AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,
ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE
Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak
Capítulo Dos
—Me temo que voy a tener que despedirte.
James permanecía sentado tras el escritorio. Alzó la mirada hacia ella, con aquellos ojos diminutos que eran poco más que dos hendiduras en su carnoso rostro. Tenía el expediente personal de Bella delante de él.
Bella permanecía cerca de la puerta, apoyada contra la pared para mantenerse en pie.
—Pero no puedes despedirme —farfulló.
La sonrisa de James le demostró algo que Bella sospechaba desde hacía tiempo. James estaba disfrutando con aquello.
Aquel era el momento que había estado esperando desde la última vez que lo había rechazado.
—Claro que puedo. Por si lo has olvidado, te recuerdo que yo soy el jefe. Y la queja que acabo de recibir se merece una respuesta seria.
—¿Una respuesta seria? —repitió
Bella con un hilo de voz—. He sido una empleada modelo desde hace casi un año.
—Una empleada modelo no amenaza a sus clientes.
—Sabes perfectamente que no he amenazado a nadie. Y tampoco.
James alzó la mano para interrumpirla.
—Una empleada modelo nunca abandona su turno.
—Yo nunca he faltado al trabajo.
—Mira esto —señaló su informe—. El cuatro de agosto no apareciste a trabajar.
—Estaba enferma y llamé.
—No viniste a trabajar y eso es lo que importa. Recibiste un aviso por escrito. El diez de octubre llegaste tarde al trabajo, segundo aviso. Y el nueve de diciembre, al final no apareciste.
—Y recibí el tercer aviso. Pero aquel día no pude venir. Mi hija pequeña estaba enferma y no encontré a nadie que pudiera sustituirme.
—Porque no avisaste con tiempo.
—¡A mí tampoco me avisó con tiempo la varicela! ¿Qué esperabas que hiciera?
—Siempre hay alguna excusa —repuso él, con un suspiro amenazador—. Pero el caso es que yo tengo un restaurante y necesito camareras que estén disponibles cuando las necesito.
Respirando lentamente, Bella intentaba contener tenazmente su genio. No podía permitir que James la despidiera.
—Vamos, James —le dijo—. Ese hombre estaba intentando marcharse sin pagar. No lo he entretenido más de cinco minutos.
—El tiempo suficiente para que él y su esposa se hayan perdido la película.
—Eso es lo que dice él. Dame una oportunidad.
—¡Ese tipo ha dicho que no piensa volver por aquí!
Bella dio un paso adelante, pero el olor a sudor rancio la hizo retroceder. El despacho de James no tenía ventanas. En realidad parecía una despensa. Pequeño, cerrado, lleno de barras de pan y otros productos que impedían que pudiera cerrarse la puerta, era un lugar tan pestilente como su propietario.
—Mejor para Joanna's —replicó—. No me extrañaría que la próxima vez ese tipo colocara una mosca en su comida.
—Si tan terrible era, ¿por qué no has venido a buscarme?
Precisamente por eso, estuvo a punto de decirle. Porque necesitaba tan desesperadamente su trabajo que no quería darle ningún motivo que pudiera servirle para despedirla.
—Llevas mucho tiempo esperando el momento de castigarme, James. Esto no tiene nada que ver con la calidad de mi trabajo.
¿Qué es lo que pretendes demostrar?
James rió con desprecio.
—Esto es patético, Bella. Puedes estar segura de que no necesito a una minucia como tú en mi restaurante. Ahora, recoge tus cosas y vete.
Por un instante, el trajín de la cocina pareció detenerse y Bella sólo oyó los latidos de su corazón.
Su ritmo constante parecía ser el eco de tres nombres: Charlie, Mackenzie, Sophia. Por mucho que odiara rebajarse, especialmente delante de un hombre como James pensó en todas las cosas que sus hijos podían necesitar y comprendió que no tenía opción.
—Por favor —susurró—. Sabes que tengo tres hijos que dependen de mí.
Por lo menos déjame trabajar hasta el final de la semana.
