**ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Dieciocho

Dos semanas después, el teléfono despertó a Bella cuando estaba durmiendo. Se levantó sobresaltada, pensando que era el despertador y gimió cuando vio que sólo eran las cinco de la mañana. Después de haber pasado la noche dando vueltas en la cama, nerviosa porque esa misma mañana empezaba un nuevo trabajo, alguien la despertaba mucho antes de la hora a la que tenía que levantarse. ¿Pero quién podía ser?

Descolgó el teléfono antes de que pudiera despertar a los niños.

—¿Diga?

—¿Bella?

Billy. Bella se tensó. No había hablado directamente con su suegro desde hacía meses.

—¿Le ocurre algo a Jacob?

—No, Jacob está perfectamente. Te llamo por el hombre con el que estás saliendo, Edward Cullen.

—¿Qué ocurre con Cullen? —preguntó recelosa.

—Quiero que te alejes de él.

Bella tardó algunos segundos en comprenderlo, probablemente porque le parecía una orden.

Cuando lo entendió, la furia sustituyó a su recelo.

—¿Qué has dicho?

—Ya me has oído.

—¿Te has dado un golpe en la cabeza o algo parecido, Billy?

Porque tengo la sensación de que no eres capaz de pensar correctamente. Jacob y yo estamos divorciados.

Afortunadamente ya no tienes nada que decir sobre mi vida.

—Eres tú la que no eres capaz de razonar.

Jacob continúa siendo el padre de tus hijos.

Y yo soy su abuelo. Eso me da algún derecho a decidir sobre su futuro y no quiero que un hombre como Edward Cullen tenga nada que ver con sus vidas. No es una buena influencia.

—¿No es una buena influencia? —repitió Bella—. ¿Un hombre como Edward? Pero si no sabes nada de Edward.

—Sé más que suficiente. Y no necesito saber nada más.

—¿Cómo puedes ser tan presuntuoso?

Bella cerró los ojos e intentó dominar su cólera. Paz. Quería que hubiera paz entre ellos. Tenía que recordarlo.

—¿Y si te digo que me dejes en paz? —le contestó, sin perder la calma.

—Te llevaré a juicio.

—Ya hemos pasado por eso, Billy, varias veces. Y creo que ya está todo resuelto.

—No voy a permitir que Edward se acerque a mis nietos, ¡maldita sea! Volveremos a los tribunales hasta conseguir que te quiten hasta la última moneda que te damos para el mantenimiento de los niños.

—¡Te atreves a amenazarme con algo que les pertenece a los niños! —gritó Bella—. ¿Cómo puedes hacer una cosa así?

—No creo que a ti te importen mucho los niños, o al menos no tanto como deberían. En caso contrario, nunca te habrías ido de aquí. En el rancho lo tenían todo y ahora están viviendo en la indigencia mientras tú te pasas el día trabajando. No me digas que eso puede ser bueno para ellos.

—No tendríamos que vivir en la indigencia si no hubieras hecho todo lo posible para liberar a Jacob de sus responsabilidades. Él es su padre, ¿por qué no iba a tener que intentar mejorar su vida?

—Fuiste tú la que pediste el divorcio, Bella y eres tú la que tienes que asumir las consecuencias de lo que hiciste. Y dile a Edward que como se le ocurra ponerle la mano encima a Jacob llamaré a la policía.

—¿Sigues peleando las batallas que debería pelear Jacob, Billy? Aunque no sé por qué me sorprende.

—Tú deshazte de Edward si no quieres que tengamos que vernos en los tribunales —y colgó.

Bella se hundió en la cama y dejó el auricular en su regazo.

Estaba temblando de furia. Por una parte, deseaba llamar a Billy y decirle que se fuera al infierno. Si quería reducir la pensión que les pasaban a los niños, volvería a los tribunales y seguiría luchando. Pero por otra parte, sabía que no podría ganar. Billy podría disimular los ingresos de Jacob fácilmente.

Podía decir que había sido despedido y el juez probablemente reduciría la pensión.

—Maldito, maldito Billy Black —se lamentó, deseando emprenderla a golpes con cualquier cosa.

