Bien dice mi madre mas vale tarde que nunca, les traigo este bello capitulo y ahora si nos vemos el siguiente martes ñ.ñ
11. El concierto
Reina se pintó las uñas y los labios de un rosa alegre que resaltaba el buen color de su piel y se cepilló el pelo dejándolo caer. Se puso un vestido negro corto que flotaba con el viento y unas sandalias de marrones a juego con su bolso. No estaba demasiado convencida de ir al concierto, pero si todos ponían de su parte, podía ser divertido.
De pequeña solía ir a esos conciertos de verano con sus amigas. No se perdían ni uno y se lo pasaban en grande. Reina tenía buenos recuerdos de ello y esperaba poder pasar una noche agradable hoy también, a pesar de sentirse obligada a ir y de que esta vez la compañía sería muy diferente.
Tan solo deseaba que Kumiko no se mostrara tan esquiva como los anteriores días. Le desconcertaba su actitud, pero algo había cambiado desde el momento en el que se quedaron encerradas en el cuarto de baño. Reina creyó que un episodio tan divertido conseguiría unirlas, que ahora tendrían algo de lo que reírse.
Y sin embargo, había sido justo al revés. Desde ese momento, Kumiko parecía incapaz de pasar más de dos minutos a solas con ella. Esquivaba su mirada y más aún su presencia y Reina se preguntaba por qué. ¿A qué venía esa actitud?
Se miró un rato en el espejo hasta que escuchó unos nudillos golpeando la puerta, seguidos de un berrido. Era Mamiko, que le pedía su turno para entrar en la ducha. Todos estaban arreglándose y se escuchaban voces y ruidos caóticos de los habitantes de la casa, trajinando para estar listos a tiempo. Abrió la puerta y se encontró con una Mamiko encolerizada. A la menor le horrorizaba tener que ir al concierto con sus padres y hermana mayor.
— ¡No entiendo por qué me obligan a ir! ¡Los odio! —le gritó al pasillo. Su voz se escuchó en toda la casa pero nadie le prestó atención.
Reina se quedó unos segundos observándola, sin saber qué decir. Por un lado, Mamiko le despertaba ternura. Sabía la humillación que podía sentir una adolescente si sus amigos la veían rodeada de la familia en un concierto. Ella misma se hubiese sentido mortificada si sus padres le hubiesen obligado a ir con ellos cuando tenía diecisiete años. Pero, por otro lado, recordaba perfectamente el momento en el que la menor les había pedido su recompensa por abrirles la puerta del baño. Se puso furiosa y Kumiko también. Ella estuvo a punto de cerrarle la puerta en las narices. O algo incluso peor. Fue Reina la que la hizo entrar en razón.
Sacó de su cartera el dinero, no los ochenta que y le advirtió que o se conformaba con esa cantidad o se quedaría sin nada. Mamiko aceptó y se fue con una sonrisa en los labios. Kumiko no se tomó tan cándidamente su amable gesto. «Eso, consiéntele todo tú también. ¿Por qué no?», le espetó airada. Kumiko tenía razón, esa no era manera de educar a Mamiko, siempre se salía con la suya, pero no podía evitar sentir debilidad hacia la menor. Le parecía que estaba pidiendo a gritos que se dirigieran a ella de otro modo, como si necesitara que alguien la tratara como a un adulto. Por eso le dijo:
—Venga, Mamiko, no te pongas así. A tu hermana y a mí tampoco nos apetece ir y lo vamos a hacer por ellos —la animó, poniendo una mano sobre su hombro.
— ¡Es que son unos pesados, joder! Todo el día diciéndonos lo que tenemos que hacer.
Reina miró por encima de su hombro y se sorprendió al ver que Kumiko las estaba observando desde la puerta del salón. Para su alivio, no había ni rastro de enfado en su gesto. Más bien parecía enternecida de que estuviera animando a su hermana pequeña. Reina le sonrió tímidamente.
—Iremos un ratito y nos volvemos, ¿vale? ¿No quieres bailar un poco con nosotras?
Mamiko resopló como si aquello fuera lo último que le apeteciera. Todavía ajena al hecho de que Kumiko estuviera escuchando la conversación, bajó la cabeza y susurró en un puchero lastimero:
—Hoy iba a ver a un chico que me gusta un montón y me han fastidiado el plan.
