... «Todos aman la vida, pero el hombre valiente y honrado aprecia más el honor».

William Shakespeare


Capítulo I

Concepto de honor

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Provincia de Mutsu. Región de Tōhoku, Norte de Japón.

Era un día importante para los habitantes de Mutsu. A medio día, su nuevo daimyō sería nombrado oficialmente y las tierras tomarían aires de un nuevo mando.

Durante toda la mañana los sirvientes del castillo corrieron de aquí para allá acarreando y montando alfombras, poniendo la silla y los taburetes en una gran tarima a las afueras del castillo, sobre la cual, los nobles del clan Takeda ya ocupaban sus posiciones.

A la derecha, se sentaba Jakotsu, con dos de sus soldados que se encontraban de pie a su lado. A la izquierda, otros dos soldados de pie, que acompañaban en todo momento a Bankotsu, quien se hallaba en una lujosa silla, justo al centro. Por lo general, Kagura no presenciaba las celebraciones multitudinarias, por asuntos estratégicos, ya que mientras menos personas conociesen su rostro, más fácil era para ella realizar sus misiones sin ser reconocida.

Todo estaba listo, el sol en su cénit; anunciaba la hora del caballo que daba comienzo a la ceremonia.

Durante muchos años, los habitantes de las cuatro provincias del Norte donde rigió Naraku —entre ellas Mutsu, lugar en que se emplazaba su castillo— se sintieron vulnerables. Los vasallos seguían al clan Takeda bajo el «yugo del temor», ya que Naraku, conseguía vasallos a través de amenazas o persuasiones de falsas promesas; daba y quitaba territorios a diestra y siniestra, tomaba a las mujeres de sus soldados y las usaba a su merced. Nadie era libre de Naraku y por dicha razón es que mucha gente celebró en secreto su deceso.

No obstante, se preguntaban si el Takeda menor, seguiría los mismos pasos de su progenitor, si sería igual de cruel y despiadado, o sería tal vez, un hombre más piadoso con sus vasallos.

La curiosidad se esparcía en el ambiente; niños y adultos corrían y se sumaban a la multitud que observaría al gran Bankotsu Takeda. Las hazañas del joven —líder, guerrero y ahora daimyō— en las batallas, eran tema de conversación en las aldeas y cantinas del Norte. Todos deseaban presenciar el momento en el que el heredero al feudo, alzara la alabarda Banryû que simbolizaba la victoria sobre el enemigo y la «fuerza descomunal»; justo lo que Bankotsu poseía, porque pese a existir canciones de la gran victoria de Naraku cortándole la cabeza a Muso Higurashi, arrebatándole de sus manos la alabarda para traerla a este feudo; jamás alguien lo vio alzarla. Y posteriormente, los Takeda sólo la presentaron una vez públicamente ante los habitantes de Mutsu. Pero para desconcierto de todos, en aquella instancia, tampoco Naraku la alzó.

Fue por ello, que los aplausos y el grito eufórico de la multitud resonaron en los oídos y los corazones de los habitantes del Norte. Nadie se explicaba por qué aquella imagen de Bankotsu alzando a Banryû como si fuese una pluma, les producía tal satisfacción. Pero lo cierto es que la sentían, sentían esa admiración hacia él.

A excepción de una persona que también se encontraba entre los presentes, a quien cuyo momento le pareció maldito.

No podía ser verdad algo así…

No después de lo que ella creía. Pues, cuando era solo una niña, observaba la fuerza y habilidad de su padre al manipular a Banryû, Kagome lo miraba con sus brillantes ojos llenos de asombro, mientras que su progenitor recalcaba:

«La Alabarda escoge a su dueño. Pero desde que existe en este mundo, solo personas de apellido Higurashi la han podido alzar y llegará el día en que ella te escogerá a ti».

Por esas palabras es que refutó una y mil veces contra sus hermanas, de que Banryû no podía elegir a un Takeda. Y de asegurar que Naraku jamás la pudo alzar, porque no había sido elegido por la alabarda.

Y es que Banryû era una espada enorme; tenía unos dos metros de longitud, con una gran hoja gruesa de dos filos y una punta muy aguda. Y cuando el joven daimyō la manipuló tan ágilmente con su mano, todos quedaron de boca abierta.

Incluso ella, y no solo de boca abierta; sus ojos se abrieron hasta más no poder, ¡pero de incredulidad! Y fue en ese preciso instante en que sintió que la rabia contra ese engreído ser llamado Bankotsu, emergió en su interior.

La Capitán del Sur que en aquel momento vestía como una aldeana más, no quería pensar que su padre le había llenado la cabeza de fantasías, pero lo que sus ojos veían, no se podía desmentir; ese tipo era un maldito Takeda y alzaba a Banryû con tal facilidad que parecía que la bendita espada había sido hecha para él.

Sin embargo, para el resto de los presentes, Bankotsu se vio como un ser poderoso e imponente, el respeto hacia él despertó instantáneo entre vasallos de esa y otras provincias del Norte que estaban ahora bajo su cuidado y que acudieron al evento. La gente lo aplaudió y alzando sus puños al cielo, gritando al unísono:

¡Que viva el daimyō, Bankotsu!

«Al fin eres mía, Banryû», pensó el joven daimyō mientras alzaba su alabarda y la giraba con una mano en el aire, sintiéndose orgulloso de sí mismo por su gran habilidad, enalteciendo su ego al oír su nombre siendo aclamado por la gente.

No es que hiciera aquello por primera vez, pues ya la había alzado un par de veces en el pasado, cuando tenía 17 años. Solo que no con tanta gente viéndolo. En aquel entonces, la sacó de los aposentos de Naraku sin autorización de este, y la llevó a una batalla, sin pensar que dicha osadía lo metería en terribles problemas con su progenitor, pues aquel desgraciado recuerdo, lo llevaría consigo por siempre. Pese a ello, aquel día Bankotsu se encantó con Banryû y desde ahí, se juró que al morir su padre, él sería el digno heredero de esa gloriosa arma. Y ese momento tan ansiado, había llegado al fin.

