Rápido, en una manera que muy pocas veces sentía fuera de una batalla, su corazón latía a un ritmo acelerado, descontrolado, y marcaba un incesante tambor que inundaba sus oídos.
Frunció el ceño mientras abría la puerta del baño de su dormitorio y registraba el estante, sobre el lavamanos, con los pocos medicamentos que tenía, moviendo y botando las cosas con torpeza.
—Maldición—murmuró, molesto.
Debía calmarse.
Joder, debía mantener la cabeza fría antes de volver a su habitación.
Su única mano alcanzó, extrañamente temblorosa, una cajita blanca con la etiqueta de primeros auxilios.
Inhaló, exhaló y salió del baño de regreso al dormitorio.
Y como si fuera la primera vez que veía algo así, aquella imagen lo golpeó de maneras insospechadas.
Apretó la caja blanca que llevaba, conteniendo las emociones, y avanzó hacia esa figura delgada que estaba sobre su cama casi inconsciente.
—Hinata—escuchó la voz de Kiba—, mantente conmigo.
Sus delicadas y siempre tranquilas facciones mostraron una mueca de dolor mientras ahogaba un quejido y asentía al llamado de su compañero, que limpiaba sus heridas en el rostro.
Se acercó, estirando la caja que llevaba y mientras el Inuzuka la recibía, notó como aquella cicatriz comenzaba a marcarse en su frente.
Roja y ardiente, el sello de sumisión reclamaba esa pálida piel como si fuera de su propiedad.
Aquella Hyuga había perdido las alas que la movían, y saberlo, entender la magnitud de lo que ella estaba enfrentado, quemaba su congelado corazón.
No lo podía entender, no podía creer que su propia familia la había llevado a esa situación.
—Uchiha—habló Kiba, dirigiéndose a él—, necesito que la sujetes, tiene el hombro dislocado.
Asintió, mientras notaba que en la poca consciencia que Hinata intentaba mantener, ella se preparaba para lo que Kiba iba a realizar.
Un movimiento rápido y limpio, un pequeño quejido que se ahogó en su garganta y una mirada que se perdió en el vacío y el silencio.
—Se desmayó—murmuró Sasuke.
—Quizás… es mejor así—susurró Kiba volviendo sus ojos al rostro de su amiga—. Mereces descansar.
Y mientras notaba como la mirada del castaño se suavizaba al observarla y Akamaru se acercaba y rozaba su cabeza con la mano de Hinata para luego sentarse a su lado a cuidarla, el timbre sonó.
Sin saber muy bien como ni cuando, se encontró abriendo la puerta de su departamento para dar paso a Sakura, que ingresó sin pedir explicaciones, seguida de Shino.
Entró al dormitorio, con ambos siguiéndolos y Sakura, al ver la situación en la que Hinata se encontraba, inmediatamente sacó a relucir su lado profesional, y le preguntó un par de cosas a Kiba mientras anotaba en un papel, para luego pedirles que salieran de la habitación.
Aquella puerta, de madera clara y lisa de su habitación se cerró como si fuera un muro impenetrable donde ninguno de ellos podía cruzar.
Dolía.
Dolía un océano completo estar parado en ese lugar en silencio, inmóvil y sin ninguna posibilidad de hacer algo más que esperar.
Dolía saber que quizás, había podido hacer algo para ayudarla pero había dejado pasar la oportunidad.
Porque una vez más, ambos, que siempre habían estado a su lado, solo habían podido ser espectadores de una situación que se volvió insostenible.
Habían llegado tarde.
Hinata, otra vez, no los había querido involucrar.
Apretó los dientes, con mucho más que frustración y llevó la mirada oculta detrás de esos oscuros lentes, que lo caracterizaban, hacia su castaño compañero porque sabía que debía sentirse igual.
Suspiró, intentando calmarse y se preparó para hablar, él aún tenía información que contar.
—Me encontré con Hanabi…—soltó.
La mirada de Kiba se movió desde la puerta de la habitación hacia Shino esperando que continuara, porque si algo había aprendido con el tiempo, es que él no hablaba con ese tono tan serio y contenido si no había algo que decir.
