Hola. Cómo están? Espero que bien. Finalmente me he tomado un tiempito y escribí este nuevo capítulo de Superior a Mí, que ya es el décimo... Qué feliz me pone eso!. Espero seguir contando con su apoyo, y como siempre, agradecer a las que me dejaron reviews: CatanOGue, me hace muy feliz que lo leyeras. Espero que la sigas leyendo, tu sabes que eso significaría mucho para mí; FuMiKi, jajaja, de verdad, tengo que agradecerte con todo mi corazón por tu gran apoyo, aunque sea pura angustia, me gusta saber que puedo contar con tus reviews; mailyn asakura... Hay, me pone muy feliz que te guste la historia, y no te preocupes, que de dejarles con la duda, van a estar bastaante tiempo, je. Karenu-Kiyoto, también tengo que darte las gracias desde lo más profundo de mí, creo que antes no lo había hecho. Pobrecitos toditos, no sabes cuan pobrecitos son de encontrarse en una mente tan retorcida como la mía, je. Ni me menciones los exámenes... creo que de ahora en adelante voy a tener que estudiar, y dejar de confiarme en la suerte...

Je, aprovechando que es el capítulo diez, éste dejará de lado algunos temas, asi que se quedarán con la duda sobre algunas cosas aún... porque en este capítulo es tiempo de descubrir cosas nuevas. No quiero adelantarles nada, solo lean. Ah! Y lamento mucho la demora, pero ahora, sólo tengo una semana que serán los exámenes, y luego salgo de vacacciones, por lo que no me tardaré tanto en subir los capítulos. Si bien odio el verano, no puedo negar que me viene bien un buen - y merecido - descanso.

HoroxRen, AU. Shaman King no es mío.

Y espero que este capítulo les guste, porque éste es...

Superior a Mí.

Capítulo X: Guíenme hacia Ti.

No conseguía recordar nada bien. Sólo veía desfilar ante él trozos de imágenes deformes que le parecían irreales. Se sentía extraño, vivo pero a la vez no, como si fuera otra dimensión en la que se encontraba, como si todo fuese otra simple ilusión. No sabía dónde estaba, cuál era la fecha, o cómo llegó allí; apenas recordaba quién era él mismo. Todo parecía ondear, como si se encontrara dentro de un líquido, por el cual pasaban constantemente corrientes formadas por esos casi irreconocibles recuadros.

Pero no era un sueño, de eso estaba seguro. Estaba vivo, aunque de una forma distinta a como lo era antes. Todos los trozos de memorias tenían un tono gravilla, como antiguas fotografías, y se asemejaban más aún a estas al no tener sonido. De improviso, una imagen se adelantó a las otras, haciéndolas desaparecer y, con eso, cobrando más fuerza. Era la única que tenía color, y parecía sacarlo al ir absorviendo la energía de los otros recuerdos. Esa misma imagen pareció agrandarse a medida que se le acercaba, hasta que llegó frente a él y lo hizo caer en su interior, sumergiéndolo en un extraño mundo, en su propio inconciente. Era como un agujero negro y húmedo, que le tiraba hacia un camino incierto. Era una especie de fuerza de gravedad. La piel se le puso de gallina, sentía que se precipitaba hacia su pasado oculto, ese que no recordaba. Se sentía muriendo gota a gota. Se sentía morir vivo.

Finalmente, terminó cayendo en su propio interior.

Por lo menos, aquí no estaban esas dos voces llamándolo, Verdad?.

"Wǒ shì, Wǒ shì..."(1)

"Wǒ shì?"

"Wǒ shì, Wǒ shì!"

"Wǒ shì..."

Eran muchas voces. Porqué todas hablaban en chino y con un tono de sollozo?. Se sentía descender lentamente, como si viniera desde el cielo bajando a través de un aire denso, que le hacía parecer un ser divino... Y a medida que bajaba, al parecer se acercaba más hacia aquellos que hablaban, porque sus voces se oían más cercanas y claras.

Todo estaba oscuro, o eso parecía. Una suave luz que salía de ninguna parte iluminaba el lugar, pero aún así, el suelo, que parecía lleno de depresiones y montes, y su entorno, continuaban siendo negros. Era como si el piso fuera un infinito mantel negro azabache, muy sedoso, y que bajo él habían objetos que le daban volúmen y cambios de nivel.

Cuado tocó el piso, se dio cuenta de que éste era muy duro y brillante, como si estubiera hecho de mármol negro. Observó hacia sus lados. Unos focos encandilantes se prendieron delante suyo, y también otros a sus lados. Cuando pudo volver a ver algo, ayudado de su mano al usarla como visera, volvió a observar a su alrrededor. Su boca se abrió por la sorpresa.

Estaba en un teatro, pero él se encontraba en el escenario Todo era negro, excepto las personas. No podía creer lo que estaba frente a él. Sentadas en butacas, desde el de la primera al de la última, desde el acomodador de asientos, hasta el encargado de sonido, todos eran hombres. Y no sólo eso: Todos con el pelo violeta y los ojos dorados. Todos... Todos eran iguales a él!. No lo podía creer. Ren empezó a retroceder, asustado.

"Wǒ shì, Wǒ shì..."

"Wǒ shì..."

"Wǒ shì!"

"Wǒ... shì... Ren."

"Wǒ shì!"

"Wǒ shì?"

"Wǒ shì..."