A sus 23 años, oficialmente y con honores, Banryû le pertenecía. Y no dejaría que nada ni nadie se interpusiera ahora en su camino. O el enemigo conocería el filo de su Alabarda.

La jornada avanzaba con lentitud. La hora de la oveja aún no se cumplía y desde su lujosa silla, bajo la sombra de una elegante carpa preparada especialmente para él y su clan, Bankotsu observaba la pelea en la arena. La selección de tres nuevos guerreros samurái para su grupo privado, era parte de la ceremonia de nombramiento y una tradición de los Takeda.

Sólo tres hombres eran seleccionados, tres nuevos guerreros que lucharían en las próximas batallas codo a codo con él, por él y por su clan. Pero para ello, los guerreros debían ganar un enfrentamiento, con el soldado asignado como rival.

El choque del acero entre sus filosas armas reproducía un sonido estruendoso. Por cada golpe que alguno acertaba al contrincante, se oía una reacción al unísono de los que observaban expectantes la pelea. Esos que tenían el morbo instalado en sus ojos y deseaban ansiosos ver a uno de los dos luchadores caer muerto; ya sea de una sola estocada, o desangrándose por la yugular al ser degollado.

El joven terrateniente mantenía su semblante serio y tranquilo a la vez. Su mirada azulina, se centraba en el último combate selectivo que se llevaba a cabo sobre la arena frente a él. Pero Su mayor atención se centraba especialmente en uno de los dos luchadores.

Los movimientos bastante peculiares y poco ortodoxos que empleaba el hombre con cuerpo menudo, frente al colosal oponente; despertaban considerablemente su atención. Y pese a que la contienda se formó en condición desigual tanto en tamaño como en anatomía —porque así les tocó y punto. Pues no habían reglas de peso o tamaño entre postulantes y las parejas se armaban al azar—, el guerrero que parecía tener un cuerpo «debilucho», era bastante ágil. Su habilidad con la naginata —arma poco usual en hombres— era impresionante y demostraba suficiente fuerza para contrarrestar la de su corpulento oponente que lo pasaba por dos cabezas.

En sus saltos y giros se notaba una gran destreza del soldadillo. Y aunque la colisión de la katana rival contra su naginata lo mandó de traste a la arena varias veces, y a pesar de que el hombre macizo le acertó con un fuerte codazo en las costillas dejandolo casi sin aire; el debilucho guerrero no se amilanaba y por el contrario, volvía a incorporarse arremetiendo con fuerza y astucia.

Estocadas iban y venían. Un forcejeo cuerpo a cuerpo superó al debilucho y el guerrero corpulento logró lanzarlo por el aire, haciéndolo caer justo a los pies de la tarima donde estaba Bankotsu.

El debilucho levantó levemente su cuerpo apoyando sus manos y rodillas en el suelo con dificultad. Agitado, alzó la vista.

Arriba, en su asiento privilegiado, Bankotsu lo miró altivo con una sonrisa torcida. Disfrutaba del encuentro y se divertía por los intentos de ese pobre soldadillo, intentando —aunque reconocía que con esmero y destreza— no ser asesinado.

«Maldito arrogante», pensó el guerrero delgado al observar esa burla en el rostro de Bankotsu.

Miró por sobre su hombro asegurándose de no ser atacado por la espalda, pero se relajó al ver que su oponente seguía vanagloriándose por haberlo mandado a volar. Presuntuoso y ufano, el hombre corpulento se dirigía al público alzando sus brazos y los espectadores alrededor de la arena, aumentaban su excitación. La euforia y la ansia de sangre se reflejaba latente en sus rostros, mientras clamaban su indolente y mortal petición.

Tomó la naginata que fue a parar poco más adelante de donde él cayó. Volvió la vista hacia el joven terrateniente y olvidándose del dolor que le causó aquella caída; lentamente se puso de pie, sin quitar sus castaños y grandes ojos de aquellos azules como el profundo océano. Y así, de manera temeraria, le dedicó una mirada desafiante al daimyō. Y pese a que este sólo podía ver los ojos del tipo —porque el casco cubría el resto de su rostro—, Bankotsu no desadvirtió la osadía de aquella mirada que el debilucho le sostuvo por los que parecían «interminables segundos», hasta que el guerrero recordó que debía continuar con la pelea y solo ahí se volteo para volver a enfrentar a su rival.

El encuentro violento continuó. El debilucho contraatacó con una serie de intentos de estocada frontal que fueron bloqueados. Parecía que chispas saldrían desde los afilados aceros mortales de las armas de ambos guerreros. Hasta que el hombre corpulento alzó la katana e intentó partir en dos la cabeza de su contrincante, los filosos aceros colisionaron nuevamente y se quedaron ahí unos instantes, ejerciendo fuerza.

La espada del corpulento, contra la naginata del debilucho...

El hombre grande parecía estar a punto de vencerlo, pues por más que se esforzaba en detener el avance de esa katana hacia su cabeza; la veía cada vez más cerca de su rostro y la diferencia de fuerzas comenzaba a jugarle en contra… sentía que a cada paso forzoso hacia atrás, las piernas cediendo.

Aquel podía ser su fin. Lo sabía perfectamente.

El guerrero colosal lo empujaba con su gran fuerza física, obligándole a retroceder.

Apoyó una rodilla en el suelo.

«No resistiré… No por mucho tiempo…», pensó mientras sus brazos temblaban al ejercer la fuerza necesaria hacia arriba con su arma, esforzándose en no flaquear.

No obstante, el debilucho calculó una escapatoria. Realizó una maniobra con su cuerpo —muy arriesgada—, y se quitó al grandote de encima, enseguida lo golpeó en la garganta con el extremo sin filo de su naginata y aprovechó el ahogo del hombre para su siguiente movimiento: giró ágilmente con su cuerpo en el suelo, se levantó de un salto, elevó sus brazos alzando la naginata y dando un giro sobre sus pies se dio impulso para golpearlo en el tórax con el acero, que al chocar con la armadura del colosal, fue como darle a un gong. Se agachó y con una pierna barrió los pies de su adversario, haciendo que este cayera de espaldas al suelo y soltara la katana. Entonces, con su pie, el debilucho lanzó lejos el arma caída y fue a parar cerca de la tarima, dejando así desarmado a su gran oponente.

