**ESTA ADAPTACIÓN YA LA HABÍA PUBLICADO EN OTRA CUENTA YARELY POTTER ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia le pertenece a Brenda Novak


Capítulo Veintitrés

—Estoy aquí —gritó Bella cuando oyó que Edward la llamaba desde la entrada de la casa.

Se oyeron sus pasos en el pasillo y después Edward abrió la puerta del dormitorio.

—Billy Black acaba de llamar, intentando hablar contigo —le dijo mientas Edward se inclinaba para besarla.

— ¿Qué te parece?

Faltaban solo unos días para Navidad y Bella estaba sentada en el suelo de la habitación, envolviendo los regalos que les habían comprado a los niños.

—¿Por qué estás envolviendo hoy los regalos? —le preguntó Edward, elevando la voz sobre los villancicos que sonaban en la radio.

—Charlie o Mackenzie podrían entrar en cualquier momento.

—Saben que antes tienen que llamar. Además, Charlie está con el señor Eleazar, subiendo el sillín de la bicicleta y Mackenzie y Sophia están en casa de la niñera —dejó de envolver paquetes, se levantó y se estiró—.

¿No vas a decir nada? Billy está intentando localizarte.

Edward sonrió.

—Lo sé. También ha llamado a mi oficina. Pero estaba en los terrenos de Eclipse, en una reunión con los decoradores que están preparando las viviendas piloto. ¿Por qué no le has dado el número del móvil?

—Porque no estaba segura de que quisieras que él lo tuviera —contestó, mientras se agachaba para recoger un rollo de celo.

— ¿Qué crees que querrá? ¿Y por qué tengo la suerte de poder verte a esta hora del día?

Edward se encogió de hombros.

—No podía estar más tiempo sin verte.

—Pero si has venido a desayunar conmigo esta mañana —contestó Bella riendo—. Sólo han pasado unas horas.

—Lo sé, pero a mí me han parecido una eternidad, así que he decidido hacer un descanso.

Bella sonrió y lo abrazó.

—Te quiero.

—Y me vas a querer más cuando hable con Billy.

—¿De verdad?

Edward asintió y sonrió con expresión maliciosa.

—¿Por qué? ¿Qué va a pasar?

—Billy ha tenido las cosas muy fáciles durante demasiado tiempo —le dijo—. He decidido darle un pequeño susto, tomar la ofensiva durante una temporada y ver si puedo conseguir que retire la demanda sobre la custodia antes de que el asunto llegue a juicio.

—¿Cómo? —preguntó Bella emocionada.

El mero hecho de poder tomar la incitativa después de haberse pasado tanto tiempo a la defensiva ya la hacía sentirse bien.

Edward inclinó la cabeza y arqueó una ceja.

—Podría haberlo amenazado con denunciarlo por injurias, pero alguien que conozco rompió la prueba.

Aquel día Edward llevaba un traje negro con un par de mocasines italianos. Tenía un aspecto elegante y desenvuelto, demasiado sofisticado para el reflejo que Bella veía de sí misma en el espejo; llevaba el pelo recogido en una cola de caballo, iba descalza y con una sudadera. Pero a Edward no parecía importarle. Cuando la miraba, sonreía como si fuera la mujer más hermosa de la tierra.

Bella se mordió el labio.

—Supongo que no debería haberlo hecho —dijo con timidez.

—El caso es que he tenido que inventar otra cosa —continuó diciendo él.

—¿Y qué es?

—Antes déjame ver si funciona —sacó su teléfono móvil y marcó el número del rancho.

—¿Está Billy? —preguntó—. No, esperaré. Ha estado intentando localizarme, sí. Soy Edward Cullen .

Le guiñó el ojo y Bella se acercó para poder oír lo que Billy iba a decir. Pronto comprendió que no hacía falta acercarse demasiado.

—¡Tú, podrido hijo de perra! ¿Cómo te has atrevido? —la voz de Billy explotaba a través del teléfono.

Bella y Edward apartaron la cabeza, intentando proteger sus oídos.

—Creo que he conseguido despertar su atención —le dijo Edward con ironía.

Bella estaba desconcertada. ¿Qué estaba pasando allí?

—¿Tienes algún problema, Billy? —le preguntó Edward.

—Pareces molesto por algo.

—Sabes perfectamente cuál es mi problema — gruñó—. Me has quitado mi terreno. Me has quitado el terreno en el que pensaba construir mi concesionario de coches.

