10. Una madre sabe
CONSUFA. Esa era la palabra que se le venía a la cabeza a Kumiko cada vez que veía a Reina.
Tras el embarazoso momento de encierro en el cuarto de baño, era consciente de que no conseguía mirarla sin que esa palabra se formara en su mente. A veces le daba la sensación de que la llevaba escrita en la frente y entonces se rascaba de manera involuntaria, como si así pudiera borrarla con sus propios dedos. También se ruborizaba hasta la raíz del pelo en las ocasiones más absurdas.
Por ejemplo, si se chocaba con Reina recién levantada y las dos estaban en pijama. O si su mirada la traicionaba por un momento y Reina la descubría mirándola fijamente, sobre todo cuando se paseaba en bikini por la casa. Kumiko se llevaba entonces las manos a las mejillas y las sentía incendiadas, ardiendo, y salía despedida hacia el lado contrario, todo con tal de que ella no la viera así.
Estaba aprendiendo que, después de todo, a lo mejor Midori y los demás tenían razón. Era muy probable que sin saberlo, se sintiera atraída por Reina Kousaka.
Antes y ahora, aunque las hormonas de la adolescencia le habían impedido verlo con claridad. Te gusta, te sientes atraída por ella y eres una pringada por hacerlo. Pero te gusta. Y sí, le gustaba, ahora lo veía claro. Al menos, físicamente, pues de lo contrario, ¿cómo podía explicar su nerviosismo en el baño? ¿Cómo explicar que le hubieran temblado las piernas ante la simple posibilidad de que Reina saliera desnuda de la ducha? ¿O que hubiera gritado hasta desgañitarse para que su hermana abriera la puerta cuanto antes?
Esa noche incluso tuvo pesadillas con el tema, sueños en los que tiritaba y se estremecía de miedo, en el centro de un círculo de personas que la señalaban con el dedo y se burlaban, entre risitas:
«Te gusta Reina, te gusta Reina, na, na, na, na, na, na». Kumiko se despertó empapada en sudor, enfadada con su subconsciente. Sintió ganas de llamar a Natsuki y pedirle que la recogiera, que allí no podía seguir, tenía que poner tierra de por medio.
Al final consiguió calmarse, aunque todavía no estaba segura de que su aparente calma mantuviera a raya las sospechas de su madre. Las alertas de Sakura estaban activadas esos días. Su madre la miraba de modo extraño. Sentía sus ojos clavados en ella cada vez que interactuaba con Reina, como si sospechara que allí se estaba tramando algo, algo que Kumiko trataba de ocultar. Y no la culpaba. Sabía de sobra que se estaba comportando de modo extraño. Se encontraba más huraña que nunca, rehuía cualquier tipo de contacto con los demás, por si sospechaban, y pasaba largas horas hablando por el móvil para no tener que estar demasiado tiempo con la familia o Reina.
—¿Ya estás otra vez colgada al móvil, hija?
Kumiko se giró. Tapó el auricular y vio a su madre, mirándola con cara de sabueso. Esa mañana habían decidido quedarse todos en la casa. Preferían disfrutar de la piscina.
—Estoy hablando con mi jefa — replicó, enfurruñada.
—Vale, vale, no te molesto. Pero dile que no son maneras. Estás de vacaciones y debería respetarlas.
Kumiko le hizo una seña para que se callara y la dejara tranquila. Sakura cogió un tubo de crema protectora que alguien había dejado sobre la mesa y se fue camino de la piscina.
—¿Quién era?
—Mi madre —dijo Kumiko.
—¿Y por qué le has dicho que hablabas con tu jefa?
—Yo qué sé, Natsuki, es que está muy pesada. Es como tener todo el día dos ojos encima de mí, pendiente de lo que hago o lo que digo. No sé si puedo soportarlo durante mucho más tiempo — comentó, recostando la cabeza en el reposabrazos del sofá. Hacía tanto calor que sintió que podría derretirse de un momento a otro.
