6. Cocineras
Maki, la madre de Reina, era la encargada de preparar la cena esa noche. Eran tantas personas compartiendo casa que los mayores decidieron establecer turnos para preparar las comidas. Sakura había confeccionado un calendario que ahora estaba atrapado con un imán en la puerta de la nevera.
—¿Cuándo es mi turno? —Kumiko se acercó a Maki para inspeccionar la olla en la que estaba trabajando. Olía estupendamente bien. En su camino cogió unas cerezas y se las llevó
distraídamente a la boca.
—Ahora mismo no lo recuerdo, tienes el calendario en la nevera.
En principio, inspeccionó el papel de buen humor. Le hacía gracia la idea de los turnos, que siempre hubiera gente diferente en la cocina. Les daría la oportunidad de probar diferentes recetas e interpretaciones culinarias. Pero al leer su nombre en el papel, su gesto mutó de golpe.
—¿Con Reina? ¿Me ha tocado con ella? —preguntó, anonadada.
—Sí, cariño. ¿Tienes algún problema con ello? —la voz de Maki tenía un tono amable pero peligroso.
—No, es solo que veo que los demás cocinan solos. ¿Por qué nosotras vamos juntas?
—Porque no tenemos ni idea de cómo cocinan y no me fío yo mucho de tu cocina vegetariana —dijo Sakura. Su madre acababa de llegar a la cocina y parecía muy divertida con la sorpresa de su hija.
Kumiko prefirió no protestar. Aunque aborreciera la arena, el paseo por la playa había conseguido calmarla y quería que las aguas permanecieran mansas. La idea de cocinar con Reina no le hacía gracia, pero podría sobrevivir a ello sin mayores problemas. Otro tema muy diferente era el de su hermana.
—¿Y Mamiko no cocina? —preguntó al constatar que su nombre no estaba en la lista.
—¿De veras quieres que tu hermana cocine? —bromeó Sakura.
Maki sonrió.
—No, supongo que no.
Las dos mujeres se echaron a reír como si la idea les hiciera mucha gracia.
Kumiko, en cambio, se mantuvo en silencio. Si bien comprendía que mantuvieran a su hermana lejos de los fogones (lo único que sabía hacer Mamiko eran sándwiches), seguía pensando que a veces su madre la mimaba demasiado. A su edad ella ya se hacía sus propios almuerzos porque sus padres no podían regresar a casa del trabajo para preparárselos.
—De todos modos, no le vendría mal aprender a cocinar —apreció Kumiko, fingiendo sentirse muy preocupada por la educación de su hermana.
—Pero, cariño, acabaríamos con una intoxicación —bromeó Sakura, apretando con cariño el hombro de su amiga.
—O peor —añadió Maki—. A lo mejor acabábamos en el hospital.
En ese momento Reina entró en la cocina. Kumiko se fijó en que tenía las mejillas sonrojadas por el sol y su piel había adquirido muy buen color. El pelo, ligeramente mojado de la ducha, le caía por los hombros, dándole un aspecto más natural y despreocupado. Pensó que pocas veces la había visto tan guapa. La prefería así, no tan maquillada y arreglada como solía ir.
—¿Qué hay de cena? Estoy hambrienta —dijo su excompañera con una sonrisa.
—Un poco de paciencia, que todavía queda un rato —suplicó Maki, removiendo un poco los macarrones que flotaban en la olla—. ¿Te ha sentado bien la ducha? Pareces otra. Tiene otra cara, ¿verdad, Sakura? ¿Tú no la ves más relajada?
—Estás fantástica, cariño —convino Sakura, acariciando el brazo de Reina
—A ver si consigues que la zoquete de mi hija salga de su ratonera y se ponga un poco al sol, que como siga así va a parecer un vampiro —dijo, mirando a su hija mayor con desaprobación.
Kumiko puso los ojos en blanco. Su madre no perdía ocasión de dejarla en ridículo. ¿Y qué si estaba pálida? Algunas personas lo consideraban sano. En algunas culturas seguía siendo sinónimo de riqueza y poder, como lo era antaño.
—Pues hoy ha bajado a la playa — dijo de pronto Reina—. ¿A que sí?
Al ver la cara de sorpresa de Kumiko, Reina le guiñó un ojo para que le siguiera la corriente. ¿Cómo sabía ella que había estado en la playa? ¿La había visto? Y entonces, ¿por qué no se había acercado?
—He ido a dar un paseo, sí.
—Ah, bien, bien. A lo mejor un día de estos te animas y vienes con nosotros,
¿no? —propuso Maki, confiada en que así sería.
—A lo mejor. Ya veremos.