James guardó el expediente de Bella y se levantó.
—Me temo que es imposible —contestó—. Ahora, vete por favor.
Tengo que volver al trabajo.
¡Maldito fuera!, pensó Bella. Se encontraba con Edward Cullen por primera vez después de diez años y por su culpa acababan de despedirla del trabajo.
Con los ojos llenos de lágrimas, escrutó la sección de ofertas de empleo y se detuvo un instante para secar dos inoportunas lágrimas que rodaban por sus mejillas. Estaba sentada en una desvencijada mesa de madera, el sol comenzaba a ponerse en el horizonte y sentía el vacio de su pequeña casa envolviéndola como un hielo.
Pero al tiempo que la horrorizaba, agradecía aquella soledad.
Su situación mejoraría, se decía a sí misma. Sólo había pasado un año desde que se había divorciado. Pero le costaba conservar la fe en el tesoro que se escondía al final del arco iris cuando todos los anuncios que encontraba en el periódico o pagaban demasiado poco o pedían excesiva preparación.
Experiencia en ordenadores.
Experiencia médica. Habilidades técnicas.
La silla chirrió en la madera cuando se levantó para acercarse al frigorífico. No había comido nada desde el desayuno, pero no estando los niños, no tenía tampoco ganas de cocinar. Sacó un paquete de sopa instantánea de un armario, puso agua a hervir en la cocina y reanudó el trabajo de búsqueda.
No quería volver a trabajar de camarera, pensó. Quería encontrar otra cosa, algo que tuviera futuro.
¿Qué tal de secretaria? Había estudiado mecanografía en el instituto y todavía conservaba ropa elegante de sus años de matrimonio.
El horario de oficina sería ideal, especialmente en invierno, cuando los niños estaban en el colegio.
El problema era que para la mayor parte de los puestos de secretaria exigían conocimientos informáticos y ella apenas sabía cómo encender un ordenador. Algunas empresas pedían experiencia previa y dudaba que el haber cambiado miles de pañales se considerara una experiencia adecuada para el puesto.
De pronto, Bella vio algo que la hizo detenerse: "Buscamos recepcionista para atender el teléfono con conocimientos de mecanografía. Nueve dólares la hora.
Sin beneficios."
¿Sin beneficios? En fin, tampoco los había tenido hasta entonces. Hizo rápidamente un cálculo. Si trabajaba cuarenta horas a la semana, ganaría mil cuatrocientos cuarenta dólares al mes. El alquiler eran ochocientos cincuenta dólares. El seguro de salud trescientos. Y la lista continuaba. Incluso con los setecientos cincuenta dólares que aportaba Jacob para los niños, estaría en números rojos antes de haber comprado la comida o la ropa para sus hijos.
La presión de las lágrimas volvió a sus ojos. Maldita fuera.
¿Qué podía hacer? Tendría que volver a servir mesas. No le quedaba más remedio.
Podía haber completado sus ingresos como camarera dando clases de piano, pero no tenía piano. Jacob se había quedado con su piano, al igual que con todo lo demás, cuando se había divorciado.
El teléfono sonó y Bella lo miró sin intención de descolgarlo.
Pero entonces pensó que podía ser alguno de sus hijos y rápidamente se acercó a contestar.
—¿Diga?
—¿Jacob?
Jacob. Bella sintió que se le tensaba el estómago.
—¿Les ha pasado algo a los niños? —preguntó al instante.
—No. Pensaba que estabas en el trabajo. Acabo de dejarte allí un mensaje para que me llamaras.
—¿Qué querías?
—Charlie acaba de decirme que devolviste las Nike que le compré la última vez que estuvo aquí para comprarle unas zapatillas más baratas.
—Sí, las cambié —admitió.
—¿Por qué? No tienes derecho a hacer una cosa así.
—Tengo todo el derecho del mundo, Jacob. Esas zapatillas valían sesenta dólares, dinero suficiente para comprarles zapatos a mis tres hijos. Además, tú dedujiste lo que te costaron esas zapatillas del dinero que me das para mantener a los niños.