—Y me informó lo que ocurrió—continuó—. Ella… fue la que selló a Hinata.
La sorpresa que le causó esa declaración fue imposible de ocultar en su rostro que siempre se mantenía serio e impenetrable, mientras escuchaba lo que Shino le contaba a Kiba, porque no fue algo que pudiera haber pensado de aquella chiquilla que parecía adorar tanto a su hermana mayor como para rebajarse a intentar pedirle ayuda a él, el último Uchiha.
Mierda.
Si tan solo hubiese presionado a Hanabi cuando la encontró, aquella vez camino al Ichiraku y ella intentó decirle algo.
Si tan solo se hubiese atrevido a seguirla cuando la vio desaparecer sin decirle una palabra.
Si tan solo le hubiese preguntado más sobre aquellos moretones sin sentido que descubrió en los brazos de Hinata esa noche cuando se encontraron.
O si hubiese detenido a ese Hyuga cuando notó aquella extraña mirada en sus ojos cuando se despidió la última vez.
¡Maldición!
Podría haber hecho miles de cosas para cambiar ese desenlace pero prefirió quedarse esperando a que ella dijera algo, aun cuando sabía que jamás iba a mencionarlo.
Había sido un cobarde por tener miedo a un rechazo si insistía… A pesar de que ella jamás había dudado en acercarse a él.
Y saberlo, le hizo entender que mientras él se lamentaba, ella se había ahogado en el silencio, en la soledad, como en las más oscuras y profundas aguas del mar, sin poder gritar.
¡Joder!
¿Cómo la había dejado ir el día anterior?
¿Cómo había permitido que ese Hyuga se la llevara?
¿Cómo no se había dado cuenta antes?
—Espera—dijo Shino—, aún no termino.
Llevó su mirada hacia el Aburame y notó como este miraba severamente a Kiba que estaba a mitad de camino hacia la puerta de salida, probablemente, para hacer lo que él también hubiese querido realizar.
El Inuzuka se detuvo, sabiendo que si Shino lo detenía era porque lo que seguía era importante, así que se giró hacia su amigo y esperó. Y Sasuke, al ver la reacción de Kiba, volvió a tomar el control de sus emociones y llevó su mirada a Shino para escuchar.
—Era la única manera—explicó—, si no lo hacía ella, sería alguien del concejo, Hinata no podía escapar del sello a esas alturas. El matrimonio con Naruto era lo único que la había mantenido a salvo
Sin bajar un poco la rabia que sentía, Kiba asintió en silencio y se mantuvo contenido en su posición esperando a que Shino terminara su relato.
—Y la exilió—continuó explicando—, porque si Hinata no tenía oportunidad de escapar del sello, entonces… es exilio es la libertad. El clan ya no tiene poder sobre su vida; Hanabi y Hiashi se están encargando de eso.
Antes de que el silencio frío y pesado que envolvió la habitación los consumiera en sus propias emociones, Sakura abrió la puerta e interrumpió.
—Necesito ropa para cambiarla—dijo—Kiba, ¿puedes ir por algo a su departamento?
Pero antes de que el Inuzuka pudiera responder, Shino se acercó y le entregó una bolsita.
—No es necesario—dijo—, le traje algo mio.
Sin cuestionar, Sakura tomó la bolsa y cerró la puerta detrás de ella.
Kiba miró a su compañero un segundo, y luego se giró en dirección a la puerta para salir del departamento.
—Iré a su departamento— anunció— ella necesitará más que solo tu ropa.
Sasuke, un poco perdido con la situación, miró a Shino y lo encontró incómodo y apretando los puños y la mandíbula antes de responder.
—No, no vas a encontrar nada—dijo, y luego de una breve pausa, continuó—. El clan se deshizo de todas sus cosas.
Los puños de Kiba se apretaron ante la noticia, mas no mostró sorpresa, se lo esperaba, suponía que esa había sido la razón por la que Shino había traído su propia ropa; ese departamento pertenecía al clan, todas las cosas de su amiga siempre habían sido del clan.
