AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Doce

—¡Isabella! Isabella Black, ¿eres tú?

«No, otra vez no», pensó Bella al ver a la señora Young su antigua profesora de piano, caminando a toda velocidad hacia ellos.

Durante el desayuno, unas cinco personas los habían interrumpido para saludarlos. Bella debería haberse sentido halagada por tanta atención, pero todas las conversaciones terminaban centrándose en su divorcio y en el hecho de que Edward y ella estuvieran juntos.

—Finge que no la has oído —le pidió a Edward, fijando la mirada en el suelo y caminando hacia la camioneta.

—¡Bella! ¡Espera! ¡Soy yo, la señora Young! —la voz de la mujer sonaba cada vez más fuerte y Bella se detuvo.

—Demasiado tarde. Ya me ha atrapado —musitó—. Pero intentaré deshacerme pronto de ella.

Edward se detuvo y se volvió hacia ella.

Frunció el ceño un instante, indicándole a Bella que estaba tan cansado como ella de haberse convertido en el entretenimiento del pueblo y esperó hasta que la señora Young los alcanzó.

—Isabella Black. ¿Dónde te habías metido? Hace siglos que no te veo.

—Ahora vivo en Port Angeles. Sólo he venido de visita.

—¿De verdad? ¿Y te gusta vivir en una ciudad tan grande?

—Sí.

La señora Young arrugó la nariz con gesto de desagrado.

—Yo no soportaría vivir en una ciudad.

—Bueno, supongo que no es un lugar que le guste a todo el mundo.

—¿Y este quién es? —preguntó, mirando a Edward.

—¿No conoce a Edward Cullen? Vivía aquí hace unos diez años.

—Creo que no lo conocí.

Afortunadamente, pensó Bella. Al menos así se ahorrarían que volvieran a mencionar a Tanya. Edward saludó a la señora Young.

Ésta inclinó la cabeza en su dirección antes de preguntarle a Bella otra vez:

—¿Sigues tocando el piano?

—Me temo que últimamente no.

—¿Y qué ha pasado? Eras una de mis alumnas favoritas.

Tenías verdadero talento.

Pero no era fácil cultivar el talento si no se disponía de un piano en el que practicar.

—Los pianos son instrumentos muy caros.

Algún día conseguiré uno.

—¿Y qué me dices del piano que te regaló Jacob por Navidad?

Era precioso.

—Lo tiene Jacob.

—No sabía que Jacob tocara el piano.

—Y no lo toca —nadie en la casa de Jacob sabía tocarlo, pero por supuesto, eso no importaba.

La tristeza de la voz de Bella dio paso a una sonrisa. Echaba mucho de menos el piano, sí, pero la señora Young se comportaba como si hubiera dejado abandonado a uno de sus hijos.

—Me temo que tenemos que irnos —le dijo—, pero me alegro muchísimo de haber vuelto a verla.

—Ahorra para comprar un piano. No quiero que te olvides de todo lo que te enseñé.

—Lo haré. Será el primer punto de mi lista de prioridades —el día que pudiera hacer esa lista. De momento, la preocupaban más las prioridades de sus hijos.

Agarró a Edward del brazo y se dirigió con él hacia la camioneta.

—¿Quieres que salgamos del pueblo? —le preguntó.

—¿Adónde te gustaría ir?

—¿Qué opciones tenemos?

Edward pensó un momento en ello.

—Eso depende de las ganas de diversión que tengas.

—¿Y en el caso de que esté dispuesta a pasar el día más divertido de mi vida?

Edward sonrió.

—No me tientes —le dijo.

—Me refiero al día más divertido de mi vida sin tener que quitarme la ropa —le aclaró.

La sonrisa de Edward no desapareció, lo que demostraba que estaba bromeando.

—En ese caso, déjame decidir a mí.

Bella pensó que iba a morir.

Gritaba desesperada y se aferraba al brazo de Edward mientras éste ascendía por la enorme montaña. Edward pisó el acelerador con todas sus fuerzas y llegaron tan rápidamente a la cima que Bella estuvo a punto de marearse. Sintió que el estómago se le elevaba cuando llegaron al pico y quedaron suspendidos en el aire durante una décima de segundo antes de aterrizar con un golpe sordo en el suelo. Después comenzaron el descenso por la otra vertiente de la montaña de arena.

—Me duele la cara de tanto reírme —se quejó Bella, secándose las lágrimas cuando llegaron al final.

Una fina capa de arena le cubría la camisa, los pantalones cortos, las piernas e incluso sus dientes. Y tenía el pelo completamente despeinado.

