AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak

Capítulo Trece

Tanya estaba viviendo en casa de sus padres.

Edward reconoció la dirección en el sobre y recordó haber ido allí los días de Navidad y Acción de Gracias, pero no le atraía en absoluto la idea de volver a ver a sus ex suegros. Suponía que tampoco a ellos les haría mucha gracia. Nunca habían tenido muy buena relación, probablemente porque Edward tenía que trabajar tanto en aquella época, que apenas tenía tiempo de estar siquiera con su esposa.

Miró el jardín mientras se acercaba, advirtiendo sus modestos cambios. Habían arreglado el lecho de flores de la entrada y de la puerta colgaba una bandera americana.

La cerca la habían pintado de color rojo intenso.

—¿Quién es? —preguntó la señora Smith, contestando a su llamada antes de verlo.

Cuando lo reconoció, se quedó boquiabierta y se interrumpió como si no supiera qué decir.

—¿Vive aquí Tanya? —preguntó Edward.

—Sí, está en casa.

—¿Puedo hablar con ella?

—Espera un momento. Voy a ver.

El olor a verdura cocida alcanzó a Edward en cuanto la señora Smith se apartó de la puerta, haciéndole preguntarse a Edward si los habría interrumpido comiendo.

Casi se había convencido a sí mismo de que no debería haber ido y estaba a punto de marcharse cuando apareció Tanya.

Estaba prácticamente igual que la última vez que la había visto. Sólo el pelo era diferente. Se había cortado su melena rubia y llevaba el pelo muy corto.

—Eres tú —dijo, humedeciéndose los labios con gesto nervioso—. No no creía que fuera a verte otra vez.

—La abuela Lizzy me ha dado tu carta.

Tanya salió de casa y se frotó las manos en los pantalones.

—Me alegro. Yo quería que la leyeras. Me gustaría habértela mandado, pero no sabía cómo encontrarte.

—Ahora vivo en Port Angeles.

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Y a qué te dedicas? ¿Continúas con la camioneta?

—No, ahora construyo casas.

—Eso suena genial. ¿Y te gusta trabajar en la construcción?

Edward rió para sí, pero no se molestó en sacarla de su error.

—Sí. ¿Y tú cómo estás? ¿A qué te dedicas ahora?

Tanya se encogió de hombros.

—A lo mismo de siempre. Ayudo en la tienda de mis padres y sigo viviendo aquí. Supongo que moriré en Forks —contestó con una sonrisa.

—Siempre te gustó este lugar.

—Sí, pero me habría ido a cualquier parte. Contigo —añadió suavemente.

Edward se aclaró la garganta, sintiéndose incómodo ante aquel recuerdo de su devoción.

—¿Cómo están tus padres?

—Mi padre está deseando vender la tienda y jubilarse. Pero mi madre no quiere.

—¿Y tu hermana?

—Se casó y se fue a vivir a California. ¿Te imaginas? Mi hermana pequeña ya tiene su propia familia y yo continúo viviendo en casa de mis padres.

—Eres adulta. Puedes irte de casa, buscar un trabajo, ir a la universidad. Si quisieras, podrías cambiar de vida.

—No sabría a dónde ir —suspiró—. Y no quiero irme sola.

Permanecieron en un torpe silencio durante un par de minutos. Tanya se metió la mano en el bolsillo y clavó la mirada en el suelo.

—¿Te has vuelto a casar? —le preguntó.

—No.

—Yo tampoco.

—Estoy seguro de que terminarás encontrando a alguien.

Tanya parecía tan abatida que Edward alargó el brazo para estrecharle cariñosamente el hombro, pero en cuanto la tocó, ella retrocedió violentamente.

—No —le pidió—. Lo único que sientes por mí es compasión.

Y lo odio.

—Me gustaría que las cosas pudieran haber sido diferentes.

La sonrisa de Tanya vaciló, pero la mantuvo firmemente en su lugar.

—¿Cómo están tus hermanos?

—Bien —Edward le habló un poco de lo que estaban haciendo cada uno de sus hermanos, pasando por alto su discusión con Jasper.