Rápidamente, el soldadillo inmovilizó a su rival realizando un corte extenso en la pierna con la punta curva de la naginata. El hombre grande chilló de dolor y el debilucho atacó de nuevo dándole un golpe a la herida con toda la planta del pie. Otra vez el hombre chilló de dolor.

¡Uuh! —se oyó al unísono en la multitud.

El colosal trató de incorporarse, pero la filosa y letal curva de la naginata lo detuvo al presionar su garganta… Un solo movimiento en falso y sería degollado por el debilucho.

Todos esperaban excitados el golpe final que debía dar muerte al guerrero colosal.

El joven daimyō estaba sorprendido frente a la increíble habilidad del guerrero con aspecto sin gracia. Pese a su cuerpo menudo, el soldadillo demostró tener una gran destreza; algo que Bankotsu valoraba mucho, pues no siempre aparecían guerreros que mostrasen tal agilidad y ligereza en un combate. Y aquel pequeño hombre, parecía tener valentía y coraje suficiente para unirse a su grupo de soldados, con los que pensaba conquistar más provincias y ganar más territorios del Norte. Sin embargo, aquel pensamiento lo reservó para él, no quería demostrar su impresión ante nadie y sólo dibujó inconsciente una curva en la comisura de sus labios, sintiéndose satisfecho del tradicional torneo de su familia y de ver que todo estaba saliendo bien en su ceremonia de nombramiento.

Sólo faltaba que el pequeño guerrero le diera muerte al grandote y ya tendría al tercer nuevo samurái para su clan. Con esta última selección, terminaba todo el asunto de la ceremonia y su formalidad.

La sangre de todos los presentes hervía con fervor por el momento cúlmine de la interesante pelea; gritaban excitados, exigían el golpe final para el corpulento hombre, la gente quería un tercer muerto:

¡Vamos! ¡Mátalo! —Se oía entre la multitud.

¡Acaba con él de una vez! —decían otros.

¡Muerte! ¡muerte! ¡muerte! —gritaba la gente al unísono.

No obstante, para asombro de todos, el guerrero de gran tamaño, se quitó el kabuto para descubrir su cabeza y alzó ambas manos, abriendo las palmas en rendición.

—No quiero morir —dijo el hombre agitado con un tono que camuflaba súplica. Miró avergonzado por su cobardía a los ojos castaños que se visualizaban entre el flequillo azabache de su también agitado oponente y ahora vencedor—. Pero si vas a matarme, hazlo rápido y mirándome a los ojos —añadió.

El bullicio de la gente dejaba que solo el debilucho oyese las palabras del hombre derrotado.

—¡Agh! Que aburrido… —protestó Jakotsu desde su banco en la tarima y con una mueca de pereza en su rostro agregó—: Esto no se puede alargar más. Juro que si no fuera tu nombramiento, mataría a esos dos y me iría a descansar. Los pies ya me duelen y tengo hambre, hermano —se quejó el Comandante con su peculiar voz afeminada.

Bankotsu se mantuvo en silencio, pero se inquietó, pues no entendía por qué el guerrero se demoraba tanto en dar su golpe final. Esperó tres segundos más a que al grandote le cortaran la garganta.

Pero aquello no sucedió… Y todos vieron que el guerrero vencedor retiró la naginata del cuello del hombre, marcando solo un rasguño en su piel.

El rostro de Bankotsu se volvió más serio; sombrío por así decirlo. Se enderezó más que molesto en su asiento y descansó sus extremidades en los apoyabrazos de la silla.

Aquello no se lo esperaba.

¿Qué estaba pasando? ¿Quién demonios era ese tipo que rompía la tradición de su clan?

La multitud enmudeció rápidamente, hasta que el silencio se hizo sepulcral…

El delgado guerrero dio unos cuantos pasos hacia el nuevo daimyō, se colocó en una postura formal frente a él, con la larga naginata apuntando hacia el cielo, apoyando el otro extremo en el suelo.

—Di tu nombre… —demandó el imponente daimyō desde su asiento al guerrero frente a él.

El aludido se quitó de la cabeza el kusari de malla para descubrir su rostro, dejando ver a todos su largo y ondulado cabello azabache.

Un ¡Oh! Al unísono se manifestó en la multitud.

Jakotsu se levantó de su asiento con el rostro casi asqueado como si hubiese visto la peor aberración en toda su existencia y con aquella voz rasposa que sólo le salía al enojarse, exclamó:

—¡¿Es una mujer...?!

Bankotsu no supo si se podía impresionar más en esos momentos, pero se quedó quieto en su lugar y arrugó el entrecejo, al enfrentar esos ojos de intenso castaño, clavados nuevamente sobre él.

Ahora no lo dudaba. Aquella mirada lo estaba desafiando...

—Kagome es mi nombre, mi señor…


Región de Shikoku, Sur de Japón.

¡Cielos!

Ella perdía la cordura con ese hombre…

La manera en que sus senos eran apretados por esas grandes manos y lamidos por su tibia y húmeda lengua; el modo de excitarla cuando con sus dientes, él los jalaba suave y sensualmente desde el monte endurecido de cada uno, haciendo un sonido siseante con su boca… Porque simplemente él se desesperaba bajo ella y la saboreaba sin cesar.

Ahmm... Deliciosa.

A horcajadas y con movimientos oscilantes sobre el cálido y latente miembro de su esposo, Sango ondeaba sus caderas, curvaba su espalda y se dejaba llevar por el desmesurado placer que le brindaba cada movimiento. Atrapaba entre sus dedos los cabellos de Miroku, como si éste se le fuera a escapar o dejase de lado esa deliciosa labor en sus pechos. Pero a decir verdad, él estaba en igual sintonía que ella, pues con suavidad y parsimonia, no dejaba de atender esas exquisitas partes de su mujer que tantas cosas le provocaban. A palma abierta, las manos del Coronel se fusionaron con los firmes glúteos de la kunoichi; y la movió a su gusto sobre él.

