**ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Diecinueve

—¡Mira, están ahí! —gritó Mackenzie, señalando a sus abuelos y a Jacob que estaban sentados juntos en las gradas.

Los Black todavía no los habían visto llegar. Para variar, Billy estaba sonriendo y diciéndole algo a Rebeca, que asintió mostrando su acuerdo. Incluso Jacob parecía estar de buen humor.

Pero Bella sospechaba que eso no tardaría en cambiar.

Torno aire y le dio la mano a Edward, buscando el apoyo que le había prestado en Forks.

«Allá vamos», pensó.

Al sentir su contacto, Edward se volvió sorprendido hacia ella. Desde que Bella había dejado Viviendas Cullen aquella era la primera vez que se veían. Y tampoco habían hablado mucho desde la noche que habían hecho el amor. Pero entrelazó los dedos en los suyos, con un gesto cálido y reconfortante.

Charlie ya se había ido hacia el vestuario, para reunirse con sus compañeros de equipo, pero Sophia y Mackenzie corrían delante de ellos, esquivando a otros espectadores mientras trepaban por las gradas para llegar hasta donde estaban Jacob y sus padres.

—¿Ocurre algo? —musitó Edward, caminando un paso por delante de ella.

Bella mantenía los ojos fijos en Billy, o en lo que podía ver de Billy tras los anchos hombros de Edward, esperando el momento en el que los viera acercarse. Estaba nerviosa y se sentía fuerte y asustada al mismo tiempo.

¿Era una locura provocar a su ex suegro? Probablemente, pero necesitaba hacerse respetar. Había llegado el momento de demostrarle a Billy que no había conseguido dominarla, por lo menos todavía.

—Me temo que no les va a hacer mucha gracia verte conmigo —le dijo.

—No esperaba que me recibieran con besos y abrazos.

—En realidad es peor que eso. Tu presencia es como una especie de desafío.

—¿A qué te refieres?

Las niñas habían llegado ya hasta sus abuelos y los Black se habían vuelto hacia ellos. Jacob parecía sombrío, inquieto.

Rebeca asustada. Y a Billy estaba a punto de darle un ataque.

—No importa —musitó Edward—. Creo que ya lo entendido.

—Mira, papá, ha venido Edward—dijo Mackenzie, echando sin pretenderlo sal en la herida.

Bella se mordió el labio para disimular una sonrisa.

—Hola —los saludó, imprimiendo a su voz mucha más confianza y amabilidad de las que realmente sentía—. Habéis llegado pronto ¿Cómo estaba la carretera?

Nadie contestó. Jacob desvió la mirada para fijarla en el campo. Rebeca se ruborizó y posó la mano en el brazo de su marido. Billy se levantó.

—¿Qué demonios está haciendo ese aquí?

—¿Quién? —preguntó Bella con fingida inocencia.

Edward se tensó.

—Creo que se refiere a mí.

—Claro que me refiero a ti —gruñó Billy—. Te lo advertí, Bella. Te dije que no estaba dispuesto a verlo cerca de mis nietos.

La momentánea emoción de la victoria se disipó rápidamente, dejando a Bella preocupada y nerviosa. Ella imaginaba que Billy echaría chispas por los ojos y que más tarde intentaría enfrentarse con ella, pero no esperaba que montara una escena delante de los padres de los otros niños.

—Sophia y Mackenzie están aquí —dijo, manteniendo la voz baja—. Y Charlie quiere que veamos el partido. No nos arruines la tarde, ¿quieres? Ya hablaremos nosotros luego.

Mackenzie y Sophia escrutaron el rostro de los adultos con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa, abuelo? —preguntó Mackenzie.

—Lo que pasa es que tu madre, jovencita —contestó Billy, con las venas de la frente hinchadas por la furia—, no es capaz de saber lo que es mejor para ustedes, por mucho que se lo explique.

—¿Y qué es exactamente lo que está haciendo mal? —preguntó Edward—. Quizá puedas explicármelo a mí.

Porque a mí me cuesta comprender por qué no puedes limitarte a disfrutar del tiempo que pasas con tus nietos y no seas capaz de dejarla en paz.

Bella quería advertirle a Edward que se mantuviera lejos de la línea de fuego. Había visto los estallidos de Billy muchísimas veces y no le parecía bien que Edward fuera el destinatario de uno de ellos.