Después se dispuso a marcharse—. Será mejor que me vaya —dijo—. Solo quería decirte que no tengo nada contra ti. Sé lo que hiciste, pero eso pasó hace muchos años. Olvídalo e intenta ser feliz, ¿de acuerdo?

Una lágrima rodó por la mejilla de Tanya.

—Siempre has sido un hombre bueno, Edward.

Te lo debía. Y también has sido muy generoso. Nunca le has contado a nadie lo que hice. Tú has asumido la culpa de todo lo que pasó.

—Pensaba marcharme. No me importaba que aquí siguieran pensando que era un mal tipo —sonrió, intentando aliviar la tensión del momento.

—No debería haberlo hecho —dijo—. Me equivoqué, como en todo lo que te hice.

Quería castigarte por haberme rechazado pero tú te marchaste. Hiciste lo que debías —sacudió la cabeza—. ¡Dios, cuánto te quería!

Siempre te querré.

Edward sentía una profunda tristeza por todo lo que Tanya estaba sufriendo por culpa de ese amor.

—Lo siento, Tanya —le dijo.

—Yo también —contestó.

Y desapareció en el interior de la casa.

oooooooooo

—¿Has comprado un Jeep? —preguntó Charlie con admiración, mientras él y sus hermanas rodeaban el remolque que Edward había alquilado para poder transportar el jeep hasta Port Angeles.

—Necesitábamos hacer algo mientras los esperábamos —respondió Edward.

—¿Entonces han ido a la montaña de arena? ¿Sin nosotros? —se lamentó Mackenzie.

Bella advirtió que Jacob la miraba con el ceño fruncido. Él y sus padres estaban a su lado, despidiendo a los niños y aquel era uno de esos embarazosos momentos en los que Bella no sabía cómo comportarse. ¿Debía ser amable a pesar de la hostilidad que se respiraba en el ambiente? ¿Indiferente?

¿Debería mostrarse ofendida por que los Black no llevaran mejor su divorcio?

—Sabíamos que se estaban divirtiendo en el rancho con los abuelos —les dijo—. Por eso los trajimos aquí. Pero ahora tenemos que irnos. Venga, todos arriba.

Mañana tienen que madrugar para ir al colegio.

—¿Me llevarás algún día a la montaña de arena? —le preguntó Charlie a Edward.

Edward miró a Jacob y se encogió de hombros.

—Quizá algún día, si te apetece.

—Yo tengo un jeep, hijo. No necesitas que nadie te lleve —replicó Jacob—. Iremos juntos el próximo fin de semana.

—¿Y yo? —preguntó Mackenzie.

—¿Y yo? —añadió Sophia.

—Ustedes todavía son demasiado pequeñas —les contestó Bella—. Papá las llevará cuando sean mayores.

Las niñas protestaron mientras Bella las ayudaba a montarse en la camioneta.

—¿Entonces vendrás por los niños el viernes que viene? —le preguntó a Jacob antes de montarse en el asiento de pasajeros.

—Sí, llegaré por la tarde.

Bella vaciló. El viernes cumplía treinta y dos años. No esperaba que Jacob ni nadie se acordara, pero le habría gustado que sus hijos estuvieran con ella.

—No estaremos en casa hasta las cinco —le dijo.

—De acuerdo, llegaré a esa hora.

—Muy bien —cerró la puerta y esperó a que Edward pusiera el coche en marcha—. Hasta el viernes entonces.

Billy y Rebeca despidieron a los niños con la mano mientras la camioneta se alejaba.

Mackenzie y Sophia respondieron a sus abuelos con entusiasmo, pero Charlie estuvo en silencio hasta que perdieron el rancho de vista.

—Mi padre me ha dicho que te conoció en el instituto —le dijo de pronto a Edward.

—Forks es un pueblo muy pequeño —respondió Edward—.

Aquí casi todo el mundo se conoce.

—Y dice que entonces no le gustabas y que tampoco le gustas ahora.

—Charlie, ¡sabes que no debes repetir una cosa así! —le gritó Bella, pero por la expresión de su hijo comprendió que éste no quería ofender a Edward.

Parecía estar pensando en algo, probablemente estaba intentando decidir, después de lo que los Black le habían dicho, lo que Edward podía significar en sus vidas, para poner en orden sus lealtades.