—¿De verdad? Qué raro, porque Harry Crearwater me dijo que habías renunciado a ese terreno y que estaba disponible.

—¿Disponible? Él sabía que yo todavía lo quería. Sabía que lo terminaría comprando, maldita sea.

—Entonces supongo que deberías tener algún documento escrito. Porque en estas cuestiones, me temo que las intenciones no tienen ningún valor.

—¡Lo tendrán cuando vayamos a juicio! —gritó.

—¿Por qué me vas a denunciar? —preguntó Edward—. He pagado cinco mil dólares por ese terreno y tengo un contrato. He negociado cada uno de sus términos. Y aunque no me decida a comprarlo al año que viene, tendré derecho a optar nuevamente a él. Tal como yo lo veo, puedo tenerlo alquilado indefinidamente, a menos que encuentre una buena razón para no hacerlo.

Bella estaba sonriendo. Había conseguido darle a Billy en donde más le dolía. El padre de Jacob llevaba años deseando montar un concesionario de coches.

—Tú no puedes querer ese terreno —dijo Billy.

—Te arruinarás si construyes casas en medio de ninguna parte.

Además, no es una zona urbanizable.

—Ese es el motivo por el que se me ha ocurrido montar un concesionario de coches.

—No serás capaz de hacer algo así —bramó Billy.

—La verdad es que podría hacerlo. Es un lugar ideal, está perfectamente situado. Y creo que tú ya te has tomado la molestia de reunirte con los responsables de urbanismo para que los terrenos sean declarados como edificables. Todo el mundo está deseando que haya un concesionario de coches en el pueblo y por lo que tengo entendido, puede llegar a ser un negocio bastante rentable. ¿Por qué no voy a hacerlo, Billy?

Silencio. Si Billy seguía siendo el mismo al que Bella había conocido, probablemente en aquel momento estaba imaginándose a Edward paseándose por la ciudad, robándole su estatuto de hombre más rico de Forks.

Entusiasmada, rodeó la cintura de Edward y le dio un enorme abrazo. Jamás se había sentido más feliz al ver que alguien recibía lo que se merecía.

—¿Cuánto pides por ese terreno? —contestó Billy con la voz atragantada.

Hablaba como un hombre al que le hubieran puesto una pistola en la cabeza.

Edward no contestó directamente. Le dio un beso a Bella en la frente y decidió prolongar la incertidumbre de Billy.

—Todavía no estoy seguro de querer deshacerme de la opción de compra. En realidad, todavía no he tenido tiempo de analizar plenamente todo su potencial. Estamos a sólo una semana de Navidad y hasta enero no podré hacer prácticamente nada. Pero hay algo que sí me gustaría —tapó el teléfono y le preguntó a Bella cuánto le debía todavía a su abogado.

—Unos cuatrocientos sesenta dólares —le susurró.

—Diez mil dólares me parece una cifra apropiada —le dijo a Billy.

Fue entonces Billy el que tardó en contestar.

Bella podía imaginárselo perfectamente, paseando nervioso por su despacho y apretando los dientes.

—Estupendo —dijo por fin—. Te daré esos malditos diez mil dólares. Pero tú procura mantenerte lejos de Forks y de mi hijo.

—No sé qué amenaza puedo representar para tu hijo. Pero ya que has sacado el tema, hay algo de lo que me gustaría hablar —replicó Edward.

— Si quieres ese terreno, tendrás que retirar la demanda de la custodia de tus nietos. No creo que Bella se sienta muy bien casándose conmigo con esa amenaza sobre su cabeza. Tendría un efecto muy negativo en ella, no sé si sabes lo que quiero decir.

—Me importa un comino lo negativo que pueda llegar a ser.

Bella y sus tonterías han sido un auténtico problema desde el principio.

Aquí tenía una buena casa y lo echó todo a perder.

—Y tú has hecho todo lo posible para castigarla. Dime, ¿te hace sentirte muy importante amenazar a una mujer con tres hijos a su cargo?

—Eres...

—Voy a colgar el teléfono —le dijo Edward con calma—.

Todavía tenemos que envolver muchos regalos de Navidad.

—¡Espera!

Bella podía oír la respiración agitada de Billy y lo imaginaba apretando los puños, intentando dominar su genio. Sabía que no era fácil para él. No estaba acostumbrado a dominar su lengua delante de nadie.

—Diez mil dólares es más que suficiente para traspasarme ese terreno. Esto no tiene nada que ver con los niños. Preferiría que los mantuviéramos al margen.