Además, la preocupaba la confusión que veía en los rostros de sus hijas.

—Edward, vamos a sentarnos a otra parte. El partido está a punto de empezar —dijo, pero nadie le prestó atención.

—Si Bella fuera una mujer sensata, volvería a Forks, se instalaría allí y educaría a esos niños como es debido —continuó diciendo Billy.

— Si fuera sensata, no saldría con hombres como tú.

Edward arqueó una ceja con expresión desafiante.

—¿Con hombres como yo? ¿Te refieres a sacos de basura, Billy? ¿No crees que un hombre pobre puede valer tanto como un rico, ¿Billy?

—No intentes jugar conmigo —replicó Billy—.

Esta no es una cuestión de ricos y pobres.

Yo sé quién eres y lo que eres. Conozco tu reputación, sé lo que le hiciste a esa pobre chica con la que te casaste. Estuviste a punto de acabar con su vida, por el amor de Dios. No sé lo que has hecho desde que dejaste Forks, pero dudo que hayas cambiado mucho. Una manzana nunca cae lejos del árbol en el que crece.

¿Crees que voy a dejar que mis hijos crezcan cerca de ti?

Jacob se levantó y se colocó detrás de su padre. Bella se preguntaba si lo haría porque esperaba que Edward comenzara una pelea y empezó a preocuparse por lo que podía pasar a continuación.

—Edward —volvió a decir, pero él ya estaba hablando.

—¿Qué estás insinuando exactamente, Billy?

¿Que voy a ser un mal ejemplo para tus nietos? ¿Que bebo? ¿Que soy adúltero? —fijó la mirada en Jacob que de pronto había palidecido.

— Es extraño. Pensaba que al dejar Forks se habían alejado de un hombre que era precisamente todas esas cosas. Y si yo fuera tú, no utilizaría el ejemplo de las manzanas caídas y el árbol. No estoy seguro de que puedas reflejarte en él.

—He cometido algunos errores, pero tú también —comenzó a decir Jacob pero su padre lo interrumpió.

—¿Cómo te atreves? —le gritó a Edward—. Nada de esto es asunto tuyo. ¡Tú no tienes nada que decir!

—Tengo muchas más cosas que decir de las que piensas. Voy a casarme con Bella, de modo que todo lo que tenga que ver con ella es asunto mío, ¡y me importa un bledo lo que puedas pensar!

Aquel anuncio fue seguido de un absoluto silencio. Bella sentía que el suelo se movía bajo sus pies. Sólo podía oír los furiosos latidos de su propio corazón. ¿De verdad habría dicho Edward lo que ella ababa de oír?

—Esto se nos está yendo de las manos —consiguió decir, esperando reconducir la situación hasta un punto en el que todos pudieran pensar racionalmente otra vez.

—Edward y yo no hemos hecho planes todavía, pero tendríamos derecho a hacerlos si quisiéramos. Y ahora sugiero que nos tranquilicemos y empecemos a pensar en

—¡No hay nada en lo que pensar! —repuso Billy señalándola con el dedo—. Cásate con este tipo y me encargaré de que te quiten a tus hijos, aunque sea lo último que haga en toda mi vida.

—¡Mamá! —gritó Mackenzie, aferrándose a la pierna de su madre como Sophia había hecho prácticamente desde el principio.

—No pasa nada, cariño —dijo su madre, acariciándole la espalda.

— El abuelo sólo está enfadado. No pretendía decir eso.

—Haz la prueba —le espetó Billy, fulminando a Edward con la mirada.

Edward rió sin humor y sacudió la cabeza.

—Deberías mirarte en el espejo durante un largo rato e intentar decidir qué es lo que estás intentando realmente conseguir, porque desde luego, no estás ayudando mucho a tus nietos.

Con el rostro blanco como el papel y el ceño fruncido por la preocupación, Rebeca parecía frustrada e impotente al mismo tiempo.

—Billy, él tiene razón —dijo, pero su marido le apartó la mano que había apoyado en su brazo.

—¡No tiene ninguna razón! —gritó.

—Ya veremos —respondió Edward—. Pero no digas que no te lo advertí. Como se te ocurra llevar a Bella a los tribunales, te arrepentirás. Lucharemos para que se quede con la custodia completa de los niños y obligaremos a Jacob a triplicar la pensión.

