¡Ya he vueltoooo! No sé si a estas alturas hay alguien todavía que quiera leer mi fic, pero no importa. O, al menos, no me importa a mí para seguir escribiendo. Pasan los días, y la idea de la trama aparece en mi mente cuando viajo a Zaragoza, cuando voy a un centro comercial o cuando veo una peli porno…

Después de todo, las historias se escriben porque forman, o pueden formar parte de la vida. De una vida pasada o futura, en otros países y con otras culturas – que no tienen por qué estar en otro país. Es una forma de enriquecernos a nosotros mismos, y de aportar algo a los demás. Yo no cobro por mis historias, ni quiero – tengo otros medios de subsistencia. Pero si consigo entretener, hacer reír o llorar, me daré por satisfecha.

CAPÍTULO VI

Todos estaban cardíacos. Habían pasado varias horas y no aparecían. No se podía salir de la abadía, y de todas formas nadie las había visto irse. Ian estaba comprobando los registros de todas las cámaras de seguridad, Spencer estaba llamando por teléfono al hotel donde Mariah se había hospedado antes de apalancarse en la abadía para ver si las habían visto, Bryan había pedido permiso a Boris y había salido a buscarlas en medio de una nevada particularmente intensa y Tala estaba en estado de shock. El pelirrojo no hacía nada, estaba sentado en una silla de su cuarto mirando al vacío, sin contestar a nadie. Debería haberla vigilado mejor, era SU responsabilidad cuidar de Katia. Había fracasado y ahora Katia y Mariah estarían heridas, perdidas, o tal vez… quizás muertas.

Se le encogió el corazón al pensar en ello. No se trataba simplemente de un fracaso, ahora otras personas pagarían su error, su despiste. Realmente no merecía tener a Katia, no había sido un buen… bueno, lo que quisiera que hubiera sido para Katia. En esas cavilaciones estaba el capitán cuando de repente se abrió la puerta de su cuarto, y a continuación pasaron unas muy contentas y bien equipadas Mariah y Katia seguidas por un Bryan que había mandado a la mierda todos sus principios de autocontrol. Tala se levantó de un salto y cogió a Katia en sus brazos, abrazándola tan fuerte que parecía que se le iban a salir los ojos. Cuando la dejó en el suelo, se percató de que la ropa que llevaba la niña era nueva. Al igual que la de Mariah. Ambas lucían un nuevo look. Una idea comenzó a formarse en su cerebro, y las bolsas que Bryan cargaba en sus brazos confirmaban sus sospechas. No habían sido secuestradas ni maltratadas- por parte de Mariah no aún- sino que esa COSA pelirrosa se había llevado a la niña de compras, aprovechando para renovar su armario de paso. Su primer instinto fue matarla, pero Katia estaba delante y no quería causarle un trauma. Dejaría ese instinto para después. Lo principal ahora era interrogar a Mariah. La obligó a sentarse en una silla y la enfocó con una lámpara.

¿QUÉ HAS HECHOOOO?

Bueno… He ido de compras con Katia… La pequeña necesitaba ropa…

Nos tenías a todos preocupados. Yo por poco me cojo una neumonía ahí fuera, estábamos todos al borde del ataque de nervios.

Pero Bryan…

Además, ¿Por donde habéis salido? Hemos registrado todas las cámaras de seguridad.

He descubierto una salida secreta que está en un ángulo muerto.- contestó Mariah, sintiéndose feliz y realizada.

¿Dónde?- preguntaron Bryan y Tala.

Si os lo dijera, ya no sería secreta… POOOM!

Mariah está inconsciente en el suelo, con ojos bollo y un chichón del tamaño de una bola de billar, mientras Tala mira a Bryan con reproche, pero también con gratitud – paradojas de la naturaleza humana-.

Cuando recobró la conciencia, Tala había sacado una factura de su bolso – el de Mariah, no el de Tala- y la observaba con incrédulo.

¿Cómo te has podido gastar tanto dinero?

Tranquilo, no pasa nada, si pagué con la tarjeta de Boris. – sonrió feliz Mariah.

¿Le has robado a Boris la tarjeta?- dijeron Bryan y Tala al unísono.

No fue así exactamente… me la encontré en un cajón de su despacho…

Pero ninguno de los dos chicos escuchaba a Mariah. Bryan estaba fuera de los límites de la cordura.

¡Boris te va a matar, y a nosotros también de rebote!

No- contestó Tala muy serio.