Qué diablos? De pronto, de los lados del escenario, habían salido siete figuras, también idénticas a él, pero... había algo extraño en sus expresiones. Todos tenían distintas, algunos atemorizantes, otros, tristes o asustados. Se acercaban a él, colocándose en un círculo a su alrrededor, sin permitirle escapatoria, repitiendo esas dos palabras entre susurros acongojados, y de vez en cuando, la palabra "Ren" se escuchaba de los labios de alguno de ellos. Él creía que al colocarse al rededor de él, impidiéndole marcarse, se detendrían, pero no fue así: Esas siete extrañas figuras no dejaron de avanzar. El Tao estaba desesperado, quería salir de allí. Cada vez estaban más cerca de él. El público esperaba, observando todo eso, con el rostro serio... O más bien, sin expresión. Todos quietos. Nadie le ayudaba, ni tampoco lo harían. Aquellos que estaban alrededor de él, extendieron sus brazos, con sus blancos dedos como la luna estirados hacia el asustado muchacho.

El chino estaba estático, congelado. Sentía un frío expandiéndose por su interior, y tenía una horrible sensación calada en su sangre. Se esto era un sueño, quería despertar, y ya!. Una de las manos le sujetó, cual garra, por el brazo. Un grito apagado escapó de su garganta. Esa mano era helada como... Dios, era fría como la muerte. En cuestión de segundos, las catorce manos lo atraparon con una fuerza descomunal. Le estaban haciendo daño, mucho daño. Intentó safarce, sin obtener resultado alguno más que continuar prisionero.

"Suéltenme!"

Los rostros de todas las personas presentes en ese teatro tomaron una expresión que mezclaba la sorpresa, el miedo, y el odio. Los que estaban sentados en las butacas se levantaron rápidamente, sin dejar de mirarle fijamente de una manera acusadora. Aquellos que le sujetaban los brazos lo hicieron con mayor fuerza. Una de las manos se arrastró por su pecho hasta posarse en su cuello, arrancándole un nuevo grito. Le quemaba. Estaba tan fría, que le estaba marcando la piel con un color rojo. Una segunda mano imitó la anterior. No le apretaban en lo absoluto, sólo estaban posadas allí, pero le causaban tal dolor, que ya poco le importaba si las otras doce manos llegaran a estar cercanas a arrancarle los brazos: El dolor en su cuello era tal, que anestesiaba los otros.

"Ren." - Dijeron absolutamente todas las personas iguales a él, al unísono.

El público se comenzó a aproximar, de una manera tan lenta y falta de vida, que le causaba escalofríos. No quería... No quería.

Lentamente, sintió como el suelo cambiaba. Todos aquellos que se acercaban no se inmutaron mucho ante la repentina modificación que el piso sufría; aún así, se detubiron contentándose con observerle agonizante, de una manera fría, con una expresión apática. La suya, en cambio, demostraba todo el terror que le recorría la piel en ese instante. La baldosa se volvió una sustancia viscosa y extremadamente pegajosa, en la que se alzaban montículos, que luego descendían, como si se tratasen de olas en un inmenso mar negro. Aquellos que lo sujetaban mantenían la expresión propia que dominaba a cada uno en el principio.

Uno, que se encontraba a su costado, estaba asustado, sin embargo, no soltaba su agarre. El siguiente parecía relajado, sin expresar más que una despreocupación total. Otro tenía una sonrisa sádica y cruel, pero en el fondo, se notaba un vacío en él, que se colaba por sus ojos. El cuarto no expresaba nada, pero su expresión era diferente a la del público, ya que en ella no había solamente frío, sino que también se podía ver un dejo de superioridad, pero que no hiba dirigido a él, sino que no tenía nadie como objetivo, simplemente era para quien se le cruzara. Era una mirada congelante. El que le seguía parecía inocente y débil, más que primero: Parecía no tener conciencia de sus actos. Y luego, estaba aquél, el único que tenía en su mirada tanto odio como desprecio, ambos dirigidos claramente para él, y nadie más. Le miraba con envidia y recelo, disfrazado de manera vana bajo la indiferencia.

El último muchacho era el que estaba frente a él. Y era también el que tenía sus manos sobre su cuello, el que realmente le estaba matando. Su mirada era distinta, muy diferente a las otras. Era dulce, amable, posesiva. Era el único que parecía tener espíritu, y no ser sólo un títere, en contraste a los demás que, según su opinión, eran vacíos, inhumanos. Su mirada era extraña. Tan fría y a la vez tan tibia. Pero todos ellos le estaban arrancando la vida, aprisionándolo, y no sólo eso tenían los chicos en común: También eran una réplica exacta de su persona. No importaba cuan bueno parecieran algunos de los chicos, todos, absolutamente todos, lo estaban acercando a su fin.

De a poco, sin poder evitarlo, sintió como se hiba hundiendo en ese líquido viscoso. Sus captores lo tiraban, junto con ellos mismos, hacia abajo, intentando sumergirlo. Por más que gritó y trató de liberarse, no lo logró. Los otros siete chicos ya habían desaparecido dentro de aquel fluído; y aún dentro de aquella especie de gelatina, continuaban tirando de él. Sólo su rostro aterrado permanecía fuera de lo que antes fuera el piso. Ya no sabía qué hacer, en cuestión de segundos estaría junto a sus siete copias.

Antes de hundirse completamente, lanzó una última mirada al teatro. Se estaba derrumbando, o más bien, parecía derretirse y unirse a ese mar negro. Ante su sorpresa, las personas que antes estaban abajo del escenario, estaban de pie sobre la sustancia, sin sumergirse ni un centímetro. Permanecían allí, dando la impresión de que flotaban con fuerza propia, volando a ras del líquido. Todos continuaban observando fijamente cómo desaparecía, sin expresión alguna, sin la menor piedad, sin el menor ademán de querer salvarle: El odio, que cuando se levantaron de los asientos había asomado en su rostro y les hizo ver más humanos por un tiempo, había desaparecido. Habían regresado a ser unos muñecos vacíos. Todos con la misma expresión, todos idénticos, en distintos trajes, pero uno igual a otro, sin el menor detalle corporal que les diera identidad propia.

