Separadores que encontrarás en esta historia:
OOOOO - Concluye la introducción.
FFFFF - Cuando se narra un flashback o algo relacionado con el pasado de un personaje.
PPPPP - Cambio de escena. Ya sea que los mismos personajes estén en un ambiente diferente o que se relate una situación distinta, con otros personajes y en otro lugar.
SSSSS - Un personaje está soñando.
Final imaginario del siglo XIX
En estos tiempos, las personas que poseen extraños poderes provenientes de su cuerpo o incluso de misteriosas y poderosas armas, son conocidas como ladrones, escoria de la humanidad que roba hermosas y valiosas obras de arte, estatuas o joyas de diversos museos de todo el mundo, con la esperanza de reunir los 108 trozos de inocencia perdidos.
OOOOO
-52 años antes de la caída de los Exorcistas-.
-Japón-.
El graznar de las aves, anunció el preludio del atardecer en el cielo. El joven finalmente abrió los ojos. No recordaba mucho de lo que le había pasado. Sin embargo, estaba seguro de que el canto de las aves; apartándose de ahí, lo tranquilizaba. Al igual que las canciones de cuna que su madre le cantaba en su niñez… oh, no… su madre, su hermano menor… al pensar en ellos, abrió los ojos como platos y se inclinó hacia adelante para levantarse. Por desgracia, una fuerte punzada en el centro de su pecho no le permitió ponerse por completo de pie, haciéndolo tomarse el lugar donde le dolía y retorcerse.
-Por favor, no te muevas. – le pidió una joven de ojos castaños y largo cabello negro, agachándose a su altura para ayudarlo a recostarse.
-¿K-Kikyo? - la llamó sorprendido. Ella asintió con una sonrisa. – Pero… ¿Qué haces aquí? Creí que… - al sentir una punzada en su herida, puso una mueca en su rostro, cerrando los ojos con fuerza.
-Me dieron una nueva misión. – explicó, poniéndole algunas hierbas medicinales en el pecho. - Cuando exploraba esta zona, te encontré en la orilla del rio. – sus ojos castaños voltearon a verlo preocupada. - Por casualidad, ¿Recuerdas lo que te pasó? – el muchacho hizo una mueca y gruñó.
-Sesshomaru… - dijo enojado, apretando la mandíbula. - ese malnacido, asesinó a mi madre y a mi hermano menor. – Kikyo lo observó con demasiada seriedad, antes de ver anonadada como era capaz de ponerse de pie, sosteniéndose la abertura en su pecho. - Gracias por ayudarme, pero… - al instante en el que dio un paso al frente, la joven se levantó de golpe y lo sostuvo en sus brazos.
-Aún no estás en condiciones de caminar. – advirtió. - Mejor descansa y…
-¡Sé lo que hago! – gritó enfadado. - ¡No necesito que…! – al levantar su mano derecha, se percató de que no tenía sus garras. Además, los mechones de su cabello eran negros. - ¡AAAAAAAAAHHHHHH! – por su grito, algunos pájaros del bosque volaron despavoridos al cielo. - ¡¿Por qué diantres soy un humano?!
-Alguien te puso una maldición. – explicó la Exorcista, llamando su atención. – Y la única forma que encontré para comenzar a purificarla, fue convertirte en humano. Así que, hasta que no quede deshecha por completo, te quedarás así.
-¡¿T-Te volviste loca?! – interrogó furioso, acortando la distancia entre sus rostros. - ¡Si Sesshomaru se entera de que soy humano, me cazará y me matará como lo hizo con mi madre y mi hermano menor! – Kikyo no se inmutó ante lo cercana que estaba su mirada de la de ella. Solo sonrió y le preguntó…
-¿Te gustaría unirte a la orden oscura?
PPPPP
Una vez completada su última misión, la mencionada regresó con InuYasha al cuartel general de los Exorcistas. La orden oscura. Desde afuera, parecía un escalofriante lugar que albergaba cientos de historias de fantasmas. Sin embargo, por dentro, era completamente diferente. Inmensa. Con decoraciones medievales por doquier. Armaduras en las esquinas, alfombras en el piso y pinturas en las paredes. El joven de largo cabello negro no sabía por dónde comenzar a explorar. Y como la curiosidad era evidente en sus ojos, terminó por divertir sin querer a Kikyo, quien no podía dejar de sonreírle, como si se tratara de un niño pequeño explorando una juguetería.
