AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Uno

Para bien o para mal, Bella estaba sola. Completamente sola, comprendió mientras levantaba el cuchillo con el que pensaba cortar un trozo de tarta para la mesa número cinco.

Era verano, de modo que los niños estaban de vacaciones. Jacob había ido a Port Angeles para llevárselos al la push y Bella tenía tres días por delante en los que iba a estar sin ellos.

Aquella noche tenía que trabajar y también al día siguiente, pero para variar, el miércoles tenía el día libre. ¿Y qué iba a hacer durante tanto tiempo sola? Quizá pudiera cambiarle el turno a alguna de las otras camareras. Ya tenía cubiertas las cuarenta horas de aquella semana, pero el cielo sabía la falta que le hacía aquel dinero.

—Acabo de preparar otra mesa en tu sección —le informó la encargada—.

¿Podrás arreglártelas o quieres que llame a Victoria?

—No, no la llames ya me encargo yo.

—Son dos hombres —respondió la encargada—. Y uno está para comérselo.

A Bella no le importaba que fueran o no atractivos. No tenía ninguna gana de tener otra relación. Se acercó a servir el postre a las cuatro ancianas que estaban cenando juntas en la mesa cinco y después a la mesa de los recién llegados. Los encontró examinando la carta.

—¿Quieren beber algo? —les preguntó.

—Yo, un refresco de cola —dijo el hombre que estaba a su derecha.

Debía tener unos cuarenta años y disimulaba la falta de cabello peinando los pocos que le quedaban sobre su calva.

Desde luego, no estaba para comérselo, lo cual quería decir.

El hombre que estaba a su izquierda bajó la carta. Tenía los ojos verdes, el pelo cobrizo y el rostro de una atractiva dureza acentuada por un mentón.

—Eh, ¿no nos hemos visto en alguna parte? —preguntó.

Bella sacudió la cabeza. Trabajando en una cafetería que abría veinticuatro horas al día, estaba acostumbrada a oír frases de ese tipo. Aun así, tenía que admitir que sonaban mucho mejor cuando procedían de un hombre que parecía recién salido de un anuncio.

—Lo dudo. Acabo de venir a vivir a Port Angeles.

El hombre frunció el ceño.

—Yo nunca olvido una cara. ¿Dónde vivías antes?

—En un pueblo diminuto.

—En el kilómetro cincuenta de la autopista. Eres de Forks —contestó—.

Eres la chica de Jacob.

Bella pestañeó sorprendida.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—Estuve una temporada viviendo allí.

Ni siquiera en Port Angeles podía escapar completamente de Forks o de Jacob.

Bella se devanaba los sesos, intentando recordar quién era aquel tipo. Debía tener su edad. Si hubiera vivido mucho tiempo en Forks, seguramente lo conocería.

Y de pronto cayó. Era Edward Cullen, el chico que había llegado a Forks en el último año del instituto. Pero había crecido por lo menos diez centímetros y había engordado unos veinticinco kilos, todos ellos puro músculo. Su mirada y su sonrisa esquiva habían desaparecido, junto con aquella expresión dura y amarga con la que parecía querer advertir a todo el mundo que guardara las distancias si no quería correr riesgos.

—¡Oh, eres Edward! —le dijo, recordando en aquel momento mucho más que su nombre.

Edward era el hijo mayor de una familia sin recursos. La familia vivía en una viejo módulo prefabricado y se desplazaba en una desvencijada camioneta. Aquel año, Jacob había sido elegido como el candidato a joven con más futuro del año. Y si hubiera habido una categoría para ello, probablemente Edward Cullen habría sido elegido como el que más probabilidades tenía de dejar a alguna de sus compañeras embarazada. Que fue, exactamente, lo que hizo.

Las chicas lo adoraban porque era atractivo y peligroso y por lo que Bella había oído, muy bueno con las manos. Jacob y sus amigos lo odiaban por las mismas razones.

—Te casaste con Tanya—añadió.

—Ahora estamos divorciados.

—Lo sé.

La historia de Edward y Tanya había sido la comidilla de Forks durante algún tiempo. Tanya se había enamorado de Edward y había estado persiguiéndolo durante más de un año. Al final, se había quedado embarazada y se había casado con él.

Del resto se había enterado años atrás, al encontrarse con Tanya.

Edward le había sido infiel y el matrimonio había terminado unos meses antes de que Tanya sufriera un aborto.

—¿Todavía sigues con Jacob? —preguntó él.

—No.

—Lo siento.