Al sentir que la presión con que le tiraban hacia abajo era muy superior a su fuerza -que estaba bastante reducida, quién sabe porqué- se dejó vencer. Sin embargo, segundos antes, cuando tenía su vista nublada y estaba sumergido hasta el mentón, le pareció ver ante si, emergiendo del líquido, aquel clon suyo que aún le sujetaba el cuello, matándolo sin hacer uso de la fuerza. El chico le miró con tristeza, para luego acercársele hasta que sus cuerpos tocaran. Su cuello se encontraba dentro de la extraña sustancia negra, pero aún sentía el frío que le quemaba en torno a él.

Cerró los ojos cuando el dolor en su cuello aumentó repentinamente y sintió una respiración rítmica en su oído. Aguantó la respiración, y se dejó arrastrar hasta lo más profundo de lo que fuera antes el piso. Las catorce manos no le soltaban.

No supo ni cómo ni cuando ocurrió, pero de pronto estaba solo otra vez. Se dio cuenta de que podía respirar dentro de esa sustancia sin ningún problema. Al percatarse de esto, abrió los ojos lentamente, con precaución, temeroso ante lo que se pudiera encontrar. Su cuello ya no tenía esos dedos encima, pero aún le dolía mucho: Ese par de manos habían quedado marcadas en su blanca y delicada piel.

Miró a su alrededor, y se sorprendió: ya no se encontraba en ese líquido negro. Ahora estaba en un lugar extraño, pero muy calmo y pacífico. De pronto, una serie de imágenes empezaron nuevamente a aparecer ante él, o más bien, lo atrapaban, le mostraban algo, y luego lo dejaban libre, para que otra volviera por él. Al principio eran confusas y cortas, hasta que llegó una que sintió que sería distinta, un recuerdo más largo, más abrumador.

"Es tiempo de recordar, Ren"

Fue una voz en su cabeza, en su corazón, que le dijo eso, y él sabía que estaba en lo cierto: Presentía que había llegado el momento de que recuperara la memoria. Pero esta vez, aquella voz no le causó debilidad alguna, ni tampoco miedo, como le causaron esas otras cuando estaba con Yoh: Esta voz era parte de él, parte de su conciencia, y no un invasor que no podía controlar.

Era su alma, su corazón pronosticándole algo.

Luego de oír esa parte de su mente, aquél recuerdo que se le aproximaba velozmente, y que era más preciso que los anteriores, le tomó. Sentía como su mente se vaciaba, exponiendo ante sus ojos vacíos todo aquello que había olvidado; todo aquello que significaba un misterio oscuro para él, que durante los últimos cinco años, no habían sido más que pesadillas, que con la llegada del día, también olvidaba.

Estaba solo en un cuarto, que recordó como el suyo propio durante toda su infancia. Se encontraba acostado en su cama, de espalda, con sus brazos estirados hacia los lados, repirando rápidamente y con dificultad: Todo su cuerpo le dolía mucho, estaba cansado... Pero no lograba dormir, precisamente por eso. Era un chico frío y serio, durante sus siete años de vida lo había sido, exceptuando unos breves -lamentablemente muy breves- momentos en que había logrado ser feliz y permitirse ser infantil, tal como le correspondería a un chico de su edad. No tenía razón para cambiar, simplemente, ya estaba acostumbrándose a ser así de insensible, resignándo, tratando de olvidar esas veces que tubo esa alegría pasajera. Nadie le pedía que fuera de otra forma, más bien le obligaban a lo contrario: Que cada día fuera más cruel. Su hermana le trataba de demostrar lo que era el amor, y de que mantubiera la esperanza mediante a miradas, las cuales no siempre llegaba a captar, y que cada vez eran menos importantes en su vida.

Aún así, su vida continuaba siendo monótona e infeliz. Tanto En como Ran, sus padres, le exigían ser el mejor, sin importarles mucho sus sentimientos humanos. De hecho, intentaban arrancárselos de su interior, para que llegara a se un buen heredero. Su madre lo tenía prácticamente en un abandono total, dejaba su crianza a cargo del líder de la familia. La única mujer con que tenía contacto era su hermana, su querida Jun... Aunque cada vez le permitían pasar menos tiempo con ella, no fuera a debilitarse, a sensibilizarse. Sabían que con Jun ya no podían hacer mucho, la consideraban un caso perdido -según había escuchado de los labios de su propio padre-, porque poseía un corazón muy blando; demasiado débil. Por lo anterior, y por ser mujer, ella no quedaría a cargo de los Tao cuando En muriera, asique no tenían que preocuparse mucho por la chica peliverde. Ren, en cambio, era importantísimo: él era el futuro. Como idea, como figura lo era, mas como humano, como niño de siete años, poco importaba.

Su mirada vacía estaba fija en el techo, sin enfocarse en nada especial, al igual que su mente, que divagaba sin encontrar puerto.

"Hola!"

El pequeño de ojos dorados se sobresaltó y -aunque jamás lo admitiría- asustó. Esa voz no la conocía, y tampoco debía estar alguien más en su cuarto: Era algo expresamente prohibido. Se apoyó en sus codos rápidamente, sin quitar ese gesto vacío, y antipático, de su rostro. Ahí, a un lado de su cama, de pie y sonriéndole, se encontraba un chico que parecía tener su edad. Se veía extremadamente calmado, y sin una gota de miedo por encontrarse en el cuarto del heredero de toda esa mansión y bienes de los Tao; al contrario de como estaría hasta el más antiguo de los criados.

"Quién eres y qué haces aquí?" - Preguntó sin rodeos, con su ceño fruncido, y un tono cortante y poco cordial, muy parecido a la expresión de su rostro.

