AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Cuatro

Aquello no podía estar sucediéndole. Bella miró el reloj y se asustó al ver que faltaban sólo diez minutos para la hora a la que había acordado llegar a Viviendas Cullen.

Pisó frenéticamente el acelerador.

—Vamos, pequeño, arranca. ¡Arranca!

El motor gimió y traqueteó más lentamente que la vez anterior, para terminar quedándose en un completo silencio.

Se había quedado sin batería. Tendría que llamar a algún vecino para que la ayudara.

—No podía haber elegido un momento peor —musitó mientras se acercaba a casa del señor Eleazar. Con mucho cuidado para proteger su mejor traje, caminó hasta el porche y llamó con fuerza a la puerta.

Nadie contestó. Llamó un par de veces más y estaba ya a punto de renunciar cuando el señor Eleazar por fin abrió. La miró sorprendido. Todavía tenía la marca de las sábanas en la cara.

Bella se aclaró la garganta, sintiéndose un poco culpable por haberlo sacado de la cama para pedirle un favor. Jubilado desde hacía ocho años y además viudo, el señor Eleazar se pasaba el día haciendo chapucillas en su casa y sus días ya eran suficientemente largos como para obligarlo a madrugar.

—Siento haberlo despertado —se disculpó—, pero tengo un problema. Se supone que tengo que estar en el trabajo dentro de—miró el reloj y sofocó un gemido—, cinco minutos y no me arranca el coche. ¿Podría ayudarme a empujarlo?

El anciano inclinó la cabeza para ver el coche que estaba en la carretera. Musitó algo para indicarle que no tardaría en regresar y volvió a meterse en la casa.

Cuando volvió, llevaba su acostumbrado pantalón de poliéster; una camisa de manga corta abrochada hasta arriba y un par de cables en la mano.

Bella mantuvo en todo momento su mirada vigilante y desesperada en el reloj mientras el señor Eleazar llevaba su propio coche hasta el suyo y conectaba los cables de las baterías. Ya eran las ocho. Iba a llegar tarde. ¿Qué iba a pensar Edward? Su tardanza podía hacerle creer que James había hecho bien al despedirla.

Intentando mantener la calma, se metió en el coche y esperó a que el señor Eleazar le hiciera una señal para poner el motor en marcha. Para su inmenso alivio, el motor rugió al instante.

—Gracias —gritó mientras él desconectaba los cables—. Este fin de semana le haré una tarta. O quizá prefiera mermelada de fresa.

Hago una mermelada de fresa excelente.

—Me bastará con que sus hijos dejen de llevarse las piedras de mi jardín —respondió, tan gruñón como siempre.

—Se lo diré —respondió Bella suspirando mientras comenzaba a conducir.

La patente desaprobación del señor Eleazar estaba comenzando a sacar lo peor de ella, pero ya tendría tiempo para ocuparse de aquella cuestión. De momento, tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Como convertir un trayecto de siete u ocho minutos en otro de dos o tres.

Desgraciadamente, el tráfico se puso en contra suya. Para cuando llegó a la oficina de Edward, eran ya las ocho y veinte de la mañana y Edward no estaba por ninguna parte.

Tampoco estaba su hermano Emmett. Pero sí un hombre con el que se había cruzado al salir el día anterior. Estaba hablando por teléfono. Levantó un dedo para indicarle que no tardaría en atenderla y después inclinó la cabeza y volvió a concentrarse en la conversación.

—Le estoy diciendo que necesitamos esas placas de yeso mañana mismo, ¿me entiende?

De acuerdo, voy a pedir que lo hagan, No, eso no es suficiente. Los bancos nos están observando de cerca, están al tanto de todo lo que gastamos. Necesitamos convencerlos de que su dinero está completamente a salvo con nosotros y las ventas son la única forma de hacerlo.

De acuerdo, intenta conseguirlo. Y tranquilízate.

Colgó el teléfono y le brindó una vacilante y curiosa sonrisa mientras se levantaba y rodeaba el escritorio.

—Usted debe ser Isabella Black —dijo—. Edward me dijo que iba a venir.

