TOMA 7

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«Lo que era, no es lo que soy, y lo que soy, no es aun lo que puedo ser» Frederick Stark. El psicoanalista.

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La pesadilla era siempre la misma, un mero reflejo distorsionado de la realidad, pervertido y estimulado por el sueño. Sabía que no era real, que no así habían ocurrido las cosas, sin embargo, en el sueño no había distinción alguna.

Estaba esperándola en el Dojo un domingo por la mañana, había amanecido con un clima frío y lluvioso, la televisión y algunos anuncios en la red advertían del acercamiento de una tormenta tempestuosa por la noche. Ella los ignoró, no queriendo faltar de nuevo a uno de los últimos entrenamientos para el torneo, de todas formas, podría quedarse en casa de la otra chica, si el clima era tan desastroso como se esperaba.

Lo inquietante es que nadie más estaba en la casa, ni en la cocina, ni en los patios, ni en el Dojo, sólo era ella y el silencio sepulcral, con el ocasional ruido del viento atravesando las ventanas para hacer tintinear los trofeos en la repisa del salón. Fuera, caía una irritante llovizna constante.

Ella estaba sola, sentada en posición con su hakama puesta y su katana de madera a un lado de sus rodillas flexionadas, a la espera de ser empuñada. Solo esperando al menor indicio de llegada, para saltar animada a la acción.

La única luz de la residencia estaba con ella, mientras la noche cubría con su velo oscuro lo demás, cómo si solo existiera esa única habitación.

El pánico empezó a formarse, escalando cada tanto de su mente. Le gritaba que se marchara, que buscara más allá de la oscuridad, que lo que sea que estaba esperando no llegaría…

Pero no lo hizo, se quedó ahí, quieta, mirando fijamente la pared, con los ojos muy abiertos y el corazón saltando latidos arrítmicos.

Necesitaba ver a esa chica, necesitaba sentir su protección, su cariño, su amor. Sólo ella podría alejar los temores, sólo ella podría reconfortarla y darle la seguridad de que todo estaría bien. Ella era su gran héroe, su caballero, su único soporte. Su gran amor.

Los minutos se hicieron horas y la tormenta llegó. Las ventanas vibraron con fuerza, los cristales parecían echar chispas, los relámpagos aturdían los sentidos y los truenos sobresaltaban su alma.

Y entonces, ella llegaba.

La puerta se abría, se escuchaba el sonido del agua chorreando de las ropas mientras caminaba a través de la sala, junto a la leve respiración errática. Quiso voltear, recibirla con un abrazo, darle una sonrisa, decirle cuánto la amaba… pero no lo hizo, su cuerpo en cambio, estaba paralizado. Era por el otro sonido, de algo siendo arrastrado por el suelo.

No quería voltear, no debía de hacerlo. Lo hizo, por supuesto, ella no tiene el control del sueño.

Y cuando sus ojos voltean, cuando su cuerpo se levanta y enfrenta, el dolor pasa como flecha, atravesándole la cabeza. Cae de rodillas, las fuerzas se han ido, la han abandonado, dejándola sin nada, haciéndola ver con impotencia, el mullido bulto de espaldas en el suelo, manchando la pulcra madera de un rojo oscuro, llenando el aire de un tóxico olor a óxido que le provoca querer volcar las entrañas.

Mira lo que has provocado, Honoka —Lenta, susurrante, casi lasciva, la voz familiar resuena en sus oídos, adentrándose a cada resquicio de cordura.

Sus ojos se despegan de Tsubasa, suben hasta la cara de quién ha cometido tal atrocidad, y el dolor del reconocimiento, es igual de asfixiante, sin importar cuantas veces lo haya visto ya.

Ojos ámbar que la miran sin brillo, sin vida. Distantes, irreconocibles… ella no es la Umi que tanto ama, ella es un monstruo. Y es su culpa que se convirtiera en esto.

Tú me hiciste esto —Umi sigue hablando, sin sonrisas, sin expresión alguna—, también tienes que pagar.