Quería gritar, correr como lo hacía con Akamaru, explotar en aquella rabia que inundaba su cuerpo y se volvía casi incontrolable con cada nueva cosa que escuchaba, porque Hinata había dado todo por el clan, todo por obtener una mísera palabra de aprobación y solo encontró un puñal que destruyó su corazón.
No podía.
Definitivamente no podía estar ahí y mantenerse en calma; ese no era él.
—Kiba—llamó Shino al ver como avanzaba hacia la salida.
—Iré a mi casa, le pediré algunas cosas a mi hermana—aclaró, y cerró la puerta detrás de él.
Y el tiempo pasó.
Lento y angustiante, los minutos avanzaron en un silencio que solo se quebraba por los pasos que de vez en cuando Shino daba alrededor de la habitación mientras esperaba a que Sakura saliera y diera algunas noticias. Se notaba ansioso, preocupado y totalmente contenido; como si quisiera explotar en un grito de frustración, como si quisiera lanzar cualquier cosa que estuviera a su alcance con tal de botar aquella rabia que se apoderaba de él.
Pero permaneció ahí, compuesto, fiel e implacable; leal a ese lazo indestructible que lo unía a ella de aquella forma tan especial que les hacía entenderse sin necesidad de hablar. De aquella misma manera en la que con Kiba se comprendían con solo mirarse.
Los había observado bien cuando se encontraban en las juntas de amigos a las que de vez en cuando asistía y sabía los unidos que los tres eran.
Por eso, aún cuando no lo conocía muy bien, supo reconocer que aquel estado de aparente calma era solo una fachada que se estaba obligando a mantener. Y lo entendía.
Así que, imitando lo que Hinata muchas veces hizo con él, fue a su cocina y preparó té.
—En cuanto ella se estabilice—habló el Aburame mientras recibía la taza de té—la llevaré conmigo. Le tengo una habitación.
Sin perder la calma, negó, sentándose en un sillón e indicándole a Shino que hiciera lo mismo.
—Es mejor que esté aquí—respondió—, no me molesta.
Extraño, era lo menos que el mismo podía decir de su respuesta y lo sabía. Sasuke Uchiha no se había caracterizado jamás por ser amable ni mucho menos por ofrecer su ayuda. Pero ya no era un vengador, ya no tenía porque estar a la defensiva; podía ser lo que quisiera ser.
Sintió como los ojos de su compañero se clavaban en él buscando la verdadera razón, intentando encontrar el motivo real que él egoístamente escondía en esa declaración.
Porque sí, Hinata podía estar más protegida en su departamento, porque el clan no la buscaría ahí, pero eso no era lo único que lo motivaba a insistir.
Oh, no, había más, y no se trataba de su conquista; no, no era el momento.
Se trataba de querer estar cerca para protegerla en caso de que lo necesitara, de saber que estaba bien.
No quería volver a sentir que la perdía.
Y Shino, de alguna forma, lo notó.
Quizás, Sasuke no era el único observador.
—Uchiha—habló—, ella sigue enamorada de Naruto.
No se sorprendió ante las palabras de Shino, había notado que el Aburame era observador, y que probablemente lo sospechaba desde hace mucho tiempo atrás y en ese momento solo lo confirmaba. Tampoco se asustó ante aquellas palabras, ni dejó que lo alteraran demasiado; era una verdad que sabía, que veía y que aceptó en el mismo momento en el que se dio cuenta de sus propios sentimientos.
No, no se trataba de querer decirle eso para dañarlo; Shino estaba probándolo.
Ese Aburame estaba desafiándolo a enfrentar la realidad o retirarse antes de que todo terminara mal.
Pero él no iba a dar un paso atrás; ya lo había decidido.
—Lo sé.
Tomó un sorbo de su té sin quitarle los ojos de encima al Uchiha, evaluando cada acción, cada mínimo detalle en su expresión antes de actuar. Porque él no iba a permitir otra desilusión, si estaba en su alcance.
Hinata, ahora, solo tenía a Kiba y él a su lado.
