AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Cinco

Edward sonrió satisfecho. Sabía que Lauren volvería. Había dicho que no quería tener nada que ver con él, que pensaba casarse y formar una familia. Pero no era la primera vez que le decía cosas como aquella. Al cabo de unas semanas, siempre terminaba llamándolo y volvían a instalarse en la misma relación que mantenían desde hacía dos años.

Aquella noche había elegido un buen momento.

No había tenido noticias de ella desde hacía más de un mes y echaba de menos la compañía y el placer físico que compartían. Por supuesto, él no la habría llamado.

No le parecía bien presionarla si ella no estaba satisfecha con su relación. Pero si había cambiado de opinión estaba dispuesto a retomar las cosas donde las habían dejado.

Por una parte, Lauren era una mujer que comprendía y tenía en consideración su apretado horario de trabajo. Por otra, había sido muy paciente y considerada con él. Y Edward necesitaba distracción. Se había dormido pensando en Bella y en lo enfadado que estaba con ella porque le había arruinado su sistema de archivos. Y en lo sexy que estaba con aquella expresión cansada y feliz.

—Ven aquí, déjame abrazarte —dijo Edward, tendiéndole los brazos.

—¿Perdón?

—¿Lauren?

—No, soy Bella. Siento molestarte, pero, me he quedado sin batería. Sólo quería pedirte prestadas las llaves de tu camioneta y un par de cables para cargar mi batería.

—¿Qué? —con un rápido movimiento, Edward encendió la luz de la mesilla y gimió al tiempo que se tapaba los ojos para protegerlos de aquel repentino resplandor.

—¿Tienes idea de la hora que es?

—Sí, son más de las doce. Acabo de terminar y quería irme, pero mi coche no arranca.

Magnífico. No solo había destrozado sus archivos, sino que se había quedado en la estacada en el proceso.

—De acuerdo, dame un par de minutos, ahora mismo voy.

—Puedo hacerlo yo —respondió Bella rápidamente—. Sólo dime donde guardas las llaves de la camioneta y donde tienes un par de cables para cargar la batería.

Cuando por fin pudo enfocar la mirada, Edward advirtió la inclinación de la mirada de Bella y recordó entonces que no llevaba nada encima, salvo un par de calzoncillos.

Estirando las sábanas para cubrirse apropiadamente, se recostó contra el cabecero.

—No tengo cables —le dijo, intentando buscar la solución más fácil—, pero puedes llevarte mi camioneta.

—¿No la necesitarás mañana por la mañana?

—No tengo ninguna cita a primera hora de la mañana —por lo menos ninguna que pudiera recordar en aquel momento—. Las llaves están en—se devanó los sesos, intentando localizarlas mentalmente—. La verdad es que pueden estar en cualquier parte. Tendré que ir a buscarlas.

Bella salió del dormitorio para que él pudiera levantarse y acercarse a la cómoda en la que había vaciado los bolsillos antes de acostarse. Estaban las tarjetas de crédito, algún dinero en efectivo y unos documentos que pretendía leer antes de dormirse.

Pero no estaban las llaves. Se puso un par de pantalones cortos y se dirigió a la cocina para mirar encima del frigorífico.

Bella estaba en el pasillo mordiéndose el labio cuando Edward salió. Iluminada por la tenue luz que se filtraba desde el dormitorio, Bella parecía cansada e incómodamente bella siempre bella. Edward quería decirle que se relajara, que no le importaba que lo hubiera despertado, pero no se atrevía a ser excesivamente amable. No podía involucrarse emocionalmente con ella, ni siquiera como amigo. Porque temía que aquello los llevara a algo más. Y él ya estaba seguro de que un soltero irreductible no era lo que Bella necesitaba.

—No sabes cuánto te agradezco tu ayuda —le dijo Bella, siguiéndolo a la cocina—. Mañana a la hora del almuerzo me compraré una batería nueva para que esto no vuelva a pasarme otra vez.

—¿Estás segura de que necesitas una batería nueva? Quizá alguno de tus hijos se haya dejado las luces encendidas o algo así.

—No creo, llevan un par de días con Jacob. Y mi coche es bastante viejo. No sé cuándo le cambiaron la batería por última vez.

