AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Ocho

Edward nunca había odiado los fines de semana, pero mientras caminaba por su casa vacía el sábado por la tarde, tenía que admitir que estaba empezando a aborrecerlos.

Sin Lauren ocupando sus noches, sin poder hablar con Jasper y sin que nadie lo llamara, tenía poco que hacer, aparte de encerrarse en la oficina y trabajar como hacía cada día.

Merodeó por la cocina, preguntándose qué podría cenar. Tras comprobar el estado de su refrigerador, decidió salir. El silencio de la casa comenzaba a resultarle abrumador.

Necesitaba estar con gente, necesitaba algo que lo distrajera de sus habituales pensamientos sobre escrituras, terrenos y créditos.

¿Y si llamaba a Lauren? Juntos siempre lo pasaban bien.

Podían ir a cenar, o al cine y quizá volver juntos a casa más tarde.

Pero si se ponía en contacto con Lauren volverían a la situación en la que antes se encontraban: ella esperaría una relación más comprometida y él sería incapaz de dársela.

No, quería a Lauren lo suficiente como para dejarla en paz.

Siempre podía llamar a alguno de sus hermanos, decidió. Pero Emmett estaba en Seattle y Alec y Seth a más de seis horas de viaje y no le apetecía conducir. Por supuesto, no iba a ponerse en contacto con Jasper. Él y Jasper llevaban casi un mes sin hablarse. No habían vuelto a verse desde el día en que Jasper había salido de su despacho y aquel no era el momento para tender puentes. Tampoco creía, después de lo que Emmett le había contado, que Jasper quisiera saber nada de él.

Podía buscar en su agenda y llamar a alguna de las chicas con las que había salido en el pasado. O podía llamar a Bella.

Había tenido la tentación de hacerlo en otras ocasiones, aunque al final había optado por no hacerlo. Pero no le haría ningún daño llamarla. En cualquier caso, la veía casi a diario.

Llevaba un par de semanas limpiando y cocinando para él y sus esfuerzos habían supuesto una gran diferencia en su vida.

Los armarios de la cocina estaban llenos de conservas caseras: pepinillos en vinagre, mermelada de fresa y melocotones en conserva.

No había ni una sola mota de polvo a la vista. Y toda la casa olía a galletas de chocolate. Edward nunca había tenido a nadie que se ocupara de él y estaba empezando a pensar que había sido una gran idea contratarla.

Un hombre podía acostumbrarse a aquellas comodidades, decidió. El único problema eran las horas en las que ella no estaba. Le había dejado comida suficiente para el fin de semana, pero aun así, había algo que echaba de menos cuando Bella no estaba. Lo sentía con más fuerza a medida que iba pasando el tiempo y estaba empezando a temer que fuera su presencia física.

Aquello era una locura. Simplemente, estaba aburrido. O quizá se sintiera solo. En cualquier caso, Bella era una vieja amiga. No le haría ningún daño llamarla.

Levantó el teléfono y volvió a colgarlo.

Tenía que encontrar alguna razón, alguna excusa para llamarla.

Podía decirle que se le había estropeado la aspiradora y pedirle prestada la suya.

No, porque en ese caso tendría que romper la aspiradora.

¿Y si la llamaba para preguntarle qué pensaba del trabajo que estaba haciendo Angela?

Podía hacerlo, sí, pero se pondría en evidencia. Bella había sido la primera en entrevistar y recomendar a Angela y ya había vendido cuatro casas en la primera semana de trabajo.

Estaba haciendo un magnífico trabajo y todo el mundo lo sabía.

¿Y si le dijera que al día siguiente tenía una cena y que le gustaría contratarla para que se encargara ella de prepararla?

Edward se frotó la barbilla. Era una posibilidad. Estaba pensando en cómo adornar la historia con una lista de invitados cuando vio algo por el rabillo del ojo que le indicó que no iba a tener que mentir.

oooooooooo

—¿Cuándo va a venir a buscarnos papá? —preguntó Mackenzie.

Estaba de pie en una silla, al lado de Bella y frente al mostrador de la cocina, tendiéndole los calabacines que su madre acababa de asar.

Charlie estaba poniendo la mesa para la cena y Sophia fingía lavar los platos que se amontonaban en el fregadero.