¿Cómo?- preguntaron Mariah y Bryan.

Mí plan es éste: nos iremos de la abadía por la puerta que Mariah descubrió.

¿Y luego qué?

Ya surgirá algo.

Por grotesco que parezca, era mil veces preferible enfrentarse al frío clima de Rusia antes que a la ira de Boris. Se pusieron de acuerdo y avisaron a Spencer y a Ian de la fuga. Una vez fuera, se adentraron en las calles de Moscú cada uno con una maleta donde llevaban sus pertenencias personales (menos Mariah que había contratado a una empresa de mudanzas para que llevara todos sus bártulos). De momento no tenían dónde dormir, así que decidieron buscar un hotel.

¿Cuánto dinero tenemos?- el pragmatismo de Ian intentaba resolver las cuestiones materiales.

NADA- respondieron los demás desanimados.

¡Esperad, tengo algo!- Mariah sacó triunfante la tarjeta de crédito de Boris.

¿Pero no la habías devuelto?- le preguntó Spencer.

¿Ah, pero tenía que hacerlo?- sonrió con un brillo de malicia en sus ojos.

Je, te empiezas a parecer a nosotros.- rió Ian.

Vosotros nunca os habríais atrevido a robarle la tarjeta al omnipotente Boris- se burló ella.

Aún con la tarjeta de Boris resulta muy extraño cinco adolescentes y una niña pequeña.- razonó Tala.

Eso déjalo de mi cuenta- dijo Bryan.

Era una noche apacible en el Grand Hotel of Moscow, y el gerente estaba satisfecho con la tranquilidad que reinaba en el hotel habitualmente. Sus distinguidos clientes venían al sitio idóneo para descansar, y el gerente se jactaba de que nada anormal pasaba en su hotel. O hasta ese día. De repente vio entrar por la puerta a un matrimonio con una niña en brazos, seguidos de tres guardaespaldas de negro y con un auricular en la oreja. Lo chocante era que ofrecían un aspecto estrambótico. El pelo de la esposa era de un rosa chillón, que contrastaba de una manera que producía dolor con el cabello de él, rojo como el fuego. Además, no aparentaban más de catorce años, se veía a la legua.

Primero vería si tenían fondos, y si no, los echaba. La pelirrosa dejo a la niña en brazos del chico, y se dirigió al gerente:

Perdone, nos gustaría saber si está disponible la suite presidencial.

Bueno señora, la cuestión es si está a su alcance.

¡Cómo se atreve! ¡Que insubordinación! Jamás pensé que llegarían a tratarme así. Sepa usted que soy una de las principales accionistas de este hotel y podría comprarlo entero si así me apeteciera- el farol de Mariah era muyyyyyyy evidente, pero hay que recordar que el gerente se jugaba su trabajo, así que rectificó en seguida.

Perdone madame, es por seguridad. No queremos que entre cualquier chusma en nuestro hotel, es la mínima deferencia hacia los clientes como usted. Siéntase como en su casa. Ahora mismo les reservaré la suite.

La suite presidencial ocupaba en realidad lo que un piso normal, con tres habitaciones, dos cuartos de baño, un comedor privado de caoba y una gran cocina – aunque los que iban a la suite podían permitirse el permiso de habitaciones.- El colofón era un amplio salón color crema, con unas cortinas de terciopelo piel de melocotón, sofás de cuero color champagne y una gran televisión con cien canales. Nada más entrar les engulló los pies una suave alfombra, blanca, esponjosa y cálida, que hacía las veces de moqueta. La vista era magnífica: se veía todo Moscú, con sus grandes edificios y la Plaza Roja.

El mismo gerente fue guiándoles por las habitaciones.

Aquí esta la amplia cocina, por si desean tomar algo, aunque nuestro restaurante es exquisito. Si observan a la derecha verán el baño azul. Los dos baños de la suite tienen jacuzzi incorporado, que puede ponerse también en modo bañera. Al final del pasillo están el baño amarillo y la habitación conyugal, donde supongo dormirán usted y su esposo. Si lo desea, una doncella del hotel acudirá por la mañana para ayudarla en lo que fuera menester. Así mismo todas las mañanas se procede al reparto del New York Times en el buzón que han visto en el pasillo. Si desea cualquier otro tipo de prensa, señor, no tiene más que solicitarla y cada mañana le será llevaba a la suite. A los lados están las otras dos habitaciones, cómodas, amplias y muy funcionales. El comedor posee un mobiliario del siglo XVI, restaurado por nuestros expertos ebanistas. En torno a esa mesa se sentó el zar Nicolás a comer con su familia.

