Disclaimer:………………………………….(Interpreten a su modo)
Clasificación: Shounen Ai, Yaoi, Rape, AU y un toque de Gore próximamente(aunque no demasiado, por alguna pendeja razón nací con asco a las vísceras)
Killing Loneliness
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Capítulo 2: You've stolen my innocence
Lo único que podía rescatar de las nefastas torturas vacacionales era el poder contemplar minuciosamente la magnificencia de la madre naturaleza. En esos momentos una camioneta se desplazaba en lentos zigzag circundando unas montañas. Estas le encantaban, le parecían imponentes cubiertas con ese tupido manto del más puro y primario verde. Así como la distribución que formaba diversos y abstractos ángulos que formaban los unos con los otros. A su frente observó varias cimas cubiertas de densas y misteriosas nubes ¿Será la misma neblina de sus pesadillas? Por un momento sintió como una araña repleta de un veneno llamada Curiosidad le picaba en el interior, y este se propagaba por cada ramificación de su sistema circulatorio.
Esbozó una media sonrisa. Era la segunda vez que contemplaba tan soberbio panorama y sin embargo le pareció mucho mejor que la primera ya que tenía más edad y madurez para examinarlo en su totalidad. Le hizo olvidar lo que le esperaba en la cabaña de Tío Barthez por varios minutos. El complemento perfecto era la música que sonaba en sus oídos, razón por la cual en pocos segundos su paz sería cruelmente quebrantada…
— ¡Vamos préstamelo!—un rubio chico se aferraba a una de sus mangas— ¡Anda no seas malo!—seguía apretando con insistencia.
—Mihaeru, ya Max es grande, no te lo va a dañar—en el asiento delantero su madre le dedicaba un tono dulzón que escondía molestia y rabia con su hijo.
—Toma "¿Por qué no pedirá prestado el de Mathilda?"—el otro chico platinado le tiró con rudeza el Mp3, imaginándose lo que vendría a continuación.
— ¡Gracias eres el mejor!—los grandes ojos azules examinaron curiosos y emocionados el minúsculo reproductor de música. Introduce los audífonos en la cavidad de sus oídos con cuidado. Quita la pausa y se prepara para escuchar. Lo que percibe por unos segundos le aterra, era un sonido fuerte y pesado para su sistema auditivo.
El pequeño Max estaba en un curso muy avanzado de inglés por lo que, obviamente aterrado escuchó lo siguiente:
Like a rat I run to the darkness (Como una rata corro a la oscuridad)
Ray of night embraces my mind (El rayo de noche abraza mi mente)
Afraid to look back in to the heartless (Asustado de mirar atrás en la crueldad)
World of dust and blood, (Mundo de polvo y sangre)
I'll hide from the sun (Me esconderé del sol)
— ¡Que horrible!—exclamó arrancándose los audífonos—Es tan… —los cuatro pasajeros se dieron cuenta de cuanto le afectó esa música. Si el pequeño Max ya tenía una piel pálida en su estado normal, el tono blanquecino que adquirió a continuación se les hacía enfermizo. Sus pupilas temblaban reflejando su repentino pánico mientras su cuerpo no cesaba de temblar.
El estado de Max era lo que menos importaba a Mihaeru… en el retrovisor se reflejaron unos ojos muy parecidos a los suyos. Eran los de su padre. Por pocos segundos indagó en ellos. Eran fulminantes, directos y furiosos, dedicándole la furia que latía como un cráter a punto de estallar, una ira dedicada única y exclusivamente a él. Un horrible frenazo detuvo el auto.
—¡Toma el mío!—su hermana abraza de inmediato al rubio, colocando en sus manos dicho artefacto. Miró al padre con los ojos inundados de suplica. El hombre odiaba ver a su pequeña de esa forma, razón por la cual relajó un poco su semblante. La madre, idéntica a su hija, también se tranquilizó. Le llevo menos de un minuto a Max tranquilizarse, el cual al abrazo de su prima y a la agradable música que invadían sus oídos le ayudaron a recuperarse.
