AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Tres

—¿Quién era esa? —preguntó Jasper, maniobrando alrededor de Edward para poder entrar por la puerta abierta del despacho.

Edward no contestó. Todavía estaba demasiado sorprendido y confuso por lo que acababa de ocurrir. Se había encontrado con Isabella Black por primera vez desde hacía diez años el día anterior y a la mañana siguiente ella aparecía de en medio de ninguna parte para pedirle trabajo. Pero más extraño todavía era que se hubiera puesto a llorar cuando le había dicho que no tenía nada para ella.

¿Qué estaba ocurriendo? Era imposible que Bella necesitara tan desesperadamente ese trabajo. Los Black tenían mucho dinero. Probablemente habría recibido una gran indemnización por el divorcio y después estaba el dinero del mantenimiento de los niños. Ella y Jacob tenían tres hijos.

En cualquier caso, no parecía que estuviera en la ruina. El vestido que llevaba era bastante caro. Y por cierto, le quedaba a la perfección. Insinuaba sus curvas al tiempo que revelaba la mayor parte de sus piernas. La melena castana la llevaba recogida en uno de esos moños tan sexys y la luz de sus ojos chocolates.

¡Dios, qué ojos! Eran los más bonitos que había visto en su vida. Lo pensaba cuando estaba en el instituto y continuaba pensándolo.

—¡Hola! ¿Estás aquí, Edward?

El coche de Bella acababa de desaparecer tras doblar una esquina y Edward desvió por fin su atención de la carretera.

Cerró la puerta.

—Sí, estoy aquí.

—¿Y qué ha pasado? —preguntó Jasper, señalando la toalla que llevaba su hermano a la cintura—. ¿Has tenido una invitada esta noche? Debía ser condenadamente buena, porque llevas varios minutos en el marco de la puerta mirando hacia la calle como un loco de amor.

Supongo que eso significa que las cosas van muy bien entre Lauren y tú.

Edward le dirigió a Jasper una mirada destinada a hacerle cambiar de tema, pero Jasper soltó una carcajada.

—Esa mirada terrible funcionaba cuando era niño, pero por si lo has olvidado, ahora soy casi tan alto como tú.

—¡Ja! Esta mirada terrible nunca funcionó contigo —replicó Edward—. Me obligabas a tumbarte en la alfombra para demostrarte mi autoridad. De modo que ten cuidado si no quieres que tenga que pegarte otra vez en el trasero.

Jasper se dejó caer en una silla y subió los pies al escritorio.

—¿Cómo cuando a los catorce años destrocé la camioneta de papá?

—No te pegué por haberla destrozado. Te pegué por haberla robado.

Jasper sacudió la cabeza y se levantó.

—Nos la habíamos llevado sin permiso, Edward, no la habíamos robado. ¿Cómo fuiste capaz de meternos en vereda? Éramos terribles, ¿verdad?

Edward se echó a reír. Su situación actual se lo permitía.

La parte más dura de la vida había sido superada. A pesar de la enfermedad de su madre, su pobreza y las largas horas que pasaba su padre en la mina, había conseguido sacar adelante a sus hermanos. Había conseguido que tres de ellos, todos excepto Jasper, terminaran la secundaria, aprendieran el valor del trabajo y se mantuvieran alejados de las drogas y el alcohol. Al ser el mayor, había hecho todo lo que había podido por ellos, pero en el camino había tenido que golpear unas cuantas cabezas. Y la de Jasper era la que más golpes había recibido.

—No fue fácil. Y tú eras el peor de los cuatro.

—Sí, Alec era el único que te gustaba —dijo Jasper—. Siempre ha sido tu favorito.

Edward se encogió de hombros.

—Era el pequeño de la familia y le encantaba desafiarme.

—Y míralo ahora. Está en la universidad, tal como tú querías. Alec continúa siendo un niño bueno.

Edward advirtió un cambio sutil en la voz de Jasper, pero no estaba muy seguro de a qué debía atribuirlo. ¿Envidiaría las oportunidades que había tenido Alec? Edward no había podido permitirse el lujo de llevar a Jasper a la universidad siete años atrás. En cualquier caso, él tampoco tenía ningún título universitario.

—Todavía podrías terminar la secundaria si quisieras. Si te das prisa, Seth y Alec incluso podrían dejarte vivir con ellos.

Jasper no contestó directamente.

Cerró bruscamente uno de los cajones del escritorio y sacó una calculadora de otro.

—Quizá algún día consiga superar mi pasado salvaje y haga precisamente eso.

Edward sonrió.

—Sí, un pasado realmente salvaje. ¿Te acuerdas de la señora Yorki? Nos invitó a comer y tú te llevaste todo un cargamento de culebras en los bolsillos. Pensé que a la pobre mujer iba a darle un infarto cuando una de ellas comenzó a deslizarse por su plato.

