Hola, hola! Aquí ya encuentran el sexto capítulo. Espero que les hayan quedado muchas dudas -muajaja- con el capítulo anterior, que esa era una de las ideas. De a poco, este fic toma el rumbo que originalmente tiene... A las que me dejaron reviews, muchas gracias como siempre. Espero seguir contando con su apoyo -Esta vez esto va a ser breve-.

Y no se olviden de dejar reviews, si no quieren sufrir una muerte lenta y dolorosa...Están advertidos. Vamos, si no es tan difícil! Sólo es un botoncito allí abajo y me dejan todos los comentarios que quieran.

HoroxRen, AU. Shaman King no me pertenece por más que quisiera.

Y finalmente, ya tienen aquí...

Superior a Mí.

Capítulo VI: Tu Perfecta Imperfección.

Su mente aún no asimilaba las cosas del todo. Cómo llegó a perder el control de esa forma? Había tratado a su mejor amigo y confidente peor que a un inútil, había tratado de colocarlo en vergüenza y, de paso, traicionado su confiaza. Ren no era el culpable de que Yoh no la quisiera, lo única culpable era ella, ella y nadie más.

Se detuvo en una plaza. No había tomado el camino que solía hacer rumbo a "su" casa, por lo que estaba en un lugar al cual no solía ir, aunque no estaba por eso perdida. Tomó asiento en una banca, que estaba al costado de los juegos infantiles, dejó su bolso a un lado y se puso a meditar el porque de sus acciones.

Como sin quererlo, se quedó mirando fijamente a unos niños que jugaban en el pasto, a pocos metros de ella. Eran dos, un chico y una chica, que reían constantemente, mientras jugaban relajados. Observaba con atención cada movimiento que realizaban, cada gesto, cada palabra que se decían. Al poco rato escuchó otras voces y giró el rostro. Hace poco, dos chicos habían tomado lugar en los columpios, mientras comían helados. Ambos conversaban animadamente, riendo cada cierto rato y sonriéndose todo el tiempo, de una manera bastante inocente. Uno de los chicos dijo algo que hizo sonrojar mucho al otro, dándole un aspecto muy tierno, mietras que el primero sólo se reía, sin notar lo que había provocado en su amigo.

Todos parecían felices en la plaza, y ella... se sentía tan ajena a esa alegría, tan diferente, oscura; maldecida por la vida... de alguna forma le consolaba saber que toda la gente que estaba en el parque sufriría algún día, y mucho: tal vez más que ella. Eñ saber que algo llegaría más abajo era halentador, gratificante. No pocía creer que estubiera pensando y sintiendo cosas tan egoístas, pero eso era lo que sentía, y poco podía hacer para cambiarlo.

Cuándo había empezado a regocijarle el mal ajeno?

Probablemente desde niña, pero lugo lo había ocultado, adormecido con todas esas ilusiones, que se negaba a aceptar per que aún estaban allí, de que su vida sería un cuento rosa con el final "y vivieron felices para siempre", que su príncipe azul, Yoh, la amaría por siempre y se la llevaría a caballo lejos de ese lugar y de sus amargos recuerdos. La ilusión que todas las mujeres tienen en el fondo de su corazón, por más que intenten negarla e imitar a los hombres, de decir que son "modernas" y que no necesitan el amor: Porque finalmente de todas formas la idea está allí, en el fondo del alma, porque eso fue lo que nos enseñaron a creer cuando pequeñas.

Que ilusa, que inocente, que mentirosa.

Que falsa.

Sin darse cuenta, el chico castaño se había vuelto su obsesión, algo que daba por conquistado y propio, hasta que había despertado en el instante en que la zamarrearon con fuerza y le obligaron -sin querer- a abrir los ojos. Que miserable se sentía. Una humana que perdió todos sus sueños, sus esperanzas, sus sentimientos, sus tristezas. Se estaba convirtiendo, en menos de un día, en una roca plana, sin nada que brindar, protegida para que nadie la pula, sin emociones visibles, y pocas invisibles.

