Hola! Mil perdones por la demora, ahora sí no tengo excusa, y tampoco pretendo darla… supongo que si están aquí es porque quieren leer la historia, no saber las razones de mi atraso. De todas formas, sería horrible si no mencionara los reviews que me impulsaron a continuar con este fic.

Fumiki –doblemente, por los dos reviews-, junlin –que por cierto, intenté comunicarme contigo, pero no pude por algo del mail, así que por favor escríbeme tu-, Galy, Miki, Ame, Karenu, Yumi, Diego, Niacriza, Helsyng y Mai.

A todos ustedes, mil gracias, la verdad estaba bastante nerviosa sobre cómo tomarían el rape.

HoroxRen, AU. Shaman King pertenece a Hiroyuki Takei, gracias, gracias. Todo lo demás, es propiedad mía, Muajaja…

Y sin más, no detengo su lectura de…

Superior a Mí.

Capítulo XIII: Eco en Nuestros oídos esta Noche.

Veinte días. Eternos, malditos, inaguantables. Dos veces diez, cuatro veces cinco. Las luces de la ciudad se prendían, se apagaban, y volvían a encenderse una y otra vez. La gente con su rutina incesante, como si estuvieran en un gran hormiguero. La luna iba y venía, con su faz calma e indiferente.

Dos veces diez, cuatro veces cinco: Veinte días.

Blanco, una palidez enfermiza en todos lados, incluso en su rostro. Una "nada" arrogante, que lo ahogaba, un tiempo eterno que se estiraba más y más.

Una boca cerrada, unos ojos secos, que no derramaron lágrima alguna.

"Nunca te dejaré, hasta que tu así lo quieras. Y ni entonces, te abandonaré del todo"

Y el tic-tac del reloj.

El médico intrigado, no comprendía qué pasaba: Nada estaba físicamente mal. Los órganos funcionaban, no había riesgo de muerte… Pero no existía certeza de que despertara. Todo dependía de su propia lucha, de su deseo de vivir.

Frente a sus ojos negros, entraban y salían médicos y enfermeras, todos trabajando, sin hacer diferencia para él.

"No ayudaría si le hablaran? Tal vez, logren hacer que los escuche, que recuerde las razones por las cuales volver; por las que está así. Él les puede oír, tal vez. Porqué no lo intentan?"

Dos veces diez, cuatro veces cinco: Veinte días sin cambio.

Y el tic-tac del reloj en la pared.


Pasos, pasos resonando en el lugar. Un sonido metálico: La puerta se abría. Su cuerpo destrozado, a duras penas, lograba notar lo que ocurría fuera de su mente. Silencio aplastante, que fue quebrado por una conversación que no llegó a entender. Pero ésta se detuvo repentinamente.

"Mierda." –Se escuchó en todo el galpón.

Pasos que se le acercaban. Dedos largos y fríos como tenazas entre sus cabellos, tirándolos, y obligándola a levantar el rostro.

"Esto… No, mierda. No puede ser cierto."

Una voz demasiado familiar, pero con una entonación desconocida. Como si todo tardara siglos, abrió los ojos, y vio frente a sí un rostro conocido, que la dejó estupefacta. Un nombre escapó de sus labios maltratados. Su cabeza fue dejada caer con brusquedad, aturdiéndola. Entonces los dos sujetos empezaron a discutir, y luego, una pelea. Sabía que corrió sangre y en sus oídos aún retumbaba una risa escalofriante. Gritos, terror.

"Ah!"

Despertó de improviso, tal como siempre lo hacía luego de "soñar" aquellos horribles recuerdos. Prendió la lámpara de la mesita de noche, haciendo que el cuarto se iluminara tenuemente. Se cubrió el rostro con las manos, y permaneció así bastante rato. Estremecimientos recorrían su espina dorsal, pero ninguna lágrima salió de aquellos impenetrables y enigmáticos ojos negros.

Sucia, despreciable, culpable.

