Bueno, me alegra decir que he vuelto. He tardado muchísimo, lo sé, y quiero pedir disculpas por ello. Sé lo que se siente. Como única excusa puedo alegar que he estado en exámenes y que requieren mucha preparación. Además, no tenía claro el argumento de este capítulo y antes que escribir un mero apaño circunstancial, he preferido pensarlo muy detenidamente hasta forjar un capítulo decente. Es lo mínimo que os merecéis. Espero que os guste.
Disclaimer: (aunque no lo creáis, es la primera vez que hago esto) Beyblade no me pertenece ni tampoco sus personajes. Publico esta historia con el lógico razonamiento de que Takao Aoki no me demandará porque no le sale rentable. Si tenéis alguna queja acerca del fic, hacédmelo saber y tomaré las medidas oportunas (o no haré nada si considero que la queja es injustificada)
Esta historia contiene lemon y yaoi, eso ya lo sabía todo el mundo antes de llegar hasta aquí. No quiero herir la sensibilidad de nadie, así que si se tiene una actitud homófoba o una mojigatería excesiva, por favor, sabed que yo no tengo tabúes contra nada ni nadie, que no prejuzgo e intento entender el mundo que me rodea (menos EEUU, cuya conducta es francamente peculiar y vergonzosa, un país que se supone que es la única potencia mundial, no por su cultura, ni por su ciencia, que la tienen, pero que es incomparable a la estupidez del americano medio, el cual por no tener no tiene ni Seguridad Social, una situación sorprendente en un país del primer mundo. ¿Cómo vamos a ayudar así a los que necesitan hospitales?)
Por último, me voy a permitir un breve prefacio, porque esta historia no seguiría sin las aportaciones de las siguientes personas:
Sobre todo, gracias a KaT Ivanov, quien siempre me ha apoyado en este fic y lo ha seguido con entusiasmo. Sé que he tardado demasiado, y tienes derecho a matarme si así lo deseas. Pero como dicen en mi pueblo, que por cierto, no tengo, lo bueno se hace esperar, y en este capítulo tendrás la posibilidad de constatar lo oportunista que es la abuela de Katia, y lo débil que es su madre, que la abandonó sin remordimientos. No me gustan ninguna de las dos, pero mi mayor logro será conseguir que se entienda lo que ha llevado a cada una a actuar de manera tan innoble.
Gracias a Sora Takenouchi, porque un review tan escueto pero tan sincero ayudó a avivar la chispa del ingenio.
Y gracias a mi compañera Naleeh, cuyo review ha hecho que me sonroje y me ha animado a continuar. Espero que te siga gustando la historia y que la disfrutes tanto como yo lo hago ahora al escribirla. Para mí esto es un placer.
CAPÍTULO VII
Las estrellas titilaban en el cielo, cómplices de los sueños de los humanos que descansaban para volver a la mañana siguiente con su rutina. Pero había seis personas que no dormían, sino que aprovechaban la oscuridad para irse sin pagar su estancia en uno de los mejores hoteles de Moscú. Salieron por una de las ventanas que daba a la escalera de incendios y se deslizaron silenciosamente hasta el suelo. Bueno, casi silenciosamente, porque el cortante silencio nocturno fue cortado por un agudo grito.
¡Me has pisado!- exclamó furioso Ian agarrándose el pie.- ¿Es que no miras dónde pones tus torpes pies?
Se siente.- replicó escuetamente el pelilavanda, y los demás intercambiaron una mirada de preocupación. Habían aprendido a ver los ligeros gestos corporales que indicaban, como ahora, que algo no iba bien. A veces se basaban simplemente en la forma de colocar los cubiertos en la mesa, o su forma de coger un libro mientras lo leía.