El chico no se molestó ante la frialdad del pequeño, de hecho su reacción sorprendió a Ren: La sonrisa en su rostro se expandió, sin tener siquiera un pizca de ironía, como se podría pensar. El ojidorado se inquietó. Ese chico era extraño, tan lleno de confianza, tan calmo... tan inocentemente infantil.

"Me llamo Horo-Horo, y tu?" - Le preguntó mientras se sentaba en la cama, a su lado.

"Hn... ¿No lo sabes?"

"Pues... No." - el chico no quitaba la sonrisa de su rostro.

"Entonces no te lo pienso decir. Y ahora hazme un favor, y retírate de mi cuarto."

"Con que... Éste es tu cuarto." -el chico peliazul se levantó y empezó a inspeccionar con curiosidad cada rincón del cuarto del chino- "Vaya que es grande! También es muy lindo, pero le falta algo... mm, qué será?... Ya sé! Te faltan juguetes, este cuarto parece muerto, no parece el de un niño."

"Qué crees que haces?" -Preguntó exaltado el chico de pelo negro-violacio, al ver que el desconocido comenzaba a abrir cajones con curiosidad- "Ya te lo dijeque te fuera de aquí! Que acaso no sabes que no puedes estar aquí?"

El muchacho recién llegado se giró y le sonrió despreocupadamente, restándole importancia al asunto, mientras se encogía de hombros, divertido. Sin duda, ese muchacho era tonto y no entendía las reglas de esa casa, o simplemente jamás había estado antes en ella, lo que era totalmente improbable: La seguridad de la mansión era inviolable.

"Porqué, está prohibido acaso?"

"Pues sí, idiota!"

"Huy, pero que genio."

"Ahora dime: Qué diablos haces aquí?"

El chico no le contestó de inmediato. Siguió admirando la habitación por un rato. Si bien no poseía adornos ni nada que le diera especial belleza, en su simpleza se notaba el status de los dueños del lugar. La cama, las mantas de ésta, el armario que se encontraba en la pared frente a la cama, y el gran espejo sobre éste; todos estaban hechos de los mejores materiales, y eran en sí mismos unas obras de arte, con bellos detalles. Las paredes eran lisas y blancas, y todos los objetos eran de madera.

"Wow... Si que es lindo tu cuarto."

"Me estás escuchando?"

"Je je, lo siento, pero no te enfades!."

"Eres hijo de algún criado?..."

"Uh?"

"...O eres un nuevo criado? Aunque no lo creo, ya que si lo fueras, no estarías aquí, ya que ya poseo un criado personal." - reflexionó en voz alta.

"No entiendo nada de lo que hablas... Pero no importa!. Ven." -El peliazul se le acercó y le estiró su mano hacia él- "Vamos a jugar a algo!"

El chino se quedó estático por la sorpresa. Nunca nadie antes lo había tratado con tanta confianza y cercanía, como a un igual. Y se daba cuenta que le gustaba. Sí, prefería ese trato cercano a que lo miraran con miedo. Antes de este... "Horo-Horo", nadie, exceptuando a su querida hermana Jun, que lo hacía desde el lazo sanguíneo, le había demostrado que todos los humanos son iguales. Antes de que su parte fría pudiera hacer algo, se encontró con su interior desnudo ante ese chico, y respondiéndole sinceramente.

"Yo... No conzco ningún juego." - Dijo, desviando la mirada hacia un lado, mientras se sonrojaba.

"No te preocupes, yo te enseñaré alguno!"

Aún sonrojado, Ren clavó su mirada en el chico que le sonreía con su mano estirada hacia él. No entendía porqué ese chico era tan dulce y cordial con él, un chico amargo y que desde el momento que le saludó, lo trató de mala forma. Cuando volvió a hablar, su voz había perdido toda seguridad, y empezó a hablar -y a sentirse- de una manera más infantil.

"Porqué... Porqué eres así conmigo? Ni si quiera me conoces!"

"Tienes razon..." -El chico más alto se llevó la mano que antes extendía al chino hacia el mentón, y dirigió su mirada al techo, tomando una pose pensativa y meditabunda. Luego lo miró y le volvió a sonreír- "Porqué no me dices cómo te llamas?"

"Ya te dije que no te lo voy a decir."

El chico peliazul hizo un gracioso puchero, al mismo tiempo que se arrodillaba al lado de la cama y apoyaba uno de sus codos en ella. En la misma mano apoyó el rostro, mientras que con la que le quedó libre, picaba al chino en uno de los brazos en que el peliviolacio se sujetaba para quedar semi-acostado.

"Anda, dímelo! Sí? No te afecta en nada, o acaso prefieres que te llame "gatito"?." - dijo, soltándose a reír a carcajadas.

"Qué que? Gatito? De donde sacaste eso! Estás loco!." -Dijo atropelladamente, con el ceño fruncido y un tenue sonrojo reapareciendo en sus mejillas.

"Vamos, no te enfades! Deberías relajarte y aprender a tomar las cosas de un punto de vista más positivo.

Ren no contestó. Ese chico no sabía nada. No sabía por lo que había tenido que pasar él... No sabía por lo que pasaba a diario. Ese chico no sabía lo que era ser criado para ser alguien frío e insensible por el mismísimo En Tao.

"Porqué no sonríes, gatito? Apuesto que te debes ver muy lindo cuando lo haces." - dijo el chico de ojos negros, sin nada de vergüenza, ni tampoco de una forma ofensiva.

El chico que vivía en esa mansión se sonrojó muchísimo. Ese chico no tenía vergüenza de nada. Agh, y además, aún le estaba picando el brazo de una manera que le resultaba muy molesta.

"Ren." - soltó de pronto, luego de un silencio que a Horo-Horo pareció no incomodarle.

"Qué?"

"Ren. Mi nombre es Ren. Ahora, podrías dejar de tocarme el brazo, puercoespín?"