"Que diminutos, No crees?." - Se oyó una voz al cerca suyo.

Atrás de ella, estaba el chico que hace poco llegara a vivir en la casa de Yoh. Dándole la vuelta al banco, tomó asiento a su lado, mientras miraba a los niños que estaban en el pasto, ahora jugando algo así como un juego de manos.

"A quién te refieres?"

"A todos. A esos patéticos niños de los columpios, a los del pasto, a mi hermano, a Ren, a Horo, a tus compañeros, a tus amigos" -Esta última palabra la dijo con un sutil tono de desprecio-. "A ti.

"Oh, pero que sorpresa. No tenía idea que odibas el mundo. A qué viniste? Porque si sólo estás aquí para darme tu discurso de inadaptado social, depresivo, ególatra y anarquista, no le veo el caso a todo el esfuerzo que hiciste para llegar aquí. Y si viniste para tratar de sacar, nuevamente, información sobre mí, tu hermano, sus amigos, o lo que sea, mejor vete pronto, o puedo terminar golpeándote."

""Sus" amigos? Qué, no se supone que también son tus amigos, o ya no lo son, Annita? Debió ser algo muy doloroso perderlos." - Su voz, con un tono falsamente tranquilizador, como si hablara a un bebé, estaba cargado de burla en el fondo.

La rubia sólo giró la cabeza, centrando su mirada en un árbol, y sin contestar nada al pelilargo.

"En fin. No es eso a lo que vengo, Anna."

"No me interesa nada de ti, Hao, espero que tengas eso claro."

"Jum. No tenía idea. De ser así" -Se levantó y sacudió sus pantalones-, "ya me voy."

Rápidamente, el chico de pelo castaño se levantó y se fue. La muchacha que quedó sentada lo vió alejarse perpleja. La había dejado tan sorprendida la acción del moreno, que no tubo tiempo para reaccionar y detenerlo, teniendo que dejar que se marchara sin hacer nada, y quedándose con una gran curiosidad.

"Qué...qué fue eso?"

Qué se traía ente manos Hao? No podía haber venido sólo a embromarla... Y era raro que se deseaba algo, la intentara convencer con toda clase de argumentos, hasta lograrlo. No entendía porque se marcara tan rápido, sin decirle siquiera la idea. Además, el castaño debió suponer desde antes que esa hiba a ser su respuesta.

Entonces, porqué...?

Lanzó un suspiro.

Esos Asakura estaban bien locos. Aunque en verdad, todos lo estaban, si este mundo gira de cabeza. Incluso ella empezaba a perder, lentamente, todo rastro de cordura.

Y, Qué más daba?

Ahora poco le importaba estar cuerda o no. Sólo quería vivir vacía, superar a dioses y demonios, y disfrutar una vida derrochadora, llena de lujos y placeres.

Ya no le importaba estar loca o no. Quería dejar de sentir, abanodonar el sufrimiento, no volver a amar.

Y allí, desde lejos, cuatro pares de ojitos miraron con temor a la muchacha que reía a carcajadas, como una maniatica.

Se fue haciendo tarde, la plaza se vació, pero ella no se movía del banco. Se había reído gran parte de la tarde, sin nada de alegría, en un sonido vacío.

Ahora lloraba. Con la cabeza gacha, las manos temblorosas.

Había tratado de forzar el amor, haciendo que éste se muriera aún antes de nacer. Ahora se daba cuenta perfectamente. El amor tenía que surgir porque realmente debía ahcerlo, no porque uno quisiera. Ella había creído que Yho le pertenecía, pero nunca fue así. Por eso lloraba.

"Anna?"

Oh, no podía ser él. Siempre tan inoportuno. No ahora que no podía hablar, que no podía alzar la mirada.

"Eres tu, Anna? Contéstame, por favor..."

Disimuladamente, para que él no lo notara, se secó los ojos y mejillas. Por suerte la oscuridad le ayudaba a ocultar su llanto. Respiró hondo, y alzó la frente. Al menos no se le notaba que había llorado, lo único que le cambiaba era que se ponía más pálida de lo normal.