—Se supone que el dinero es precisamente para eso, para comprar ropa, calzado y cosas así.
—Pero no eres tú el que tiene que decidir cómo tengo que gastarme ese dinero. Los niños viven conmigo la mayor parte del tiempo y tenemos otras prioridades.
—¿Cómo cuáles?
Como pagar la comida y la electricidad. Pero Bella no pensaba admitir que las cosas estaban tan mal, aunque sospechaba que Jacob lo sabía. Imaginaba que los niños lo reflejaban en sus conversaciones, pero Jacob no estaba dispuesto a facilitarle las cosas.
—No es asunto tuyo en qué me gasto yo el dinero —respondió—. No tengo porqué rendirte cuentas. Créeme, me gasto hasta la última moneda en comprarle a los niños lo que necesitan.
—Pero ellos no tienen lo que necesitan. No me gusta que mis hijos tengan que llevar zapatillas de diez dólares.
Bella ahogó un gemido.
—Me parece perfecto —contestó—. En ese caso, la solución es muy sencilla. Cómprale a Charlie las Nike y no las cargues a mi cuenta.
Puedes comprarles todo lo que quieras.
Renuévales todo el guardarropa si te apetece. Pero no deduzcas esos gastos del dinero que me pasas para ayudarme a criar a los niños.
—Eso es lo que te gustaría, ¿verdad?
Así podrías emplear ese dinero en comprarte ropa nueva, en ir a la peluquería y salir a la caza de otro hombre.
—Me parece terrible que no puedas ser generoso con tus hijos por miedo a que yo pueda beneficiarme de ello.
Es lo mismo que lo del piano. No piensas devolverme el piano a pesar de que sabes que si lo tuviera aquí podría enseñarles a tocar.
Jacob rió con amargura.
—Yo te compré ese piano y me costó mis buenos dólares. Si lo quieres ya sabes dónde encontrarlo.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Si no te gusta cómo están las cosas, siempre puedes cambiarlas, Bella.
—¿Volviendo contigo?
—Eso es lo que siempre he querido.
—Pues tienes una forma muy rara de demostrarlo.
—¿Estás bromeando? Lo he intentado de todas las maneras.
Te he suplicado, te he llorado, incluso te he prometido.
—Y has bebido, has coqueteado con otras mujeres, me has engañado.
—Siento todo lo que pasó, Bella.
¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
No sabía lo que hacía.
—¿Durante doce años? ¿Y qué es lo que te ha hecho cambiar?
—He pagado un precio terrible. Me has enseñado la lección.
Eso era lo que querías, ¿no es cierto? Ahora vuelve a casa.
Quiero vivir con mis hijos.
¿De modo que así era como había interpretado el divorcio?
¿Cómo una venganza? Bella apenas podía creerlo.
—Tienes a tus hijos cada vez que te apetece estar con ellos —respondió—.
Nunca he evitado que los veas.
Se produjo una larga pausa.
—Quiero que vuelva mi esposa —dijo suavemente—. Todavía te quiero, Bella.
Bella sintió un dolor sordo en el estómago y pensó que iba a vomitar.
—¿Tú y tus abogados han hecho todo lo posible por destrozarme la vida porque me quieres? A eso no lo llamo amor, Jacob.
Jacob soltó una maldición.
—Lo de los abogados fue idea tuya, maldita sea. Yo no tengo la culpa de nada de eso. Para empezar yo nunca quise el divorcio.
Bella sacudió la cabeza en silencio, notando que el dolor sordo de minutos antes comenzaba a hacerse más intenso. Pensó en colgar el teléfono, pero había algo de lo que quería hablar con Jacob y aquel podía ser un momento tan bueno como cualquier otro.
—¿Y qué me dices de las decisiones que tomamos con respecto a los niños? —le preguntó.
—¿Qué decisiones?