Dejó caer la cabeza entre las manos y se inclinó hacia delante.

Odiaba que Billy pensara que todavía podía ejercer aquel tipo de control sobre ella. En realidad, no pensaba volver a ver a Edward, pero eso era lo de menos. ¿Qué ocurriría si su ex suegro tampoco aprobaba al próximo hombre con el que saliera? ¿O al siguiente? Lo que él quería era que volviera a casarse con su hijo.

—No te preocupes por Billy —susurró para sí, intentando tranquilizarse.

Teniendo en cuenta lo que todavía sentía por Edward, pensar en salir con otro hombre era algo que veía en un futuro muy lejano. Para entonces, posiblemente su trabajo le estuviera dando dinero suficiente para mantener a su familia y en ese momento, los Black ya no tendrían ninguna influencia sobre ella.

Al final, colgó el teléfono.

—Disfruta de tu poder mientras puedas, Billy —dijo—, porque no te va a durar mucho más.

OOOOOOO

—Hola, Bella, ¿cómo van las cosas? —el señor Crowley golpeó ligeramente el mostrador que rodeaba a Bella y a la otra recepcionista.

—Bien —respondió Bella con una sonrisa.

Localizada en medio de la oficina, la recepción estaba rodeada de los cubículos en los que trabajaban cerca de veinte agentes inmobiliarios. A Bella le gustaba su nuevo trabajo. Aquella era la segunda semana que llevaba allí y las cosas iban bastante bien.

Pero lo que más le gustaba era que por fin tenía una profesión con futuro. Su vida parecía haberse encaminado en una dirección, incluso más que cuando trabajaba para Edward.

Él la había contratado porque era un hombre de buen corazón. Pero el señor Crowley la había contratado por motivos completamente diferentes. Pensaba que tenía futuro como agente inmobiliario y ella estaba decidida a demostrárselo.

—¿Hay algún recado para mí esta mañana? —le preguntó.

—Ha recibido dos llamadas. Se las he dejado en su buzón de voz.

—Estás haciendo un buen trabajo. Gracias —saludó a Nancy una morena que también atendía los teléfonos y se dirigió a su despacho. Sólo había dado un par de pasos cuando se volvió—: ¿Cuándo haces el examen?

—El lunes.

—Muy bien. Tendrás que estudiar mucho este fin de semana. ¿Cómo te encuentras? ¿Crees que estás preparada?

—Creo que sí. ¿Sabe cuánto tiempo tardan en dar los resultados?

—Unas tres semanas. Buena suerte.

Caminó a grandes zancadas hasta su despacho, dejando a Bella atendiendo una llamada y pensando en su respuesta.

Tres semanas. Si aprobaba el examen, tendría la licencia antes de que llegara la Navidad y podría convertirse en una agente hecha y derecha.

Con un poco de suerte.

—Dreide, tienes una llamada en la línea uno —dijo, pasándole la llamada.

Nancy transfirió otra llamada y se volvió hacia ella.

—¿Tienes el examen el lunes?

—Sí.

—¿Y estás nerviosa?

—Un poco —mintió Bella.

La verdad era que estaba aterrorizada. Todo su futuro dependía de ese examen. Si fallaba al primer intento, siempre podría volver a repetir, pero eso significaba tiempo y se arriesgaba además a perder la confianza que el señor Crowley había depositado en ella.

—¿A qué te dedicabas antes de venir a trabajar aquí? —le preguntó Nancy.

—Trabajaba para una constructora.

—Eso te habrá dado una buena base para el examen. ¿Con qué constructor?

—Edward Cullen.

Los ojos de Nancy se iluminaron.

—He oído hablar de él. Dreide y algunas de las chicas están deseando trabajar para él.

Sus casas son preciosas y por lo que he oído decir, también él es muy atractivo.

Bella había visto a algunos agentes de Guthrie en New Moon y también a agentes de otras compañías, pero cuando pensaba en su cambio de trabajo, nunca se había planteado la posibilidad de hacer negocios con Edward en un futuro, probablemente porque no quería pensar en ello. Estaba intentando olvidarlo, aunque la verdad era que no estaba teniendo mucho éxito. Pensaba continuamente en él, echaba de menos trabajar para él.

