Hola! Bueno, aquí ya regresé. Espero que les haya gustado el capítulo anterior. Cabe destacar a quienes me dejaron review: FuMiKi, Mailyn Asakura, Horita Zoldick, Helsyng Asakura, Karenu-Kiyoto y Ame no Aki - Muchas gracias por todos tus reviews! Je, por cualquier cosa, puedes mandarme mail, para no complicarnos con tanto reviews, Je-. Muchas gracias a todos por leer esta historia! Y a todos los que la leen y no dejan review, pues háganlo! Todo comentario es importante, sea que sigan esta historia porque no hay más que leer o porque de verdad les gusta, me interesa saber cual es su opinión. Asi que ya saben!. En este capítulo, a dejar review... O se atienen a las consecuencias, Muajaja. Ah! Y lamento la tardanza de este capítulo.

HoroxRen, AU. Shaman King tiene su propio creador que recibe el nombre de Hiroyuki Takei. Y si no leyeron arriba donde dice el género, esto no sólo es romance, sino que también Angst. Asi que ya saben.

Y no molesto más. Mi único objetivo es que lean y dejen sus comentarios sobre este...

Superior a Mí.

Capítulo XI: La Canción del Desesperado.

Esa era una tarde naranja. El sol se ponía ya, rozando con el horizonte, cuando él apareció por esos lugares. La tierra se estremeció por dentro con su llegada, asustada del futuro por vez primera. Y entre las sombras, él llegó.

Recordaba una bruma rodeándole, era algo extraño. Estaba en la calle, y cuando finalmente pudo volver a ver bien, distinguió delante de él, a pocos metros, a dos chicos. Uno estaba en el piso, y se veía débil. El otro parecía preocupado, y estaba al lado del primero, al parecer tratando de ayudarle. Al cabo de un rato, el que poseía cabello violeta se logró poner de pie. Los dos muchachos recogieron unas bolsas y se marcharon, sin notar la mirada fija sobre ellos, que les daba el recién llegado. Él era. Ese era el maldito culpable de que estubiera prisionero por tanto tiempo. Él fue su carcelero, el bastardo que lo privó de hacer su voluntad por cinco años.

Pero se vengaría, lo juraba.

"Ya verás, Ren. Me vengaré de ti, "Jefe"."

El chico trepó a un árbol. En ellos se sentía más en su elemento, a gusto. Tenía unos tres días para hacer lo que quisiera, antes de que apareciera su futuro aliado. Tres o dos. Se lo decía su instinto, el cual pocas veces le había fallado. Tenía algo así como una habilidad para predecir algunas cosas del futuro.

Y no desperediciaría ese tiempo: Sabía que cada segundo sería precioso.

Esos días los pasó con una banda de cinco hombres que conoció. Eran personas muy interesantes, en especial el líder: Un joven de mirada y cabello oscuro, piel blanca como el papel, y una mente retorcida y sádica. Logró ganarse al resto principalmente gracias a ese joven, el cual pareció reconocer algo en su naturaleza que los asemejaba. Cuando se separó de ellos, le regaló al líder su cuchillo, y éste le dijo que cuando les necesitara, no dudara en buscarles.

Cuando decidió que era hora de aparecer en escena, los abandonó. Era una noche brumosa, en la cual su presencia se perdía con facilidad.

La niebla le envolvía, y fue entonces cuando en su mente se le cruzó una idea: Ir a ver qué hacía su próxima "víctima" en ese momento. Sonrió. Le gustaba ser libre. Cuando estaba fuera del departamento del peliviolacio observando al Tao, las primeras hebras de su futuro plan empezaron a tomar una forma más definida. Sin duda esa visita había sido productiva.

"Denai. Despierta, maldito debilucho!."

Una densa oscuridad le envolvía. Al mismo tiempo, sentía que lo movían con brusquedad, haciendo que todo le diera vueltas. De a poco se fue normalizando, pese a lo agotado que se encontraba, y recuperó la conciencia. No tenía suficiente energía para levantarse, y sentía que en cualquier momento volvería a desmayarse. Juntando un poco de fuerza logró abrir los ojos, aunque sólo después de un rato consiguió enfocar bien.

Se sorprendió al ver ante si a cierto chico pelilargo, que estaba zamarreándolo sin mucha delicadeza, y con una expresión fiera y cargada de enojo en el rostro.

"Ha... o..."