Honoka no se mueve, no intenta huir. Ella lo merece, acepta el castigo.

Las lágrimas ponen borrosa su visión, casi no distingue cuando Umi se aleja del cuerpo, yendo hacia ella con una katana real, casi no ve cuando la alza, sólo siente el dolor en el rostro, el ardor de una herida rasgando su piel, el calor del líquido corriendo libremente y el desgarro de su garganta cuando grita.

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Las sábanas cayeron al suelo en un ruido sordo, sus manos cubrieron su visión para acallar el gemido e intentar calmar el terror, sus músculos estaban tensos, su corazón latía desesperado. Sus dedos se movieron a la cicatriz en su ceja, ahora visible y palpable sin el maquillaje, sin nada húmedo en ella, la rugosidad le hizo recordar que todo lo visto era irreal, mera imaginación. Aquello no pasó, al menos no de esa forma.

El despertador sonaba insistente, martillando su recién despertada conciencia, lo dejó seguir, sabiendo que en breve se detendría para darle otros cinco minutos antes de que regresara a atosigarla.

Temblando, logró sacarse el resto de las cobijas para poder girar sobre la cama y alcanzar el cajón de su pequeña cómoda, obtuvo una caja con apenas dos pastillas, las últimas. Su mano seguía temblando en el ataque de ansiedad, haciendo difícil alcanzar la botella de agua, una vez con ella, tragó las cápsulas en una sola vez y esperó, volviéndose a recostar, a que los sentimientos contradictorios y el temor se esfumaran.

Poco a poco se fue relajando, la paranoia, el temor, la angustia se drenaban, dejándola con la somnolencia resultado de la dosis. Cerró los ojos y durmió de nuevo, apenas consciente de que el despertador sonó dos veces más en lapsos de cinco minutos.

Fue en el cuarto timbre, cuando finalmente despertó. Sus sentidos estaban de vuelta, en su dominio total, la sonrisa se extendió por su cara y con renovadas energías, saltó de la cama no sin antes apagar el despertador y revisar la hora.

—Un nuevo día —dijo a nadie.

Arregló el desastre de la cama, acomodando el colchón y las sábanas que se habían caído. Se movió hacia el pequeño tapete de una esquina y tras poner el cronómetro en su móvil, empezó a hacer sus ejercicios matutinos: sentadillas, lagartijas, algunos saltos con las cuerdas y estiramientos; los necesarios para mantener su cuerpo listo para el entrenamiento real.

El cronómetro le avisó que su tiempo se había acabado, siguiendo el orden, paró y fue por el cambio de ropa que usaría para el día, un estilo no tan casual pero tampoco extravagante, después de todo, ya era un poco reconocida en las calles. Se dio una ducha de agua caliente, que le permitiera relajar la poca tensión que quedaba en sus músculos, una vez más, con el tiempo cronometrado.

La ducha se acabó y pronto estuvo desayunando con un buen margen aún. Su mente contaba los segundos, hasta que la hora coincidió con su tercer bocado a la ensalada y el móvil vibró con el mensaje.

«Entrenamiento a las 12, cita a las 3, cena con patrocinadores a las 7, ¡a trabajar, idiota!»

La risa invadió el silencio del departamento, siempre se repetía la misma frase al término, un simple regaño que le recordaba que aún tenía cosas pendientes que hacer a diario. En el siguiente minuto, envió su respuesta.

«¡La noche es nuestra hoy, Nico-chan! ¡Te amo!»

Era tan simple escribir dos palabras, era tan difícil creer que eran reales. Una lucha diaria.

Esperó paciente los siguientes dos minutos, para que el nuevo mensaje llegara.

«También te quiero, Honoka, ¡ahora ponte a trabajar!»

Siempre era la misma respuesta, y siempre le provocaba lo mismo, la alegría casi olvidada de saber que había alguien para ella.