—¿Seguro que no eres tú, que estás un poco paranoica? —dudó Natsuki.
—¿Paranoica? No, ¿por qué lo dices?
—No sé, te veo muy nerviosa estos días. Y no dejas de hablar de la Reina esa.
—Porque está en todas partes, no la soporto, en serio. Es como una maldición. Desearía que me dejara en paz —se lamentó.
—¿Segura que solo es eso?
—¡Claro! ¿Qué otra cosa podría ser? —Kumiko se abanicó con una revista. Buscó con la mirada dónde estaba el mando del aire acondicionado pero no fue capaz de encontrarlo. Seguro que Mamiko se lo había vuelto a llevar a su cuarto.
—No lo sé. Yo mejor no digo nada, no quiero meterme donde no me llaman.
Kumiko se quedó un rato callada. No estaba muy segura de lo que quería decir su amiga con esa afirmación, pero tenía sus sospechas y lo cierto era que Natsuki estaba en poder de la razón: prefería no escucharlas. Decidió que lo mejor sería cambiar de tema.
—¿No podrías venir? Aunque solo fuera unas horas. Me vendría bien airearme. Estar con otra gente.
—Puedo proponérselo a estas, a ver qué dicen, pero no te prometo nada.
—Eso estaría genial.
—Aunque creo que sería más fácil si vinieras tú —propuso Natsuki—. Tenemos una piscina gigante y la playa al lado. Lo pasarías bien y desconectarías un rato del drama de tu casa.
Kumiko deseaba con toda su alma aceptar la oferta de su amiga, pero no le apetecía sembrar discordia y sabía que la simple idea soliviantaría a su madre.
«¿Es que no puedes estar ni unas semanas sin ver a esas amigas tuyas?», diría Sakura. Las dos se enzarzarían en una discusión y lo que empezaría como una propuesta inocente, acabaría convirtiéndose en un dramón griego.
—Me encantaría, pero ya sabes…
—Sí, a tu madre le sentaría como una patada en el culo.
—Exacto. No me apetece discutir. Estoy de vacaciones. Lo entiendes, ¿verdad? —dijo Kumiko, tratando de hacerle razonar.
—No, la verdad es que no lo entiendo, y creo que no lo haré nunca. Pero no me queda otra que respetarte. — Natsuki suspiró en ese momento—. Veremos lo que puedo hacer. Se lo comentaré a estas y a ver qué dicen,
¿vale?
—Te lo agradeceré eternamente. Oh, oh, espera un momento. —Kumiko miró la llamada en espera que parpadeaba en la pantalla de su móvil. Su jefa la estaba llamando—. Cruella de Vil ataca de nuevo.
—¿Te está llamando? —se sorprendió Natsuki.
—Ya estaba tardando. Será mejor que responda. Te llamo en otro momento,
¿de acuerdo?
—¡Pero Kumiko, prometiste que no… Kumiko no esperó a saber cómo pretendía acabar esa frase. De todos modos, ya lo sabía: «Prometiste que no le cogerías el móvil a la zorra de tu jefa». O «prometiste que no dejarías que la zorra de tu jefa interrumpiera tus vacaciones». Cualquiera de esas dos frases podían salir de boca de Natsuki. El "zorra" era indispensable. Y sabía que tenía razón, que no debía dar su brazo a torcer.
Estaba de vacaciones. Salvo casos urgentes, Sumiko no tenía ningún derecho a interrumpirlas. Y sin embargo, tampoco esta vez fue capaz de imponer sus deseos y hacer valer sus derechos. Antes de meditarlo siquiera, estaba respondiendo a la llamada con su mejor tono de voz, displicente y amable.
—Dime, Sumiko. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Kumiko, querida. ¿Recuerdas cómo se llama el tipo al que pedimos comida la última vez? Estaba realmente exquisito y no soy capaz de encontrarlo.
