Aquel inalterable reloj de arena estaba por cambiar de posición…
Y aquella última mirada, por un segundo, gritó las miles de cosas que no podía liberar cuando sus ojos se cruzaron. Como si quisiera decirle algo en el silencio; como si quisiera revelar palabras que jamás verían la luz, porque ella no las iba a soltar, no lo iba a admitir.
Su formación y su familia, la forma en la que había aprendido a sobrevivir, jamás le permitirían solicitar ayuda; mucho menos la de él.
Sasuke sabía de clanes y, por eso, en aquellos pequeños y desapercibidos gestos que a ella se le habían escapado en alguno de sus encuentros, él había descubierto que algo estaba ocurriendo.
Hinata ocultaba algo y Hanabi intentó contárselo, estaba seguro.
Sin perder un solo segundo salió, a primera hora de la mañana desde su departamento hacia la torre del Hokage. Porque si alguien podía tener alguna idea de que estaba pasando con los Hyuga, ese era el Hokage.
Llegó a su destino sin mayores contratiempos, a esas horas de la mañana muy poca gente transitaba por las calles de la aldea. Subió con rapidez, las ya tan conocidas escaleras de la torre para llegar a la oficina de Kakashi, y avanzó a pasos largos los últimos metros que le quedaban en el pasillo hasta la oficina.
—Los ancianos—escuchó—¡Ya la tienen! ¡Será hoy!
Se detuvo, inmediatamente, antes de ingresar al lugar cuando reconoció esa voz con la cual muy pocas veces había cruzado palabras: Hanabi. La Hyuga menor se escuchaba alterada, dejando escapar un leve tono de desesperación mientras hablaba.
—¿Ella firmó el traslado?—preguntó el Hokage un poco acelerado pero sin perder el control.
—No—negó la chica en un tono más bajo y decaído—, no hubo tiempo para conversarlo.
Un pequeño instante de silencio inundó el lugar, aumentando la tensión de la discusión y dándole a entender al Uchiha que ambos se encontraban pensando la situación. Lo que fuera que estuviera pasando, era grave, y algo le decía que hablaban de Hinata aún cuando no la habían nombrado explícitamente.
—Estamos en el peor de nuestros escenarios—escuchó decir a su antiguo maestro—. Ya no podemos intervenir o esto podría escalar a un conflicto mayor, no puedo ir en contra del clan Hyuga, es uno de los más grandes de la aldea.
Sintió como su estómago se apretó al escuchar la voz de Kakashi admitir algo así, al entender, que si esto se trataba de Hinata, entonces aquella mirada antes de separarse era un llamado de auxilio que él no llegó a comprender. Y que, mientras él disfrutaba esa tarde agradable que habían compartido, ella ocultaba algo que pesaba en su corazón.
—Si yo…—volvió a hablar Hanabi, con inseguridad—si yo logro sacarla de ese lugar…
—Tendré a Kiba y Shino preparados—completó Kakashi.
Y ya no hubo más dudas: se trataba de Hinata.
De un momento a otro, la puerta de la oficina se volvió a abrir, dejando salir a la Hyuga y encontrándose cara a cara en el pasillo. Hanabi lo miró con sorpresa y él no ocultó que había estado escuchando la conversación.
—Hablaban de Hinata—dijo Sasuke, serio y enfrentándola con la mirada.
Hanabi recuperó la compostura, inmediatamente, y frunció el ceño al ver aquella mirada demandante que la enfrentaba con descaro. El Uchiha buscaba respuestas que ella no le podía entregar.
Así que, sin negar ni afirmar, llevó su mirada al frente e intentó avanzar por un costado para continuar su camino, pero el vengador se lo impidió.
—¿Qué está ocurriendo?
Los ojos claros de la chica lo buscaron con sorpresa al notar la insistencia del Uchiha, que no parecía normal para alguien que se interesaba solo en sus propios asuntos. Sabía que era cercano a su hermana, por esa razón había intentando pedirle ayuda, pero no creyó que fuera un lazo que se mantendría cuando Naruto y Hinata terminaran, por eso y otras razones, desistió de involucrarlo.
—Esto no te concierne, Uchiha— respondió fríamente—es un asunto del clan.