— ¿Estas bien Max? —preguntó la señora Valkov.
—Disculpen—murmuró el chico, observando fijamente a Mihaeru—no se que me pasó—aclaró con aire confundido—siempre he sido algo miedoso, ustedes lo saben jejeje.
La única que asintió fue Mathilda, sin embargo nada logró destronar al denso e inquebrantable silencio, quien gobernaba en cada uno de ellos.
Ya en cinco minutos el silencio fue desplazado por una inquietante—para Mihaeru—normalidad. En algunos segundos el observaba—o imaginaba—dos esferas de un violeta casi transparente. Tal transparencia le transmitía un terrible enojo. Su corazón le mostró una terrible certeza: Si no hubieran estado Max y Mathilda presentes, de seguro ya estaría su cadáver hecho trizas en el fondo de un precipicio.
Técnicamente, lo sucedido hacía segundos era una tontería, una estupidez sin importancia. Para su padre no. El le había dicho constantemente que no escuchara ese tipo de música. Así como también criticaba muchos aspectos que conformaban su yo, actitudes, pensamientos, sentimientos e ideas que jamás podrían ser modificadas. Su padre era del tipo de personas que no podían contradecirse en nada, lo que él decía y hacía era lo correcto y ninguna persona podría discutirlo. Por la compañía y por la ocasión se le olvidaría pronto. El adoraba estar en familia. No tenía de que preocuparse.
Por los momentos…
Más tarde sacó una chamarra negra con capucha y se la colocó, argumentando un frío inaguantable. Allí aprovechó el momento, colocándose rápidamente su Mp3. Era consciente de lo arriesgado que era. Lo prendió y dejó que la música saturara sus oídos. No importaba, era lo único que lograba alivianar ese extraño nudo hecho de alambres filosos ubicado en el medio de su garganta.
Le sería primordial en todos esos días.
El era quien conocía hasta donde podría llegar su padre. Ayer solo pensaba que él para doblegarlo necesitaba de palabras crueles. Frases que volvieran trizas su autoestima. No obstante, esa mirada solo la había visto a los seis años. Ese día…—
"Mihaeru, vuelve a concentrarte en la música, lo menos que debes hacer es recordar eso, hace muchísimo tiempo debiste enterrarlo"—
Desvió su mirar del exterior y se topo por accidente con un dulce—y podría decirse empalagoso—tono carmín. Eran los ojos de su hermana, quien le observó calladamente. Lo más lógico era que no olvidó lo sucedido la noche anterior.
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--¡Al fin llegamos!—Mathilda abrió de un tiro la puerta y salió disparada. Sus padres y Max descendieron con una notable sonrisa en los labios, en cambio el semblante de Mihaeru era pesado y serio. Ante suyo se erguía la estructura más temida en sus más recientes años. Si le preguntaran a cualquier persona diría que era ideal para disfrutar de unas vacaciones pacíficas.
Para empezar la forma de la construcción era graciosa. Cuando tenía cuatro años juraba que era una pirámide con varios ojos. Mathilda reía al asegurar la semejanza con un perro de orejas caídas. De ancho era inmensa, y los seis pisos en conjunto intimidaban a cualquiera. El primer piso era el más ancho, y la longitud disminuía hasta llegar al sexto—la forma geométrica de una pirámide—lo que más extrañaba era sin duda el techo. Este se inclinaba diagonalmente comenzando desde la cumbre hasta un poco más arriba del piso. Las ventanas—otro detalle curioso para cualquiera—estaban en el interior, o mejor dicho incrustadas en el techo.
Dicha estructura estaba ubicada en el medio del bosque. No estaba muy lejos de la civilización, solo que, por así decirlo, no se divisaba ninguna otra casa a la vista. Los sonidos emitidos por los animales evitaban que el silencio absoluto viviera con ellos. Al girar, en la parte trasera, había un enorme lago donde se suele remar para recreación de alguna visita.
El adoraba ese lago. Quiso ir hacia allá pero una voz se lo impidió.