Los Demolition Boys estaban asombrados, nunca habían visto nada parecido. En cuanto el pedante del gerente se fue, se decidió el reparto de habitaciones. Ian se agenció una rápidamente y Bryan y Spencer se fueron a la otra – nadie quería dormir con Mariah-. Así que le tocó a Tala – que a este paso va a ser mártir- dormir con ella y con Katia. Pasaron la velada viendo la televisión de plasma y jugando a las cartas. A las 2:00 de la madrugada decidieron irse a dormir – Katia se había dormido hacía mucho-. Cada cual se dirigió a su respectivo cuarto. Pero Tala no podía dormir. Había sido un día con mucho estrés, y todas las preocupaciones le vinieron a la mente, desvelándolo. Por su parte, Mariah tampoco podía dormir. Notaba un leve cosquilleo en el estómago, una especie de premonición sobre lo que pasaría a continuación. Por fin Tala se incorporó.

¿Adónde vas?- susurró Mariah, con cuidado de no despertar a Katia, que dormía en una pequeña cama junto a la cama de matrimonio.

No puedo dormir.- contestó lacónicamente Tala.

Si puedo ayudar en algo…

Ya has hecho bastante.- a pesar de haber sido dicho en un susurro, el enfado de Tala era evidente.- Primero te llevas a la niña sin avisar y luego coges la tarjeta de Boris para pagar tus compras, haciendo que tengamos que irnos de la abadía.

No le ha pasado nada a Katia.

No es sólo por Katia. ¿Qué me dices de ti? Moscú es peligrosa para una chica sola. Te podían haber raptado, o violado.

¿Estabas preocupado por mí?- Mariah no se lo podía creer. Un tenue brillo de esperanza comenzó a florecer en su corazón.- ¿Por qué?

…- Tala no respondió. Realmente no sabía el porqué, pero lo cierto es que había algo… algo que pugnaba por salir a la superficie. Volvió al borde de la cama, y acarició suavemente la mejilla de Mariah. Ella cerró los ojos, permitiéndose soñar un instante, imaginando que era correspondida. Tala se acercó dulcemente a ella, y en un imperceptible gesto de amor, posó sus labios sobre los de ella, besándola. La pelirrosa pasó sus manos por su cintura, abrazándolo. Tala comenzó a besar a Mariah en el cuello, suave, dulcemente, escuchando los suspiros y gemidos contenidos que ella intentaba retener en vano. Le miró a los ojos, y le murmuró:

Tala, te amo… quiero que lo sepas. Te he querido desde que intentaste echarme de la abadía, pero no me atrevía a decirlo… por temor a tu respuesta.

Él se quedó en silencio, calibrando la revelación.

Yo no sé si te amo aún. No sé describir lo que sentí al pensar que te podía haber pasado algo, quiero que estés conmigo cada día, despertarme contigo a mi lado, oír tu risa. Quiero abrazarte, y comenzar una nueva vida los tres. Pero no sé si eso es amor.

Es suficiente para mí- sonrió Mariah, dispuesta a la entrega.

Lo atrajo hacia sí, besándolo mientras uno a uno iba soltando los botones de la camisa del pijama. A su vez, Tala comenzó a bajar el camisón lila. Se separaron un segundo para tomar aire, y pudo observar, deleitado, la belleza que Mariah desprendía, y que otorga el amor. Entendió por fin el brillo en los ojos de Bryan cuando veía Spencer, y esa aura que envolvía a Spencer desde que salía con su Koi. Entendió lo difícil que tenía que ser para ambos conservar su relación ajena a los ojos de Boris. Comprendió que se había enamorado de esa atolondrada doncella que tenía ante sus ojos. Sonrió dulcemente, y la atrajo hacia sí, acariciándola mientras terminaba de indagar en la belleza desnuda de Mariah, quien, lejos de mantenerse ociosa, acariciaba la suave piel de su pecho con una mano, mientras la otra bajaba, indómita exploradora, hacia lo oculto por el elástico del pijama. Entre besos y suspiros contenidos, comenzaron a acariciarse por donde podían en un delicioso caos. Cayeron sobre la cama, ella encima, mientras Tala le besaba el cuello despertando deliciosas corrientes en ella. Sus blancas manos acariciaban sus pechos, redondos y tersos, excitantemente llenos. Eso, unido a las ardientes caricias de Mariah, hizo que su miembro despertara. No podía esperar más, así que rodó, quedando él encima, frotando su sexo contra el de Mariah, gimiendo ambos muy bajito. Entonces Tala comprendió que no quería hacer el amor con Mariah en esas condiciones, inhibiéndose por no despertar a Katia. Se levantó ante la sorprendida y aún insatisfecha Mariah para coger a la pequeña en brazos y llevarla al cuarto de Ian.