Frunció el ceño, manteniendo aquella incómoda mirada que lo atravesaba intentando intimidarlo aún detrás de esos oscuros lentes, y se armó de valor para continuar.
Porque él no iba a jugar, y sabía, que si buscaba ser una opción en su corazón, debía ganarse la aprobación de aquel hombre que se mostraba inquebrantable frente a él.
—Y aún así—continuó—, quiero estar a su lado.
La verdad era una simple sentencia que resumía lo que sentía en esas palabras, y que respondía con rebeldía a la realidad que Shino le recordaba.
Y debía decirlo. Debía dejarle claro sus intenciones, él era parte importante del corazón que anhelaba alcanzar.
Porque él la quería completa, sin cambios, sin condiciones que la limitaran; con todo el universo de cosas que ella significaba, con todas las nubes que opacaban su corazón, con las estrellas que acompañaban su camino, con el viento que movía su voluntad inquebrantable.
Dejó la taza a un lado al escucharlo, y su expresión mostró esa rabia que, por momentos, parecía no poder controlar.
—¿Por qué debería permitir que se acercaras?
Sus miradas se cruzaron en una batalla intensa de emociones que se descontrolaban, porque Shino no estaba dispuesto a ceder y Sasuke no se esperaba un cuestionamiento tan abierto.
Pero, si quería que las cosas comenzaran a avanzar; si quería tener una oportunidad, entonces el mismo debería cambiar y ser mucho más honesto.
—Porque…—respondió y se mordió los labios antes de permitirse soltar la verdad— estoy enamorado de ella.
Y aquellas palabras, más que ablandar su corazón fueron como la última gota que rebalsó el vaso de ira del Aburame.
No podía soportarlo más.
Hinata no era un juguete para los héroes del equipo 7.
Ella no estaba para que jugaran con su corazón ni que la metieran en sus enredos.
—¡No es suficiente!—indicó, levantándose de su asiento y mostrándose mucho más imponente y poderoso desde esa posición— el amor no es suficiente. Naruto también lo estaba, y a pesar de que ella hizo todo por él, ¡de que se sacrificó dos veces por él!, no le importó romperle el corazón. ¿Por qué sería diferente contigo? ¡¿Por qué debería permitir que te acercaras?!
Sasuke, lejos de sentirse intimidado, comprendió la rabia que Shino sentía; entendió el miedo escondido en aquellas duras palabras que pretendían alejarlo, porque había sido él quien había visto todo lo que Hinata por años había
No iba a ser fácil.
Se levantó, sin mostrarse a la defensiva ni mucho menos dispuesto a pelear, el Aburame merecía mucho más que una actitud infantil en respuesta; ese hombre frente a él estaba protegiendo a sus seres queridos.
—Porque quiero hacer todo lo que pueda para verla feliz—respondió—, y eso, es independiente de si ella decide que sea conmigo.
Él estaba persiguiéndola de la misma forma en que ella buscó a Naruto, y notarlo, escucharlo decir lo que sentía tan abiertamente fue suficiente.
Sasuke la veía tal y como ella realmente era, y la buscaba sin exigencias porque tenía claro lo que pasaba en su corazón. La quería sin imponer sus propios sentimientos y no esperaba que ella entregara lo que no podía a dar.
—Así que, por favor—continuó—, permíteme permanecer a su lado.
Con sorpresa, observó como aquellos extraños y poderosos ojos lo miraron sin titubear mientras lo decía, mostrándose seguro y a la vez completamente honesto ante su petición.
Y tal vez, solo tal vez… algo así era lo que Hinata necesitaba.
Quizás, solo quizás, ese frío ex-vengador podría ayudarle a rearmar su corazón.
Esta vez, ella merecía ser la prioridad.
Y aun cuando la rabia continuaba en su corazón, el miedo no sería algo sencillo de alejar y la dudas solo serían calladas con el tiempo, Shino sabía que Sasuke no mentía.
—Te estaré vigilando, Uchiha.
No fue una aceptación abierta, pero tampoco una negación; Shino le entregaba una oportunidad.