Pero nadie se atrevió a decir nada, porque todos intuían lo que ocurría entre Spencer y él y no sabían cómo ayudarle. Pero aunque la frialdad externa de Bryan les impedía acercarse a él y consolarlo, todos sufrían por los dos. No conocían la causa de la ruptura, y lo que es más, les extrañó muchísimo que se produjera, pues era obvio que se querían. Tampoco habían demostrado esto de manera abierta, sin embargo habían sido conscientes de los minúsculos detalles que habían podido observar a lo largo de los meses. Estaban ya a principios de mayo, en un par de meses se cumpliría un año desde que habían adoptado a Katia. Bueno, no legalmente. Pero Tala estaba dispuesto a hacerlo en cuanto fuera mayor de edad. Ya no quedaba nada de lo que antaño fuera la pesadilla de todos ellos, la abadía fue registrada por las autoridades, desmantelada, y todos los experimentos abortados inmediatamente. Y ahora ellos habían escapado del hotel porque por fin estaba listo el pequeño y mohoso apartamento al que se iban a mudar. Habían ido sacando las cosas discretamente del hotel para no levantar sospechas, y el gerente, una desagradable evidencia de que puede existir cultura sin inteligencia, se deshacía en halagos para Mariah, estorbando más que ayudando.
Así como su entrada en el Grand Hotel of Moscow fue sin duda alguna la más estrambótica que se había visto en décadas, su salida fue sigilosa, y nadie se dio cuenta de su desaparición hasta la mañana siguiente, cuando una dulce y algo estúpida doncella vestida como si acabara de salir de la Rusia zarista fue a llevarle, como cada mañana, el New York Times a Tala. Al ver que no contestaban, avisó algo asustada al gerente, el cual estuvo a punto de despedirla por molestarle cuando probablemente los ocupantes de la suite estaban disfrutando de un sueño reparador tras una noche de excesos. Debía dejarles dormir todo lo que quisieran y no molestarlos, pues eran sus clientes más importantes.
Y sí estaban durmiendo, pero en un apartamento en un modesto barrio de la ciudad. Cuando dos días después, extrañados de que los clientes no dieran señales de vida, forzaron la puerta de la suite, sólo encontraron un caos descomunal y el más absoluto vacío (no pensaríais que iban a irse sin llevarse las colchas de las camas, el papel higiénico, el champú y hasta la suave moqueta blanca, que les costó un día entero arrancar del suelo). Y aunque el hotel puso una denuncia, al no encontrar ninguna prueba concluyente de su paradero, pues Grissom no fue a Rusia a investigar el caso, al poco tiempo dejaron de buscarles y se ocuparon de otras cosas más importantes.
A pesar de todo el alboroto que habían ocasionado, los Demolition Boys dormían con la conciencia tranquila un sueño reparador, pues al día siguiente iban a comenzar a buscar trabajo. Ninguno de ellos, salvo Mariah, había ido al colegio, todo se lo habían enseñado en la abadía. Y ahora necesitaban dinero con mucha urgencia. El apartamento era un poco pequeño para los seis, pero ya se las arreglarían.
Mariah se despertó cuando un inoportuno rayo de sol se coló a través de una rendija de la persiana y le dio en la cara. Abrió los ojos, aún medio dormida, y miró el reloj. Eran casi las ocho de la mañana, hora de despertarse. Por fin tomó conciencia de que la noche anterior se habían escapado del hotel, y que estaban en un apartamento un poco rancio pero estable, que Tala había conseguido alquilar sin que el dueño le hiciera demasiadas preguntas, pues estaba metido en un lío y necesitaba desaparecer cuanto antes, y ese crío de quince años le venía que ni caído del cielo. Se desperezó y con cuidado se libró del abrazo de Tala, que siguió durmiendo. Se veía tan atractivo cuando estaba dormido, que, sino le quisiera ya, Mariah se habría enamorado locamente de él. Habían decidido que, como no podían ir todos a la vez a buscar trabajo, pues alguien debía quedarse con la niña en casa, primero irían Spencer y ella a dar una vuelta por todos los posibles sitios donde necesitasen personal. Se vistió, poniéndose unos pantalones negros y una camisa blanca muy formal, para causar buena impresión, y se trenzó el pelo a un lado de la nuca, en una trenza que le llegaba casi hasta la cintura. Se veía un poco más mayor, y en esta ocasión eso era un punto a favor. Entró en la cocina dispuesta a preparar el desayuno, y se encontró con que Spencer ya lo había hecho. Un olor a café caliente inundó el apartamento y se sentaron a beber una taza para salir lo antes posible. Spencer tampoco llevaba su ropa habitual, sino que llevaba una camiseta de manga larga con un diseño en distintos tonos de ocre, y unos vaqueros. En vez de su habitual "cosa" que se ponía en la cabeza, llevaba el pelo libre y Mariah pensó que nunca lo había visto tan atractivo.
