AQUI LES DEJO ESTA NUEVA HISTORIA,

ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Catorce

Edward dio media vuelta en la cama y apartó la almohada para poder ver la hora. ¡Maldita fuera! Eran las tres de la madrugada. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué le estaba costando tanto dormir?

Normalmente era el trabajo el que le quitaba el sueño. Pero aquella noche no podía culpar a los negocios de su insomnio.

Bella era lo único en lo que podía pensar. Revivía una y otra vez el momento en el que la había abrazado en el fregadero.

Acariciarla era como rozar el cielo y olía tan maravillosamente bien. Había estado a punto de deslizar las manos bajo su camisa. Quería sentir bajo los dedos su piel suave y cremosa y por un instante, había estado prácticamente seguro de que ella iba a permitírselo. Pero de pronto todo había cambiado. Bella se había tensado y se había marchado.

¿A qué se habría debido aquel repentino cambio de humor?

¿Habría sido por Jacob?

¿Estaría todavía enamorada de su marido? ¿O sería el divorcio? Quizá hubiera sido una experiencia demasiado dolorosa para volver a implicarse en otra relación. ¿Y si el problema era él?

Un saco de basura. Las personas con las que Bella se relacionaba en el instituto no tenían muy buena opinión sobre él. Quizá en el fondo, la propia Bella continuara teniendo prejuicios sobre su pasado. O a lo mejor, por cualquier otra razón, no lo encontraba atractivo. En cualquier caso, había dejado claro que no tenía interés en mantener relaciones sexuales sin que hubiera ninguna posibilidad de matrimonio.

Y él no estaba interesado en ningún tipo de relación que incluyera aquella posibilidad.

De modo que estaban en un callejón sin salida y necesitaban olvidarse el uno del otro. Algo aparentemente fácil. El problema era que trabajaban juntos y no podían evitar estar en contacto, lo cual significaba que la cosa no era tan fácil como parecía.

Especialmente, cuando al pensar que le permitiría pasar el resto de las noches de su vida en brazos de Bella, el matrimonio dejaba de parecerle algo tan terrible. ¿Con qué otra mujer preferiría estar? Con ninguna. Nadie le había impactado nunca tanto como ella. Y sus hijos eran buenos chicos, no eran niños difíciles como lo había sido Jasper.

Seguramente podría llegar a quererlos.

Edward gimió. Apartó bruscamente las sábanas y se fue a la cocina a buscar un vaso de agua fría. Se sentó en la mesa, a oscuras.

Las nubes ocultaban el rostro de la luna y el viento silbaba entre los arbolillos del jardín. Hacía un poco de frío, incluso estando en casa.

Se preguntó lo que sería tener a Bella acurrucada en sus brazos y hacer el amor con ella mientras los relámpagos iluminaban el cielo y los truenos retumbaban en la distancia.

Inmediatamente comprendió que tenía que pensar en otra cosa si no quería volverse loco.

Quizá pudiera llamar a alguien. A Lauren. A alguna vieja amiga. A Jasper Edward miró el teléfono. Durante más de un mes, había estado evitando ponerse en contacto con su hermano, esperando que volviera a hacerlo él. Pero no había tenido noticias de Jasper y se sentía como si estuviera alejándose de todo lo que siempre había sabido. Necesitaba que alguien le recordara las decisiones que había tomado antes de conocer a Bella.

Necesitaba hablar con Jasper. Jasper era la pieza del rompecabezas que le faltaba. Edward había ignorado su ausencia y había intentado no pensar en ella, pero nada funcionaba bien sin su hermano.

Levantó el teléfono inalámbrico y marcó el número de teléfono de Jasper. No era una hora muy adecuada para llamar, pero no le importaba. Ya había esperado demasiado tiempo para hacer aquella llamada.

—¿Diga?

—¿Jasper?

Jasper pareció despejarse inmediatamente.

—¿Edward? ¿Estás bien?

—Sí, ¿y tú?

Se oyó un suspiro cansancio.

—También. Estaba durmiendo.

Se hizo un pesado silencio. Edward sabía que Jasper estaba esperando que le explicara por qué lo había llamado. Tenía que decir algo, pero no sabía cómo empezar.

—¿Viste el partido del último domingo?

—Sí. Fue una vergüenza. Los partidos ya no son lo que eran, ¿verdad?

—El domingo estuve fuera, así que tuve que verlo grabado, pero no fui capaz de verlo entero.

—Sí, es terrible.

