AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Once

Bella se enjuagó el pelo y cerró el grifo de la ducha. Después, se quedó frente al espejo, intentando verse a sí misma tal y como Edward la habría visto si hubiera estado dispuesta a desnudarse en el jacuzzi.

Giró hacia derecha e izquierda delante del espejo, comprobando la firmeza de su vientre y la forma de sus senos.

No estaba mal, se animó. Para tener treinta y un años no estaba nada mal. Pero se preguntaba si Edward, en el caso de que en aquel momento estuviera delante de ella, se fijaría en las marcas que tenía debajo del ombligo. Se acercó al espejo, acarició las marcas dejadas por su último embarazo y frunció el ceño. Seguramente Edward salía con mujeres guapísimas.

Era absurdo que intentara compararse con ellas.

En cualquier caso, Edward no tenía ningún interés en ella.

Apenas le hablaba en la oficina y aquel era el primer fin de semana en el que había empezado a mostrarse amistoso. El repentino interés de Bella por saber si podía o no ser considerada atractiva, sólo indicaba que había llegado el momento de comenzar a salir con alguien.

Después de maquillarse y secarse el pelo, se puso la falda vaquera y el jersey que se había llevado para cambiarse de ropa y se miró de nuevo en el espejo. La melena caía por debajo de sus hombros como una indomable masa de rizos.

Estaba pensando en si debía o no recogérselo cuando llamaron a la puerta.

—Bella, soy yo.

El vuelco que le dio el corazón le indicó a Bella que estaba más excitada ante su inminente encuentro de lo que le habría gustado, pero apartó aquel pensamiento de su mente. No tenía que cuidar a los niños aquella noche y estaba decidida a disfrutar.

Pero sabía que no podía permitir que las cosas se le fueran de las manos.

Si al menos pudiera dejar de imaginar la expresión de Edward antes de besarla

Se preguntó si alguna vez sería capaz de borrar aquella imagen y después decidió que sería una estupidez hacerlo, puesto que aquel ya se había convertido en su recuerdo favorito.

—Pasa.

Apagó la luz del baño, se aseguró de que no había dejado ninguna prenda de ropa por la habitación y se acercó a la puerta.

—Hola.

Edward llevaba una botella de vino y dos copas. Se había puesto unos vaqueros y un jersey gris. Un atuendo sencillo y cómodo, pero con el que mostraba un aspecto magnífico. De hecho, Bella dudaba que pudiera no estar atractivo alguna vez.

Sonriendo, Bella retrocedió para invitarlo a pasar.

—¿Ya has visto las películas que hay? —le preguntó Edward.

Bella ni siquiera había vuelto a pensar en las películas desde que le había ofrecido que pasara a su habitación. Había estado demasiado ocupada intentando decidir si sus senos estaban o no demasiado caídos.

—Todavía no. Sólo me ha dado tiempo a ducharme.

Edward dejó la botella y las copas en la mesa.

Después se sentó en la cama que estaba más cerca de la televisión y miró a Bella.

—Estaba pensando que quizá podríamos olvidarnos de la película y hablar un rato.

Bella tuvo entonces la impresión de que aquella no iba a ser la noche de diversión que estaba esperando. Se sentó, esperando que Edward no pudiera advertir su decepción.

—¿De qué quieres que hablemos?

Edward vaciló, miró el vino y después la miró a ella.

—No soy una buena opción para ti, Bella. No quiero decir con ello que no me apetezca llevar nuestra relación a un nivel más íntimo, pero yo no soy un hombre hecho para el matrimonio.

—¿Es una advertencia?

—No quiero desilusionarte.

—Muy bien.

Sus ojos se encontraron durante un largo minuto, al cabo del cual Bella preguntó:

—¿Eso significa que no quieres ver una película?

—Eso significa que no sé si debería quedarme.

—¿Porque crees que si sucediera algo querría casarme contigo? —Bella sonrió—. ¿Sabes, Edward? Eres incluso mejor de lo que pensaba.

—Vamos, Bella. Yo sólo estoy intentando ser sincero. Sabes perfectamente a dónde podría habernos llevado lo que pasó en el jacuzzi.

—Podría habernos llevado a muchísimos sitios. Podríamos terminar siendo amantes.

Podríamos terminar siendo amigos. O podríamos incluso decidir que realmente no nos gustamos nada el uno al otro.

No tienes por qué asumir responsabilidades por decisiones que todavía no hemos tomado, Edward. Y tampoco hace falta que pongas carteles de advertencia del tipo, «Precaución: que me acueste contigo no quiere decir que quiera casarme contigo».