Se pusieron sus respectivos abrigos y salieron a la calle. Era aún muy temprano y soplaba un viento gélido que hizo que se estremecieran. Durante los primeros diez minutos se estableció un silencio tenso entre ambos, mientras caminaban hacia el centro de Moscú. El silencio fue roto por Spencer:
¿Hasta cuando te quedarás en Rusia?
Mariah se lo pensó un poco antes de contestarle:
No sé. Puede que sólo unos meses, puede que años, puede que para siempre.
Pero tu familia te estará esperando en China…
Yo… no tengo familia propiamente dicha. Mis padres murieron siendo yo muy pequeña. Entonces me crió la familia Kon, porque el día que yo me casara con Ray pasaría a ser legalmente parte de la familia, como una hija más. Pero todo cambió cuando vine a Moscú a desafiar a Bryan. Me enamoré de Tala, y ahora también siento afecto por los demás. Y quiero muchísimo a Katia. Una vez, en el campeonato mundial, una chica a la que conocí me dijo que tu hogar está donde están las personas a las que amas. Ojalá nunca tengamos que separarnos.
Pero tendremos que hacerlo. Tarde o temprano. Todo nuestro mundo ha cambiado, ahora que la abadía no existe. Y es mejor aprovechar las oportunidades que vengan, porque luego será demasiado tarde.- mientras decía esto tenía sus ojos se habían vuelto cristalinos, transparentes como el hielo. Una pequeña lágrima comenzó a caer por su mejilla, pero Spencer se la secó, intentando disimular.
Mariah había visto esa lágrima delatora, y, en medio de la calle, ante la atónita mirada de varias personas, se paró para abrazar a su amigo. Spencer también la abrazó. Cuando se separaron, Mariah le instó a que le contase lo que pasaba entre Bryan y él. Eso le ayudaría, aseguró. Pero el chico rubio sonrió sinceramente, y le dijo que no debía pensar que no confiaba en ella, al contrario, pero que aún no podía decirle nada. Se lo contaría muy pronto, y entonces comprendería las razones de su actual silencio. Mariah no le preguntó nada más. Ella también confiaba en él.
Eran las nueve y media cuando Bryan despertó. Había dormido muy mal, apenas tres horas. No podía parar de darle vueltas a la cabeza a una pregunta: ¿por qué?
Miró el reloj y se levantó corriendo. Había quedado en cuarenta y cinco minutos, y se le había hecho muy tarde. Se vistió con la ropa del día anterior, se lavó rápidamente la cara y se peinó un poco sus pelos de sádico salido de una institución habilitada para desviaciones psíquicas. Les dijo a Tala e Ian, que estaban desayunando en la cocina, que pronto volvería, hacia el mediodía aproximadamente, y que luego se ocuparía de la niña.
Salió corriendo como alma que lleva el diablo, pero aún así, al llegar a la cafetería ella ya lo estaba esperando. Estaba apoyada en la pared, absorta en sus pensamientos, con las manos en la espalda. La gente que pasaba por su lado no podía evitar mirarla, no tanto porque fuera atractiva, sino porque aún sin hacer nada, su aspecto denotaba un gran carácter. Tenía casi trece años, y vestía como la adolescente que era: botas militares bermellón, pantalón de camuflaje y jersey negro de cuello alto. Llevaba un abrigo del mismo tono verdoso de sus pantalones. Pero lo que más contrastaba de ella era su pelo, a media melena y de color verde fosforito (sí, verde fosforito). Todavía no usaba maquillaje, y sus ojos lavandas estaban enmarcados por largas pestañas.
Levantó la vista y al fin lo vio. Sonrió y fue hacia él, abrazándolo.
¡Cuánto tiempo! Te ves desmejorado desde la última vez que nos vimos. Pero hace frío, entremos en la cafetería.