Kumiko puso los ojos en blanco. Esta era ella: la pringada más grande del universo. Le pareció que Sumiko tampoco lo tenía claro. Ella no era su secretaria personal, pero a veces la trataba como tal.
—¿No está en el registro? Consulta en los últimos pedidos, seguro que ahí aparece.
Sumiko guardó silencio unos segundos. Después suspiró aliviada. —Eres un ángel —le dijo—. No sé qué haría sin ti.
Yo sí sé perfectamente qué haría sin ti. O contigo, mala pécora.
—Me alegro de haberte sido de ayuda. ¿Necesitas algo más?
¿Me dejas seguir con mis vacaciones y te dejas de estúpidas llamadas en las que me preguntas dónde dejé la grapadora o cómo puedes contactar con alguien que te repare la luna de tu coche?
—Ahora que lo dices, es probable que tengas que acortar tus vacaciones — comentó Sumiko.
Kumiko pestañeó sorprendida. No estaba muy segura de cómo interpretar esta sugerencia de su jefa.
—Creo que no te entiendo…
—Pues eso, que a lo mejor te pido que acortes tus vacaciones. ¿Recuerdas a Rodolfo el extranjero, ese cliente guapísimo que estaba interesado en firmar con nosotros un contrato publicitario? Por dios santo, me tiemblan las rodillas cada vez que pienso en sus hoyuelos. Tienes que acordarte de él, es un sueño.
—Sí, lo recuerdo —replicó Kumiko, exasperándose por momentos. Todos los clientes varones guapos eran un sueño para Sumiko—. Fue muy amable conmigo.
—Precisamente. Rodolfo me llamó ayer. Le corre prisa cerrar los términos del contrato cuanto antes. Traté de explicarle que tú estás de vacaciones, que la suplente es quien está libre, pero se ha negado en rotundo. Dice que o lo trata contigo o con nadie —le explicó.
Kumiko se quedó muy sorprendida al escucharlo. Rodolfo sería un gran cliente. Si amarraba esa cuenta para la empresa, era muy probable que por fin consiguiera el ascenso que tanto ansiaba. Aunque conociendo a Sumiko…
—Por supuesto, si valoraras la posibilidad de acortar tus vacaciones y consiguieras engatusar a Rodolfo para que llegue a un acuerdo con nosotros, yo misma me aseguraría de recompensártelo —dijo entonces su jefa, poniendo la guinda sobre el pastel.
—¿Te refieres a un ascenso?
—Pues claro, querida. ¿Qué iba a ser sino? Piénsatelo y me dices algo, ¿ok? Ten en cuenta que estaré muy decepcionada si, por el contrario, decides no aceptar. Pero sé que elegirás sabiamente, Kumiko. A fin de cuentas, ¿qué son unos días libres en comparación con un ascenso?
Y dicho esto, colgó la llamada tras despedirse con su característico «Chao, bella».
Kumiko se quedó un buen rato pensando en las últimas palabras de su jefa. ¿Unos días libres? Más bien debería haberlos llamado los días libres, pues hacía años que Kumiko no podía tomarse más que una semana seguida de vacaciones.
Sumiko siempre encontraba un motivo para arruinárselas. Pero, a decir verdad, el motivo nunca había sido tan interesante para como este. Rodolfo solo quería tratar con ella. Se negaba a cerrar un acuerdo con otra persona. Y tal y como estaban las cosas ahora, Kumiko estaba amargada en la casa de veraneo de sus padres. Sakura no podría oponerse si le contaba que estaba en juego un ascenso. Haría unos cuantos pucheros y sin duda conseguiría que se sintiera culpable, pero al final su madre entraría en razón y ella podría irse.
¡Libre! No más miradas culpables a Reina Kousaka. No más mejillas sonrosadas. No más esconderse de ella o evitar la mirada inquisitoria de su madre. No más pensamientos confusos sobre su excompañera. Le acababan de dar la excusa perfecta para regresar a Tokio y alejarse de aquel infierno. Ahora bien, ¿era eso lo que quería?