—Sí, siento haber llegado un poco tarde.

Normalmente soy muy puntual, pero me he quedado sin batería esta mañana y han tenido que ayudarme.

Cuando ya era demasiado tarde, Bella se dio cuenta de que debería haber dejado el coche en marcha para que pudiera recargarse la batería. Pero nada más llegar, había apagado el motor y había salido volando hacia la oficina, lo que significaba que probablemente tendrían que volver a ayudarla a cargarla a las cinco. Pero ya no podía hacer nada.

—Yo soy Jasper, el hermano de Edward —dijo el hombre, tendiéndole la mano—. Soy el director de la empresa, algo que en nuestro caso significa básicamente llevar las riendas de la oficina y controlar las finanzas.

—Creo recordar haberlo visto un par de veces en Forks.

Jasper era también alto y atlético y sus rasgos se parecían, pero tenía el pelo rubio oscuro y sus ojos azules conservaban el recelo que habían perdido los de Edward.

—Probablemente. Yo era un novato cuando Edward estaba en el último año del instituto. Me comentó que estaba en su clase.

—Y estaba, pero no esperaba que volviéramos a encontrarnos.

—El mundo es muy pequeño —se cruzó de brazos y apoyó la cadera en el escritorio—. Hum supongo que ahora tendrá que hablarme de sus capacidades, señora Black. ¿Sabe usar el Windows?

Bella había leído el nombre de aquel programa en muchos de los anuncios. Todo el mundo buscaba secretarias que supieran manejarlo.

—Me temo que no. No he tenido mucha experiencia con ordenadores. Pero, por favor, tutéame.

—Isabella entonces —se interrumpió—.

-Prefiero Bella.

¿Entonces nunca has trabajado con un procesador de textos?

—No, pero sé mecanografía.

La estudié en el instituto.

—De acuerdo. ¿Y contabilidad? ¿Has llevado la contabilidad de alguna empresa en el pasado?

—Desgraciadamente no.

Hasta que había dejado a Jacob, Bella ni siquiera se ocupaba de cuadrar sus propias cuentas. Las preguntas de Jasper la estaban haciendo sentirse dolorosamente incompetente.

—Si quieres saber la verdad, nunca he trabajado en una oficina —admitió—. Creo que Edward me ha contratado más por confianza que por ninguna otra cosa, por mi relación con Forks. Pero aprendo rápido y estoy decidida a ser útil en esta oficina. Sé que al principio puede llegar a ser frustrante para ti, pero espero que puedas soportarme el tiempo suficiente como para que pueda demostrar lo que valgo.

Bella supo que su sinceridad había tenido efecto cuando vio que Jasper sonreía.

—Yo empecé con menos, de modo que creo que eso podremos arreglarlo.

—Magnífico. ¿Dónde quieres que me siente?

Jasper señaló una pequeña mesa de caoba situada al lado de un enorme mapa.

—De momento, hasta que contratemos a un verdadero agente inmobiliario y reorganicemos la oficina, te sentarás aquí.

Para empezar, puedes ir echándole un vistazo a los currículums que nos han enviado. ¿Por qué no te encargas tú también de hacer las primeras entrevistas y después me pasas a los principales candidatos? Así me quedaría tiempo para ocuparme de otras cosas.

Bella estaba a punto de contestar que no sabía el tipo de persona que estaban buscando cuando Jasper alzó la mano para hacerle saber que ya había anticipado aquella respuesta.

—Edward me comentó que no estabas familiarizada con el negocio, pero seguro que eres capaz de darte cuenta de cuándo una persona es de confianza y está motivada ¿no crees?

Bella asintió.

—De acuerdo —Bella se sentó tras el escritorio.

Una lámpara de diseño antiguo, un teléfono de color negro y una libreta con su correspondiente bolígrafo era todo lo que la esperaba sobre la mesa; los cajones estaban vacíos, excepto por el bolso que ella acababa de meter en uno de ellos y la guía telefónica de Port Angeles.

—¿Tendré que utilizar un ordenador?