Tengo el tiempo, el dinero y las ganas que hacen falta para ello. Conozco buenos abogados. ¿De verdad crees que puedes ganar esta batalla, Billy?

Billy se había quedado boquiabierto. Antes de que hubiera sido capaz de responder, Edward le dirigió a Jacob una mirada acusadora.

—¿Por qué no te enfrentas a tu padre? —le exigió Edward—. ¿Tan seguro estás de que vas a fracasar sin él?

Y sin más, levantó a Sophia en brazos, tomó a Bella de la mano y las condujo hacia las gradas que estaban en el otro extremo del campo.

oooooooooo

¡Dios santo! ¿Qué había hecho?, se preguntaba Edward.

Acababa de anunciarle a Bella, a su ex marido, a su ex suegro y a sus dos hijas que iba a casarse con ella.

¡Casarse con ella! Ni siquiera se lo había pedido. ¡Ni siquiera estaba seguro de que quisiera casarse! Pero su espíritu competitivo siempre lo había superado. Y lo único que podía hacer era mirar hacia adelante tan asustado como sorprendido.

Edward sentía la presencia de Bella a su lado, pero se negaba a mirarla.

Afortunadamente, ella tampoco parecía tener muchas ganas de reclamar su atención.

Después de la discusión con los Black, apenas había pronunciado una sola palabra.

Mackenzie estaba sentada al lado de Bella.

Sophia en el regazo de Edward. Y en lo único que Edward era capaz de pensar era en cómo iba a educar a aquellas niñas evitando todos los errores que había cometido en el pasado.

No podía hacerlo. Sencillamente, no podía.

Edward aplaudió como una autómata un gol del equipo de Charlie pero estaba pensando en Jasper, en el momento en el que estaba su relación y en los motivos que los habían llevado a aquella situación. En algún momento había fracasado con Jasper. No le había dado el cariño, la atención o ninguna de las miles de cosas que los niños necesitaban. Y eso significaba que tenía que abandonar antes de que fuera demasiado tarde.

Debería disculparse con Bella y con sus hijos por su impulsivo error y alejarse de ellos. El problema era que alejarse de ellos significaba precisamente eso, alejarse de ellos. No volvería a ver a Bella nunca más.

—¿Quieres palomitas? —le preguntó Bella—.

Voy a acercarme al tienda.

Edward sacudió la cabeza en silencio y sólo entonces advirtió que el campo estaba vacío.

Había terminado el primer tiempo. Se preguntó vagamente si Charlie habría jugado bien.

—¿Quieres venir con mamá y con Mackenzie, Sophia? —le preguntó Bella.

—No, yo me quedo con Edward —contestó Sophia y rodeó el cuello de Edward con sus bracitos.

Por un instante, Edward tuvo la tentación de apartarla, entregársela a su madre y salir huyendo. Sentía la dulzura y la suavidad de sus bracitos y olía a jabón de bebé, pero no necesitaba ver aquellos ojos color chocolate fijos en él, haciéndole sentirse culpable por estar pensando en marcharse después del partido.

Bella siempre había sido su punto débil.

Siempre le había gustado. Pero no podía permitir que aquella tentación lo encadenara durante el resto de su vida.

Llevando a Mackenzie en brazos, Bella subió las escaleras de las gradas y desapareció en una esquina. Edward miró hacia donde estaban sentados los Black y advirtió que Jacob lo estaba observando. Pero no parecía enfadado, sino pensativo, triste incluso.

Suspirando, Edward enderezó a Sophia en su regazo.

—¿No quieres ir a ver a tu papá? —le preguntó.

La niña miró hacia Jacob y negó con la cabeza.

—Voy a quedarme aquí. Contigo.

—Magnífico —musitó Edward.

Afortunadamente, Sophia no cuestionó su respuesta. Se limitó a acurrucarse en su regazo, tan satisfecha como un gato bajo el sol, hasta que su madre volvió.

—Te he traído un refresco —le dijo Bella.

—Gracias —aceptó el refresco y lo compartió con Sophia y Mackenzie, que no tardaron en reclamar su parte.

—Los abuelos han venido hasta aquí desde Forks para verlos —les dijo Bella a las niñas.

— ¿Por qué no les lleváis unas palomitas?

