AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Nueve

Forks.

¡Dios, iba a volver a Forks! Edward no se lo podía creer. Cuando había salido de aquel pueblo, había jurado no volver, pero allí estaba, conduciendo y viendo las luces de Forks a lo lejos. Y peor aún, llevaba en su camioneta a la reina del instituto y a sus hijos, para que los niños pudieran ver a la familia que siempre los había tratado a él y a sus hermanos con desprecio. ¿Cómo demonios se le habría ocurrido ofrecerse para hacer una cosa así?

Podía haberle dejado a Bella su camioneta, pensó. Pero Bella podía haber tenido problemas incluso con su camioneta. No, había hecho bien en llevarlos.

Lo había sabido en el momento en el que había advertido que Charlie estaba al borde de las lágrimas. O quizá lo había sabido mucho antes. Quizá desde el momento en el que había encontrado a Bella en el restaurante.

Instintivamente, había sabido que algún día ella removería aquellos viejos recuerdos, obligándolo a enfrentarse a Forks una vez más.

Edward ahogó un gemido y la miró por el rabillo del ojo.

Hacía veinte minutos que se había dormido. Su rostro resplandecía sereno, iluminado por las tenues luces del salpicadero. Los niños también dormían, mientras él conducía a toda velocidad hacia los fantasmas del pasado.

Aquellas bosques, las luces del pueblo y los edificios de las afueras lo hicieron remontarse al último año del instituto.

Y al año que lo siguió: el año de la muerte de su madre. Pero fueron los olores los que hicieron que se agolparan los recuerdos con tanta fuerza que apenas podía respirar.

Cerró los ojos durante un instante fugaz, luchando contra el eco de la voz de su madre intentando llamarlo y se aferró con fuerza al volante. Forks sólo era un lugar, un pueblo similar a los muchos que había en el mundo, se dijo a sí mismo. Las causas de su sufrimiento habían desaparecido. Forks ya no podía causarle más dolor.

—¿Ya hemos llegado?

Bella se despertó cuando Edward se detuvo ante el primer semáforo, pestañeó y miró por la ventana.

—Acabamos de llegar —contestó Edward—. La casa de los Black está al otro lado del pueblo, ¿verdad?

—Sí, gira después del último semáforo.

Edward recordaba que las propiedades de Jacob era el centro de diversión de muchos fines de semana para todos los compañeros de su curso, excepto Edward. A él nunca lo habían invitado, pero en realidad nunca lo había molestado.

Lo que odiaba en aquella época era el modo en el que Jacob asumía el dinero y el poder de su familia y el desprecio con el que trataba a todos cuantos eran menos afortunados que él.

—¿Cuándo estuviste aquí por última vez? —le preguntó Bella.

—Me marché de Forks dieciocho meses después de mi divorcio. No había vuelto desde entonces.

—La última vez que te vi yo estaba a punto de tener a Charlie.

El semáforo cambió y Edward puso la camioneta en marcha.

—¿Has vuelto a hablar alguna vez con Tanya? —preguntó Bella, cuando pasaron delante de la floristería de la que eran propietarios los padres de Tanya.

—No. ¿Todavía sigue en el pueblo?

—Probablemente. Cuando me fui todavía seguía aquí.

Magnífico. Con un poco de suerte, se encontraría con su ex esposa, la última persona a la que le apetecía volver a ver.

—¿Ha vuelto a casarse? —preguntó Edward.

—No que yo sepa. Le costó mucho superar su separación.

—La verdad es que no me sorprende.

Una débil sonrisa iluminó el rostro de Bella.

—¿Estás insinuando que eres inolvidable?

—Lo que quiero decir es que Tanya tiene problemas.

Durante mucho tiempo, sus problemas fueron también de Edward. Si las cosas hubieran sido diferentes, si él no hubiera averiguado que —¿Qué le ocurría?

Para empezar, estaba la inestabilidad emocional de Tanya. A partir de ahí, Edward podía elaborar una larga lista. Pero Bella conocía a demasiada gente en Forks y Edward no quería divulgar lo que su ex esposa había hecho.

—Eso ya no importa.

Bella se ajustó el cinturón de seguridad y se volvió para comprobar cómo estaban los niños.

—¿A qué hora quieres que nos vayamos mañana? —le preguntó, cambiando de tema.

—He pensado que para que los niños puedan pasar todo el día con su padre, podríamos irnos a las seis. De esa forma estarían acostados a las nueve y media. Una buena hora para que puedan ir al día siguiente al colegio, ¿verdad?