Tampoco era que pudiera decirle algo más, Hinata no quería involucrarlo en nada que pudiera manchar el honor del apellido que el Uchiha trataba de recuperar.
Su hermana no quería que Sasuke cargara con más peso en su cansado corazón, y Hanabi lo sabía.
Pero él, lejos de saber las razones de la Hyuga, insistió.
—Desde el momento en que involucraste al Aburame y al Inuzuka, dejó de ser un asunto del clan.
Sin perder la compostura, ni aquel semblante serio que había adoptado, desafió esos ojos, con los que habían ganado la guerra, con una intensidad que quedó corta ante las pocas palabras que soltó.
—Hinata jamás me perdonaría si te involucro.
La Hyuga aprovechó el desconcierto que sus palabras le provocaron para abrirse paso y desaparecer.
Porque ya no se trataba de que hubiesen distancias, mucho menos de que Hinata y él fueran extraños; se trataba de ella sentía que sus problemas eran una carga para él.
Joder.
La situación era la misma que cuando fueron a rescatar a Hanabi; ella no pensaba en su propio bienestar, ni mucho menos le pediría ayuda.
No, no estaba bien. No era lo que buscaba.
Si quería ser alguien en su corazón debía demostrarle que sus problemas los podía compartir con él.
Frunció el ceño, y avanzó, ingresando a la oficina del Hokage.
—Al Kazekage—escuchó decir a su antiguo maestro a un Anbu, cuando él ingresaba—, es urgente.
Nada más el ninja se retiró, y Kakashi se giró hacia él, soltó lo que tenía que decir.
—¿Qué tengo que hacer para ayudar a Hinata?
Si hubo alguna expresión de sorpresa en el rostro del Hokage, no lo demostró; no había tiempo de bromas ni cuestionamientos, esta vez, su antiguo maestro estaba completamente serio.
Se miraron un momento, como si se tratara de un desafío, donde él sabía que el Hokage estaba evaluado su participación e intensiones y lo enfrentó.
No daría un paso atrás.
—Ve por Shino y Kiba, informales de la situación, ellos saben que hacer.
Asintió, en silencio y se giró para caminar en dirección la entrada a paso rápido.
—Sasuke— volvió a hablar Kakashi luego de un breve momento—, no permitas que se involucren.
Asintió una vez más, mirando por sobre el hombro a su antiguo maestro y entendiendo que impedir que Kiba o Shino actuaran de alguna forma que pudiera ofender al clan era su misión.
Y el tiempo, impasible, inmutable, se agotaba con ese último grano de arena que comenzaba su descenso en ese ciclo que terminaba.
Frío, era lo único en lo que podía pensar en esa pequeña y excesivamente limpia habitación. Oscura, con un techo liso y una lámpara de papel que permanecía apagada, no había nada más que mirar o utilizar en aquellas cuatro paredes que la rodeaban y que coartaban su libertad.
Cerró sus ojos, y se obligó a mantener la calma.
Sabía donde estaba, era la misma sala pequeña de madera, al final del pasillo más alejado y oculto de la casa principal, donde la encerraban y castigaban cuando no cumplía con las expectativas. No hace mucho había estado ahí, soportando el castigo por la humillación de haber sido asistida por un Uchiha en el rescate de su hermana, donde se suponía que ella no regresaría.
Así que sí, conocía muy bien ese lugar; sabía que era custodiada por dos Hyugas de la rama secundaria por la única puerta de acceso de aquel espacio que no tenía ventanas ni calefacción.
Desconocía el destino que el anciano del concejo le advirtió, pero suponía que sería un matrimonio arreglado del cual había escuchado hace un tiempo atrás. No era extraño, no era algo que no esperara porque siempre supo que si no era con Naruto, ocurriría algo así, la habían educado para ello.
Suspiró, cansada y con hambre, por haber pasado la noche en vela y sin nada que hecharle al estómago, mientras suponía que ya era medio día.
Miró a su alrededor, una vez más, buscando una salida que sabía que no existía, mientras intentaba mantenerse calmada, serena y despejada, evitando aquella ansiedad que la asechaba y amenazaba con tomar el control de sus emociones que había logrado contener.
No había escapatoria.
No había una sola forma de evitar ese destino si no era enfrentando una muerte segura, y en el hipotético caso de que lograra huir, sería perseguida hasta encontrarla en donde fuera que huyera.