—Dispondrás de uno en cuanto pueda proporcionártelo, pero ahora vienen las malas noticias. Hoy no habrá nadie disponible para enseñarte hasta después del almuerzo. Tengo que ir al departamento de planificación del condado y Edward tenía un montón de citas —miró impotente a su alrededor. Bella tuvo la impresión de que no sabía qué hacer con ella—. ¿Podrías atender las llamadas y archivar esto hasta entonces?

—Claro —Bella le brindó una confiada sonrisa que mantuvo en su rostro hasta que Jasper se marchó. Pero en cuanto la puerta se cerró tras él, su confianza se esfumó. Estaba sentada en su nuevo escritorio, con su mejor traje, con la mirada fija en el letrero de Viviendas Cullen y se sentía como un fraude.

Apoyó la cabeza entre las manos y se dio un masaje en las sienes, intentando aliviar un incipiente dolor de cabeza.

Después miró la caja que Jasper había dejado en el suelo antes de marcharse. Estaba llena de papeles y documentos relacionados con la constructora. Planos de casas, escrituras, cartas, cuentas, litigios por sólo Dios sabía qué problemas e incluso recetas.

Obviamente, si Jasper era el único que estaba a cargo de los archivos hasta que había llegado ella, llevaba algún retraso.

O quizá él, al igual que ella, tampoco sabía muy bien qué hacer con todas esas cosas. Un pensamiento desalentador.

Bella se llevó la caja a la habitación de al lado, donde encontró una enorme fotocopiadora y toda una pared de archivadores.

La esperanza renació momentáneamente al ver aquellos armarios de roble. Parecían completamente inofensivos, de modo que se dedicó a abrir los archivos.

Estaban llenos de papeles que ni siquiera habían sido guardados en orden alfabético.

Por lo que Bella comprendía de lo que estaba leyendo, podrían haber estado escritos en ruso.

La inseguridad retornó con renovadas fuerzas. Jasper le había pedido que archivara unos documentos. Archivar, por el amor de Dios, se suponía que era el trabajo más sencillo del mundo. Y ni siquiera era capaz de hacer eso.

Las lágrimas de frustración llegaron cuando se acercó al armario y abrió el primer archivador. Pero las reprimió rápidamente.

Quería una oportunidad y Edward se la había brindado.

Averiguaría el mecanismo de archivo, aunque para ello tuviera que leer hasta el último papel de la oficina.

oooooooooo

Eran más de las siete de la tarde cuando Edward regresaba a su casa. Había tenido un día terriblemente ocupado, viendo a ingenieros, arquitectos, comerciales, agentes inmobiliarios.

Pero aquel día se había entregado a su trabajo con más entusiasmo del habitual, intentando olvidar en todo momento que Bella había comenzado a trabajar para él ese mismo día.

Al salir de su casa el día anterior, había decidido que por su propia salud mental, debía ignorarla cuanto le fuera posible.

Pero, al parecer, no iba a poder terminar el día sin que Bella hubiera interferido de alguna manera en su vida. Su coche estaba todavía enfrente de la oficina.

Y Jasper ya se había ido.

¿Qué estaría haciendo allí a esas horas?

Suspirando, Edward abrió la puerta de la oficina y descubrió frente a él un escritorio vacío. ¿Dónde estaría Bella? ¿La habría invitado Jasper a cenar o algo parecido?

Era bastante probable. Ambos eran solteros y atractivos. Pero Jasper y Bella no tenían nada en común. Y su hermano pequeño era demasiado joven para ella. Debían llevarse, ¿cuánto? ¿Tres años quizá?

Edward tragó saliva. Tres años no eran nada, desde luego.

Dejó el abrigo en una silla, se sentó en el escritorio de su hermano y marcó el número de teléfono de su móvil. Edward no había llamado a la oficina, como normalmente hacía todos los días, pero Jasper le había dejado un mensaje en el móvil, de modo que sabía que no había ocurrido nada importante.

—Hola —contestó Jasper.

—Eh, ¿cómo ha ido el día? —le preguntó Edward.

—No ha pasado nada realmente interesante.

—¿Y dónde estás?

—En ningún lugar en especial, ¿por qué?

Edward pudo oír una voz masculina de fondo.