Se levantó, sin saber bien qué hacía, y fue al baño. Se duchó, restregando con rudeza su piel, tal como acostumbraba hacerlo desde hace veinte días. Veinte miserables días, en los que se tragaba su dolor, olvidándolo todo frente a los demás, pero recordándolo, a la vez, con mayor realidad. Veinte malditos días sola entre multitudes.

La noche empezaba, ya que se había quedado dormida en plena tarde, con tal de no tener que hablar con nadie… Pero había tomado una decisión en aquellos días, y era momento de actuar.

Salió del cuarto ya vestida y con su máscara bien colocada, para dirigirse con paso decidido al comedor.

"Anna"

"Hao"

Se sentó frente al pelilargo, y se sirvió té. Sentía la mirada indescifrable del moreno clavada en su rostro. Debía ser su imaginación, pero parecía casi piadosa. Estaba así desde aquel día. En un principio, se había cuestionado seriamente si el chico no sabría algo, pero pronto desechó el pensamiento, al darse cuenta que era absurdo, imposible.

"Me retiro. Con permiso."

"Podrías aprovechar de avisarle a Yoh que deseo hablar con él?"

"Está bien."

El chico salió. Aspiró profundamente. Ahora, éste era el momento decisivo. No debía dar marcha atrás. Al ver entrar a su novio por la puerta, sintió una sacudida en el estómago, que su corazón se desbocaba, un nudo en la garganta, y un frío en su interior.

El hermano de Hao entró en silencio, y se sentó frente a ella, luego e intentar vagamente sonreírle. Lentamente, ocupó su lugar y entrecruzó las manos a la altura de su boca, sin permitirle a la chica ver los gestos del moreno de una manera clara.

"Pasa algo, Anna?"

Le miró a los ojos, y tragó. Su boca estaba amarga, pero no podía continuar esa farsa. Había tomado una decisión, un camino, y debía seguirlo.

"Yoh… Le pedí a Hao que te llamara porque quiero que nuestra relación acabe aquí y ahora. Me voy de esta casa, de esta ciudad"

Su voz no tembló. Frente a ella, el moreno abrió sus ojos notoriamente, que sus manos cayeran hacia delante, permitiendo ver su boca triste.

"… Qué?"


"Lo que hiciste fue estúpido."

"A qué te refieres?"

"A darle pistas sobre que la muerte de Jeanne no fue un accidente."

"Eso no es asunto tuyo… No influye en nada de nuestro trato."

"Aja, claro… Influye tan poco como que hayan violado a Anna." – Dijo sarcástico.

"No mezcles las cosas, Denai, es muy distinto!"

"No lo es- Que Oyamada se ponga a investigar puede llevarlo a descubrir que su querida primita no murió precisamente por viajar en motocicleta con un desconocido borracho. Y tu sabes que no nos conviene que maneja la verdad. Puede llegar a saber demasiado."

"Y eso qué?"

Silencio.

Hao miró profundamente al extranjero que permanecía parado al lado de la ventana, observando el cielo. Éste, luego de unos minutos, giró su rostro, para encarar con sus ojos felinos al chico de cabellos largos.

"No te hagas el imbécil, Hao, que sé que eres bastante inteligente."

Volvieron a permanecer un tiempo sin hablar, hasta que el hermano de Yoh interrumpió el tenso momento con su voz.

"Aún no entiendo cómo te enteraste de lo que le pasó a Anna."

"No importa cómo me enteré, sino que todo nuestro plan se fue al demonio. Sin Anna, tendremos que pensar otra forma para separar a Ren de Horo."

"pero mientras ese estúpido esté inconsciente, no es mucho lo que podemos hacer… Horo no se separa de él, y no va a tomar en cuenta nada de lo que ocurra fuera de ese hospital."

"Nada?"

"Bueno, tal vez sólo escuche a… Un momento, crees que funcione si…"

"No lo sé."

Ambos jóvenes estuvieron un rato sumergidos en sus pensamientos.

"Iré a dar un paseo. No olvides cerrar con llave, y no salir del cuarto."