Sophia no parecía muy dispuesta a marcharse, pero Mackenzie salió corriendo con las palomitas y al final la más pequeña se decidió a seguir a su hermana.

—Siento todo lo que ha pasado cuando hemos llegado —se disculpó Bella.

Edward bebió un trago de refresco.

—No te preocupes.

—Debería haberte dicho que Billy me amenazó con quitarme la pensión de los niños si volvía a verte. Así podrías haberte preparado.

—Eso no habría cambiado nada —respondió Edward, pero se preguntó si era verdad.

¿Habría abierto su bocaza para anunciar que iba a casarse con Bella si hubiera sabido que lo esperaba una emboscada?

—Sobre lo que he dicho hace un rato —se aclaró la garganta, que sentía de pronto particularmente seca— Sobre ya sabes, el matrimonio.

Se había vuelto hacia él con un rostro suficientemente inexpresivo como para indicarle a Edward que todavía era posible salir fácilmente de aquel enredo. Bella no parecía ni esperanzada ni ansiosa por oír lo que tenía que decirle. De modo que continuó más animado.

—No debería haber dicho lo que he dicho. Hay muchas cosas que tener en cuenta antes de tomar una decisión tan importante como esa.

—Lo comprendo —contestó Bella—. Todos decimos cosas que no queremos decir en algunas ocasiones. Pero me ha encantado ver el impacto que le has causado a Billy. Ha merecido la pena. De todas formas, lo mejor será esperar unas semanas para decirles que hemos cambiado de planes.

Le sonrió confiadamente, pero su indiferencia y su voluntad de deshacer aquel enredo molestaron a Edward. Después de lo que había sucedido entre ellos, ¿Bella ni siquiera tenía la menor tentación de convertir su relación en algo permanente?

¿No era precisamente eso lo que la mayor parte de las mujeres querrían? Tanya le había mentido y lo había manipulado y todo para casarse. Bella, por otra parte, tenía muchas más razones para desear el apoyo emocional y financiero que podía proporcionarle un esposo, pero no había pedido nada. ¿Sería por el error que había cometido él al acostarse con su secretaria?

Sabía que aquello influiría en la opinión que Bella tenía sobre él, pero también pensaba que una mujer a la que realmente le importara, estaría dispuesta a perdonarle aquel error.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó indignado—. ¿Que no te casarías conmigo aunque te lo pidiera?

Bella fijó la mirada en el campo y comenzó a aplaudir. El equipo de Charlie acababa de salir.

—No tienes que molestarte en pedírmelo. Tú no quieres casarte, ¿recuerdas?

—Sí, claro —contestó, echando terriblemente de menos la convicción que debería haber acompañado a su respuesta.

Había estado dándole vueltas a la cuestión del matrimonio durante semanas, pero cuanto más se alejaba Bella, más ansioso estaba por encontrar la forma de atarla a él.

Y menos convencido de que quería seguir soltero.

—Ha sido un gran partido —dijo Bella ya delante de la casa, hablando en el porche con Edward—. Me alegro de que haya ganado el equipo de Charlie.

Charlie se había metido en casa a cambiarse de ropa y las niñas pronto lo habían seguido, convencidas de que Bella y no iban a hacer nada más divertido que hablar en medio del aire frío de la noche.

oooooooooo

—Jacob y Billy no parecían muy contentos cuando ha terminado el partido —comentó Edward.

Cruzándose de brazos para mantenerse en calor, Bella inclinó la cabeza y admiró el cielo de la noche. No eran más de las ocho, pero los días estaban comenzando a acortarse. Faltaba menos de una semana para el día de Acción de Gracias.

Apenas podía creer lo rápido que estaban pasando aquellos meses. Cuando había comenzado a trabajar para Edward a mediados de agosto, conseguir la licencia de agente inmobiliario le parecía algo que estaba muy lejos. Y de pronto, faltaban menos de dos días para que supiera el resultado del examen.

—Pobre Charlie.

Estaba deseando irse con ellos.

Pero se han despedido a toda velocidad y se han marchado —comentó—. Y dudo que vuelva a verlos pronto.

—¿Crees que Billy llamará cuando lleguen a casa?

—Es imposible predecir lo que puede hacer Billy.

Edward se metió las manos en el bolsillo y se apoyó contra su camioneta.

—¿Quieres que me quede un rato, por si acaso?