La puerta se abrió ante el incesante llamado de Mathilda. Allí apareció la razón por la cual, si fuera por él, no hubiera regresado jamás.
— ¡Familia¡Tanto tiempo sin verlos!—el hombre se apresuró en bajar unos escalones. La respiración se cortó de inmediato. Esa parálisis fue transmitida de inmediato a sus músculos, y por último a sus huesos.
Barthez Valkov se hallaba a escasos metros, sonriendo sin preocupación alguna.
No tardaría en echarle las manos encima fingiendo un cálido recibimiento. Y así fue.
— ¡Mihaeru! Me sorprende cuanto has crecido—le tendió la mano. Un ambiente tenso invadió a todos, menos a Max, quien no estaba enterado de lo ocurrido hacía años.
— ¡Vamos Mihaeru salúdalo¡Que no te de pena hijo!—su madre, al ver que su esposo volvía a fruncir el ceño, le enterró con disimulo las uñas en el cuello. Tuvo que esforzarse mucho por no vislumbrar el dolor.
—………—lenta y— para vergüenza propia—con temblor una joven mano morena se unió con la otra madura y rugosa. Para ser un recibimiento cálido sus manos estaban frías. Reconocía ese tacto, lo tenía impreso en su cuello, en su rostro, brazos, torso… ¿Cómo le podía suceder algo tan horrible? Debía ser una aberración que alguien que intentó violarte vuelva a tocarte.
Debía, más en su situación no era así.
— ¡Suban y pónganse cómodos!—exclamó Barthez.
No dudaron ni un instante, el largo viaje había dejado huellas de agotamiento en cada uno. El moreno, tragando con pesar, decidió seguirlos. Apenas desaparecieron de su campo de visión, la misma mano rugosa se posó en su cuello, rodeándolo en un aterrador abrazo.
—Nos volvemos a ver—sintió su mortal aliento en el lóbulo derecho—no sabes cuanto me alegra…
—Maldito...esta vez no te será tan fácil—con un atisbo de valor intentó girar su rostro. Fue neutralizado por otra mano, la cual se hundió en su pecho.
— ¿De verdad lo crees? Demuéstralo, te doy oportunidad para que corras y les digas a tus padres todo lo que pasó—Su respiración ahora aspiraba cada uno de sus platinados cabellos, ambos brazos ahora le rodeaban por el cuello. Las palmas rugosas, ásperas, viejas y frías se posaban con descaro en sus pectorales.
— Se me olvidaba…si ellos no te creen. Aquella vez no lo hicieron ¿Piensas que en esta oportunidad será diferente?—a cada segundo lo aproximaba más hacia su torso, ahondando el abrazo.
—…………. —Rabia, impotencia, dolor, asco, humillación…todo sumado daba como resultado un creciente odio.
—"Esta vez no necesitaré a nadie para lo que pienso hacer contigo, no solo pagarás por abrazarme, sino también por todos los días que me has contaminado con tus manos, vas a morir…¡VAS A MORIR!"
Le estaba sucediendo lo mismo que la noche anterior. Era como si esa rabia volviera a vislumbrarle de nuevo el aspecto más degradante de cada persona que estuviera a su alrededor. Había un problema, no podía verlo a los ojos, por lo que no era capaz de descubrir nada. Pero esa ira seguía allí, y si continuaba creciendo, tal vez haría cosas de las cuales se arrepentiría…
— ¡Papá¡Mihaeru!—el le soltó de inmediato. Ambos se dieron vuelta ante la joven voz femenina.
—Mariam…—susurraron ambos el nombre de la joven. La chica se les apareció en los escalones. Su porte era altivo, podría decirse despectivo. Para Mihaeru aquella prima no había cambiado en nada. De inmediato volvió a tranquilizarse, aquellos gritos lo habían regresado a la realidad.