"Vale…"

"Y recuerda que debes descansar. No quiero volver a cargarte como se te ha vuelto costumbre sede ya veinte días."

"Hey, eso no es mi culpa."

"Sí, lo sé… Ya me voy."

Con ligereza, el pelilargo salió del cuarto. Al pasar fuera del comedor, sólo escuchó las voces de los otros dos residentes, pero no entendió nada. Sin hacer ruido alguno, salió de la casa. Las calles estaban silenciosas, pero a lo lejos se veían los autos en la gran avenida.

"Hao."

Qué ironía. Por lo perdido que estaba en sus pensamientos, había ido a parar al cementerio, frente a la tumba de Jeanne. Sonrió torcidamente al recordar a la chica y la reciente charla con Denai. No creía realmente que influyera que un perdedor supiera la verdad.

"Tanto tiempo sin vernos, pequeño."

"Cállate."

El pelilargo se giró, y miró a su interlocutor.

"Que no tienes vida, que siempre vienes aquí?"

"Necesito que me digas cómo murió Jeanne."

"Ya te dije que eso lo tienes que averiguar tu. O acaso eres realmente tan inútil como pareces ser?"

"Déjate de tonterías, Hao."

El moreno sonrió cansado. Ahora se venía una larga charla con el pequeño, las estrellas lo decían.

La lucha pronto se iniciaría, le contaban los puntos brillantes del cielo negro, y el cazador tendría que asediar a su presa. Lo difícil era decidir quién ocuparía cada rol.


Denai estaba tirado en la cama de Hao, y la caja, abierta, estaba a su lado. Hace ya dieciséis días que el pelilargo le había enseñado su interior, y él no se cansaba nunca de mirarlo.

Pero entonces, un olor ya no tan extraño apareció en el cuarto, haciéndole temblar su mundo. Sabiendo lo que seguía, cerró los ojos, y empujó la caja con cuidado al piso. Ahora empezaba de nuevo la danza.

"Ren… Ren."

Denai se esforzó. Tenía que ver algo, tenía que saber algo más, entrar más. Oír algo además de las voces que llamaban incansablemente al chino.

Y tan repentinamente como había surgido el perfume, el extranjero cayó en la inconsciencia.

Pero su mente no se quedó en paz. Como viendo a través de un vaso sucio, de unos ojos ajenos, el delgado joven empezó a ver siluetas que se movían en sus sueños. De a poco, se fue clarificando todo, e incluso, podía oír algunas cosas.

Una chica, una chica de tez clara estaba frente a él, y le hablaba con dulzura. Sin embargo, esos ojos estaban muy tristes. Al parecer, la chica decía algo no muy agradable, ya que su corazón, sí, su corazón de hielo, de víbora, de invierno, se encogía y sufría con cada palabra que escuchaba como un mormullo constante, sin comprender lo que decía.

Mientras la bella joven aún hablaba, fue regresando a la realidad. Había sido como si de improviso prendieran una radio, y luego, la fueran apagando gradualmente. Recuperando la consciencia, abrió sus ojos felinos lentamente. Éstos estaban opacos, cansados.

Su estómago empezó a retorcerse, y las náuseas se adueñaron de él; sin embargo, cerró bien la boca, y se obligó él mismo a aguantar.

"Ren… No veo el momento de acabar contigo, 'hermano'. Ya no aguanto más esto."

Una puntada en su vientre lo hizo perder el aliento. Era un dolor insoportable. Un gemido huyó de sus labios. Le ardía, era como si le atravesara un acero caliente. Sus manos se enredaron en su ropa para tocar su cuerpo. Temblaba. Con dificultad, luego de tocar el lugar afectado, se llevó una mano sudorosa frente a los ojos.

Sangre.

Sangre roja, ardiente, emanaba de sus entrañas. Su cicatriz, aquella que acarreaba desde su nacimiento, se había abierto, y no podía hacer nada. Sentía como parte de su vida escurría por medio de ese líquido desde su interior, para ir a dar a la blanca cama de Hao.