Asintió, notando como su mandíbula se había apretado mientras esperaba su respuesta, y como su puño se encontraba contraído aguantando la ansiedad. Pero había abierto una pequeña puerta donde comenzaba su camino.
En la lejanía, en la oscuridad, una débil luz pareció marcar un camino hacia esa hermosa silueta que anhelaba alcanzar.
"Hinata, eres libre"
Aquella suave voz resonó como un eco lejano en sus oídos, perdiéndose en un susurro inconcluso dentro de su inconsciencia, recordando aquel momento reciente y trayéndola de vuelta a la realidad.
No quiso abrir los ojos, porque hacerlo, sería enfrentar una situación que no sabía como controlar.
Inhaló.
Exhaló.
Y uno a uno, repasó lentamente cada parte de su cuerpo en un silencio que se sentía acogedor; primero respondieron sus dedos de los pies, sintiendo las tibias sabanas que la cubrían; luego, continuó enfocándose en sus piernas, reconociendo leves punzadas de dolor que indicaban que continuaba con algunas heridas. Su abdomen reaccionó al inhalar profundo, haciéndole ver que habían sectores que dolían, probablemente alguna costilla fracturada pero nada que no le permitiera caminar; sus manos y brazos respondieron en conjunto cuando movió con suavidad sus dedos; y finalmente, abrió sus ojos.
Esos ojos claros, como la luna, lucían abatidos como las nubes en una tormenta.
Se sentó en la cama, reprimiendo un quejido de dolor al moverse tan rápido, y se permitió cerrar los ojos mientras notaba como toda la habitación giraba en medio de la presión que su cabeza sintió; el sello.
Ella se había convertido en el siguiente pájaro enjaulado.
Sin dejarse pensar, evitando profundizar en la situación, reconoció que esa habitación no pertenecía al hogar de Shino ni de Kiba. No sabía donde estaba y recordaba vagamente haber sido tratada por Sakura.
Observó, en la oscuridad de la habitación, que la luz de los faroles del exterior se colaba por las cortinas entre abiertas mostrando que ya era de noche; apretó los puños, mientras intentaba mantener la cabeza en blanco y buscó algo que pudiera reconocer en el lugar, encontrando una chaqueta verde oscuro a los pies de la cama, y que reconoció: la ropa de Shino.
Como pudo, la alcanzó y se la colocó, notando que la camiseta oscura y los pantalones que llevaba eran probablemente de él, buscó un poco más y reconoció un par de botines con el símbolo del clan Inuzuka y que, quizás, pertenecían a la hermana de Kiba, junto a un pequeño bolso con otras cosas que él le había traído. Los tomó, apretando las cosas con fuerza como si en eso pudiera sentir algo de la presencia de sus amigos, y se levantó. Debía marcharse de ese lugar, no quería seguir incomodando a quien había facilitado su hogar.
No intentó activar su Byakugan, sabía que no estaba en condiciones de realizarlo y podría ser peor así que, con cuidado, abrió aquella oscura puerta de madera intentando mantenerse silenciosa, y reconoció el lugar.
Aquel reloj redondo, de madera café oscuro y con números romanos al final de la sala, la pequeña mesa redonda para dos personas en el otro extremo, la cocina abierta y casi sin uso fue todo lo que necesitó para saber donde se encontraba: el departamento de Sasuke.
Se ajustó la capucha de la chaqueta sobre la cabeza, y apretó entre sus brazos la bolsita junto a los zapatos que Kiba había dejado y comenzó a caminar, evitando mirar el sillón donde de reojo, vio una figura recostada que suponía que era el Uchiha. Se iría en silencio, evitando dar más molestias, porque no quería hablar de la realidad.
Pero en el mismo silencio en el que ella pretendía escapar, él se movió y se interpuso en su camino.
—Quédate.
Los ojos claros de Hinata no pudieron ocultar la sorpresa de verlo frente a ella, pero en medio de todo su cansancio y malestar, rápidamente recobró la compostura y negó con suavidad.