Había hecho aquella pregunta con naturalidad, como si sólo estuviera intentando ser educado, pero Bella tuvo la inconfundible impresión de que Edward quería quedarse y aunque Bella tampoco quería que se marchara, sus ganas de que se quedara no tenían nada que ver con la necesidad de que alguien la protegiera de Billy Black.

Cuando estaba con Edward, todo parecía marchar bien. Se sentía como si después de un largo viaje, por fin hubiera llegado a su destino.

Pero era su corazón el que la hacía sentirse de esa forma. Y su corazón ya había cometido demasiados errores.

—No te preocupes. Billy no puede hacerme ningún daño, por lo menos esta noche —le dirigió una débil sonrisa—. Tardará por lo menos unos días en movilizar a todos sus abogados.

—¿Crees que volverá a la carga?

—Quizá —sonrió de oreja a oreja—, ahora que cree que vamos a casarnos.

Bella tuvo la impresión de que Edward se había sonrojado, algo que no ocurría a menudo, pero las sombras que cubrían su rostro le impedían estar segura de ello.

Sabía que no había vuelto a ser el mismo hombre locuaz y confiado desde que había proclamado que iba a casarse con ella.

Afortunadamente, Bella había comprendido en todo momento que aquella había sido una declaración hecha al calor de la discusión.

Y aunque se lo hubiera tomado en serio, no habría tardado en darse cuenta de que Edward se había arrepentido, puesto que no había vuelto a abrir la boca durante todo el partido.

—¿Y Jacob? ¿Dejará que su padre haga lo que le apetezca?

—No lo sé. Jacob ha estado muy amargado durante todo este año y ha participado activamente en casi todas las batallas, pero últimamente parece haber perdido las ganas de discutir.

Quizá esté empezando a asumir que no voy a volver con él haga lo que haga.

—O a lo mejor ha conocido a alguien.

Bella pensó en ello.

—Lo dudo —comentó al cabo de un momento—.

Los niños no han mencionado a nadie y tampoco él.

—¿Y te importaría?

—¿Que estuviera saliendo con alguien? No. De hecho, tengo la esperanza de que lo haga algún día y salga definitivamente de mi vida, pero él insiste en decir que nadie podría sustituirme nunca. Cuando me dice ese tipo de cosas, no puedo evitar preguntarme qué habrá sido de todas esas mujeres a las que deseaba cuando estábamos casados.

—Supongo que le parecían más deseables porque estaban fuera de su alcance.

A Bella le habría gustado saber si Edward se identificaba con aquellos sentimientos. Si habría sido precisamente eso lo que lo había impulsado a romper sus promesas matrimoniales.

—Supongo —contestó.

En realidad, no le apetecía nada profundizar en los motivos de las actividades extraconyugales de Jacob porque tenía que enfrentarse al hecho de que Edward tenía la misma fama.

—¿Y qué me dices de Charlie? —le preguntó Edward—. ¿Crees que está bien? Parecía que no sabía qué hacer cuando ha visto a su padre y a sus abuelos sentados a un lado de las gradas y a nosotros al otro.

—Lo sé. Estoy segura de que tenía miedo de que su padre se enfadara o se lo tomara como una ofensa personal si pasaba demasiado tiempo con nosotros, pero le gustas, así que al final ha decidido venirse con nosotros.

—Es un buen chico.

—Y poco a poco va superando lo del divorcio.

Espero que con el tiempo todo se solucione.

Tiene que ser así, ¿verdad? Me refiero a que de otra manera, los padres no tendrían ninguna oportunidad de educar a sus hijos como es debido con todos los problemas que surgen en esta vida. Muy poca gente tiene una infancia perfecta.

Edward clavó la mirada en el suelo. Sacó la mano del bolsillo, se frotó el cuello y preguntó:

—¿Crees que el amor es suficiente?

—Creo que el amor puede compensar un montón de cosas. Es la falta de amor la que realmente le hace daño a un niño. A cualquiera, de hecho.

Edward asintió, pero no dijo nada. Estaba muy serio, como si estuviera considerando algo importante.

—¿Qué estás pensando? —le preguntó Bella.

—Estaba preguntándome si será demasiado tarde.

—¿Para qué?

—Para que alguien reciba el amor que necesita.