Todo giraba.

"Lo juro: Sufrirás, Tao… Yo… Acabaré contigo, hermano…"

Y nuevamente, el lugar se volvió negro, pero ahora, ninguna imagen lo asaltó. Sus manos frías estaban rojas, manchadas por su sangre. Sus labios fríos se entreabrieron, y sus ojos animales se cerraron.


"Ren… Esta puede ser la última vez que te venga a ver, hermanito. Mi padre me ha comprometido, y debo obedecer. No soportaría que él viniera a buscarte.

"Perdóname por no haber venido a verte nunca antes. Fue difícil encontrar el lugar donde estás, y aunque reconozco que ya hace bastante sabía que estabas aquí, no negaré que mi cobardía no me permitió acercarme.

Pero aquí estoy. Jamás pensé que estarías así, en una cama, con tus ojos cerrados, y sin moverte. Ni si quiera debes saber que estoy aquí. Tal vez, ni me recuerdes.

Quién sabe, puede que sea lo mejor. Nunca más nos volveremos a ver. Te amo, pero no quiero que te ocurra nada. Y ahora, soy yo la que ocupará tu lugar en nuestra maldita familia."

"Ya me tengo que ir, hermanito. Fue una suerte que estuvieras solo en el cuarto, así nadie nunca sabrá que estuve aquí, contigo. Te amo, hermano. Ya me voy."

La chica de cabellos verdes depositó un beso suave, un simple roce en la frente de su hermano, e inmediatamente salió del blanco cuarto.

Y tal como la joven lo supuso, Ren Tao nunca sabría que su hermana lo había visitado.

Él sólo continuaría allí, sin problema físico alguno, hasta que el tiempo decidiera que era tiempo de despertar.


"Amor mío, sabes que mi corazón te pertenece. Pero estuvo ciego y olvidé permanecer a tu lado. No me separaré de ti hasta que tu así lo decidas, y ni entonces te abandonaré del todo."

"Me han dicho que puede que te ayude que te hable, y por eso lo hago. Te acuerdas de aquellos tiempos cuando habíamos recién llegado a la ciudad? Corríamos veloces en las bicicletas nuevas de Yoh y Hao, con el viento azotándonos el rostro. Te veías tan divino, hasta que hiciste un movimiento extraño y terminaste en el suelo llorando.

Te acuerdas de ese día que nos subimos al techo de la casa de Manta, porque queríamos saltar a la piscina? Entonces nos asustamos, y tuvimos que estar allí por horas, hasta que el jardinero, entre risas, subió y nos bajó en sus hombros."

Lejos, muy lejos le llegaba la voz de Horo-Horo. Permanecía en el sitio calmo, escuchando las historias que su novio le contaba, hasta que un torbellino gris lo elevó. La voz del peliazul ya no se oía.

"Quieres regresar?"

"Pero… Puedes enfrentar la verdad?"

"Es una dura lucha, podrás soportar?"

"Sí, quiero volver. Horo-Horo me espera, y merezco esta oportunidad. Necesito saber al verdad, voy a continuar."

Cayó estrepitosamente al suelo, pero estaba ahora en otro lugar: Una habitación de piedra gris, con ocho puertas, todas de distinto material. Sabía que tenía que elegir una, pero antes de hacerlo, siete de ellas se abrieron, apareciendo en cada umbral una de las figuras iguales a él, que también habían estado en el teatro. La puerta que permaneció cerrada, hecha de oro, estaba cercada por sus copias.

Estuvo petrificado por un tiempo indefinido. Tenía que salir. Entonces, pasó algo extraño. Su cuerpo se convirtió, o se sintió así, en un agujero negro. Como si un viento mágico las elevara, las figuras se acercaban a él con una velocidad increíble. Y se introdujeron en él. Fuertes ráfagas lo azotaban mientras eso ocurría.

Con un jadeo, todo acabó pronto. Se tambaleó, producto de la nueva sensación de tener otros "Seres" en su interior, pero por primera vez en mucho, se sentía realmente completo.