Reina se acercó a ella y le dijo:
— ¿Y si te lo traes con nosotros? Prometo ayudarte con eso.
Mamiko la miró unos segundos de hito en hito, como si no se fiara. Pero Reina le dedicó una sonrisa para convencerla de que hablaba en serio.
«Déjalo en mis manos», le dijo mientras llamaba a su madre para proponerle algo que no aceptaba réplica:
—Oye, Sakura, creo que Mamiko debería traer también a alguien de su edad. ¿O es que piensan arrastrarla hasta allí con nosotras sin más?
—Yo no pienso hacer de niñera —se sumó de pronto Kumiko, poniéndose a su lado y guiñándole un ojo.
—Yo tampoco —afirmó Reina, feliz de que Kumiko la estuviera apoyando en esto.
Sakura se lo pensó unos segundos.
Entonces asintió, diciendo:
—Claro, es verdad, la pobre se va a aburrir. Mamiko, hija, trae alguna amiga si quieres.
—O amigo —puntualizó Reina guiñándole un ojo a la joven.
— ¿Amigo? —se escandalizó Sakura sin que ya nadie le prestara atención.
Mamiko corrió a su habitación para escribirle un mensaje a Hiro. Irradiaba felicidad y ansiedad a partes iguales y Reina se encontró de pronto a solas con Kumiko. Estaban hombro con hombro, observando la escena con una sonrisa.
—Eso ha sido todo un detalle por tu parte. Gracias.
— ¿No estás enfadada? —se sorprendió, mirándola a los ojos por primera vez y fijándose en lo guapa que se había puesto Kumiko esa noche. Llevaba unos vaqueros ajustados pero gastados y una camiseta de color café que resaltaba el bonito color de sus ojos.
— ¿Enfadada? —se extrañó Kumiko.
—Sí, de que Mamiko se haya salido con la suya. Otra vez…
Kumiko se encogió de hombros.
—Es cierto que no me gusta que sea así de caprichosa y consentida, pero puedo entender lo que se siente a su edad cuando quieres estar con la persona que te gusta y tus padres te lo impiden —le explicó, sonriendo.
Reina sintió ganas de preguntarle si a ella también le había pasado y con quién, pero se contuvo en el último momento. La mirada de Kumiko la estaba poniendo un poco nerviosa. Hacía días que la evitaba y, ahora, sin embargo, estaban tan cerca que su corazón empezó a acelerarse sin motivo alguno.
— ¿Qué me miras? —le preguntó, nerviosa.
—Nada —mintió Kumiko con un nudo en la garganta.
Reina se acercó a ella para apreciar lo guapa que se había puesto y Kumiko retrocedió unos pasos.
—Estás muy guapa esta noche, Kumiko.
— ¿Yo? Solo me he puesto unos vaqueros. Pero tu vestido es… won. Sensacional —comentó ruborizándose de inmediato, como si se hubiera arrepentido de haberlo dicho.
—Son unos vaqueros preciosos. Te sientan muy bien.
Le había parecido que nadie podía oírlas, que estaban solas, pero en ese momento escuchó un carraspeo incómodo y ambas se dieron cuenta de que sus madres estaban justo detrás, mirándolas. Reina sonrió como si nada. Kumiko, en cambio, se puso tensa. Tenía el mismo gesto que un niño al que le hubieran pillado robando chocolate de la despensa.
—Bueno, bueno, pero qué guapas se han puesto las dos —dijo Sakura.
—Eso iba a decir yo —comentó Maki, su mirada escaneando a las dos jóvenes, tal y como haría un investigador privado.
Reina notó enseguida el matiz escondido en la voz de su madre y dijo:
—Bueno, mamá, tampoco es como si nunca me arreglase.
—No digo que no. Pero hacía tiempo que no te veía tan guapa. Has estado tan triste… que supongo que me alegro de verte así de cambiada.
¿Supongo? ¿A qué venía aquello? Miró a Kumiko en busca de una explicación convincente, pero ella tampoco parecía saber de dónde procedía toda esa hostilidad velada.
Rokuro y Dante aparecieron en ese momento. Venían de fumar en el jardín y hablaban animadamente de un restaurante pequeño que acababan de abrir en el pueblo, muy cerca de donde era el concierto. Les informaron de que habían tenido suerte de poder reservar una mesa para todos allí. Irían a cenar antes de acudir al concierto.