El chico se rió ante ese sobrenombe, y aunque paró de mover su dedo sobre la blanca piel del Tao, no dejó de tocarlo: dejó su mano sobre el brazó del ojidorado, como quien no quiere la cosa.

"Te llamas Ren. Tanto te costaba decirme eso?. Me agradas, Ren. Quieres ser mi amigo?"

"Qué?"

"Amigo." -dijo lentamente el japonés, como si le estubiera explicando algo a alguien que no entiende bien-. "Es cuando posees a una persona con la que puedes estar mucho tiempo, con que compartes, lo pasas bien, juegas y puedes contar para todo, que no estás obligado a querer, sino que tu eliges estar con esa persona. Ah, y donde ninguno de los dos es mejor que el otro, los dos se aceptan como son."

"Yo... yo nunca he tenido un amigo. Lo único que se le puede parecer es mi hermana." -admitió el chico-. "Pero no los necesito. Yo sólo debo ser fuerte para no decepcionar a mi padre. Eso lo único que él quiere de mi."

El peliviolacio sintió cómo la mano que estaba sobre su brazo lo apretaba de una manera bastante fuerte. Su cuerpo estaba cansado y adolorido, asique esa pequeña presión lo hizo soltar un suave quejido. Inmediatamente el peliazul soltó el agarre para volver a dejar su mano donde mismo presionó.

"Todos necesitamos amigos, Ren, para poder sentirnos felices. Hey, ya sé! Como no tienes amigos, yo seré tu mejor amigo y tu el mío, y compartiremos todo. Yo te voy a enseñar lo necesaria que es la amistad. Además... creo que no es bueno como te trata tu padre, Ren. Qué tal si vienes conmigo, a la ciudad donde vivo? Así conocerás más amigos y nosotros dos nunca nos tendremos que separar, Ren!.

"Ren, Ren, Ren... Ya me tienes mareado con todo lo que repites mi nombre!. Y no digas esas cosas. Ni si quiera te conozco, no me has dicho siquiera qué haces aquí!"

El ainu rió, y repitió un par de veces más el nombre del chino, sólo para verlo enfadar. Luego se detubo, apartó su mano de la suave piel del chico que estaba en la cama, y se puso de pie lentamente. Cuando lo hizo, se quedó estático por unos segundos, y con una expresión de sopresa en el rostro.

"Me agradas, gatito, y creo que vamos a ser buenos amigos, pero debo irme ahora." - dijo en un susurro bastante veloz.

"Uh?."

"Tienes unos ojos muy lidos, lo sabías? Ya me tengo que ir, adiós Ren!"

"Espera, Horo-Ho...!"

El pequeño peliazul corrió hacia la ventana, y salió por allí. El problema era que el cuarto del chino se encontraba en la tercera planta de la mansión, a varios metros del suelo.

"...ro. Horo!."

El chico de ojos dorados, aún sonrojado por el detallista comentario del desconocido muchacho sobre sus ojos, corrió hasta el borde de la ventana, y apoyando sus brazos en el marco, se estiró, sacando gran parte del tronco fuera de él, para buscar con la mirada al extraño peliazul. Estuperfacto, notó que no estaba por ninguna parte. Tampoco recordaba haber oído al chico golpearse contra el suelo, ni había marca alguna entre los arbustos de que alguien cayera allí. Si eso hubiera pasado, aunque sea sus ramas estarían temblorosas, por no decir rotas... Ren continuó mirando a todos lados. Horo-Horo no podría haber desaparcido así como así, Verdad?. Aunque la oscuridad que reinaba era un factor que le facilitaba la tarea, se dijo, tratando de tranquilizarse.

A los pocos segundos, tocaron la puerta de su alcoba, para luego de una corta pausa, la abrieran. Aún en el borde de la ventana, aunque con el sonrojo bastante dominado, el chino giró sólo su cabeza, con el ceño fruncido. Fuera quien fuera, no podía mostrarse débil, sensible o desconcertado.

"Le traje su cena, amo Ren."

Era su criado personal, por suerte. Ese chico era muy tímido, y a pesar de estar a su mando hace ya bastante tiempo, venía sonrojado y con una bandeja entre sus manitas. El peliviolacio lanzó un suspiro que disfrazó de cansancio, y se fue a la cama, donde se acostó.

"Pasa algo, amo?"

"Llámame simplemente Ren, Sí?"

"Como usted diga... Ren."

El ojidorado se sentó en la cama. De inmediato, el chico se le acercó y le ofreció la bandeja, la cual él tomó gustoso. El otro chico se disponía a salir, cuando el pequeño chino volvió a hablar.

"Espera... Quédate. Acompáñame mientras ceno."

"Como diga, Ren."

"Dime... Tu tienes amigos?"

"Qué?"

"Que si posees amigos."

"Bueno... Me llevo bien con algunos criados que son mayores que yo, y hay unos cuantos chicos entre los que jugamos, en el tiempo libre, claro está, amo. Creo que nos podríamos considerar un grupo de amigos."

"Ya veo."

"Alguna razón especial por la que me pregunta, amo Ren?"

"Recuerda, cuando no esté alguno de mis padres o otro criado que les pueda contar, llámame por mi nombre, y no te preocupes por los formalismos... Después de todo, pasaremos toda nuestra vida juntos, No es así?"

"Sí, Ren."

"Ahora dime, Cuáles son los nombres de esos amigos tuyos?."

"Déjeme ver... Está la pequeña Millie, Jia Li, Masatoshi, Saburo, Kong y Tsuyoshi. Creo que esos son todos."

"Ya veo."

Ren continuó comiendo, con la vista perdida en el techo, mientras que su criado lo miraba extrañado.