Aquello la excitaba aún más y eso el Coronel bien lo sabía. Pero necesitó hacerla girar y Sango se recostó en el futón.

Miroku sabía hacerle el amor de un modo sublime, la llevaba a las nubes con cada empuje de caderas contra ella. Y ella… abría sus piernas cuanto más podía para él, para recibirlo sin atajo en su interior; gustosa y vibrante, jadeaba sin control, a la vez que alzaba su pelvis buscando su propio ritmo; su propio placer…

Entre gemidos... Entre agarrones de sábanas y apretones de piel… los sentidos de cada uno se entregaban vulnerables y la sangre de sus cuerpos enardecía vigorosamente. El deseo se materializaba entre las piernas de Miroku, pues aquella blanda y mojada cavidad le apretaba tortuosa y exquisita en su dura virilidad, soltando gemidos que surgían impredecibles desde su garganta, tras cada fricción de sexos.

Exquisito…

Puso su mano en el vientre plano de su mujer acariciándola con amor y satisfacción. La deseaba hasta la médula, y verla estremecerse de placer por él, con el rostro fruncido y las mejillas abrazadas por el rojo carmín del ardoroso momento; era un morbo que el Coronel disfrutaba aún más.

Pronto él apuró los embistes. Porque las sensaciones de ambos así lo exigían; gemidos mezclados que decodificaban en su mensaje, un latente acercamiento al desenfrenado éxtasis. Y haciendo caso a las mutuas necesidades; las uñas de Sango se enterraron en la piel de su esposo, al sentir cómo la última estocada la condujo a su punto álgido de placer. Arrastrándolo a él también, el camino de la gloria misma, recibiéndolo con honores en su puerta.

Tuvo la habitual precaución de no dejar su semilla en ella. Pues, aunque no había nada que él deseara más que llenarla de hijos; ella aún no quería ser madre y él, respetaba aquella decisión de su mujer. Así como también, seguía rigurosamente, los ciclos lunares y cuanta cosa ella imponía para no embarazarse. Pero no por eso, él dejaba de sugerir la idea de ser padres.

Un beso intenso y lleno de satisfacción culminó el acto y se recordaron el amor que sentían el uno por el otro y el Coronel se hizo a un lado. Sango se giró dándole la espalda y se acurrucó para que él la abrazara. Así, se quedaron en silencio unos instantes, recobrando el aliento que se les escapó en ese encuentro de pasión.

Sin embargo, lastimosamente para Sango, los actuales problemas le vinieron a la mente una vez más y suspiró profundamente, pues comenzaba a sentirse sobrepasada con la mezcla de pensamientos en su cabeza.

Estaba preocupada.

Su esposo era muy intuitivo y desde que su mujer había regresado de su última misión, la veía muy pensativa, en ocasiones distraída y —«Sango distraída»— no era normal. Así que, besando el hombro desnudo de su mujer mientras acariciaba el costado de su preciosa figura, el Coronel se animó a preguntar:

—¿Qué sucede, Sango?

—¿Mmm?... Nada, estoy bien. —Se volteó de inmediato para abrazarlo y besarlo, intentando rehuir de la pregunta de su esposo.

Pero luego de un largo beso, él volvió a la carga.

—No creo que «nada» te tenga suspirando afligida hace ya varios días. Estás de descanso y aunque he visto que te has concentrado bastante en mí —dijo con una sonrisa fanfarrona y besando su nariz—. Siento que algo en esa cabecita te impide la tranquilidad ¿Quieres liberarte ya, amor?

Ya la había atrapado. Al tratarse de su esposo ella no ocultaba sus sentimientos y era una mujer natural frente a él. Pero el hecho de que Miroku fuese parte de la armada Imperial, en su cargo de Coronel, debía tener un prontuario intachable, ante el emperador. Ya que, si bien, el Emperador se ausentaba cada vez más en las decisiones militares. dejando todo en mano de los Coroneles de cada región, era él quien designaba dichos cargos. Por ende, Miroku, debía permanecer digno de llevar aquel título. No podía mezclarse en asuntos que lo podían perjudicar y sólo por eso es que ella había preferido guardar sus preocupaciones.

—No quiero involucrarte, cariño. Es todo —respondió con suavidad, acariciando la mejilla de su hombre.

El semblante del Coronel cambió drásticamente a uno serio y preocupado.

—Lo que sea que te pueda afectar, siempre será de mi importancia, Sango. Sé que me casé con una mujer que debe guardar muchos secretos, pero sabes que puedes confiar en mí.

En efecto, la kunoichi sentía que necesitaba una opinión para esclarecer sus conjeturas, así que, luego de suspirar soltó:

—Hay cosas interesantes en el Norte, pero no pertenecen allá.

—¿Qué? —preguntó confundido el Coronel.

Sango se giró sobre sí misma para quedar de espaldas en el futon, mirando hacia el techo de la habitación y en modo reflexivo; se llevó la mano a la cabeza apretando una buena cantidad de su cabello.

—«Hay cosas interesantes en el Norte, pero no pertenecen allá». Eso fue lo que Kagome me dijo antes de que yo partiera de misión al Norte. Y no ha dejado de darme vueltas en mi cabeza desde aquel día en que fui donde el Comandante Kōga y ella ya se había ido. Yo no alcancé a detenerla y perdí su rastro. El Comandante me dijo que ella no quiso decirle nada respecto a dónde iría, pero que necesitaba hacer las cosas sola. Vi en los ojos de él la verdad. No me mintió. Kagome se fue, no sé a dónde y no dijo nada.

—Sango. No comprendo. ¿Cómo es eso de que fuiste donde el Comandante Kōga? ¿Por qué la señorita Kagome estaba allá? Y eso ¿qué tiene que ver contigo?

—Perdóname, cariño. No había querido decirte nada, es algo complicado y no quería involucrarte en problemas. Pero…

—¿Pero…?