—Bueno, venga, todos a los coches —los apremió Sakura, dando palmadas
—, se nos hace tarde. ¡Mamiko! ¿Estás lista? ¡Tenemos prisa, hija!
La menor salió de su cuarto en ese momento. Vestía un vestido estampado demasiado corto y escotado e iba excesivamente maquillada. Sakura la miró con ojos desorbitados. Estuvo a punto de decir algo, pero se quedó callada cuando Rokuro le hizo un gesto con las cejas, rogándole una tregua.
La adolescente dijo entre risas:
—Reina, yo voy contigo en el coche. Así recogemos a Hiro.
— ¿Quién es Hiro? —preguntó Sakura. De nuevo, nadie le contestó y
Rokuro tiró de su brazo para que se pusiera en marcha. La otra pareja los estaba esperando con el motor en marcha.
—Vale —dijo Reina, abriendo su coche—. Kumiko, te vienes con nosotras,
¿No?
Kumiko miró el cielo y asintió con resignación. Quedaron con sus padres en que ellas se saltarían la cena. Preferían comer cualquier cosa por los alrededores y ahora que Hiro iba a hacerles compañía, era mejor no tentar a la suerte. Ya se verían después en los aparcamientos del recinto ferial entre fuegos artificiales y gente coreando sus canciones.
Mamiko les indicó la dirección de Hiro y Reina puso el intermitente mirando de soslayo a Kumiko, que parecía muy tímida, aunque estaba preciosa, sentada a su lado en el asiento del copiloto.
Al cabo de un rato, los cuatro estaban en el coche rumbo a Nagoya. Hiro y Mamiko hablaban en el asiento de atrás. Parecían encantados de tener la compañía del otro y Reina no podía dejar de mirarlos por el espejo retrovisor.
Se acordó sin querer de su época del instituto, cuando salía con el capitán del equipo de fútbol. Cuánto habían cambiado las cosas desde entonces. Su gusto por los hombres, por ejemplo. Ahora si un capitán intentara ligar con ella, se habría reído en su cara.
Gracias, pero no, gracias. Tampoco compartía ya demasiada afinidad con sus amigas del colegio. Con algunas sí, como Reine, con quien había quedado el otro día para comer, pero lo cierto era que ya no tenía nada en común con la gran mayoría. Sin querer, el tiempo, la distancia y posiblemente la madurez las habían alejado, hasta convertirlas en personas completamente diferentes. Reina sentía que su manera de enfocar la vida tenía ya poco que ver con la de sus antiguas compañeras de colegio. Ahora se sentía más cómoda en compañía de personas menos… superficiales. Sí, tal vez esa fuera la palabra. Personas con objetivos, cuyas aspiraciones fueran más allá de comprarse el último vestido a la moda o casarse con un chico de familia bien.
Le daba la sensación de que muchas de sus amigas se habían quedado estancadas, como si nunca hubieran dejado el instituto, como si no hubiera vida más allá de las pandillas que se formaron en aquel entonces. Siempre que hacía intentos de quedar con ellas, la abatía el aburrimiento con sus conversaciones sobre peluquerías y cotilleos sobre personas que ya no le interesaban.
Hiro se rio entonces y escuchó a Mamiko hablar sobre su plan de tomarse unas cervezas a escondidas de sus padres. Reina sonrió con complicidad y miró a Kumiko, pero se la encontró seria y silenciosa, con la mirada perdida en el paisaje que iban dejando atrás.
— ¿Has visto esos flamencos? —le preguntó en voz baja, señalando hacia la derecha. Una bandada de preciosos flamencos había remontado el vuelo. Estaba anocheciendo y el color de sus cuerpos se mezclaba con el rosa azulado del crepúsculo.
—Sí —murmuró Kumiko y se mordió las uñas.
—Me encantan. —Suspiró y volvió a mirar hacia la carretera.
Sintieron el trajín de los ensayos del grupo tan pronto llegaron. Los técnicos estaban haciendo pruebas de luz y sonido. Había ya gente congregada en los alrededores. Canturreaban y bebían alegremente en las casetas.
Aparcaron el coche en un espacio que quedaba libre y se miraron los cuatro, como preguntándose qué hacer.
— ¿Tienen hambre? —les preguntó, rompiendo el hielo—. Yo sí. Quizá deberíamos comer algo antes del concierto.