—Supongo que eso depende de un montón de cosas —contestó Bella.

—Sí —suspiró, hundió las manos en los bolsillos de sus vaqueros y la miró—. Quiero volver a verte —declaró.

Aquel repentino cambio de tema tomó a Bella por sorpresa.

Era una declaración simple y sincera y quería ser capaz de responder a ella. Pero volver a salir con Edward iba en contra de todo lo que había estado diciéndose a sí misma durante los tres meses pasados. ¿Por qué iba a cambiar de opinión en el último momento?

—Creo que ya quedó muy claro que lo mejor sería.

—¿Lo mejor para qué? —la interrumpió—. ¿Para renunciar a lo que sentimos?

Evidentemente, Bella era más transparente de lo que pensaba.

—¿Qué es lo que sentimos? —preguntó.

—Eso es lo que estoy intentando averiguar. Y no me digas que tú no sientes nada, porque sé que no es cierto.

—¿A qué te refieres? ¿Cómo lo sabes?

—¿Acaso has olvidado lo que pasó el día de tu cumpleaños?

Bella arqueó una ceja con expresión desafiante. Aquella noche ella no había dicho nada.

—Vamos, Bella, cuando hicimos el amor, lo que hubo entre nosotros fue mucho más que una relación puramente física.

Entonces fue Bella la que se sonrojó. Podía no haber hecho muchas declaraciones de amor aquella noche, pero no se había reprimido en nada. Para llevar la conversación a un terreno seguro, dijo:

—Sólo estoy intentando tomar las decisiones más acertadas.

Ahora que estoy sola con los niños, es muy importante para mí.

—Lo comprendo y esa es la razón por la que dejé de insistir al principio. Pero ahora no sé si es la mejor opción.

—¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Invitarme de vez en cuando a ir al cine? ¿O estás interesado en incluir también a los niños?

Edward se encogió de hombros y miró hacia el coche que acababa de girar en una esquina.

—¿Por qué no puedo hacer las dos cosas? —preguntó—. No tengo ninguna expectativa. Lo único que quiero es empezar desde cero y no tener que decidir el final antes de que haya comenzado nada. Te prometo que las cosas irán despacio si me prometes que confiarás en mí.

¿Confiar en él? ¿En un reconocido tenorio?

—No estoy segura de que pueda hacerlo.

—Yo no soy como Jacob.

Bella había deseado oírle decir aquellas palabras desde el día que se habían encontrado en el Joanna's. Había deseado oírle proclamar su inocencia, o al menos explicar que había cambiado, pero Edward nunca le había ofrecido ninguna justificación sobre su pasado y tampoco lo estaba haciendo en aquel momento. Se limitaba a mirarla con la esperanza brillando en los ojos, deseando que lo creyera.

Y de alguna manera, su silencio fue más efectivo para romper las defensas de Bella de lo que podría haberlo sido ninguna otra respuesta.

—Sé que eres mucho más fuerte que Jacob en muchos aspectos —dijo—. Has sido capaz de forjarte tu propia vida, pero Edward la agarró por los hombros y la miró a los ojos.

—No voy a engañarte, Bella —le dijo y la besó.

Bella cerró los ojos, saboreando los labios de Edward sobre los suyos. Sentía su respiración contra su mejilla y su mano en el cuello, pero aquel no era un beso apasionado. Era un beso dulce, suave y atrayente, con el que le estaba pidiendo que lo creyera.

El olor a loción inundó sus sentidos cuando sus lenguas se encontraron. Bella sintió que sus últimas resistencias se derrumbaban.

Podía intentar confiar en él, ¿no? Eso no era mucho pedir.

Edward interrumpió el beso mucho antes de lo que a Bella le hubiera gustado, alzó la cabeza y la miró sonriente.

—¿Puedo verte mañana?

Con el corazón en la garganta, Bella lo miró a los ojos y comprendió que no podía negarse.

Sólo sería una cita, se dijo a sí misma. No era nada importante. En cuanto surgiera algún problema, siempre podría dar marcha atrás ¿Pero a quién pretendía engañar?

—¿Por qué no vienes a cenar a las seis? —se oyó decir a sí misma.

—Aquí estaré —le prometió Edward con una sonrisa.

Se montó en la camioneta y se alejó, dejando a Bella en medio de la calle, anhelando sus caricias y su abrazo.


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