Perdido en mí
Capítulo 4: Promesa
Lady Lyndis movía su espada a gran velocidad, sus movimientos eran poesía para los ojos de muchos de los que viajaban. Estaban en plena batalla, de varias que fueron y venían. El viaje a Begnion había sido más peligroso de lo que planearon. Ahora enfrentaban a una tal Vaida. Dos jinetes peleaban codo a codo contra unos wyverns, había sido difícil, pero habían logrado salir victoriosos. Los dos respiraron profundo.
- Kent - dijo Sain - Hemos aprendido bastante en este viaje¿eh?
- Supongo que sí - dijo Kent sin mucho ánimo
- ¿Qué lo supones? - preguntó Sain - Cuando volvamos a Caelin, deberíamos convocar a todas las mujeres en edad de merecer y organizar una pedazo de...
- No empieces otra vez - dijo Kent mirando el suelo algo frustrado - Sain. No hay tiempo para soñar. Aún nos quedan muchos combates por delante. Cualquiera de los dos podría morir en el siguiente
- Siempre pensando en lo peor - dijo Sain seriamente, aunque no lo parecía - Por eso lady Lyndis nunca...
- Cierra la boca - dijo Kent enojado - No quiero oír ninguna de tus tonterías. Más te vale mantenerte bien atento, te lo digo en serio. Alguien tan arrogante como tú es fácil que se meta en problemas
- ¿Arrogante? - dijo Sain ofendido - ¿Quién es arrogante? Sé que esto no va ha ser nada fácil... Pero no tengo miedo. No estoy solo. Estas tú, y tú me tienes a mí¿No¿Eh?
- Sí, tienes razón - afirmó Kent
- Pues en marcha - dijo animosamente Sain - ¿No te parece¡Y vigílame bien las espaldas!
- Claro que sí, amigo - respondió Kent con una pequeña sonrisa en el rostro - Será un honor
Así fue, los dos pelearon juntos el resto de las batallas. Sain siempre fue el más fuerte, pero Kent era más rápido. A pesar de siempre haber sido Sain el mejor con la lanza, Kent tenía tal disciplina que lo alcanzaba rápidamente. Los dos siempre tuvieron personalidades contrarias, tan contrarias que se complementaban mejor de lo que pensaban. Las discusiones nunca faltaron, pero sí, su amistad perduró.
Conocido es ya en la historia de Elibe que después de la muerte de Lord Hausen, Marques de Caelin, Lady Lyndis confió la regencia de Caelin a Ostia. Ella partió a las llanuras de Sacae. Sus sirvientes se sintieron tristes por esto, ellos estaban orgullosos de servirla pero igual entendieron que su corazón era llamado por el pasto verde de Sacae.
Sain no quería servir a nadie más. Así que renunció a su juramento. Mientras que Kent, se convirtió en regente del lugar, pasando ha ser la autoridad representante del marques de Ostia, Lord Hector, en esos terrenos.
Sain empezó a preparar su viaje, amaba a las mujeres del lugar, pero pensaba que debía compartir su amor con las mujeres del mundo. Mientras él estaba desocupado, veía como Kent se llenaba de trabajos varios como regente, los cuales los cumplía con exagerada responsabilidad, pensaba él.
- Aquí tenemos al señor regente - dijo Sain encontrándose con Kent en un pueblo
- ¿Qué quieres Sain? - preguntó Kent
- Nada, nada - dijo Sain - solo veía a despedirme de mi amigo de armas
- ¿Despedirte? - preguntó Kent algo asombrado
- Pero hombre - dijo Sain - si he gritado a los cuatro vientos que me voy de viaje
- ¿No qué querías hacer que las mujeres de... - preguntó Kent
- Las mujeres del mundo me esperan - interrumpió Sain - no puedo dejarlas solas
- Nunca cambias... - dijo Kent algo frustrado
- Tú tampoco - dijo Sain - llevas uno par de meses como regente y ya te veo algo estresado, debería llevarte a pasear, a relajarte por el mundo, ver a bellas flores que danzan por ahí
- ¿Bellas flores? – preguntó Kent
- Jóvenes damiselas – contesto Sain
- Sabes que no puedo - interrumpió Kent
- Lo sé - dijo Sain - no podrás vigilarme las espaldas en este viaje
- Si... - dijo Kent, el cual se había acordado de aquella conversación en el campo de batalla
- Tranquilo - dijo Sain - yo me se cuidar, además, no estamos en guerra
- Tienes razón - dijo Kent - pero prométeme una cosa
- ¿Ah? - dijo Sain confundido
- Prométeme que volverás - dijo Kent - para que pueda saber que tu espalda sigue bien
- Jajajajaja - dijo Sain - yo el iluso pensé que por fin lograría que no cumplieras una promesa, claro que lo haré, esta es mi tierra después de todo¡la belleza de las mujeres de Caeli... acá es incomparable!