—¿A ti te gustaba mi padre? —le preguntó.

—En el instituto pasaban muchas cosas. La verdad es que no le prestaba demasiada atención a tu padre —contestó Edward.

Su respuesta fue bastante diplomática y amable, teniendo en cuenta todo lo que podía haber dicho, pero Charlie rápidamente lo comprendió.

—Eso es un no.

Edward no intentó corregirlo. Se limitó a permanecer en silencio.

—¿Y por qué no? —insistió Charlie.

—Cariño, no es educado ser tan insistente con una persona —dijo Bella, intentando zanjar la conversación—. Edward y tu padre pueden no haber sido los mejores amigos, pero ahora son adultos y por lo tanto, capaces de superar sus diferencias.

Lo que pasó en el instituto ya no importa.

—A papá sí —la contradijo Charlie—. Él dice que Edward quería casarse contigo en el instituto, pero que no consiguió hacerlo entonces y que tampoco lo conseguirá ahora.

Bella intentó dominar su indignación.

—Papá no tiene derecho a decir esas cosas —replicó.

—Dice que si Edward quiere casarse contigo, tendrá que pasar por encima de su cadáver.

Eso es lo que dice —añadió Mackenzie.

Avergonzada, Bella cerró los ojos un instante y se apretó el puente de la nariz.

—Gracias por la información, hijos.

Mackenzie sonrió con orgullo, tomándose al pie de la letra las palabras de su madre, pero Charlie la ignoró. Sus ojos continuaban fijos en Edward.

—¿Entonces te vas a casar con ella?

Edward sonrió.

—No deberíamos enfadar a tu padre, ¿verdad?

oooooooooo

—¿Qué es eso?

Al oír la voz de Emmett, Edward se volvió y vio a su hermano avanzando por el camino de entrada a la casa, con la mirada fija en buggy que acababa de dejar en el garaje de una de las casas que estaba todavía en construcción.

—¿Qué crees que es? —le preguntó Edward.

La expresión de estupefacción de su hermano apenas se apreciaba en la oscuridad.

—A mí me parece un jeep un coche para andar por la arena, pero no puedo imaginarme qué puede estar haciendo mi hermano, un adicto al trabajo, con un juguete como ese.

—Ayer por la noche llevé a Bella y a sus hijos a Forks—le respondió Edward.

Emmett arqueó las cejas.

—¿Que fuiste a Forks?

—Sí. Los niños querían ver a su padre.

—Un gesto muy amable por tu parte.

Edward ignoró la ironía que escondían sus palabras.

—Vi a la abuela Lizzy.

—¿Y cómo está?

—Como siempre. Continúa maldiciendo como un marinero.

Emmett sacudió la cabeza y rió.

—Es una mujer increíble.

—¿Y tú cuándo has vuelto?

—Hace solo unas horas. Venía a verte para hablarte de esos terrenos.

—¿Te han gustado?

—Tienen buen aspecto. Creo que podremos incluirlos en el proyecto a un buen precio.

Emmett continuó describiéndole la localización y las subdivisiones del terreno, pero Edward tenía serias dificultades para concentrarse. Su mente continuaba pendiente de Bella.

La veía sentada a su lado en el jacuzzi o durmiendo en la camioneta. Recordaba los párpados de Bella cerrándose mientas la besaba.

—¿Edward? ¿Quieres que vuelva mañana? —le preguntó Emmett.

—¿Hum?

—Tu mente está a miles de kilómetros de distancia. Quizá podamos hablar de esto en otro momento.

Edward suspiró.

—Lo siento, estoy cansado.

—¿Sabes lo que pienso? Creo que tu nueva secretaria te ha preparado la cena demasiadas veces —le dijo Emmett.

—¿Y qué se supone que significa eso?

Su hermano sonrió radiante.

—Que te estás enamorando, chaval.

Edward recordó el día que había encontrado a Tanya en el suelo del cuarto de baño y sintió una repentina oleada de pánico, no porque temiera estar enamorándose de Bella, sino porque tenía miedo de que ella estuviera enamorándose de él.

¿Qué ocurriría si se enamoraba con la misma pasión que Tanya? ¿Y si él no correspondiera a sus sentimientos?

