Capítulo 18.

Pensar... Cuánto costaba hacerlo cuando se trataba de asuntos esenciales. Podía pasarme horas contemplando la Luna llena que en esos momentos hacía compañía al solitario cielo, dándole claridad y armonía al conjunto de elementos que constituían el período llamado "noche". Y durante todo ese tiempo que pasara contemplándola, mis pensamientos no llegarían más allá de lo referido a ese momento, a lo que me habría gustado pasarlo en otro lugar y atada a otras circunstancias, y a cuánto añoraba aquellas noches de aburrimiento extremo que pasaba tumbada en el sofá junto a mis padres. También podía pensar en la tranquilidad pasmosa que adquiría el bosque justo después del anochecer, en cómo había cambiado mi vida radicalmente, en... miles de cosas. Pero¿realmente era eso lo que quería¿Pensar?

Ahí radica tu problema. No sabes lo que quieres...

Seguía oyendo la voz impertinente de esa chica, quien sin haberse dignado a volver a dejarse ver, se tomaba demasiadas molestias en hacer absurdos comentarios que me confundían aún más.

– Si al menos lo intentaras...

¡Claro que lo intentaba! Lo había intentando más de 100 veces, pero lo único que lograba sacar en claro después de media hora de cavilaciones y una docena de ataques de ansiedad, pánico y risa, era una palabra.

– Y no es cierta...

- ¿Segura?

La chica acababa de aparecer, silenciosa, por detrás del muro de arbustos. Al sentarse sobre éste, su vestido cayó con gracia sobre sus rodillas, y me pareció algo tan real que hasta pude notar la suave seda rozando mi propia piel.

Sé sincera contigo misma. Reconoce al menos que hay algo que te preocupa más aún que la muerte de Malfoy y tu propio destino.

– Tal vez resulte que no hay nada más que me preocupe, que no tenga nada que reconocer.

La chica pegó un gracioso salto y cayó al suelo de puntillas.

Te enseñaré algo- anunció mientras se me acercaba y cogía mis manos- Pero prométeme que te lo tomarás en serio.

Iba a replicar que no prometería nada de antemano, pero antes siquiera de poder abrir la boca, sentí como si de repente me elevara en el aire y luego volviera a caer.

- ¿Te suena?- me preguntó con voz queda, señalando con uno de sus finos dedos algo que había más allá, en el suelo.

Mi mirada se ensombreció repentinamente.

– No, otra vez no, por favor...

El corazón me dio un vuelco, y sentí que mis fuerzas se escapaban con el viento. Para no caer al suelo y acabar desmayándome, hice acopio del poco valor que me quedaba y me senté con mucho cuidado en la hierba húmeda, haciendo todo lo posible por mantenerme tranquila y ser fuerte.

- ¿Por qué me enseñas... esto?- inquirí casi en un susurro- ¿Acaso... acaso no tengo suficiente con verlo una vez?

La chica negó con un gesto de cabeza.

Debes entender...

¿Entender qué? Ya había entendido más que suficiente por esa noche. Me merecía un respiro.

Pero al parecer, la chica no compartía mi opinión, puesto que comenzó una especie de interrogatorio.

- ¿Qué sentiste al verle ahí tirado?

Mientras buscaba una respuesta coherente, miré la tenue imagen de las estrellas que se filtraba entre las copas de los árboles. El cielo estaba bien acompañado esa noche, al igual que mis sentimientos, haciéndose compañía los unos a los otros tan cerca que me era imposible separarlos del resto. Y no lograba encontrar el apropiado, uno que explicara a la perfección lo que sentía.

– Supongo que miedo- respondí finalmente, confusa- Un miedo irracional que no he llegado a comprender...

- ¿Estás segura?

Cerré los ojos fuertemente y visualicé la imagen, clara y nítida. Observarla así era menos doloroso, aunque seguía sintiendo el mismo vacío inexplicable que me oprimía el pecho. ¿Sería eso lo que quería oír ella?

– Me sentí vacía- dije con sinceridad- Como si una parte de mí se hubiese ido con el alma de...

No seguí hablando, tenía un nudo en la garganta.

A juzgar por el brillo de su cara difusa, supuse que la chica sonreía.

Bien- dijo postrándose frente a mí- Muy bien...

Allí, estando a escasos centímetros de mi cara, dio un paso atrás y alargó su brazo derecho. Pude ver cómo su mano, casi transparente, me pasaba varias veces por delante de los ojos, y cuando la retiró ya no estabamos en el bosque.