Dejó el celular y siguió desayunando, un poco de fruta, un tanto de yogurt, otro tanto de cereales, una dieta balanceada obligada a seguir por los siguientes meses. Dejó para lo último el pequeño pan, hecho especialmente por una panadería cercana bastante tradicional. Se dedicó el resto de los minutos a degustarlo, explotando sus papilas gustativas con el increíble sabor que amaba, aún si más tarde tendría que hacer ejercicios extra para compensar el equilibrio.

Una vez más, el reloj sonó dando por finalizado su tiempo de desayuno. Lo apagó y revisó el resto de sus horarios. Si bien, Nico le había dado algunos eventos, esos eran los que requerían salir de casa, enfrentarse al mundo exterior. El resto de las horas, las que debía permanecer dentro en su apartamento, habían sido rellenadas minuciosamente.

Seguir un horario le ayudaba a apagar los pensamientos sobre la pesadilla recurrente, estar pendiente del tiempo evitaba que su mente quedara en blanco y que aquellas ideas y sentimientos pasados volaran sobre algún espacio. Odiaba estos días, donde su usual calma y su vida se rompían de nuevo. Algo que comenzaba a suceder muy a menudo, en las últimas semanas.

Satisfecha, lavó los pocos trastos que usó y dejándolos escurrir en el lavadero, fue a la sala para buscar el pequeño libro encuadernado que dejó en la repisa, junto a otros tantos. Era hora de estudiar.

Sólo estando en el pequeño sillón, con una amplia vista al centro de Tokio, y después de leer en voz alta varias veces algunas líneas para grabar en su memoria cada expresión, permitió que su mente vagara sobre lo que estaba haciendo.

Pensar en lo mucho que había cambiado en tan pocos años, de ser una total desordenada, tonta, y desorganizada, apenas preocupada por su salud y su futuro escolar, a ser esta versión nueva, diferente. Cómo si la Honoka adolescente hubiera desaparecido.

«Ahora soy otro personaje más»

Pensamientos que iban y venían a ratos.

Pensar en la vieja Honoka era como haber trabajado en una serie, un personaje más, con su mismo cuerpo, pero con una historia tan diferente e irreal. Y cuando ésta acabó, otra historia ocupó su lugar. Era el ciclo sin fin y ella logró adaptarlo a su vida. Representar personajes una y otra vez. Era el nuevo sentido de su existencia.

Volvió a la lectura, dejándose absorber en un nuevo mundo, lleno de fantasía, injusticias y dolor, sumergiéndose en una nueva piel, una nueva vida. Y aunque siempre había pensado al inicio de cualquier proyecto que sería difícil, se encontró ligada con facilidad a esta nueva chica, la forma en cómo decía las cosas, en cómo enfrentaba a los demás, aquellas risas y sueños… casi era como ver a esa Honoka que se había ido.

Sálikan, era un perfecto retrato del pasado en un mundo injusto.

Y la realización de eso, como siempre, la golpeó. Sabía quién creó a ese personaje, quién la moldeó y le dio vida. Y el pensar en los motivos que llevaron a que naciera, siempre le ocasionaban un retortijón en el estómago.

Lo que es peor, no era Sálikan a quién más atención le ponía, sino a su contraparte: Kinjatsil.

Ella es todo lo que quería, lo que más ansiaba tener. Había hecho su análisis cientos de veces, y cientos de veces, volvía a caer a sus pies. Fuerte, de temple centrado, una figura de autoridad imponente, organizada e impecable, amada por todos, respetada por naciones. Una mano rígida que acogía bajo sus alas, la protección y el amor más puro que podía existir. Y tan hermosa como era, su mente era un caos.

Kinjatsil era la verdadera heroína de la historia, Sálikan, la villana. Aquella que la orilló a que cometiera aquellos crímenes que llevaron a la ruptura de todo, al derrocamiento de ciudades, a las masacres y al final, a la muerte.

Pero nadie parecía entender eso, todos veían en Sálikan a la heroína, no como la causante detrás de la tragedia. Sólo ella podía verlo, sólo ella podía saber que ese papel era suyo.