Solo un pequeño gran detalle. Sus ojos destilaban despreció cuando sus miradas se cruzaron. El sabía el porqué…
— ¡No se queden allí parados!—bramó con autoridad— ¡Vamos a divertirnos todos juntos y ninguno de los dos podrá rehusarse!—en una muestra de agilidad ignoró los escalones, aterrizando impecablemente. Los empujó a ambos para que subieran y entraran. La chica se colocó entre los dos mientras entraban, cosa que hizo fruncir el entrecejo a Mihaeru.
— ¡Barthez!—era la voz del señor Valkov—no te pierdas de esa forma, sabes que tenemos mucho que conversar—dijo con un cierto tono afable, pero a la vez serio. Mihaeru tuvo la leve sensación que el tema de conversación giraría en torno a él ¿O eran simples paranoias?
—Como tú digas, Vaslav—contestó de mala gana. Ambos subieron unas amplias escaleras de aproximadamente treinta escalones, cruzando luego a la derecha, desapareciendo de la vista de los dos chicos.
Ahora quedaban los dos solos en una amplia y suntuosa sala, una mesa hecha en mármol granizado sostenía cuidadosamente figuras de procedencia japonesa. Encima de sus cabezas una lámpara inmensa de la cual guindaban varios cristales, de forma rómbica. La luz eléctrica se reflejaba en dichos cristales, fragmentándose en varios colores. En dicha sala una silenciosa disputa se llevaba a cabo. Ambos se miraban intensamente, una con menosprecio, el otro con determinación. La última vez que esos ojos se encontraron no había sido precisamente en una situación muy feliz.
—Te dije que no volvieras ¿Acaso no tienes vergüenza propia?—dijo concentrando toda su rabia en cada una de sus palabras.
—Eres muy directa, lástima que seas todavía tan ciega—suspiró con desgano, lo último que deseaba era escucharla.
— ¿Soy ciega por no ver lo que tu quieres? Eso, querido primo, se llama descaro—le dijo en tono irónico.
— Buen punto, te acabas de autodefinir por si no te habías dado cuenta…
— ¿Por qué lo dices?—frunció el entrecejo.
—Muy sencillo. Porque no me crees, peor aún: no te conviene creerme. La realidad es tan horrenda, prefieres pensar que yo supuestamente arruiné tu vida, cuando fue tu padre quien por poco no me quita la mía. Eso también es descaro de tu parte…
—Tú fuiste quien señaló a mi padre. Quisiste huir e intentaste usarlo como excusa, me consuela que nadie te haya creído.
—Vuelves a equivocarte. Hay tres personas que saben lo sucedido aquella noche…
—Personas muy estúpidas a mi parecer. ¿Cómo pueden creerle a alguien como tú? No puedes responder a eso—una ácida y cruel sonrisa se dibujó en sus labios.
—Si entre esas personas está tu propia madre…
— ¡Cállate¡No vuelvas a nombrarla!—le señaló con amenaza.
—Y la última persona, eres tú…—le dio la espalda.
- Estás loco, me he cansado de repetirte que jamás he confiado en tus argumentos—gruñó. Sus ojos estaban más abiertos que de costumbre. ¿Por qué afirmaba semejante atrocidad?
— Loco o no esa es la verdad—hablaba mientras se dirigía al exterior.
—¿Por qué estas tan convencido de eso?—la curiosidad desplazaba su resentimiento a cada segundo.
— Viste lo que pasó afuera…el me abrazó…
— Eso no prueba nada, mi padre es muy cariñoso con todos, a Mathilda y a Max los abrazó de esa forma. Tú eres el paranoico aquí—contraatacó la chica.
—Si es así ¿Por qué gritaste tan fuerte¿Qué te alteró tanto? Si dices que es tan normal que tu padre me abrace de esa forma…ahora eres tú la que no puede responder—solo giró su rostro, observó con cierto placer al hallar la confusión en sus facciones.
— No me pruebas absolutamente nada todavía…—le dijo con la misma dureza que siempre la había caracterizado. Solo había una notable diferencia, por un instante creyó ver la duda y la desorientación teniendo como fondo aquel hermoso color verde vivo.