—Kagome se fue del castillo hace ya cuatro semanas y se mantuvo escondida de su hermana en la casa del Comandante Kōga. Estoy segura que Midoriko confía en que yo sé dónde está y cree que la he protegido, pese a que le mentí diciendo que no sabía dónde estaba Kagome. Aún así y aunque le preocupan las razones de Kagome para hacer esto. Ella lo está dejando en mis manos; así lo sentí.

—Midoriko siempre ha confiado mucho en ti, Sango. Sabe la amistad y la lealtad que hay entre tu y la señorita Kagome, y la agradece incluso. Pero si ya no sabes dónde está su hermana, tendrás que decirle la verdad.

—El problema es… que yo creo que ya sé dónde está Kagome —giró su cabeza y lo miró con ojos de preocupación—. He pensado todos estos días en esa posibilidad… Y me aterra que así sea. Porque no sé cómo abordarlo con Midoriko.

—Según lo que me dices… Mmm… Intuyo que fue al Norte. Pero ¿a qué? —preguntó el Coronel.

—¿Recuerdas la alabarda Banryû que le perteneció a su padre?

—Sí... Aquella que Naraku Takeda le arrebató junto con la vida.

Sango asentía con la cabeza mientras lo miraba con ojos que guardaban temor y preocupación.

—No me digas que… —inquirió el Coronel y Sango volvió a asentir con más firmeza, como conectando sus pensamientos con los de su esposo. Entonces este, volvió a preguntar intentando comprender la situación— Pero... ¿por qué iría ella sola?

—Tal vez porque sabía que Midoriko no la apoyaría en esto. Muchas veces Kagome insistió en que debían recuperar esa alabarda. Pero Midoriko le decía que esta ya tenía otro dueño, y que era imposible entrar en el área de los Takeda con intenciones de una batalla.

—Bueno —comenzó a decir su esposo, acariciándole la mejilla— Esa alabarda, estuvo por generaciones bajo la mano de los Higurashi. Antes, las canciones decían que Banryû era tan pesada, porque llevaba consigo la fuerza física de cada Higurashi que la empuñó. Se decía que esta elegía a su siguiente dueño, pero que siempre era dentro de dicha familia. Sin embargo, cuando Naraku derrotó a Muso, las canciones cambiaron; ahora se habla de que la alabarda escogió un nuevo dueño y por eso, Muso, se encontró con la muerte, se dice que la alabarda lo abandonó y robó toda su fuerza.

—Lo sé —contestó Sango—. Sé lo que dicen las canciones y no creo todo de ellas, pero para Kagome no es así. Ella confía en la palabra de su padre y siempre recalcó que Naraku le tendió una trampa a Muso, y que por eso fue asesinado. Kagome niega que Naraku hubiera sido elegido por la alabarda. Y recuerdo que hace un año, ella mencionó que tenía información respecto a ese momento en que Naraku quiso alzar a Banryû, pero que este, no pudo hacerlo con sus propias manos, y debió pedir a tres de sus hombres que se la llevaran cargando hasta el castillo Mutsu.

—Ya veo, es por eso que se ciega tanto en los dichos de su padre y las antiguas canciones; eso de que «sólo un Higurashi puede levantar a Banryû», creo haberlo escuchado en algún momento —concluyó el Coronel alzando una ceja.

—Eso creo y… sé que para Kagome es importante esa alabarda; ella sufrió mucho la pérdida de su padre, y creo que siente que Banryû lo representa de algún modo ¡Pero Kagome está loca si cree que puede ir sola y recuperarla por sí misma!

La kunoichi maldijo por ese posible hecho y se incorporó bruscamente, quedando sentada en el futón tapando sus senos y el resto del cuerpo con la sábana. Luego se tomó la cabeza con las manos y dijo:

—De haber llegado a tiempo hace unos días a la casa del Comandante Kōga, jamás la hubiese dejado partir, Miroku. Yo iba dispuesta a retenerla y a convencerla de que regresara con sus hermanas, iba a exigirle que me dijera lo que estaba planeando hacer, llevármela a la fuerza si era necesario. Pero por más rápido que fui con Kirara; Kagome ya se había ido y en ese momento no caí en cuenta de esto.

Miroku se sentó también y la reconfortó con un abrazo. Luego le habló:

—Ya, preciosa, calma… La señorita Kagome es una mujer fuerte y valiente. Sin embargo, tendremos que hacer algo, antes que corra demasiado peligro. Además, Sango… si estás en lo cierto, lo que sea que ella haga allá, puede traer graves consecuencias para la región Sur, y lo queramos o no, todos nos veremos involucrados, por eso, es importante prevenir a Midoriko cuanto antes.

—¡Dios! Y justo ahora que Midoriko busca la paz con la gente del Norte. Hace un par de días envié a Kohaku con la carta de felicitaciones para el nuevo daimyō. Y como no había pensado este posible asunto de la alabarda, tampoco pedí que estuviera atento a Kagome para que me informara.

—¿Y hablarás con Midoriko?

—Es lo que he estado pensando también estos días… Aunque no esté segura de esto, existe una alta probabilidad de que yo esté en lo cierto. Se trata de la seguridad de Kagome y como bien dices: de toda la región Sur. Es mi deber hacerlo. Además, ella no me contó nada, yo llegué a esta conclusión por mí misma. Así que, no cuenta como traición.

—Es cierto —confirmó su esposo.

—Sí. Tendré que hablar con Midoriko.


Luego de decir su nombre, Kagome suavizó su mirada e hizo una reverencia al joven terrateniente. De paso, ignoró al enfurecido Comandante del Norte que la miraba con recelo. No obstante, Jakotsu no podía pasar por sobre su hermano, así que, inquieto, esperó a que este hablara.

—Kagome... ¿Tienes apellido? —preguntó el daimyō con tono altivo.

—No, mi señor. Vengo de una familia que no cuenta con tal privilegio.

—Explica por qué no acabaste con tu oponente —demandó saber Bankotsu en un tono que no sonaba a pregunta, pues la molestia se marcaba en su voz.