Tocó suavemente, e Ian no tardó en aparecer, aún despierto. Los observó a los dos, extrañado. Y no era para menos: Tala, con una más que evidente erección de caballo, con Katia en brazos, profundamente dormida (esa niña es como yo, no se despierta ni con una bomba nuclear).

Ten, por favor, cuida a la niña esta noche y te lo agradeceré el resto de mi vida.

Vale, pero, este, Tala…

No digas nada. – y una muda amenazada en los ojos de Tala cortó en secó la típica bromita sarcástica.

Ahhh, el amor- suspiró Ian, sonriendo mientras dejaba a la niña en la cama, a su lado.

Tala volvió rápido al cuarto, donde Mariah lo recibió con los brazos abiertos, ansiosa por continuar. La abrazó, volviendo a ponerse encima, apoyado en un codo mientras retiraba la penúltima barrera, sus braguitas rosas de Bob Esponja. Masajeando esa delicada zona, consiguiendo unos gritos que Mariah sí podía liberar ahora. Separó sus piernas lo justo para que las caricias del pelirrojo se intensificaran, llegando al ansiado botón. Lo acarició, rodeándolo, frotándolo, llevándola al éxtasis. Las mejillas de ambos estaban sonrosadas, ya listos para el siguiente paso.

Mariah dejó escapar un gemido largo y prolongado, mientras veía el paraíso que Tala le brindaba con sus caricias. Cuando regresó de su primer orgasmo, le miró, con las pupilas aún dilatadas. Lo atrajo hacia sí, besándolo, y le susurró tiernamente:

Ya estoy preparada, entra en mí.

Tala le sonrió para que ella no notara su propio nerviosismo, y se colocó entre sus piernas, dispuesto a fundirse en un solo ser. Comenzó a introducirse en ella, lentamente por su propia inexperiencia, hasta que su miembro topó con el himen de Mariah, mientras ella ahogaba unos suspiros de ligero dolor. El pelirrojo estaba atónito. ¡Era virgen! Y no le había dicho nada. Se entregaba a él, el primero que la amaría hasta el límite del infinito.

¿Por qué no me has dicho nada?- preguntó.

Te parecerá estúpido pero me daba vergüenza…- Mariah se sonrojó aún más, viéndose más bella, si cabe.

Entonces el pelirrojo se dispuso a penetrarla, moviéndose con suavidad, deseando que no le doliera demasiado. Pero ella se había relajado, y tras varias caricias intercambiadas, no le costó retomar el ritmo, dejándose guiar como si las olas les arrastraran hacia la playa. Se rompió la barrera, causándole a Mariah sólo una ligera molestia enseguida olvidada. Tala la penetró hasta el fondo, con deseo y pasión, mientras ambos gemían, mirándose a la cara cuando se corrieron, él antes, ella después.

Tala se incorporó, satisfecho y ligeramente somnoliento, para mirarla con dulzura y confesarle su secreto.

También ha sido mi primera vez.

Mariah le miró, agradecida por el inesperado regalo que le ofrecía. Creyéndole, le besó en los labios, como sello al pacto jurado de amarse cada noche.

Mientras, en la habitación de al lado, dos chicos habían escuchado en tensión los gemidos provenientes del otro cuarto. Hacía tres días que no lo hacían, y la necesidad comenzaba a notarse. Últimamente se habían sentido cohibidos, temerosos de que el sexo descubriese algo que temían que fuera verdad. Pero la escena imaginada por ambos los había puesto a mil, y necesitaban descargarse. Siendo fieles a la verdad, Spencer se abalanzó sobre Bryan, con una urgencia algo brusca pero que encantaba al pelilavanda, el cual se dejó hacer, sumiso a los deseos de su pareja. El rubio lo acorraló contra la pared, quitándole la parte superior del pijama (esto ya lo hemos vivido), mordiéndole el cuello, haciendo una pequeña herida que sangró. Chupó su sangre, excitándose aún más, mientras un más que excitado Bryan no podía corresponderle porque estaba inmovilizado. Una mano de Spencer le agarraba las muñecas, mientras la otra lo masturbaba. Recorrió ese miembro que tanto conocía, excitado, y se arrodilló sin soltarle las manos, para besar la punta del sexo. Un ruego salió de los labios del pelilavanda, gimiendo:

Por favor, suéltame, o no hagas eso, o me correré aquí mismo.