"Me puedes explicar qué demonios te ocurrió, eh? Que no notaste que el que te pidiera que buscaras a Anna no fue ninguna broma como para que te quedaras aquí durmiendo?"

"Mierda, Hao!" -Denai se recuperaba, pese que ahora le dolía la cabeza producto de los gritos del Asakura- "Crees que yo quise quedarme aquí? No te das cuenta, imbécil, que estaba inconciente, y no me puedo ni mover?. Durmiendo... Pst, ojalá fuera así..." -Agruegó en un susurro.

La expresión molesta de Hao no desapareció. Se quedó un rato mirando al chico a los ojos, arrodillado frente a él. Luego lanzó un suspiro, y antes de que su compañero reaccionara, lo tomo entre sus brazos y empezó a andar, ante la sorpresa de éste.

"Qué crees que haces?" - Logró murmurar.

"Pues que crees? No puedes moverte, asi que te llevaré a casa para que descanses. Después de todo, no te puedo dejar aquí abandonado, o no funcionará el plan. Luego, yo mismo buscaré a la tonta novia de mi hermano."

Denai no replicó: Estaba demasiado cansado para hacerlo. Aún podía sentir aquel extraño hormigueo por la piel que tubo en el instante en que llegó a la ciudad. Cerró los ojos, tratando de olvidarlo, y dejándose llevar por Hao. Luego de un rato, una duda nació en su mente.

"Cómo te fue con Horo?"

Sin quererlo, su voz sonó más débil, somnolienta e infantil de lo que quiso. Entreabrió los ojos, para ver la reacción de Hao ante su pregunta. Podía sonar impertinente, pero la verdad era que los dos debían mantenerse informados.

"Casi cometo un error irreparable." -Dijo mirándole de reojo- "Pero logré contenerme justo en el instante preciso. Aunque no tube muchos logros en el tema de recuperar la confianza del chico, por lo menos ahora ya sabe lo que le pasó a Ren."

El chico de apariencia extranjera hizo una mueca al oír ese nombre. Fue muy disimulada, pero el moreno la notó al instante, y al parecer fue algo que le causó un poco de gracia, pese a que aún mantenía su semblante grave.

"Debes estar frustrado."

El joven Asakura asintió, para luego continuar caminando con el liviano chico entre sus brazos. De a poco, Denai sintió como los párpados se le volvían a cerrar y se quedaba dormido. Esta vez, no soñó.

En otro lugar de esa ciudad, apoyado en una de las paredes de su casa, se encontraba un joven, el cual estaba en shock. Su cabeza se apoyaba en sus antebrazos, los cuales estaban estirados hacia delante, y a su vez, afirmados en sus rodillas. La puerta de entrada a su departamento estaba abierta, aunque parecía que él no lo notaba.

Todo eso tenía que ser una mentira, una broma cruel de Hao Asakura. Sí, eso era. Ren debía estar en... Bueno, tal vez sólo estaba dando un paseo, y en cualquier momento regresaría. Entonces se abrazarían. El chinito le diría que se alegraba de su regreso, dormirían abrazados y desnudos, piel contra piel... Y al día siguiente, irían a la escuela. Todo seguría siendo tan bueno como siempre.

"Ren..." -Se escuchó un gemido lastimero, que parecía el de un niño pequeño.

Era su culpa. Él lo había dejado solo, desprotegido. Él había prometido no abandonarle nunca, amarle por siempre. Su culpa. Él era el culpable... De todo. Su culpa. Nunca se lo perdonaría.

Sus manos se posaron sobre su rostro, en un intento vano de no ver, de cegarse ante esa realidad. Era una broma de Hao, se repetía en la mente. El pelilargo siempre detestó a Ren. Esa era la razón. Sí, sí, nada ocurría, todo iba bien!.

Unos pasos apresurados se oyeron por el pasillo casi desierto, sin embargo, el chico en su departamento no los tomó en cuenta. La cabeza le daba vueltas, y se sentía caer en un abismo profundo.

"Horo-Horo!."

No escuchaba nada. Esa no era la voz del chino, asi que no le interesaba quién más lo buscaba. Su mente deambulaba por todos esos momentos en que hizo, o vio, a Ren sufrir. Esos momentos que ahora le torturaban, y algunos parecían amplificarse de una manera absurda en su cabeza, dándole más importancia del valor real que tuvieron.

"Es mi culpa... Yo... Ren..."