—Hace casi un mes que no viene —se quejó Charlie, malhumorado—. Ahora que hemos empezado el colegio sólo podemos ir a Forks los fines de semana. ¿Por qué no ha venido?

¿Le has dicho que no venga?

—No, claro que no —respondió Bella, intentando no enfadarse a pesar del tono acusatorio de su hijo.

—¿Entonces qué ha pasado?

—No lo sé. Los ha llamado de vez en cuando —contestó, intentando ser positiva.

Pero en realidad, no sabía cómo explicarles la repentina negligencia de su marido. Les había prometido a los niños irlos a buscar en un par de ocasiones y había llamado en el último momento para cancelar la cita.

¿Estaría saliendo con alguien? Sabía que no le hacía ninguna gracia que estuviera trabajando para Edward. De modo que quizá hubiera decidido castigarla asegurándose de que no iba a quedarse él cuidando a los niños en el caso de que Edward y ella quisieran salir juntos. Tratándose de Jacob cualquier cosa era posible.

—A lo mejor está muy ocupado.

—¿Demasiado ocupado para venir a buscarnos? —replicó Mackenzie.

—Estoy segura de que vendrá pronto. Si quieren, pueden llamarlo después de cenar.

—Yo no quiero hablar con él —gruñó Charlie dejando caer los cubiertos bruscamente al lado de cada plato.

—Charlie siempre está de mal humor —se quejó Mackenzie, haciéndole burla a su hermano—. Yo sí quiero hablar con papá.

—¡Yo también! —se sumó Sophia.

Bella se secó las manos, apartó un mechón de pelo del rostro de Sophia y le dio un beso en la mejilla.

—En cuanto terminemos de cenar lo llamaremos y los que quieran podrán hablar con él.

El timbre de la puerta sonó justo en el momento en el que Bella estaba abriendo el horno. Rápidamente sacó el pan con los calabacines y corrió hacia la puerta. Pero Charlie ya había abierto.

—¿Está tu madre en casa?

Bella reconoció instantáneamente aquella voz y deseó haberse arreglado. Los sábados rara vez se molestaba en arreglarse el pelo o en maquillarse y aquel sábado no era diferente.

Había pasado la tarde jugando en el patio con los niños, un juego que había terminado convertido en una pelea de agua hasta que el señor Eleazar había salido a regañarlos porque le habían mojado la ventana del dormitorio con la manguera.

—¡Edward! No esperaba verte hoy —dijo.

Edward estaba de pie en el marco de la puerta, con unos pantalones cortos y una camiseta, en vez de con el traje y la corbata que habitualmente llevaba.

Bella bajó la mirada hacia sus propios pantalones cortos y la camiseta, esperando que por alguna especie de milagro, al menos estuvieran limpios.

—¿Qué te trae por aquí?

—Estaba por esta zona y he venido a traerte esto.

Alzó la mano y le mostró la chaqueta que acompañaba su traje de color lavanda. Bella se la había dejado en la oficina unos días atrás y se había olvidado de llevarla a casa.

Pero desde luego, la chaqueta no era tan importante como para justificar un viaje hasta allí.

—Gracias —le dijo.

—De nada —Edward vio entonces a Charlie, que continuaba entre ellos, mirándolo con franca curiosidad—. ¿Así que este es tu hijo?

—Sí, este es Charlie. Tiene diez años.

—¿La camioneta que trajo mi madre hace unas semanas a casa era tuya? —preguntó Charlie.

—Si era igual que esa, sí —contestó Edward señalando la camioneta que había dejado aparcada en la acera.

—Sí, es esa tan chula —dijo Charlie—. Cuando yo sea mayor, me compraré una igual.

—Para entonces habrá otros modelos que te gustarán todavía más, te lo aseguro —repuso Edward.

Mackenzie y Sophia habían seguido a Bella hacia la puerta y en ese momento se arremolinaban alrededor de Charlie para poder ver a su visitante, de modo que Bella también las presentó.

—Esta es Sophia, mi hija más pequeña y esta Mackenzie, que tiene casi seis años. Este es mi jefe —les explicó a sus hijos—.

Se llama señor Cullen.

—Pero pueden llamarme Edward.

