**ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Veintiuno

El lunes fue un día frío y gris, pero Bella estaba sonriendo cuando llegó a casa después de haber hecho el examen.

Con ganas de cantar y bailar por la prueba que acababa de superar, metió la llave en la cerradura de su casa. Estaba a punto de abrir la puerta cuando el señor Eleazar la llamó desde la cerca que separaba sus jardines.

—¿Bella? Charlie ha vuelto a montar en bicicleta en mi jardín —le dijo.

Bella gimió, esperó a que el señor Eleazar la alcanzara y forzó una sonrisa.

—Lo siento señor Eleazar, tendré que hablar otra vez con él.

—Tampoco debería montar en bicicleta en tu jardín. Salen surcos en la hierba.

—Lo sé, pero no tiene mucho espacio para montar.

Charlie no tenía otros niños en el vecindario con los que jugar.

¿Y qué importancia podían tener unos cuantos surcos en la hierba a cambio de lo que se divertía montando en bicicleta?

Además, aquel terreno tenía surcos y malas hierbas antes de que ellos fueran a vivir allí.

—De todas formas, la hierba está en muy malas condiciones —añadió.

—No lo estaría si volvieras a sembrarla de vez en cuando.

—Procuraré recordarlo —contestó y se acercó a la puerta, deseando estar a solas.

—Yo he conseguido algunas semillas para mi jardín. Si quieres, puedo echar algunas en el tuyo.

—Si de verdad no es mucha molestia para usted, se lo agradecería.

—No hay ningún problema.

Al ver que su vecino no se volvía, Bella esperó, preguntándose si tendría algo más que decirle.

—Ya he visto que ha estado muy ocupado podando los rosales —le comentó, aunque lo que de verdad le apetecía era meterse en casa y cerrar la puerta tras ella.

—Si quieres, puedo enseñarte a podar los tuyos.

—Me encantaría. Quizá podamos hacerlo el sábado, cuando haga menos frío.

Miró hacia el cielo gris y se preguntó si iría a llover.

—El sábado es un día tan bueno como cualquier otro.

—De acuerdo. Bueno, será mejor que me meta en casa. Dentro de una hora tengo que ir a trabajar. Que tenga un buen día, señor Eleazar —aquella vez ya había abierto la puerta y tenía un pie dentro de casa cuando su vecino volvió a llamarla.

—¿Bella?

—¿Sí? —le preguntó, volviéndose hacia él.

—No sé si es algo importante —le dijo, observándola detenidamente—, pero esta mañana ha venido un hombre con una camioneta y ha estado rondando por tu casa.

Hace una hora más o menos.

—¿Qué hombre?

—Era un hombre mayor, de unos sesenta años.

Conducía una Lincon Towncar plateada.

¡Billy! Bella no había vuelto a saber nada de él desde el partido del viernes. Había asumido que se habría tranquilizado y habría decidido olvidarse de Edward. ¿Pero si no fuera así? ¿Por qué habría conducido hasta allí un lunes por la mañana, evitando de esa forma que ella o los niños pudieran verlo?

—¿Está seguro de que era una Lincon Towncar?

—Tan seguro como de que estoy aquí.

Era Billy. Tenía que ser él. Era el único hombre de sesenta años que conocía que tenía una Towncar.

—¿Y qué ha hecho?

—Ha llamado a la puerta. Después, como nadie le abría, ha mirado por las ventanas y ha dado la vuelta a la casa.

—¿Y ha visto lo que hacía allí?

—No. Cuando he llegado, acababa de dar la vuelta. Le he dicho que no estabas y que si quería podía dejarte un recado conmigo, pero me ha dicho que no hacía falta.

—¿Y después se ha ido?

—No, me ha estado haciendo algunas preguntas.

Bella resistió la necesidad de llevarse una mano al estómago, para intentar aliviar la tensión que sentía.

—¿Y qué quería saber?

—Si solías llevar hombres a tu casa.

Bella cerró los ojos un instante, intentando dominar la furia que fluía por sus venas ante la audacia de su ex suegro.