– La casa de Johnny- musité sorprendida, observando el desierto pasillo.
Me incorporé, algo más repuesta. Ella se había sentado encima de la misma mesa que la otra vez, y señalaba el suelo con insistencia, estirando su dedo índice, fino y alargado. La tira de venda se le enrollaba alrededor con una naturalidad impresionante, como si tuviera vida propia. Parecía una blanca serpiente en la rama de un árbol joven.

Coge la foto.

Yo le obedecí, sin comprender qué pretendía con aquello.

Ahora mírala.

- ¿Para qué? La otra vez no ví nada.

Nunca llegaste a mirarla...

Asentí. Cierto, justo en el momento en que la cogía, había oído la pelea de Johnny y...

Alejé esos recuerdos y miré la foto.

– En blanco- me encogí de hombros- A lo mejor sólo podéis verla los espíritus...

Pero ella negó.

Aún no estás preparada.

Chasqueó sus dedos y el pasillo desapareció. Fue como ver una película a cámara rápida: las lozas se convertían en hierba, las paredes en aire, y donde antes había estado la mesa ahora se encontraba un gran matorral verde.

No sigas- me dijo una voz suplicante.

La chica estaba detrás de mí.

- ¿Por qué? Dame una razón coherente y te aseguro que volveré por donde vine.

No puedo...

– En ese caso, seguiré adelante.

En ese caso, buena suerte.

"¡Plof!"

Suspiré.

– Tal vez no haya sido del todo sincera contigo. Tal vez no.

Pasé por encima del muro. Ya en el otro lado, me asomé, de puntillas, echando una vista atrás.

– Iré donde me lleve el destino, aunque eso suponga no volver nunca.

Busqué en mi pecho la llave, la agarré y la alcé, mirando al cielo.

– Adiós, chica. Y gracias.

Y tras besar la llave y volver a guardarla bajo mi ropa para que nadie la viera, me interné en el Claro de los Muertos, como recordaba que él lo llamaba.

Lo que vi allí se me quedará grabado en la memoria para el resto de mi vida. Delante tenía toda una secta, compuesta por más de dos docenas de individuos vestidos con largas túnicas, capuchas sobre sus cabezas y máscaras ocultando sus rostros; todo de negro impoluto. Celebraban algo así como un rito, reunidos en círculo, pronunciando una retahíla de palabras en un idioma extraño, parecido al latín. A turnos, se inclinaban ante algo que se encontraba en el centro, estático. No podía ver de qué se trataba desde mi posición, así que me acerqué unos metros, en total silencio. Los cánticos que entonaban se hacían cada vez más terroríficos, ascendiendo como la nota más alta de un tenor y descendiendo hasta convertirse apenas en un susurro silbante. Un escalofrío me recorrió por completo. Me sentía pequeña e insignificante allí, pero por alguna extraña razón había perdido todo miedo a explorar el terreno ajeno. Lo único que me daba un poco de respeto eran las voces guturales que me rodeaban. Todos parecían encontrarse en un trance espiritual que rayaba en la hipnosis.

Cuando me disponía a probar su lucidez, y no había mejor manera que pasando descaradamente entre dos de ellos, el sonido cesó. Me quedé rígida, reduciendo mi respiración a un leve intercambio de aires. Uno de los hombres de la primera fila dio
un paso al frente.

Nuestro Señor ha vuelto- anunció, y acto seguido, se inclinó.

El resto de personas se sumieron en el silencio, inclinándose también. En el medio del círculo, se alzó otro encapuchado, mucho más alto y aterrador que el resto. Con pose imponente, se bajó la capucha, y creí que había desenmascarado al mismo diablo. Blanco como la nieve, casi transparente... ojos color del fuego... y esa voz.
Ahogué un grito.

"Vaya, vaya. Una vez más, la presa acude al cebo. Lástima que ya sea demasiado tarde para tu amiguito. Y puede que para ti también. JAJAJAJAJAJAJA."

La frase resonó en mi cabeza, con eco, y una furia incontenible se apoderó de mis actos. No pensé en las consecuencias, no pensé en el riesgo, simplemente eché a andar decidida, pasando entre ellos como si fueran árboles, empujando a varios para poder hacerme paso. Ignoré olímpicamente las decenas de pares de ojos que se clavaban en mí, atónitos; yo sólo podía verle a él, ese ser despreciable que había causado todo aquello. Sin conocer su nombre, sin haber oído hablar de él previamente, me planté a un escaso metro de distancia y le miré desafiante. El rojo y el negro chocaron con violencia.

Hola, pequeña- dijo en un susurro escalofriante, componiendo una horrenda mueca que pretendía ser sonrisa- ¿Has dormido bien?

Su tono me erizó el vello de los brazos, pero me mantuve altiva, sosteniendo siempre su mirada. Dicen que la mayoría de las veces el odio y el valor pasean de la mano. Yo pude comprobar cuán cierto era.