Pero Edward no estaba mejor que ella.

Llevaba la gorra de béisbol ladeada y cuando sonreía la arena hacía que se marcaran intensamente sus arrugas.

—Gritabas como un alma en pena —dijo riendo.

Bella intentó parecer indignada.

—Eso no es cierto. Estaba intentando decirte algo.

—¿El qué? ¿Que te dejara salir del jeep?

Por un instante, cuando estaban suspendidos en la cima y parecía que iban a caer en picado hacia el otro lado, Bella había estado a punto de hacerlo. Edward había intentado tranquilizarla antes de subir, enseñándole a utilizar el jeep de segunda mano que había comprado antes de llegar hasta allí. Pero el último viaje había sido salvaje, terrorífico e increíblemente divertido.

—No, estaba diciéndote que me dejaras conducir a mí.

Edward le dio un codazo.

—Mentirosa. Antes he intentado convencerte para que condujeras y no has querido.

—Bueno, es la primera vez que hago esto.

—Me cuesta creer que Jacob nunca te trajera a aquí.

—Sí me trajo, pero con él nunca quise montar.

—¿Por qué?

—Me daba mucho miedo.

Edward pestañeó sorprendido.

—¿Y por qué conmigo sí has estado dispuesta a subir?

Bella no estaba segura de que tuviera una buena respuesta para aquella pregunta. Había algo en Edward que la hacía sentirse segura, como si tuviera todo bajo control, como si pudiera hacer cualquier cosa. Probablemente, por todo lo que había conseguido. Cuando había llegado a Forks no tenía nada. En ese momento, podía firmar un cheque por valor de dos mil dólares para comprar un jeep de segunda mano con la misma facilidad con la que hubiera comprado un par de zapatos.

—Supongo que confiaba en que no ibas a matarme. Y me lo he pasado genial. Me alegro de haber confiado en ti.

Edward sonrió.

—Yo también. ¿Tus hijos venían a menudo por aquí?

—Conmigo no. Jacob sí los traía de vez en cuando. Para esas cosas sí era un buen padre —suspiró—. Eran las noches las que terminaron por hacerse insoportables.

—¿Con quién te engañaba, Bella? ¿La conocías?

—Querrás decir con quiénes.

Inclinó la cabeza contra la almohadilla que se suponía debía proteger su cuello y a través de aquella jaula metálica, fijó la mirada en el cielo.

—Eran prostitutas principalmente. Jacob y sus amigos solían frecuentar los prostíbulos. Él pensaba que me estaba haciendo un favor acostándose con mujeres a las que hacían periódicamente análisis de enfermedades venéreas. Pero también tuvo una aventura con alguien que trabajaba en la peluquería —hizo una mueca—. Fue una situación un poco embarazosa. ¿Tú sabes todo lo que hablan esas chicas?

—¿Estabas al corriente de esa aventura?

—Con pelos y señales. Jacob le compró una gargantilla a esa chica y ella se la enseñaba a todo el que entraba en la peluquería.

—¿Y qué hiciste?

—Me enfrenté a él. Jacob dijo que esa mujer era una víbora y una mentirosa. La verdad es que cuando todo acabó, terminé compadeciéndola a ella.

—¿Alguna vez intentaste probar su infidelidad?

—No. No necesitaba hacerlo. Ya encontraba suficientes recuerdos en su camioneta como para saber lo que estaba pasando. Y algunas noches podía oler también en él el perfume de otras mujeres.

Aquellos recuerdos continuaban revolviéndole el estómago.

Había pasado tantas noches esperando a que Jacob volviera a casa, preguntándose dónde podía estar y esperándose lo peor Edward la miró con el ceño fruncido.

—¿Y él nunca dejó de hacerlo?

Bella cerró los ojos, luchando contra las imágenes que se agolpaban en su mente. Se veía a sí misma suplicándole a Jacob confiando en él lo suficiente como para darle una nueva oportunidad, enfrentándose después a un nuevo engaño.

—Él me prometía siempre que no volvería a hacerlo.

Consultamos con un consejero matrimonial y decidí intentarlo una vez más después de su última aventura. No quería que mis hijos crecieran sin el apoyo de un padre. Yo estaba dispuesta a vivir en el rancho aunque no me gustara. Lo que no soportaba eran las humillaciones constantes.

Tenía la autoestima completamente destrozada.

Bella intentó sacudirse la arena de encima y deseó poder desprenderse con la misma facilidad del pasado.