—Muchas gracias—dijo, notando como su garganta se sentía seca y con dolor—, pero no puedo aceptar.
No, no podía; a pesar de que no tenía donde más estar. No podía seguir abusando de su generosidad.
No quería involucrarlo en temas que solo podrían traerle problemas; él tenía mucho con lo que lidiar.
Así que, con todo el esfuerzo que le suponía moverse, ella avanzó por su lado en dirección a la puerta de salida, y Sasuke, una vez más supo, que Hinata lo estaba apartando.
Ella solo le mostraba su lado que no tenía problemas, esa versión que no le permitía preocuparse, y que lo mantenía alejado de su realidad; como si sintiera que podría ser una carga para él.
Joder.
Él quería todo.
Él buscaba todo el conjunto de colores y luces que ella representaba; todas las diferentes melodías que la componían; los momentos, recuerdos, historias y circunstancias que la marcaban; la brisa fría, tibia y a veces tormentosa; los días soleados y lluviosos.
Y si ella salía por esa puerta, si daba un paso más, estaba seguro de que ya no la lograría alcanzar.
Egoísta, sí. Completamente. Porque quería mantenerla a salvo a su lado, porque quería guardar su corazón herido, porque quería ser el lugar seguro para que ella pudiera llorar.
Porque ella necesitaba expulsar todo, y él quería ayudarla.
Porque ella debería entender, que él también estaba su lado.
Así que no, no la dejaría partir.
—Quédate—repitió, mientras su brazo se aferró a su cintura, atrayéndola hacia él por la espalda, reteniendo su huida—, quédate a mi lado.
El suave susurro de su voz en su oído la estremeció; su brazo, cálido, la detuvo en un agarre que no la daño pero se sintió seguro; y su cuerpo, tibio, la envolvió desde su espalda entregándole un soporte firme y más confiable de lo que alguna vez pensó.
Moverse fue imposible.
Dar un paso más… fue impensado cuando él profundizó ese abrazo acurrucándola un poco más; como si la necesitara.
Y como si ella también lo necesitara.
—Ya es suficiente.
Y esas palabras, las mismas que ella le había dicho el día anterior, ahora las pronunciaba él para ella.
Como si fuera magia, como si se tratara de una traicionera melodía que le erizaba la piel y la atravesaba, sus fuerzas y voluntad se desvanecieron en un intento de continuar caminando que nunca se concretó.
El sonido de los zapatos y el bolso al caer al suelo quedó en segundo plano, cuando notó como su garganta se apretaba y sus ojos comenzaban a arder mientras la vista se le nublaba.
No, no, no.
No.
¡No!
No quería llorar, no podía llorar, no tenía que llorar.
¡No podía llorar!
—Tienes todo el derecho de llorar.
En un acto inconsciente, automático, llevó sus manos a su rostro cubriéndose mientras sentía como se desarmaba en gruesas lágrimas silenciosas.
Lentas, como un rio que avanzaba en calma y poco a poco se volvía torrentoso.
Lloró, porque ya no había nada más que perder.
Lloró, porque no habían más pensamientos y circunstancias que le permitieran escapar de su realidad.
Lloró, porque sus esfuerzos por ser alguien, por ser aceptada habían sido en vano.
Y continuó llorando, porque quizás, de tantas lágrimas, terminaría deshaciéndose en el aire, en el viento o en la oscuridad y desaparecería.
De cualquier forma, sus esfuerzo ni su amor, habían sido suficientes; había perdido a Naruto y su familia la había desechado.
Y como la lluvia que cae, libre, imparable, su llanto se transformó en una tormenta sin control, ahogándola, quemándola en sentimientos que explotaban con rabia; en una tristeza infinita; en una impotencia inimaginable; en un dolor que apenas contenía; en quejidos y lamentos que ella continuaba callando.
Por que al final, ya no tenía más fuerzas para liberar su dolor, para gritar, y Sasuke entendió.
—Todo estará bien—le susurró.
La guió con suavidad hacia una posición mas cómoda sentados en el suelo, al notar como ella perdía las fuerzas, y la abrazó un poco más fuerte para que pudiera sentirse acompañada.