—Estuvimos de acuerdo en hacer que el divorcio fuera para ellos lo más fácil posible. Decidimos intentar hablar tranquilamente el uno con el otro y no competir entre nosotros para ganarnos su afecto. Yo he cumplido con mi parte, Jacob.
—¿Y estás insinuando que yo no cumplo con la mía?
—Cada vez que los niños vuelven a casa, parecen enfadados conmigo.
Como si me echaran la culpa de algo.
—¿Y tú crees que yo tengo la culpa de que prefieran que volvamos a ser una familia?
—No tergiverses las cosas. Charlie me contó que le habías estado hablando de mí. ¿Cómo puedes haberle dicho que el divorcio fue culpa mía?
—¿Y a quién debería culpar, Bella?
Yo no tuve nada que ver con el divorcio. Me cuesta creer que quieras que sea yo el malo de la película.
—Ninguno de nosotros debería ser el malo de la película. Esa es la cuestión. Se supone que debemos apoyarnos el uno al otro por el bien de los niños. ¿No lo comprendes, Jacob?
Cuando les hablas mal de mí a los niños, los estás obligando a elegir entre nosotros. Para un niño eso es muy difícil. Y por tu parte, es terriblemente egoísta.
—Sí, supongo que eres la persona más indicada para saberlo.
Has arruinado nuestras vidas con este divorcio. ¿Y eso no te parece egoísta?
—¿Qué? ¡Hablas como si hubiera sido yo la que te era infiel!
—Yo nunca te he sido infiel, Bella.
De verdad. Las otras mujeres no me importaban.
—¿Y por eso estaba bien que te acostaras con ellas? —preguntó. Pero no esperó respuesta. Sabía que no tendría sentido. Nunca lo tenía. Y por mucho que discutieran, jamás conseguiría hacerle cambiar de opinión. Jacob no iba a asumir nunca la responsabilidad del divorcio. No había sido responsable de nada en toda su vida, de modo que, ¿por qué empezar en aquel momento?
Colgó y se quedó con la mirada fija en el teléfono, respirando con fuerza y dejando que las lágrimas barrieran el enfado y la sensación de impotencia.
Pasara lo que pasara, no permitiría que Jacob se saliera con la suya.
Encontraría trabajo y triunfaría en la vida aunque tuviera que morir en el intento.
Apagó el fuego de la cocina, ignorando el agua que estaba a punto de hervir y volvió al periódico.
Volvería a leer toda la sección y se ofrecería para todos los trabajos, estuviera cualificada o no. Estaba segura de que esa manera terminaría encontrando algo.
Y fue entonces cuando lo vio. Era un anuncio de la sección de inmobiliarias.
"Se busca: agente para trabajar en piso piloto, cerca del club de golf de Washoe. Se necesita licencia de vendedor y al menos tres años de experiencia en ventas. Treinta y seis mil dólares al año más comisiones. Llamar al 555-4108."
Treinta y seis mil dólares al año eran una fortuna para Bella, pero no fue el salario el que despertó su interés. Debajo del anuncio, en grandes letras de imprenta, estaba el logotipo de la empresa que ofrecía el puesto: Viviendas Cullen.
oooooooooo
Al día siguiente, Bella se secó las palmas de las manos en un pañuelo de papel, alisó el vestido de lino, comprobó el estado de su maquillaje en el espejo retrovisor y salió del coche, esperando haber conseguido el aspecto de mujer capaz y profesional. Todavía era temprano, ni siquiera eran las ocho, pero había tardado menos de lo que pensaba en encontrar las oficinas de la urbanización. Había banderas azules y blancas en la entrada, junto un enorme letrero que anunciaba cinco modelos de vivienda que podían ser visitados por el público.
Caramba, pensó, entrecerrando los ojos para protegerse del sol y poder ver mejor las casas edificadas por Edward.
—Desde luego, no reparas en gastos, Edward —murmuró para sí, mientras contemplaba los materiales y el estilo de las viviendas.
De pronto, se sintió ridícula por haberle preguntado a Edward si continuaba haciendo mudanzas en camioneta.