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A las doce en punto, su costado recibía un certero gancho en el estómago que le sacó el aire. No hubo tiempo de reponerse cuando un segundo golpe aterrizó en sus costillas, incapaz de detenerlos. Su mente era una pequeña bruma desde que despertó con el cuerpo sudado y los fantasmas del pasado.

—Necesitas concéntrate más, Kousaka —dijo el joven hombre, comprendiendo endureciendo la mirada—, no puedes permitir una abertura. Cualquier abertura es una derrota y las derrotas no son aceptadas.

—¡No pasará de nuevo, sensei!

En una esquina, Nico suspiraba harta de verla fallar. Perdía el interés en lo que se desarrollaba y volvía al incesante trabajo de revisar la agenda digital. Fue la idea de decepcionarla, lo que le hizo renacer las fuerzas para enfrentar a su maestro.

Los siguientes golpes fueron menos, logrando asestar unos cuantos también. No eran tan dolorosos como al principio, se había hecho más resistente al dolor con el paso de los años, y los pocos que podrían ocasionarle algún moretón, eran fácilmente ocultables con maquillaje. Su sensei sabía exactamente dónde golpear. Tenía que estar lista para comenzar el rodaje de la película, mostrar que ella era la única que podría interpretar a aquella mal llamada heroína.

El entrenamiento continuó por las dos horas siguientes, un poco de lucha y un poco de boxeo para terminar con algunos movimientos de espada. Tener el peso en sus manos tiraba de su mente, llevándola a años atrás. Los fantasmas que se fueron de un Dojo y una chica que esperaba extasiada, sus avances y victoria cuando enfrentaba a alguien más. Su única rival digna.

—Muy bien, se ha acabado —anunció el hombre, deteniendo sus pensamientos y alejando la espada de madera de sus manos—, si mantenemos este ritmo, será más fácil aprender los que te den en la producción. No será ningún problema para ti, Kousaka, aprendes rápido.

Aprender, era lo único que hacía bien.

—Todo ha sido gracias a usted, sensei —agradeció, con una sonrisa fácil.

Complacido, el hombre la dejó marchar no sin antes recordarle seguir su dieta nutritiva, las calorías que debía cuidar. Fue directo a las duchas del gimnasio para darse un baño rápido, alejar el sudor y que su cuerpo eliminara la tensión resultante. Aun así, el agua fría poco podía hacer para bajar su inquietud, una ansiedad que se había instaurado desde la mañana. Al menos esperaba que la próxima visita aliviara un poco la sensación. O al menos, fuera lo suficiente para tener más de esas pastillas.

Nico la esperó paciente, sin despegarse mucho de los dispositivos a su alcance. La encontró absorta en ellos, tecleando y llamando cada tanto, con sonrisas sarcásticas y algunos ceños fruncidos. La mujer tenía el control de medio mundo en sus manos, sabía hacer su trabajo. Seguramente al otro lado con quien sea que hablara, no se imaginarían que, en vez de sonrisas y risas, sólo recibían muecas de disgusto.

Honoka amaba eso, el control que ejercía sobre los demás. El sentimiento de seguridad que infundía.

—Bueno, supongo que quedarte parada como idiota viéndome también es parte de la rutina —dijo, una vez que el celular apagó su pantalla tras la última llamada.

Honoka estaba de pie, mirándola fijamente por los últimos minutos después de la ducha. Su cabello aún goteaba un poco de agua, perdiéndose en el cuello de su camisa.

—Sólo me gusta lo genial que te vez —respondió, encogiéndose de hombros.

Nico le dio una mirada incrédula, fácilmente reemplazable por una pequeña sonrisa.

—Por supuesto que soy genial. Todo lo que hago es genial —respondió, egocéntrica mientras se levantaba de su asiento—, ahora vamos a comer antes de que se haga más tarde, tienes una cita a la que acudir.