¡Había ido hasta allí para preguntarles a sus vecinos por ella! ¡Dios, qué humillación!

—¿Y?

—Le he dicho que eras una madre que vivía dedicada a sus hijos. Que rara vez llegaba nadie a tu casa y que nunca hacías fiestas ni te quedabas despierta hasta tarde.

—¿De verdad? —Bella no pudo evitar el asombro en su voz.

— ¿Y le ha preguntado algo más?

—Solo por una camioneta negra, una Lincon Navegator.

—¿Y qué le ha dicho?

—Que ya le había explicado el tipo de persona que eras y que si quería saber algo más, debería preguntártelo a ti.

En aquel momento, Bella habría besado al señor Eleazar.

Podría no haberle hecho mucha gracia que se fuera a vivir a su lado una divorciada con tres hijos pero al parecer, había ido aceptándolo poco a poco.

—Y le he dicho que si vuelve a asomar las narices por aquí, llamaré a la policía.

Bella no podía creerlo. Billy debía estar hecho una furia cuando se había marchado.

—Le agradezco su apoyo, señor Eleazar. Ese hombre que ha venido es mi ex suegro y creo que está intentando quitarme a mis hijos otra vez. Ya lo intentó en una ocasión, pero no pudo alegar nada contra mí. Supongo que está intentando averiguar si he hecho algo que pueda utilizar en mi contra.

—Vaya, puede intentar quitarte a tus hijos todas las veces que quiera, pero no lo va a conseguir. Eres una buena madre —dijo con la misma vehemencia con la que pronunciaba todas sus frases.

En vez de entrar directamente en casa, Bella fue hacia la parte de atrás, intentando seguir los pasos de Billy. ¿Qué estaría buscando exactamente? ¿Algo que indicara que Edward estaba viviendo con ella? ¿Que Edward pasaba las noches allí? Sin duda alguna, no habría nada que pudiera alegrarlo más a Billy que haber encontrado su casa abierta, para así haber podido buscar en su dormitorio con la esperanza de encontrar preservativos o ropa interior masculina.

Pensó en su mermada cuenta bancaria y en todo lo que había tenido que pasar y se preguntó de dónde iba a sacar las fuerzas y el dinero para financiar otra defensa.

De alguna manera, sabía que tendría que hacerlo.

Pagaría a su abogado a plazos, pediría dinero prestado cualquier cosa. Pero si querían quitarle a sus hijos, Jacob y Billy tendrían que pasar por encima de su cadáver.

El jardín estaba como siempre y también los matorrales que rodeaban la cerca de madera.

Pero tomando por el borde de la puerta trasera, vio un sobre.

A Bella le temblaban las manos mientras lo recogía. No quería más problemas. Ella solo quería poder vivir en paz.

Abrió el sobre y sacó el documento que había en el interior. Inmediatamente, deseó haber esperado a estar en la cocina, para poder sentarse. Billy había cumplido sus amenazas.

Quería arrebatarle la custodia de sus hijos.

Pero había algo más en el sobre, algo que no esperaba: era una lista de mujeres que decían haber tenido una aventura amorosa con Edward Cullen

¿Así iban a ser todas las fiestas? Primero le habían arruinado el día de su cumpleaños, después el de Acción de Gracias.

OOOOOOOO

Bella cambió de canal con el mando a distancia. Los niños estaban con Jacob en Forks, su ex marido por fin se había decidido a ir a buscarlos. Y aunque ella se alegraba de que pudieran volver a ver a su padre, no le había mucha gracia que se fueran. Durante la semana anterior, mientras ella eludía las llamadas de Edward y fingía estar demasiado ocupada para verlo, sus hijos habían sido su único soporte y sus únicos amigos. Estando sin ellos, se sentía sola y mucho más débil que nunca.

Tenía que llamarlo.

¡No! Por si acaso volvía a pasársele aquella idea por la cabeza, Bella se levantó y volvió a dejar el teléfono inalámbrico en su lugar.

Después volvió a la cocina y fijó la mirada en el frigorífico.