¿Estaría en un restaurante?

—¿Estás cenando?

—No.

—¿Está Bella contigo?

—¿Quién?

—Bella Sw... Black, la nueva empleada.

—¿Te refieres a Isabella? ¿Y por qué iba a estar conmigo?

—Porque su coche está aquí, pero ella se ha ido.

—¿Has mirado en la habitación de la fotocopiadora?

—¿En la habitación de la fotocopiadora?

—Todavía estaba allí cuando me he ido —gritó Jasper. El ruido que lo rodeaba era cada vez mayor—. Tengo que irme.

—Espera—dijo Edward, pero Jasper ya había colgado el teléfono.

Edward se quedó mirando el teléfono estupefacto. Su hermano solía quedarse hasta las diez o las once en la oficina casi todos los días. Sin embargo, últimamente había estado llegando muy pronto, pero se iba a las cinco en punto. Él insistía en que no estaba saliendo con nadie, pero nunca explicaba cómo pasaba las noches.

Algo estaba ocurriendo, Edward estaba seguro, ¿pero qué?

Sacudió la cabeza. Su hermano ya era un hombre adulto.

Podría manejar cualquier cosa que le ocurriera.

—¿Quién está ahí? ¿Edward, eres tú?

La voz de Bella resonó en el pasillo, interrumpiendo el curso de sus pensamientos.

—Sí, soy yo.

Edward se levantó y se acercó a comprobar los motivos por los que su nueva empleada continuaba trabajando.

La encontró en la habitación de la fotocopiadora, tal como Jasper había indicado, sentada en medio de un mar de carpetas. Había dejado los zapatos y la chaqueta en una silla.

Parecía una bibliotecaria desbordada por su trabajo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Edward, mirando nervioso los archivos que había vaciado. Una sonrisa de orgullo curvó los labios de Bella.

—Estoy intentando que nos organicemos.

¿Nos? Edward sintió que se tensaban sus músculos. ¡Jamás podría volver a encontrar un solo papel!

—¿Jasper te dijo que cambiaras todo el sistema de archivos? —le preguntó, a punto de perder la paciencia.

Bella señaló una caja de cartón vacía que estaba cerca de sus zapatos y su chaqueta.

—No, me dijo que archivara lo que había en esa caja, hasta que él volviera y pudiera explicarme lo que tenía que hacer.

Pero cuando ha vuelto no han dejado de llamarlo por teléfono, de modo que he buscado algo que hacer. Y en cuanto he empezado, me he dado cuenta de que en este lugar hacía falta una limpieza general.

¿Una limpieza general? ¿Una limpieza general? Pero si aquello era una oficina, por el amor de Dios. Miró indefenso aquel desastre.

—Pero si tú misma dijiste que nunca habías trabajado en una oficina.

—Y es cierto —su sonrisa se iluminó todavía más—. Me ha costado mucho entender cómo tenía que hacerlo, pero en cuanto he empezado a reconocer elementos comunes en los diferentes documentos, todo ha ido mucho más rápido.

—Ya entiendo.

Odiaba el tono condescendiente de su voz, pero estaba demasiado cansado e irritable para enfrentarse a una calamidad inesperada.

Se aclaró la garganta.

—¿Sabes que son casi las ocho?

—Sí, mis hijos están con Jacob así que no tengo por qué irme a casa. Si no te importa, preferiría terminar antes esto.

Sí le importaba. Y ese era precisamente el problema.

—Pero eso podría llevarte toda la noche.

Edward siguió el curso de su mirada por la desordenada habitación.

—De verdad, prácticamente ya está todo terminado. He abierto nuevos archivos y he conseguido que todo encajara en alguno, excepto esto —señaló una pila de papeles, que eran los que estaba revisando cuando Edward había entrado en la habitación—. Esos documentos no parecen encajar con ninguno.

He pensado abrir otro archivo para ellos, ¿o preferirías echarles un vistazo y decirme dónde quieres que los guarde?

Lo que Edward quería era que todo volviera al estado en el que se encontraba antes de que el tornado Bella hubiera arrasado su oficina.