Las dos chicas que acababan de llegar se miraron, preocupadas. El ainu sólo balbuceaba palabras sueltas. Ellas no alcanzaban a ver sus ojos, producto de lo inclinada que estaba su cabeza. Pillika estaba al borde de la histeria al ver a su único amor así.

"Horo-Horo, reacciona!"

"Yo... solo... nunca... cinco años..."

en ese momento el peliazul rompió a llorar, aún sin poder ver a su prima y a la pelirosa frente a él. Las manos se apartaron de su rostro, y cayeron con violencia al piso, mientras su cabeza se inclinaba aún más hacia delante. Entre sollozos, las lágrimas brillantes rodaban por su rostro.

Conmovida, la chica peliazul se arrodilló a su lado y le abrazó, mientras que pequeños espejos húmedos y silenciosos caían de sus ojos también. A unos pasos de ellos, y de pie, la joven de ojos casi rosa miraba triste la escena. Nunca había visto al primo de Pillika en ese estado.

"Horo-Horo." -Dijo la chica que estaba de pie, hablando con ternura, como a un niño pequeño-. "Ya... Ya te enteraste?"

"Ren!" -soltó una especie de aullido, sin escuchar nada- "Perdóname, Ren."

Paf.

La pelirosa abrió mucho sus ojos, sorprendida, y llevó sus manos a su rostro. La expresión de Pillika no se veía; tenía el rostro inclinado hacia abajo, y sólo se podían apreciar los zurcos de las lágrimas en su clara piel.

"Reacciona!."

Las lágrimas dejaron de caer por el rostro del único varón presente. Su rostro estaba en blanco, y su boca ligeramente abierta por la sorpresa. Su cara estaba girada hacia la izquierda. Lentamente, miró a su primita, mientras su mejilla enrojecía.

La prima del chico ya no tenía sus brazos en torno al peliazul, sino que ahora sus manos se apoyaban en sus propias rodillas, mientras las miraba fijamente. Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono bastante calmo para la situación.

"Ren tuvo un accidente, Horo, y está en el hospital."

En ese instante, sobre una de las manos empuñadas de la chica, cayó una oscura lágrima. Pillika se mantenía seria, sin alzar la mirada. Los ojos de Horo-Horo, que antes parecían perdidos, de a poco recuperaron la razón.

"Pillika..."

"Si quieres" -Habló tímidamente la pelirosa- "te podemos llevar a verlo. El taxi nos espera abajo."

El ainu asintió, muy serio, mirando a la chica que acababa de hablar. Luego, sus ojos se posaron en la pequeña a su derecha. La chica golpeaba fuerte: había dejado su mejilla roja en menos de un minuto.

Lentamente se paró, como si estubiera cansadísimo, y se dirigió a la puerta. En el umbral se detubo, girando sólo su rostro para mirarlas y ver a la pelirosa estática, mirando con sorpresa y tristeza a su amiga, y esa aún arrodillada y llorando.

"Vamos. Necesito verlo."


En cuanto estubieron detenidos fuera del hospital, Horo se bajó del auto, sin importarle nada más. Las chicas se quedaron un rato más sobre el vehículo, para pagarle al taxista.

Rápidamente averiguó cuál era el cuarto de Ren. Sintiendo su corazón desbocado, corrió por los pasillos, hasta llegar a la puerta indicada. Se detuvo un momento afuera, recuperando el aliento, y mirando fijamente la entrada al cuarto del chino. Sabía que, luego de cruzar, tendría que enfrentarse a esa realidad que aún se negaba a aceptar.

Se enderezó, ya que había permanecido ese tiempo con sus manos apoyadas en las rodillas y, aún dudoso, acercó su mano a la perilla de la puerta. Su rostro se puso serio, pero luego de un momento de indecisión, entró a la habitación.

El cuarto estaba oscuro y silencioso. Su caminar lento se escuchaba muy fuerte en ese lugar. Cerró la puerta tras de si, sin siquiera mirarla. Allí, en la mitad del cuarto, estaba la alta cama, en la cual reposaba, como sin vida, el cuerpo del chico que desde hace ya cinco años vivía con él... Y significaba todo en su vida.

"Ren..."

pronto estuvo al lado de la cama. Horo quería pensar que sólo estaba dormido, y que en cualquier momento despertaría. Sólo que los rasguños, magullones, y agujas conectadas a su novio, le decían otra cosa bastante distinta.