- ¿Qué es lo que quiere¿Cuál es su propósito?- le pregunté directamente, sin rodeos, sin pararme a pensar la reacción que podría tener.

- ¿Que qué es lo que quiero?- soltó una carcajada que bien habría asustado a todo
un ejército- No me conoces¿eh, pequeña?

– Exacto. Pero ése no es un punto que quiera tratar contigo. Sinceramente, tu personalidad me importa un soberano carajo. Lo único que quiero de ti, y porque no hay más remedio, son cuatro cosas: 1. Deja de llamarme pequeña si no quieres quedarte sin descendencia. 2. Que me respondas a la pregunta. 3. Que vuelva a ver a Draco caminando con toda tranquilidad como si nada hubiese pasado. Y 4. Matarte lenta y cruelmente.

Me impresionó un poco que escuchara todo lo que le dije sin interrumpir, pero dada la seriedad del asunto, ni siquiera me paré a pensar mucho en ello. Simplemente esperé su respuesta; los brazos cruzados y el ceño fruncido.

– Querida, me temo que eso no va a ser posible- terció con voz falsamente melosa- ¿Ves a todos esos hombrecillos de allí? Pues bien, están de mi parte. Y a no ser que debajo de esa apariencia frágil e indefensa escondas una fuerza monumental, lo cual dudo, no conseguirás matarnos a todos.

– Lo sé, no soy idiota.

– En ese caso, sabrás que estás en desventaja.

– Ajá.

– Y que para ganar es necesario tener ventaja.

– Ajá.

– Por lo cual, es imposible que salgas victoriosa.

– Ajá.

– Pero, aún así, te atreves a venir aquí y desafiarme.

– Ajá.

- ¿Y bien¿Qué piensas hacer?

Una muy buena pregunta, sí señor. Estaba claro que no podía quedarme parada, ni tampoco dar marcha atrás. Mi conciencia nunca me lo perdonaría. Y eso sin mencionar al fantasma de Draco... no quería ni pensar lo que me haría.

Sorprendida, me llevé una mano al pecho, donde reposaba la llave. Pero esta vez no la buscaba a ella, sino algo más profundo, algo que no podía ser visto, algo que no era material. ¿Cómo había podido hablar así de la muerte de Draco¿Cómo podía tomármela tan a la ligera? En ese momento fui plenamente consciente de lo que significaba aquello. Supe a ciencia cierta que ya no oiría más su voz, ni reiría con sus comentarios sarcásticos, ni discutiríamos por cualquier jilipollez. Ni siquiera podría verle una vez más y despedirme de él...

Las fuerzas me flaquearon terriblemente, y temí que se fuera a caer esa máscara de valentía que me había empeñado en mostrar, que las lágrimas que empezaban a acudir a mis ojos acabaran por salir, que no lograra contener mis sentimientos y todo lo que había hecho finalmente no sirviera para nada. La voz se quebró en mi garganta, y creí que no sería capaz de pronunciar palabra, que esta vez no saldría bien parada con uno de mis comentarios inteligentes.

– Bueno... Supongo que me querríais para algo- improvisé con la voz ligeramente temblorosa- De lo contrario ya habríais acabado conmigo. Y por lo tanto... No puedes matarme. Eso, amigo mío, creo que es una gran ventaja.

- ¿Me esstáss retando?- siseó, provocando que varios perdigones de su asquerosa saliva fueran a parar justamente a mi cara.

Me los limpié rápidamente con el torso del brazo, reprimiendo las ganas de vomitar mientras veía cómo la venda iba quedando empapada. Una de dos, o no había calculado bien las magnitudes del "baño", o su saliva tenía el misterioso poder de multiplicarse y expandirse.

- ¿Me estás retando?- repitió con los dientes apretados, esta vez sin esmerarse tanto en el siseo, por suerte para mi estómago.

– Mmm... Un poco.

En su rostro, o lo que fuera esa masa blanca y amorfa, aparecieron una especie de surcos, parecidos a las grietas en el cemento. El agujero que tenía por boca se ladeó hasta que una de sus comisuras casi se juntó con uno de los orificios que hacía las veces de nariz.

– Nunca he dejado que niñatas como tú tengan el valor de retarme, aunque pensándolo bien... el punto 3 es bastante interesante¿no creéis, chicos?

Me giré justo a tiempo para ver a todos los encapuchados asintiendo. ¿Me iban a conceder uno de mis deseos? Sonaba demasiado fácil para ser cierto... Más aún tratándose del deseo del que se trataba; revivir a Draco...No, decididamente, las cosas no cuadraban.

Zabinni, Parkinson... ¿Haríais el honor de traerlo aquí?