"Qué pasa?"

Había intentado dominarse, pero no lo logró. Su voz sonó más temblorosa de lo normal, y sintiño como se le quebraba en la mitad de la frase, pero al parecer no había sido algo muy obvio, y sólo se había oído más suave y despacio de lo que acostumbraba.

"Estás bien?"

"Porqué no habría de estarlo?"

El chico se acercó a ella, tomando asiento donde Hao antes estuvo. Guardaron silencio, al parecer él aún no encontraba palabras para responderle su pregunta, o para hacer que ella contestara la suya y no la esquivara.

La noche había caído, y los faroles en la plaza estaban encendiéndose, lentamente y a tropezones, cada uno a su tiempo, dudando si hacerlo cada cierto tiempo. Las polillas bailaban una danza sin estructura al rededor de las ampolletas, mostrando así su color entre amarillo pálido y café. Los dos jóvenes aún guardaban silencio, como temiendo romperlo, ella haciendo como si él no estubiera allí, para controlarse, mientras que el chico buscaba las palabras adecuadas para poder hablarle y poder entablar una conversación con la fría mujer.
Decidió salir un rato al balcón, para así observar un momento la ciudad. La brisa acariciaba su cabello, meciéndolo en un compás diferente a todo conocido, con un ritmo nuevo, lento y romántico. Una pequeña sonrisa, que le hacía ver muy hermoso, asomó en su rostro. No importaba que hubiese pasado en el día. Ni que Anna le gritara, ni que lo hubiesen hechado al pasillo con Horo e Yoh, ni que se hubiese encontrado con Hao, ni que se hubiese sentido observado todo el día, ni que su mente le dijiera que algo no muy bueno hiba a ocurrir. No importaba. Él estaba vivo, y eso era suficiente. Había sido vendecido con el amor de un chico maravilloso, que encima vivía con él, y le acompañaba donde fuera.

Luego de darse una ducha, Horo-Horo se fue a su cuarto. Al salir del baño, le sorprendió ver las luces del cuarto apagadas. Se amarró bien la toalla a la cintura, y luego de unos segundos en adecuarse a la oscuridad, empezó a buscar con la mirada a Ren. El chino no estaba ni en la cama, ni en el piso, ni en el escritorio. Un movimiento, visto por el rabillo del ojo, le hizo girar. Era la cortina, acariciada por el viento. Entonces, si las pueras de vidrio que daban al balcón estaban abiertas, era porque...

Allí estaba el chico de pelo violeta, apoyado en la varandilla, parcía una aparición, iluminado tenuemente por la luna, las estrellas y las luces, varios metros más abajo, que pertenecían a la ciudad. Su cabello acariciado por el aire, su figura finamente delineada bajo el uniforme escolar, permitiendole ver a trasluz la espalda del chico.

Con paso cauteloso y rápido, se acercó a él.

La mirada de Ren se posó en la luna, que ese día estaba empequeñeciédose de a poco. Lanzó un suspiro, y cerró los ojos, para disfrutar de la brisa en su cuerpo, abriéndose paso por su camisa para rozar su pecho. De pronto sintió unos brazos abrazándole por la cintura, con ternura, y un mentón apoyado en su hombro.

"Horo-Horo?" - Preguntó en un susurro.

La única respuesta que obtubo fueron unos labios suaves en su cuello. Luego el recién llegado levantó el rostro y se puso a observar el cielo también. Ren aprovechó para girar un poco y mirar con sus ojos dorados y ver bien el rostro del chico que le abrazaba. Estubieron viendo el cuelo un buen rato, sin hacer caso a algunas miradas reprobatorias que les lanzaba la gente desde la calle, porducto de estar tan cerca pública.

"A pesar de la contaminación, el cielo está hermoso. No crees, Ren?"

El chino volvió a sonreír, para ahora se él quien besara a su compañero, pero lo hizo en los labios, a diferencia del peliazul. Se acomodó en sus brazos, y entrelazó sus dedos con los de Horo-Horo, feliz.