—Por mí estupendo. ¿Pero a ti no te importa quedarte tanto tiempo?

—Mañana es domingo, no tengo nada que hacer.

—¿No tienes familia o amigos a los que visitar en Forks?

Había habido algunos profesores que habían sido amables con él y con su familia. Incluso uno había ido a visitarlos a su casa y se había hecho cargo de Jasper, pero Edward no sabía dónde vivían, ni siquiera estaba seguro de que continuaran en el pueblo. Pensaba que quizá podría ir a ver a Harry, el viejo gruñón que le había dado trabajo cuando se había casado con Tanya y quizá también acercarse a ver a la abuela Lizzy. A parte de esas dos personas, el resto de gente a la que querría ver estaba enterrada en el cementerio.

—La verdad es que no. Viví aquí menos de tres años y no hice muchos amigos. Mis padres eran de Kansas, así que es allí donde está toda mi familia.

—¿Alguna vez has ido a verlos?

—No. No tuve relación con mis primos cuando era pequeño y ahora estoy demasiado ocupado para ir a verlos.

—Mira, es allí —le indicó Bella.

Edward redujo la velocidad y giró hacia un camino arbolado por el que había pasado cientos de veces cuando era niño. Bajo la luz de la luna, los terrenos de los Black tenía exactamente el mismo aspecto que cuando él estaba en el instituto. La casa era un enorme edificio, detrás estaban los establos y se veía al ganado pastando en la distancia.

—¿Dónde vivian Jacob y tú? —preguntó Edward, por encima del crujido de la grava—. ¿En esa casa que está detrás de la casa principal?

—No, compartíamos la casa principal con sus padres. Se suponía que algún día llegaría a ser nuestra. Teníamos cocina separada y baño, pero su madre se encargaba de la contabilidad y la plantilla del rancho, así que normalmente yo cocinaba y comíamos todos juntos.

—Parece que pasabas mucho tiempo con tus suegros, ¿no?

Edward no podía imaginarse lo que era vivir con los arrogantes Black. Pero, en realidad, tampoco podía comprender por qué Bella se había sentido atraída por Jacob.

A él nunca le había gustado.

Bella resopló para apartarse un mechón de pelo de la cara.

—Al principio no fue tan terrible. Pensé que era una forma de apoyarnos, que sería bueno para nosotros. Su padre pagaba todo lo que teníamos, todo lo que hacíamos. Pero nosotros trabajábamos para él. Los dos. No estábamos directamente involucrados en el negocio, pero Jacob se pasaba casi doce horas trabajando en el rancho y yo me encargaba de todo lo que su madre no podía hacer porque estaba en la oficina.

Sacudió la cabeza con la mirada fija en la casa en la que había pasado sus años de casada.

—Pero nunca nos agradecieron lo que hacíamos.

Billy se comportaba como si fuera un dios y nosotros estuviéramos viviendo gracias a él.

Y si alguna vez sugeríamos la posibilidad de dejar el rancho, nos trataba como si fuéramos los seres más desagradecidos de la tierra.

—Estabas en una jaula de oro.

—Puedes estar seguro. En una ocasión, cuando comentamos que estábamos pensando en marcharnos, amenazó con desheredar a Jacob.

Jacob siempre me decía que algún día nos marcharíamos, que intentara ser paciente, pero—su mirada se ensombreció—.

Pero siempre se interponía algo y yo no tardé en darme cuenta de que nunca nos marcharíamos de allí.

Edward aparcó la camioneta y apagó el motor.

—¿Prefieres vivir sola?

Bella permaneció algunos segundos en silencio. Parecía querer medir bien sus palabras.

—Vivir sola ha sido difícil, no puedo decir otra cosa. Pero lo estoy consiguiendo y desde luego, no me arrepiento de haber dejado a Jacob. Si no fuera por los niños—los miró para asegurarse de que continuaban durmiendo—, jamás habría vuelto.

De modo que Bella y él tenían más cosas en común de las que en principio pensaba. Bella podía haber sido la chica más popular del instituto, pero ninguno de ellos apreciaba ni a Forks ni a los Black.

—Será mejor que acabemos con esto cuanto antes —comenzó a abrir la puerta, pero Bella lo detuvo, apoyando la mano en su brazo.

—Hay algo que deberías saber antes de que entremos.

—¿Qué es?

—Es posible que Jacob y sus padres no se muestren muy amables. Jacob está intentando convencerme para que vuelva con él y yo no quiero.