Lo echaba de menos hasta tal punto, que compraba ingredientes para platos que le apetecería cocinar para él.

—Es un buen hombre —contestó vagamente.

—¿Cómo de bueno? —preguntó Nancy con una sonrisa.

—Muy bueno —respondió—. Y es un soltero empedernido.

—Eso es preferible a que esté casado. ¿Qué mujer puede resistir el desafío de un soltero empedernido?

—Yo misma —gruñó Bella.

Pero no era el desafío de atrapar a Edward el que la asustaba.

Era el riesgo de lo que podía suceder cuando lo hiciera. Si había engañado a Tanya, eran muchas las probabilidades que había de que la engañara a ella.

oooooooooo

Edward se sentía condenadamente solo. Por una parte, echaba de menos a Jasper. No había vuelto a ponerse en contacto con su hermano desde que lo había visto en casa de Bella, hacía ya un mes y no era probable que volviera a verlo. Jasper tenía que hacer el primer movimiento, Edward lo había sabido instintivamente, lo había sentido al verlo.

Pero no le hacía la vida más fácil saber que lo único que podía hacer era esperar a que su hermano diera el primer paso.

Mientras tanto, tenía que continuar con su vida.

Una semana antes de que Bella dejara su trabajo, había contratado a Brandon Johnson para que se hiciera cargo de la oficina.

Johnson había puesto al día las cuentas y todo el papeleo. Y Angela continuaba haciendo su trabajo. La primera fase se había vendido entera, la segunda estaba cerrada y estaban empezando a recibir solicitudes para la tercera. Por otra parte, el proyecto de Eclipse estaba ya en funcionamiento y había recibido los fondos para comprar los terrenos que Emmett había elegido. Teniendo todo eso en cuenta, Edward consideraba que debería estar feliz. El negocio nunca le había ido tan bien.

Pero desde que Bella se había marchado, la oficina y la parte de la vivienda, especialmente la vivienda, parecían vacías, impersonales, como si Bella se hubiera llevado con ella toda la alegría y el calor que sentía Edward cada vez que llegaba y la encontraba en casa. Edward notaba dolorosamente su ausencia.

Tenía que olvidarse de ella, se decía con firmeza, pero había estado repitiéndose lo mismo durante semanas y nada parecía mejorar. Intentaba entregarse por completo a su trabajo, pero ni siquiera a su trabajo le encontraba sentido. Bella era lo único que le importaba y esa era la razón por la que ya había pasado dos veces aquella noche por su casa y a pesar de lo que le decía la razón, estaba a punto de pasar por tercera vez.

—Odio esto. Me siento como si estuviera en el instituto otra vez —gruñó mientras rodeaba la manzana.

¡Dios! Cómo se reirían Emmett y Jasper si supieran que era así como pasaba las noches de los viernes, pensó mientras aminoraba la marcha. La casa de Bella estaba a su izquierda, pero no había nadie fuera, ni siquiera único movimiento que había en toda la calle era el de su anciano vecino, que por cierto, no se movía muy rápido.

Estaba en la acera, al lado del buzón de su casa y miró a Edward con recelo cuando este pasó por delante de él.

Edward lo saludó con la mano y sonrió. No quería asustar a nadie. Solo quería ver a Bella.

Vio su coche aparcado en la puerta de la casa. A esa hora de la noche, probablemente estaría haciendo la cena. Pasta, pollo o pastel de carne. Que el cielo lo ayudara si había preparado un pastel de carne. A Edward le pareció percibir su aroma desde la carretera, casi podía saborearlo. Pero seguramente eran imaginaciones suyas.

Últimamente no se encontraba muy bien. No era capaz de pensar con sensatez.

A veces, normalmente a última hora de la noche, pensaba incluso en la posibilidad de pedirle a Bella que se casara con él. Algo extraño, puesto que había jurado que no volvería a casarse. Y en cualquier caso, sabía que ella lo rechazaría.