Además, no quería arriesgarse a educar a más niños. Sobre todo después de lo terriblemente que había fracasado con Jasper.

—Te equivocas —le contestó a su hermano, frunciendo el ceño.

—¿De verdad?

—Sí, Bella tiene tres hijos y demasiadas ataduras en Forks. No quiero involucrarme sentimentalmente con ella.

—¿Ah sí? En ese caso, tengo noticias para ti: creo que ya estás enamorado.

oooooooooo

Jasper contuvo la respiración mientras los otros alumnos se agrupaban delante de la lista de notas que el profesor Hernández acababa de colgar en la ventana de su despacho.

La lengua era la asignatura que peor se le daba y el último comentario de texto le había parecido particularmente difícil.

Era sobre La Odisea de Homero, una historia que le había resultado terriblemente aburrida y sin sentido a pesar de lo que la crítica literaria decía. Pero Jasper dudaba que su opinión encajaran demasiado bien con los criterios de aquel profesor de tono amable y amante de la poesía.

Se acercó a la lista y leyó:, Carter,Clark,Cullen.

Los ojos de Jasper se deslizaron por la línea punteada que seguía a su nombre hasta encontrar la letra C en la columna de notas.

Entonces volvió a respirar. Había aprobado.

No había sacado muy buena nota, pero aquel era el primer semestre y había aprobado.

—¿Qué tal te ha ido, Cullen?

Jasper se volvió y encontró tras él a la joven que le había invitado a salir con ella durante la primera semana de curso.

Era una atractiva morena, pero demasiado joven para él.

—He aprobado —dijo sencillamente—. ¿Y tú?

—Yo también he aprobado.

La chica rubia que acompañaba a la otra joven hizo un sonido estrangulado y elevó los ojos al cielo.

—¿Que has aprobado? ¿Que has aprobado, Alice? —repitió y miró después a Jasper—.

Alice ha sacado una A. En realidad, siempre le ponen una A.

Si quieres saber mi opinión, es sencillamente repugnante.

Alice se sonrojó violentamente y fulminó a su amiga con la mirada.

—Ya basta, Caitlin. Tengo que sacar buenas notas. No me tomé en serio el instituto y perdí la oportunidad de conseguir una beca.

Ahora tengo que recuperar el tiempo perdido.

—Entiendo que estés motivada —replicó Caitlin—. Y esa no es la parte repugnante.

Lo repugnante es lo fácil que te resulta sacar buenas notas.

Jasper había rechazado a Alice cuando ésta lo había invitado a cenar, pero sintió que su interés por ella comenzaba a aumentar.

—¿Perteneces a algún grupo de estudio? —le preguntó.

—No.

—¿Y te interesaría estudiar conmigo?

Alice se ajustó la mochila que llevaba al hombro.

—No —contestó y se alejó de allí, dejando a su amiga boquiabierta tras ella.

—Supongo que todavía no te ha perdonado que rechazaras su invitación —le explicó Caitlin encogiéndose de hombros y corrió para alcanzarla.

oooooooooo

Su cumpleaños era al día siguiente. Y como no hiciera algo para remediarlo, iba a pasar sola la velada.

Bella miró nerviosa hacia Edward, después mezcló la pasta que estaba haciendo para cenar con la salsa de pesto y colocó el pollo con tomate en una fuente. A Edward le gustaba la pasta y parecía relajado mientras, sentado a la mesa, echaba un vistazo al anteproyecto de Eclipse. Acababan de recibir la aprobación del préstamo que había solicitado, de modo que estaba de un magnífico humor. Probablemente aquel fuera un buen momento para preguntarle si quería salir con ella el viernes por la noche, pero había estado esperando el momento adecuado para hacerlo durante toda la semana y todavía no había sido capaz de encontrar el valor para hacerlo.

—Me voy —anunció Angela, asomando la cabeza en la cocina.

—Hoy has trabajado hasta muy tarde. Son casi las cinco —le dijo Edward.

—Tenía que hacer algunas llamadas. Creo que acabo de vender una casa a una familia muy agradable con dos niños.

Mañana me llamarán para confirmármelo.