Otro silencio. Edward se devanaba los sesos intentando recordar otros acontecimientos deportivos, pero tenía la mente en blanco.

Además, no resultaba nada fácil pasar del fútbol a los problemas sentimentales.

—Bueno, te dejaré seguir durmiendo —dijo por fin.

—¿Para qué me has llamado?

Edward vaciló. Aquel era un buen momento para decir todas las cosas que jamás había dicho. Para explicarle a Jasper lo mucho que significaba para él. Cerró los ojos y tomó aire, pero las palabras no salían.

—Por nada en especial. Sólo quería saber si habías visto el partido —y si pensabas volver a casa, pensó.

—¿Me llamas a las tres de la mañana para preguntarme si he visto perder a los Fortyniners hace una semana?

—Sí —y para decirle que las cosas ya no eran lo mismo sin él.

—Muy bien.

—Quizá podamos volver a vernos —dijo Edward, mientras rezaba en silencio para poder ver a su hermano cuanto antes.

Quería decirle que volviera, que eran hermanos y que eso era lo único que realmente importaba.

—Quizá —contestó Jasper.

Parecía vacilante, confundido, pero Edward lo comprendía.

Habían marcado el patrón de sus relaciones unos años atrás y ya era demasiado tarde para cambiarlo.

—Adiós —le dijo.

Y colgó el teléfono.

Se quedó después sentado, con la mirada fija en la ventana, escuchando el aullido del viento.

oooooooooo

Bella contuvo la respiración cuando oyó el motor de la camioneta de Jacob acercándose a su casa. Por lo menos había sido puntual, pensó, mientras cerraba la cremallera de la bolsa que le había preparado a Sophia.

Llegaría, se llevaría a los niños y la dejaría libre para hacer nada, en realidad.

—¡Ha llegado papá! —gritó Charlie desde la puerta de la casa.

Mackenzie y Sophia salieron corriendo para recibir a su padre mientras Bella llevaba sus bolsas al cuarto de estar. Jacob acababa de entrar en la casa, intentando protegerse de la lluvia.

—Ya está todo preparado —le dijo Bella en cuanto lo vio—.

Oh, espera —le tendió las bolsas y salió al pasillo para recoger a Pinkie, el osito con el que Sophia dormía por las noches—.

No te olvides de Pinkie —dijo en cuanto volvió.

Jacob tomó el oso y lo colocó encima de las bolsas.

—Nos llevaremos a Pinkie cuando nos vayamos, pero antes tenemos una sorpresa para ti.

—¿De verdad?

—¿De verdad? —repitió Mackenzie.

La sonrisa de Jacob le hizo evocar a Bella al hombre que ella había conocido. Al hombre del que se había enamorado.

—Sí —les dijo a los niños—. Vamos a invitar a su madre a cenar fuera porque hoy es su cumpleaños.

Bella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y se enderezó sorprendida. ¿Se había acordado? ¿De verdad le importaba?

Después de un año de hostilidades entre ellos y de lo que había pasado el sábado en el motel, no sabía cómo responder a aquel repentino cambio de actitud.

—Eres muy amable, pero.

—¿Pero qué? —preguntó Jacob—. No me digas que ya tienes otros planes.

No mencionó el nombre de Edward, pero Bella sabía que estaba pensando en él.

—No tengo ningún plan.

—¿Entonces por qué no pasar esta noche con tu familia?

Ellos ya no formaban una familia. Y a Bella no le gustaba ir a ninguna parte con Jacob.

Preferiría quedarse sola en casa. Pero sus hijos ya estaban gritando entusiasmados y debatiendo sobre el lugar al que deberían ir a cenar.

—Yo quiero ir a Chuk —dijo Sophia.

—No, yo prefiero ir al McDonald's —propuso Mackenzie—.

Estoy harta de pizza.

—Papá no va a invitar a mamá a una hamburguesa —les explicó —.Charlie

Va a llevarla a un sitio bonito, ¿verdad papá?

—Estaba pensando en el buffet de pescado del Peppermill —comentó Jacob.

—¡Yo odio el pescado! —gritó Mackenzie.

Bella sabía que Charlie también lo odiaba, pero aquella noche estaba decidido a apoyar a su padre. Probablemente, esperaba que aquella cena sirviera para que sus padres volvieran a estar juntos. Bella no quería alimentar aquellas esperanzas, pero no sabía cómo evitar algo tan simple, como dejar que Jacob los invitara a cenar a ella y a sus hijos el día de su cumpleaños.