"Y no juegan con ningún chco que sea hijo de algún criado, o que venga desde la ciudad de vez en cuando?"

"Los únicos hijos de empleados de nuestra edad son Fai, Kondo, Tainu, Daniel, Bo, Xue Fang, y Shen, aunque nunca están mucho tiempo aquí, ya que, según tengo entendido, estudian en la ciudad. Y como sabrás, no puede entrar ninguna persona de la ciudad sin permiso, y dentro de los que lo tienen permitido, no hay nigún muchacho."

"Vaya, ya me queda claro. Gracias."

Porqué se sentía tan confundido? Quién era Horo-Horo realmente? Como había olvidado esos recurdos, antes se preguntaba mucho cómo conoció al ainu. Pero ahora que lo sabía, y que lo asediaban todos esos recuerdos, se daba cuenta que había algo misterioso y extraño tras la gran alegría de su querido peliazul, que no lograba discernir bien de que se trataba.

Rápidamente, su mente saltó a otra imagen, aunque antes cayó por una fracción de segundo al lugar calmo que había llegado al sumergirse en el líquido negro.

"Jun, Jun!"

"Uhh... Ren? Qué haces aquí a esta hora? Dios, sabes que si te hubieran atrapado en los pasillos, estarías en serios problemas!."

"Yo... Lo siento." -dijo apenado el pequeño de no más de cinco años- "Es que no podía dormir."

La chica le sonrió con ternura y suavidad.

"Bien, puedes dormir conmigo esta noche."

"Gracias, Jun!."

Rápidamente, el pequeño entró a la cama de la chica, la cual de inmediato le abrazó con cariño. Al poco rato, Ren se qurdó dormido. Luego de asegurarse de eso, la chica se permitió descansar también.

"Ren, despierta, Ren!"

"ehh?"

"Ya es tarde, Ren... Por suerte que que nuestros honorables padres no están en casa, ya que nuevamente salieron por trabajo, de otra manera, no se que haríamos."

"Mmm... Dormí muy bien."- dijo mientras se tallaba los ojos.

"Me alegro. Qué te parece si vas a tu cuarto, te vistes y bajamos a desayunar?"

"Está bien, porque ya tengo hambre."

El chico salió del cuarto de su querida hermana, aún muy somnoliento, mientras ella sonreía. Aquel día fue hermoso, no lo olvidaría en años. Ante la ausencia de En y Ran, los dos pudieron hacer lo que quisieron, y ese día fue risas y alegría. Tenían que cuidarse un poco de los criados que pudieran contarle a sus padres, pero por lo menos, ya sabían en cuales podían confiar, y cuales no. Su hermana hacía lo que fuera por verle feliz. Esa tarde fueron de paseo por los inhóspitos parajes que rodeaban la fría mansión. La chica peliverde llevaba al pequeño de ojos dorados sobre sus hombros. Quería que el pequeño, aunque fuera un día de su vida, sintiera que ésta no era un infierno, que disfrutara de su infancia aunque fuera una vez. De pronto, entre unas rocas, la chica de hemosos ojos verdes divisó una pequeña flor. Era hermosa, blanca y débil, pero luchando por sobrevivir. Jun no tenía idea de que flor era, pero incluso la más común se vería esperanzadora en un lugar tan oscuro como aquel.

"Mira, Ren!"

Al no obtener respuesta, la chica miró sobre su cabeza, encontrando la enternecedora imagen de su pequeño hermano durmiendo con una tenue sonrisa en el rostro. Con cuidado para no despertarle, lo bajó de sus hombros, y llevándolo entre sus brazos, emprendió el camino de regreso a la mansión. Mañana temprano regresaban sus padres, y todo ese hermoso sueño acabaría.

Dejó al chico en la cama de su cuarto. Se quedó observándolo un rato, para luego, con un suspiro, dirigirse a la suya propia. Cuánto quería al pequeño! Era capaz de cualquier cosa para que él fuera feliz... Sí, ella no podría serlo, pero quería creer que había una mínima esperanza para el aún inocente niño.

La mente de Ren comenzó a dar vueltas, anunciándole que ya abandonaría ese recuerdo, y que era momento de que viera algo diferente. Durante el corto tiempo que estubo en el presente y no en el pasado, durante el breve tiempo que sus ojos recuperaron su alma, un dolor le golpeó el pecho, y sintió muchas ganas de llorar.

Pero ahora se precipitaba a una velocidad vertigosa hacia otro recuerdo, asique no podía hacerlo.

Esta vez todo era distinto. Tenía unos diez años, y se encontraba en un cuarto oscurísimo. Después de conocer a Horo-Horo, lo había visto mucho y muy seguido. Eran amigos, y siempre jugaban juntos. El peliazul siempre se las arreglaba para aparecer cuando estaba solo, y se marchaba antes de que apareciese cualquier persona. Su amistad era muy profunda: eran mejores amigos, y les gustaba mucho pasar tiempo juntos. Ren había cambiado bastante, aunque sólo se mostraba diferente con su amigo. Pero todabía no se le revelaba de dónde venía, o quién era realmente el chico de ojos negros. Había algo misterioso detrás de esa sonrisa e incondicionalidad.

Una luz se encendió sobre su cabeza, pero ni se inmutó. Su mirada se mantubo fría e inexpresiva, mientras veía la enorme figura paterna acercándosele con paso lento.

"Ya terminaste tu entrenamiento, Ren?"

"Sí, honorable padre."

El severo hombre se le acercó aún más, hasta quedar delante del pequeño chico. Sus mirdas se encontraron. La de Ren reflejaba ahora un gran desprecio y mucha valentía.

En frunció el ceño. Con una sola de sus manos atrapó a su hijo por el cuello, sin ningún miramento.

"No me mires así. Tenme más respeto!"