Su mano se posó sobre la frente blanca, y tiernamente, la acarició. Una lágrima rodó desde su ojo izquierdo. Sólo una, pero sus ojos dejaban ver que un sinnúmero de hermanas querían seguirle.

"Horo-Horo?" -Cuestionó una voz asustada y adormilada.

Por el otro lado de la cama, una figura se alzó, haciendo que el ainu de inmediato se pusiera a la defensiva. Aunque esa voz se le hacía conocida... y aquella forma...

"Yoh." -Dijo con seguridad, de una forma fría, y sintiendo un sabor amargo al decir cada letra- "Qué haces aquí?."


Volvió a caer. Supuso que en otro momento se le revelaría qué había ocurrido después de eso, pero que ahora vería otras cosas.

Era una tarde soleada. Sus padres se habían ido con Jun de viaje, pero a él lo habían dejado en la mansión. Debía tener cerca de ocho años. Corría por el cuarto, procurando no hacer mucho ruido. Estaban jugando a las escondidas con Horo, que le había ido a visitar. El ainu estaba oculto, y Ren lo buscaba. Cuando miraba en el armario, el chico peliazul salió de bajo la cama y corrió a "librarse". En el camino, el chino se le unió en la carrera, pero el pequeño de ojos negros logró ganarle. Los dos se tiraron al piso, cansados, y riendo alegremente. De pronto, el chico que era más alto se sentó, y se quedó mirando al peliviolacio por un rato.

"Ren... Eres feliz?"

"Eh?"

"Que si eres feliz viviendo aquí."

"Pues... Tengo a mi hermana, y te tengo a ti. Creo que sí lo soy."

Se formó un silencio, que no fue nada incómodo.

"A pesar de cómo te tratan tu padre y tu madre?"

"Yo..."

No pudo responder al instante. Empezó a recordar cada uno de esos desagradables momentos con su padre. Cada golpe, cada día sin comer... cada azote. Era feliz? La ausencia de su madre, y la cada vez mayor distancia de su hermana, hacían que el permanecer en esa mansión no fuera precisamente agradable.

"No lo sé. Creo... que no soy del todo feliz. Pero esta es la vida que me tocó, y este el lugar al que pertenezco, verdad?."

"Nosotros podemos cambiar eso!" -dijo notoriamente emocionado el peliazul- "Porqué no vienes conmigo? Yo vivo en una linda ciudad de Japón, y tengo muchos amigos. Puedes escapar de esta vida!."

"Pero... Y Jun?"

"Bueno... Creo que ella realmente pertenece a este lugar, y la hacen sufrir menos que a ti, no es así?. Ella se alegrará de que tu estés en otro lugar en el cual seas feliz."

El peliviolacio dudó un minuto, pero luego recobró la "cordura".

"No digas tonterías, Horo-Horo. Yo no puedo irme. Tengo que cumplir con mi obligación como heredero."

"Tu obligación? Vamos, Ren, no digas tonterías tu! Que no ves que los Tao son unos corruptos que sólo te manipulan?"

Se habían empezado a enfadar, y ahora los dos estaban de pie, casi gritando, con sus rostros muy cercanos, mirándose desafiantes.

"No permitiré que hables así de mi familia."

"Pero sabes que es la verdad!."

"Vete!" -Dijo algo desesperado, queriendo cortar la conversación.

El ainu se dio vuelta, y sin decir más, con una expresión muy molesta en el rostro, saltó por la ventana, como solía hacer, sin mirar ni por una fracción de segundo hacia atrás, como también era costumbre que hiciera.

Irse con Horo-Horo? No sonaba tan mal... Pero, y Jun? No quería dejar de verla. Si se llegaba a marchar, aún no había llegado el momento preciso de hacerlo.

Suspiró. Era la primera vez que peleaba con el peliazul en serio. Y no sabía si él regresaría. Ren no tenía idea de dónde vivía él, asi que sólo podía rogar para que a su amigo se le pasara el enfado y volviera otro día a jugar, como si nada hubiese pasado. El Tao era muy orgulloso como para pedir perdón. Y lo mismo ocurría con el ojinegro.