Puedo ser algo ingenua, pero sé perfectamente que el sexo y el amor no van necesariamente unidos.

—¿Entonces cuál es el quid de la cuestión?

—Exactamente lo que acabo de decir: que soy perfectamente capaz de decidir si quiero invitarte o no a ver una película, a pesar de que nos hayamos besado.

—¿Y esperas algo más de nuestra relación, además de un puesto de trabajo?

—Quiero que seamos amigos.

—¿Eso es todo?

—¿Estás preguntándome que si estoy interesada en tener relaciones sexuales contigo?

Edward la miró en silencio.

—Sí, supongo que sí.

—La respuesta es no —contestó Bella con firmeza, a pesar de que era perfectamente consciente de que estaba mintiendo.

Quería volver a besar a Edward. Quería hacer mucho más que besarlo. Se sentía atraída por él y estaba sola,Una peligrosa combinación.

Pero ella no era el tipo de mujer capaz de acostarse con un hombre y despedirse de él al día siguiente. Lo cual significaba que no estaban hechos el uno para el otro, algo que Bella sabía desde hacía mucho tiempo.

—Lo comprendo. ¿Qué película te apetece ver?

La conversación giró entonces hacia las películas que tenían disponibles. Eligieron Proof Of Life y Edward la pidió por teléfono.

Después sirvió el vino en las copas, Bella apagó las luces y se instalaron cada uno en una cama para ver a Meg Ryan y a Russell Crowe.

Lo siguiente que supo Bella fue que era por la mañana y que Edward se había ido.

oooooooooo

Forks no había cambiado mucho. Edward conducía alrededor del pueblo poco después del amanecer, preguntándose cómo habría sido su vida si su familia no se hubiera instalado allí.

Su madre también habría muerto de esclerosis múltiple, su padre habría tenido que trabajar noche y día para darles un techo y él se habría tenido que hacer cargo de sus hermanos pequeños. Esas cosas no habrían cambiado. Pero en otro lugar, al menos podría haber ganado cierta dosis de anonimato y no habría sentido la necesidad de disimular el miedo y el dolor que crecían en su interior. Y no habría conocido a Tanya.

Pensó en Bella y en la conversación que habían mantenido la noche anterior y su humor se ensombreció. Habían pasado un buen rato en el jacuzzi. ¿Por qué entonces no habría sido capaz de ir a su habitación y disfrutar viendo una película sin sacar el tema de su relación? Había forzado a Bella a comprometerse y ya no estaba muy seguro de que le hubiera gustado el resultado. Tampoco estaba muy seguro de lo que pretendía conseguir con aquella conversación, salvo impedir que volviera a ocurrir lo que le había pasado con Tanya.

Tanya. Todas las calles de Forks parecían conducir hasta ella. Jacob lo había acusado de engañarla. Y lo había hecho, una sola vez. Había sido al final, cuando todo había terminado. La secretaria que trabajaba para la misma empresa en la que él hacía de transportista había ido a consolarlo el día que Tanya había intentado suicidarse. Se había mostrado amistosa, cálida y dispuesta.

Las cosas se les habían ido de las manos.

Pero su matrimonio estaba destrozado desde mucho antes que eso.

Redujo la velocidad al pasar por delante del antiguo módulo prefabricado en el que antes vivía. Todo continuaba igual, decidió. La misma gente. La misma pobreza.

Se desvió hacia la derecha, aparcó en la acera y fijó la mirada en el módulo que su familia había alquilado. Ya era una chatarra años atrás y el tiempo había empeorado su estado.

—¡Ajá! Ya sabía que algún día volverías.

Edward vio una mano apoyada en la ventanilla del asiento de pasajeros y bajó la cabeza para ver el viejo y arrugado rostro de la abuela Lizzy la viuda que vivía al lado de ellos.

—No has cambiado nada, Lizzy. Juraría que estás igual que hace diez años.

—Eso lo dices porque hace diez años estaba igual de vieja.

—A mí siempre me has gustado, Lizzy.

—¿Por eso continúas enviándome dinero?

Edward arqueó las cejas con expresión de sorpresa.

—¿Qué te hace pensar que me dedico a enviarte dinero?

Lizzy sonrió, mostrando algunos huecos en su dentadura que años atrás no estaban allí.

—¿Quién me lo va a enviar si no?

—Pues yo no soy —mintió Edward.

No quería que Lizzy se sintiera en deuda con él. Para salvar el orgullo de la anciana y no crearle ninguna obligación, nunca había incluido una nota en sus envíos.

—Mamarrachadas —contestó ella.

Edward se echó a reír. Evidentemente, continuaba siendo tan campechana como siempre.