—De acuerdo —cedió—. Voy a buscar sus chaquetas.

Pero no tardaremos demasiado. Con esta tormenta no quiero que tengan que viajar demasiado tarde.

Jacob prometió que cenarían rápidamente y volverían, pero después de la cena, insistió en llevar a toda la familia al circo y a la feria, donde estuvieron disfrutando de cada una de las atracciones. Para cuando regresaron a casa, eran más de las diez.

—¿Ha sido una buena sorpresa? ¿Te has divertido, mamá? —preguntó Charlie mientras esperaban a que Jacob abriera la puerta de la casa.

—Por supuesto —Bella sonrió, por el bien de su hijo y abrió la puerta, dejando que pasaran todos delante de ella.

Jacob había sido el epítome de una cita ideal: atento, educado, divertido, cariñoso.

Pero Bella no sabía cómo responder a la actitud solícita y cariñosa de Jacob sabiendo cuánta amargura albergaba en su interior.

—Lo he pasado muy bien —contestó—. Y les quiero dar las gracias por la cena, pero estoy preocupada por lo tarde que es.

Deberían irse cuanto antes.

—¡Oh, vamos! —protestó Jacob—. Hace un día terrible y es viernes por la noche. ¿Por qué no acostamos a los niños y vemos una película? Podemos irnos mañana por la mañana.

¿Por qué no? Porque ella quería que se fuera, esa era la razón. Pero una vez más, Charlie se puso del lado de su padre.

—Ya sabes lo cansado que está papá por las noches, mamá.

No querrás que nos lleve por esas carreteras tan resbaladizas con lo cansado que está.

A Bella se le cayó el corazón a los pies.

Charlie tenía razón. No quería arriesgar la seguridad de sus hijos por nada del mundo.

Pero no quería que su ex marido se quedara a dormir en su casa.

—¿Estás tan cansado? —preguntó, esperando todavía que se marcharan.

—Sí, me he levantado a las cuatro y media de la mañana y estoy empezando a notarlo.

—¿Tus padres no los estarán esperando? —le preguntó.

—Siempre puedo llamarlos.

Bella estaba atrapada. No quería que Jacob se quedara en casa, pero sugerir que se fuera a un motel no sería muy amable por su parte, sobre todo cuando la había invitado a cenar.

Además, Charlie estaba examinando cada uno de sus movimientos y ella estaba cansada de ser la mala de la película.

—De acuerdo —le dijo a Jacob—, puedes quedarte. Pero yo estoy muy cansada, así que no voy a quedarme a ver ninguna película.

Jacob no pareció muy satisfecho con su respuesta, pero se sentó delante del televisor y no insistió más.

Bella metió a los niños en la cama mientras su ex marido veía las noticias. Después, le preparó a Jacob la cama en el sofá.

—Si tienes frío, tienes más mantas en ese armario —le comentó.

—¿Tú nunca tienes frío?

—¿Qué?

—Nada, déjalo.

—¿Qué pretendías decir? —volvió a preguntarle.

—Nada. Buenas noches.

Bella le dio las buenas noches y se retiró a su habitación.

¡Y ella que tenía miedo de quedarse sola el día de su cumpleaños!

Pensó en Edward y en lo mucho que le habría apetecido salir aquella noche con él. Y deseó, a pesar de todo, haber tenido valor para pedírselo. ¿Qué más le daba que hubiera podido ser un motivo de discusión con Jacob?

Por lo menos se habría sentido en un terreno familiar. En aquel momento Jacob la estaba haciendo sentirse como si estuviera preparándole una trampa.

El pomo de la puerta giró, despertando a Bella de un profundo sueño. Lo primero que pensó fue que era Sophia, que a veces se acercaba a su cama en medio de la noche, pero después oyó su nombre.

—¿Bella?

¡Jacob! ¿Qué querría? Bella se levantó, incorporándose sobre el codo para ver la hora que era. El despertador le indicó que no eran más de las doce. Evidentemente, Jacob no se había acostado todavía.

—¿Ocurre algo? —le preguntó.

—¿Puedo hablar contigo?

Estaban a principios de octubre, todavía estaba lloviendo y hacía frío. Bella dormía aquella noche con un camisón de franela, de modo que el pudor no era ningún problema.

Así que se levantó de la cama, cruzó la puerta y la abrió.

—¿Qué pasa? —preguntó al verlo en el pasillo vestido solamente con los vaqueros.

—Ese sofá es incomodísimo. Me está destrozando la espalda —se quejó.