Honoka la siguió, pegándose de inmediato a ella. Nico de inmediato la puso al día, sobre algunas entrevistas que estaba concertando para ella, y los rechazos que debía hacer a algunos productores de la zona, ya que necesitaba concentrarse en la película.

—Sólo espero que este proyecto valga todo lo que estamos perdiendo, no quiero arrepentirme de haberle suplicado a Nozomi para que te contemplara —gimió, tirando el resto de cosas a los asientos traseros mientras ocupaba el lugar del conductor.

—Va a ser un éxito.

—Sí, sí, un éxito. Has estado repitiendo lo mismo. Si te equivocas, yo mismo me encargaré de arruinar el resto de tu carrera —amenazó, al tiempo que conectaba la llave del auto y lo hacía cobrar vida.

No lo haría, obviamente. Gran parte de las ganancias de Nico provenían de ella, aunque representaba a otros pequeños artistas, era con Honoka con quién obtenía los mejores ingresos. No era sólo por su buena interpretación, la figura que se había forjado era un atractivo de productores.

«Sé cómo quieren que seas y siempre estarás protegida»

—No vas a arrepentirte, ¡ese papel sólo podía ser mío! —exclamó con gracia, esperando al menos sacarle una pequeña sonrisa. Tal como esperaba, Nico sonrió.

—Bien, entonces, ¿quieres comer algo rápido? Dudo que tengas más apetito, considerando lo que te espera.

No estaba equivocada, el ejercicio había drenado sus energías, pero no estaba segura de sí comer una buena porción le serviría para la siguiente hora. Temía volcar el estómago, ya había ocurrido antes.

—¿Hamburguesas?

Nico pareció pensarlo un poco, temiendo la cantidad de grasas que eso suponían. Finalmente, asintió, acelerando el pequeño automóvil.

—Hamburguesas.

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Había una cierta familiaridad y sensación de vértigo mezcladas cada vez que cruzaba aquellas pesadas puertas de madera, lo suficiente gruesas para evitar filtrar las palabras, para evitar las huidas. Quien quisiera salir de ahí a prisa tendría que lidiar con un complejo cerrojo y unos kilos de arrastre extra, era más difícil abrir desde dentro que desde fuera.

—Hola Honoka-chan~ justo a tiempo como siempre —La saludó una aguda voz, una vez las puertas se cerraron tras ella, separándola del mundo exterior, de Nico, de la protección de lo que sabía que sucedería, porque estando dentro, nunca podía adivinar nada.

La mujer que la recibió, sentada pacientemente al otro lado del escritorio, era de unos cuantos años más grande que ella, pero con la misma jovialidad que abría la oportunidad de congeniar de inmediato, le lanzó su usual sonrisa amable que resaltaba los cabellos grisáceos que caían libre en su rostro. Una cabellera envidiable, todo el potencial de una actriz, pero que sólo podía ser apreciado por unas cuantas personas que tenían la desdicha de acudir a ese pequeño cuarto.

—¡Kotori-chan! —La saludó, dando una de sus usuales sonrisas eclipsantes.

No necesitó ningún ademán o palabra más, ocupó su lugar en el único diván rojo disponible en el lugar, acomodándose lo mejor que podía con su cuerpo tendido, y con su cabeza viendo de frente a la pared, donde no había nada más que blanco puro, un lienzo listo para ser pintado con sus pensamientos.

—Entonces, ¿cómo has estado, Honoka-chan? —La pregunta vino enseguida, exactamente 30 segundos después de que se acomodara.

—Se acabaron —respondió, armonizó la respuesta con su expresión, desapareciendo la sonrisa que traía. Era el turno de otro personaje entrar, el más real de todos—, no deberían acabarse tan pronto y a intervalos que no puedo anticipar. No me gusta cuando las cosas se salen de control.

Kotori pareció meditar las palabras, al menos un poco, ella sabía lo que pasaba, siempre lo sabía. A Honoka le gustaría saberlo también.

—Te daré una nueva dosis igual que la anterior, no tienes que preocuparte por eso. Ahora, entiendo que no te gusta no tener el control, ¿eso te hace pensar verdad?