Se produjo un embarazoso silencio mientras Bella intentaba decidir si debía invitarlo o no. Echaba de menos la compañía de un adulto, pero Edward difícilmente encajaba en el molde de un amigo con el que pudiera mantener una relación exclusivamente platónica. Era demasiado atractivo y ella sabía demasiadas cosas sobre su pasado.

Aun así, el día que Jasper se había ido de la oficina, había descubierto que también poseía un lado sensible. Por las noches, cuando se encontraba en ese estado intermedio entre el sueño y la vigilia, a menudo revivía el momento en el que le había tocado el brazo y él la había mirado con expresión anhelante.

Edward se aclaró la garganta.

—Creo que será mejor que me vaya.

—¿Has cenado? —le preguntó Bella. Los buenos modales que sus padres le habían inculcado se impusieron al sentido común—. Íbamos a empezar a cenar y hay comida de sobra si quieres unirte a nosotros.

Creía que Edward declinaría la invitación. De hecho, esperaba que lo hiciera.

—¿Estás segura de que no será una molestia?

Bella se acobardó. Si eran ciertos los rumores que corrían por Forks, Edward tenía una afición especial a las aventuras amorosas y ella acababa de invitarlo a cenar.

—Claro que no es una molestia —se oyó decir a sí misma—. Charlie, ¿por qué no pones un plato más?

Por una vez, Charlie obedeció sin protestar.

Y puesto que Edward iba a cenar con ellos, Bella decidió que lo menos que podía hacer era fingir que le apetecía que estuviera allí.

—¿Puedo ofrecerte algo de beber? —le preguntó—. ¿Una copa de vino, un refresco?

—Si tienes, tomaré un refresco. ¿Puedo ayudar en algo?

—No ya está todo listo. ¿Por qué no te sientas y te pones cómodo? —sugirió, señalando hacia la sala.

Edward aceptó sus sugerencia y Bella se metió en la cocina para servirle el refresco. Llamó a Mackenzie para que se la llevara y terminó de preparar la ensalada. La cena parecía un poco escasa con un solo plato y la ensalada.

Desde luego, no era una cena que le enorgulleciera compartir con su jefe. Pero le gustara o no, Edward estaba allí y ya no tenía tiempo de improvisar otra cosa. Ni de arreglarse.

Miró su reflejo en la ventana que había encima del fregadero y rápidamente intentó arreglarse la cola de caballo. Pero sin un cepillo a mano, sus esfuerzos fueron inútiles.

No importaba, se dijo a sí misma, renunciando a dominar su melena. No pretendía impresionar a Edward. En cualquier caso, no podía permitirse el lujo de intimar excesivamente con él.

Mientras buscaba por la cocina el aderezo para la ensalada, oyó a Charlie hablándole a Edward de su equipo de fútbol.

Por lo que le oía decir, debía estar enseñándole todas las fotos y los trofeos. Después las niñas comenzaron a llevarle sus muñecas y accesorios y para cuando la cena estuvo en la mesa, Edward estaba rodeado de juguetes, trofeos y muñecos de peluche.

Bella comprendió divertida que los niños asustarían a Edward mucho antes de que ella hubiera tenido tiempo de decir nada.

—Espero que no te sientas abrumado por los niños —le dijo, cuando Charlie y sus hermanas fueron a lavarse las manos—.

No tenemos muchas visitas.

—Prácticamente crié solo a mis cuatro hermanos. Para mí los niños no son nada nuevo.

Sonrió mientras se levantaba y Bella admitió a regañadientes que le gustaba que Edward sonriera. Tenía unos dientes magníficos, una barbilla fuerte y pómulos marcados. Pero su atractivo iba mucho más allá de sus facciones. El Edward al que ella había conocido en el instituto era un joven engreído y seductor. El Edward maduro le inspiraba mucha más confianza, lo que a sus ojos le hacía parecer mucho más sexy.

El adolescente duro y renegado había conseguido labrarse un futuro. No le extrañaba que la pobre Tanya se hubiera enamorado tan locamente de él.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Edward mientras se sentaban a la mesa.

—Me estaba acordando del chico al que conocí en el instituto —contestó, confesando sólo parte de la verdad.

—¿Crees que he cambiado?'

—Creo que sí, mucho.

Edward la estudió en silencio.

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Bella Black es una persona distinta de Bella Swan?

—No del todo.

—A veces te miro y veo a la despreocupada reina de nuestro curso.