- Definitivo - dijo Kent - nunca cambiarás...
Todo esto terminó con un apretón de manos y un abrazo. Sain pensaba en aquello, cuando se despedía de su gran amigo... Aquellas imágenes se veían cada ves más borrosas, más lejanas. Los colores se trasformaron poco a poco. Se sentía mareado, pestaño un poco
- ¿Qué paso? - preguntó Sain sin moverse
- ¡Por fin despiertas! - dijo una voz, que Sain reconoció, era Lucius - ya me estaba preocupando
- ¿ah? - dijo Sain sentándose
Sain estaba en la misma pieza donde había despertado la otra ves. Sentado en una silla al frente de él, estaba Lucius.
- Debes tener hambre - dijo Lucius - has dormido 3 días
- ¿3 días? - preguntó Sain algo confuso - pero yo pensé que yo... yo...
- Ginna te salvó - dijo Lucius
- ¿Cómo? - preguntó Sain más confundido aún
- A pesar de ser tan pequeña - dijo Lucius - sus poderes curativos son excepcionales... Francesca y yo estuvimos toda la noche intentando bajarte la fiebre para poder llevarte con alguien. Ahí, Ginna volvió a la normalidad y nos dijo que podía curarte
- ¿Pero eso no lo hacen con bastones especiales? - preguntó Sain algo acelerado - ¿Cómo les ha hecho con Ginna en las noches?
- Parece que la pequeña Ginna es una niña muy especial y le he dado unas hierbas para que duerma profundo en las noches - dijo Lucius - mejor cálmate, ahora te traigo la comida, ahí seguimos conversando
Sain se rasco la cabeza mientras veía a Lucius salir de la pieza. Parpadeó un par de veces. Entre el tercer y el cuarto parpadeo, una pequeña entro al cuarto, era Ginna.
Ginna miró a Sain algo tímida. Tenía sus dos manos juntas al frente de su pecho, las movía nerviosamente. Abrió su boca, pero nada salió de ella. Hubo unos segundos de silencio. Sain decidió actuar.
- Gracias - dijo Sain
- ¿Ah? - dijo Ginna
- Me salvaste la vida - dijo Sain - es lo menos que puedo decir
- Yo fui la que... - dijo Ginna - la que... casi lo mato
- Si - dijo Sain - pero me salvaste después, así que, sumando y restando, es lo mismo como si no me hubieras hecho nada
- Entiendo... - dijo Ginna algo insegura
- Hey - dijo Sain sonriendo - no creo que sea momento para estar triste ahora
- ¿Ah? - dijo Ginna
- Todo esta bien... - dijo Sain
Ahí, empezó a sentir un mareo, puso unas de sus manos en su rostro.
- ¿Esta bien? - preguntó Ginna preocupada
- ¡Si-i - dijo Sain con el mayor ánimo que podía, pero se sentía cansado - alguien como yo no sé morirá por un mareo, aún no me he entregado a todas las mujeres del mundo!
- oh... - dijo Ginna
Ginna quedó mirando un momento a Sain. Sain se sintió algo extrañado por eso. Quizá la pequeña Ginna quería preguntar algo, pensó Sain.
- Di - dijo Sain - no tengas miedo
- Bueno yo... - dijo Ginna
Lucius entró en ese momento con un plato de comida que, para sorpresa de Sain, era bastante grande.
- Ahora debes comer mucho porque has perdido mucha energía - dijo Lucius
- Bueno - dijo Sain
- Yo - dijo Ginna - iré a fuera a jugar...
Ginna salió rápidamente, Sain se quedó con la duda de la pregunta. Mucho no pudo pensar en aquella duda porque, al ver la comida, el hambre ocupo todas sus preocupaciones por unos minutos.
- Tú... - dijo Lucius - ¿Sabías lo de Ginna antes de irte no?
Sain detuvo un momento su comer. Se sentía muy culpable
- No sé que decir... - dijo Sain - me fui sin decir nada...
- Pero volviste - dijo Lucius cerrando los ojos - y me salvaste la vida
Ahí, Lucius abrió los ojos y miró a Sain. Sain siempre había pensado que era una lástima que Lucius fuera hombre, su belleza lo haría una hermosa mujer... pero era hombre, al final de cuentas. Sain no era de las personas que dudaban de la palabra de la gente.
- Eres una buena persona - dijo Lucius
- ¿Me perdonas por lo que hice? - preguntó Sain
- Sí - respondió Lucius - te perdono
Algo que Sain no sabía, era que Lucius podía perdonar a cualquier persona, mientras esta mostrara estar arrepentida. Solo piensen que tuvo el corazón para perdonar al hombre que mato a su padre.
- En este tiempo - continuó Lucius - logre sacarle cierta información a Ginna sobre su problema
- ¿Qué te dijo? - dijo Sain con un extraño interés que ni él mismo pensaba que podía tener
- Ella no siempre tuvo esa maldición - dijo Lucius cerrando los ojos algo preocupado - la obtuvo cuando ella tenía 7 años. Desde ahí, viajaba con su hermana. Ella le enseño a curar las heridas que ella misma provocaba.