Se sentaron en una mesa en un rincón, Bryan dándole la espalda a la gente del café. Tenía hambre, y pidió café y un bollo suizo. Ella le miró, con una sombra de preocupación, pero esperó pacientemente a que le trajeran el desayuno y se lo comiese, mientras ella daba vueltas con la cucharilla a su té verde (sí, lo sé, tiene una cierta obsesión con este color). Sintiéndose mejor, Bryan comenzó a hablar:
Gracias por venir, Katia. Ahora mismo necesitaba hablar contigo.
¿Qué ha pasado? Hacía mucho que no me llamabas. Estaba preocupada y ahora lo estoy más.
¿Y por qué habrías de estar preocupada por mí?
Te guste o no, soy tu hermanastra. Te guste o no, tu padre se casó con mi madre tras decirle a la tuya, con quien no estaba casado, que amaba a otra mujer, y que quería tu custodia legal. –suspiró- Te guste o no, tu madre prefirió llevarte a la abadía antes que proporcionarte un hogar feliz. Soy tu hermana, Bryan. Te quiero. Papá te quiere, y mamá quiere que vengas a casa con nosotros y te conviertas en su hijo. Llevamos meses con la misma discusión. ¿Sabes lo que le costó a papá encontrarte? Cuando al fin supo dónde estabas, intentó conseguir una entrevista con Boris. No la consiguió, pero no se dio por vencido. No se ha dado por vencido en estos catorces años.
Y no se le ocurrió mejor idea que mandar a su hija a colarse en la abadía.- el sarcasmo era patente.
Él no me mandó, fui yo sola. No podía dejar que las cosas acabaran así, necesitaba decirte que no estabas solo.
Podías haberte encontrado con Tala, o con cualquier otro chico. Aún no sé cómo lograste burlar las cámaras de seguridad. Ni siquiera el nieto de Voltaire lo consiguió.
Algún día te contaré como lo hice.- sonrió traviesa- Pero no me arrepiento de lo que hice. Ni siquiera cuando tú me trataste tan mal. No tenías derecho a retorcerme el brazo.
Creí que eras una de esas histéricas que nos perseguían a todos lados. En cierta manera, no estaba equivocado.- la sonrisa desapareció de su cara, se puso muy serio y añadió- Katia… me gustaría ir a vivir con vosotros.
Katia se quedó muda, mirándolo. Al fin se había cumplido su deseo: su hermano formaría parte de la familia. Pero aún había varias preguntas que responder:
¿Y Spencer? ¿soportaréis la distancia?
Ya no hay nada entre nosotros, Katia. Él me ha dejado. Sin una explicación coherente, sin ningún signo de que las cosas fueran mal entre nosotros. Me dijo algo así como que sus sentimientos se habían enfriado. No pude escucharle bien, no podía respirar siquiera. No puedo vivir con él, fingir ante los demás que no estoy destrozado y verle día a día mientras sus ojos ya no me miran.
Bryan… yo… lo siento tanto. Por nada del mundo quiero que sufras. Vente con nosotros. Te ayudaré a recuperarte. Volverás a amar. Estoy segura, aunque ahora lo veas todo muy negro.
Tengo que volver, he de cuidar de Katia.
La niña que Tala encontró… quiero verla algún día. ¿Aún no le has preguntado por qué la llamó así?
Ellos ni siquiera saben que tengo familia. Bueno, te llamaré en cuanto les haya dicho que me voy.
¿Cuándo lo harás?
Esta misma noche, sin falta. Hasta luego.
Adiós.
Una vez se hubo despedido, Katia se alejó de la cafetería y marcó un número de teléfono.
¿Hola?
…
Sí, soy yo. Ya he hablado con él.
…
Sí, ha accedido a venir a vivir a casa. Pero todavía hay algo que no entiendo.
¿Por qué has montado toda esta parafernalia? Tarde o temprano habría consentido…
…
No sé. Tú le conoces mejor. Pero ahora mismo está destrozado, sólo hay que verle. Creo que lleva días sin dormir. Oye, no sé que cómo agradecerte lo que has hecho por nosotros. Supongo que querrás seguir sabiendo de él.
…
Te tendré al corriente, descuida. Y quién sabe si algún día… en fin, el tiempo lo dirá. Pero tengo que pedirte un último favor.