"Sí, tienes razón."

"Por supuesto, siempre tengo la razón."

"Como no, Horo."

"Hey, no te burles."

"Jajaja, no me estoy burlando."

"Hn, vale."

Ambos sonrieron, diveridos.

"Vamos dentro, así como estás te vas a resfriar."

"No importa, estoy cómodo así."

Ren se giró ahora del todo, y cruzó sus brazos tras el cuello del ainu. Se miraron un rato, como si fuera la primera vez que lo hacían. Horo se acercó y lo besó. EL beso se volvía más y más apasionado, el tiempo no existía. Quién podía tener frío en ese momento?.

En el cielo, las estrellas parpardeaban, y alumbraban con fuerza, siendo testigos alegres de ese romántico momento. La luna sonreía con ternura.

El chino empujó suavemente al más alto hacia adentro. Cuando ya estaban al interior de su habitación, aún besándose, Ren estiró su mano hacia atrás y, a tientas, cerró el ventanal y un poco las cortinas.

En la calle, la gente continuaba su camino con prisa, sin importarle mayormente que hiciera la pareja, sin siquiera saber la pasión que se desataba varios metros sobre sus cabezas.

Al parecer, esa noche tampoco harían la tarea, y al día siguiente volverían a hecharles al pasillo.
"Dónde te estás quedando en las noches?"

"No necesito un lugar donde quedarme."

"Supongo que no, si después de todo, siempre vienes aquí." - Dijo con ironía

"Por supuesto, aunque te recuerdo, Hao, que esta es sólo la segunda noche."

"Ahh, pero tengo la ligera impresión de que no será la última."

"Claro que no. Tu y yo tenemos mucho que hablar. Ahora dime, en la tarde hablaste con Anna, no es así?"

"Pues claro. Qué creías? Te dije que lo haría, y Hao Asakura cumple lo que dice... Casi siempre."

"Ja."

Hao se acercó a la ventana y la cerró. Se quedó un momento viendo a través de ella, quien sabe que cosa.

"Y? Cómo te fue?"

"Bien."

"Ya. Que expresivo."

"Si estamos hablando de habladores, tu tampoco eres un buen ejemplo."

El pelilargo se giró, y los dos chicos se quedaron viendo por un buen rato. Hao fue quien giró el rostro, provocando una sonrisa irónica y de superioridad en su compañero.

"Voy a salir a dar un paseo, quédate aquí. Voy a dejar cerrado con llave, y por ningún motivo prendas la luz. Si llega alguien a entrar, escóndete, si no alcanzas, da alguna excusa tonta y vete, luego yo te volveré a abrir la ventana."

"Sí, madre."

"Sólo cállate, Sí?"

"Adiós, Haito, que te valla bien."

"Capté la ironía, asi que no te molestes en decir esas frases."

Acto seguido, el moreno salió de la habitaciónm dejando cerrado con llave, y a una sombra sola.

Con pereza, se tiró en la cama de Hao, observando toda la habitación del mayor Asakura. Sonrió. Ah, él y el pelilargo la pasarían bien. Je, no tenía duda alguna.

Qué estaría haciendo ahora Ren? Debía estar divirtiéndose bastante con Horito, y pensar que él tenía que estar allí, sin poder disfrutar también, pudiendo sólo imaginar. No podía evitar encontrar muy atractivo a la pareja del peliviolacio. Ja, era algo que no podía evitar. Pasó su lengua sobre sus labios. Ese peliazul... El chino de ojos dorados... Oh, sí, claro que con hao se divertirían. A dar un paseo? Casi le daba risa. Hao no saldría sin un buen motivo, aunque fuera a pensar un buen plan. Pero no importaba. De a poco, el pelicastaño le iría contando sus ideas y dándole más "confianza". Sólo era cosa de tiempo, y el moreno caería.