—Esa caseta de allí sirve bocadillos. —Kumiko la señaló—. ¿Vamos?
—Nosotros preferimos pasar. Vamos a saludar a unos amigos —les comentó Mamiko. Tenía el brazo enganchado al de Hiro y sonreía. Parecía radiante.
Kumiko no recibió demasiado bien estas noticias, pero aun así dijo:
—Vale, pero no tardes. Papá y mamá llegarán en cualquier momento y no quiero líos.
Durante unos segundos se le hizo extraño quedarse a solas con ella. Su compañía le agradaba, pero se sentía tensa y sospechaba que no era la única. Kumiko no dejaba de morderse las uñas. Se acercaron en silencio a la caseta y pidieron dos perritos calientes que comieron apartadas de la gente. El cielo estaba empezando a llenarse de estrellas y el bullicio las rodeaba, pero Reina solo tenía ojos para Kumiko, como si nada de lo que hubiera alrededor pudiera captar su atención.
—Te has manchado un poco. Ahí, en el labio —le indicó, señalando el lugar en el que tenía una mancha de kétchup.
Kumiko se la limpió con rapidez, ligeramente avergonzada. — ¿Ya?
—Sí, ya —dijo Reina, sonriendo. Observó entonces a los adolescentes reunidos en grupos en torno al escenario
—. ¿A veces no lo echas de menos? — le preguntó—. Me refiero a esto. Cuando estábamos en el colegio. ¿Tú no venías con tus amigos a los conciertos?
Kumiko se encogió de hombros. Tragó el último trozo de su perrito y se limpió las manos en la servilleta. —No mucho. A mis amigos no les gustaban. Preferían quedar para jugar a videojuegos y cosas así.
—Comprendo. Yo sí que venía todos los años.
—Sí, tus amigos eran muy de eso — dijo Kumiko. Entonces se vio en la necesidad de puntualizar para que sus palabras no se malinterpretaran—: Me refiero a que salían de noche e iban a discotecas. No es que tenga nada de malo. Perdona si te he ofendido.
—No me has ofendido. Entiendo lo que quieres decir. Éramos muy diferentes entonces, ¿no crees?
—Sí, la verdad es que sí —replicó Kumiko con una sonrisa. Parecía divertirle—. Y ahora supongo que también.
— ¿Tú crees? Yo no lo veo así. Pienso que nos parecemos más de lo que crees.
—Es posible. —Kumiko se encogió de hombros, aunque no parecía muy convencida de ello.
— ¿Has pensado alguna vez en volver? A Nagoya, quiero decir, regresar aquí a vivir. ¿Te gusta Tokio?
Kumiko suspiró hondo, como si le costara hablar de esto en voz alta o no deseara compartirlo con ella en ese momento. Sin embargo, su respuesta fue completamente sincera:
—Mis padres están empeñados en que vuelva. Y he llegado a planteármelo. Tokio me gusta, pero a veces siento que se me queda grande y no tengo demasiada gente allí.
— ¿No tienes amigas?
—Sí, claro que sí. Tengo una buena amiga que se llama Natsuki. Con ella quedo a menudo. Y también tengo otros conocidos. Pero a nuestra edad ya sabes cómo va la cosa. Todo el mundo está ya emparejado o casado y formando familias o llevan una vida loca que no me interesa demasiado.
—Es verdad, a mí me pasa un poco lo mismo. ¿Y no hay nadie… —Reina se detuvo un momento. No sabía cómo preguntar algo así—. …especial en tu vida? —dijo por fin.
Kumiko sonrió con gana. — ¿Te refieres a una novia?
—Sí.
—Realmente, no. Estuve saliendo durante un tiempo con una chica, pero no funcionó. Con ninguna de ellas, de hecho. He tenido pocas relaciones, pero a veces me siento como un bicho raro.
Es como si nadie quisiera tener algo real. ¿Comprendes lo que te quiero decir?
—Creo que sí. Hasta que conocí a Shuichi estuve saliendo con chicos que no se merecían ni que les diera la hora. Es difícil encontrar a alguien que valga la pena.
—Y que lo digas.
Se quedaron calladas durante unos minutos, simplemente observando a las pandillas que iban y venían a las casetas donde servían alcohol. El ambiente invitaba a alargar la noche, a beber y divertirse, y Reina pensó que no les vendría nada mal seguir el ejemplo de algunos de aquellos adolescentes.
