Separadores que encontrarás en esta historia:

OOOOO - Concluye la introducción.

FFFFF - Cuando se narra un flashback o algo relacionado con el pasado de un personaje.

PPPPP - Cambio de escena. Ya sea que los mismos personajes estén en un ambiente diferente o que se relate una situación distinta, con otros personajes y en otro lugar.

SSSSS - Un personaje está soñando.


Final imaginario del siglo XIX

En estos tiempos, las personas que poseen extraños poderes provenientes de su cuerpo o incluso de misteriosas y poderosas armas, son conocidas como ladrones, escoria de la humanidad que roba hermosas y valiosas obras de arte, estatuas o joyas de diversos museos de todo el mundo, con la esperanza de reunir los 108 trozos de inocencia perdidos.

OOOOO

SSSSS

En el interior de un mundo ficticio, Megumi Walker, con la forma de una muñeca; cuyos ojos eran totalmente negros, deambulaba sobre un enorme sendero blanco, que se desmoronaba como un rompecabezas. Unos metros por encima de su figura, un cielo negro albergaba una gran luna blanca. Mientras que, debajo del sendero, solo había una inmensa e inquietante oscuridad. Un vacío inexplorable.

Sabía que si se atrevía a caerse, podría perderse para siempre. Aun así, se atrevió a voltear, encontrándose con las figuras de Neah, Susan y Alan. Mostrándole tranquilidad en sus miradas, la invitaban a acompañarlos. La joven frunció el ceño. Sin embargo, no importaba cuanto caminara por ese sendero, jamás llegaría a su destino. Por ese motivo, se arrodilló y acercó su mano a la oscuridad.

-¡Megumi! – exclamó una voz conocida, sacándola de su trance y devolviéndola a su verdadera apariencia.

Al girarse, con cierto temor...

-¿Mana? – se topó con el mencionado, conservando la misma apariencia que tenía cuando ella era tan solo una niña pequeña. Verlo la emocionó tanto como para correr y abrazarlo. - Pensé que me habías olvidado. – confesó, derramando un par de lágrimas de sus ojos castaños.

-Al contrario. – dijo, acariciando su largo cabello. - Jamás dejé de buscarte.

Megumi, separándose de él, sonrió.

-Tú... - su mirada volvió a perderse en el inmenso cielo sobre ellos. - ¿Sabes en dónde estamos?

-Es el santuario del guardián dimensional. – explicó. – Neah debió conectarlo con el sello del eterno anochecer, en caso de que el Conde quisiera destruirlo. Sin embargo, ahora que tú tienes ese título y sus poderes, este lugar te pertenece. Puedes usarlo y modificarlo a tu gusto.

La joven no reaccionó ante su declaración.

-El hecho de que estés aquí, conmigo, me recuerda al encuentro que tuve con Neah, hace 7 años. – viendo el horizonte oscuro, sonrió con tristeza. - Realmente cumplió su promesa. Nunca me dejó sola. Incluso me entrenó para poder controlar por completo mis nuevos poderes.

-Eso explica porque te recuperaste en solo unos meses. – añadió Mana.

-Lo que no entiendo es... - de repente, su semblante cambió por completo, volviéndose frío y distante. - ¿Por qué dos miembros del clan Noé, traicionarían al Conde del milenio?

El hombre se esforzó por conservar su sonrisa.

-Amor. – respondió. - Neah... sabía que tú y Susan estaban en peligro y...

-Dime la verdad. – lo interrumpió en seco, sorprendiéndolo. - Neah ya me dio esa respuesta. Y para serte sincera, siento que hay algo que no cuadra. – hizo una pausa, volteando hacia él para verlo directamente a los ojos. - ¿Qué es lo que tanto les asusta que sepa? De todas formas, ya cumplieron sus objetivos.

Mana sonrió. Y por voluntad propia, le mostró su apariencia, como parte del clan Noé. Su piel blanca se oscureció. Sus ojos negros se volvieron ojos color ámbar. Y en su frente, apareció la corona de 7 estigmas.

-Bien. – comenzó. - La verdadera razón por la que las salvamos, fue para que Neah pudiera darte su cargo de guardián dimensional. De esa forma, no solo impediríamos que el Conde del milenio las uniera a la fuerza al clan Noé. Sino que también cambiaríamos su destino y el de tu heredera.

-La hija de InuYasha y Kagome. – el hombre asintió.

Levantó su mano derecha y rodeó a la joven con varias luces negras.

-Antes de llegar aquí, te transferí mis poderes mediante un cubo negro. – dijo, sin dejar de sonreírle. - Acéptalos... como el último obsequio que recibirás de mi parte.