—Lo siento, Bella. Debes haber pasado por un infierno —dijo Edward.

El rostro de Tanya apareció en la mente de Bella, pero no dijo nada. Conociendo el pasado de Edward, probablemente lo mejor fuera evitar la fidelidad como tema de conversación.

—Pero no quiero estropear el día hablando de Jacob. Hablemos de otra cosa —sugirió.

—¿Como qué?

Bella estuvo pensando en ello.

—Como en Angela Webber. Es magnífica, ¿no crees? Sabe verdaderamente lo que hace.

—Al menos eso parece. De momento estoy muy satisfecho con ella. Elegiste a una auténtica ganadora.

—Sobresalía sobre todos los demás. Era una mujer amable, cálida y sabía perfectamente cuál era su objetivo. Creo que va a vender un montón de casas.

—De momento ha vendido cuatro. ¿Te lo ha contado?

—Sí. ¿Cuántas te gustaría que vendiera a la semana?

—Con que vendiera cinco, venderíamos la urbanización en tres meses. Eso sería lo ideal.

—¿Y después qué haremos?

—Empezar a construir en otro terreno.

Parecía tenerlo todo resuelto; era capaz de dirigir enormes proyectos de desarrollo con una facilidad terrible. Bella quería contárselo a todo Forks, para que todo el pueblo se diera cuenta de lo mucho que se había equivocado con Edward Cullen.

—¿Cómo empezaste en este negocio?

—Cuando me marché a Port Angeles, decidí que quería ser agente inmobiliario. Yo no tenía estudios universitarios y para serlo no hacía falta ser licenciado. Me parecía un negocio con un gran potencial —sonrió de oreja a oreja—. Era el trabajo perfecto para mí. Hablé entonces con una anciana pareja que me vendió su casa y me pasó la hipoteca.

Mis hermanos y yo nos trasladamos a la casa y la arreglamos. Después la pusimos en venta y con los veinte mil dólares que obtuvimos de ganancia iniciamos un nuevo proyecto.

Estuvimos repitiendo la operación durante algunos años.

Después, comencé a invertir el dinero en más de una casa, lo que iba permitiéndome emprender proyectos más grandes. Y ahora aquí estoy. Le debo hasta mi alma al banco, pero mi negocio está prosperando y disfruto con lo que hago.

—Tal como lo cuentas, parece fácil.

—No ha sido fácil, pero de momento está funcionando. Al principio, un hombre llamado Jason Jenks me ayudó concediéndome el crédito con el que pudimos remodelar la casa. Sin él no hubiera conseguido nada.

—¿Dónde lo conociste?

—Lo creas o no, en un almacén de maderas.

Empezamos a hablar y le conté lo que estaba haciendo. Vino un día a casa a ver mi proyecto y decidió echarme una mano.

—¿Y ahora dónde está?

—Su mujer lo obligó a retirarse y ahora viven en Seattle. Nos llamamos de vez en cuando para no perder el contacto —salió del jeep—. ¿Lista para comer?

Bella miró el reloj. Eran casi las tres.

Aquella mañana, se había preguntado al despertarse qué iban a hacer hasta las seis de la tarde, pero el día estaba transcurriendo muy rápidamente.

—Sí, estoy hambrienta.

—Entonces vamos.

Extendieron en el suelo la manta que habían tomado prestada del motel.

—Supongo que no es el mejor lugar del mundo —comentó Edward—, pero estás acostumbrada, ¿verdad?

Bella estaba acostumbrada a Forks. Allí había crecido y siempre había adorado aquel lugar. No había pensado en marcharse de allí hasta que se había casado con Jacob y el pueblo había comenzado a ser un sinónimo de Black y su poder. Bella no podía dejar de preguntarse si el pueblo continuaría gustándole si se hubiera casado con otro hombre, como Edward, por ejemplo.

Recordó entonces los rumores que habían corrido sobre él y Tanya y decidió que probablemente las cosas no le hubieran ido mucho mejor.

—Este paisaje tiene una especie de belleza desagradable, ¿no crees? —le preguntó mientras le tendía un refresco, antes de instalarse cómodamente en la manta, al lado del que iba a ser su plato.

—No. Lo que tiene es montones de recuerdos desagradables.

Bella se echó a reír.

—De acuerdo, en eso tienes razón. Pero no todos mis recuerdos son malos. ¿Y los tuyos?

Edward pareció considerar la pregunta.

—Mis recuerdos sobre ti no lo son.