—No tienes porqué. Ahora mi vida es tal y como quiero.

—Me alegro por ti. Estabas embarazada cuando me fui de Forks, ¿verdad?

¿Se acordaba de eso? La última vez que Bella se había encontrado con Edward en la tienda de ultramarinos había sido hacía diez años, un mes antes de que naciera Charlie. La había mirado con su enigmática sonrisa y había sacudido la cabeza justo antes de salir a grandes zancadas de la tienda. Y no habían vuelto a verse desde entonces.

Bella se había preguntado entonces qué pretendería decirle con aquel gesto y había imaginado que pensaba que estaba loca por casarse con Jacob. Ya le había dicho en una ocasión, en el instituto, durante un partido de fútbol, que sería una estúpida si hiciera algo así. Pero ella se había reído de Edward y le había preguntado que si él se creía mejor candidato. Edward no había contestado.

—Tengo tres hijos —le explicó—. Charlie está a punto de cumplir once años, Mackenzie tiene cinco y Sophia dos.

—De modo que hace poco que te has divorciado.

—Muy poco. De hecho, hoy mismo me han concedido el divorcio.

Edward arqueó las cejas y miró alrededor del restaurante, obviamente extrañado por el hecho de que después de doce años de matrimonio aquello fuera todo lo que había encontrado Isabella Swan.

Bella se sonrojó avergonzada.

Trabajar de camarera no era exactamente lo que esperaba estar haciendo a los treinta y un años.

Había deseado ser madre y esposa, ayudar a Jacob a dirigir el rancho, envejecer a su lado. Nunca había llegado a imaginar que se vería obligada a hacer otra cosa. Pero la vida la había obligado a poner rápidamente en funcionamiento el plan B.

Por supuesto, su plan de reserva no consistía en pasarse el resto de su vida sirviendo mesas. Esperaba encontrar otra cosa en cuanto su situación se hubiera estabilizado.

—¿Continúas haciendo mudanzas?

Edward se echó a reír.

—No, eso lo dejé cuando me divorcié —como si con su pregunta acabara de recordarle que no le había presentado a su acompañante, dijo—: Éste es Aro Vulturi del Banco de Port Angeles. Aro, ésta es una antigua amiga del instituto, Isabella Swan.

—Bella Black —le corrigió, sonriéndole a Aro.

Todo el mundo en Forks la llamaba Isabella, pero había comenzado a utilizar el nombre de Bella cuando se había mudado a Port Angeles. Le habría gustado recuperar también su apellido de soltera, pero no quería llevar un apellido diferente al de sus hijos.

—¿A qué te dedicas ahora? —le preguntó a Edward.

Edward tenía todo el aspecto de un hombre de éxito con aquel traje.

Había conseguido escapar de Forks y forjarse su propia vida.

Algo que ella envidiaba.

—Construyo casas.

—¿Eres albañil?

Aro soltó una sonora carcajada.

—No, Edward podría hacer un magnífico trabajo en ese terreno, pero no es albañil. Es promotor inmobiliario. Y condenadamente bueno. ¿Alguna vez has oído hablar de Viviendas Cullen?

Bella sacudió la cabeza.

—Llevo menos de un año viviendo aquí.

—Bueno, pues cerca del campo de golf hay una nueva urbanización. Son viviendas con cinco y cuatro dormitorios.

Deberías pasarte por allí a echar un vistazo si estás buscando casa.

Bella dudaba que pudiera permitirse el lujo de comprar una vivienda de esas dimensiones al menos en los veinte próximos años. Apenas podía pagar el alquiler de la casa en la que estaban viviendo. Era pequeña y más vieja pero la había elegido por el jardín.

Acostumbrada a los espacios abiertos, se negaba a dejar que sus tres hijos crecieran en un apartamento.

—Sí, me gustaría.

—Estoy interesado en levantar otra zona de viviendas en unos terrenos situados a cuantos kilómetros al este de Port Angeles —le explicó Edward—. En realidad ese es el motivo por el que he venido a ver a Aro.

—Parece que te van bien las cosas —comentó Bella.

Edward se encogió de hombros.

—Bastante bien, supongo.

Una pareja que estaba sentada en otra de las mesas que atendía Bella comenzó a girar la cabeza, sin duda buscándola para que les llevara la cuenta. Tenía que ponerse en funcionamiento.

—¿Tú qué vas a tomar? —le preguntó a Edward.

—Un té con hielo —le respondió él.

Bella se alejó, seguida por la mirada de Edward. ¿Quién iba a decirle que volverían a encontrarse?