-¿Mana? – Megumi lo llamó confundida. ¿A qué se refería con eso? De pronto, el piso blanco bajo sus pies colapsó, haciéndola caer a la profunda oscuridad. - ¡MANAAAAAAAA! – gritó, viéndolo desde la cima.

Dentro de la oscuridad, flotaba con completa libertad, mientras abrazaba sus piernas con fuerza, juntándolas en su pecho. Y escondiendo su rostro entre sus rodillas.

-Llegas tarde, guardiana. Ahora ella me pertenece.

-Ya tomé mi decisión.

-Tengo una nueva misión para ti.

-¡Debiste sentirte muy mal! ¡Lo lamento tanto!

-Es mi destino morir a manos del Conde del milenio.

-Tú eres y siempre serás la única culpable de nuestra desgracia.

-¿Volveremos a vernos?

-Ya estoy cansado de esta farsa.

-¿No crees que es muy pronto? Aún es pequeña.

-¡No, Megumi, no voy a dejarte! ¡Los compañeros siempre se apoyan en las buenas y en las malas!

SSSSS

Megumi abrió los ojos de golpe y se inclinó hacia adelante. Por la ventana, entraban los rayos del sol y el canto de las aves, indicando que era una hora muy temprana de la mañana. Mientras examinaba su entorno, jadeaba intranquila y apretaba con fuerza la colcha rosa que la cubría.

La habitación tenía paredes blancas y mostraba patrones pequeños de pétalos de cerezo. Los muebles estaban hechos de madera. Había uno grande con tres cajones a su lado derecho. En frente se hallaba un closet, cuyas puertas también eran blancas.

Volteando hacia su lado derecho, finalmente, vio la ventana. Los sonidos de los animales ya no era lo único que escuchaba. Con curiosidad, se levantó de su cama y se acercó.

-¡Mamá! ¡¿Aquí está bien?!

Parado en medio de unos inmensos campos de cultivo, se encontraba una gran criatura de piel bronceada, grandes ojos azules, y corto cabello negro; atado en forma de una cola de caballo. Vestía un kimono corto, que le llegaba por encima de las rodillas, con distintas tonalidades de grises. Al igual que su cuerpo; lleno de cicatrices, estaba bastante maltratado.

-¡Unos metros más, Jinenji! – replicó la mujer mayor que lo acompañaba, parada cerca de una pequeña cabaña de madera.

Por la indicación, la gran criatura caminó un poco más apartado de los campos de cultivo y dejó sobre la tierra húmeda los grandes troncos que cargaba en su antebrazo izquierdo. Megumi estaba más que anonadada, ya que nunca antes había visto algo parecido a aquel ser sobrenatural.

Lo más cercano, habían sido los Akuma creados por el Conde del milenio, extinguiendo prematuramente las vidas de sus seres queridos. Sonrió con tristeza y apretó los puños sobre el borde inferior de la ventana.

PPPPP

FFFFF

-¿Aún está dormida? – preguntó un hombre pelirrojo, entrando a la enfermería de la orden oscura.

-¡G-General Cross! – exclamó Susan, levantándose de golpe de su silla y escondiendo; detrás de su espalda, lo que tenía en sus manos.

-Tranquila. – Marian se burló, indicándole con un ademán que podía volver a sentarse. - No hay necesidad de ser tan formal.

Susan asintió avergonzada. Regresó a la silla y prosiguió con lo que estaba haciendo, llamando la atención del hombre.

-A propósito... - su voz la detuvo una vez más. - ¿Qué es lo que tanto estás tejiendo?

La menor sonrió, mostrándole el estambre carmesí entre dos grandes agujas metálicas.

-Es una diadema para el cabello. El maestro Koga me enseñó a hacerlas. – bajó su tejido; poniéndolo sobre sus piernas y volteó hacia Megumi, dormida en su cama. - La estoy haciendo por el cumpleaños 14 de mi hermana, pero, dudo mucho que vaya a despertar ahora para usarla.

Se puso de pie, dejando su trabajo sobre la silla y haciendo una reverencia para irse de la enfermería. En cuanto Susan los dejó a solas, el general volteó hacia Megumi. Tenía un buen punto. Y no quería pensar en lo que realmente sucedería si se tardaba aún más años en volver. Por ese motivo, hizo una posición en su mano derecha, invocando en la frente de la joven dormida un círculo mágico.

-On.

FFFFF

Subiendo al segundo piso de aquella casa, usando únicamente una camisa blanca; con las mangas arremangadas, y unos ajustados pantalones negros, Cross Marian se dirigía sin muchos ánimos a una habitación en específico. Como de costumbre, se llevó un cigarrillo a sus labios, el cual, obtuvo de una cajetilla en sus pantalones, y lo encendió.