Aún no has sufrido bastante. – sonrió Spencer.

¡Spencer, te lo juro, o me sueltas o en cuanto me des la espalda te violaré!

Es una perspectiva muy… sugerente- sus ojos brillaron, lúbricos, al imaginarse la escena. Comenzó a succionar, sin prisas, aumentando la urgencia de Bryan, mientras el tiempo se detenía en la habitación. Sintiendo la suave piel, disfrutando al tiempo que él mismo se empalmaba.

Le soltó, pero el otro no se movió, gimiendo, deseando que se lo follara. La mano de Spencer se dirigió a su erección, acariciándose a sí mismo, se había excitado sólo de chupárselo a Bryan. Comenzó a moverla rápidamente, pero sabiendo de antemano que eso no iba a acabar así. Cuando sintió que Bryan estaba a punto de correrse en su boca, se incorporó, y se sentó en la cama, esperándolo.

Bryan fue, sentándose en sus rodillas, acariciándole el pecho, la nuca, los pezones, mientras sus miembros se frotaban. Le mordió el cuello, en venganza, y le besó las orejas, su punto débil. Spencer lo tumbó y se colocó encima, penetrándolo. Al principio Bryan se sorprendió, era muy grande para que se lo metieran de repente, pero ya estaba acostumbrado. Comenzó a mover las caderas, para encontrar con Spencer el punto que lo haría gritar hasta quedarse ronco. Lo encontraron, y se movieron incansables hasta que llegaron al éxtasis.

Mirándole a los ojos, Bryan le dijo:

-¡Spencer, te quiero!- y se corrió, manchado sus abdómenes.

Spencer sonrió, aunque no se podía descifrar su mirada. Le besó de lleno, con pasión. Se descargó en su interior. Cuando Bryan se durmió en sus brazos, él se quedó largo rato despierto, mirándolo dormir. Lo amaba con cada fibra de su ser. Y por ello iba a ser mucho más difícil dejarle.

El alba llegó, tiñendo de rojo el cielo de Moscú, en un día despejado como pocos. La fachada de un antiguo edificio se iluminó, de manera indecente a su vetusta apariencia. No había que ser un gran observador para darse cuenta de que había pertenecido durante generaciones a una antigua y noble familia. El escudo de armas que adornaba el gran pórtico era español, y un entendido (pero para eso tendría que conocer la gran cantidad

de escudos españoles que existen) habría podido decir que la hidalga familia era vasca, de Bilbao.

A pesar de la temprana hora, había gran agitación en una sala de la casa. Era grande y luminosa, adornada con cuadernos de bitácora y libros encuadernados en cuero y pergamino, con un perenne olor a tabaco. El despacho del difunto señor. En uno de los sillones, una muchacha, de apenas diecisiete años lloraba quedamente, las lágrimas resbalándole de sus marrones ojos mientras recibía la amonestación de su madre, una cuarentona delgada con un rictus inflexible que le afeaba el rostro, sus ojos grises fijos en la hija descarriada:

- ¡Te dije que esperaras! No tenías que haber abandonado a la niña tan pronto.

- ¡No tenía opción, madre! Si mi marido se entera, me repudiará. Fuiste tú quien me casó con dieciséis años con Diego de Romero.

- Su familia tiene vastas extensiones de regadío en el sur, es aún más rico que nosotros, y su linaje más antiguo.

- ¡No le quiero, madre!

Su protesta fue cortada por una bofetada que la mandó al suelo.

¿Y por esa estupidez tuviste que quedarte embarazada, en una época en la que tu marido llevaba seis meses sin verte? Diste a luz a una bastarda, y luego la abandonaste a la entrada de una abadía. Por suerte Diego aún no ha venido a Moscú.

Madre, sabrá que no es suya.

Hace más de un año que no ves a tu marido, y él no ha querido saber nada de ti desde que os separasteis. Mintiendo un poco, podremos hacerla pasar por una Romero. La niña tendrá ahora unos once meses.

¿Por qué ahora?- la chica lloraba de nuevo, con el dolor impreso en su rostro- ¿Por qué no antes? ¡Me obligaste a abandonar a mi hija!