Bella sintió una punzada de sorpresa. Ella y Edward no tenían muchos recuerdos que compartir. No habían hablado mucho cuando estaban en el instituto y jamás habían salido juntos.

—¿Y qué es lo que recuerdas de mí? Y no vale hablar de la noche del baile del instituto.

Victoria Jenson debería haber sido la reina.

Yo gané porque era la novia de Jacob.

—¿Por qué te hiciste novia de Jacob? Jamás conseguí comprenderlo. Durante algún tiempo, estuve diciéndome a mí mismo que había sido por dinero, pero tú no eras así.

Bella masticaba lentamente, dándose tiempo para pensar la respuesta. Había revisado mentalmente aquellos años una y otra vez, preguntándose cómo podría haber evitado su desastroso matrimonio. Pero ni siquiera con la perspectiva que le daba el tiempo podía averiguarlo.

—No era tanto el dinero como la promesa de seguridad.

Supongo que Jacob era bueno, brillante. Y podía llegar a ser muy sensible cuando no estaba con sus amigos. No sé.

Habíamos crecido juntos, nos habíamos creado grandes ataduras y yo nunca cuestioné lo que estaba pasando. Cuando nos graduamos, el matrimonio me pareció el paso más lógico.

Todo el mundo lo esperaba, incluso nuestros padres. Supongo que confié en que era eso lo que me deparaba el destino y lo acepté —comió una patata frita—. ¿Y tú por qué te casaste con Tanya?

Edward bebió un trago de refresco y colocó la lata en la arena.

—Porque no conseguía escaparme de ella. Me seguía a todas partes, me llamaba noche y día, venía a buscarme a casa. Te aseguro que si Angela fuera tan insistente como ella, en un año me haría multimillonario.

—Te casaste con ella por el bebé, ¿no es cierto?

Edward frunció el ceño.

—La mayor parte de los chicos no se habrían casado con ella si no hubieran estado enamorados. Y menos después de cómo te consiguió. Pero tú tenías una debilidad que la mayoría de los jóvenes de tu edad no poseían: un fuerte sentido de la responsabilidad.

—Creía que estábamos hablando de recuerdos agradables —gruñó Edward.

—Pero tú no has contado ninguno.

—De acuerdo. Ahí va uno. La primera vez que te vi sentada en clase de Biologia. Acababa de matricularme y en dirección me enviaron a tu clase. Estabas haciendo una especie de examen escrito. Entonces tú alzaste la mirada.

—¿Y?

—Sonreíste —contestó.

Bella tuvo la sensación de que aquello había sido algo muy significativo para él, pero le resultaba difícil de creer.

Probablemente, todas las chicas de la clase habían levantado la mirada y le habían sonreído.

—Estoy segura de que no fui la única.

—Pero fuiste la única que me hizo pensar que iba a casarme contigo.

Bella estuvo a punto de atragantarse con el refresco.

—¿Estás de broma?

—No.

—Pero si ayer mismo me dijiste que no estás hecho para el matrimonio.

—En aquella época era demasiado joven para saber lo que quería.

—Ahora comprendo por qué nunca te gustó Jacob.

Edward rió con pesar.

—Yo tampoco le gusté nunca.

—Estaba celoso de ti —le explicó Bella—. Esa era la razón por la que te trataba tan mal.

Tú no tenías ninguna de las ventajas con las que contaba él, el apellido, el dinero, la reputación de su familia, pero tenías algo con lo que no podía competir. Todavía no puedo decir qué es exactamente. Supongo que confianza en ti mismo, carisma. Una especie de combinación de ambas cosas.

—Pero si tenía tanto carisma, ¿por qué nunca tuvo ningún efecto en ti? —le preguntó Edward, mientras se terminaba su bolsa de patatas.

—Te encontraba atractivo, pero estaba convencida de que me tratarías con la misma indiferencia con la que tratabas a todas las chicas que se ponían a tus pies.

Pensaba que eran unas estúpidas por intentar llamar tu atención.

—¿Y ahora?

Bella dio un largo trago a su bebida. Estaba completamente encaprichada con él, pero su opinión no había cambiado. Y tampoco su determinación de que ningún otro hombre infiel pudiera destrozarle el corazón.

—Ahora trabajamos juntos —dijo simplemente.

—Podría despedirte —repuso Edward.

—Eso es precisamente lo que estoy intentando impedir.

—¿Crees que tendrías que dejar la oficina si estuviéramos juntos?

—Tú no quieres que estemos juntos —repuso ella—. Ahora eres más viejo y más sabio y sabes que no estás hecho para el matrimonio, ¿recuerdas?