Mientras el humo salía, dejando a su paso un conjunto pequeño de cenizas en el cigarrillo, tomó la manija de la puerta y la abrió sin ningún esfuerzo. Su boca casi suelta el cigarrillo, al encontrarse con la joven de largo cabello castaño, parada frente a la ventana. Megumi, por otra parte, al escuchar que la puerta se abría, giró hacia atrás.

-¿General Cross? – dijo sorprendida, con sus ojos abiertos como platos, al igual que los de él.

El hombre pelirrojo permaneció otros segundos, inmóvil... hasta que, con paso firme, se acercó a ella y rodeó sus hombros con su brazo izquierdo, abrazándola.

La joven no sabía qué hacer o qué decir. Simplemente se reservó a parpadear anonadada, ya que el general no era mucho de expresar sus emociones. Pero, para haberlas manifestado con ese pequeño gesto... quizás significaba que por fin le importaba. O que siempre lo hizo.

-No tienes idea del gusto que me da verte despierta. – comentó Marian, haciéndola reír.

Confundido, se apartó y la observó con inquietud.

-Perdón... - dijo apenada, al darse cuenta de cómo la miraba. - es que, recordé cuando desperté del coma.

Su único ojo visible; ya que el otro se encontraba protegido bajo su máscara blanca, la examinó de la cabeza a los pies.

-¿No te duele nada? – interrogó, poniendo su cigarrillo en sus dedos. - ¿Las piernas, los brazos, algún dedo?

-Me encuentro de maravilla. – se sinceró, subiendo los brazos y moviendo los dedos de sus manos en el aire. - Puedo moverme sin ninguna dificultad.

El hombre respiró aliviado, aunque todavía tenía muchas inquietudes en su corazón que no lo dejaban estar en paz.

-¿Qué es lo último que recuerdas? – la sonrisa de Megumi desapareció.

FFFFF

-¡No, Megumi, no voy a dejarte! ¡Los compañeros siempre se apoyan en las buenas y en las malas!

FFFFF

-Shippo y yo... - susurró, luego de unos segundos en silencio... antes de recordar la grave herida que su compañera tenía en su hombro derecho, así como la aniquilación de la mayor parte de los Exorcistas. - ¡¿Qué pasó con la orden oscura?! – preguntó asustada. - ¡¿Kikyo está bien?! ¡¿Y los demás?!

Al verla tan alterada, Marian la tomó de los hombros y la condujo gentilmente a la orilla derecha de la cama, sentándola, antes de arrodillarse frente a ella.

-Escucha, Megumi. – pidió seriamente. - Pasaron... 50 años desde que entraste con Shippo al sello del eterno anochecer.

Al escuchar aquello, sus ojos castaños se abrieron desmesuradamente.

-¿Qué...? – dijo con temor.

-Mana y yo hicimos lo que estuvo a nuestro alcance para encontrarte y traerte de vuelta. – explicó, volteando sus ojos de ella hacia el piso. - Sin embargo, Tyki Mikk y Lulubell consiguieron dar con su ubicación. Y lo asesinaron.

FFFFF

-Antes de llegar aquí, te transferí mis poderes mediante un cubo negro. Acéptalos... como el último obsequio que recibirás de mi parte.

FFFFF

-Otra vez... - pensó, agachando la cabeza y apretando con fuerza sus puños, sobre sus piernas. - ¡El Conde me quitó a mi familia y no hice NADA para detenerlo!

El antiguo general se percató de los sentimientos que ahora albergaban en su corazón. Por ello, para apartarla de ellos...

-De verdad te gustó tener esta apariencia, ¿Verdad? – le confesó, algo que debió decirle cuando despertó del coma, hace 52 años. - De no ser así, habrías anulado mi conjuro hace mucho tiempo.

Sintiendo que le había caído un gran balde de agua fría, Megumi hizo lo posible por no derrumbarse, más de lo que ya estaba.

-¿Cómo...? – susurró, buscando una respuesta de su parte con sus ojos castaños. Llenos de confusión y miedo.

Cross Marian se puso de pie. Hurgó en el bolsillo derecho de su pantalón y le lanzó un trozo de tela color rojo, el cual, atrapó en sus manos sin mucho esfuerzo.

-Susan me dio eso para ti. – agregó, sin apartar su ojo izquierdo de ella. - Quería regalártelo para tu cumpleaños 14. – la joven arrugó sus labios y estrujó la pequeña tela en sus dedos.

Quería comenzar a llorar, pero, con la presencia de su antiguo superior, le era imposible.

-General. – lo llamó seriamente, sin voltear a verlo. - Usted... ¿Usó su magia para detener mi tiempo?

El hombre se quedó un momento en silencio.