Estúpida, la duquesa de Montoro ha tenido un varón hace dos meses. Con la alcurnia de tu marido, la pequeña nos será útil para llegar a la cima de la sociedad española. Debes recuperarla.

La chica yacía en el suelo, inmóvil, el rubio cabello ocultando la expresión de su rostro.

Sí, madre.

La suegra de Diego de Romero sonrió satisfecha.

Media hora después la chica salió de la casa, dispuesta a volver al sitio donde abandonó a su hija para recuperarla. Más que una persona, parecía un fantasma, sus ojos, antes altivos, no denotaban ninguna expresión ahora. Su pelo flotaba a sus espaldas por el viento de Moscú, aunque no había ventisca. Únicamente su mano izquierda jugueteaba de forma inconsciente con un colgante que pendía de su níveo cuello. Era claramente una reliquia familiar, y muy valiosa. Se trataba de una pequeña cruz católica formada por zafiros engarzados que contrastaban con diamantes un poco más pequeños que rodeaban cada brazo de la cruz. Intentaba repasar los recuerdos de aquella fatídica noche, pero sólo se acordaba de la nieve, la oscuridad y unos grandes ojos azul ártico.

Pensaba ir y reclamarla, no debía ser muy difícil, bastante tenían ya con los otros huérfanos y bastardos como para no alegrarse cuando se les aligeraba la carga.

Así iba, sumida en sus pensamientos, cuando de repente vio, a lo lejos, ¡los ojos! ¡Era el chico que había recogido a la pequeña! Iba con una chica de pelo rosa, que empujaba un carrito de bebé. Charlaban animadamente, pero yendo deprisa, como quien tiene que hacer cosas muy importantes. Sin pensarlo mucho, los siguió. Algo en su corazón le decía que era su hija quien iba en ese carrito. El chico se metió en una agencia inmobiliaria, mientras la chica, que tenía unos preciosos ojos color ámbar, se quedaba en un banco, jugando con la niña. Su hija. La habría reconocido aunque estuvieran en el fin del mundo. Eso complicaba las cosas. Era obvio que habían adoptado a la niña y que ya no vivían en la abadía. Su corazón se encogió un poco por el remordimiento, se notaba que la querían. Seguramente serían mejores padres de lo que ella sería nunca. Pero ella nunca había tenido elección, su madre la manipulaba en función de sus intereses desde que era una niña. Y ella obedecía, porque la insubordinación suponía que su familia, su marido – al que no amaba- y la sociedad entera la repudiasen y echasen a la calle. No tenía estudios, sino que había recibido desde siempre las enseñanzas de una institutriz, convenientemente reemplazada cuando fue oportuno por un selecto colegio de señoritas donde cultivó las amistades adecuadas. Le enseñaron a bordar, a comer con todos los cubiertos posibles, a hablar y recitar poemas en francés de memoria, a tocar el piano y la flauta travesera, a mantener una conversación en alemán o italiano, a bailar bailes de salón y bailes modernos, a andar sobre una línea recta erguida. Podía distinguir vinos según los matices de la uva, y conocía los platos más sofisticados del momento – pero no sabía cocinar-. Era inteligente, y en seguida trazó un plan. Tenía que saber dónde vivían, y, sobre todo, dejar una prueba de que era su hija. Eso era muy conveniente a sus planes. Lo primero de todo era acercarse a la criatura.

Mariah estaba jugando con la niña, cuando un chico de aspecto sospechoso se acercó y le robó el bolso, echando a correr. Lo persiguió, de manera infructuosa, porque desapareció en la multitud. Volvió donde la pequeña, con la respiración agitada.

En ese momento Tala salió de la agencia, y fue donde ellas.

¿Qué ha pasado?

Me han robado el bolso. Suerte que no llevaba nada, sólo el biberón de Katia.

Menos mal que yo tengo el dinero sacado de la tarjeta de Boris en el hotel.

Sí.- contestó la pelirrosa, y ambos se sentaron a descansar un poco en el banco.

Ninguno de ellos se percató de que la niña llevaba una cruz en el cuello.

Por esta vez ya vale. Dentro de poco vendrá el siguiente capítulo. Quiero agradecerle a mi amiga Alana su constante apoyo y paciencia al escuchar mis ideas para la historia, sugiriéndome algunas cosas (que se alojaran en el hotel y hechos que ya descubriréis) y alentándome a seguir adelante. Un beso guapa.