—¿Cómo voy a olvidarlo? Me diste la peor paliza de mi vida.

—La casa de la señora Yorki era el único lugar donde comíamos decentemente. Y después de aquello, nunca volvió a invitarnos. Te habría matado —contestó Edward, pero no podía evitar sentirse de alguna manera culpable.

¿Habría sido demasiado duro con Jasper? ¿Su pasado todavía estaría interponiéndose entre ellos? Si así era, le parecía terriblemente injusto. Edward era entonces muy joven y estaba desesperado por evitar que los separaran y los llevaran a diferentes hogares adoptivos. A lo mejor había sido especialmente duro con Jasper en algunas ocasiones.

Pero Jasper era tan difícil que tenía pocas formas de mantenerlo a raya.

—No te pegaba porque me gustara —respondió, en un tono más serio del que pretendía.

Jasper se encogió de hombros.

—¡Diablos, claro que no! Me lo merecía.

Por primera vez en su vida, Edward tuvo la tentación de confesarle a Jasper lo pesada que había sido la carga de tener que sacar adelante a cuatro hermanos. Lo joven e inexperto que era en aquella época, lo asustado que estaba. A veces se acostaba sin cenar para que sus hermanos pudieran comer algo más. Otros días se hacía cargo él solo de su madre para que pudieran ir descansados al colegio. Pero Jasper nunca comprendería lo que había sido la vida para Edward. Nadie podría comprenderlo. Esa era la razón por la que prefería olvidar aquellos años.

—¿Entonces vas a hablarme o no de tu amiga? —preguntó Jasper.

—Sólo ha venido aquí para buscar trabajo.

—¿Es agente inmobiliario?

—No.

—¿Es albañil, jardinera, fontanera?

—¿A ti te ha parecido algo de eso?

Jasper se echó a reír.

—A duras penas —marcó algunas teclas de la calculadora y garabateó algo en un papel—.

Pero estaba bastante bien. ¿A qué se dedica?

—Se casó nada más salir del instituto. Se ha divorciado hace poco y tiene tres hijos. Dudo que haya trabajado fuera de casa.

—¿Así que le has soltado tu discurso sobre lo desastroso que es no haber recibido una educación adecuada?

Edward decidió ignorar aquella pulla. Por muchas cosas que tuviera su hermano contra él ya no podía hacer nada para cambiar el pasado.

—Le he dicho que no tenemos nada, salvo un puesto para un agente.

—Y es cierto.

Llevándose con él la lista de mensajes, Edward se dirigió hacia el pasillo. Tenía que vestirse antes de que pudiera llegar alguien más.

—¿Crees que podríamos necesitar algún tipo de ayuda en la oficina? —le preguntó a Jasper.

Jasper alzó la mirada.

—Otro salario no le vendría nada bien al proyecto que le hemos presentado al banco.

—Sí, tienes razón. Olvídalo.

oooooooooo

Edward fue a su habitación, se puso unos vaqueros y una de las camisetas con el logotipo de la empresa. Después se metió en su despacho, en el que su principal herramienta era el teléfono.

Jasper, con su talento natural para los números, era el que llevaba las cuentas de la compañía y dirigía la oficina y Emmett, como contratista, se ocupaba de los suministros.

Pero aun así, había miles de detalles de los que ocuparse y Edward se sentía mucho mejor atendiéndolos personalmente como asistir a reuniones, coordinar inspecciones, tratar con los tasadores, dar por terminada cada vivienda, aprobar nuevos planos o encontrar financiación para futuros proyectos. Su jornada laboral era muy larga, pero él adoraba aquel trabajo.

Sin embargo, aquel día no conseguía concentrarse en su rutina habitual. Frente a él, continuaba viendo a Bella, observando sus labios temblorosos, el orgullo con el que intentaba alzar la cabeza. Y sabía que no podía ignorar que las cosas no le iban bien.

Al final, descolgó el teléfono y llamó a información. Isabella Black no aparecía en la guía telefónica, pero tenían un J. Black. Edward apuntó el número y lo marcó. Le contestó un contestador y la voz de un niño diciéndole que dejara un mensaje y un número de teléfono.

Edward colgó y buscó las llaves del coche. Había llegado el momento de volver al restaurante Joanna's.

Edward volvió a comprobar la dirección que la camarera de Joanna's le había dado, aparcó en la acera y fijó la mirada en la diminuta casa de Bella.

¡Maldita fuera! Había tenido que ir al restaurante, ¿verdad? Y ya no podría quedarse tranquilo.

Porque se había enterado de que Bella había sido despedida y que necesitaba el trabajo que había ido a pedirle mucho más de lo que le había dejado saber. De modo que tendría que tomar una decisión: o involucrarse en aquel asunto e intentar ayudarla, o dar media vuelta y marcharse.