— ¿Te apetece que pidamos algo? Creo que me pediré una copa —sugirió.
—Sí, me parece buena idea.
Mientras se acercaban a la barra, se sorprendió de lo cómoda que se sentía en compañía de Kumiko. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más gana tenía de seguir conociéndola. Siempre que no discutían por tonterías existía una complicidad natural entre ellas, una comodidad que sentía en compañía de muy pocas personas. Algunos silencios se hacían extraños, pero, en general, le resultaba agradable pasar tiempo con Kumiko.
Aunque era temprano, las dos optaron por unos frescos mojitos que les sirvieron en el momento. Comenzaron a pasear por la zona con las bebidas en la
Mano, sin alejarse demasiado por si Mamiko y Hiro decidían regresar, pero deambulando por el recinto sin rumbo fijo.
— ¿Y tú? ¿Te has planteado volver algún día? —le preguntó Kumiko entonces, sorbiendo su pajita. A Reina le pareció que lo hacía de una manera adorable, inocente y un poco sexy, sin que fuera consciente.
—Me lo he planteado, sí. Y existe la posibilidad de que busque algo en un hospital de aquí. Pero no sé, sería todo demasiado precipitado. Hay veces en las que me lo planteo como una posibilidad y otras en las que pienso que es una locura. Me costaría volver a empezar de cero. Mi vida ya está en Hokkaido. O al menos, lo estaba hace unos meses —replicó con cierta melancolía, recordando a Shuichi.
Ahora que él ya no formaba parte de su vida, todo había cambiado. Su círculo social estaba compuesto de amigos comunes con Shuichi, parejas con las que salían y hacían planes de viaje.
Desde su ruptura, Reina no estaba muy segura de cómo encajaba ya en todo aquello. Le resultaba incómodo quedar con sus antiguos amigos porque le hacían preguntas sobre Shuichi o se establecía entre ellos un silencio incómodo, como si pendiera un tabú sobre sus cabezas. Y algunos directamente habían tomado partido por él. No lo habían dicho abiertamente, pero Reina sabía que a partir de ahora, ya no podría contar con ellos para salir a cenar o quedar, simplemente.
—Una ruptura siempre es complicada —comentó Kumiko—. Y más si llevan años juntos. Eso lo cambia todo.
—Desde luego.
—Pero me pareces una persona fuerte y sabrás rehacer tu vida antes de lo que crees.
Reina no estaba tan convencida de ello, pero asintió igualmente. Le agradecía el apoyo, sobre todo teniendo en cuenta sus encontronazos previos. Sintió ganas de salir de su cascarón y hablarle de lo mal que lo había pasado los últimos meses, pero al mirarla no estuvo segura de que ella quisiera escucharla. Por eso le sorprendió tanto cuando Kumiko dijo:
— ¿Quieres hablar de ello? Mi madre dice que la tuya está preocupada porque no cuentas nada. Quiere que te desahogues. Y da la casualidad de que soy muy buena escuchando —bromeó Kumiko.
— ¿Ah, sí?
Kumiko asintió con la cabeza. —La mejor. Debería abrir un consultorio psicológico. Pruébame.
Reina sonrió con timidez. Había algo en la manera en que Kumiko trataba el tema que conseguía relajarla. A diferencia de su madre, ella no la miraba de modo condescendiente ni preocupado. Solo le ofrecía su tiempo y apoyo si deseaba desahogarse, y lo hacía con una sonrisa en los labios y mucha predisposición a escuchar. Tal vez por esto, decidió lanzarse y empezó a hablarle del paulatino deterioro de su relación, de cómo se fueron distanciando gradualmente, hasta que un día, sin saber por qué, se miraron a los ojos y se dijeron lo que tanto tiempo habían sufrido en silencio.
—Simplemente dejamos de querernos, supongo —resumió con tristeza—. Y aunque sé que los dos nos sentimos igual, fue muy duro aceptarlo después de tanto tiempo juntos. Ni siquiera comprendo qué pasó.
—No creo que llegues a saberlo nunca —replicó Kumiko—. Esas cosas ocurren y la mayoría de las veces ni siquiera sabes la causa. Solo… pasan.