—Lo siento, ese es el trato. De todas formas, vas a perder el caso. No podrás demostrar ni abuso, ni negligencia ni abandono y esa es la única forma que tendrías de hacerte con la custodia. Pero podrías retirar la demanda y ahorrarnos a los dos el dinero que vamos a gastar en abogados y el fastidio que supondrá para los niños vernos enfrentados.

Tras algunos segundos de silencio, Billy murmuró un juramento y dijo:

—Si te doy ese dinero y retiro la demanda, ¿me cederás el terreno?

—Por supuesto.

—¿Cuándo podemos vernos para dejarlo por escrito?

—Llama a Brandon Johnson a mi oficina y fija una hora. Y no te olvides de la chequera.

—Espero que te pudras en el infierno, Cullen.

Edward soltó una carcajada.

—Ya podrás darme las gracias en otro momento, después de la boda —dijo y colgó.

Con un grito de felicidad, Bella se arrojó a sus brazos.

—¡Lo has conseguido! —gritó.

—¡Hemos ganado!

—Feliz Navidad, cariño.

oooooooooo

Jacob estaba al teléfono. Bella hizo una mueca al oír su voz, pensando que su intromisión iba a arruinar una mañana perfecta de Navidad. Edward había llegado antes de que los niños se levantaran y había encendido la chimenea. El olor a leña se mezclaba con el del árbol de Navidad y las pastas de canela, haciéndole revivir a Bella los recuerdos de su infancia.

Ella, Edward y los niños estaban sentados en círculo, como si fueran ya una familia, desenvolviendo los regalos. El regalo favorito de Charlie parecía ser su nuevo Gameboy que Edward había insistido en comprarle. Sophia y Mackenzie estaban encantadas con su cocina de juguete, que había sido idea de Bella.

—Es su padre —les dijo a los niños, tendiéndoles el teléfono para ver quién hablaba primero.

Mackenzie era la que estaba más cerca. Tomó el teléfono y empezó a contarle todo lo que Santa Claus le había dejado y todo lo que su madre y Edward le habían regalado. Después Sophia hizo lo mismo.

Mientras tanto, Bella escuchaba a Edward, que estaba ayudando a Charlie a descubrir el funcionamiento de uno de sus juegos. Bella lo miraba con una inmensa sensación de gratitud.

Ella no podría haberles ofrecido a sus hijos unas Navidades como aquellas. Era Edward el que había marcado la diferencia y no sólo por su generosidad, aunque los regalos eran maravillosos, sino por la sensación de satisfacción y unidad que parecía haber sido capaz de brindarles a todos ellos. Jacob iba a ir aquella noche a llevarse a los niños, pero a Bella no le importaba. Sabía que estaban deseando ver a su padre.

Y ella no estaría sola. Estaría con Edward.

Posó la mano en su pierna y él se la tomó inmediatamente, volviéndose para sonreírle antes de terminar lo que estaba explicándole a Charlie.

—Es papá, Charlie —le dijo Sophia pasándole el teléfono.

Bella estaba terminado de reunir las joyas, el jersey, el perfume y los zapatos que sus hijos y Edward le habían regalado, cuando Charlie se despidió de su padre y le tendió el teléfono.

—Papá quiere hablar contigo —le dijo y volvió a sentarse al lado de Edward.

—¿Quieres que hable yo con él? —preguntó Edward, al verla vacilar.

—No, no pasa nada —se llevó el auricular al oído.

— Hola, Jacob.

—Hola, Bells. ¿Estás disfrutando de una bonita Navidad?

—Sí, ¿y tú?

—Sería mejor si estuviera aquí mi familia.

—Jacob vas a llevarte hoy a los niños, los verás muy pronto.

—¿A qué hora puedo ir?

—¿A las seis te parece bien?

—¿A la seis? Pero entonces ya será de noche.

—Tuviste a los niños el día de Acción de Gracias. De todas formas, he preparado una comida para Edward y sus hermanos y no quiero que los niños se la pierdan.

Tras unos segundos de silencio, Jacob comentó:

—¡Oh, claro que no, cómo se van a perder esa comida!

Bella ignoró su sarcasmo.

—Dos de sus hermanos sólo van a estar aquí durante las vacaciones, después tienen que volver a la universidad —le explicó.

— Querían ir a esquiar antes de empezar las clases, de modo que quizá esta sea la única oportunidad que tengan de conocer a los niños antes de la boda.