—Lo siento. ¿Quieres dormir en la cama de Charlie? Puedes llevarlo al sofá. No creo que él note la diferencia.

—El caso es que—miró hacia su cama— parece que a ti te sobra sitio.

—¿Qué?

Tenía que haber oído mal, pensó Bella.

Después de todo lo que había pasado entre ellos, no podía estar sugiriendo.

—Vamos, Bella, ha pasado mucho tiempo. Te he echado de menos, pequeña. ¿Tú nunca piensas en nosotros? ¿En cómo era todo? ¿Te acuerdas de la primera vez que hicimos el amor?

—¿Sabes de lo que me acuerdo? —replicó—. Me acuerdo de cómo lloré la primera vez que me enteré de tus visitas a los burdeles. Me acuerdo de cómo me preguntaba por qué querrías ir allí y por qué habría dejado de gustarte.

Jacob alargó la mano para acariciarle la mejilla.

—¡Oh, pequeña! Tú nunca dejaste de gustarme.

No hay nadie como tú. Nadie. Eres la única mujer a la que he amado. Y eres magnífica en la cama. No hay nadie comparable contigo.

—Supongo que eres el más indicado para saberlo —contestó con vehemencia.

Jacob frunció el ceño al darse cuenta de la línea de argumentación que había emprendido.

Estaba intentando apelar a su soledad y a los buenos momentos del pasado para meterse otra vez en su cama, pero sus palabras estaban distanciándola cada vez más.

—Vamos, no empecemos con eso otra vez —recalcó Jacob—.

Eso pertenece al pasado, Bella. Dejemos el pasado detrás —dio un paso adelante y cerró la puerta tras ellos—. Tú estabas enamorada de mí desde que éramos niños.

No sé como es ahora tu relación con Edward, pero desde luego, en el instituto no te gustaba nada —la tomó por los hombros—.

Por eso estoy intentando que vuelvas conmigo. Tenemos que olvidar el pasado. ¿No crees que ya es hora de que dejemos de hacernos daño el uno al otro y volvamos a ser una familia?

—Jacob no voy a volver contigo.

Pensó que Jacob se iba a enfadar, que saldría violentamente de allí y posiblemente se iría a Forks sin los niños. Pero la sorprendió rodeándole la cintura con los brazos y posando las manos en su trasero.

—Bella, soy yo. Vamos, pequeña —musitó, estrechándola contra su miembro erecto—.

Sólo una noche más. Hagámoslo por los viejos tiempos.

Comenzó a besarle el cuello y a buscar su boca, pero Bella no sentía ni la más pequeña sombra de deseo. Sabía que Jacob estaba intentando convencerla de la única forma que sabía.

Como no podía apelar ni a su corazón ni a su mente, estaba intentando apelar a su cuerpo.

—Déjame —le dijo, empujándolo.

En vez de retroceder, Jacob tensó su abrazo.

—Jacob ¿me has oído? ¡No quiero acostarme contigo!

Jacob alzó la cara y Bella reconoció la furia en sus ojos.

Acababa de volver el Jacob al que había tenido que tratar desde que lo había abandonado.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Te estás reservando para Edward?

Bella alzó la barbilla y lo fulminó con la mirada.

—Quizá.

—¿Quieres entregarte a ese saco de basura? ¿O es que ya lo has hecho?

—Afortunadamente, eso no es asunto tuyo. En cualquier caso, quiero que salgas ahora mismo de mi casa. Vete a un motel, vuelve a Forks.

—¿Por qué? No he hecho nada. Sólo he intentado celebrar contigo tu cumpleaños. ¡Y así me lo agradeces! No pienso ir a ninguna parte hasta que no se levanten los niños.

Van a venirse a Forks conmigo, tal como lo habíamos planeado. Y hasta entonces—dio un paso adelante y se dejó caer en la cama—, pienso dormir. Aquí.

Se estiró y apoyó la cabeza en los brazos, esperando el próximo movimiento de Bella.

A Bella le entraron ganas de llamar a la policía. Podía obligar a Jacob salir. No tenía ningún derecho a estar en su casa.

Pero no quería despertar a los niños en medio de una pelea.

En unas ocho horas, Jacob volvería a Forks. Ella sólo tenía que esperar a que llegara la mañana.

Pero no pensaba esperar allí, con él.

Ignorando la mirada presuntuosa de Jacob salió de la habitación y buscó su abrigo. Se lo puso encima del camisón, agarró las llaves del coche y salió descalza, en medio de la lluvia.