¿Y si no lo rechazaba?, se preguntó mientras aparcaba frente a la casa de su vecina, en un lugar en el que su presencia no se hacía tan evidente, pero desde el que podía ver perfectamente la casa de Bella. ¿Qué ocurriría si le pedía que se casara con él y ella aceptaba?

Edward echó la cabeza hacia atrás en el asiento y se permitió imaginarse la boda. Se vio a sí mismo esperando ante el altar, tenso y nervioso, vestido de smoking. Imaginó a sus hermanos muy elegantes, cerca de él.

Parte de su cerebro intentaba interrumpir aquella secuencia, recordándole que Jasper no estaría allí, pero se negaba a escucharlo. Aquel era su sueño, de modo que podía pintarlo tal como le apeteciera. Y le gustaba lo que estaba viendo.

Jasper estaba allí y también Bella, acercándose hacia él por el pasillo y vestida de blanco.

Edward sintió mariposas en el estómago al ver su rostro. Imaginario o no, algo pareció transformarse en su interior. Su sonrisa, llena de confianza y amor consiguió conmoverlo.

Cerró los ojos con fuerza, disfrutando de aquella visión y se oyó a sí mismo prometiendo que amaría y honraría a Bella durante toda su vida.

Después esperó la invasión del sentimiento de claustrofobia.

Pero no llegó. No tenía ganas de arrancarse la corbata y salir corriendo, como le había ocurrido cuando le había dicho «sí» a Tanya. Al contrario, se sentía feliz y ansioso por oír a Bella repitiendo las mismas promesas.

Después llegaba la mejor parte, el beso. Un beso suave y dulce al principio que pronto iba tomando un cariz apasionado.

Alguien golpeó entonces la ventanilla.

—¿Edward? Edward, ¿por qué estás durmiendo en el coche?

Edward abrió los ojos y pestañeó al ver el rostro que tenía ante él y deseó haber vuelto a su casa quince minutos antes.

Era Charlie.

—¡Mamá! ¡Eh, mamá! —gritó Charlie, entrando en casa a toda velocidad.

oooooooooo

Bella acababa de terminar de lavar los platos y corría a toda velocidad para tomar la chaqueta y el bolso. Tomó las llaves y se acercó a la puerta.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. Se supone que ibas a ayudarme a atar los cinturones de seguridad de tus hermanas.

Vamos a llegar tarde a tu partido.

—¿A que no sabes quién está aquí? ¿Quién va a venir con nosotros? —le gritó.

A Bella no le hizo falta imaginárselo.

Porque al volverse descubrió frente a ella al mismísimo Edward Cullen.

Edward sonrió y Bella sintió que el corazón le subía a la garganta.

—Sí, es Edward—continuó Charlie emocionado—.

Ha dicho que vendría a ver el partido. ¿No es genial?

—Sí, genial —consiguió decir Bella, pero fue incapaz de imprimir ningún entusiasmo a sus palabras.

Jacob, Billy y Rebeca iban a encontrarse con ella en el campo de fútbol en menos de quince minutos.

Billy interpretaría su aparición con Edward como un desafío.

Y la haría volver a los tribunales antes de que pudiera decir ni pío.

—Esos partidos pueden llegar a ser muy largos —comentó Bella.

—No importa.

—Jacob y sus padres también van a ir.

Edward se encogió de hombros.

—De acuerdo.

¿De acuerdo? ¿Aun así estaba dispuesto a ir?

—¿No te importa?

—Claro que no. ¿Quieres que conduzca yo?

¡Oh, Dios! ¿Por qué? Aparecer con Edward iba a suponer un montón de complicaciones con las que no le apetecía enfrentarse en un momento en el que ya tenía suficientes tensiones con su nuevo trabajo y con el examen al que tenía que presentarse el lunes.

Aunque por otra parte, Bella no quería permitir que Billy Black dictara a quién podía ver o dejar de ver. Quizá no le viniera nada mal verla con Edward y pensar que todavía había algo entre ellos. Quizá le sirviera de algo verla sentada al lado de Edward durante todo el partido.

Bella miró a Edward y sonrió con malicia. La reacción de Billy iba a merecer cada céntimo del dinero que seguramente iba a perder cuando volvieran a juicio.

—Me encantaría —respondió.