—¿Entonces piensas seguir adelante?

—¿Con la boda quieres decir?

—Sí.

Estoy seguro de que no duran más de un año.

—Yo que tú no apostaría mucho dinero.

Jacob se echó a reír.

—¿Por qué? Tendría muchas posibilidades de ganar. Al final te terminará tratando como trató a Tanya. Es un hombre, Bella. Y no es fácil que un hombre cambie.

—Sí, eso ya lo descubrí contigo —respondió, volviendo sus palabras contra él.

Jacob continuaba amargado, continuaba intentando mermar su felicidad, pero Bella se negaba a permitírselo. Ya le había entregado a Edward su corazón y pensaba entregarle también toda su fe y su confianza.

—Ya veremos, Feliz Navidad.

—Feliz Navidad —contestó ella y colgó el teléfono.

—¿Va todo bien? —preguntó Edward, mirándola con curiosidad.

Bella sonrió, intentando olvidarse del efecto deprimente de las palabras de Jacob.

—Sí, claro que sí.

—Entonces ya ha llegado la hora.

—¿La hora de qué?

—De darte una sorpresa —le explicó Charlie.

Bella miró los regalos que se amontonaban a su alrededor.

—¿Todavía hay algo más?

—Esto es especial —dijo Mackenzie—. Es de todos nosotros.

—¿Y dónde está? —preguntó Bella.

—Ya lo verás —dijo Edward—. Todo el mundo a vestirse.

Se dirigían hacia New Moon. Evidentemente, la gran sorpresa de Edward tenía que ver con la casa nueva. Quizá hubiera puesto un jacuzzi o hubiera comprado unas cortinas o unas alfombras. Pero Bella lo creía improbable.

Ella ya había elegido todo lo que quería y estaba muy satisfecha con lo que habían comprado. Pero entonces, ¿qué podía ser?

—¿Ya has arreglado el jardín? —le preguntó, intentando resolver el misterio.

—Todavía no —respondió Edward.

—¿Han empezado a construir la piscina?

—No. Todavía hay demasiado barro. Tendremos que esperar a que el terreno se seque. Lo haremos cuando comience la primavera.

En el asiento de atrás, las niñas reían ante los fallidos intentos de Bella por averiguar su secreto.

—Dime lo que es, Charlie —dijo Bella, intentando parecer autoritaria.

Edward le dirigió una rápida mirada de advertencia a Charlie por el espejo retrovisor.

—¿Y me va a gustar? —insistió Bella.

—Seguramente te pondrás a llorar —le dijo Charlie.

¿Llorar? ¿Por qué iba a llorar?

Aparcaron en la acera de la casa nueva, se abrieron paso entre la nieve derretida y el barro y llegaron a las pesadas puertas de roble. La casa, casi terminada ya, era preciosa. Bella había ido a verla dos días atrás, cuando habían terminado de poner el parqué y la moqueta y se había sentido como una princesa.

Jamás en su vida se había imaginado que tendría una casa tan bonita y tan grande.

¿Pero qué cambio podría haber habido en la casa durante los dos días anteriores?

—Cierra los ojos —le dijo Charlie cuando llegaron a la entrada.

Edward le tomó una mano y Charlie la otra y la guiaron lentamente a través del vestíbulo para llegar al salón. Sin cortinas ni muebles que amortiguaran el ruido, sus pasos resonaban de forma especial.

—Ahora ya puedes abrirlos —le dijo Edward cuando llegaron.

Bella abrió los ojos lentamente. Y frente a ella, sobre una alfombra persa, al lado de los ventanales que daban a la calle, descubrió un enorme piano.

—¡Oh! ¡Me has comprado un piano! —tomó aire, estaba demasiado admirada para seguir hablando.

Edward sonrió, disfrutando por la sorpresa que reflejaba su rostro.

—¿Te gusta?

—Me encanta. Nunca había visto nada más hermoso.

—Entonces tendrás que mirarte más a menudo en el espejo —y la abrazó.

—¡Puaj! —se quejó Charlie cuando Edward la besó.

—¿Tenemos que ver esto?

—Chss —contestó Mackenzie con una soñadora sonrisa en el rostro—. Mamá está besando a Santa Claus.

Riendo, Bella abrazó a sus hijos, sabiendo que no se sentiría más feliz y más llena en toda su vida. Y después, demostrando que Charlie tenía razón, lloró.


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