Y además en un momento en el que hasta el orgullo era un lujo que no podía permitirse.

Se metió en la cocina y rápidamente preparó la cuenta para la mesa tres, pero cuando asomó la cabeza, el hombre ya se había levantado.

—Llevamos diez minutos esperando mientras tú te dedicas a coquetear con esos tipos —le reprochó. Bella se sonrojó, consciente de que estaba llamando la atención de otros clientes.

—Lo siento.

Le habría gustado negar que había estado coqueteando con nadie, pero le tendió la cuenta y comenzó a recoger los platos en silencio. A veces, lo más inteligente era conformarse con una disculpa. No quería que le montaran una escena estando Edward Cullen a menos de dos metros de distancia y James, su jefe, en la cafetería.

—Creo que nos merecemos una rebaja por la espera —insistió él—. Por tu culpa vamos a llegar tarde al cine.

—No creo que me haya retrasado más de cinco minutos —respondió Bella—.

Sólo estaba saludando a un viejo amigo.

—Pues quizá deberías visitar a tus amigos en tu tiempo libre.

—Ya le he pedido disculpas —contestó—. Si eso le hace sentirse mejor, no deje propina.

—No pensaba dejar propina.

Bella sintió que el enfado bullía dentro de ella. Aquel tipo era un oportunista, estaba intentando aprovecharse de ella. Su instinto la impulsaba a ponerlo en su sitio.

Pero el miedo a perder su trabajo la ayudó a mantener un tono frío y educado de voz.

—¿Y qué le parece si le envío a casa dos raciones de tarta? ¿Eso serviría de algo? —preguntó.

—No quiero ninguna tarta. Creo que deberías pagar tú nuestra cena.

—¿Por haber esperado cinco minutos?

—preguntó Bella—. En ningún momento me ha dicho que tuviera prisa.

—No tengo porqué informarte de mi horario cuando me siento a tomar algo. Y ahora, ¿piensas solucionar esto de alguna manera o voy a tener que hablar con tu jefe?

Bella sintió un nudo de tensión en el vientre. Cuando había comenzado a trabajar en Joanna's, James había estado acosándola agresivamente.

Bella se había mantenido firme en sus negativas y él se había mantenido distante desde entonces.

—Muy bien yo pagaré la cuenta —le dijo—. ¿Y ahora, por qué no se va tranquilamente al cine?

—Esto no va a quedar así —contestó el hombre, pasándole el brazo por los hombros a su acompañante—. Es increíble, ¿qué tipo de lugar es este?

—Es un restaurante —contestó una voz masculina—. En un restaurante, uno pide la comida, come y paga. Y además, se deja una propina.

Bella alzó la mirada, vio a Edward Cullen dirigiéndose hacia la pareja y comprendió que su día iba de mal en peor.

—Esto es asunto mío —intervino rápidamente—. Ya me encargo yo de resolverlo.

—Sí, deje que sea ella la que lo resuelva —dijo el tipo—, nosotros nos tenemos que ir.

Edward sonrió y levantó las manos, pero le bloqueó el paso.

La dureza de su mirada desmentía su aparente calma.

—Me parece muy bien. Pague su cuenta antes de marcharse y así no habrá ningún problema.

El rostro del hombre se puso rojo como la grana. Farfulló algo y parecía dispuesto a llegar hasta el final, pero tras considerar la altura y complexión de Edward, pareció convencerse de que era mejor la retirada. Dejó un billete de veinte dólares en la mesa, agarró a su compañera del brazo y salió.

Antes de que Bella hubiera podido decir nada, apareció James a su lado.

—¿Qué estaba pasando aquí, Isabella?

Bella observó la puerta cerrarse detrás de la pareja.

—Nada, ¿por qué?

James miró a Edward con expresión dubitativa. Este sonrió y se encogió de hombros.

—Ese tipo era un viejo amigo mío —le contestó y volvió a su asiento.

«¿Qué estaría haciendo Isbella Swan, Isabella Black», se corrigió, «sirviendo mesas?»

Edward continuaba comiendo e intentaba mantener un discurso coherente sobre el proyecto de Eclipse, pero no conseguía concentrarse.

Al ver a Bella, había revivido algunos de los años más dolorosos de su vida. Los recuerdos se filtraban en cada una de sus frases, flotaban en toda la conversación, como una suerte de hilo invisible. Por primera vez desde hacía ocho años, no era capaz de apartar de su mente Forks y el viejo remolque en el que vivían. Recordaba el olor empalagoso de la enfermedad, a su pobre madre, pálida y demacrada, sus hermanos hambrientos, su padre ausente.