Bella sonrió, recordando su momento de gloria, pero su sonrisa se marchitó cuando Edward continuó hablando.

—Pero otras veces veo en tu rostro una tristeza que antes no estaba y me pregunto quién la habrá puesto allí. Supongo que habrá sido Jacob.

Su expresión era tan intensa que Bella no era capaz de dejar de mirarlo. No esperaba que fuera tan directo. En el trabajo mantenían su relación en un nivel puramente formal. De hecho, en muchas ocasiones Edward se comportaba como si en realidad prefiriera que Bella no anduviera por allí. Y una cosa que Bella había tenido muy clara desde el primer momento era que Edward no quería hablar de Forks, no quería revivir los viejos tiempos.

Lo cual era también preferible para Bella.

Pero entonces, ¿a qué venía aquel repentino interés por el pasado?

Edward parecía estar a punto de decir algo más, pero en aquel momento llegaron los niños, hablando con toda la fuerza de sus pulmones y pareció pensárselo mejor.

Dedicó a partir de entonces su atención a pasarle a Bella los platos para que pudiera ir sirviendo la comida y escuchó atentamente la conversación de Charlie y las niñas, que se pasaron la cena hablando del colegio, los juguetes que querían para Navidad y de cómo habían tenido que terminar la batalla de agua por culpa del señor Eleazar.

Cuando las niñas abandonaron la mesa para seguir jugando, Charlie comenzó a contarle a Edward lo mucho que había disfrutado con su padre en las Montaña durante el verano.

—Yo también iba por allí cuando era pequeño —le dijo Edward—. Mis hermanos y yo no teníamos un Jeep para subir, pero solíamos utilizar mi camioneta. Una vez, el motor se paró en el peor momento posible y pensamos que íbamos a rodar hasta el final.

—¿Y se cayeron? —preguntó Charlie, con los ojos abiertos como platos.

—No, conseguí poner el motor en marcha otra vez y fuimos bajando lentamente.

—¿Y tu padre se enfadó cuando se enteró de lo que les había estado a punto de pasar?

—No se enteró.

—¿Y tu madre?

Edward vaciló el tiempo suficiente como para hacerle preguntarse a Bella si las preguntas de Charlie lo estarían molestando. Ella no recordaba a los padres de Edward.

Dudaba que los hubiera visto nunca. No participaban en las actividades del pueblo y tampoco iban a los partidos de fútbol del instituto, como solían hacer los padres de Jacob.

Bella sabía que Edward y su familia eran pobres y suponía que también orgullosos, pero nada más.

—Mi madre estaba enferma. Intentábamos no contarle nada que pudiera afectarla.

—¿Qué le pasaba?

—Charlie —lo interrumpió Bella—, ¿por qué no te vas a ver la televisión? Son las siete.

Seguro que están poniendo algo divertido.

—No, no pasa nada —contestó Edward—. Mi madre tenía esclerosis múltiple.

—¿Y eso qué es?

—Es una enfermedad que tiene efectos diferentes según las personas. Por alguna razón, en mi madre el efecto degenerativo fue muy rápido. A los cinco años de que se la diagnosticaran, no podía ni caminar ni utilizar las manos.

Cinco años después, ni siquiera podía hablar.

Charlie estaba horrorizado.

—¿Entonces qué podía hacer?

Bella se aclaró la garganta, deseando que su hijo pudiera interpretar las señales que mostraba el cuerpo de Edward.

Éstas indicaban claramente que el tema de su madre lo afectaba muy intensamente. Pero Charlie era solo un niño y la curiosidad le podía.

—Sólo podía oír —le explicó Edward—. Y a veces intentaba reír.

—¿Y ahora dónde está? —quiso saber Charlie.

—Murió un año después de que yo saliera del instituto.

—¿Y tu padre?

—Ya está bien de preguntas —dijo Bella y comprendió que por fin su hijo había advertido la firmeza de su voz, porque la miró con el ceño fruncido—. Vete a ver la televisión.

—Jo, mamá, sólo estaba hablando con él.

—Hazlo que te he dicho —insistió.

Cuando Charlie abandonó la habitación, Bella se volvió hacia Edward.

—Siento mucho lo de tu madre —le dijo—. No lo sabía. A tu edad, debió ser algo muy difícil.

