A mi querida y preciosa beta Yuricita de mi corazón: mil gracias por todos tus aportes para este fic. Ha sido fundamental e importante para mí contar con tu apoyo y visión. Eres maravillosa.

A mi hermanita del alma Marcia que esperó pacientemente la actualización jajajja. Aquí va amiga, con todo mi amor para ti.


Capítulo II

Ojos delatores

«...Existe una terquedad en mí que nunca podrá tolerar asustarme a merced de los otros. Mi valor siempre emerge con cada intento de intimidarme». —Elizabeth Bennet.

Orgullo y prejuicio

Jane Austen


Provincia de Tosa, Sur de Japón.

Las miradas de algunos soldados fueron robadas por la figura de la curvilínea mujer que ingresó a la cantina y se sentó junto a la misma mesa del hombre calvo. Su kimono de anchas franjas en color vino y palo rosa, combinaba perfecto con sus ojos rojos y sus labios maquillados de un oscuro color carmesí. Resaltando a la vez, el tono albo de su hermoso y elegante rostro.

—¡Bebe! ¡Bebe! ¡bebe!

Se oía el grito al unísono en la cantina. Y las miradas, incluso aquellas que la mujer de ojos rojos inconscientemente robó; se dirigieron ahora hacia el nuevo centro de atención.

De pie sobre una mesa y alentado por sus compañeros soldados que disfrutaban de una noche libre en El Ciempiés; el hombre barbudo se empinaba la jarra y a grandes tragos se bebía toda la cerveza de una sola vez.

El espectáculo era llamativo. Tanto que hasta los hermanos Takeda estiraron sus cuellos para ver lo que pasaba varias mesas más allá. Desde el rincón, observaron cómo el hombre barbudo se bebía toda la amarga cebada y luego gritaba eufórico y triunfal, como si hubiese vencido a un gigante.

La kunoichi del Norte entornó los ojos y dijo con hastío:

—Idiotas…

Renkotsu que había girado levemente su tronco para observar el espectáculo, sintió un fuerte pinchazo en la muñeca como si un insecto grande le hubiese picado. Enseguida se sobó la zona afectada y recuperó su posición recta sobre la silla, volviendo la vista al frente para mirar nuevamente a su hermanastra. Entonces comentó:

—No lo culpo… La cerveza de este antro es la mejor que he probado.

—Eso espero —respondió Kagura viendo dubitativa el contenido de su jarra.

Renkotsu se pasó nuevamente las yemas por la picadura en su muñeca y dijo:

—Creo que los mosquitos están hambrientos hoy.

—Así parece —concedió la kunoichi haciendo un gesto con uno de sus abanicos para alejar a los mosquitos y tomando su jarra añadió—: Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que nos vimos, así que vamos a divertirnos —dijo con falso entusiasmo y sugirió—: brindemos para que ese mosquito no se muera por probar de tu sangre.

—Sí. Qué graciosa —ironizó Renkotsu con semblante serio—. Al menos tu sentido del humor sigue siendo fatal.

Kagura esbozó una sonrisa de medio lado y le guiñó un ojo. Luego Renkotsu aceptó la idea de brindar.

Ambos alzaron sus jarras, y mirándose de la manera más hipócrita en que dos hermanos con opuestos propósitos se pueden ver; las chocaron para "celebrar" por ese incómodo encuentro.

—Bankotsu debe estar festejando su nueva posición de terrateniente y Jakotsu preguntándose porqué no me aparezco aún en el castillo —habló con gracia la kunoichi.

—Yo creo que el muy idiota debe estar baboso con su estúpida alabarda —soltó con envidia el hombre calvo y Kagura sonrió por esos comentarios. Pues de hecho, su hermano mayor tenía razón. Y de cierto modo, sí se imaginaba a Bankotsu con la sonrisa de oreja a oreja jactándose de que al fin tenía esa anhelada arma en su poder.

—Y dime… ¿Encontraste ya a tu madre? Imagino que ahora que Naraku murió, has podido busca…

—Creo que aún no asumes que hace años mis asuntos no son de tu incumbencia, Renkotsu —lo cortó molesta.