—El hombre se rindió —respondió la guerrera.

—Y eso ¿qué?... —soltó desalmado y casi perdiendo la paciencia—. ¡Acabas de romper una de nuestras más importantes tradiciones! El golpe mortal del guerrero sella su honor de lucha y gana la contienda de este torneo —concretó el joven terrateniente.

—Tenemos un concepto distinto del honor entonces, mi señor —respondió Kagome con seguridad.

—¡¿Cómo te atreves?! —exclamó Jakotsu con el ceño fruncido y dio una señal a sus hombres para que se encargaran de la mujer imprudente. Pero Bankotsu que no se esperaba esa respuesta, con un movimiento de manos, detuvo a los hombres.

Él era la mayor autoridad de esa provincia y de tres más que Naraku conquistó en vida. Por ende, los cuatro hombres que rodearon a Kagome se detuvieron de inmediato a su órden y no la atacaron.

—¿Hermano…? —preguntó exigente y a la vez perplejo Jakotsu mirando al Takeda menor. Pero este lo ignoró.

Kagome no apartó la vista de Bankotsu y no pudo evitar volver a desafiarlo con ese intenso castaño en su mirar.

Algunos suspiros de jovencitas se oyeron entre la multitud cuando el joven daimyō se incorporó con tranquilidad de su silla y bajó dos peldaños de la tarima hasta la arena.

Al ver la imponente figura del joven señor, Kagome comprobó de cerca la descripción que Renkotsu le dio en la cantina respecto a este hombre.

En efecto… tenía buen porte; más alto que ella por al menos una cabeza. Vestía bastante sencillo para ser un daimyō; sandalias y escarpes de cuero endurecido que protegían sus pies, empeines y canillas. Usaba un hakama de color blanco y ancho en las piernas, le seguía hacia arriba el haori del mismo color, con una franja azul en el hombro izquierdo. Mismo hombro que la ligera armadura gris, cuyo diseño era un patrón de helechos azules, cubría su pecho y espalda, y caía hacia abajo en una especie de taparrabos; sujeta por un lazo ancho y largo de tela roja que rodeaba su cintura. Su tez morena, con una extraña cruz en su frente, como una gran cicatriz. Kagome recordó también esa descripción y ahora con más fuerza llamó su atención, pues le daba al hombre un toque salvaje. El cabello negro iba recogido en una larga trenza que caía por su espalda, sus ojos eran afilados y de un intenso azul índigo, tal como el profundo océano.

Sí… Bankotsu era un tipo de buen ver, no lo negaba. Pero lo cierto era, que aquello no le importaba en lo absoluto. Pues sus objetivos eran claros y no había llegado ahí tan sólo para verle la cara bonita.

Bankotsu se acercó dos pasos más, quedando a unos cuantos pies de distancia de la guerrera. La observó unos momentos… no podía negar que la mujer tenía su encanto, al menos en el rostro. Pues la armadura no le permitía jugar con su imaginación. No obstante, estaba acostumbrado a ver mujeres hermosas, como las que le enviaba Tsubaki a sus aposentos y con las cuales, pasaba ciertas noches en que podía relajar su cuerpo y liberar tensiones a través del placer.

—Y… ¿Cuál es su concepto de «honor», Señorita Kagome? —cuestionó el daimyō con sarcasmo y la gente rió mofándose.

—No somos jueces, pero en la batalla jugamos a serlo. El verdadero honor surge cuando se muestra respeto hacia la vida humana. Y si el oponente se rinde, tiene el derecho de que su rival decida lo que considera justo para él. Haberle dado una oportunidad de vida a ese hombre, no me quita el honor y menos la victoria —respondió la aludida y aquella mirada castaña y desafiante regresaba.

—¿Y tú crees que fuiste justa dejándolo que muera desangrado con esa cortada que le hiciste en la pierna? —inquirió el joven daimyō tomándose la barbilla, pensativo, aunque con clara ironía.

—Me aseguré de que no fuese mortal. Si la saben tratar, sanará rápidamente —explicó la mujer.

—Mff… —soltó el aire por la nariz— ¿También tienes dotes de miko, para asegurar eso? —preguntó divertido, Bankotsu; incrédulo por las respuestas que salían de aquella mujer.

—Algo parecido, mi señor. Mi madre fue una mujer que sanaba las heridas de los soldados.

—¡Jajaja… de seguro se la follaban todos! —se burló Jakotsu apoyando su gran espada en su hombro y la otra mano en la cintura. La gente rió con él.

Bankotsu sonrió, y lo miró divertido; su hermano siempre lo hacía reír con sus arranques.

Luego volvió la vista hacia ella y la observó tranquila, sin inmutarse por los dichos de Jakotsu.

Pronto el semblante del terrateniente se volvió serio. Sintió que ella lo escrutaba con la mirada y eso lo ponía inquieto; esa mirada a instantes suave y a instantes desafiante comenzaba a molestarle.

—Bien, suficiente charla —dijo ensombreciendo su rostro—. No puedo dejar que quede impune una falta como esta, tendrás que responder por tu imprudencia, mujer. —Sentenció y se volteó dándole la espalda a la guerrera.

—¡Señor! —exclamó Kagome nuevamente al daimyō dando un paso adelante, intentando seguirlo, pero los soldados se movieron apuntándole con sus espadas y Kagome se detuvo ahí, aunque no se silenció—: Estoy aquí porque sería un gran honor para mí poder servirle y luchar junto a usted en las batallas.

Bankotsu se detuvo y dio media vuelta nuevamente hacia ella.

—¿Un honor? —preguntó alzando una ceja sonriendo irónicamente.

—Sí.

—No. Tú misma lo dijiste. Tenemos un concepto distinto del honor.

—Señor, yo gané la…

—Acabas de dejar escapar al enemigo —la cortó alzando más la voz y señalando el espacio vacío en el suelo donde estaba antes el hombre corpulento, que en efecto, se había ido cojeando— ¿Y esperas que tenga la confianza de ponerte en mis filas? —dijo arrugando el entrecejo. Le molestaba la estupidez de ella.