—No fue mi edad lo que lo hizo difícil —repuso, pero rápidamente añadió—: Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces.

Preferiría no hablar de ello.

Bella se levantó y comenzó a limpiar la mesa.

—¿Entonces de qué te apetece hablar? —preguntó.

Después de haber cenado con él, encontraba extrañamente difícil dejarlo marchar. Había sido muy amable con los niños y había resultado muy agradable tenerlo a su lado.

Edward la ayudó a llevar los platos sucios a la cocina.

—¿Y a ti cómo te han ido las cosas desde entonces? —le preguntó a Bella.

—¿A qué te refieres exactamente? —preguntó ella, vaciando la comida de los platos.

—¿Qué ocurrió entre Jacob y tú? En el instituto estaban muy enamorados.

—Tuvimos muchos problemas —contestó—. Su padre fue uno de ellos.

Edward terminó de recoger la mesa mientras ella volvía a meter el pan en el horno.

—Así que el problema fue Billy —comentó Edward cuando regresó a la cocina.

—Sí, era excesivamente controlador y estaba completamente ciego en todo lo que se refería a Jacob. Se negaba a dejarlo crecer y Jacob no tenía suficiente confianza como para tomar decisiones por sí mismo. Yo intenté convencerlo de que sería preferible que viviéramos por nuestra cuenta. Estaba segura de que si Jacob asumía su responsabilidad como padre y marido, las cosas podrían funcionar. Además, me sentía como una invitada viviendo en casa de sus padres. Sé que a la gente le cuesta comprenderlo porque tenía todo lo que necesitaba.

Pero lo odiaba.

No teníamos ninguna clase de intimidad. Sus padres estaban al corriente de todas nuestras discusiones y me miraban con desaprobación cuando—Bella se interrumpió bruscamente.

Había estado a punto de hablarle de las numerosas aventuras de Jacob. Había tenido tan pocas oportunidades de hablar con alguien que había olvidado que Edward no podría mostrar ninguna simpatía hacia ella, puesto que era probable que él le hubiera hecho lo mismo a Tanya.

—¿Cuando qué? —insistió.

—No importa.

Edward la miró con curiosidad, pero Sophia y Mackenzie entraron en la cocina en aquel momento y evitaron que Bella tuviera que enfrentarse a la expresión interrogante de sus ojos.

—Dijiste que llamaríamos a papá esta noche —le recordaron.

Normalmente, Bella les habría pedido a sus hijas que esperaran hasta que hubiera terminado de lavar los platos, pero necesitaba rápidamente un motivo de distracción, de modo que levantó el teléfono y marcó el número.

—¿Por qué no vas a ver si Charlie quiere hablar con papá?

Mackenzie le dio un codazo a su hermana.

—Ve a decirle a Charlie que estamos llamando a papá.

Sophia fue a buscar a su hermano, Mackenzie se hizo cargo del teléfono y Bella y Edward volvieron al cuarto de estar. Al cabo de un minuto, Mackenzie entró en el cuarto de estar y anunció que su padre no estaba en casa.

—¿Puedo llamar a los abuelos? —preguntó—. A lo mejor pueden venir ellos a buscarnos.

—Los abuelos se acuestan pronto —le recordó, mientras intentaba inventar una excusa conveniente.

—Pero no tan pronto —repuso Charlie, acercándose a Sophia.

Evidentemente, Charlie había cambiado de opinión sobre la idea de llamar a Forks.

Desde el divorcio, eran frecuentes en él aquellos cambios de humor.

—¿Quieres hablar con el abuelo? —le preguntó Bella.

Charlie se encogió de hombros.

—Bueno.

Esperando que pudiera al menos mantener una relación de confianza con su abuelo que le diera alguna estabilidad, Bella tragó saliva y aceptó.

—De acuerdo. Vengan.

En aquella ocasión, marcó el número y le tendió el teléfono a Charlie. Edward estaba en la entrada de la cocina, observando la escena con curiosidad. Las niñas aguardaban expectantes a su lado.

—Hola abuelo. Soy Charlie. Ya sé que ha pasado mucho tiempo. Yo también te echo de menos. ¿Dónde está papá?

Hace mucho que no viene a buscarnos.