El chico no respondió, sólo sostubo su mirada fija en la de su padre. Ante esto, enfadado, el adulto apretó el cuello de su hijo, haciéndolo que se formara en su bello rostro infantil una mueca incontrolable de dolor. Pero En continuaba presionando. El pequeño chino empezó a sentir la flata de oxígeno en sus pulmones. Cuando creía no poder aguantar más, la mano que lo mantenía elevado del piso lo soltó, haciendo que se estrellara contra éste.

Con desesperación, y apretando mucho sus ojos, llevó sus manos a su adolorido cuello, mientras tosía débilmente. El hombre mayor le miró con desprecio.

"Eres un debilucho. No mereces ser mi hijo mientras seas tan poca cosa." -hizo una pausa- "Te quedarás encerrado aquí, sin comer hasta que yo quiera. Entendiste?."

El chico no respondió, apenas estaba recuperándose. Con todo el odio irracional que corría por su sangre, el líder de los Tao le propinó una patada en el abdomen al chico que se encontraba en el piso, haciendo que esta vez se quedar sin una gota de aire. Un grito ahogado y adolorido escapó de su boca, y como reacción inmediata, sus brazos se colocaron en torno a la parte recién golpeada, protegiéndola de otro ataque así de injustificado.

"Te hice una pregunta, maldito imbécil. Es tu deber responderla! O es que acaso la señorita no entiende y quiere que se lo repita? Bueno, para que veas lo dulce y comprensivo que es tu papito, te la volveré a decir: Te quedó claro, Ren?."

"Sí..." -logró articular.

"Sí, Qué?"- preguntó con un gruñido impaciente el Tao mayor.

"Sí... Honorable padre."

"eso está mejor."

El hombre se dio media vuelta, dejando al chico allí, tendido en el piso. Al llegar a la puerta la abrió, sin embargo, no salió en sieguida, sino que se quedó un momento -que a su hijo se le hizo eterno- de pie en el umbral, mirándole con desprecio que no trató en ningún momento de ocultar. Antes de girarse y salir, pronunció con tono autoritario y con su voz grave que podía hacer temblar a cualquiera, aunque en Ren ya no tenía efecto alguno, unas últimas palabras.

"Recuerda que todo esto lo hago por tu bien, hijo. Por tu bien, pero también el de la dinastía, debes ser fuerte. Lo más importante es la familia Tao, que prevalezca en el tiempo. Si la dinastía va bien, TU vas bien. Y los sentimientos son algo que debilita mucho, Ren, ya te lo he dicho muchas veces antes: Tienes que extripar de tu corazón todo sentimiento que te pueda afectar, esos sentimientos "buenos", como les llaman los idiotas. El amor, la amistad, la piedad, la dulzura... Nada de eso puede existir en el corazón de un verdadero Tao. Debes olvidar a tu hermana. Debes eliminar tu corazón."

Sin decir más, su progenitor abandonó la sala, dejándolo solo otra vez. En cuanto la puerta se cerró, la potente luz que le encandilaba y mantenía iluminada toda la estancia se apagó, y hubiera dejado todo en tinieblas, si no fuera por la débil luz proveniente de los astros que se colaba por una pequeña "ventana", que la verdad era un agujero con barrotes. Éstos estaban bastante separados unos de otros, y perfectamente él cabría por entre ellos. Sin embargo, estaba muy alta. Ren se encontraba en un subterráneo, y la ventana se encontraba a ras del suelo, para que así entrara el oxígeno. El pequeño chino aún no se recuperaba bien... Y sabía que tal vez, debido a el constante entrenamiento y su falta de defensas, se demoraría muchos días en poder, recién, ponerse de pie.

"Honorable padre..."

"Jun. Qué haces aquí?"- Escuchó voces fuera de su celda, que entraban por el delgado espacio que exisitía entre la gruesa puerta -casi indestructible- de metal, y el frío piso gris de piedra.

"Lamento estar aquí sin su permiso, pero quisiera saber dónde está Ren."

"Está pagando por sus insolencias y volviéndose más fuerte, para ser así algún día un digno hijo mío y representante de nuestra dinastía."

"No le hizo daño, Verdad?."

"No tengo porque responderte, no eres nadie para pedirme cuenta de mis actos." - La voz del hombre se enronqueció y se volvió más severa.

"Por favor, padre." -La voz de la hermosa chica peliverde empezó a temblar, amenazando con quebrarse y volverse un sollozo-. "Por favor, no le haga más daño a Ren... Disponga de mi como quiera, deme a mi sus castigos... Pero permita que mi hermano sea libre de escoger entre continuar en la dinastía o no. Yo estoy dispuesta a hacer lo que sea, haré cualquier cosa para ser digna para la dinastía, y que él quede libre."

"No me interesa lo que tu hagas o digas, Jun. Tu no vales nada. Eres un inútil mujer, y poco me importa que sea de tu vida. En cambio, Ren es hombre, y tiene muchas más posibilidades de volverse alguien digno de representar a nuestros antepasados, él no es tan débil como tu, pese a lo que pienses. Él es quien me importa. Ël es nuestro futuro. Tu no eres, ni serás nunca, más que un ser insignificante en nuestra historia. Ni importa lo que hagas, nunca serás digna de portar el nombre Tao ni de dirigir a la familia. Tienes corazón, y no eres más que una niña sensible que jamás podrá cumplir bien los roles que les tocan a aquel que representa a nuestra familia."

"Padre..."

"Escucha, tienes que dar gracias que te esté escuchando, pero no me rebajaré ni un segundo más a tu nivel. Ahora vete a tu cuarto, si no quieres que llame a los guardias para que te castiguen... Y no me haré responsable de lo que ellos te hagan, o si te tocan..."

"Sí. Lamento mi impertinencia, honorable padre."