—¿Por qué iba yo a enviarte nada? —mintió él—. Tú siempre has sabido cuidarte perfectamente.

—Maldita sea, tienes un corazón más grande que todo Washington. Que te molestes en cuidar a una vieja como yo después de todos estos años puede sorprender a otros, pero no a mí. Siempre has sido un buen chico.

—Vamos, Lizzy, pero si era un demonio.

—A mí nadie pudo convencerme nunca de que eras un mal chico. ¿Piensas volver a vivir a Forks, Edward? ¿Estás buscando casa?

—No —Edward tomó aire y volvió a mirar el módulo en el que antes vivían—. Sólo he venido a recordar viejos tiempos.

—En ese caso, tengo algo para ti —se apartó de la camioneta, movió el aspersor que regaba el pequeño pedazo de césped de su jardín y se metió en su casa. Edward salió a esperarla.

Al cabo de unos minutos, Lizzy regresó con un bote de remolacha en salmuera en una mano y un sobre en la otra.

—Hace años que no hago conservas —le explicó mientras se lo tendía—. La artritis se está llevando lo mejor de la vieja Lizzy. Pero éste lo tengo guardado para ti. La remolacha siempre te ha encantado.

El nudo que de pronto atenazó la garganta de Edward amenazó con atragantarlo. Desvió rápidamente la mirada para que Lizzy no pudiera ver lo mucho que le había afectado su gesto.

—Gracias —le agradeció—. Nunca ha habido mejor remolacha que la tuya.

—Y toma esto también—añadió—. Odio tener que dártelo, pero tengo que hacerlo.

El sobre que le entregó tenía escrito su nombre en la parte delantera. Y el nombre y la dirección de Tanya en la esquina superior. Edward se tensó automáticamente.

—Vino por aquí —le explicó Lizzy—. Hace un año más o menos, apareció llorando y diciendo que necesitaba encontrarte. Si quieres saber mi opinión, esa chica nunca me ha gustado. Pero le dije que te daría la carta cuando volviera a verte.

Edward abrió la puerta de la camioneta y dejó el sobre en la guantera. No quería tocar aquella carta y mucho menos leerla.

—¿Te contó lo que le pasaba?

—No. Lloraba como una niña, intentando ganarse mi compasión. Pero yo conozco bien a esa mujer.

Edward asintió. Él podía escribir todo un libro sobre las técnicas manipuladoras de Tanya.

—Gracias —le dijo—. Me están esperando en el pueblo. Será mejor que me vaya.

—Claro. Me alegro de haberte visto, Edward.

Debes estar orgulloso de la vuelta que le has dado a tu vida.

Yo siempre he sabido que lo conseguirías.

La emoción que había estado a punto de atragantarlo amenazaba con volver. Tragó saliva.

—Cuídate, Lizzy.

—Me cuido perfectamente, Edward —le dijo—. No te preocupes por mí.

Eran sólo las ocho cuando Edward regresó al Starlight.

Pensaba dejar dormir a Bella, pero en cuanto llegó, la vio abrir la puerta con aspecto de estar lista para enfrentarse a un nuevo día.

—¿Qué haces levantada a esta hora?

—Tú te has levantado antes que yo. Creía que me habías abandonado.

Edward sonrió.

—No, no pensaba abandonarte. Pero no he dormido muy bien esta noche y he decidido salir a dar una vuelta.

—Supongo que a mí me derrotó el vino. He dormido como un tronco.

Edward lo recordaba perfectamente. Se había quedado dormida en los treinta primeros minutos de la película y él había pasado la hora siguiente diciéndose a sí mismo que debería tumbarse a su lado e intentar hacerle cambiar de opinión sobre la posibilidad de tener relaciones sexuales.

—¿Tienes hambre? —le preguntó.

—Sí, pero si ya has desayunado, puedo comprarme un donuts o algo así.

—Yo tampoco he desayunado. Estaba esperándote. ¿Adónde quieres que vayamos?

—Supongo que Skillet sigue siendo el mejor lugar para desayunar.

—Skillet me parece un buen sitio.

Fueran a donde fueran, iban a llamar la atención, pensó Edward. Estaba acostumbrado a ello, al menos en Forks. Bella, por otra parte, siempre había sido considerada en el pueblo como la encantadora novia de Jacob.

Se preguntaba si estaría dispuesta a jugarse su buena imagen dejado que la vieran a su lado.

—Vámonos entonces.

Edward pensaba ducharse y afeitarse antes de volver a salir, pero no quería hacer esperar a Bella. Ésta se montó en la camioneta y Edward se dirigió hacia la calle principal.

Skillet era una vieja y grasienta cafetería en la que servían comidas durante todo el día y cualquier día de la semana.