A uno de los cuartos de la enorme mansión de los Tao, regresaba un chico. Venía cansado, producto de toda la tensión que supuso ayudar a la señorita Jun a regresar a su habitación. Se dirigió a la cama, y se acostó boca arriba en ella. Con lentitud, se desnudó y se metió entre las sábanas. Era una cama dura y fría, al igual que la alcoba, pero ya estaba acostumbrado. Sacó sus brazos de entre las cobijas, y puso uno sobre su frente, mientras un suspiro escapaba de sus labios. Sus bellos ojos se quedaron fijos en el techo, ya que empezó a recordar los momentos cruciales en su vida... y se detubo en uno de ellos.

Aquel en el que, si hubiese actuado diferente, podría haber cambiado todo. Si él hubiese hablado... Tal vez Ren viviría en la mansión ahora.

"Ren..." -Suspiró, sabiendo que nadie le escuchaba. Su compañero de cuarto hace rato debía estar profundamente dormido.

En ese entonces estaba empezando a obsesionarse con el chico de cabello violeta. Tampoco era que lo vigilara a cada momento, porque simplemente era imposible hacer algo así, después de todo, pese a ser un criado personal, lo que le daba algo más de status que los otros, continuaba siendo un simple empleado.

Tenía cuantos, unos nueve años? Y aún recordaba ese momento como si fuera ayer. Era como si su corazón no se diera cuenta de que ya habían pasado seis años desde entonces... y cinco, desde que Ren, bueno... Se "marchara".

Él estaba en el cuarto de su amo. No debía estar allí, ya que nadie le había mandado. A esa hora, se suponía que tenía que estar en su cuarto, y no salir por motivo alguno. Si alguien lo encontraba allí, se vería en serios problemas. Pero por alguna razón, que en ese entonces aún desconocía, necesitaba estar en el cuarto de Ren... Respirar el aire que el ojidorado respiraba.

Pero de pronto todo cambió. Se suponía que el chino dormía apaciblemente luego de un día completo de arduo entrenamiento, sin embargo, en ese instante, el chico estaba despertando. Con la sangre helada, el intruso no atinó a hacer otra cosa más que meterse en el ropero. Aunque claro, no fue tan tonto como para encerrarse allí, asi que dejó la puerta ligeramente abierta, para así también poder espiar a su amo.

Desde su escondite, aún muy asustado, pudo ver cómo Ren se levantaba lentamente de la cama. Sólo llevaba un pantalón como pijamma, ya que era verano y hacía bastante calor. Al verlo, el chico se sonrojó rápidamente. El peliviolacio caminó hacia la ventana. Debido a su ubicación, y que no se atrevía a abrir más la puerta del armario, ya que lo podía descubrir su amo, el criado sólo veía al chino de lado, pero ni si quiera lo veía completo: Podía ver su cuerpo, y la mitad de la cabeza, sin ver su rostro. Luego, veía sólo hacia atrás. Al parecer, el ojidorado conversaba con alguien lo más despacio posible. Sólo alcanzaba a oír lo que el chino decía, pero los silencios le indicaban que allí debía hablar la otra persona.

"Hola. Qué haces aquí?"

"Eh? Pues... Gracias. Cómo supiste que hoy es mi cumpleaños? Nadie lo sabe además de mis padres, y bueno, ellos no hacen nada en esta fecha."

"No quiero discutir hoy, sabes? Ya te he dicho muchas veces que no me puedo ir..."

"No tengo miedo, sabes que no puedo dejar a Jun, simplemente, no puedo!."

"De verdad? Bien, entonces nos vemos mañana!. Adiós!."

El chico quedó sorprendido. Con quién hablaba Ren? En ese momento apareció un sentimiento extraño en su interior, que tiempo después reconoció como celos. Vio como el peliviolacio se sentaba en su cama, lanzando un suspiro. Un sonrojo volvió a aparecer en el rostro del criado al ver a su amo sonreir. El extraño sentimiento creció en su interior. Su amo... Ren sonreía luego de ver a aquella misteriosa persona... Y nunca le había dado una sonrisa como esa a él. Una tan sincera, tan pura, inocente... Tan hermosa.

Luego de un rato, Ren se acostó y se quedó dormido. Parecía un ángel cuando lo hacía. Entonces, luego de un rato, el chico pudo salir de su escondite, y se dirigió con paso rápido y silencioso a su cuarto. Tubo la suerte de no encontrarse con ningún guardia en el camino.

En su cama, el chico apretó los ojos y las manos. Las lágrimas caían sin que nada las detubiera. Pequeños gemidos, producto del mismo llanto, escapaban de su boca. Y todo por recordar a Ren. Sólo pensar en él lo volvía tan vulnerable... Porqué no podía olvidarlo después de tanto tiempo?