—No espero que me reciban con una alfombra roja. Entre otras cosas, porque yo nunca les he gustado.

—Es algo peor. Podrían culparte de ser el responsable de que no vuelva con ellos —le aclaró.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Porque me has dado un puesto de trabajo.

Edward frunció el ceño.

—¿Y eso qué tiene que ver con su relación?

—Me da la posibilidad de mantenerme. Jacob y su padre se aseguraron de que no me quedara prácticamente nada después del divorcio.

Esperaban que la desesperación me obligara a volver.

Así que aquella era la respuesta al misterio.

Edward no terminaba de entender la situación de Bella, puesto que sabía que los Black tenían mucho dinero. ¿Pero por qué serían también tan mezquinos con los niños?

—¿Y los niños?

—La verdad es que no entiendo cómo justifican su conducta en lo que a los niños se refiere.

Sé que los quieren, de modo que no tiene sentido que no estén más preocupados porque puedan contar con una buena casa, o porque estén bien alimentados. La única respuesta que se me ocurre es que piensan que haciéndoles daño a ellos me lo están haciendo a mí.

Edward sacudió la cabeza disgustado. Los Black lo tenían todo a su favor y encima, les gustaba jugar sucio.

—Supongo que saben que tú nunca dejarías que tus hijos sufrieran, que estarías dispuesta a volver antes de que ellos lo pasaran mal.

Bella estuvo pensando un momento en ello.

—Y probablemente lo haría. Estaría dispuesta a hacer cualquier cosa para que mis hijos tengan todo lo que necesitan. Pero ya sacrifiqué muchas cosas antes de irme de Forks. En cualquier caso —le dirigió una sonrisa radiante—, de momento no tengo que preocuparme por eso, gracias a que un viejo amigo me ha ofrecido un trabajo decente.

Si alguna vez se había alegrado Edward de haberla contratado, cosa que últimamente hacia cada vez que olía la cena o encontraba una camisa recién planchada en el armario, en aquel momento estaba completamente feliz de haberlo hecho. Le encantaba haber sido él el que le hubiera proporcionado a Bella lo que necesitaba para enfrentarse a los Black.

—En cualquier caso, has sido muy amable al traernos hasta aquí. Quería advertirte todo esto porque creo que si sabes de antemano lo que te espera, no podrán hacerte daño.

Edward se echó a reír.

—Los Black ya no pueden hacerme ningún daño, Bella. No tenías que haberte preocupado por eso.

oooooooooo

—Me alegro de que al menos haya alguien que esté a salvo de ellos —repuso Bella, con una sonrisa sincera—. Aun así, creo que será mejor que te quedes en el coche mientras yo llevo a los niños.

—Si no te importa, te ayudaré con las bolsas.

De pronto me han entrado ganas de volver a ver a Jacob y Billy.

Bella no estaba muy segura de cómo interpretar sus palabras, pero Charlie se despertó en ese momento y gritó:

—¡Eh, ya hemos llegado! —despertando así a las niñas.

—Entonces vamos —dijo Bella.

—Hola Billy —saludó Bella cuando el padre de Jacob abrió la puerta.

Aunque no se habían visto desde el día del juicio, Billy no la saludó directamente. Se dirigió a los niños, intentando que su desaire fuera lo más obvio posible.

—Vaya, aquí están, sanos y salvos —le anunció a Rebeca, que permanecía tras él.

Como siempre, parecía una dulce y gran dama.

Pero Bella había hecho algo imperdonable al divorciarse de Jacob y no esperaba que se mostrara amable con ella.

Bella la saludó, pero la madre de Jacob siguiendo la pauta marcada por su marido, sólo se dirigió a los niños.

—Vamos, denle un abrazo a la abuela. Los hemos echado de menos. Creíamos que no íbamos a volver a veros. ¿Por qué se han ido a vivir tan lejos?

Charlie miró a su madre con expresión acusadora y la falsa sonrisa de Bella desapareció de su rostro. Pero cuando Edward le puso la mano en la espalda, comunicándole silenciosamente su apoyo, se sintió más decidida que nunca a poner fin a aquella desagradable reunión.

—¿Dónde está papá? —preguntó, Charlie entrando en la casa.

—Ha salido con unos amigos —contestó Rebeca.

—¿Y adónde ha ido? —insistió Mackenzie.

—Yo quiero verlo —dijo Sophia.

—No lo sé, preciosos, pero estoy segura de que volverá pronto a casa.

Bella podía imaginarse exactamente dónde estaban Jacob y sus amigos. Desde hacía por lo menos doce años, hacían lo mismo todos los fines de semana. Y dudaba que tuvieran intención de cambiar.