…
Yo también quiero saber lo que te pase. Debemos seguir en contacto.
…
Vale, de acuerdo. Hasta siempre.
Con la mente aún en todo lo que estaba pasando, la hermanastra de Bryan se alejó por las calles de Moscú.
Mientras el destino de Bryan había dado un giro de 180º, el futuro de Spencer también cambió de forma radical. Y es que, tras haber buscado trabajo en varios sitios, se acercó a los dos un hombre de unos treinta años, trajeado y con pinta de ejecutivo.
Perdona que te asalte en mitad de la calle sin motivo aparente, pero eres justo lo que andaba buscando. Soy director de teatro y estoy buscando un chico como tú para mi nueva obra.
Le entregó una tarjeta con su nombre y dirección de trabajo.
¿Y cómo puede saber a simple vista si soy lo que busca o no?
Bueno, en realidad te he estado siguiendo… pero sólo desde hace unas dos horas. Sé que estás buscando trabajo. Venga… si en realidad lo estás deseando…
Oiga, a mí no me cuente penas de Murcia. En serio, no creo que sea lo adecuado para mí. ¬¬
¡Oh! ¡Vuelve a alzar la ceja como acabas de hacerlo! ¡Es perfecto! ¡Sublime! ¡Amplio mi oferta! ¡Convertiré a tu novia en una estrella del porno!
¡Oiga! ¡Que ni soy su novia, ni quiero ser actriz, ni me interesa el porno!
Es una lástima… En fin, qué le voy a hacer… mi único deseo era crear magia, conmover al público, ofrecer la gloria…
Oiga… si voy a su estúpida prueba, ¿Nos dejará en paz?
¡Claro! non.
De acuerdo, iré.
Preséntate mañana en la dirección que te he dado a las diez de la mañana. Ya verás, tu futuro es de oro y platino.
Y dicho esto, desapareció. Mariah y Spencer suspiraron aliviados.
- ¡Qué tío más pesado!
- Estoy cansado, ¿por qué no lo dejamos por hoy?
- No, espera, hay una librería aquí cerca donde buscan personal. Me gustaría probar.
La librería en cuestión era bastante modesta, una librería de barrio en la que, sin embargo, había algunos ejemplares interesantes para los eruditos, y libros de todos temas plasmados alguna vez en el papel por el hombre. Era muy luminosa, pero no de esa luminosidad artificial de los halógenos, sino de la luz que entraba a raudales por los ventanales del segundo piso. Había estanterías llenas de libros y flotaba en el ambiente un cierto aire melancólico y un poco descuidado. En la planta baja, tras una recia mesa de roble, estaba sentada una mujer en pleno esplendor de su madurez. Llevaba el cabello con un cómodo estilo de melena que cae en desobedientes ondas, pero no muy rebeldes, teñido de rojo caoba. Esto, junto con unas gafas rectangulares de color morado, era lo que más resaltaba a primera vista de su persona. Al ver entrar a los chicos se levantó y se dirigió hacia ellos.
¿En qué puedo ayudaros? – preguntó amable pero firmemente.
Venía por lo del trabajo…- dijo Mariah con un hilo de voz, la seguridad de la mujer la intimidaba.
Lo siento, no hay trabajo para los dos.
No, sólo me interesa a mí. Él me acompaña.
Bien- se volvió a sentar tras la mesa- en ese caso, es mejor dejar las cosas claras. Me gustaría ver tus referencias
Mariah le entregó su currículum. Se introdujo un silencio tenso, mientras la librera lo leía atentamente. Por fin volvió a alzar la vista.
No está mal, aunque veo que nunca has trabajado en una librería. No importa demasiado, por que el puesto no requiere un gran conocimiento filológico. En estos momentos ya nadie quiere trabajar de empleado en una librería, o exigen un salario excesivo. Bien, como aún no eres mayor de edad, si te quedas te daré el salario mínimo. Tu trabajo sería el de ordenar los libros, desempacar los nuevos que vengan y ayudar a los clientes cuando busquen algo en concreto.
Gracias, no se arrepentirá.
No me las des. No te estoy haciendo ningún favor. Comienzas mañana a las ocho en punto. Sé puntual.