Kumiko puso los brazos detrás de la cabeza y sonrió mientras su mirada se perdía en un punto inconcreto del blanco techo.
Sakura se embadurnó el cuerpo con crema solar. Era ya un poco tarde, pero el sol seguía pegando con fuerza y sentía su piel un poco irritada. Se sentó en una hamaca cerca del borde de la piscina a rumiar sus propios pensamientos. Algo tramaba su hija Kumiko. La chica era rara (siempre lo había sido, un poco), pero últimamente se comportaba de manera todavía más extraña. Su hija aborrecía la playa, pero le encantaba nadar en la piscina y, sin embargo, hacía días que no la pisaba. Se pasaba horas encerrada en el salón con el ordenador sobre las rodillas viendo a saber qué series de baja calidad sobre mujeres que mantenían romances entre ellas.
Sakura había intentado ver una de esas series, una que estaba de moda años atrás, por eso de reconectar con Kumiko, porque Rokuro siempre la regañaba por las cuitas que se traía con la mayor de sus hijas. «Al menos, haz un esfuerzo», le decía su marido. Y lo había hecho, vaya que sí, se había descargado toda la serie. Enterita. Pero a la quincuagésima escena de cama, Sakura tuvo que pararla, un poco avergonzada. Después de todo, aquellas chicas le habían subido los colores. Se imaginaba a su propia hija manteniendo una vida sentimental igual de atropellada que las protagonistas y no podía dejar de pensar en la cantidad de enfermedades de transmisión sexual con las que podía contagiarse.
—¿Tú crees que ella es… así? —le preguntó en una ocasión a Rokuro.
Estaban tumbados en la cama. Su marido leía un libro o fingía hacerlo, pues en más de una ocasión le había pillado mirando de reojo la pantalla del ordenador.
—Así… ¿cómo? —dijo su marido, quitándose las gafas de leer.
—No sé…. Así… Como la Shane esta. Todo el día a ello, ya me entiendes.
—Mujer, no deja de ser una serie.
—Sí, pero es la serie que ven todas ellas, ¿no? La serie de referencia. ¡Algo de verdad tendrá, digo yo!
Su marido parecía divertirse mucho con estas preocupaciones. Le decía que estaba exagerando, que aquello era ficción, pero ¿qué garantías tenían de que su hija no estuviera haciendo lo mismo? Revolcándose por ahí con toda la que le hiciera ojitos.
—No sé de qué te ríes, no le veo la gracia —protestó entonces Sakura, consternada—. Tu hija podría estar por ahí en este momento retozando con cualquiera que tuviera una enfermedad contagiosa.
—Exactamente lo mismo que si lo hiciera con un hombre —razonó Rokuro.
—Bueno, bien, pero no es lo mismo.
—¿Cómo no?
—Porque con un hombre quiero pensar que usaría, no sé, ¡protección! Aunque solo fuera para no quedarse preñada, qué sé yo.
—Cariño —Rokuro pasó un brazo alrededor de los hombros de su pareja y ella hundió la cabeza en su hombro—, piensas demasiado. Nuestra hija está bien, ¿de acuerdo? La hemos educado para que tenga cabeza.
—Eso espero —le dijo entonces.
Y lo seguía pensando ahora, a pesar de todo.
No era que no se fiara de Kumiko. Ni tampoco que saliera con mujeres (eso ya lo tenía más que superado y masticado). Se trataba más bien de su extraño comportamiento, como pocas veces la había visto. Sakura estaba casi segura de que tenía algo (mucho) que ver con la presencia de Reina.
La hija de los Kousaka nunca le había sido indiferente. Desde pequeñas Kumiko había desarrollado una animadversión hacia ella que a Sakura le costaba mucho entender. Como si hubiera algo más ahí, como si existiera algo que se le pasaba por alto.