-¡Kikyo! – en eso, apareció en el vestíbulo una chica de largo cabello rojo, vestida con las mismas ropas negras de sacerdotisa que llevaba Kikyo. Al haber corrido tanto, se quedó sin aliento y se apoyó en sus rodillas.
-Me alegra verte, Susan. – la saludó la joven de cabello negro, mientras su compañera continuaba jadeando. - ¿Has visto a Rin?
Habiendo recuperado su aliento, la chica pelirroja se enderezó y negó con la cabeza… antes de poner su absoluta atención en su acompañante. Un muchacho bien parecido de ojos y largo cabello negro. Sus ropas rojas, por algún motivo, estaban bastante maltratadas. Y en su cintura, portaba una espada, con la empuñadura envuelta en un vendaje antiguo. No llevaba puestos unos zapatos, algo que le hacía un poco de gracia, ya que había dejado sus huellas marcadas en la alfombra roja.
-¡Mucho gusto! – se presentó, haciendo una reverencia. - ¡Mi nombre es Susan Hoshino, encantada de conocerte! – el joven parpadeó anonadado. Con ciertas dudas, volteó un instante hacia Kikyo, quien asintió y sonrió.
-S-Soy InuYasha. – fue lo único que pudo musitar, sintiendo bastante vergüenza en su corazón. Susan le sonrió.
-Tenemos que ir con el supervisor. – comentó Kikyo a modo de despedida. La joven de cabello rojo asintió y se marchó hacia otro pasillo. InuYasha, al perderla de vista, se volteó junto con la Exorcista y continuaron su camino.
PPPPP
6 meses después, en un día nublado y lluvioso…
-¡Supervisor Mao! – la líder de las enfermeras de la orden oscura apareció repentinamente en la oficina del mencionado, interrumpiendo una importante junta que estaba teniendo con InuYasha, Kikyo y Rin. - ¡M-Megumi despertó! ¡S-Susan y el general Yeagar están con ella! – sorprendidas por sus palabras, las hermanas no dudaron en levantarse de sus asientos; siendo seguidas por InuYasha, y correr hacia la enfermería.
-¡Susan! – la llamó Kikyo, siendo la primera en entrar. Sus ojos castaños se abrieron como platos al encontrarse con la mirada vacía de su antigua amiga, quien la observó con bastante curiosidad, antes de girar confundida hacia InuYasha. – Estás despierta. – comentó, derramando un par de lágrimas antes de sonreír.
-Susan… - Rin pronunció su nombre con esfuerzo. Se le notaba en el rostro que no se sentía bien. - ¿Podemos hablar a solas? - la joven pelirroja le sonrió una última vez a su hermana mayor, antes de levantarse de su asiento y salir con Rin al pasillo. InuYasha tenía mucha curiosidad por saber de qué hablarían. Sin embargo, más curiosidad e intranquilidad le dio cuando Kikyo lo tomó de la mano, haciéndolo sonrojar involuntariamente.
-Megumi. Me gustaría presentarte a alguien. – al terminar la frase, la chica sentada en la cama volvió a voltear sus ojos castaños sin brillo, de la Exorcista, hacia el misterioso joven. Aunque portaba con orgullo el uniforme de la orden oscura, lo miraba como si quisiera descifrar un inmenso rompecabezas… sin éxito alguno.
-Mi nombre es InuYasha. – ignorando aquello, se presentó como si nada e hizo una reverencia. - Mucho gusto. - la menor sonrió. Parecía querer hacer algo para devolverle el saludo, pero simplemente no lo conseguía. Kikyo, al notarlo por su mirada llena de frustración y tristeza, tomó sus manos, encerrándolas gentilmente entre las suyas y le sonrió.
-Bueno, ahora que ustedes están aquí… - comentó el general, levantándose de su silla. - …puedo irme tranquilo a la oficina de Mao.