Pero ya no tenía que preocuparse por Jacob.

Ella llevaba el mando de su propia vida. Era una sensación que a veces la asustaba, pero la sentía como infinitamente liberadora.

—Eh, aquí están sus cosas —comentó Bella cuando Billy y Rebeca se apartaron de la puerta para que los niños entraran.

Nadie había reconocido a Edward. Nadie los había invitado a pasar o les había dado las gracias por llevar a los niños. Pero Bella no esperaba de ellos ninguna muestra de gratitud.

—Vendremos a buscarlos mañana a las seis, no queremos que se acuesten tarde.

Al principio, Bella pensó que Billy y Rebeca iban a continuar ignorándola, pero al final, Rebeca alzó la mirada el tiempo suficiente para responder con un seco:

—Está bien.

Deseando marcharse cuanto antes de allí, Bella posó la mano en el antebrazo de Edward y se apartó de la puerta. Pero todavía no habían abandonado el porche cuando su suegro se dirigió a ella:

—Jacob nos ha dicho que estabas saliendo con otro hombre. ¿Es ese?

—¿Perdón?

Billy inclinó su canosa cabeza hacia Edward y hundió las manos en los bolsillos con un gesto desafiante. No era un hombre particularmente alto, pero tenía unos hombros impresionantes y unas manos fuertes que le daban un aspecto de fuerza y solidez.

—¿Ese es tu novio?

—No, Edward es mi jefe y un antiguo amigo.

Supongo que te acuerdas de él. Iba al instituto con Jacob y conmigo. Es el mayor de los Cullen.

—¿El mayor de los Cullen? —Billy entrecerró los ojos, midiendo a Edward con la mirada—.

Sí, me acuerdo de él. Un día lo atrapé con sus hermanos destrozando mis tierras con los neumáticos de una camioneta.

Bella no recordaba haber tenido noticia de aquel incidente, pero aquello no quería decir nada en contra de Edward. Todo el mundo hacía cosas parecidas cuando estaba en el instituto.

Era la forma de divertirse de los adolescentes de un pueblo en el que no había un cine siquiera.

—Supongo que todos hacíamos tonterías de ese tipo —comentó ella, intentando mediar para que la conversación no derivara por peores derroteros.

Pero era evidente que Edward no necesitaba su ayuda.

—Estoy seguro de que fueron otros.

Billy se meció sobre sus pies y volvió a desafiarlo.

—¿Ah, sí? Pues a mí me parece que fuiste tú.

—No, aquella noche yo estaba en el Seven Eleven. Me acuerdo perfectamente porque a Jacob acababan de darle una paliza por haber robado cerveza, justo después de que hubiera vomitado en la puerta —sonrió Edward—. Pero a lo mejor ha olvidado aquel incidente. Como conocía a la policía, consiguió que arreglaran las cosas con el dependiente y Jacob quedó libre, como siempre.

Billy se quedó boquiabierto. Había intentado hundir a Edward insinuando algo sobre su pobre pasado, pero Edward había sido rápido y había conseguido dar la vuelta a la situación.

—Supongo que eran cosas de chicos, ¿eh? —añadió Edward—. Hasta mañana a las seis.

Agarró a Bella del brazo y cuando llegaron a la camioneta, le abrió la puerta.

Bella sabía que sus gestos eran propios de una relación más íntima que la que compartían, pero no le importaba. Edward acaba de demostrarle a Billy que ya no estaba sola.

Le estaba ofreciendo su apoyo y ella se sentía maravillosamente. Tener a Edward de su lado era como navegar con el viento a favor.

—Gracias —le dijo en cuanto Edward se sentó tras el volante.

—No tienes por qué dármelas yo no he hecho nada —contestó, pero le tomó la mano y Bella entrelazó los dedos con los suyos. De alguna manera, los últimos minutos los habían unido, los habían convertido en aliados frente a los Black, frente a Jacob y frente a Forks.

—¿Dónde quieres que nos quedemos esta noche? —preguntó Edward.

—Podemos ir a ver si en el Starlight continúan teniendo el jacuzzi.

Edward vaciló antes de poner el coche en marcha.

—Me temo que no me he traído el traje de baño.

Bella sonrió, sintiéndose libre por primera vez desde hacía siglos. Era como si de pronto alguien se hubiera hecho cargo del peso que hasta entonces llevaba sobre los hombros, permitiéndole sentirse joven otra vez.

—Ni yo.


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