Volvió a pasar su lengua sobre los labios, y se giró en la cama, para así quedar apoyado en su vientre. Rió, mientras sacaba una caja de abajo de la cama. Estaba con candado, pero no era mucho problema. Ya se las ingeniaría para abrirla, y eso no sería en mucho tiempo.
En una cama lujosa, de una enorme mansión, reposaban dos adultos.

"Has sabido algo de Ren?" - Preguntó la mujer, con aparente desinterés, pero en su interior muy nerviosa.

Se formó un silencio tenso. Ella sabía que tal vez había cometido un error y que no debió preguntar, menos a él. Pero una parte de ella necesitaba saber. Su institno maternal era débil, pero aún existía, pasara lo que pasara.

"No. Debe seguir igual."

"Jun... Tampoco sabe algo?"

"No sé. Pregúntale a ella, si tanto te importa que es de ese... Ese."

"Ya entiendo, En. No tienes por que tratarlo mal."

El hombre se giró y le dio la espalda, para luego arroparse, dando a entender que dormiría. La mujer lanzó un suspiro.

"Aún es tu hijo, Sabes?"

"Está enfermo. Alguien tan débil como él no puede ser mi hijo."

"Pero lo es" -dijo con firmeza y valor- "Y pase lo que pase, mientras vivas tu y él, lo será, como también será mío. Tal vez... Sería buena idea que lo fueras a ver."

"No lo haré. Dije desde el principio que no lo haría, y mantendré mi palabra, Ran. Y deja de insistir y obedece mis órdenes. Duérmete."

Ran Tao lanzó otro suspiro, esta vez casi inaudible.

"Sí, señor."

En la puerta de la habitación, una chica de pelo verde, apenas cubieta por un corto pijamma, tenía el rostro pegado a la puerta. Al escuchar esas últimas palabras, se separó de ella, ya resignada a no oír nada más: Nadie ppodía contradecir una orden tan clara de En. Se fue a tientas a su habitación. Gruesas lágrimas plateadas, como muchas noches anteriores a esa, rodaban por su rostro, mientras deambulaba por los pasillos, con paso rápido.

"Ren..." - Se oyó en el silencio de la noche, un gemido suave y quebrado, proveniente de unos labios secos y desgastados, que temblaban levemente.

La chica apresuró el paso. Se le había escapado aquel sollozo, y si alguien la descubría en pie en aquel sector de la lujosa mansión, se vería en problemas graves. Aunque ella era una Tao, y esa fuera su casa, eso no le daba ningún derecho para llegar a violar alguna regla de su padre, más bien todo lo contrario: Le darían un castigo más severo que a algún criado -Al cual probablemente sólo despedirían, castigarían levemente o algo así-m sin tener nada de piedad, ninguna consideración para ella. No le quedaba más que rogar a cualquier dios que hubiese para que nadie le hubiese oído o sentido, pero en esa casa hasta las apredes tenían oídos y ayudaban al amo y señor. O que fuese alguien de confianza que le ayudara a escapar a su cuarto, aún a pesar del riesgo que suponía brindarle cualquier apoyo a Jun.

Sintió una mano que la jalaba de un brazo, haciéndola entrar a una habitación. Por la impresión, lanzó un gritito, el cual fue ahogado por otra mano al instante.
Todo estaba oscuro, cuando un sonido bastante molesto interrumpió el silencio calmo y pacífico que había en la habitación. Una mano buscó a tientas sobre el velador el objeto que le había despertado. El sonido cesó, siendo reemplazado por una voz.

"Sí?" - Dijo, aún muy somnoliento.

"Con él habla. Quién es?"

Silencio.

"Qué? No... No puede ser. Tranquila. Hoy mismo partiré para allá, no te preocupes. No llores, por favor. Sí. Adiós."

El muchacho colgó el teléfono. Se sentó, abrazando sus rodillas, y empezó él a llorar. Luego de unos minutos, se levantó, y fue al armario, de donde sacó un bolso, y empezó a buscar algo de ropa, en silencio. No quería despertar al chico que aún doría apaciblemente, no quería que se preocupara. Luego de algunos minutos, sus cosas estubieron listas, tomó un papel y lápiz, y se puso a escribir una nota bastante breve. Tomó el bolso recién hecho y se dispuso a salir de la habitación, con las mejillas todabía húmedas.