"Ya vete!."

Jun lloraba. Estaba seguro. Pero no tenía fuerzas para hacer algo para darle consuelo. Muchas veces, encotrándose en mejor estado físico que ahora, había tratado de derribar la puerta, o escapar por la ventana, con resultados -obviamente- infructuosos. Y ahora no estaba en su mejor estado. Últimamente no sólo se había alimentado muy mal, sino que también su entrenamiento se había vuelto más riguroso y estricto, y los golpes de su padre más frecuentes e intensos. Si las cosas seguían así, por muy orgulloso que fuera, sólo podría terminar en una de dos opciones: O muerto, o convertido en un hielo humano, tal como quería su padre. Y si había algo que le desagradaba, era saber que le estaba dando en el gusto al desgraciado de En Tao. Con la segunda sobreviviría, pero ¿Vivir sin sentimientos se le podría llamar vivir? Sí, respiraría, pero el costo era muy alto: Su padre le pedía su corazón. Le exigía borrar todos esos recuerdos que le hacían mantener la esperanza, continuar siendo humano. Olvidaría a Jun, a su criado... a Horo-Horo.

"Jun..." -jadéo- "Jun..."

"Ren!"

La falta de alimentos le tenía muy débil. No sabía cuantos días llevaba allí encerrado, pero de seguro ya eran muchos, porque su cuerpo ya estaba empezando a sufrir las consecuencias y a exigirle a gritos alimentos.Todo ese tiempo estubo medio dormido, y por consecuencia, había perdido todo sentido del tiempo y realidad. Para él, todo el tiempo era noche. El calabozo era oscuro y húmedo, y debido al ángulo de la ventana, tanto de día como de noche, entraba prácticamente la misma cantidad de luz, haciéndole aún más difícil discernir entre un día y otro. Para él, esto era una línea recta, monótona, en la cual no tenía razón para existir, excepto... su única esperanza, su única estrella que le guiaba en su eterna noche era... Su única fe...Su único amigo.

"Horo? Eres tu? Qué haces aquí?"

"Dios, Ren Qué diablos te hicieron? Quién fue el desgraciado que te dejó así? Por favor, Ren, respóndeme!"

El chino prefirió guardar silencio, eso era lo más cómodo. El ainu pasó uno de sus brazos tras su espalda, alzándolo delicadamente, mientras que con su otro brazo lo atraía más hacia su pecho. El chico de ojos dorados cerró éstos, cansado. Ahora podría descansar.

"Ren... No te rindas."

"Shhh... Ya cállate, Horo."

"Pe---Pero Ren!"

"Si te encuentran aquí, te meterás en problemas... vete ya, Horo-Horo." - dijo en un susurro, casi sin fuerzas, apretando sus puños.

No, no podía permitir que le hicieran algo a ese chico tan incríble, que parecía salido de un sueño, y que le brindaba en cada instante su cariño. Ren era conciente de lo mucho que quería al peliazul, y empezaba a darse cuenta de que tal vez, sólo tal vez, sentía por él algo más que amistad. Lo quería mucho, tal como a un hermano. Pero estaba tan cansado, que no quería pensar en nada.

"No me iré! Te dije que ibamos a ser mejores amigos... Y los amigos nunca se abandonan!" -Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas del pequeño- "Ren, por favor, ven conmigo, deja todo este sufrimiento, olvida todo este dolor!."

"Entraste por la ventana, No es así?."

"Eso no importa!."

"Vete... Nos veremos otro día en mi alcoba, cuando yo salga de aquí, y jugaremos a lo que quieras."

"Ren..."

"ándate, por favor, Horo. Yo no te podré ayudar si llega a venir mi padre."

"Fue tu padre. Fue él quien te hizo esto?"

"Recuerda... que él... sólo quiere que yo... que yo sea fuerte..."

"Ren? Ren!"

El recuerdo se interrumpió por un momento. Supuso que en ese momento quedó inconciente, en los brazos de su amigo, por la falta de alimentos. Cuando volvió en sí, se encontraba en su alcoba, acostado. Jun estaba a su lado, y al lado de ella, con rostro de preocupación y al parecer, a punto de llorar, su criado personal.

"Ju... Jun?"

"Ren, hermanito, ya has despertado, que alivio!"

"Amo Ren!" - dijo angustiado el chico.

"Dónde está Horo?" - dejó escapar Ren. Diablos. Se supone que nadie debía saber de el peliazul.

La chica peliverde con su criado se miraron de una manera angustiada, como si guardaran un secreto dolorosísimo, algo que fuera totalmente destructivo para ellos y de lo que Ren no pudiera tener conocimiento.

"Quién es él?"

"Yo.. él... bueno... nadie, sólo digo tonterías."

"Quien quiera que sea, debes olvidarlo." -se escuchó una voz ronca que Ren sintió muy lejana-. "Para siempre. Y pobre de ti que lo vuelvas a ver."

Allí, en la puerta, estaba En, y a su lado, eclipsada por su padre y su gran presencia, se encontraba Ran, con la mirada más fría y culpable que jamás viera alguien en ella. Si Ren hubiese obsevado con mayor detenimiento a su padre, hubiera encontrado en él también un dolor insoportable. Pero el chico ojidorado no pudo ver nada de eso, segado por lo mucho que detestaba al adulto.

La mirada dorada de Ren se encontró con la oscura de su padre. En los ojos del pequeño flotaba el odio. En la del adulto, no se podía leer nada. Ambos sabían que ese momento sería decisvo. De ahí en adelante, todo cambiaría.

Y para siempre.


(1): Wǒ shì; en chino, significa, traduciéndolo al inglés, "I" o "Me" (en español, "yo"), mientras que S sería el verbo "To be". Wǒ shì se traduciría "I am"; en español, "Yo soy".