¿Qué? Charlie miró a Bella y ésta supo que acababan de mencionarla. Y dudaba que hubiera sido para algo bueno.

Con Billy, nunca lo era.

—No lo sé. Ella nunca lo ha dicho. Papá siempre venía a buscarnos. Se lo preguntaré, pero a lo mejor no puede.

Charlie bajó el teléfono y se volvió hacia ella.

—Él quiere vernos —le dijo.

—Magnífico. ¿Y por qué no viene a buscaros?

—Dice que te toca a ti llevarnos.

¿Que le tocaba a ella? Charlie lo hacía sonar como si fuera una especie de obligación, pero siempre había sido Jacob el que se encargaba de ir a buscarlos. Miró a Edward, deseando intimidad y éste pareció comprenderla porque se fue inmediatamente al cuarto de estar.

—Cariño, lo haría si pudiera —dijo Bella bajando la voz—, pero mi coche es muy viejo y no creo que sea recomendable salir con él de la ciudad.

—Pero lo llevas todos los días al trabajo.

—Claro que sí, pero el trabajo está a sólo quince minutos de casa. Si se estropea, siempre puedo llamar a alguien. Afuera, en la carretera, no hay nadie a quien llamar.

—¿Entonces?

—Es demasiado peligroso, Charlie.¿No me has entendido?

Tendríamos que llevar a las niñas.

Los neumáticos están muy gastados.

—Siempre encuentras alguna excusa. ¡Hace un mes que no vemos a papá, pero a ti no te importa!

Bella era consciente de que Edward continuaba en la otra habitación. Le había ofrecido un poco de intimidad al marcharse, pero dudaba que no estuviera oyendo su conversación. Su casa no era suficientemente grande como para evitar que llegaran hasta él los reproches de Charlie.

—Yo no tengo la culpa de que no lo hayan visto, Charlie y lo sabes.

—¿,Entonces de quién es la culpa? ¿De papá?

¡Sí!, quería gritar Bella, pero en aquella situación ella era la única persona adulta y estaba decidida a actuar como tal.

—Yo no quiero repartir culpas. Las cosas no funcionan así.

—Venga, mamá. Estoy seguro de que el coche llegará.

—Cariño, te prometo que te llevaría a Forks si pudiera, pero no puedo. ¿Qué ocurriría si se estropeara? Entonces sí que tendríamos problemas serios.

Charlie la miró con los ojos entrecerrados y tomó el teléfono otra vez.

—Tienes razón. No quiere llevarnos. No nos deja ver a nuestro padre.

Bella abrió la boca para protestar por aquella injusta acusación, justo en el momento en el que Edward entró en la cocina.

—Dile a tu abuelo que espere —le dijo al niño—. Estarás allí dentro de un par de horas.

—¿Qué? —Bella miró a Edward completamente estupefacta.

—Será mejor que salgamos antes de que se haga tarde.

—¿Vas a llevarnos a Forks?

Edward se encogió de hombros.

—¿Por qué no?

—Es un viaje muy largo. Regresaremos muy tarde y además, mañana habría que traer a los niños.

—¿No los traerá Jacob?

—No lo sé. No está en casa, de modo que no puedo preguntárselo.

Charlie miró a su madre.

—¿Y no se pueden quedar allí?

—¿Dónde? —preguntó Bella.

—Con los abuelos —contestó Mackenzie, como si aquella respuesta debiera ser obvia para todo el mundo.

Bella intentó no rechazarla abiertamente.

—Escuchen, niños, no podemos pedirle a Edward que se pase allí toda la noche.

Esperaba que Edward la ayudara arguyendo que tenía que hacer algo al día siguiente, pero no lo hizo; se limitó a mirar el rostro esperanzado de los niños y después se volvió hacia Bella con expresión desafiante.

—En Forks hay un motel o dos, si mal no recuerdo. Estoy seguro de que podemos conseguir un par de habitaciones, si a ti no te importa.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó Bella, conociendo de antemano la respuesta.

Ella no se podía negar, sabiendo que de esa forma confirmaría la acusación de Charlie sobre que no estaba dispuesta a colaborar para que pudieran ver a su padre.

Edward hizo una mueca y revolvió el pelo del pequeño.

—Venga, a hacer las maletas. Yo iré a mi casa a cambiarme de ropa y volveré dentro de veinte minutos.


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