Siempre había sido un lugar muy popular, incluso cuando Edward vivía en Forks. Aquel día estaba a rebosar.

—¿Te importa esperar? —le preguntó Edward a Bella cuando entraron y vio que había algunos clientes esperando delante de ellos.

—No, no tenemos otra cosa que hacer.

Permanecieron de pie, uno al lado del otro para no cerrar el paso a nuevos clientes.

Edward tomó el periódico local y estaba leyendo un artículo sobre los planes de Billy Black para abrir un concesionario de coches al este de la ciudad cuando una de las camareras lo reconoció.

—¡Edward! ¿Qué estás haciendo en el pueblo?

Juraría que no te había vuelto a ver desde hace ¿cuánto? ¿Diez años?

—Hola, Kate. Sí, han pasado por lo menos diez años.

¿Todavía sigues con Riley?

—No. Rompimos justo después de su graduación. Me casé con Garret, su hermano mayor. Tenemos cuatro hijos —dijo con orgullo. Después vio a Bella y abrió los ojos como platos—. ¿Ahora están juntos?

—No. Trabajo para Edward —le aclaró Bella—. En Port Angeles.

—Estás bromeando —dijo—. Me enteré de que te habías ido, Bella, pero al principio no me lo podía creer. No podía imaginarme que tú y Jacob hubieran roto. Siempre fuiste la pareja perfecta. ¡Y ahora mírate! Apareces en el pueblo del brazo del chico malo del instituto.

—Eso no es—empezó a decir Bella, pero Kate bajó la voz y le dijo en tono de complicidad:

—No te preocupes. No te culpo. Cualquier día de estos yo también cambiaré de chico.

—No dejé a Jacob por Edward —dijo Bella, pero Kate continuaba sonriendo con expresión incrédula cuando se volvió hacia Edward.

—¿Tanya sabe que has venido?

Si no lo sabía ya, Edward comprendió que no iba a tardar en averiguarlo.

—Creo que no. Llegamos ayer por la noche.

—¿Y dónde se quedaron?

Edward vaciló. Aunque habían dormido en habitaciones separadas, si mencionaba que habían dormido en el Starlight, un motel que en Forks se consideraba el ideal para la luna de miel, iba a darle más argumentos a Kate.

—En un motel.

Kate parecía estar dispuesta a obligarlo a precisar en cual, pero el cocinero le gritó desde la cocina para que fuera a servir uno de los platos que acababa de terminar y ella musitó:

—Tengo que irme. Caramba, me han dado una auténtica sorpresa —y se volvió—. Me alegro de verte, Bella —le dijo por encima del hombro—. Yo siempre estuve loca por ti, Edward Cullen —añadió con una risa.

Edward consiguió esbozar una educada sonrisa que desapareció en el instante en el que Kate se alejó. Después se aclaró la garganta y miro a Bella, intentando adivinar lo que estaba sintiendo.

—Supongo que debería disculparme —dijo.

—¿Por qué?

—Por mi reputación. Todo el mundo va a pensar que te has pasado al lado oscuro de la vida.

Bella sonrió.

—¿Y quién ha decidido que ese tenga que ser el lado oscuro?

oooooooooo

Al despertarse, Jasper descubrió que había vuelto a quedarse dormido sobre los libros de texto. Bostezó y se frotó la marca que le había quedado en la mejilla. El resto de los alumnos parecían estudiar mucho menos que él, pero a él no se le daban bien los libros. Nunca se le habían dado bien. Odiaba tener que permanecer sentado durante mucho tiempo. Pero las prácticas no se le daban mal. Por lo menos, había aprendido algo de contabilidad mientras trabajaba para Edward.

Y además, no estaba dispuesto a dejarse apabullar por su pasado.

Ya había conseguido el título de secundaria durante el verano.

En ese momento, estaba intentando conseguir el acceso para la universidad de Por Angeles. Desde que había dejado Viviendas Cullen, disponía de todo el día para estudiar, lo cual significaba que si todo iba bien, podría graduarse un año después que Alec. Y cuando lo consiguiera, se iría a vivir a California y comenzaría su carrera como informático.

Se imaginó a sí mismo entrando en el despacho de Edward con una invitación para la fiesta de graduación, anticipando la sorpresa de su hermano. E imaginó, como siempre hacía, que Edward estaría orgulloso de él. Por fin.

Aquello era patético.

Se negaba a seguir pensando en su hermano mayor. No quería reconocer lo mucho que lo echaba de menos. Cerró los libros y decidió unirse a un grupo de estudio que se reunía en la biblioteca del Instituto aquella mañana.