Lo sabía, conocía a su clan. Conocía el orgullo, que siempre estaría primero, ante una humillación.
Resignación, por ahora, era el único camino que parecía surgir en la oscuridad.
Un par de fuertes y pesadas pisadas se dejaron escuchar en el silencio de ese lugar, acercándose, una tras otra, lentamente hacia su habitación; como si fuera un anuncio de lo que estaba por ocurrir.
Cerró los ojos, inhalando profundo para calmar los nervios que amenazaban con perder el control, y exhaló, sacando a relucir aquella expresión neutra e impenetrable que había aprendido a portar en su clan.
Porque podrían herir su cuerpo, decir lo que quisieran, pero jamás entregaría su corazón; no iban a quebrarla nunca más.
Ella también había aprendido de la voluntad de fuego y seguía su propio camino.
Cuatro Hyugas de la rama secundaria aparecieron en la puerta y una figura imponente, que ella conocía muy bien, ingresó: Hiashi.
No se lo esperaba, más no mostró ninguna reacción.
A una pequeña seña del líder del clan, los otros cuatro Hyugas se retiraron, cerrando la puerta detrás de su padre y esperando fuera de la habitación.
Y en la soledad, en ese silencio pesado e inquietante que inundó la habitación, esos ojos blancos que siempre la juzgaban cayeron pesados y acusadores sobre ella, como lo esperaba.
No se levantó del frío suelo donde se encontraba sentada.
No hubo ninguna sola reverencia ni muestra de respeto.
Mucho menos hubo una señal de sumisión.
Ya no tenía sentido buscar algún reconocimiento que jamás iba a llegar; estaba cansada de todo.
Se miraron, con aquellos blancos ojos que en apariencia eran iguales, pero en esencia totalmente distintos; en un enfrentamiento que Hiashi no esperaba tener con ella, pero que lo atravesó como nunca antes había ocurrido.
Hinata lo desafiaba, por primera vez.
Y en aquella mirada fija, directa, se encontraba una niña que ya no buscaba su aprobación.
—Hiashi-sama—dijo, con una voz suave, calmada y en un tono neutro, tal y como se esperaba.
Se levantó, con movimientos calculados, precisos y elegantes, y realizó una pequeña reverencia, como se suponía que debía ejecutar frente al líder el clan.
Ya no se refería a él como "Padre", y la realización, después de todo ese tiempo, dolió.
Su posición, su rango, y sus deberes como líder habían sido mucho más importantes que su propia hija; el honor y orgullo, pesaron más que su quebrada relación. La perfección siempre fue lo que se esperaba de él.
—Vuelve con el Uzumaki—dijo, sin preámbulos—, es la única forma de evitar todo esto.
Sin mostrar un solo atisbo de duda, la ex heredera volvió su mirada hacia él sin expresar algo más que seguridad.
—No lo haré—respondió—, la decisión está tomada.
Hiashi, sorprendido ante la terquedad de su hija, frunció el ceño y se enfureció. Hinata no estaba comprendiendo que esa era su única opción de mantener su libertad.
Esa niña inocente no tenía idea de los planes de su familia, de lo que le iba a pasar si desechaba esta última oportunidad.
Quizás, si le decía la verdad, ella lo entendería.
—No estás entendiendo tu posición—respondió, mostrándose algo más alterado y llamando la atención de su primogenita al ser la primera vez que lo escuchaba así—, si no te casas con él, serás sellada.
El sello, ese era su destino.
Sintió, como un frío la recorrió de pies a cabeza al escuchar esa declaración; al saber, que tal y como su primo, ella tampoco había podido escapar al destino y sería otro pájaro enjaulado.
Y el cruel ciclo odio se repetiría.
Había sido una idiota al confiar.
No, no podía ser.
Pero el silencio y la mirada intensa y furiosa de su padre solo confirmaron aquello que no quería creer.
¿Por qué?¿Por qué le hacían esto?
Se estremeció y su cuerpo entero tembló de rabia, de dolor, de miedo, de angustia y de todas aquellas emociones que llevaban años siendo contenidas en el silencio de su voz y sus acciones.
No quería.
No era justo.