"Estás llorando otra vez?" -Le preguntó una voz cansada.

El chico abrió de golpe sus ojos, y se giró, para ver a su compañero de cuarto, sorprendido.

"Sa... Saburo. No sabía que estabas despierto. Acaso te desperté yo?"

"No evadas mi pregunta, amigo." -dijo mientras se sentaba en la cama-. "Aún sigues llorando por él, no es así?."

"Yo... Sí. Aún no lo olvido, y no entiendo porqué, Saburo. Yo..."

Su amigo tenía una sonrisa comprensiva en el rostro. Saburo poseía un cabello rosa clarísimo, y muy largo. Tenía un peinado extraño, era como si tubiera dos orejas como las de un gato hechas de cabello, y luego éste caía desordenado. Su piel era morena, lo que causaba un contraste muy exótico y bello. Por otro lado, sus ojos eran de un color chocolate, y en ellos se podía ver la bondad, y a la vez, mucha energía y alegría, lo que era extraño, ya que se trataba de un chico que desde la infancia era tratado peor que a un perro callejero.

"Eso es porque estabas enamorado del amo Ren. Y creo que aún lo estás. Pero no llores más, debes tratar de olvidarlo."

El chico que antes lloraba asintió, y se secó las lágrimas, mientras se giraba y le daba la espalda al otro.

"Buenas noches, Saburo."

"Que descanses. Mañana será un largo día, Lyserg."


Todo se le hacía confuso. Miró a todos los presentes, tratando de encontrar respuestas, mas no obtubo ninguna. De pronto, sintió un fuerte dolor en su cabeza, y ante el sufrimiento, se llevo sus manitos hacia ella.

"Ren!."

"Amo Ren!."

Ceró sus ojos ante el insoportable dolor, pero pese a este, pudo sentir como los brazos de Jun lo rodeaban, atrayéndolo hacia ella.

"Apártate, muchacho."

"Sí, honorable amo." -oyó decir con timidez a su criado.

De a poco, el dolor fue disminuyendo. Cuando volvió a abrir sus ojos, se encontró entre los brazos de su hermana, la cual se había sentado en su cama para poder abrazarle. Parado al lado de la cama estaba En, y un par de metro tras de él, su criado. Aún en la puerta, que ahora estaba cerrada, estaba la hermosa Ran Tao.

Pero su mirada se centró en su progenitor. Él estaba furioso. Puso su mano en el hombro de Jun, y al instante, la chica se levantó de la cama, dirigiéndose a donde estaba su pequeño criado.

Con un movimiento brusco, En lo levantó por la polera, separándole de su cama. Lo miró a los ojos, buscando algo que Ren no entendía que era. En los ojos del padre del chico, había dolor, sin embargo, el pequeño no conseguía verlo: Sólo veía rabia.

No supo cómo ni cuando ocurrió, pero de pronto, sintió un calor en su vientre, y como todo le daba vueltas.

"Ren!" -Se escuchó un grito, que pronto fue apagado por una mano.

El pequeño apartó su mirada cansada de los ojos naranja en los que antes se perdiera, y buscó con ella a la chica de pelo verde. De pronto, le costaba mucho enfocar las cosas, y se sentía muy mareado, como si todo estubiera en un torbellino de colores y formas.

La joven de hermosos ojos tenía una mirada aterrada, y las lágrimas rodaban por su delicado rostro. Su boca tembabla, pero luego sus manos la cubriron.

"No llores... Jun..."

Le costaba hablar. Le era difícil respirar. Su mirada volvió a la de su padre, pero éste lo evitó, dirigiendo la suya a otro punto: El abdomen del pequeño. Sintió un dolor punzante allí mismo.

Su mirada bajó, recorriendo su propio cuerpo, hasta que llegó al foco de su dolor... Sangre. Sus ropas se manchaban de sangre carmesí, que salía desde su vientre. Con horror, sintiéndose otra vez como un niño indefenso, buscó respuestas en su padre, sin obtener nada. Entonces miró la mano izquierda del mayor de los Tao.

Y ahí estaba la razón.

Un chuchillo no muy largo, pero afiladísimo, exibía orgulloso lo obtenido en su actuar: Su trofeo era lasangre pura que lo envolvía, y que empezaba a manchar el piso. Ren vio todo eso, pero no notó cómo temblaba la mano de En.