Respiró profundamente, y se dirigió a la puerta dorada que, orgullosa, lo esperaba. De un solo empujón la abrió.

Una luz verdosa lo cegó, y cuando recuperó la visión, notó que estaba en un lugar luminoso, extrañamente familiar. Entonces, recordó que ya lo había visto antes, durante un sueño. Aquél en que caía, y una Mano blanca lo salvaba. Alzó la vista, y allí, adelante, a duras penas, consiguió ver la alta silueta que le daba la espalda.

Intento sin esperanza caminar hacia ella, pero para su sorpresa, lo logró sin mayor dificultad.

Su corazón latía con prisa mientras sus pies avanzaban sin hacer el menor ruido. Faltaban unos pocos metros, y aquella persona no lo había llamado ni una sola vez. Entonces varias cosas ocurrieron al mismo tiempo, y en sólo una fracción de segundo. La luz dejó de cegarle, y la persona se dio vuelta. Los cabellos verdes se movieron rápidamente, y la mirada más triste que viera en su vida, se posó en él.

Se sumergió en esos ojos penetrantes, perdiéndose.

Cuando logró reaccionar, todo fue muy extraño. Parecía que hubiese despertado de un sueño, pero el cambio fue mucho mayor. Estaba de regreso en la realidad.

El lugar estaba silencioso, excepto por el suave batir de una puerta a su izquierda, indicando que alguien acababa de salir de allí. Todo era blanco, pero no era el mismo hospital, no recordaba nunca haber estado en aquel lugar. Una luz artificial, sucia y amarilla, que soltaba un zumbido constante, alumbraba el cuarto. No había ventanas.

Intentó incorporarse, pero fue en vano. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Estaba atado.

"Qué?"

Desesperado, empezó a luchar por liberarse. Su mente peleaba por decirle algo que él no quería saber. No quería oírla, y la única manera de callarla era gritando.

"Suéltenme! Dónde estoy? Sáquenme de aquí!"

Se estaba haciendo daño al moverse como si sufriese un ataque en la cama. Su cabeza iba de un lado a otro, y las correas de cuero que lo sujetaban se hundían en su carne, haciendo aparecer heridas que sangraban.

En su interior, no comprendía porqué se comportaba así. Era como si no controlara su cuerpo, sus actos externos.

A duras penas, mientras aún gritaba, oyó unos pasos apresurados acercarse, y otra puerta, frente a su cama, se abrió.

"Dios mío… Enfermera, llame a los doctores. Avise pronto que 2043 ha despertado!"

"Sí, señor."

"Suéltenme, déjenme ir!"

El hombre se le acercó lentamente, intentando calmarlo, pero él no lo escuchaba.

"Horo-Horo!" – Aulló.

"No, Ren, por favor cálmate. Enfría tu cabeza. No reconoces dónde estás?"

"Suéltenme!"

Estaba horrorizado: No controlaba su actuar, su voz le sonaba ajena, y parecía no oír nada. Parecía un demente, un lunático.

Un batallón de hombres con delantales blancos entró en tropel, agitados.

Repentinamente, su cuerpo dejó de convulsionarse, y su boca se cerró. Los miró uno a uno, fijamente, amenazante. Aquella escena la había vivido antes, era similar a un recuerdo que no lograba fijar.

"Hijos de putaaa…" – Se escuchó decir a sí mismo en un siseo.

La vista se le empezó a nublar. Sentía como si se hundiera en la cama. Todo le giraba.

"Horo…"

"No, no te vayas, Ren! No puedes rendirte, has luchado demasiado, y has logrado regresar a nosotros. No te vayas de nuevo. Ren!"

Les sonrió con burla. Ya sólo veía figuras deformes, como si estuviese bajo el efecto de alguna droga, pero sabía que no era así. Sintió un pinchazo en su brazo, pero ya era tarde.

"Demasiado tarde" – pensó, con la mente confusa. Ya sus ojos no veían nada del cuarto desconocido.- "Horo…"

Y se volvió hundir, sólo que esta vez, en una oscuridad total.