—En cualquier caso, pásate por el taller para comprobar si todavía te sirve, sólo por si acaso —le contestó, preguntándose por qué de pronto sentía la necesidad de encargarse él mismo de esa batería.

Era por los años que llevaba cuidando de sus hermanos, decidió. Pero no podía extender aquella responsabilidad a nadie más y menos a una persona que podía malinterpretar lo que únicamente eran ganas de ayudarla.

De pronto se oyó un sordo gruñido procedente del estómago de Bella.

—¿No has cenado? —le preguntó Edward.

Bella se encogió de hombros y se sonrojó violentamente.

—Estaba demasiado concentrada en lo que estaba haciendo para parar a cenar. Espera a que veas los archivos —añadió—.

Te vas a llevar una gran impresión. He organizado los documentos por fechas. Los más antiguos están al final de cada archivo. En el primer anuario están las viviendas y los proyectos que ya están completamente cerrados, en un orden numérico que he establecido a partir de su dirección. En el siguiente los asuntos de los que te estás ocupando en la actualidad, ordenados del mismo modo. Y en el tercero la información sobre propiedades y terrenos que te interesan, pero que no has comprado todavía. En el último armario están los informes de tus empleados, recetas, cuentas, información bancaria.

Mañana haré un índice que podrá ayudarte a localizar cualquier documento en cuestión de segundos.

Un repentino sentimiento de culpabilidad hizo que Edward se aclarara la garganta y se volviera. Descubrió las llaves en el mostrador, las agarró y se obligó a darle las gracias.

—Has hecho un gran trabajo. Te agradezco que te hayas quedado hasta esta hora —le dijo.

—Pero sabes que no pretendo que te quedes hasta más tarde de las cinco, ¿verdad?Bella sonrió.

—¡Oh, ya lo sé! Pero hoy quería terminar. Y me alegro de haberlo hecho. He aprendido muchas cosas. Apuesto a que ahora sé mucho más sobre ti que la mayor parte de la gente.

Cuando la miró a los ojos, Edward se imaginó los brazos de Jacob sobre sus hombros y recordó haberlos visto bailar en el baile de final de curso. Eran como un rey y una reina.

Habían salido justo antes de que él saliera de la pista para siempre. No, Bella no sabía nada de él. Y si podía evitarlo, procuraría que siguiera sin saberlo.

—Te ofrecería algo de comer —le dijo—, pero normalmente tengo los armarios prácticamente vacíos. Pero si te apetece, tengo algunos productos congelados que puedes meter en el microondas.

—¿Te alimentas de productos precocinados?

—No tengo tiempo para otra cosa.

—¿Quién es Lauren? ¿Tu novia?

—Sólo una amiga.

—¿Y nunca cocina para ti?

—Sólo de vez en cuando —contestó.

No le apetecía explicarle que aunque hubiera cocinado para él en el pasado, probablemente nunca volvería a hacerlo. No le gustaba hablar de Lauren. Era una persona muy amable que se merecía un marido y los hijos que ella quisiera. Y él se sentía culpable por no habérselos dado. A veces se decía a sí mismo que era puro egoísmo el que le hacía negárselo, pero con Tanya había aprendido que la obligación no era una base firme para el matrimonio. El matrimonio le había hecho sentirse atrapado, reprimido. Lo sentía como una carga que añadir a sus muchas responsabilidades.

—Bueno, creo que ya va siendo hora de que me vaya —comentó Bella.

—Puedes salir por la puerta principal. Yo cerraré la oficina.

—Gracias —lo siguió hasta la puerta a través del salón de la casa—. Tendré mucho cuidado con tu camioneta.

Edward le sostuvo la puerta mientras ella salía, le dio las buenas noches y la observó alejarse. Después cerró y fue a cerrar la oficina. Pero cuando pasó por la habitación de la fotocopiadora, no pudo evitar detenerse y abrir uno de los archivos. Pudo comprobar entonces que cada portafolios estaba claramente etiquetado y perfectamente organizado. Se había equivocado al asumir lo peor.

Quizá contratarla no hubiera sido ninguna estupidez, se dijo.

A lo mejor Bella era lo que Viviendas Cullen necesitaba.