"Horo-Horo... Qué pasa?"

"Ren, lo lamento. No quería despertarte."

Desde la puerra, el peliazul miró al que, no muy despierto, estaba en la cama. Su vista pasó al velador del ojidorado, donde reposaba la nota, apoyada en el despertador semi nuevo con arrogancia. Al parecer, había sido inútil escribirla.

"A dónde vas tan temprano?"

Lanzó un suspiro, y dejó su bolso con cuidado, para que no hiciera ningún ruido que el otro notara, en el suelo. Se acercó a la cama, sentándose al borde de ella, para comenzar a acaricier el cabello del pequeño muchacho que, con sus ojos cerrados, esperaba la respuesta.

Pasaron unos segundos así. Ren sentía que había algo raro en Horo, lo sentía en la mano que le tocaba, sus caricias estaban llenas de tristeza, buscaban un consuelo en su piel, sin pedírselo, sin decirle palabra alguna, intentando ocultarlo. Con ternura, puso su mano sobre la del ainu, y abrió los ojos, tomándose su tiempo, para mirarle. Sintió un dolor al ver, sorprendido, el rostro pálido, del cual surgían nuevas lágrimas, y que tenía muchos rastros anteriores. El peliazul había tratado evitar llorar, pero no lo había conseguido.

"Qué pasa, Horo?" - Preguntó.

El chico japonés desvió la mirada. Ren le obserbaba detenidamente, buscando algún indicio que le diera información de la extraña situación que estaba viviendo. Luego se percató de un objeto que veía por el borde del ojo, algo extraño y que no debía estar allí: En el humbral de la puerta había un bolso. Qué ocurría? El sol lentamente comenzó a emerger por el horizonte, trayendo un nuevo día, más no llevaba con én ni nuevas respuestas ni palabras. Luego notó una carta que reposaba en su velador, que tenía la caligrafía del chico que oraba, que decía con letra clara, y al mismo tiempo temblorosa, su nombre.

"Te marchas?"

"No quisiera hacerlo, de verdad. Pero tengo que irme."

"Por qué?"

"Debo regresar a mi pueblo hoy mismo, es una urgencia."

Ambos se quedaron callados. Porqué Horo se iba? No lo entendía. Lo dejaría solo, justo ahora? Él no quería que se fuera. Además, no tenía idea de quien, o que, era eso tan importante que les separaba ahora, aunque ninguno de los dos quisiera. El ainu ni siquiera le había dicho cuando regresaría. El peliazul tomó aire, volvió a acariciar el rostro del chino, que le miraba sin entender nada aún. Sus ojos se encontraron, como tantas veces lo hacían, pero ahora los del más alto estaban llenos de tristeza y sueños rotos.

"Lo siento, Ren."

Se levantó, y se fue hacia la puerta. Tomó el bolso, mientras le daba la espalda al chino. Lo hizo lentamente, como si fuera muy pesado y le doliera mucho el tomar con una sola mano el pesado objeto.

"No me has dicho... El porqué te vas."

El ainu guardó silencio, aún sin girarse para ver al chico que, sentado en la cama, lo miraba desesperado, ansiando una respuesta tranquilizadora... o lo que fuera. El silencio ya no era tranquilo, como el que hay cuando dos personas duermen, éste era tenso. Las palabras de Ren habían sido dichas de manera bastante frías, como exigiendo saber algo que no era su asunto, pero que a pesar de eso quería y ansiaba saber.

"Mi padre...Falleció esta noche".

Y sin decir una palabra más, abandonó la habitación. Tampoco giró su rostro, ni siquiera para lanzarle una mirada de despedida, o ver la reacción de Ren.

Aún en un ligero shok, el chino se quedó mirando la puerta por la que salió el ainu, sin decir ni hacer nada para detenerle, o aunque sea, darle alguna palabra o gesto de apoyo en ese momento que debía ser tan difícil.