Tic-Tac; Tic-Tac; Tic-Tac…

A lo lejos, empezó a oír un reloj. No sabía cuánto había pasado. Una voz lejana cantaba, y luego se callaba. Alguien sintonizaba el fútbol.

Tic-Tac; Tic-Tac.

Los sonidos de esos veinte días entraban recién a sus oídos y eran comprendidos por su cerebro, exceptuando ese breve relato de historias de Horo-Horo que ya había oído. Aunque todo pasaba muy rápido, como si fuera una cinta puesta muy deprisa.

Sintió calor en su rostro. Todo era silencio, excepto por…

Tic-Tac; Tic-Tac.

Lentamente, abrió sus ojos dorados. Estaba solo en un cuarto del hospital.

Giró su rostro. Allí, dándole la espalda, acostado en un sofá, dormía Horokeu Usui.

Ren recordaba quién era el peliazul, el accidente, y el regreso de Hao. También el abrazo de Yoh, el enfado de Anna, la muerte del padre de su novio, y la de Jeanne. Recordaba que un día había vivido en un lugar que no era La Ciudad. Recordaba que no podía recordar el tiempo de su infancia, cinco años atrás.

Pero no se acordaba de las imágenes que aparecieron cuando estaba inconsciente. Y tampoco de ese breve despertar en otro cuarto en otro hospital, totalmente blanco, un en el cual estaba atado. Tampoco sabía quién era Jun.

Estaba igual a antes de su accidente.

Tic-Tac; Tic-Tac…

Ren no había aguantado la verdad.


Tomó aire y un sorbo de bebida antes de encaminarse con paso firma al cuarto de Tamao. Pillika no comprendía nada, su cabeza era un verdadero lío, y necesitaba que su amiga le explicase un par de cosas.

"Qué diablos está pasando?"

En su cama, la chica de ojos rojizos leía tranquila, por lo que casi dio un salto cuando su escandalosa compañera de departamento entró como un torbellino celeste y rosa en su habitación, maldiciendo y haciendo mil preguntas al mismo tiempo.

"Pillika!" –La interrumpió- "Si no te calmas y me explicas de a una tus preguntas, dudo que pueda ayudarte."

"Qué te tras con Yoh?"

Oops. Pregunta difícil.

La chica rosa quedó sin palabras, pero la más pequeña ni si quiera le dejó pensar una respuesta adecuada, ya que al instante le empezó a soltar otras.

"Porqué Horo e Yoh casi se sacan los ojos? Hace ya casi veinte días que eso pasó, y siempre que te pregunto, cambias el tema. Y qué le pasa a Anna? Qué paso el día que saliste persiguiendo a Yoh desde el hospital?"

Tamamura dio un suspiro. No podía seguir evadiendo a su amiga.

"Lo besé."

"Que tu qué, Tamao!"

El grito se debió escuchar, por lo menos, a una cuadra a la redonda.


Su cuerpo le había exigido descanso, y él ya no aguantaba más. El doctor le decía que sólo restaba esperar, y no tenía opción. Ya había intentado hablarle, y parecía que no había logrado nada. Así que se dejó vencer por el sueño.

Su mente, agotada, no lo llevó por ningún sueño; simplemente, permaneció en la oscuridad mientras descansaba.

"Horo?"

Una voz temblorosa se oía en la lejanía, como música, rebotando en las paredes de su mente.

"Horo-Horo…"

Se repitió el llamado, haciendo que ahora despertara. Se estiró, aún con los ojos cerrados, en la cama. Entonces reaccionó, reconociendo la voz de quien le despertara.

"Ren!"

Se incorporó rápidamente, con el corazón desbocado, sintiéndose como en un sueño. Sus ojos negros se encontraron con el dorado de su chico. El chino estaba cansado y confundido, su mirada estaba opaca, su tez pálida. Su voz y su cuerpo temblaban.

"Re-Regresaste…"