Todos los esfuerzos para demostrar que era digna de su apellido, que era una más de su clan, que podía ser alguien a los ojos de ese hombre parado frente a ella habían sido en vano.
Porque a fin de cuentas ella era desechable; porque al final, ni siquiera era capaz de controlar su propio camino.
Y porque su libertad, dependia de las cadenas de otra persona.
Apretó los puños con fuerza, mientras intentaba calmar su corazón, y guardó esas lágrimas de rabia e impotencia porque no era el momento de llorar.
Ella había tomado su decisión.
Porque si su libertad dependía de cortar las alas de Naruto, entonces no sería feliz; los ancianos querían control sobre el futuro Hokage.
Porque si su futuro dependía de ocupar un lugar que no le pertenecía, entonces, prefería el sello; ella no era la dueña del corazón de su amado, ni su mejor opción, y lo quería ver sonreír.
Él era su luz, su inspiración y quien le había mostrado el camino que debía seguir; y, por eso, lo prefería libre y sin restricciones para que alcanzara sus sueños.
Esa, era su decisión, y este, era su destino.
—Entonces—respondió, mientras sus ojos enfrentaban a su padre—, que así sea.
Quizo decir algo más, quizo gritar de frustración, quizo tomarla y llevársela lejos, donde aquellos ancianos no pudieran alcanzarla nunca más, donde nadie pudiera hacerla sufrir más; porque aquella hija no nació para encajar en un hogar tan lleno de orgullo y rencor. Porque su dulce y cariñosa primogenita había sido obligada a tomar un camino que no podía elegir sino cumplir.
Y aún cuando las palabras hubiesen alcanzado sus labios, no había nada que él pudiera decir; había perdido el derecho a sentirse padre, había perdido la ocasión de protegerla, había perdido la oportunidad de verla crecer. Ya no podía arrepentirse.
Solo había una opción de enmendar sus errores y darle una oportunidad.
Dio un paso atrás, en silencio, respetando las palabras que Hinata había liberado como su última decisión y se retiró de la habitación.
El resto, ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, mucho más rápido de lo que ella pudo procesar.
Varios miembros de la rama secundaria ingresaron a la habitación, y la escoltaron hacia el salón principal donde se celebraban las asambleas internas, en un silencio que no hizo más que aumentar la tensión.
Aquellos amplios y largos pasillos de madera, y paredes blancas, acompañaron su tortuoso y resignado caminar, donde sus pisadas se oían como la última estrofa de una melodía que terminaba.
El momento estaba cerca y el final se aproximaba a pasos largos y rápidos, que no le permitían pensar.
Se detuvieron, frente a una gran y pesada puerta de madera oscura, lisa y perfectamente limpia, que estaba custodiada por otros dos Hyugas que la observaron sin decir nada más.
Y aquella puerta corredera finalmente se abrió.
Su estómago se apretó en anticipación, comprendiendo que a partir de ese momento, sus pisadas ingresando al salon solo marcarían el último tramo del camino hacia esa jaula con la que su primo tanto luchó.
Pero la imagen que contemplo no fue lo que ella esperó; una persona muy especial apareció, esperándola, y bloqueando su visión en una imagen que no esperaba enfrentar: Ko.
Aquel fiel Hyuga que siempre la acompañó, que la guió y la cuidó cuando no había nadie más a su lado estaba parado frente a ella.
Se miraron, en un instante que se transformó en un eterno segundo que dijo más que cualquier otro gesto que hubiesen tenido. Porque él siempre había estado ahí; porque él era lo más cercano a un padre que tenía y ella lo quería como tal.
—Estoy orgulloso de ti—dijo, en un susurro casi imperceptible que se perdió en sus labios—, y pase lo que pase, siempre lo estaré.
Su corazón se aceleró, su garganta se apretó, y todo su ser vibró ante aquellas palabras que significaron el mundo entero en ese momento, porque era la primera vez que las escuchaba. Porque ese hombre frente a ella validaba cada acción y decisión que tomó, y que le habían llevado hasta ahí; y la reconocía.
Porque por primera vez, ella era importante; no una vergüenza, no un defecto a mejorar; ella era suficiente, así tal cual.
Y ahora, aquel hombre, bloqueaba su camino hacia un destino cruel, sin dejarla avanzar; protegiéndola, entregándole una nueva opción.