—Todavía no he cenado, creo que voy a comer algo. ¿Por qué no dejas eso ahora? Jasper podrá echarles un vistazo a esos papeles mañana por la mañana.

—De acuerdo. Terminaré con lo que me queda y cerraré la oficina.

Edward sintió que se le tensaba un músculo de la mejilla por el esfuerzo que le estaba costando sonreír.

—Estupendo. Hay otro juego de llaves en el primer cajón de la mesa de Jasper. Puedes quedártelas. Buenas noches —le dijo y salió de allí, maldiciéndose por haber cometido la estupidez de contratarla.

Terminar de ordenar los archivos le llevó mucho más tiempo del que pensaba. Cuando cerró el último cajón, eran casi las doce, pero Bella experimentaba la maravillosa sensación del deber cumplido. Sabía mucho más sobre Viviendas Cullen de lo que habría podido aprender en seis meses de trabajo.

Edward tenía que poseer una habilidad extraordinaria para los negocios para haber sido capaz de levantar aquello desde la nada, pensó Bella, mientras resoplaba para apartar un mechón de pelo de su rostro mientras se levantaba. Según Tanya, era un donjuán, como Jacob, pero al menos él había trabajado duramente. Por lo menos tenía sueños y sabía cómo hacerlos realidad.

Y ella también iba a hacer algo con su vida, decidió Bella, examinando la habitación.

Ordenar el caos en el que habían convertido los archivos de Edward podía ser un paso muy pequeño, pero la hacía mirar con mucho más optimismo su futuro.

—¡Dios mío, me siento genial! —murmuró feliz, mientras iba a buscar el abrigo y los zapatos.

No había comido nada desde la hora del almuerzo, estaba cansada y le dolía la espalda por haber estado tanto tiempo agachada, pero sonreía feliz. Le entraban ganas de mostrarle a Edward lo que había hecho, pero hacía tiempo que no se oía nada. Probablemente Edward estaría dormido. De modo que volvería a casa y celebraría su victoria con unas galletas de chocolate.

De pronto recordó algo terrible. ¿Y su coche? ¿Arrancaría? Había estado tan concentrada en el trabajo que se había olvidado por completo de la batería.

Sacó las llaves del coche, corrió hasta él y abrió la puerta del conductor.

—Por favor, arranca —le suplicó mientras se sentaba tras el volante.

Pisó el acelerador y giró la llave, pero no ocurrió nada. La batería estaba agotada, tal como temía. Tenía que volver a casa y estaba demasiado lejos para ir andando.

No podía permitirse el lujo de llamar a un taxi. Y menos si iba a tener que comprar una batería nueva. Y no sabía cómo o dónde podía tomar un autobús que la llevara a Port Angeles.

Miró hacia las habitaciones en las que Edward vivía, preguntándose si habría alguna posibilidad de que todavía estuviera despierto. Su coche estaba aparcado al lado del de Bella. Si pudiera dejarle las llaves y un par de cables para cargar la batería, podría estar en su casa en menos de cinco minutos.

En cualquier caso, no le haría ningún daño comprobarlo, pensó mientras salía. Rodeó la casa, esperando ver luz o alguna señal que le indicara que Edward todavía estaba despierto. Pero todo estaba a oscuras.

¿Le molestaría mucho que lo despertara?

Motivada por el hambre y las ganas de meterse en su propia cama, entró a la oficina y recorrió de puntillas el pasillo por el que Edward se había marchado minutos antes.

La luz de la luna iluminaba las habitaciones. Bella pasó por delante de la cocina y llegó hasta una puerta que probablemente conducía al dormitorio de Edward.

Levantó el puño, tomó aire y llamó.

—¿Edward? ¿Estás ahí? —no obtuvo respuesta—.

¿Edward? —volvió a llamar, girando el pomo de la puerta.

La puerta estaba abierta y Bella estaba ya a punto de cruzarla, pensando que Edward debía estar en cualquier otra parte de la casa, cuando oyó su voz profunda a menos de un metro de ella.

—Pasa, Lauren, me alegro de que hayas venido.


GRACIAS POR SUS REVIEWS

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