Kotori sabía la respuesta pero siempre quería que Honoka la dijera.

—Sí, y no me gusta. Las cosas que se salen de control son un riesgo, y los riesgos dañan.

«Las cosas sin control te rompen el corazón»

—Comprendo eso, y creo que has hecho un buen trabajo intentando tener todo cubierto, es un avance —asintió la psicóloga, vagamente Honoka pudo escuchar el sonido de las teclas de su computador mientras hacía sus anotaciones.

Otra hoja más, otra cita más, otro año más, ¿cuándo terminaría? ¿Cuándo podría dejar ese cuarto? Lo que es peor, ¿quería ella ser libre?

—Sin embargo —continuó, imprimiendo un cierto tono de gravedad—, para que acabaras tu medicación tan pronto, significa que hay algo que está rompiendo tu control, ¿me equivoco?

—No.

—Y esa anomalía es…

Dudó, fijando su mirada en la pared. El lienzo se reemplazaba, la imagen de sus pesadillas estaba ahí, mirándola fijamente, viéndola tan voluble y desprotegida.

—Umi.

—Correcto, Umi.

Hubo un denso silencio después, la especialista estaba esperando a que continuara, a que soltara lo que rondaba su estrecha mente.

—He tenido pesadillas distorsionadas —respondió, clavando sus uñas en el respaldo del diván. Agradecía no tener manicura, podía rasgar tanto como quisiera sin represalias por arruinar algo costoso—, se supone que ya habían desaparecido, se supone que se habían ido para siempre, pero aquí están. Vienen de pronto, se mezclan en mi realidad. A veces no sé si ha sido real, o si ha sido imaginación, pero cuando la veo en la empresa, cuando veo sus fotos… el miedo me invade. Es tonto, estúpido, sé que ella no es a quien veo en mis sueños, pero sigue siendo tan similar, ¿tiene sentido?

—Lo tiene, sin duda —replicó con calma Kotori, alejándose del computador para fijar sus ojos en ella—, Umi-san te hirió, tanto física como emocionalmente. Ella era tu figura de autoridad, tu protección, tu seguridad. Al estar juntas desde su nacimiento, desarrollaste una dependencia hacia ella, la idealizaste tanto que cuando cambió, cuando no fue tu lugar seguro… cuando sus acciones ocasionaron…

Conocía el discurso. Kotori lo repetía siempre, en cada sesión. Era como si necesitara escucharlo para comprender el caos de su mente, el porqué del miedo.

Perdió su mástil de la peor forma. La ilusionó, luego le rompió el corazón, la vio ser un monstruo y también la convirtió en blanco de ataque. Todo eso en tan poco tiempo que nunca tuvo tiempo de procesar cada uno. Pasó de creer que era amada a ser una víctima. Y lo que era peor, es que, aunque Umi hizo todo eso, fue la misma Honoka quién inició todo y la orilló a hacerlo.

No había más culpable que ella misma.

Y la comprensión, mientras luchaba contra el miedo y las heridas, le provocaron la depresión, el surgimiento de la ansiedad y la paranoia. Entonces por recomendaciones de Kotori, surgió la necesidad de crear un espacio perfectamente controlable donde supiera cómo actuar y no volver a cometer los mismos errores.

Sin embargo, pese a todo, y sabiendo el origen y final de su pasado, el problema seguía siendo el mismo: no podía olvidar a Umi.

Antes de que su vida cambiara en ese antiguo personaje de Honoka, ser actriz era solo un sueño imposible, lejano, un mero hobby.

Después, cuando esta nueva Honoka surgió, vio en el oficio una oportunidad para seguir viviendo. Los actores siguen un guion, todo tiene un orden, sólo necesitaba aprenderlo. Conocía el inicio y el final.

Ella pensaba en un final, y ese nunca existió.

Los finales ya escritos son los mejores, entonces, los tomó.