El sentido común lo impulsaba a irse. Los problemas de Bella no eran cosa suya. El cielo sabía que ya había pasado demasiado tiempo ocupándose de sí mismo y de sus hermanos, luchando para llevar comida a la mesa, manteniendo a sus padres e intentando construir una nueva vida y levantar un negocio en Port Angeles.

Pero el despido de Bella le había afectado de forma especial porque temía que tuviera que ver con aquel estúpido que no había querido pagar la cuenta y su particular intervención en la discusión. Y por encima de todo, el propio Edward había estado en otra época en la situación en la que Bella se encontraba: desesperado y solo.

Con un pesado suspiro, Edward apagó el motor y caminó a grandes zancadas hasta la casa.

Cuando llamó, se encendió la luz del porche. Bella abrió una rendija de la puerta, retrocedió y la abrió de par en par al reconocerlo.

—¡Edward!¿Cómo has sabido dónde?

—Hola —respondió—. Parece que no me he confundido de dirección.

—¿Cómo te has enterado de dónde vivo?

—Maddy una camarera del Joanna's, me ha dado tu dirección.

—¿Has vuelto a Joanna's?

—Sí, estaba buscándote.

—Ah.

—¿Puedo pasar?

Bella vaciló, parecía un poco avergonzada, pero al final lo invitó a entrar.

—Por supuesto. Estaba haciendo una limpieza general.

¿Quieres tomar algo? —preguntó mientras se quitaba los guantes de goma.

Se había peinado la melena en una cola de caballo y llevaba una sencilla camiseta y unos vaqueros viejos, pero estaba incluso más guapa que aquella mañana. Sus piernas, perfectamente torneadas, parecían no acabar nunca y su piel, ligeramente cubierta de sudor, mostraba una textura suave y cremosa.

Edward intentó no fijarse en nada que pudiera resultarle atractivo. Bella representaba Forks y todo lo que él había conseguido dejar atrás.

—No, gracias —respondió, pasando por delante de ella.

La casa estaba amueblada con muebles viejos y de diferentes estilos, pero estaba limpia. Y olía como Bella, a una fragancia sencilla y definitivamente femenina. Quisiera o no admitirlo, le gustaba aquel olor. Le recordaba a las praderas, los arroyos y los días de verano.

—¿Estas Rentando? —le preguntó.

Bella lo sorprendió con una sonrisa.

—¿Crees que me compraría una pocilga como esta?

—Siempre es mejor que un módulo prefabricado.

Edward sonrió a pesar de sí mismo, al recordar la primera vez que había visto a Bella.

Estaba sentada en clase de lengua y le había bastado verla para que su corazón adolescente comenzara a latir como un loco.

Bella había sido la única mujer que había hecho que le sudaran las manos. Por supuesto, aquello había sido antes de enterarse de que era animadora,vicepresidenta del Grupo de Honor y capitana de un equipo de debate.

Exactamente el tipo de chica que jamás se interesaría por un chico rudo y pobre que faltaba más días a clase de los que asistía.

Por un instante, los recuerdos de Forks amenazaron con envolverlo otra vez, pero se concentró en lo que Bella le estaba diciendo.

—Quería una casa en la que nos niños pudieran montar en bicicleta, o disfrutar de una limonada al atardecer. El barrio no es tan malo como parece, de verdad. La mayor parte de los vecinos son ancianos que se mantienen gracias a su pensión —se sentó frente a él—. Por supuesto, mis tres hijos alegran un poco el lugar.

—Estoy seguro.

Edward advirtió que la mayor parte de los cuadros de las paredes eran dibujos hechos por niños y se preguntó cómo serían los hijos de Bella. Después de sacar adelante a sus hermanos, se había jurado que jamás tendría hijos. Ya había tenido suficientes responsabilidades.

Pero estaba seguro de que los hijos de Bella eran especialmente guapos. Y no era que tuviera ganas de conocerlos.

Pensaba ofrecerle a Bella el dinero que pudiera necesitar y salir para siempre de su vida.

Se aclaró la garganta.

—Supongo que ya sabes por qué he venido.

—Te has enterado de que ayer me despidieron.

—Sí.

—Bueno, pues no hacía falta que vinieras.

Sonrió, haciendo otro valiente esfuerzo por fingir que estaba bien, pero Edward advirtió que retorcía nerviosa las manos en el regazo.

—Ahora que estoy sola, tendré que ir acostumbrándome a estos altibajos, ¿no crees?

—¿Van muy mal las cosas? —le preguntó Edward.

Bella abrió los ojos sorprendida.

—No, van bien. Estoy bien.

—Bella, quiero ayudarte, pero no puedo hacerlo a menos que sepa lo que necesitas.

—¿Lo que necesito? —soltó una carcajada carente de humor—.