—Él no era su enemigo, mi señor —refutó Kagome convencida de ello—. Era uno de sus vasallos, un hombre que luchó contra mí, para poder tener un puesto en sus filas y pelear por usted al igual que yo ¿Por qué tendría que matarlo?

Se hizo un silencio hasta que Bankotsu se incomodó...

—Hablas demasiado, mujer. Deberías aprender a callar —dijo ya fastidiado de la situación y de que ella tuviera respuesta para todo.

—Las batallas no son sólo para matar hombres. La rendición del rival, también equivale a la victoria. Yo sí gané la pelea —finalizó Kagome con firmeza.

Sabía que se estaba jugando el pellejo, se arriesgaba a que le cortaran la cabeza ahí mismo, pero no se dejaría amedrentar por ellos. Además, si Bankotsu no la dejaba entrar al batallón por las buenas, tendría que hacerlo por las malas, como lo pensó. Pero de uno u otro modo tenía que lograr su objetivo.

Las palabras de la mujer dejaron perplejo a Bankotsu ¿Por qué demonios esa mujer era tan osada? ¿Acaso no le importaba si la mandaba a decapitar? Las opiniones o incluso conjeturas de un daimyō no podían ser cuestionadas o criticadas por un soldado raso como ella. Eso podía costarle la vida, y parecía que esta mujer no tenía respeto por la suya. Pues con sus constantes contradicciones, sólo lograba que él perdiera la paciencia y optara por el peor de los castigos.

El silencio de los presentes volvía a reinar, todos permanecían atentos a ese tenso cruce de palabras entre la guerrera y el nuevo terrateniente de Mutsu. Enfrentándose ambos en un peligroso diálogo que no encontraba un punto de acuerdo.

Bankotsu ya más que cabreado, acortó la distancia entre ambos, acercó su rostro al de ella, tanto, que Kagome necesitaría hacer su cabeza hacia atrás.

Pero no lo hizo.

No se dejó ver sumisa y con orgullo, alzó más su mentón. Entonces él a escasos centímetros de sus labios y con la mirada más afilada, le habló.

—Tú, no ganaste nada, debilucha —dijo denostando su valor como guerrera, incitando el odio de la mujer, en su interior nació una fuerte necesidad de humillarla y mofarse de ella por todo lo que causó en su ceremonia de nombramiento, donde ahora todos hablarían de la mujer que discutió con el nuevo daimyō y lo contradijo.

Y luego de un tenso enfrentamiento de miradas, sin apartar sus ojos de los de ella el joven terrateniente exclamó—: ¡Jakotsu! Eres el comandante ahora, ¿quieres a esta mujer en tu batallón?

—¡Claro que no! No acepto mujeres en mis filas, hermano. Ya lo sabes… Son aburridas, débiles y mueren de inmediato.

—No fue eso lo que le demostré a mis señores hoy —refutó orgullosa de su reciente lucha, y aún teniéndolo a escasos centímetros de su rostro. Estaba más que ofendida, pero sabía que eso podía suceder. Ya estaba preparada para el rechazo.

—Solo eres una joven parlanchina y atrevida que debe ser castigada —dijo Jakotsu hastiado de la mujer.

—Entonces —dirigió su mirada al Comandante—, espero un castigo que le haga justicia a la verdad —concretó frunciendo el ceño, desacreditando el hecho de un absurdo castigo y clavando sus ya furiosos ojos en Jakotsu.

Bankotsu tomó con brusquedad el mentón de la mujer y luego enterró sus dedos en ambas mejillas para inmovilizarle el rostro y centrarlo frente al de él. Entonces, cuando los azulinos ojos llenos de furia y los castaños desafiantes volvieron a encontrarse, él dijo:

—Ya me cansé de oír tu vocecita. Haré que te quiten las ganas de volver a hablar.

Con un movimiento brusco de su cabeza hacia el lado, Kagome se quitó de la cara la mano de Bankotsu, y este, finalmente se apartó, volvió a darle la espalda y esta vez, ella no intentó seguirlo y se mantuvo en su erguida postura.

Luego el joven terrateniente volvió a la tarima y se dirigió a la multitud dando la ceremonia por terminada. Miró por última vez a la joven y temeraria mujer que seguía de pie en la arena y que a su vez también se quedó viéndolo a los ojos... esperando —aunque algo nerviosa y también furiosa—, a que Bankotsu dictase su «castigo». No obstante, sobre la misma, pensó que no podía dejarse llevar aún por la rabia, tenía que gobernarse o no irían las cosas a su favor.

Por lo general, Bankotsu no pensaba mucho en el tipo de castigo que le daba a sus hombres. Pero este era un caso diferente, se trataba de su primer día como daimyō y aunado a eso, solo una vez castigó a una mujer. En el pasado, Naraku le cedió el control de una situación puntual y él la mandó a azotar sin que le temblara la mano, pues la mujer los había traicionado y eso era imperdonable para él.

De pronto, pudo observar cómo el semblante de ella se suavizó repentinamente. Pues aún le sostenía la mirada.

¿Qué demonios?

¿Por qué de pronto esa mujer le causaba una maldita intriga?

Siendo tan arrogante y ahora... Tan serena que lucía la bastarda.

Luego Bankotsu le quitó la mirada para esclarecer su mente. Se dirigió hacia Jakotsu y habló con tono altivo:

—Cincuenta azotes calmarán su soberbia y si no aprende, le darás cincuenta más.

«No serán más de diez, maldito engreído predecible» pensó Kagome mientras ideaba su próximo plan para lograr sus objetivos, pero se guardó su sonrisa, pues sabía por sus investigaciones previas que él ya había hecho eso antes con una mujer.

El Comandante Jakotsu hizo una señal con la cabeza y enseguida cuatro hombres retuvieron a Kagome atándole sus manos.

Ella forcejeó un poco, pero los hombres la redujeron inmediatamente con un golpe en el abdomen. Entonces el Comandante de voz femenina se acercó unos pasos a la guerrera.