—Va a pasar— continuó hablándole con suavidad.
Y aun cuando sabía que el dolor no la iba a abandonar con facilidad, que los recuerdos siempre iban a estar, estaba seguro que ella se volvería a levantar.
Porque Hinata, ese día, se liberaba por primera vez.
Y en esa oscura noche de invierno, los suaves susurros del viento le dijeron al destino que este era un nuevo inicio; aquel reloj de arena empezaba un nuevo ciclo.
En silencio, y con una calma infinita, le ayudó a ponerse de pie cuando notó que las lágrimas se detuvieron. Y la guió, tomando con suavidad su delgada y herida mano, hacia su dormitorio en silencio.
Ella, al sentirlo, se aferró a su agarre como si fuera lo único que la pudiera sostener en ese momento, mostrando ese lado frágil y asustado que había quedado perdido en su niñez, y avanzó.
No encendió la luz del dormitorio, solo avanzó hasta llegar al borde de la cama, en el centro de la habitación y se detuvo para liberarla y entregarle su espacio. Pero ella, en un acto que él no espero, no lo soltó.
—Si no te incomoda, podemos dormir los dos aquí—dijo ella—, tu cama es lo suficientemente grande para los dos.
Su oscura mirada se encontró con la de ella que lo miraba avergonzada, pero a la vez, extrañamente decidida.
Y entendió.
Más que cualquier otra cosa, Hinata no quería estar sola. Su libertad se mostraba solitaria y aterradora.
Así que, con calma, asintió y avanzó hacia el otro extremo de la cama y se acomodó en silencio, respetando su espacio para no incomodarla.
—Lamento —volvió a hablar ella, mientras miraba el techo liso y claro, en medio de la oscuridad de la habitación— haberte involucrado en esto.
Se giró, mirando hacia su lado, rápidamente al escucharla porque no pretendía que ella se sintiera culpable de algo que él mismo había incitado; lo único que esperaba era que entendiera que él también estaba para apoyarla.
—No lo lamentes—respondió, con voz baja en un susurro—es mi decisión.
Notó como los ojos de Hinata se volvieron a llenar de lágrimas al escucharlo, e inconscientemente su mano se movió para alcanzarla, en un movimiento lento y pausado; indeciso, y que se quedó a medio camino entre el espacio que dejaban sus cabeceras cuando ella se giró hacia él y lo miró.
—Gracias—habló—, muchas gracias por todo.
Quiso decir algo más, quiso sacar la voz y responder que no había nada que agradecer, pero todo intento de hablar se perdió cuando ella cerró sus cansados ojos frente a él cayendo, finalmente, en un sueño profundo.
La miró, en ese agradable silencio que los envolvió, mientras la tenue luz de los faroles en la noche que se colaba por los espacios en la cortina le permitía distinguir sus suaves facciones. Y aquella distancia se cerró cuando él movió su mano con cuidado a través de las sabanas hasta alcanzar la suya, que descansaba a un costado de su cabecera, entre los dos.
Temeroso, como si su sola cercanía fuera capaz de destruirla con un pequeño movimiento; torpe, porque esta era la primera vez que intentaba acercarse a alguien y no sabía como hacerlo, acercó sus dedos a los de ella en un toque que se mantuvo en un roce casi imperceptible.
Dulce, tímido y calmado, sus dedos se estacionaron a un costado de su meñique sin llegar a sujetarla, rompiendo ese preciado espacio personal que lo separaba del mundo, que lo mantenía a salvo y que nunca se había atrevido a compartir, mucho menos a invadir.
Y se quedó en ese lugar, marcando una caricia que no era nada, y que podía ser todo, cuando el anhelo de alcanzarla se mantenía vivo y oculto. Porque en ese momento él era un amigo, el apoyo que ella necesitaba, y cualquier declaración de intensiones tenía que esperar hasta que su corazón sanara.
Porque Hinata, ese día, recién se liberaba.
Y debía recuperar esas alas que jamás había expandido, para aprender a volar.