En ese momento su marido se dirigió a ella, interrumpiendo sus pensamientos. Quería saber si seguía en pie el plan de aquella noche. Había un pequeño concierto en el centro del pueblo. El ambiente sería animado y los mayores estaban valorando acercarse. «Quiero darme una buena ducha antes, si vamos a ir», le indicó Rokuro.
Sakura consultó la idea con la otra pareja y se decidió democráticamente que esa noche cenarían fuera y después tomarían una copa en el entorno del concierto.
Al mirar a Maki, que nadaba en la piscina muy cerca de donde se encontraba ella, pensó que ya era momento de tener una charla a corazón abierto con su amiga. Se levantó y se sentó en el borde de la piscina.
—¿No te apetece entrar? Hace un calor infernal ahí fuera —le propuso Maki, flotando a escasos metros.
—Ahora que lo dices, no me vendría mal un bañito.
Sakura bajó por la escalerilla. Hacía tanto calor que no le costó entrar en el agua. Estaba a una temperatura que invitaba y sintió un alivio instantáneo tan pronto sumergió la cabeza y dio unas brazadas para llegar hasta donde se encontraba Maki.
—¿Mejor? —preguntó su amiga—. El agua está estupenda, ¿a que sí?
Sakura asintió con la cabeza. No quería ser brusca, pero algo más importante que la temperatura del agua ocupaba sus pensamientos y no deseaba demorar el tema por más tiempo.
—¿Y qué tal ves a tu hija estos días? Yo la encuentro mucho mejor. Tiene buena cara —le comentó de manera súbita. Habían hablado de esto infinidad de veces, prácticamente cada día, como si necesitaran vigilar el estado de Reina a todas horas, pero Sakura precisaba encauzar el tema de conversación para llegar a la parte donde quería y en ese momento no se le ocurrió una manera mejor.
—La veo bien —admitió Maki—. Creo que le está sentando fenomenal alejarse un poco del problema. Me alegro de que accediera a venir. Habría estado muy preocupada si se hubiera quedado ella sola en Hokkaido.
—Sí, además aquí tiene la compañía de Kumiko, las dos son de la misma edad
—apuntó Sakura fingiendo estar distraída observando un pájaro que acababa de posarse sobre la rama de un árbol. Nada más alejado de la realidad: acababa de encauzar el tema justo en los raíles por los que deseaba que discurriera.
—Bueno, eso también. Las chicas parecen estar haciendo buenas amigas, después de todo.
—¿Tú crees? ¿No has notado a Kumiko un poco distante estos días?
Maki meditó unos segundos.
—Un poco, quizás. ¿Pero no lo estarías tú si te hubieran encontrado en aquella situación en el baño? —bromeó, carcajeándose.
—Sí, claro, ella puede llegar a ser muy tímida. Aunque no creo que… ¿Tú sí lo crees?
—No tengo muy claro a qué te refieres —dijo Maki.
—Bueno, durmieron juntas el otro día —razonó Sakura— y luego nos las encontramos en el baño.
—Cosas de chicas, ¿no?
Había cierta esperanza en los ojos de Maki, como si estuviera deseando que le dijera: «Claro, cosas de chicas, no le demos más importancia». No obstante, Sakura estaba dispuesta a llegar al fondo de aquel asunto. Ya estaba harta de los paños calientes. Si las madres no podían hablar con sinceridad de sus propias hijas, ¿quién iba a hacerlo?
—Tal vez, aunque me da que pensar—dijo entonces.
—No estarás pensando que hay algo entre ellas, ¿verdad? —Maki parecía nerviosa. Había palidecido de repente, pero Sakura estaba segura de que no era la primera vez que la idea se le pasaba por la cabeza.