—Bueno, la cena estará lista en unos minutos. Vayan llamando a los demás para que se vayan sentando. Odio la comida fría—aseguró Maki—. Reina, Kumiko, ¿les importaría poner la mesa? Los platos ya están ahí. —Señaló la isla de la cocina en donde estaban apilados los platos.
Se miraron unos segundos, y Reina sonrió, como si le hiciera gracia que les tocara hacer todo a pares. Kumiko se limitó a preguntar si debían poner la mesa fuera o dentro, pues hacía una noche tan placentera que invitaba a cenar bajo las estrellas.
—Fuera —opinó Reina, sin dar pie a que las mayores hablaran—. ¿No te parece? Hace una noche estupenda.
Asintió y se dirigieron hacia el jardín con los platos, los cubiertos y el mantel. Permanecieron en silencio mientras los estaban colocando. Kumiko no tenía muy claro qué decir. Le resultaba extraño estar a solas con Reina. Su presencia solía despertar un cúmulo de emociones en su interior. Se sentía turbada, tímida y un poco enfadada. Pero también agradecida, curiosa y ligeramente ansiosa. ¿Cómo era posible que todo esto conviviera en su interior?
—Te vi antes, en la playa —dijo de repente Reina mientras se aseguraba de que el mantel estuviera bien estirado —Estabas caminando por la orilla.
—Eso pensé, que me habías visto.
—No quise acercarme porque parecías… —Reina se detuvo, como si intentara encontrar las palabras—. Un poco enfadada, supongo. Aunque no te culpo.
—Mi madre puede llegar a ser un poco brusca. —Kumiko se encogió de hombros—. Estoy acostumbrada, pero a veces se me hace cuesta arriba.
—Lo comprendo perfectamente.
¿Lo comprendía? Kumiko arqueó las cejas, sorprendida. Esta Reina cariñosa y empática no se parecía en nada a la adolescente malcriada que
había conocido. Pero aun así, prefería ser cauta y mantenerse un poco distante. Era parte de su naturaleza.
—Sí, supongo que todas las madres son así a veces. Aunque estoy segura de que la mía se lleva la palma —bromeó.
Reina pareció apreciar su sentido del humor porque también sonrió mientras ambas seguían colocando la mesa. Los platos ya estaban puestos, ahora solo faltaban los cubiertos, y le pareció que este momento en soledad con Reina era el mejor de todos para mostrar un poco de interés.
—¿Y tú qué tal? —preguntó—. Tu madre nos contó que estabas pasando una
mala etapa.
—Sí… —Reina suspiró—. Rupturas sentimentales. Ya sabes cómo va eso.
—Y que lo digas…
—Pero, si no te importa, prefiero no hablar demasiado de ello. He dejado ese tema atrás y me gustaría que se quedara allí, al menos mientras estoy de vacaciones.
—Claro, sin problema. No volveré a mencionarlo —le aseguró, un poco dolida.
Era la primera vez que mostraba interés en la vida de Reina Kousaka y todo lo que obtenía era «un gracias, pero no, gracias». Pero la culpa era suya, por ser amable. ¿Quién le mandaba meterse donde no la llamaban? Para ser franca, ni siquiera le importaba la ruptura de
Reina ni tampoco deseaba saber los detalles. Si se lo había preguntado era solo para llenar aquel incómodo silencio que las rodeaba cada vez que pasaban más de un minuto a solas.
Reina parecía estar a punto de decir algo, pero su respuesta quedó interrumpida por la llegada de Rokuro y Dante. Los padres iban discutiendo sobre planes de pensiones y enseguida aparecieron Maki e Sakura con una gran fuente de macarrones.
—¡La cena! —anunció Sakura con alegría.
Se sentaron todos a comer en la gran mesa del patio, que albergaba espacio para todos. A Kumiko ya no le sorprendió que le tocara justo al lado de Reina, estaba empezando a pensar que así serían sus vacaciones. Cuanta más distancia se empeñaba en poner, menos lo conseguía gracias a la insistencia de su madre. «Las jóvenes, juntas», había dicho, en tono imperativo. Se fijó en que había una silla vacía.
—¿Y Mamiko? ¿No cena?
—Ha salido con unos amigos — informó Sakura.
Esta frase empezaba a sonarle demasiado familiar. Kumiko puso los ojos en blanco, aunque ella también deseó poder estar de cena con sus amigos y no allí, rodeada de sus padres y de Reina.
La cena fue, en cualquier caso, bastante animada. Kumiko no participó mucho en la conversación, pero cuando los mayores amenizaron la velada contando anécdotas de sus respectivas hijas empezó a sentirse muy incómoda.
—¿Recuerdas aquel día en el que metiste una canasta en la cancha del equipo rival? —rememoró Rokuro. Sonreía. Parecía encantado con la anécdota.
—Papá, esa historia otra vez no — rogó Kumiko.