—Dios, ¿es que para ti no hay otra forma de estar juntos?

—No.

oooooooooo

Edward estaba sentado en la habitación del motel, mientras Bella se duchaba, mirando el sobre que contenía la carta de Tanya. No había hablado con su ex esposa desde hacía casi diez años y no tenía ganas de saber nada de ella. Pero la curiosidad y un viejo sentimiento de culpa por no haber sido capaz de amarla y no haber impedido que las cosas terminaran de manera tan trágica entre ellos minaba su decisión. Él no había querido hacerle daño a Tanya. Simplemente era un joven inexperto cuando se había casado con ella.

Pero si era dinero lo que necesitaba, probablemente podría ayudarla. Siempre y cuando pudiera mantenerse al margen de su vida.

Se pasó una mano por el pelo, que tenía todavía húmedo después de la ducha y suspiró. ¿Qué daño podía hacerle leer aquella carta? Tanya había sido su esposa.

Le debía por lo menos eso.

Abrió el sobre y sacó una hoja de papel.

Querido Edward:

Si alguna vez llega a tus manos esta carta, sé que te sorprenderá. Después de todo lo que pasamos, supongo que no quieres saber nada de mí. Pero tengo que decirte que lo siento.

Tenías razón. Te mentí sobre el bebé. Nunca estuve embarazada. Simplemente estaba enamorada de ti y tenía tanto miedo a perderte que te mentí para que te casaras conmigo.

No creía que estuviera haciendo nada malo.

Me decía a mí misma que conseguiría hacerte feliz, que nos haríamos felices el uno al otro y pensaba quedarme embarazada en cuanto nos casáramos.

Habrías sido un magnífico padre. Tu forma de cuidar de tus hermanos era verdaderamente sorprendente. Pero el destino puede ser cruel, ¿verdad?

Cuando después del quinto mes de matrimonio vi que todavía no me había quedado embarazada, comprendí que tenía que hacer algo. No estaba engordando, como habría sido lo normal y ese fue el motivo por el que fingí un aborto. Sabía que me odiarías si alguna vez lo averiguabas. Y lo averiguaste.

Recuerdo el día que te enfrentaste a mí.

Volví a mentir. Todo era mentira sobre mentira. Y lo hacía por que te amaba, Edward.

¿Tan difícil era amarme a mí? Supongo que sí. En cualquier caso, he pensado que debería decirte la verdad. Estoy cansada de castigarme por lo que hice. Lo único que quiero ahora es tu perdón. ¿Es pedir demasiado, Edward? ¿Es demasiado tarde?

Te querrá siempre, Tanya.

Edward tiró la carta en la cama, hundió la cabeza entre las manos y se frotó las sienes con los pulgares. Por fin había admitido Tanya que nunca había estado embarazada.

Él lo había sospechado, por supuesto.

El médico no tenía constancia de sus visitas, no había visto ninguna prueba de embarazo, nada. Pero Tanya le decía que tenía miedo a los médicos y que por eso no había acudido nunca a ellos. Edward no sabía si creerla o no, de lo único que estaba seguro era de que algo no iba bien. Y después, cuando había abortado, prácticamente no había sangrado, no había sentido una tristeza real, nada.

Tanya sólo parecía obsesionada por quedarse embarazada otra vez. Le había suplicado para que tuvieran otro hijo, pero él ya no confiaba en ella. Había empezado a ver a su joven esposa bajo una nueva luz, había comenzado a darse cuenta de que le había tendido una trampa y apenas podía soportar estar en la misma habitación que ella. Y cada vez que intentaba decirle que su matrimonio no funcionaba, Tanya se ponía a llorar y amenazaba con suicidarse si la dejaba.

Y Edward recordaba el momento en el que había hecho realidad sus amenazas. Había llegado a casa y la había encontrado tumbada en el suelo del baño, con un bote de pastillas vacío a su lado.

«¡Dios mío, Tanya! ¿Qué te hiciste? ¿Qué nos hiciste?»

Sacudió la cabeza, intentando liberarse de aquel recuerdo, tomó el sobre con la carta y miró fijamente la dirección. Quizá si le dijera que la había perdonado, Tanya fuera capaz de dejar el pasado atrás y comenzar de nuevo. Y quizá, haciendo eso, podría liberarse de la culpa que lo había perseguido durante todos esos años.

Tomó el teléfono, llamó a Bella a su habitación y le dijo que iba a estar fuera durante una hora más o menos. Se metió la mano en el bolsillo y salió.