Necesito volver doce años atrás, ir a la universidad y no casarme con Jacob. Eso es lo que necesito —se interrumpió—.

En una ocasión me advertiste que no lo hiciera, ¿te acuerdas?

Claro que se acordaba. Y también se acordaba de que le había advertido contra Jacob porque quería que fuera para él. Eran muchas las chicas que andaban detrás de él, nunca le había faltado compañera para el baile, pero Bella era la única con la que soñaba.

—Fue una tontería de adolescente. No sé por qué te lo dije —mintió.

Bella se cruzó de brazos y se recostó en la silla.

—Aun así, me gustaría haberte hecho caso. Excepto por mis hijos. Nunca me he arrepentido de haberlos tenido.

Sonó el teléfono. Bella se levantó y le indicó con un gesto que no tardaría en volver. Se llevó el teléfono inalámbrico a la cocina para hablar, pero Edward podía oírla sin dificultad.

—¿Y ahora qué quieres? No, yo no dije eso. Yo dije que tendríamos que celebrar aquí su cumpleaños.

Ese lugar es demasiado caro.

Jacob ya lo sabes.

¿Por qué siempre tienes que estropearlo todo? Escucha, ahora no puedo seguir hablando de eso porque hay alguien aquí.

Edward Cullen. ¿Te acuerdas de él? Iba con nosotros al instituto. ¿Qué?

Bajó la voz de tal manera que Edward apenas podía oírla, pero tras haber oído su nombre, se mantuvo atento al resto de la conversación.

—Me cuesta creer que me estés diciendo una cosa así. No vamos a hacer nada. ¡Y no tienes ningún derecho a hacerme esa clase de preguntas! Edward y yo nunca nos hemos besado.

¿Están los niños allí? ¿Has dicho eso delante de Charlie?

Olvídalo. Te voy a colgar, Jacob.

Al final, estalló frustrada:

—Muy bien. No creo que haga falta mucho para ser mejor que tú —y colgó el teléfono, dejando a Edward preguntándose en qué no hacía falta ser tan bueno.

A raíz del resto de la conversación, su imaginación ya estaba presentándole algunas posibilidades bastante interesantes.

Pero todas ellas eran posibilidades que se negaba a contemplar porque sabía que cualquier relación física con Bella iría acompañada por un precio más alto del que estaba dispuesto a pagar. Él ya había educado su cuota correspondiente de niños. No pensaba pasar por ese infierno otra vez.

—Lo siento —se disculpó Bella al volver.

—No te preocupes. De todas formas, tengo que irme.

Se levantó y abrió la boca para ofrecerle el dinero que pretendía darle. Quería firmarle un cheque y marcharse sin mirar atrás. Pero en el fondo sabía que no sería tan fácil. Una mujer con el orgullo de Bella no aceptaría caridad. Así que hizo exactamente lo que se había prometido no hacer y le ofreció el trabajo que ella le había pedido.

—Pensaba que lo tenías todo cubierto —respondió ella.

—Bueno, para empezar no será mucho. Estarás disponible para todo lo que haya que hacer y supongo que al cabo de un tiempo podrás ir haciéndote cargo también de las ventas. En cuanto saques la licencia y adquieras un poco de experiencia, podrás trabajar en cualquier parte.

Bella frunció el ceño.

—Edward, no tienes por qué hacer esto si.

—Todo el mundo necesita que lo ayuden antes o después, Bella.

Cuando yo vine a Port Angeles, hubo un hombre que me ayudó a llegar a donde estoy ahora.

Su mentor, la única persona que lo había animado cuando pensaba que iban a ahogarlo las responsabilidades.

—Simplemente, estoy devolviendo el favor. Además, esto no será una limosna. Trabajarás a cambio de dinero. Te pagaremos dos mil quinientos dólares al mes.

¿Crees que te conviene?

Bella asintió al instante.

—¿Cuándo quieres que empiece?

—Mañana, si puedes.

Una sonrisa curvó los labios de Bella. El alivio y la esperanza iluminaron sus ojos, haciéndole parecer increíblemente atractiva. No había cambiado mucho desde que estaba en el instituto. Y Edward comenzaba a temer que ninguno de ellos hubiera cambiado lo suficiente.

Al ver a Bella ya no le sudaban las palmas de la mano, pero aquella mujer provocaba sensaciones extrañas en su pecho y una respuesta muy intensa en otras regiones de su cuerpo.

—Estaré allí —le prometió y lo sorprendió poniéndose de puntillas para darle un abrazo—.

Gracias Edward. Lo haré lo mejor que pueda —musitó.

Por lo menos eso era lo que Edward creía que había dicho.

Porque lo único que sabía con certeza era que su cuerpo se había llenado de su esencia, que sus brazos estaban llenos de ella y que ya no era capaz de arrepentirse de haberla contratado.

Incluso pensó en ofrecerle un aumento.


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