Terminó la conversación marchándose de esa sala. Salió al exterior a buscar algo interesante que contemplar o un lugar en donde hallar tranquilidad. El sol, inclinado más hacia el oeste le indicaba que pronto la oscuridad se apoderaría del firmamento. No se trataba de miedo, pero!sabía que pronto tendría que regresar. A trote suave rodeó la casa, encontrándose de frente con las orillas del lago.
Ya cómodamente sentado, examinó con profundidad aquellas aguas. Le parecía tan extraño y maravilloso al mismo tiempo tener frente suyo algo tan cristalino y transparente. Al inclinarse, aquella transparencia le devolvió su nítido reflejo. Era muy curioso. Muchas personas dicen que los lagos son verdes, o azules oscuros porque sí, sin saber que el color del lago dependía del cielo que se reflejara en él. Cuando uno piensa en esos detalles, es cuando se cae en cuenta de lo compleja y engañosa que es la vida. En ese lago además de devolverle una perfecta imagen de su rostro, imprimía una copia exacta del ambiente. Todo elemento tenía un gemelo, un ser idéntico en aspecto y estructura.
Hacían años que una vez casi se ahogaba por intentar alcanzar a ese gemelo. Una melancólica sonrisa definió sus labios. Recordaba ese instante que descubrió un ser idéntico a sí mismo. Mostraba una sorpresa difícil de expresar en palabras. El hundió su pequeña manita en el líquido, con la esperanza que ese "gemelo" le diera la mano en señal de bienvenida. Pero no funcionaba. La rabia e incertidumbre hicieron que se inclinara más y más. Ya no era la manito, era el brazo entero. Al final no pudo mantener el equilibrio y lo perdió.
Y el no sabía nadar a los seis años.
Luego no recordaba absolutamente nada. Lo cierto es que despertó en el cuarto de huéspedes muy confundido. Su vida había sido salvada. Sin embargo nunca tuvo idea de quién fue el que lo rescató.
Había ocasiones en las cuales se preguntaba si no hubiese sido mejor morir aquel día.
Negó con la cabeza. Ese no era la ocasión indicada para pensar en la muerte.
La muerte estaba cazándolo y el tenía que hacer lo posible por escapar de ella.
— "Siempre he deseado morir, pero no en manos de Tío Barthez, moriré cuando me llegue la hora, no cuando él decida"—se levantó. Mejor era regresar temprano.
No había dado menos de cinco pasos y ya su instinto le alertó que no estaba solo. Frunció el ceño. Con extrañeza giró su mirada a todos los rincones posibles, pero como ya se lo imaginaba, no halló nada particular. Eso le pasaba cuando sus emociones sufrían un desequilibrio. Creía sentir o ver algo que no existía. Era el mismo quien imaginaba todo. Decidió olvidar el asunto y caminar hacia la residencia.
—"Hacía tiempo que no te veía…"
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N/A¡Hola! Esperen, ya casi adivino lo que piensan…Lo que llegó a escuchar Max fue un trozo de la canción "Dead Promises" (Promesas Muertas) de The Rasmus. No es que lo considere muy oscuro, hay canciones de otras bandas que son más intensas, pero lo que quería era asustar a Max, no provocarle un paro cardíaco o.oU. En este fic hay hechos reales, decidí mezclar mi pesadilla, con imaginación y recuerdos de mis espantosas vacaciones hace dos años atrás—no daré más detalles por los momentos, solo FUERON HORROROSAS Y SUPER RIDÍCULAS—en fin, tampoco es un proyecto de diario, solo que esos hechos los iré mezclando y veré que resultado obtengo.
Los reviews los contestaré en mi profile, como no tengo nada bueno que agregar allí sobre mi vida acabo de decidir que lo utilizaré para contestarlos. Ya saben cualquier cosa que tengan que decir, sugerencias, críticas, observaciones…un review que ni les enriquece ni les empobrece o
Se despide Marion Mayfair (Leyendo como obsesa la biografía de Vlad Tepes o.Ou)