—Voy a hacer que ellos se encarguen de ti, porque yo no voy a ensuciar mi ropa con tu asquerosa sangre, ¿me oíste? —siseó Jakotsu.

Kagome terminaba de toser por el golpe y dijo:

—Pues… lo que menos querría yo, es ensuciar sus ropas, mi señor Comandante. —Y ahora la aludida no pudo evitar sonreír con sarcasmo.

Bankotsu ensombreció su semblante ante la soberbia de la guerrera. No obstante, algo en su interior empezaba a removerse, y no sabía a qué atribuirlo. Jamás una mujer le había hablado con semejante altivez, jamás había visto tanta seguridad y determinación en los ojos de una fémina, y jamás alguien lo había desafiado con esa mirada y esas palabras tan «cordialmente irrespetuosas», sin amilanarse ante su presencia. Todo aquello le molestó sobremanera.

—¡Un momento! —dijo Bankotsu deteniendo el andar de los hombres que se llevaban a la mujer—. ¿Sabes? Creo que cambié de opinión.

Kagome arrugó el entrecejo…

—A pesar de haberte perdonado la vida, insistes con tu soberbia. Pensaba liberarte al finalizar tu castigo. Pero veo que no será suficiente. Así que, después de que te azoten… —agudizó más su mirada azulina desafiándola tal como ella hizo antes con él— Morirás.

La gente se manifestó con aplausos y Jakotsu sonrió de satisfacción.

Bankotsu, no quiso darle más vueltas al asunto. Tomó a Banryû y la apoyó en su hombro derecho. Prefirió no mirar más a esa mujer y optó por marcharse de ahí junto a sus soldados; sumados los dos nuevos seleccionados en el torneo. Pues el tercero salió fallido por culpa de la imprudente.

—¡Espero verlo antes de morir, mi señor! —exclamó Kagome sonriendo y alzando un poco su voz.

Bankotsu apretando los puños la ignoró. Jakotsu se dirigió a uno de los soldados que la retenía y mandó.

—¡Hazla callar! Ya estoy harto.

Dicho esto; con la parte posterior de su gruesa mano, el soldado le dio una bofetada a la mujer que casi le desencajó la mandíbula. Y la gente aulló en aprobación.

Kagome fue sacada de la arena casi a la rastra por los hombres y con la boca ensangrentada. Aturdida por el golpe, solo pudo visualizar borrosamente la espalda de Bankotsu, caminando con la que se suponía era su alabarda. El joven terrateniente oyó claramente el sonido de la bofetada, pero no se volteó a prestarle atención, pues ella se la merecía, y sólo abandonó el lugar.

Entonces, antes de perder la conciencia Kagome declaró para sí misma:

«Nos veremos pronto, Bankotsu»

Continuará…


N/A: Hola bellezas de la creación.

Aquí reportándome con otro capi. Espero les haya gustado este primer encuentro de Banky y Kag. Y vamos dándole forma a esta historia... Kagome sabía a lo que iba, pues como bien les comenté en las N/A del capi anterior. En aquellos tiempos, las mujeres guerreras eran poco valoradas y más si ella se presenta cono un soldado raso. Me encantaría saber sus teorías respecto a lo que se viene :3

Les dejo el dato cultural, de algunas cosas interesantes que nombré en este capítulo:

Las horas en el Japón antiguo (al igual que en casi toda Asia) estaban formadas por períodos de dos de nuestras actuales horas. El día constaba pues de 12 períodos que se conocían por los doce signos zodiacales asiáticos que son los doce animales: la rata, el buey, el tigre, el conejo, el dragón, la serpiente, el caballo, la oveja, el mono, el gallo, el perro y el cerdo.

La ceremonia de Bankotsu fue a medio día, por ende, entre 11:00 a 13:00 h, Hora del Caballo: es el momento en que la Luz del Sol se encuentra en su punto máximo y comienza a descender y la oscuridad empieza a aparecer; para los japoneses esta oscuridad es la Tierra, y como el caballo corre sobre la Tierra, se le simboliza como «animal de oscuridad», por eso se denomina como la hora del caballo. Luego de 13:00 a 15:00 h, es la Hora de la Oveja: A estas horas la oveja debe alimentarse del pasto, de manera que es el horario que no perjudica a la reproducción del césped.

Kusari: Es lo que se quitó Kagome de la cabeza cuando se dio a conocer ante Bankotsu. El Kusari fue utilizado en armadura samurai al menos desde el momento de las Invasiones mongolas (Década de 1270). Se fabricaba típicamente con anillos que eran mucho más pequeños que sus homólogos europeos. Y también se usaban parches de kusari para unir placas y cubrir áreas vulnerables como las axilas; las partes más comunes de la armadura samurái se pueden hacer con kusari como defensa principal de la armadura.

El kabuto: Es el que se quitó el guerrero colosal en la historia. El kabuto es el casco tradicional de la armadura japonesa, y fue empleado por primera vez por los guerreros medievales japoneses, que evolucionaron hasta los samuráis.

—Fin del dato cultural—

Mis agradecimientos a Yury, Gabriela Jaeger, Gaby Obando, por sus valiosos aportes. Y comentarios respecto a esta historia.

Gracias a la Página Inuyasha Fanfics, porque ahí soy libre de publicar mis fics y gracias a las chicas de Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma, por estar siempre atentas y promocionar mis historias y actualizaciones, son un amor

:3

manu: En efecto, la interacción de Bankotsu y Kagome es mínima, tanto en el animé como en el manga. No es que se me haga fácil poner a las parejas distintas a lo canon, simplemente escribo de las parejas que a mí me gustan o me hacen sentir algo al verlas juntas. Y los ship que me nombras lamentablemente no son de mi agrado. Muchas gracias por leer, saludos.

Paulayjoaqui y Gabriela Jaeger: muchas gracias por sus Review me dieron mucha emoción [inserto corazones]

Marcia Moraga: con amor para ti. Te amo amiga y espero te haya gustado *se va a esconder* jajajaj

Nos leemos en un próximo capítulo.

Abrazos,

Phany