—Sabes que tendrás que trabajar mucho tiempo con ella, el proceso de esta película es de por lo menos un año. He sido la primera en motivarte a intentarlo, porque estoy convencida de que necesitas llegar a un acuerdo con tus sentimientos. Muy en el fondo, sabes que ella no fue consciente de lo que hizo, y que tal vez, la misma culpa que te atormenta fue lo que la obligó a irse. Ustedes dos no han dejado el pasado. Y es momento de que lo hagan para avanzar, sobre todo tú, Honoka-chan. Vivir realmente la felicidad que tienes…

—No tengo sentimientos por ella —refutó casi de inmediato leyendo entre líneas lo que Kotori estaba a punto de sugerir—, no los que crees. Tengo a Nico-chan conmigo.

—Honoka-chan —Kotori endureció su voz, logrando que se removiera incómoda ya que sabía lo que vendría—, no estás realmente, realmente con ella, sólo has brincado de ancla. Ves en Nico un poco de lo que fue Umi, sólo estás aferrándote a la imagen de ella en Nico.

—No sé qué clase de persona es Umi —admitió, sintiendo la amargura en su interior—, ella no es la Umi que conocía. Ella es…

—¿Es…?

Se mordió el labio, sin estar segura de cómo decirlo. Se habían visto pocas veces pero eran suficientes para comparar el pasado. No era la misma, había cambiado, tanto como ella lo hizo.

—Es tímida, insegura.

—¿No era así antes?

Honoka negó, siguiendo con el mordisqueo hasta que sintió la leve sensación metálica.

—Es diferente, no lo entenderías, nadie lo hace. Pero no es la Umi de antes, además, tiene más amigos. Se lleva bien con otras personas… demasiado bien.

Parecía haber contado algún chiste, ya que Kotori se rio. Frunció el ceño, confundida. Volteó a verla, pidiendo una explicación.

—Oh dios, lo siento, no pude evitarlo —Se disculpó, dándole una tierna mirada que de inmediato surtió efecto, no podía enojarse con ella—, es sólo que, me pareció que estabas un poco celosa.

Abrió los ojos escandalizada. Se atragantó con su propia saliva, y sin poder comprender el giro, sintió la calidez colarse en su cara.

—¡No es así! ¡No es nada como eso!

—Tranquila, tranquila, Honoka-chan —Kotori volvió a su profesionalismo, usando ademanes para indicarle que se relajara—, está bien, digamos que no es así, que me equivoco —pero Kotori nunca se equivocaba—. Por lo que sé, lo que pasó no pudo sólo afectarte a ti, ¿no crees que ella también sufrió un poco? Han estado lejos la una de la otra, no puedes saber exactamente lo que ha pasado, todos tienen derecho a cambiar.

Las cosas que cambian no son buenas, nunca son buenas.

—Puede ser… —dijo, no muy convencida. Todo era tan difícil ahora.

—Digamos que ella es diferente, no es la misma pero al mismo tiempo, lo es, ¿no te sientes atraída a esta nueva versión?

—Mis pesadillas…

—Son sólo sueños, Honoka. No son reales, no puedes hacer que sean reales. Tienes que obligar a tu mente a reconocer lo que son: inexistentes. Esta película es una buena oportunidad para arreglar el pasado, no debes temerle, ella no es el monstruo que tu subconsciente ha creado, ya no. Necesito que estés abierta a la posibilidad de escucharla, de convivir con ella, y llegado el momento, hablar de todo lo que ocurrió. Sólo así vas a poder avanzar… necesitas hacerlo, por ti, por Nico-chan.

Reemplazar su miedo por amistad, eso es lo que Kotori quería que hiciera.

—La amaba —dijo, lastimera. Las palabras quemaban en su garganta.

Recordar los momentos felices eran un martirio.

—Lo sé.

—Pero ella no me amó.

Kotori guardó un silencio demasiado extraño.

—También lo sé.

Se quedó sin nada que decir de nuevo, dejando correr los minutos, esperando que la hora de irse llegara. Kotori tampoco insistió en algo más, comprendiendo que era todo el avance que hoy tendría.

