasado? Pues no lo sé. Sentí la necesidad de contarlo todo desde la perspectiva de el Arnoldo y pues, aquí está.
Me gusta mucho complicarme. ¿Qué más puedo decir?
Como ya dije, el siguiente capi ya está escrito, y el siguiente, en proceso. Quería publicarlo todo hasta que ya lo tuviera terminado, porque odio estas pausas literalmente de años que hago. No son a propósito, pero no sé qué me pasa que me bloqueo horrible y aunque tenga las cosas hechas, no las puedo publicar, así que voy a aprovechar ahorita que mi cabeza me está dando un respiro, y actualizo esta cosa.
En fin, espero sus reviews, que es lo único que me motiva a seguir aquí, escribiendo.
En serio que las y los amo, y mucho.