Y quizá fuera lo que él necesitaba.

No. Él encajaba mejor con Lauren o en alguien como ella, se dijo a sí mismo. Pero no podía explicar por qué no le desilusionaba que su ex novia no se hubiera puesto en contacto con él. Y tampoco podía decir por qué no fueron sus labios los que imaginó al meterse en la cama.

oooooooooo

Estaba acostumbrada a conducir coches caros y camionetas cuando vivía con Jacob pero no era lo mismo. Al igual que todo lo demás, los vehículos eran de Billy.

Bella hizo una mueca al imaginarse el rostro de Billy. Si había alguien que le desagradaba, ese era Billy. Billy dirigía su rancho con mano de hierro. Tenía a su mujer, Rebeca, completamente intimidada y pensaba que Jacob debería haber ejercido el mismo tipo de control sobre Bella.

Cuando Bella había presentado la demanda de divorcio, había sido Billy el que había encabezado la oposición. Al principio había intentado obligarla a quedarse, después sobornarla con una casa nueva y una asignación mensual mayor. Al final, había apostado por una sucia campaña contra ella sobre sus capacidades como madre y había intentado quitarle a los niños.

Afortunadamente, los jueces les habían dado a ella y a Jacob la custodia conjunta. Pero los tribunales habían apoyado a los Black en la cuestión financiera. La sonrisa que había visto en el rostro de Billy le había indicado que las batallas legales por fin habían cesado, pero que no se daba por vencido.

Pensaba que la pobreza podría a la larga hacerla volver con Jacob. Pero gracias a la pequeña ayuda de Edward y una gran determinación por su parte, el gran Billy Black no iba a salirse con la suya. No, aquella vez no.

Asientos de cuero. No había nada que oliera mejor, decidió Bella mientras recorría los quince kilómetros que la separaban de su casa. En cuanto consiguiera su licencia de agente inmobiliario y comenzara a vender casas, ella también se compraría su propia camioneta.

Bella puso el intermitente y tomó la salida de la autopista, que estaba a pocas manzanas de su casa. Era tarde y estaba cansada, pero disfrutaba conduciendo la camioneta de Edward, escuchando sus discos y percibiendo el aroma de su colonia. Cuando estaban en el instituto, nunca se había permitido pensar en él. Su corazón le pertenecía a Jacob y Edward le parecía demasiado sensual, demasiado peligroso de alguna manera, pero tenía que admitir que era un hombre atractivo.

Definitivamente, entendía que Tanya se hubiera enamorado de él.

Bella se paró un momento en la gasolinera para comprar en la tienda un helado, un par de tacos y una barrita de chocolate que sería el postre de su cena. ¿Cuánto tiempo hacía que no se sentía tan bien?, se preguntó mientras volvía a la camioneta. Probablemente siglos.

Se sentó en el aparcamiento y devoró la cena acompañada por la música de Debussy. Después tiró el recipiente de cartón en una papelera y se dirigió hacia su casa.

En cuanto llegó y vio la camioneta de Jacob allí aparcada, comprendió que la noche estaba a punto de estropearse.

—¿Qué estará haciendo aquí? —musitó, mientras aparcaba.

La puerta de la casa se abrió antes de que Bella hubiera llegado al porche y salió Jacob vestido con sus habituales vaqueros, una camiseta.

—¿Dónde demonios has estado? —le espetó.

—Trabajando.

—Y un cuerno. Hemos ido a buscarte a Joanna's. Allí nos han dicho que ya no trabajabas en el restaurante, que te habían despedido.

Bella habría preferido que Jacob no estuviera al corriente de lo del despido, pero ya le habían dicho la verdad.

—Y es cierto —admitió—. Hubo un malentendido.

Pero ya tengo otro trabajo.

Jacob miró la camioneta de Edward y esbozó una mueca de desprecio.

—Parece que te pagan mucho mejor que como camarera.

A Bella comenzó a dolerle el estómago.

—Sí, me pagan mejor, pero la camioneta no es mía.

—¿De quién es entonces?

Al recordar cómo había reaccionado la última vez que le había mencionado a Edward, Bella decidió mantenerlo al margen de la discusión.