Por supuesto, señora…
Kerensky.
Hasta mañana.
Será un día duro.
Pero Mariah no cabía en sí de gozo. ¡Tenía trabajo! Cuando salieron de la librería y se alejaron unos cuantos metros, se puso a bailar ante la mirada de los incrédulos peatones. Se dirigieron a casa, para dar las buenas noticias a los demás. Aunque Spencer aún estaba algo confuso. No sabía si realmente quería ser actor, nunca había actuado en un escenario, aunque había actuado toda su vida, mientras vivió en la abadía. No le iba a ser difícil, sabía resultar convincente a los ojos de Boris. Bien, lo intentaría. Quizás fuera agradable, hasta podía ser divertido. Quién sabe…
Alba Munárriz sonrió satisfecha mientras se peinaba. Su cabello era un poco más oscuro que el de su hija, y ya estaba salpicado de canas prematuras por los sufrimientos pasados. Su habitación era grande y luminosa, decorada con gusto aunque un poco anticuada. Como ella misma, quizás. Pero la habían criado con los viejos valores, rígidos e implacables. Su deseo de ascender en la escala social se lo habían transmitido sus padres, quienes la casaron con un conde treinta años mayor que ella. El conde había muerto cuando la hija tenía cinco años, para gran alivio de su esposa. No había sido fácil convivir con un hombre que le pegó la misma noche de bodas, con palizas que continuaron durante toda su maldita existencia, y que llevaba a sus amantes a la casa familiar, sin dar explicaciones, humillando a su esposa. Si su hija supiera cuánto la quería... Diego era un hombre casi de su misma edad, que la trataba con respeto. Pero Zuriñe deseaba más, decía que su marido no se interesaba por ella. Pedía amor por parte de Diego. ¡Ingenua!
Le había encontrado un marido más que aceptable, todo el mundo era consciente. Y entonces, justo cuando nada perturbaba una existencia tranquila, conoció en Moscú a ese patán... estaba segura de que nunca olvidaría su nombre, Dimitri. Uno de los que se encargaban de los negocios de Diego en Rusia. Desde el mismo momento en que se conocieron, Alba intuyó que lo mejor era vigilarle cuidadosamente. Y no se sorprendió cuando se operó un cambio radical en Zuriñe, sino que con una gran cabeza fría contrató a un mercenario para que le diera las pruebas que alejarían a Dimitri de sus vidas para siempre. Y justo cuando todo había vuelto a un precario equilibrio, descubrió que Zuriñe estaba encinta de Dimitri.
Pero ahora todo se iba a arreglar, recuperaría a la pequeña bastarda, y la criaría con más dureza, para que no tuviera la cabeza llena de tonterías como su madre. Era mucho más fácil recuperarla, ahora, que la cuidaban esos expósitos, que si hubieran tenido que volver a la abadía.
En su habitación del ala oeste, Zuriñe miraba sin ver por la ventana. Estaba reviviendo todos los momentos que pasó con Dima. Él fue como una luz que iluminó su existencia, que le dio una razón para enfrentarse a su destino. Su traición fue para ella como un jarro de agua fría, después de todo lo que le había dicho, de todo lo que le había prometido, aceptó el dinero de su madre y volvió con su mujer. Desde entonces no tenía ganas de hacer nada, y, a pesar de sentir cierto apego por la niña, no la amaba como siempre supuso que amaría a sus hijos, de una forma diametralmente distinta a como su madre la amaba a ella. Era como si toda su energía vital se hubiera esfumado con el viento. Incluso, en un sentimiento de lealtad a la pequeña, prefería que se quedara con esos chicos, sin dinero, antes que reclamarla, porque ellos la querían y en cambio sólo iba ser una complicación en su vida. La vida de una mujer que no era querida por su marido, aunque se había sacrificado al máximo por él, le había obedecido y trataba de llamar su atención durante los primeros meses de matrimonio. Después, simplemente, se dio por vencida. Como se dio por vencida con Dima y con su hija, en lugar de luchar por lo que ella quería. Fue a vestirse, pues esa misma mañana debía comenzar a mover los hilos para recuperar a la pequeña. Le daba una pereza terrible.