-Gracias por todo, maestro Yeagar. – dijo Kikyo, despidiéndolo con una reverencia, al igual que InuYasha.
PPPPP
Para que Megumi consiguiera recuperar sus memorias y volver a realizar misiones, como los demás Exorcistas, el supervisor Mao les pidió un favor especial a los 6 generales: apoyarla a su manera. Así fue como, cuatro meses después de su despertar, y habiendo recuperado la movilidad en la mayor parte de su cuerpo, terminó enfrentándose a distintos duelos de espada con InuYasha. Bajo la observación de la generala Klaud Nine, luchaban en un campo abierto cercano a la orden oscura, rodeados únicamente por flores y hierba. En algunas ocasiones, eran acompañados por Susan, Kikyo, Rin y Alan, quienes se ocupaban de animar a Megumi, solo para molestar al muchacho de cabello negro.
Al principio, los movimientos de la nueva guardiana dimensional eran lentos y torpes, motivo por el que InuYasha demostraba tanta impaciencia como para reclamarle a modo de gritos. Kikyo, cada vez que explotaba de aquella manera, siempre encontraba el camino para devolverle su ánimo acostumbrado, brindándole más de una oportunidad a la joven para reivindicarse. En cierta ocasión, cuando volvió a repetirse este ciclo, Megumi realmente consiguió sorprenderlo, no solo a él. Sino a sus demás compañeros y a la generala, al tirar a InuYasha en el piso y amenazar su cuello con su espada de madera. Un instinto no muy propio de ella estaba despertando. Y él único que se había percatado de ello, fue el mismo Hanyou.
PPPPP
Un par de días después, InuYasha se levantó como de costumbre de su cama. Se puso su uniforme de Exorcista y salió de su alcoba, dirigiéndose con paso lento hacia el comedor de la orden oscura. Aprovechando que estaba solo, bostezaba con la boca abierta y estiraba los brazos hacia arriba. Sonriendo por la flexión de sus músculos, prosiguió su camino. Aunque…
-¡Me tienes harto, Megumi! – se vio forzado a detenerse por un grito de Alan, girando hacia su derecha. - ¡Admítelo! ¡Estás evitándome porque sientes celos de Susan! – dentro de un pasillo escondido, el joven de corto cabello negro sostenía a la pequeña chica de cabello castaño de sus brazos, obligándola a permanecer con él.
-¡S-Suéltame! – pidió, asustada y preocupada, haciendo lo posible por apartarse de él, ya que pretendía darle un beso a la fuerza. De pronto, alguien llegó a ayudarla, quitándole las manos del muchacho, antes de empujarlo al suelo con un golpe en su mejilla izquierda.
-¡Imbécil! ¡Ya déjala tranquila! – gritó el Hanyou, resguardando a su compañera detrás de su espalda.
-Este no es asunto tuyo, InuYasha. – aseguró Alan con frialdad, limpiándose la comisura de sus labios con su puño derecho. - Así que hazme un favor y lárgate.
-¡JA! ¡Te equivocas! – replicó, cruzándose de brazos. - Cualquier asunto que tenga que ver con Megumi o con Kikyo tiene que ver conmigo. – Alan entrecerró los ojos con enfado. En silencio, se puso de pie. Se sacudió la tierra de su uniforme; sin quitarle la vista a Megumi, y les dio la espalda para marcharse de ahí. InuYasha soltó un suspiro de alivio y volteó hacia atrás. - ¿Estás…? – para su gran sorpresa, la joven lo abrazó, sollozando, al mismo tiempo que escondía su mirada en su pecho.
FFFFF
-Neah Walker, su padre adoptivo, le entregó una carga lo bastante grande como para mantenerla en coma por 7 años. – en eso, recordó las palabras de Kikyo. - Susan y el general Yeagar afirman que, por ese motivo, por esa carga que debe llevar de manera obligatoria, Megumi se quedó con su apariencia de 14 años.
FFFFF
-L-Lo s-siento… - comentó la menor, temblando y estrujando las ropas negras de su compañero. – s-solo… - InuYasha la vio con comprensión. ¿Qué haría él si se hubiera visto en esa misma situación? ¿A quiénes hubiera perdido, con tal de seguir con los deseos de su padre? Cerró un momento sus ojos negros. Subió su mano derecha a la cabeza de Megumi y la acarició de atrás hacia adelante. Ella, al sentir aquello, alzó la mirada, anonadada y confundida.