—Pero si fue muy divertido, hija. Fue al final del partido, en el último segundo. Le dio el campeonato al equipo rival.
—Y en el colegio me odiaron para siempre por ello —bufó Kumiko.
—¿Fuiste tú? —se sorprendió Reina — Había escuchado esa historia, pero no sabía que habías sido tú.
Kumiko se ruborizó y posó la mirada en su plato. Ya eran varias las veces que se había sentido humillada delante de Reina Kousaka en esa jornada. Y empezaba a sospechar que iban a ser muchas más. Podía olvidarse para siempre de intentar proyectar ante ella una imagen de mujer sofisticada y cosmopolita.
—Vamos, no te pongas así —intentó animarla Rokuro—. Es una de esas cosas que deberías recordar con una sonrisa.
Y sin embargo, no lo hacía. No lo hacía por el simple hecho de que su vida fue un pequeño infierno a partir de entonces. Kumiko recordaba con claridad el enfado de sus compañeras de equipo y también las miradas de muchos de sus compañeros de clase, entre la burla y la compasión. Odiaba recordar aquel horrible momento. Ni siquiera ahora podía explicar qué le había pasado para correr en dirección contraria y encestar en el campo del equipo del rival. Quizá los nervios por conseguir el campeonato. O a saber qué. Era una de esas cosas inexplicables.
—¿Qué les parece si mañana vamos a otra playa? —Para su alivio, Dante cambió de tema—. Podíamos hacer un picnic.
—Es una buena idea —convino Maki, su mujer—. ¿Se animan? — dijo, dirigiéndose a las más jóvenes.
Reina y ella intercambiaron una mirada dubitativa. Fue Reina la que respondió:
—Yo depende de la hora a la que me levante. Me gustaría dormir un poco mañana. Pero a lo mejor me acerco luego.
—Yo pretendía pediros el coche para ir hasta Nagoya. He quedado allí con una amiga —les informó Kumiko.
—¿Qué amiga? —quiso saber Sakura.
— Midori, del colegio.
—¿Sigues en contacto con ella?
—Sí, solemos quedar cuando vengo.
—¿Y por qué no te llevas a Reina contigo? —propuso Maki con una sonrisa—. Será divertido, ¿no? Como una antigua reunión escolar.
Kumiko sintió verdadero pánico ante la propuesta.
Midori no. Midori era demasiado extraña para Reina. Se trataba de una bellísima persona, pero en la época del instituto ya había sido una bala perdida y con los años sus rarezas se habían acrecentado. Además, odiaba a Reina con toda su alma. Su grupo de amigas no habían sido demasiado amables con Midori durante la adolescencia y si se presentaba en Nagoya con ella, temía que le retirara el saludo. Kumiko miró a Reina de modo suplicante, como pidiéndole que entendiera hasta qué punto era mala idea.
No lo entendió.
—Claro, será divertido —convino Reina—. Podemos ir en mi coche.
Sí, divertidísimo. No puedo esperar. Kumiko quiso que el suelo se abriera en dos y la tragara allí mismo. ¿Cómo podía decirle que no iba a ser para nada divertido?
—¿Te parece bien?
Miró a Reina de nuevo y le sorprendió ver que la idea parecía entusiasmarla. Y al hacerlo se quedó sin argumentos, completamente desarmada. No encontró ninguna excusa ni tampoco la manera de decirle que quizá no era bienvenida. ¿Es que no te acuerdas de Midori? Quiso gritarle con todas sus fuerzas. Te aniquilará con la mirada tan pronto te vea. Y yo estaré en medio y no sabré qué decir. ¿Es que no ves lo incómodo que puede llegar a ser?
—¿Kumiko?
—¿Mmm-hum?
—Digo que si te parece bien que vayamos en mi coche —insistió Reina.
Kumiko notó que todos estaban expectantes, esperando su respuesta.
—Sí, me parece bien —rumió por lo bajo, hundida en su propia miseria.
Entonces se introdujo el último tenedor de macarrones en la boca y cambió de opinión. No deseaba que la tierra se abriera en dos. Era mejor que se atragantara con los macarrones y cayera fulminada allí mismo. Para su desgracia, no pasó ni lo uno ni lo otro. Tan solo tragó los macarrones y se quedó mirando el plato vacío, preguntándose cómo podía ser que estuviera metida en aquel lío.
Gracias a:
Yamianna: Espero que te guste este capitulo ñ.ñ
Lectores anonimos: Muchas gracias
Pd: Tengo pagina de facebook por si quieren leer doujin traducidos de love live, symphogear, Mai hime, los espero con ansias, me pueden encontrar como: Mapache Curioso, espero su visita ansiosamente.
Pd: Si quieren otra historia adaptada o traducida no duden en pedirla.