"Tu... Porqué lo hizo? orqué me mató?" -Preguntó casi sin aliento.

Pero no obtuvo respuesta inmediata. El hombre lo tomó entre sus brazos, y lo acostó en la cama. Aún sentía la sangre tibia correr por su piel, manchando su ropa, sin dejar de salir de su interior. Todo lo hizo con delicadeza, sin querer hacerle más daño a su hijo, en una perfecta ironía.

"Prefiero... Prefiero no tener hijo a uno como tu. Prefiero ser yo mismo quien le quite la vida, a verlo corrompido por sus debilidades. Ren... Tu... No mereces ser un Tao. Me has decepcionado. Por eso, morirás. Al menos, tu muerte es digna."

El hombre apretó el cuchillo, haciendo que sus nudillos palidecieran, hasta parecerse al color de un muerto. Oía muy lejanos los sollozos de Jun.

"No llores... Hermanita..."

Cerró los ojos, pero a los poco segundos los volvió a abrir, al sentir un extraño contacto. A su lado, estaba Ran, con su mirada vacía. La mujer le estaba quitando la ropa. Su padre ya no estaba en el lugar. Al rato estaba desnudo. Cerró los ojos, cansado. Luego de eso, todo se volvió negro. Había vuelto a perder el conocimento.

Cuando despertó, vio a su lado a un gran número de personas extrañas. Hablaban a murmullos, asi que Ren no entendía qué decían. Aún estaba desnudo y en su cuarto. En un rincón, vio a Jun sentada. Su mirada estaba perdida, y abrazaba sus rodillas mientras aún lloraba. A su lado, su criado tenía la mirada gacha, sin que se pudiera ver su expresión. Lo único que se notaba eran los puños fuertemente cerradas, y dos ríos de lágrimas descendiendo desde sus verdes ojos. No había rastro de sus padres.

Al parecer, le habían conectado suero o algo así por un rato, porque ya no se sentía tan débil. Los hombres aún no notaban que estaba despierto, tan concentrados estaban en su conversación. La ventana estaba abierta, y la fresca brisa nocturna entraba por allí.

"Hay que llevárnoslo pronto... No podemos dejarlo aquí ni que vea a nadie más." -consiguió oir a uno de esos hombres decir.

"Dónde me llevan? Quiénes son? Sálvame, Horo, quiero irme contigo! Ya estoy seguro. Me marcharé contigo... Por favor, ven por mí, y no me dejes sólo. No quiero estar más aquí!" - Pensó, angustiado.

"Ren..."

Giró su rostro hacia la izquierda, que era de donde provenía la voz. Y allí, a su lado, estaba el muchacho al que evocaba segundos atrás en su mente. Tenía una mirada tristísima, y estaba muy serio.

"No puedes seguir aquí. Por favor, ven conmigo. Vámonos juntos a la ciudad. Y así, nunca volverá a pasar esto."

"No... No dejes que me lleven... Llévame... Contigo... Quiero irme...contigo, Horo-Horo..."

Cerró sus ojos.Al parecer, nadie había notado al peliazul, ya que hablaban a susurros, y cada uno estaba sumergido en sus propios asuntos y pensamientos. Al instante, sintió cómo unos brazos fuertes le sujetaban, causándole un poco de dolor, pero no dijo nada. Su amigo lo alzó, y corrió hasta la ventana.

En ese momento, sintió cómo caían, causándole eso mucho vértigo. El viento le daba en la cabeza y revolvía su cabello. Se aferró más a Horo, y recién ahí notó el parche en su abdomen, que detenía la sangre.

"Ren! Reen!"

Los gritos de su hermana y los otras personas se oían cada vez más lejanos. Tenía sueño. A penas, logró abrir los ojos. Y lo que vio, fue el hermoso rostro infantil del peliazul, con el cabello desordenado por el viento en contra.

"Nunca nadie más te hará daño. Te lo juro, Ren. Yo te voya cuidar."

El chinito asintió, con las pocas energías que tenía. Y lentamente, sus ojos se volvieron a cerrar.

Quedó congelado. Lentamente, regresó al lugar pacífico. Cayó de rodillas, y en su rostro se podía ver que aún no asimilaba las cosas.

Ahora sentía que ningún recuerdo lo volvería a tomar por un largo rato. Entonces, las lágrimas cayeron por su rostro. Quién demonios era Horo-Horo?.