La resignación no era el camino, no, nunca lo había sido y ella entendió su mensaje.
Hizo una pequeña reverencia, mostrándole su más profundo respeto y admiración, y actuó.
—¡Byakugan!—dijo—¡Hakkesho kaiten!
El frio silencio de la habitación explotó en pisadas y alaridos de dolor cuando ella activo el jutsu y comenzó a girar golpeando a sus escoltas y abriéndose camino.
Porque no, no se iba a entregar tan fácilmente, no avanzaría a ese destino sin luchar.
Llevó sus blancos ojos a la figura de Ko que yacía en el suelo producto de uno de sus golpes, tal y como ella esperaba para que nadie lo vinculara a su decisión de luchar, y rápidamente volvió su vista al frente, donde estaba el concejo de ancianos y su padre, al interior del salón.
Frunció el ceño, reuniendo todo el valor que necesitaba, inhaló, juntando sus fuerzas, y se giró, dándoles la espalda y comenzando la huida.
Entre Juken, Hakke Kusho, Hakke Rokujuuyon Shou, y Kaiten, se abrió paso entre los miembros del clan en una dura batalla que lideraba sola, mientras era rodeada por más y más miembros de ambas ramas.
Un paso tras otro, una respiración tras otra, el puño suave golpeó con precisión los puntos de chackra de sus enemigos, mientras avanzaba descalza por el pasto frío de los jardines que llevaban a la salida, en una danza exquisitamente ejecutada y letal.
Cayó, golpeando la espalda en una de las piedras que armaban un camino en el césped, y recibió un golpe en el estómago que le quitó el aliento por un par de segundos, pero se volvió a levantar y corrió.
No podía perder.
Saltó, y en el aire golpeó en el tórax a otro Hyuga que se interpuso en su camino con una patada, para luego ejecutar otra serie de golpes sacando sus leones de chackra. Si iba a terminar así, entonces lo entregaría todo, y mucho más.
Esta era ella luchando por todo lo que creía, siguiendo su propio camino del ninja y alzando su voluntad de fuego que aun no se extinguía.
Y continuó.
Desde afuera, el silencio, que siempre rodeaba aquella imponente propiedad se quebró ante el murmullo incesante y débil que se lograba escuchar.
Se inquietó, mientras sus ojos castaños permanecían fijos en aquella puerta de madera custodiada celosamente por dos Hyugas que parecían preocupados. Al menos, desde la esquina del frente, en la vereda más alejada, así lo percibía.
El pelaje de Akamaru se erizó y los Kikaichus de Shino se removieron inquietos provocando un leve zumbido que, con el tiempo, él había aprendido a diferenciar.
Algo estaba pasando.
Algo estaba ocurriendo dentro de las herméticas paredes del complejo Hyuga y sus pies picaban por avanzar, arremeter con todo y sacar a su amiga de ahí. Pero se detuvo, contuvo sus impulsos y se mantuvo de pie, quieto y esperando.
No podían intervenir, Hanabi se los había advertido, y Kakashi había mandado al Uchiha para impedirlo.
Apretó su mandíbula con rabia mientras intentaba agudizar los sentidos para obtener más información, cualquier cosa que le permitiera tener una idea de lo que estaba ocurriendo.
Y aquello, que no debería haber estado ahí, apareció como la señal más terrible de todas; ese olor característico, que había aprendido a reconocer con los años de batallas y misiones se presentó.
—Sangre—murmuró Kiba alarmado.
Shino, que se encontraba a su lado, asintió. Él no tenía un sentido del olfato tan desarrollado como su compañero, pero sus Kikaichus estaban alterados.
—¿Es de ella?— se atrevió a preguntar el Aburame, sin despegar la mirada de la puerta principal.
Y Kiba, en respuesta, asintió dando un paso adelante, dispuesto a romper cualquier promesa de no involucrarse. Llegar a ese punto no había sido parte del plan que trazaron con Hanabi y Kakashi; todo se había salido de control, Hinata no debería estar en esa situación.
Shino, al igual que él, dio un paso al frente como si ambos estuvieran pensando lo mismo, y antes de que continuaran avanzando, Sasuke apareció en frente para cumplir su misión.