La comodidad del diván pronto la entumeció, en el momento en que su menté contó los minutos faltantes.

—Mañana saldré de viaje hasta Kioto, ella también irá junto a otra actriz y las productoras. Tendremos una conferencia de prensa.

—Te daré una nueva dosis y estaré al pendiente si necesitas hablar. Tienes la línea abierta todo el día.

Asintió satisfecha. Permitiéndose relajar en el tiempo restante.

Escuchó a la psicóloga garabatear en papel, y pronto, ya la tenía a su lado extendiéndole la receta.

—Nos vemos en dos semanas, Honoka-chan.

Fue todo lo que necesitaba, la indicación de que el otro personaje regresara.

—¡Por supuesto, Kotori-chan!~ —respondió animada, tomando el papel y levantándose de un salto—, ¡hasta luego! No olvides verme en la TV~

—Nunca me perdería a mi actriz favorita~ —respondió entre risas la mujer, despidiéndola así de su consulta.

Las pesadas puertas se cerraron de nuevo, y curiosamente, en ese momento recordó que aquél mismo día se cumplían 4 años desde que acudió por primera vez con la psicóloga.

Los mismos cuatro años desde que conoció a Nico, era su aniversario.

—Oh no, ¡no preparé nada! ¡¿Cómo pude olvidarlo?!

—¿Olvidar qué?

Saltó en su lugar, levemente conmocionada. Había olvidado que ella estaba a las afueras esperándola.

—¡No es nada! —negó, sonriendo nervios—, sólo he olvidado armar la maleta.

—No me sorprende que lo hicieras —Nico negó, soltando un pequeño suspiro como si lo hubiese esperado—, te ayudaré a armarla una vez cenemos con este tipo de Osaka, es bastante influyente en el medio y ha accedido a cubrir los viáticos de viaje a cambio de que portes sus logos en las conferencias, sólo debo coordinar con Nozomi para los stands.

—¡Hecho! ¡Tengamos una buena cena! Esa hamburguesa no fue suficiente.

—Sabía que dirías eso, he reservado un buen restaurante, muy recomendado y a la vista de grandes empresarios. Perfecto para que todos te reconozcan —Una sombra de malicia surcó sus facciones juveniles.

No pudo evitar pensar en lo atractiva que se veía.

—Tan temible como siempre Nico-chan~

—Sólo hago mi trabajo. Y, ¿cómo te fue en la visita? ¿Estamos cerca de un alta? Vendría bien no tener que cuidarse tanto las espaldas para evitar que algún estúpido paparazzi descubra el secreto.

—Hm, estoy cerca —contestó, como siempre.

Nico elevó una ceja, una pequeña mueca de disgusto asomó en su rostro, reemplazado después por la comprensión.

—Bien, bien. Lo que sea para que seas feliz.

Sin más, ambas emprendieron el regreso, con una noche por delante.

Aunque Honoka sabía que debía cumplir con la encomienda de Kotori por el bien de su estado mental, en esa noche, se dispuso a olvidarse de las pesadillas, de Umi, de la película que eligió hacer.

Necesitaba seguir nutriendo ese nuevo personaje de Honoka: la actriz, la amante.

El resto se fue en un santiamén. La comida copiosa, el trato con el patrocinador, el viaje a la farmacia para surtirse de ansiolíticos, el armado de la maleta con las cosas esenciales que necesitaba para los dos días que le esperaban, y, finalmente, la celebración de su aniversario.

La ropa deshecha, las sábanas cubriendo la enredadera de cuerpos desnudos, los besos excitantes que subían de intensidad en segundos, los gemidos que resonaban en su habitación, las manos que buscaban a tientas cada pedazo de piel para tocar.

El amor de un personaje más.

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N/A:

Otro capítulo más, sólo espero no estar haciendo demasiado lío, ustedes dirán ;D

¡Muchas gracias por su apoyo! Espero como siempre, sus impresiones~