Sacó una bolsa de galletas de chocolate, se las llevó al cuarto de estar, se sentó en el sofá e intentó ahogar sus penas en chocolate mientras buscaba en la televisión algún programa que le pudiera interesar.

Nada, decidió veinte minutos después. No había nada que le apeteciera ver. Nada que quisiera hacer. Salvo estar con Edward. Lo deseaba tan terriblemente que tenía la sensación de que se iba a volver loca si el impulso de llamarlo no dejaba de atormentarla cada dos segundos.

Para reforzar su resistencia, fue hasta el dormitorio y tomó el sobre que Billy le había dejado bajo la puerta. Después leyó otra vez la lista de amantes de Edward.

Había trece.

Las había contado el día que había recibido la carta. Había trece mujeres que habían escrito y firmado un corto párrafo en el que explicaban la naturaleza de las relaciones que habían mantenido con Edward cuando estaba casado con Tanya.

Doce mujeres más de las que él había admitido.

Si es que era verdad,Pero ese era precisamente al problema. Bella no sabía qué creer y lo último que necesitaba era volver a casarse con alguien con un pasado semejante a sus espaldas.

¡Maldito Billy Black! pensó Bella sacudiendo la cabeza. Justo cuando empezaba a albergar alguna esperanza otra vez, cuando estaba volviendo a confiar en el amor, sembraba en ella las semillas de la duda.

Sonó el timbre de la puerta. Bella se sobresaltó y dejó caer la lista en la cama.

Era Edward. Lo supo inmediatamente, antes incluso de salir del dormitorio. La había llamado la noche anterior, pero Charlie le había dicho que estaba demasiado ocupada para ponerse al teléfono. Sin embargo, era demasiado esperar que pasara todo el fin de semana sin intentar ponerse en contacto con ella.

A través de la mirilla, pudo ver a Edward en el porche.

Llevaba algo entre las manos.

Por un instante, Bella consideró la posibilidad de fingir que no estaba en casa, pero su coche la delataba. De modo que abrió la puerta e intentó sonreír.

—Hola, Edward.

Edward no le devolvió la sonrisa. La estudió fijamente, con los dientes apretados.

—¿Puedo pasar?

Bella se apartó de la puerta para dejarlo entrar.

—¿Qué te pasa? —preguntó Edward, volviéndose hacia ella en cuanto la puerta se cerró.

—¿A qué te refieres?

—Hiciste el examen el lunes y ni siquiera me llamaste para decirme cómo te había salido.

Intenté ponerme en contacto contigo el martes en el trabajo, te dejé un recado, pero no me devolviste la llamada. Ayer por la noche hablé con Charlie y tampoco has vuelto a llamarme.

Bella no respondió.

—¿Te han contado algo los niños sobre lo que hicieron el domingo conmigo que te haya molestado?

—No.

En realidad había ocurrido todo lo contrario. Sus hijos se lo habían pasado maravillosamente bien con Edward.

—Lo siento —le dijo—. Te agradezco que cuidaras de ellos. Debería haberte llamado para darte las gracias, pero.

—No lo hice para que me estuvieras agradecida. Lo hice porque quería ayudarte.

—Y lo hiciste. El examen me salió muy bien.

—¿Y ya está? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

—¿Qué más quieres que diga?

Edward se pasó nervioso la mano por el pelo.

—Nada, supongo. No quiero que digas nada que no sientas, pero si quieres saber lo que me gustaría oír, me gustaría oírte decir que me has echado tanto de menos como yo a ti. ¡Dios mío, Bella, estoy loco por ti! Cuando vuelvo a casa por las noches, sólo soy capaz de pensar en ti, en lo que pasó el día de tu cumpleaños, en estar contigo. ¿Sabes lo que daría por hacer el amor contigo otra vez?

¡Cualquier cosa! Pero tú ni siquiera me devuelves mis llamadas.

¿Qué podía decir? ¿Que estaba confundida?

¿Que no sabía si le había mentido? ¿Que tenía miedo de volver a arriesgarse?

—Billy me envió algo. Lo recibí el lunes —le explicó al ver que él no decía nada y estaba decidido a obtener alguna respuesta.

—¿Y qué es?