No hubo necesidad de palabras, porque al momento en que la figura del Uchiha apareció, Kiba y Shino se detuvieron, entendiendo que no podían arriesgarlo todo o las cosas podían empeorar.
Lento, imparable, el telón del destino se cerraba.
Su pecho, subía y bajaba rápidamente oxigenando su acelerado corazón; sus brazos, heridos, estaban cubiertos por gotas de sangre que se mezclaban con el sudor, mientras se resistían al fuerte agarre que los inmovilizaba. Sus piernas, de una fuerte patada se doblaron y sus rodillas chocaron violentamente contra el suelo de tierra dura. Y su rostro, cubierto en sangre, heridas, mantenía una expresión que continuaba desafiando sin aceptar la derrota.
No podía terminar así.
Su corazón ardió en rabia mientras sus ojos se transformaban en una tormenta furiosa que se desataba sin control, inundándola de una fuerza que no conocía y que le impedía resignarse de esa manera.
Ella se negaba a transformarse en un nuevo pájaro enjaulado.
Se negaba a aceptar ese destino.
Y luchó, una vez más, contra aquellos que la apresaban con fuerza, logrando ser reducida de forma más brutal.
—Es inútil que te resistas—dijo el mismo anciano que el día anterior se había dirigido a ella anunciándole su destino —, esto debió haber sucedido hace mucho tiempo atrás.
Sintió como esos ojos blancos como los suyos la evaluaron de pies a cabeza con disgusto, para luego acercarse a paso lento mientras ordenaba que la sujetaran con más fuerza y escuchaba como los demás murmuraban lo que sería su castigo ante semejante rebelión.
Llegó, a pasos cortos y cansados, frente a ella mientras su rostro se mostraba severo; y los demás líderes del clan se ubicaron a su espalda para presenciar como la ex heredera era sellada.
Su estómago se contrajo en anticipación ante lo que estaba por ocurrir, y sintió como su garganta comenzaba a apretarse ante la impotencia de no ser capaz de continuar luchando. Sus emociones, que generalmente mantenía bajo control, se arremolinaban en su interior, explotando en sentimientos culpables al saber que no sería capaz de cumplir con sus propios objetivos; al comprender que el camino llegaba hasta aquí.
Había luchado, sí, pero no fue suficiente.
—Seré yo—escuchó decir—quien selle a mi hermana.
Sus ojos, inmediatamente, pasaron del anciano que había elevado sus manos para iniciar los sellos, hacia la recién llegada que se abría paso entre la multitud.
Hanabi, su dulce y adorada hermana, se ubicaba delante del anciano y la miraba con unos ojos que se mostraron fríos y severos, sorprendiéndola.
—¿Hanabi-sama?—escuchó que dudó el anciano—no es algo que…
—Ella será la próxima líder del clan—interrumpió Hiashi, dando un paso adelante—, es hora de que comience a tener responsabilidades.
Confundida, por lo que estaba ocurriendo, volvió sus claros ojos a los de su hermana menor sin saber que sentir ante la situación; sin querer creer que Hanabi se había ofrecido a proceder con la ceremonia sin ninguna compasión.
Porque no, no podía haberse equivocado tanto con su hermana.
Porque no podía pensar en que ella la traicionaba de esta manera.
Y mientras su corazón se apretaba ante la serie de sentimientos que chocaban y se enredaban en su interior, la esperanza, la ilusión, y los sueños la abandonaron.
No. No quería ver esa versión de su hermana.
Se negaba a creer que ella hiciera algo así.
Pero, aún cuando quería creer que no era verdad, la impenetrable mirada de Hanabi la destrozó cuando sintió el calor que comenzó a quemar su frente.
El sello.
Un nuevo pájaro enjaulado nacía, y con él, su corazón se perdía.
No gritó, porque ya no habían fuerzas para luchar mientras el dolor golpeaba su cabeza como si la desarmaran y la volvieran a rearmar, como si la apretaran más fuerte de lo que alguna vez lograra imaginar.
No dejó escapar sus lágrimas, porque aún en esa situación no iba a demostrar ningún solo rastro de debilidad; aun cuando sentía como si su propia sangre la quemara.
Cerró los ojos, porque no quería ver que era Hanabi, su querida hermana, quien finalmente la quebraba.