En la primera fila se produjo un gran revuelo, y dos personas más bajas que el resto se adelantaron, pasaron por mi lado sin mirarme y echaron a andar bosque adentro. Un minuto después trajeron un bulto, parecido a un montón de ropa negra y sucia. Entre las arrugas que producía la tela, pude distinguir un hilo color dorado, y entonces comprendí de qué se trataba. O mejor dicho, de quién.

- ¿Qué piensas hacerle!- grité más furiosa que nunca, sintiéndome tonta al instante.

Estaba muerto. ¿Qué importaba ya lo que le hicieran? No había nada peor que eso. Ni siquiera iba a sentirlo ya.

Y un segundo después tuve que recriminarme por tales pensamientos. Lo que más había apreciado Malfoy en vida, y de lo que más había alardeado, era su orgullo, y yo no podía dejar que ahora que había muerto se lo pisotearan como si cualquier cosa.

– "Toda persona merece morir con dignidad y seguir conservándola eternamente. Es lo único que nos queda cuando nos vamos; si también nos privan de ello¿qué seremos?"

No voy a hacerle nada que no hayas pedido que haga...

Ese par de pupilas rojas taladraron por largo rato la mancha negra que se extendía a mi espalda. De vez en cuando parecían pararse en mí, y luego volvían a su estudio. Debían buscar a alguien. Tras una larga observación, volvió a centrarse en mis ojos y sonrió con malicia.

Lucius¿te importaría concederle el deseo a esta señorita?

– Con mucho gusto, maestro.

Automáticamente miré el cuerpo de Malfoy. A su lado se había acercado uno de los encapuchados, quien en ese momento se agachaba para colocarle bien la túnica. Lo levantó con cuidado, alisó las arrugas que se producían en la capa que colgaba a su espalda y en la capucha que reposaba sobre ésta, y finalmente lo depositó en el suelo. Una vez de pie, sacó un palo de su bolsillo y murmuró algo inteligible, apuntándole con él.

Me costó unos segundos comprender que no se trataba de un simple palo.

- ¿Por qué usa la magia con él¿Por qué¿Qué demonios pretendéis!

Querías que caminara¿no?

Me volví a fijar en su cuerpo, o al menos lo intenté; el suelo aparecía desierto.

- ¿Pero qué...¿Dónde...?

Busqué como una loca en todas direcciones, arrastrando mi mirada por encima de cada hierba del césped. No lograba ver más que un verdor oscuro, producto de la noche.

Quizá deberías subir un poco más la mirada...

Tragué saliva dificultosamente, como si un nudo me oprimiera la garganta y me la dejara reducida apenas al espacio que ocupa un dedo delgado. El sudor frío ya empapaba mi frente, resbalando algunas gotas por mi cara y haciéndome sentir un ligero escalofrío por la columna vertebral. Asustada, fui subiendo la mirada poco a poco, demorándome lo más posible para no ver algo de lo que más tarde me arrepintiera. Y allí estaba él, las piernas produciendo movimientos poco naturales, la barbilla golpeando su pecho, los párpados caídos, y la capa originando ondas bruscas.

Tuve el impulso de correr hacia él, de pegarle una buena ostia para luego reír y comenzar una larga discusión de sarcasmo. Pero justo cuando iba a hacerlo, una pequeña neurona se activó en mi cerebro y corrió a avisarme; todo era una trampa.

- ¿Lo habéis hechizado?- pregunté con resentimiento.

Sólo un poco.

El cuerpo de Malfoy cayó al suelo. Su pelo rubio fue a parar a un montoncito de flores secas que habían sido colocadas justo en el límite del valle, rodeándolo, separándolo del mundo exterior. Moviendo la vista un par de centímetros, pude ver dos sombras negras que caminaban de forma extraña, como levantando sus túnicas que producían un siniestro ruido, parecido a algo rasgándose. Agudicé más el oído y pude comprobar que me equivocaba; no eran sus túnicas las que producían el sonido, sino sus propias cuerdas vocales.

- ¿Qué demonios son esas cosas?- inquirí con cierto recelo, mirándolas de reojo.

Cada vez se alejaban más del cuerpo de Malfoy, siguiendo el rastro de hojas.

- ¿Qué pensarías si te dijera que has dado justo en el clavo?- sonrió él.

– Insinúas que... ¡Es absurdo!

En este último verano había visto casi de todo, pero ya creer en demonios era demasiado para mi cordura.

- ¿Entonces cómo explicas eso?- me dijo señalando el cielo.

– El cielo siempre ha est... ¿Qué ha pasado!

Nada, pequeña. Simplemente hemos hecho unos minúsculos retoques. ¿Te gustan?


La Peye Malfoy