-Cuando te quedaste en coma, nos inquietó mucho saber que no despertarías pronto. – respondió seriamente, cruzándose de brazos. - Hice ese hechizo, para evitar que murieras sin haber cumplido con la misión que Neah te dejó.

Megumi apretó los dientes. Tomó la almohada de su cama y se la lanzó directo en la cara.

-¡Te odio! – exclamó enojada, con el ceño fruncido. Se puso de pie y tomó otras cosas de la habitación para arrojárselas. Desde una lámpara, hasta algunos libros del mueble con cajones. - ¡¿Sabes la cantidad de burlas que tuve que soportar por tu culpa?! – Marian esquivó cada objeto, moviéndose solo de un lado a otro, mientras se llevaba su cigarrillo a sus labios. - ¡¿Las humillaciones, los malos tratos, la desconfianza?! – al quedar sin fuerzas, tiró un jarrón por accidente, cayendo de rodillas al piso. - ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

El hombre la vio acongojado. Se arrodilló frente a ella una vez más y, cuando quiso volver a consolarla con su mano...

-¡MARIAN! – el grito de una mujer los asustó a ambos, consiguiendo que un escalofrío recorriera sus espaldas completas.

Entonces, una anciana; vestida con un kimono café oscuro y llevando un pañuelo blanco en la cabeza, apareció en la puerta.

-¡¿Qué significan esos ruidos tan...?! – sin embargo, al ver a Megumi en el piso, su enojo se desvaneció por completo. - ¡Despertaste! – dijo con una sonrisa, pasando por detrás de su espalda para acercarse a la ventana. - ¡Jinenji, descansa un poco y ven! – exclamó, usando sus arrugadas manos a la altura de su boca, para que su voz alcanzará a la criatura de grandes ojos azules, parada en el campo.

Megumi, sin salir de su sorpresa, se puso de pie por su cuenta, al igual que Cross.

-Mi nombre es Yamako. – se presentó la mujer. - Soy la hechicera que protege estas tierras.

-Querrás decir "vieja bruja". – dijo el antiguo general, ganándose un golpe en la cabeza por parte de la mayor.

-¡Mocoso grosero! – bramó enojada, sosteniendo una sandalia. - ¡¿Así me pagas el hecho de haberte enseñado todos mis secretos sobre hechicería?!

-¡TSK! – chasqueó la lengua de mala manera, haciendo enojar más a la mujer.

Y ya estaba a punto de propinarle otro golpe en la cabeza con la sandalia de su pie izquierdo, pero, para su buena suerte...

-Aguarde. – Megumi llamó su atención, deteniéndola. - ¿Usted es la maestra del general Cross?

-¡¿General?! – gritó la anciana, antes de soltar una sonora carcajada que hizo enfadar a su antiguo alumno, quien solo se cruzó de brazos y frunció el ceño. - La orden oscura ya no es la institución respetable que era hace 50 años. – explicó, sin darle tanta importancia. - Ahora se le conoce como el hogar de todos los ladrones de Europa.

Eso dejó a la guardiana más confundida y sorprendida que antes.

-Mamá, ¿Me llamaste? – de repente, la gran criatura que había visto en los campos de cultivo, apareció en la ventana.

-Hijo, ella es la niña que fue adoptada por Neah. – habló Yamako, volteando su mirada de él, hacia la joven. - Pequeña, él es mi hijo, Jinenji. – ella sonrió.

-Mucho gusto. – se presentó, haciendo una pequeña reverencia. - Soy Megumi Walker.

Jinenji, en lugar de responderle, se sonrojó de golpe y salió corriendo de ahí.

-Discúlpalo, por favor. – pidió la anciana. - Es un poco tímido.

-Si... - agregó Marian. - ...por no decir que es un torpe para relacionarse.

Yamako lo vio con una vena punzante en la cabeza, antes de darle el golpe que quedó pendiente en su cabeza, con su sandalia.

-Te prepararé el desayuno. – dijo con dulzura, conduciendo a Megumi de vuelta en la cama y ayudándola a acostarse. – Mientras tanto, puedes dormir otro poco.

-En realidad... - comentó, con un ligero sonrojo en sus mejillas. - ...me gustaría leer un libro.

La anciana la miró con dudas. Y antes de darse cuenta, Marian ya le había pasado a la menor un libro de cuentos. Como los demás eran sobre hechicería, creyó que necesitaría algo más "liviano" para distraer su mente de todo lo que acababa de confesarle.

Inexpresiva, la joven abrió el libro y buscó algo que pudiera interesarle. Mientras tanto, los adultos salieron de la habitación, dejándola sumergida en el silencio... hasta que ya no pudo contener más sus ganas de llorar con amargura y angustia.

Fin del capítulo.