—Magnífico. No paras de vender casas.

—Es fácil vender unas casas tan bonitas como estas.

—Muchas gracias.

Edward volvió a enterrar la nariz en el anteproyecto.

—Mmm. Huele maravillosamente —comentó Angela.

—Es la pasta con pesto —le explicó Bella—.

¿Te apetece probarla?

—No, he quedado con un amigo a cenar. Pero guárdame un poco, la probaré mañana.

—De acuerdo.

Angela se marchó, dejando a Bella pensando nuevamente en su cumpleaños. El año anterior había cumplido treinta y un años unos meses antes de dejar Forks y aquel había sido uno de los días más solitarios de su vida. No quería repetir aquella experiencia.

Le apetecía salir a cenar, al cine o a bailar y quería hacerlo con un hombre, preferiblemente Edward. Pero para ello tendría que preguntárselo, ¿no? Aunque todavía no sabía cómo.

Si le comentaba que iba a ser su cumpleaños, podría pensar que estaba insinuándole que le hiciera un regalo. Pero si no mencionaba que era una ocasión especial, podía pensar que andaba detrás de él.

—¡Ay! —gritó al quemarse la mano con la sartén que acababa de dejar en el fregadero.

Edward alzó la cabeza sorprendido.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Sólo me he quemado un poco —contestó.

Sacó un cubito de hielo del frigorífico y lo sostuvo contra la marca roja que tenía en la mano.

—Hoy has estado muy callada —le dijo Edward—.

¿Qué te pasa?

—Nada.

—¿Jacob sigue pensando en llevarse mañana a los niños?

—Sí, de momento sí.

«Ahora», le, decía su mente, «Pregúntaselo ahora».

Aparentemente, Jacob iba a llevarse a los niños al día siguiente por la noche, dándole la oportunidad perfecta. Y sin embargo, ella no era capaz de decir las frases que tantas veces había ensayado a lo largo de la semana.

—¿Bella?

—¿Sí?

—¿Se está quemando algo más?

—¡Oh! ¡El pan de ajo!

La cocina se llenó de humo cuando Bella abrió la puerta del horno. Agarró un guante y sacó rápidamente el pan, pero estaba ya demasiado quemado para poder comerlo.

—Se ha quemado —dijo disgustada.

—Bella, ¿no piensas decirme lo que te pasa?

—le preguntó Edward, levantándose—. Pareces no sé, preocupada.

Bella sintió su respiración en el cuello y supo que estaba muy cerca. Y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no arrojarse en sus brazos.

—Lo siento —dijo, luchando contra las lágrimas.

—¿El qué?

—Haberte quemado la cena.

—Sólo se ha quemado el pan, ¿verdad?

Y sólo era su cumpleaños. ¿Qué más le daba pasarlo sola en casa?

—Sí, sólo ha sido el pan.

—¿Te ocurre algo más?

¿Aparte de que no era capaz de dejar de pensar en él? Bella sabía que Edward no era el hombre adecuado para ella, que el matrimonio no formaba parte de su vida, pero aun así lo deseaba.

¡Dios santo! ¿Se estaría convirtiendo en otra Tanya?

—No —contestó.

Abrió el grifo del fregadero para aliviar el escozor de la quemadura y terminar de lavar los platos antes de marcharse, pero Edward le rodeó la cintura con los brazos y la hizo volverse hacia él.

—Dime lo que estás pensando.

Por un momento, Bella cerró los ojos y se dejó abrazar. Quería olvidarse de los platos, de su trabajo, de su cumpleaños, sobre todo de sus cumpleaños, alzar el rostro hacia él y prepararse para un beso.

Pero las palabras que le había repetido Tanya el día que se habían encontrado en Forks años atrás, continuaban sonando en su cerebro: «Me ha engañado», «Me ha engañado», «Me ha engañado y me ha roto el corazón».

Bella sabía mucho de corazones rotos. Ella había sufrido el mismo tipo de traición y devastación. Y sería una estúpida si se exponía a volver a experimentarla.

Exacto, una estúpida.

—Hasta mañana, Edward —dijo suavemente, deslizándose de sus brazos.

Agarró el bolso y salió, sin darse tiempo a mirar atrás.