Y Tanya. ¡Dios, Tanya! Le bastaba pensar en ella para sentir que se ahogaba.

Con un gesto rápido y desesperado, se aflojó el nudo de la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa.

Aro lo miró sorprendido.

—¿Te ocurre algo, Edward?

—No.

Edward tomó aire y bebió agua. Era libre. Forks había pasado a la historia. Tanya tenía su propia vida. Su madre y su padre habían muerto.

—¿Quieres tomar postre?

Bella permanecía a un lado de la mesa, esperando para tomar nota.

Ella también había dejado Forks, algo que Edward jamás habría imaginado que haría. Pensaba que se ataría a Jacob y viviría para siempre bajo el techo de Billy Black. O al menos hasta que Jacob heredara el dinero y las tierras de su padre.

¿Qué podría haberle ocurrido?

—Yo sólo tomaré un café —dijo Aro.

—Yo también —añadió Edward y Bella se fue para regresar con un par de tazas humeantes.

—¿No quieren nada más?

Edward sacudió la cabeza. Ni siquiera podía mirarla. Cuando la miraba, veía en su rostro a Forks. Y sentía cosas que no quería sentir.

—Me alegro de haber vuelto a verte, Edward —dijo ella, mientras dejaba la cuenta en la mesa.

A Edward le habría gustado poder decir lo mismo.

—Estás magnífica, Bella —contestó él.

Bella sonrió. Pero su sonrisa sólo era una sombra de la sonrisa que Edward recordaba.

—Gracias. Tú siempre has sabido tratar a las damas.

Por el tono de su voz, Edward no podía estar seguro de que fuera un cumplido. Pero Bella se alejó en aquel momento, de modo que lo que único que quedaba por hacer era pagar la cuenta, marcharse y fingir que nunca la había visto.

Bella observó a Edward marcharse y se alegró de que se fuera.

Lo último que necesitaba era que le recordaran lo diferente que era su vida de lo que todo el mundo esperaba, incluyéndose a sí misma, claro.

Tenía que enfrentarse diariamente a ese hecho, cada vez que se ponía el uniforme y se veía obligada a dejar a sus hijos con Jessica Newton, una joven madre que vivía en su misma calle, o cuando firmaba un cheque siendo consciente de que apenas le quedaba dinero en la cuenta.

¿Por qué habría tenido que encontrarse con Edward?, se preguntó a sí misma mientras recogía la mesa.

Los clientes de Joanna's solían pagar en la caja registradora, pero Bella pudo ver bajo el borde de la factura su propina.

Apartó la cuenta, esperando encontrar diez, incluso veinte dólares, pero encontró cincuenta.

Fijó la mirada en el billete, sorprendida y asqueada por lo que eso significaba. Aquella propina era una limosna. Edward había comprendido la situación en la que se encontraba y se había compadecido de ella.

¡Maldito fuera! En otro tiempo Bella había sido la reina del instituto.

Nadie dudaba que se casaría con Jacob y serían eternamente felices.

Pero su vida no había tenido un final de cuento de hadas. Su situación era suficientemente patética como para que un viejo amigo se sintiera obligado a dejarle una más que generosa propina al verla.

Las lágrimas inundaron sus ojos y comenzó a preguntarse si no habría sido una locura intentar escapar de Jacob. Podría haber continuado siendo su esposa, ¿pero qué clase de vida habría llevado entonces? Tenía derecho a luchar para conseguir algo mejor. Le habría gustado volver a estudiar y llegar a ser enfermera, o profesora, tener alguna profesión.

Quería demostrarse a sí misma y demostrarles a los demás que podía superar perfectamente su divorcio.

Pero para ello necesitaba tiempo y dinero.

Bella se metió el dinero en el bolsillo del delantal y terminó de fregar los platos. Tenía que olvidarse de Edward, se dijo a sí misma. Edwrd no le importaba. Lo único realmente importante era sobrevivir.

—¿Bella?

Se volvió al oír la voz de James y descubrió a su jefe prácticamente a su lado.

—¿Sí?

James le dirigió una falsa sonrisa, dejando al descubierto sus colmillos. Aquella era la primera señal de que se avecinaban problemas. Sus palabras fueron la segunda.

—Acaba de llamarme un caballero para decirme que un amigo tuyo lo ha amenazado hace unos minutos. ¿Puedes venir a mi despacho?