—Ha presentado una demanda para que me quiten la custodia de mis hijos.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Si eso es todo yo puedo arreglarlo. Conseguiremos un buen abogado, conozco a uno que puede ayudarnos.

Había dicho que podría arreglarlo con toda la confianza del mundo. Bella deseaba aferrarse al apoyo que le ofrecía con la misma fuerza que un náufrago a un salvavidas, pero no podía permitírselo. Confiar en él la haría demasiado vulnerable.

—No puedo permitirme ese lujo —respondió—. De modo que tendré que encontrar a alguien que acepte que le pague a plazos.

—El dinero no es ningún problema. Yo puedo ayudarte, pequeña —dio un paso hacia ella, como si quisiera abrazarla, pero Bella retrocedió.

—Edward, yo —cerró los ojos un instante y volvió a intentarlo—. Billy envió algo más.

El semblante de Edward se ensombreció. Por la gravedad de su tono, no tuvo ninguna duda de que lo que Billy había enviado no era nada bueno.

Sin esperar respuesta, Bella entró en su dormitorio y sacó el listado de mujeres con sus repugnantes acusaciones. Cuando volvió, le tendió el papel a Edward y esperó a ver cómo reaccionaba. Al principio lo vio fruncir el ceño confundido, después, arquear las cejas con expresión de ¿Sorpresa?

¿Culpabilidad? ¿Indignación?

Al final miró a Bella.

—No conozco a esas mujeres —dijo.

La esperanza que comenzaba a crepitar en el interior de Bella amenazaba con convertirse en una llama, pero intentó sofocar aquella sensación con el recuerdo de todas las veces que Jacob la había engañado.

—Fuimos al instituto con algunas de ellas.

—Quizá las recordara si volviera a verlas —dijo Edward—, pero te aseguro que no me he acostado con ninguna de esas mujeres.

Se quedaron en silencio. Bella miraba a Edward a los ojos, intentando leer en ellos.

Le habría gustado poder ver en el interior de su corazón y de su mente para saber así qué creer. Lo amaba. Quería confiar en él y olvidar el pasado. Pero temía volver a equivocarse otra vez.

Edward la miró un momento. Cuando habló, lo hizo en voz muy baja.

—No he sido un santo, Bella, me he acostado con muchas mujeres y puedes estar segura de que no me enorgullezco de ello. Pero cuando estuve casado, sólo me acosté con aquella mujer de la que te hablé.

Bella no dijo nada. No podía. Estaba tan asustada, tan confundida. ¿Habría mentido Billy? ¿O era Edward el que mentía?

Edward esperó algunos segundos, suplicándole con la mirada que lo creyera. Pero como Bella no decía nada, ni siquiera se movía, dejó el papel que le había enseñado sobre la mesa del café y colocó una cajita de terciopelo azul sobre él.

—Si no me crees ahora, no me creerás nunca, Bella. Y no podemos basar una relación en eso.

Vaciló un instante, como si quisiera poder decir algo más, algo que la convenciera, después la besó suavemente en la mejilla y se marchó.

Bella clavó la mirada en la cajita que había sobre la mesita del café. Edward le había comprado algo una joya.

Se sentó en el sofá, tomó la cajita y conteniendo la respiración para intentar dominar el dolor, abrió la tapa. Era un guardapelo de oro. En el interior había una fotografía de sus hijos.

A Bella se le llenaron los ojos de lágrimas mientras desviaba la mirada hacia la lista de nombres. Billy era el culpable de todo.

Billy había minado intencionadamente su confianza en Edward porque sabía que podía hacerlo.

Conocía su punto débil. Había vivido con ella, había oído sus discusiones, había sido testigo de su dolor.

Después de colocarse la cadena del guardapelo alrededor del cuello, Bella tomó la lista y la hizo pedazos. No permitiría que Billy se saliera con la suya. No permitiría que le hiciera sufrir, ni que la alejara de un hombre al que había amado más que a ningún otro. Podía ser una completa estúpida, pero aquella vez, sabía que tenía que dejarse llevar por el corazón si no quería que se le rompiera.