—No, no es eso. No sé. Quería hablarlo contigo. Mi hija Mamiko se pasa el día haciendo comentarios, pero ya sabes cómo es —afirmó Sakura, mirando de reojo a Reina. La joven estaba tumbada en una toalla sobre la hierba. Se encontraba un poco alejada de ellas, pero prefirió hablar en susurros, por si acaso podía escucharla—. A veces tengo la sensación de que le hago demasiado caso, no sé.
—Sí, Mamiko puede ser un poco exagerada a veces. Tiene diecisiete años.
—Verdad.
—Yo creo que no tenemos nada de qué preocuparnos —trató de razonar Maki—. Son amigas y ya está. No te ofendas, pero dudo mucho que Kumiko sea el tipo de mi hija. Ya sabes…
—Sí, ya sé… No me ofendo, entiendo lo que me quieres decir. —Sakura suspiró— Supongo que estamos viendo donde no hay.
—No podría estar más de acuerdo.
—Pues no se hable más, sigamos nadando —propuso Sakura, un poco aliviada y contenta de haber mantenido esta charla con su amiga.
En ese momento Kumiko se acercó a la zona de la piscina. Estaba completamente vestida, aunque iba descalza.
—Ay, hija, ¿no te mueres de calor? —dijo Sakura—. Túmbate aquí un rato, estás muy blanca.
—No me apetece —respondió Kumiko con evasivas, haciendo visera con la mano para impedir que el sol la cegara
—. ¿A quién le toca la cena? Me estoy muriendo de hambre.
—¿Ya? Si todavía es temprano. Pero esta noche no le toca a nadie. Iremos al concierto, ¿no te acuerdas? —le recordó Sakura, mirándola desde el interior de la piscina—. ¿Te apetece venir con nosotros?
—La verdad es que prefiero quedarme en la casa. No me gusta mucho el grupo —afirmó Kumiko.
—Yo tampoco iré gracias —se sumó entonces Reina, que había escuchado toda la conversación— Estoy un poco cansada y prefiero quedarme.
Las dos madres se miraron en ese momento. A Sakura le bastó con mirar subrepticiamente a Maki para saber que estaba pensando lo mismo que ella.
Tenía los ojos muy abiertos y parecía un poco pálida. No podemos consentirlo,
¡se quedarán solas en la casa!, pensó, y le pareció que Maki le respondía:
¡Desde luego que no! Me quedo más tranquila si se vienen con nosotros.
¿Qué hacemos?
Déjamelo a mí. Yo me ocupo.
—De eso nada, jovencitas —replicó entonces en un tono tajante que no daba lugar a réplica. Fue hacia la escalerilla para salir de la piscina—. Nada de
quedarse en casa un viernes por la noche. Se vienen con nosotros —dijo, mirando a su amiga y guiñándole un ojo.
—Sakura, te lo agradezco, pero estoy muy cansada —repuso Reina.
—Tienes todo el día de mañana para descansar —arguyó Maki—. Y tú también, Kumiko. No se hable más, vienen con nosotros.
—Venga, todos a la ducha, que somos muchos y se nos hace tarde —las conminó Sakura, dándoles una palmadita en la espalda a ambas.
Reina y Kumiko se quedaron un poco estupefactas ante esta reacción por parte de sus progenitoras. Se miraron sin comprender, fastidiadas de que las trataran como a dos adolescentes. No obstante, ninguna de las dos protestó. Tan solo se quedaron de pie al borde de la piscina mientras sus madres entraban en la casa charlando animadamente, sin darles opción a rechistar.
yami-anna: Muchas gracias por leer el capitulo pasado, espero que este haya sido de tu agrado, nos leemos pronto ñ.ñ
Lectores anonimos: Muchas gracias
Pd: Tengo pagina de facebook por si quieren leer doujin traducidos de love live, symphogear, Mai hime, los espero con ansias, me pueden encontrar como: Mapache Curioso, espero su visita ansiosamente.
Pd: Si quieren otra historia adaptada o traducida no duden en pedirla.