—De un amigo. De todas formas, ¿qué estás haciendo aquí?

Se supone que no tenías que venir hasta mañana.

—¿Qué pasa? Ahora que los niños han vuelto, ¿tienes miedo de no poder volver a salir?

—¿Por qué hablas como si me estuvieras haciendo un favor al quedarte con los niños?—le preguntó—. ¡Fuiste tú el que quisiste compartir la custodia!

—Eso no significa que esté dispuesto a permitir que me utilices como niñera mientras tú te paseas como si estuvieras buscando a alguien que pueda asegurarte tu futuro.

Bella estaba tan enfadada que le temblaban las manos.

—¡No estoy buscando a nadie que me asegure el futuro! Si por mí fuera, los niños no tendrían ni que moverse de casa. Y si eso es lo que quieres, basta con que firmes un documento para que no tengas que volver a hacerte cargo de ellos.

—Eso es lo que te gustaría, ¿verdad? Sacarme por completo de escena.

—Sólo tienes dos opciones, Jacob: o llevarte a los niños y eso significa que a mí me queda más tiempo libre, o no llevártelos y en ese caso no podrás verlos. Tú decides.

—Tú preferirías que no volviera a verlos, ¿verdad?

—No, claro que no. No quiero que mis hijos echen de menos a su padre, pero tú no pareces estar muy preocupado por su bienestar.

—¿Ah no? ¿Y quién se ha quedado cuidándolos esta noche mientras tú estabas haciendo cualquier cosa con el hombre que te ha dejado la camioneta?

Bella tuvo que apretar los dientes para no ordenarle que se fuera al infierno.

—Baja la voz —siseó—. No quiero despertar ni a los niños ni a los vecinos, sobretodo porque no estaba haciendo nada con el hombre que me ha dejado la camioneta.

Sólo trabajo para él.

—¿Cómo qué? ¿Como dama de compañía?

—Le ordeno los archivos, atiendo las llamadas telefónicas y ese tipo de cosas.

—Qué bien —se burló Jacob—. ¿Esperas que me crea que has estado trabajando en una oficina hasta estas horas?

—Pues es cierto.

Pasando bruscamente por delante de ella, Jacob caminó a grandes zancadas hasta la camioneta e intentó abrir la puerta del conductor, pero Bella había cerrado con llave. Como no pudo abrir, giró para enfrentarse a ella.

—Dame las llaves.

Bella las sostenía en la mano derecha.

Instintivamente, las apretó con fuerza y se llevó la mano a la espalda.

—No.

—Quiero saber de quién es esta camioneta, maldita sea.

—No es asunto tuyo, Jacob. Y yo ya he vuelto a casa, así que puedes irte.

—¡He dicho que me des las llaves! —la agarró del brazo y se lo retorció para obligarla a soltar las llaves. Después abrió la camioneta y la registró—. Menudo canalla.

Es de Edward Cullen. Estás saliendo con ese saco de basura con el que fuimos al instituto.

—No estoy saliendo con nadie. Y no es un saco de basura.

Jacob esbozó una petulante sonrisa.

—Si mal no recuerdo, la mayor parte de los días ni siquiera iba al colegio. Se pasaba el día en aquella desvencijada camioneta, bebiendo, peleando y causando problemas hasta que enganchó a Tanya.

Lo que Bella recordaba era que Jacob y sus amigos, aunque no pelearan demasiado, le ganaban a la hora de beber.

—No me importa lo que fuera Edward cuando estaba en el instituto. Eso pertenece al pasado.

—¿No te importa? ¿No te importa que abandonara a Tanya sólo unos meses después de que ella hubiera perdido a su bebé? ¿O que ella estuviera tan destrozada por lo mal que la había tratado que incluso intentó suicidarse?

—Nosotros no sabemos lo que pasó. Y en cualquier caso, no es asunto nuestro.

Jacob continuó hablando como si Bella no hubiera dicho nada.

—¿Y crees que fue fiel cuando se casaron?

¡Diablos, no! Ese hombre no sabe lo que es serle fiel a nadie, excepto a sus hermanos.

—¿Y eres tú el que habla de fidelidad? —repuso Bella, tan furiosa que ya no podía continuar conteniéndose.