Los tacones repiquetearon en el suelo de conglomerado mientras se acercaba a la primera casa, separada del resto de las viviendas por una caprichosa tapia de piedra en la que habían grabado el nombre de la urbanización New Moon. Un letrero señalaba la casa que se utilizaba de oficina. Un segundo letrero indicaba que estaba cerrada.
Bella permaneció frente a la puerta, deseando poder dar media vuelta y marcharse. Pero no iba a perder el control en el último momento.
Seguramente, no tardaría en salir alguien. Si Edward podía permitirse el lujo de contratar a un agente inmobiliario por treinta y seis mil dólares al año, podría contratar a una secretaria por mucho menos que eso. De ese modo, ella podría aprender cómo funcionaba aquel negocio y llegar a convertirse en agente inmobiliario algún día.
Se apartó un mechón de pelo de la cara, jugueteó con el bolso y miró el reloj. Eran las ocho menos diez.
Diez minutos más y seguramente alguien.
La puerta se abrió de pronto y un hombre alto vestido con unos vaqueros y una camiseta estuvo a punto de derribarla.
—¡Caramba! Lo siento —exclamó, agarrándola, para evitar que cayera sobre un lecho de flores—. ¿Está bien?
—Sí, estoy bien. No pretendía asustarlo. Estoy buscando a Edward Cullen. ¿Podría decirme dónde puedo encontrarlo?
El hombre se frotó la frente y frunció el ceño.
—Creo que ha debido olvidarla. No me había comentado que tuviera una cita esta mañana.
—No tenemos ninguna cita.
—¿Viene por lo del anuncio?
Bella asintió.
—Bien, en ese caso, puede esperar dentro si quiere. Edward vive aquí.
Algo bastante conveniente, puesto que no para de trabajar, ¿sabe? Pero el teléfono estaba sonando justo en el momento en el que yo me disponía a salir y cuando Edward comienza a hablar por teléfono puede pasarse horas. Podría intentar llamar al número que viene en el anuncio y pedir una cita.
Creo que Eleazar está haciendo las entrevistas.
—Gracias, pero soy una antigua amiga de Edward. Esperaba poder hablar directamente con él.
La sorpresa iluminó las facciones de su interlocutor.
—¿Ah sí? Yo soy Emmett, el hermano de Edward —le tendió una mano enorme.
Bella se la estrechó, conmovida por su amistoso recibimiento.
—Yo soy Bella.
—Encantado de conocerte.
—Te pareces a tu hermano —comentó ella.
—Él solo es la mitad de guapo que yo —bromeó, manteniendo la puerta abierta para que pasara—. Pasa y ponte cómoda. Eleazar no tardará en llegar, así que si no puedes ver a Edward, por lo menos pronto tendrás a alguien con quien hablar.
Inclinó la cabeza a modo de despedida y se alejó de allí a grandes zancadas, dejando a Bella devanándose los sesos intentando recordarlo. Edward tenía montones de hermanos.
¿Cuatro? ¿Cinco quizá?
Se sentó en una de las dos sillas de diseño que había frente a un moderno escritorio. Sintió que la tensión crecía e intentó relajarse. Acababa de tomar aire cuando Edward llegó corriendo desde el pasillo, sosteniendo en la mano lo que parecía un plano y llevando únicamente una toalla alrededor de la cintura.
—¡Emmett, espera! —gritaba.
Tenía el pelo húmedo, como el resto de su cuerpo y estaba dejando un reguero de agua sobre la alfombra, pero lo único que parecía importarle era alcanzar a su hermano. Salió, abrió la puerta y volvió a llamar a su hermano, pero Bella supo que había fracasado en su objetivo cuando lo oyó maldecir y cerrar la puerta.
Entonces la vio.
—¿Bella? —su voz revelaba sorpresa.
Bella se levantó precipitadamente, golpeándose la rodilla con el borde del escritorio en el proceso, pero tragó saliva para disimular su dolor.