-Tranquila. – le dijo con una sonrisa. – Jamás permitiré que alguien te lastime. Te lo prometo. – aquellas palabras, le recordaron por un instante, lo que Neah le había dicho en cierta ocasión. Que nunca la dejaría sola. Eso la hizo llorar más. Tanto como para volver a esconder su rostro en su pecho.
PPPPP
-2 años después-.
Luego del abrupto asesinato de Susan Hoshino; a manos del Conde del milenio, InuYasha y Kikyo, se despidieron de Megumi en la puerta principal de la orden oscura, asegurándole de que volverían en una semana. Para ese entonces, ambos estaban comprometidos, confirmando que, una vez casados, el amor y la protección no les faltarían, mientras continuaran viviendo el uno para el otro. Para llegar a Japón, tuvieron que tomar un barco que los tendría en el mar por tres días, hasta que desembarcaron en uno de los puertos más populares y concurridos de una de sus islas. El paisaje del bosque y las montañas en los alrededores, le trajeron a la Exorcista muchos recuerdos. Deseando en el fondo de su corazón, que Rin estuviera con ella.
-¿Kikyo? – la llamó InuYasha, despertándola de sus pensamientos mientras iban en la parte trasera de una carreta. La mencionada negó con la cabeza.
-No es nada.
Luego de que el comerciante; dueño de la carreta, los dejara en una aldea, ambos se despidieron de él con una reverencia y se dirigieron de inmediato al bosque que rodeaba los alrededores. Por algún motivo extraño, el sitio estaba completamente en calma y en silencio. Un momento lo bastante preciso para que comenzara a oscurecer, por una espantosa y espesa neblina. Ambos se pusieron alerta. InuYasha con un rosario blanco; que el general Yeagar le había regalado antes de morir, y Kikyo con su arco y flechas. Se apoyaban en la espalda del otro. Pero, cuando quisieron ver si había algo más allá de la neblina; como un conjunto de Akumas, no tuvieron más opción que separarse unos segundos. Algo que les costaría la vida.
-¡No…! ¡No…!
Como Kikyo escuchó con claridad, que InuYasha estaba muy angustiado, intentó volver con él. Para su desgracia, alguien la atacó en su hombro derecho; rasgando sus ropas y su piel, consiguiendo que cayera de rodillas. Sosteniéndose la herida, jadeó con los dientes apretados. Quien la había atacado de esa forma tan cobarde, la rodeó con pasos lentos, hasta quedar frente a ella. Un segundo que la Exorcista aprovechó para levantar la mirada y abrir sus ojos como platos.
-¿I-InuYasha? – cuestionó, viendo asustada como lamía la sangre en sus dedos. Sin embargo, lo que más la desconcertó, fue verlo con su verdadera apariencia.
-¡JA! ¡Pero qué tonta eres! – exclamó el joven de cabello plateado, sonriéndole. Se agachó a su altura y la tomó bruscamente del cabello, alzándola. - ¡¿Realmente creíste qué me quedaría contigo durante toda mi vida?! ¡No me hagas reír! – la soltó y la arrojó de nuevo al suelo húmedo.
Su carcajada fue lo último que escuchó de su parte, antes de perderse en el interior de la neblina. Kikyo estaba más que furiosa. No podía creer que había confiado en alguien que solo la quiso para "pasar el rato". Incapaz de tranquilizar el odio que despertaba en su corazón, tomó su arco y se levantó como pudo. Usando el extremo inferior, trazó un círculo en el aire y abrió un portal negro; lleno de estrellas y planetas, que la llevaría de vuelta a la orden oscura.
PPPPP
-¿De verdad pensaste que amaría a alguien como tú? ¡¿A UN MISERABLE Y SUCIO HANYOU?!