—Es verdad. El amor puede ser muy complicado. Como un juego de equilibrios. Si te descuidas un poco, se pierde y ya no vuelve.
—Exacto. Pero piensa que es preferible que haya acabado así. Desde luego, es mejor eso a que te pongan los cuernos.
— ¿A ti te pusieron los cuernos?
—Varias veces —le confesó sin dudar Kumiko—. No aprendí hasta que ya era demasiado tarde. ¿Sabes esa planta que hay en el alféizar de mi habitación?
Reina asintió. La había regado la noche anterior.
—Pues es lo único que guardo de recuerdo. Ni siquiera sé por qué. Debería haberla tirado.
—Vaya, pues la regué ayer.
Kumiko hizo un gesto de desdén con la mano. —Por mí como si la quemas.
Sintió deseos de preguntar más, pedirle que le contara toda la historia, porque además le parecía que Kumiko también necesitaba hablar, como si no acostumbrara a compartir sus sentimientos con los demás. Pero justo entonces llegó Mamiko, informándoles de que acababan de ver a sus padres aparcando el coche.
—Mira, están allí —dijo la menor.
— ¿Y tu amigo? —se interesó Kumiko.
—Se ha quedado allí. Le veré después.
Los ojos de Kumiko buscaron a los mayores y las tres fueron a su encuentro. Mientras caminaban hacia ellos, Mamiko se acercó a Reina y le susurró al oído:
—Oye, gracias.
—De nada. ¿Ha ido todo bien?
—Sí, pero no entiendo a los tipos. Es como si no acabara de decidirse. A ti seguro que te pasa lo mismo. —Mamiko empezó entonces a alzar la voz para que su hermana pudiera escucharla—. Por ejemplo, tú —le dijo a Reina—. ¿Qué hace una tipa como tú soltera? Deben de ser tontos para no lanzarse como locos a tus brazos, ¿estás de acuerdo conmigo, hermanita?
Reina se echó a reír y Kumiko tosió como si se le hubiera atragantado lo que le restaba de mojito.
—Supongo —replicó, fingiendo desinterés.
— ¿Supones? ¿Y tú qué opinas de mi hermana? Es un poco imbécil, pero está buena, ¿eh?
La situación le hacía gracia, pero Kumiko miró a Mamiko con tal rabia que su sonrisa se desvaneció en ese momento.
¿Estaba Mamiko ejerciendo de casamentera con ellas o solo le divertía crear situaciones incómodas? Suavizó su gesto y comentó con cariño:
—Tu hermana es muy guapa y, sí, algunos chicos son idiotas.
Antes de que Kumiko pudiera replicar algo, los cuatro progenitores se acercaron a ellas.
—Qué bien, están ya aquí —dijo Sakura, dirigiéndose en especial a la mayor de sus hijas—. Tu padre dice que hay sitio cerca del escenario, cariño, ¿por qué no vas a por algo para beber? Estamos ahí mismo.
Kumiko se encogió de hombros y dijo que sí sin dudar. Ni un solo gesto de hastío, ni una mueca de enfado, como si en esta ocasión no le importara quedarse a solas con ella e ir a por refrescos para todos. Se acercaron de nuevo a la barra donde unos tipos sin camiseta atendían a todo el mundo al mismo tiempo.
Reina intentó que la escuchasen, pero el número de clientes se había triplicado y era imposible con tanto ruido.
— ¿Qué vas a querer tú? —le gritó al oído.
Kumiko se puso muy seria. Erguida y molesta, respondió:
—Una cerveza. El mojito se me ha subido un poco a la cabeza.
—Vale.
Levantó el brazo para que el camarero la viera, pero entonces un chico le derramó sin querer un refresco de cola sobre el escote y Kumiko se echó a reír con el incidente.
— ¿Te parece divertido, eh?
—Mucho —afirmó, sus ojos perdidos en su camiseta. Estaba tan empapada que se le había pegado al cuerpo—. ¿Necesitas ayuda? —le dijo, divertida, aunque pareció arrepentirse de inmediato.
Reina sintió tentaciones de tensar un poco más la cuerda y decirle que sí, que la ayudara a secarse. Tenía ganas de saber hasta dónde llegaría Kumiko si la empujaba un poco.
—Si quieres… —la tentó, mientras se secaba con una servilleta de papel, riéndose.