—Por lo menos yo siempre te he querido, siempre me he preocupado por ti. A Edward, Tanya no le importaba nada.

—Lo único que estás haciendo es repetir los rumores que corrían por el pueblo. Eso es todo.

—Puedes pensar lo que quieras, pero en Forks es muy difícil mantener nada en secreto.

¡Y ella lo sabía mejor que nadie! Cada vez que Jacob la engañaba con otra mujer, todo el mundo se enteraba. Y normalmente, incluso antes que ella. Le bastaba entrar en la tienda de ultramarinos o en la oficina de correos para advertir los susurros, los gestos e incluso las risas mal disimuladas.

Era una situación dolorosamente humillante.

—Aun así, Edward ha conseguido rehacer su vida —replicó—. Deberías verlo ahora. Desde que dejó Forks, ha llegado a convertirse en un hombre importante.

—¿De verdad? —Jacob miró la camioneta con despecho—. Cualquiera puede comprarse un maldito coche a plazos, no te dejes engañar.

—Por lo menos él es propietario de algo que no es de su papá —replicó ella, burlona.

Jacob la miró fijamente.

—Ya sé por qué dices eso, Bella. Debería haberme enfrentado a mi padre para que hubiéramos podido tener nuestra propia casa, como tú querías. Pero él solo—sacudió la cabeza—. No sé. Yo quiero a ese viejo canalla. Pero también lo odio. Y quiero que sepas que el divorcio y todas esas cosas bueno, creo que fueron más por su culpa que por la mía. Tú sabes que no soy un mal tipo.

He cometido algunos errores, pero estoy enamorado de ti desde que íbamos al instituto y si me lo permites, seguiré queriéndote durante el resto de nuestras vidas.

Esa es la razón por la que he traído a los niños a casa antes de tiempo. Quería hablar contigo para que dejáramos todos los problemas detrás y empezáramos de nuevo, en otro lugar, lejos de mi padre. Eso es lo que siempre has querido, ¿verdad?

Bella cerró los ojos con fuerza. Le había suplicado a Jacob que la llevara lejos de su padre más veces de las que era capaz de recordar. Pero Jacob no había tenido fuerza suficiente para hacerlo entonces. Y dudaba que la tuviera en aquel momento. En cualquier caso ya era demasiado tarde. Por mucho que le hubiera gustado volver a formar una familia por el bien de sus hijos, algo había cambiado dentro de ella. No quería depender nunca más de las decisiones o los errores de otros.

—Lo siento —susurró—. Ya es tarde.

Con la cabeza gacha, Jacob se ajustó el sombrero.

—Entonces hazme un favor —le dijo.

—¿Qué quieres?

—No te involucres sentimentalmente con Edward Cullen. Es un mal tipo, Bella, probablemente mucho peor de lo que puedas imaginarte.

—No hay nada entre nosotros —replicó—.

Trabajo para él, eso es todo.

Jacob asintió y señaló la camioneta.

—¿Debo suponer entonces que ese es un vehículo de la empresa y que terminas de trabajar después de la media noche?

—Me he quedado trabajando hasta tarde, se me ha gastado la batería y Edward no tenía cables para que pudiera cargarla. Ha tenido la amabilidad de dejarme esta camioneta para que pudiera volver a casa.

Jacob la miró con expresión escéptica.

—No permitas que te haga demasiados favores.

Podría no gustarte lo que espera a cambio.

Dio media vuelta y se marchó. Bella permaneció en la puerta, con la mirada clavada en la camioneta de su ex marido hasta que la vio desaparecer. Edward podría tener sus problemas, pero eran una cuestión personal que no tenía nada que ver con su relación laboral. Lo que le había hecho a Tanya no tenía nada que ver con ella.

Miró una vez más la camioneta, diciéndose con determinación que ella no tenía ningún interés amoroso en Edward Cullen.

Podría ser un hombre atractivo, sí y carismático también. Pero ella no estaba interesada en ningún hombre. Al menos de momento.

Aun así, una vocecilla rebelde en su interior se empeñaba en llamarla mentirosa y le decía que no estaba interesada en ningún hombre, excepto en Edward.