- Aja - dijo Sain mordiendo un pan - ¿y?
- Hasta ahora, solo habían averiguado que ella tiene un espíritu - dijo Lucius - un espíritu que busca venganza
- Un espíritu... - dijo Sain
Se acordaron de que él espíritu les había dicho a ellos que los debía matar a ellos.
- Él me dijo que yo era uno - dijo Lucius
- A mi también - continuó Sain
Los dos intentaron pensar donde habían visto los ojos amarillos, pero ninguno de los dos quería hacer memoria de algo así. Sain se empezó a sentir mareado de solo intentar recordar.
- Las intenciones del espíritu - dijo finalmente Lucius - no son lo importante ahora... lo importante es que descanses.
Lucius salió del cuarto con los platos vacíos que tuvieron la comida de Sain. Este se recostó, se sentía cansado.
- Definitivamente - pensó Sain - ¿En que lío me he metido?
Los ojos empezaron ha ser muy pesados para Sain. Él jamás lo admitiría en ese momento, pero se sentía débil… Muy débil… Ladeó un poco su cabeza y miró la pequeña ventana del cuarto. Debían ser como medio día, el cielo estaba limpio, el día estaba asoleado. Vio a unos niños jugar, reían muy fuerte.
La pequeña Ginna salió en ese momento al campo. Sain abrió algo más los ojos. Ginna se acercó tímidamente al grupo de niños. Los niños se detuvieron y la miraron. La miraron con miedo, Ginna bajó la cabeza, empezó a mover sus hombros, puso sus manos en su rostro.
- ¿Esta llorando? – pensó Sain
Ginna corrió hacía la entrada del orfanato. Se veía que sufría mucho ¿Qué niño querría jugar con ella sabiendo que se convierte en una bestia en las noches?. Era medio día, los niños siguieron jugando como si nada.
- ¿Por qué no se preocupan por ella? – pensó Sain
Medio día, la alegría volvió al lugar. Aquella era una alegría amarga, muy amarga. Si, en medio día, pero este se oscureció, hasta ser completamente oscuro, para Sain.
- Yo no soy muy distinto a ellos… - pensó Sain
No, no lo era. Él también le había dado la espalda una ves.
"- Mi... - dijo la mujer – mi hermana... por favor... ayúdela... no la mate... ella... ella... no sabe lo que hace... por favor... ayúdela..."
- ¡Despierta ya!
- No creo que sea necesario despertarlo…
Sain sintió aquellas voces algo aturdido. Movió algo el hombro, tenía sus manos apretadas al frente de su cara. Estaba en posición fetal. Había dormido profundamente, pero su sueño había sido pesado, se sentía más cansado que cuando se durmió.
- Pero joven Lucius, ha dormido todo un día
- Lo sé Francesca – dijo Lucius – pero ha tenido algo de fiebre
- Necesita comer algo – dijo Francesca
¿Qué¿Acaso aun seguía enfermo¿Cómo? Si estaba sano, cuando se durmió, solo se sentía cansado. ¿Por qué ahora se sentía más cansado?. Sain se sentó, aunque le costo bastante.
- ¡Por fin despiertas! – dijo Francesca
Sain se pasó el brazo en los ojos, sus ojos estaban llenos de lagañas. Al terminar vio que estaba Ginna con Francesca y Lucius. Iba ha hablarle, pero su boca ni siquiera se movió, solo pudo mirar a Ginna.
Ginna se dio cuenta de aquello, se acercó a Sain con su paso tímido. Le tomó la mano a Sain. Lo miró a los ojos. Sain se vio a si mismo en los ojos de Ginna, se vio como estaba de demacrado, con unas grandes ojeras, despeinado, con una expresión triste.
- No puedo curarlo de esta enfermedad… – dijo Ginna – usted tiene un peso en su alma…
"- Mi... - dijo la mujer – mi hermana... por favor... ayúdela... no la mate... ella... ella... no sabe lo que hace... por favor... ayúdela..."
- Que lo tiene así… - continuó Ginna
Los ojos de Sain se llenaron de lágrimas, supo inmediatamente cual era aquel peso, aquel peso de su alma. Levantó la mano de Ginna, acercó su cabeza a ella de tal manera que su pelo tapaba sus ojos hacía Ginna.
- Sain… - dijo Lucius
- Yo… - dijo Sain entre sollozos - yo… le prometí… a tu hermana que te… te… te… ayudaría… y… lo primero que hago… es irme… no tengo… perdón…
Ginna puso su otra mano arriba de la cabeza de Sain. La mano se movió lentamente sobre el pelo de Sain. Sain empezó a sentirse más tranquilo, Ginna lo había perdonado.
Fin del capítulo