Entonces se produjo un brusco silencio. Dejaron de reír y se miraron unos segundos como si el juego se estuviera volviendo demasiado peligroso para continuarlo. Reina se estremeció cuando Kumiko se humedeció los labios de manera involuntaria. Un golpe de frío, sí, eso sería, pensó mirando a ambos extremos como si buscara una ráfaga de viento.
—Aquí tienen, señoritas, sus bebidas. Doce yenes —las interrumpió el camarero, un hombre rudo y sudoroso.
A Reina le costó salir del trance en el que se había sumido. Carraspeó con incomodidad y sacó la cartera para pagar las consumiciones. Kumiko comenzó a ayudarle a cargar con los vasos de refresco. Ella parecía ahora más tensa, como si también lo hubiera sentido. Comenzaron a andar en busca de sus progenitores.
—Mira, ahí están —dijo.
—Oh, ¡estamos aquí! ¡Aquí!
—Dios mío, qué pesada es mi madre—murmuró Kumiko, acercándose a sus hombros.
—Bueno, la mía es igual, intensa a más no poder.
— ¿Verdad que son intensas?
—Sí. Lo son. Fíjate. Nos miran como si acabásemos de… no sé —explicó Reina, insegura.
— ¿De qué?
—No sé. De besarnos a escondidas, por ejemplo —bromeó, nerviosa.
—Podríamos hacerlo solo para verlas convulsionar —propuso Kumiko mientras retomaban el trayecto.
—Pues sí, como sigan tan pesadas…
—Ya. No creo que te atrevieses a hacer algo así —la retó Kumiko, envalentonándose.
— ¿Ah, no?
—No —le dijo, mirándola fijamente a los ojos.
Reina sintió que se ruborizaba. Se humedeció los labios y sonrió de medio lado. Habían llegado y sus padres estaban intentando llamar su atención, pero ninguna podía apartar la vista de la otra, ajenas a todo lo que no fuera su juego.
— ¿Y tú qué sabes? ¿Me tomas por una mojigata?
—No, no. Eso no. Pero es distinto.
— ¿Distinto? ¿En qué sentido?
—Soy una mujer.
—Eso ya lo veo. ¿Y qué?
Kumiko abrió la boca para contestar, pero se detuvo en el último momento, como si se hubiera quedado sin palabras o temiera decir algo inapropiado. Mamiko se acercó a ellas.
—Eh, chicas, paren un poco, ¿no? —les dijo, señalando a sus padres. Dante y Rokuro estaban despistados mirando hacia el escenario, pero Sakura y Maki no les quitaban ojo de encima—. Venga, que va a empezar el concierto y no es plan de que les dé un infarto. Vamos.
Frenaron entonces la discusión, avergonzadas. Aunque Reina no creía que aquello hubiera sido una discusión. No, definitivamente, había sido un reto, algo muy diferente a las interacciones que habían tenido previamente. Le hubiese gustado continuar la conversación, así se lo pedía el cuerpo. Temblaba y sentía tentaciones de aceptar el reto. ¿Y si se hubiera atrevido? ¿Y si la hubiera besado?
¿Quería hacerlo? Qué tontería, pensó, un poco asustada de sus propios pensamientos. Una cosa era que le gustaran los retos y que no se amedrentara ante nada, otra muy diferente perder la cabeza y besar a Kumiko delante de sus madres. ¿En qué estás pensando?, se reprendió en silencio mientras se acercaban con las bebidas a Maki e Sakura.
—Reina, hija, podías comportarte un poco, ¿otra vez estas peleando con Kumiko?
—No, mamá. Solo estábamos hablando —le aseguró, aunque al mirar a Kumiko, que estaba junto a Sakura unos metros más allá, supo cuando sus ojos se encontraron que no habían estado simplemente hablando. Se estaban retando abiertamente.
Hundió la nariz en el vaso de su cerveza, desconcertada. Le latía el corazón con fuerza. Pero la música empezó a sonar y los músicos por fin salieron al escenario entre risas y aplausos.
Lectores anonimos: Muchas gracias
Pd: Tengo pagina de facebook por si quieren leer doujin traducidos de love live, symphogear, Mai hime, los espero con ansias, me pueden encontrar como: Mapache Curioso, espero su visita ansiosamente.
Pd: Si quieren otra historia adaptada o traducida no duden en pedirla.