Su corazón dolía más que el sello.
Y el silencio, solo fue interrumpido por murmullos suaves que siguieron cuando la ceremonia terminó.
Su cuerpo se sintió pesado mientras aún era sujetada por sus captores, y su consciencia amenazaba con huir a la más profunda oscuridad, una vez que el sello se asentó.
Un par de pasos indicaron que alguien se acercaba mientras ella intentaba mantener sus ojos abiertos, y un cuerpo se inclinó en su dirección.
—Hinata—escuchó, en un susurro suave y casi imperceptible—, eres libre.
Y la arena, finalmente, dejó de caer; el primer acto terminó.
Sus ojos se abrieron de par en par al escuchar la voz de Hanabi pronunciar de forma tan intima y privada aquellas palabras tan extrañas en su oído, y no alcanzó a reaccionar cuando esta se alejó y volvió a su posición anterior, frente a ella, al lado de Hiashi y los ancianos.
—Hinata Hyuga—dijo, en voz alta y fuerte, con un tono imperativo que calló cualquier murmullo—, quedas exiliada del clan.
No supo como ocurrió, ni siquiera en que instante fue liberada y encaminada hacia la salida del clan, porque después de aquellas palabras, lo único que recordaba era como Hanabi le había enviado una pequeña e secreta sonrisa cuando se retiraba mientras seguía a Hiashi que convencía a un alterado concejo de ancianos que no podía creer su decisión.
"Hinata, eres libre"
Y el sello, el dolor y el cansancio, su propio cuerpo mal herido quedaban a un lado cuando la voz de su hermana se repetía una y otra vez mientras las puertas del clan se cerraban a su espalda, dejándola sola y descalza en la calle. Porque mientras caminaba, en piloto automático, su agitado corazón comprendía que Hanabi había utilizando la única opción que tenía para protegerla: el exilio.
La liberaba al cortar los lazos que las unían.
Aquella marca, ahora, se transformaba en un pasado que tenía que aprender a conciliar y una libertad con la que no sabía como lidiar, porque venía acompañada de la soledad.
Avanzó, firme y sin mostrar debilidad mientras sentía como su pecho llegaba al límite de la contención, y cruzó la calle para alejarse de las miradas acusadoras que sabía que la seguían desde el clan. Giró, en una esquina para perderse hasta donde sus heridos pies pudieran llegar, y cuando supo que estaba lo suficientemente lejos, sus pasos se detuvieron en señal de que ya no podía más.
Sus piernas cedieron, su ojos se cerraron y el mundo se volvió un lugar oscuro y silencioso que invitaba a perderse navegando en la inconsciencia, que parecía un lugar mucho mas feliz.
—Te tengo.
La voz de Kiba la trajo nuevamente de vuelta a la realidad mientras sentía como sus fuertes brazos la sujetaban, sin hacerle daño, antes de que cayera al suelo.
Intentó decir algo, intentó mantener los ojos abiertos y una postura firme, mas su cuerpo no respondía.
—Todo estará bien— le susurró Shino—, ya puedes descansar.
Y como si fuera magia, la suave y calmada voz de su compañero la tranquilizó, entregándole esa seguridad y confianza que solo ellos le daban, y se permitió perderse en un mar de calma y oscuridad.
La cargaron a la espalda de Kiba, para dirigirse al departamento de Shino, cuando el Uchiha apareció cortándoles el camino.
—Llévala a mi departamento—dijo, ubicándose delante de él—, es más seguro.
Kiba lo miró con desconfianza, mientras Shino daba un paso a delante para enfrentarlo.
—Tu misión ya terminó—dijo el Aburame, mirándolo fijamente a travez de sus oscuras gafas.
Pero Sasuke, lejos de sentirse intimidado, dio un paso al frente también y explicó.
—No tenemos claro cuales son sus circunstancias—dijo—. Si el clan la quisiera buscar, tu hogar y el del Inuzuka serían los primeros objetivos.
Kiba miró a su compañero un momento, y Shino asintió, la respuesta de Sasuke había sido suficientemente convincente.
—Iré por Sakura—dijo el Aburame— y alguna de sus cosas, nos vemos allá.
Aquel inalterable reloj de arena… ahora cambiaba de posición.