—Hola, Edward —consiguió decir, fijando la mirada en aquellos dos metros de hombre prácticamente desnudo—. Lo siento. No pretendía pillarte recién salido de la ducha.
Intentaba mantener los ojos fijos en su rostro, pero era imposible evitar fijarse en su musculoso y perfectamente cincelado cuerpo, que empezaba con unos pies desnudos y largas piernas y terminaba en un pecho cubierto de vello rizado y unos hombros impresionantes. Sin embargo, lo que se escondía detrás de la toalla era lo que más nerviosa la ponía. Hacía un año que no estaba cerca de un hombre desnudo. Y de pronto, un año parecía mucho tiempo.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Bella se obligó a sí misma a forzar una sonrisa. No quería que Edward notara lo difícil que aquello era para ella. El terrible daño que le estaba infligiendo a su orgullo.
—Yo sólo.
Bueno —señaló el periódico—. He visto el anuncio y he pensado que quizá podría venir y.
—¿Vienes a buscar trabajo? —frunció el ceño. Su mirada vagó por el vestido de lino azul y los zapatos—.
¿Eres agente inmobiliario?
Bella tragó saliva.
—No exactamente. Todavía no tengo la licencia.
Pero, he pensado que quizá pudiera ser una buena secretaria.
Ya sabes, alguien que te hiciera los recados, mecanografiara tus cartas.
—se aclaró la garganta para poder terminar—, atendiera al teléfono.
Algo así. Soy muy trabajadora y aprendo rápido.
—Sí, estoy seguro, pero—dejó escapar la respiración con un silbido casi inaudible y se pasó la mano por el pelo—, ¿qué ha pasado con tu otro trabajo?
Bella tenía ya en la punta de la lengua la historia del despido, con la parte que a él le tocaba, claro.
Pero entonces se acordó del billete de cincuenta dólares y fue incapaz de decírselo. Si Edward la había compadecido el día anterior, ¿qué podría sentir cuando averiguara que había perdido también aquel triste trabajo?
—Bueno, digamos que no es un auténtico trabajo —se oyó decir—.
Sólo es una manera de llevar a casa algún dinero extra.
Rió, rezando para que Edward se tragara su mentira.
—Puedo conservarlo para los fines de semana —continuó—.
Pero necesito algo más desafiante. En cualquier caso, hay muchas ofertas interesantes en el periódico. De modo que si no tienes nada que ofrecerme, no importa. Sólo he venido a preguntar.
—Me encantaría poder contratarte, Bella—le dijo—, pero no estoy seguro de lo que podrías hacer. Sólo necesitamos agentes de venta. El resto de la plantilla está completamente cubierto.
—¡Oh! —asintió—. Por supuesto.
La desilusión la sacudió con tanta fuerza que sintió un dolor físico en el pecho.
—Estás buscando a personas con licencia —comentó. Intentó mantener la expresión de serenidad. Pero su sonrisa estaba comenzando a vacilar.
Tenía que marcharse de allí y rápido—. Lo comprendo.
Simplemente he pensado que no me haría ningún daño venir.
Y ahora será mejor que me vaya para que puedas vestirte. No pretendía entretenerte.
Se aferró a su bolso como si en ello le fuera la vida y comenzó a caminar hacia la puerta. Pero Edward no se apartó de su camino y cuando pasó delante de él, la agarró del brazo.
—¿Qué te pasa, Bella? —le preguntó.
Bella apenas podía contestar. Un nudo le atenazaba la garganta. Y los ojos, ¡malditos fueran!, se le habían llenado de lágrimas.
—Nada, Edward. No me pasa nada —insistió, pestañeando con fuerza—.
Felicidades por todo lo que has conseguido.
Me me alegro mucho por ti.
Se separó de él y salió corriendo de la casa. En lo único en lo que podía pensar era en alcanzar el coche antes de empezar a sollozar.
GRACIAS POR SUS REVIEWS
Paola Barresi
Mar91
tulgaritaphoenix1993
Fabi
Wenday 14
sandy56bellacullenswam
Pameva