Habiendo acorralado a InuYasha en el tronco de un árbol, Kikyo soltó la flecha, dando como blanco su corazón. Aquel sonido, hizo tanto eco en sus oídos, como para no poder procesar lo que estaba pasando. Sabía que era un Hanyou. Estuvo de acuerdo con unir su vida a la suya. ¡¿Por qué hasta ahora le reclamaba por algo que, ella aseguraba, no le importaba en lo más mínimo?! Antes de darse cuenta, su cuerpo ya se había unido al árbol. Y lo último que vio, antes de cerrar sus ojos negros, fue a Kikyo sonriendo, lanzando una carcajada que lo hizo derramar un par de lágrimas. Quizás había tomado la peor decisión de su vida al seguirla y convertirse en Exorcista.
Kikyo volvió a sonreír. Se aproximó a InuYasha y pasó su mano por delante de su rostro, comprobando que ya se había quedado profundamente dormido. Entonces, al enderezarse, volvió a su verdadera apariencia y chasqueó los dedos, devolviéndole al muchacho su verdadera apariencia. En su cabeza, se presentaron 2 orejas de perro. Y su largo cabello negro, pasó a ser de color plateado. Satisfecho por lo que había conseguido, Menomaru sonrió. Se acercó una vez más al Hanyou y le susurró:
-Si te atreves a despertar, te aseguro que tu sufrimiento será más grande que el que acabas de experimentar. – soltando una carcajada, se apartó del muchacho y se marchó con un portal.
PPPPP
-47 años después de la caída de los Exorcistas-.
-En alguna parte perdida de Japón-.
-¡E-Espere!
El antiguo general de la orden oscura, Cross Marian, se giró hacia atrás. Tal y como acostumbraba hacer en el transcurso de sus misiones, llevaba un cigarrillo en su boca… y una actitud bastante despreocupada. El aldeano que lo había detenido, por otra parte, jadeaba agotado, al mismo tiempo que reflejaba una inquietante angustia en sus pequeños ojos castaños.
-¡Un monstruo duerme en ese bosque! – advirtió. - ¡Si va para allá, es posible que lo despierte y no pueda tranquilizar su ira! – permaneciendo inexpresivo, Marian retiró el cigarrillo en su boca y exhaló una nubecilla de humo.
-Correré el riesgo. – respondió, dándole al aldeano una fuerte impresión.
-¿Quién era ese hombre, querido? – interrogó una mujer, llevando en su espalda a un pequeño niño dormido.
-No tengo idea. – suspiró agobiado. - Solo me preguntó dónde quedaba el bosque.
Caminando un rato hacia el oeste, Marian finalmente encontró lo que estaba buscando. Un joven de largo cabello plateado dormido en un árbol. Dejando escapar otra nubecilla de humo, a través de sus labios, se deshizo del cigarro y caminó hacia ese lugar, atravesando en el trayecto algunos arbustos. Cuando acortó la distancia entre ellos, se arrodilló. Al igual que él, InuYasha no había cambiado nada. Bueno, a excepción de sus características físicas que, gracias a la herencia demoniaca que tenía corriendo por sus venas, lo hacían parecer más un monstruo que un humano. Bufó. Sacó un rosario de cuencas negras de su abrigo y se lo colocó alrededor de su cuello. Acto seguido, hizo una posición en su mano derecha y cerró un momento los ojos. Sobre la flecha que tenía en el corazón, apareció un círculo mágico.
-On. – musitó, convirtiendo la flecha en halos de luz que desaparecieron en el aire. En ese instante, el joven abrió con confusión sus ojos dorados. - Me alegra verte despierto. – el hombre pelirrojo sonrió. - El cabello plateado te sienta mejor.
-¿G-General Cross? – interrogó en voz baja.
-Eso me trae muchos recuerdos.
-¿A qué se refiere? – InuYasha parpadeó aturdido. - ¿Y porque su uniforme es diferente? – los detalles dorados, que tanto caracterizaban las ropas de los generales, ya no estaban en su abrigo. Solo la rosa dorada sobre el lado izquierdo de su pecho, junto con unas cadenas alrededor de su cuello que le hacían juego.
-Después te lo explicaré todo. – se puso de pie y le extendió su mano derecha. - Por ahora, hay que volver a casa.
Fin del capítulo.