—Sigo siendo tu hermano mayor, y el que debería estar en la cabeza de ese clan, en vez de ese malnacido —dijo escupiendo odio hacia el menor de los Takeda. apretó sus puños sobre la mesa y luego apuntó con su dedo índice a su media hermana—. Tú, deberías servirme y no a él. Incluso podríamos unir fuerzas… estoy ansioso por escuchar que viniste a aliarte conmigo —agregó.

—Renkotsu… No me hagas reír —respondió Kagura con sarcasmo—. Desde que desertaste, no tienes poder alguno sobre mí. Más bien; sobre nada. No tengo porqué darte explicaciones de lo que hago. Y lamento tener que poner tus pies en la tierra, hermanito, pero no vine a aliarme contigo. Esa sería mi peor apuesta, así que, mejor vamos al asunto por el que te busqué.

—No, detente ahí… Sabes perfectamente que yo no deserté porque quisiera hacerlo. Te recuerdo que el desgraciado de nuestro padre me condenó a muerte.

—¿Esperabas besos y abrazos después de tu fallido intento de eliminarlo? —preguntó Kagura riendo de modo elegante, cubriendo su boca con el abanico. Renkotsu solo arrugó el entrecejo y no respondió a tal obviedad. Kagura continuó—: Vamos… No podías esperar otro castigo de nuestro querido padre Naraku. Y si no fuese porque me mentiste al decir que tenías información de mi madre para que yo te sacara de ese calabozo; jamás te hubiera ayudado. Y ahora estarías metros bajo tierra, siendo alimento para los gusanos —confesó impía.

—Lo sé —concedió su hermano. Luego bebió un sorbo de cerveza y continuó—: Al fin se murió ese infeliz. —El deceso de su progenitor, provocaba en sus ojos una satisfacción insospechada.

—No sabes cuantas lunas celebré la muerte de ese maldito hijo de puta. Espero que se esté quemando en el infierno —dijo con absoluta veracidad.

—Bueno… —habló la kunoichi cerrando de golpe su abanico y enseguida apuntó hacia él—. ¡Si tuvimos que esperar tanto tiempo a que Naraku muriera, es porque tú eres un inútil y todo lo haces mal! Suerte que el destino se encargó de enfermarlo y Bankotsu no pudo hacer nada contra eso, o seguiríamos en el mismo infierno —concluyó golpeando levemente la mesa con la punta de su abanico.

—Ese es otro imbécil que se debe morir —aseguró Renkotsu clavando su mirada en aquellos ilegibles ojos rojos que su media hermana heredó de su progenitor—. Bankotsu siempre protegió al maldito de Naraku. Incluso después de lo que este le hizo en el rostro.

—Sabes que Bankotsu no tolera la traición. Y por eso, pese a todo lo que Naraku le hizo y aunque lo odiaba profundamente; siempre le fue leal —afirmó la kunoichi y enseguida quiso llevar la conversación a lo que realmente le interesaba—: Bien, ya dejemos las lamentaciones para otra ocasión y vamos al grano; estoy tras un hombre que se hace llamar Shikon

Renkotsu se tensó en su silla y a la vez se percató de que el brazo donde había recibido la picadura se sentía más pesado.

«¡Maldita ninja! ¡Nada se le escapa!... Si descubre al Shikon, mi oportunidad de que maten a Bankotsu se esfumará», pensó el mercenario y luego dijo:

—¿Y qué tengo que ver yo con eso?

—Mis pajaritos tienen información de que un niño pelirrojo de ojos verdes le llevó dinero a un hombre calvo y este se reunió con el Shikon.

—Tus pajaritos, son bastante torpes. Soy un mercenario. Realizo trabajos que me piden los terratenientes. Así es como sobrevivo, ya que no recibo nada del clan. Y por favor —ironizó—, no soy el único hombre calvo que existe.

—No juegues conmigo Renkotsu, sé perfectamente la clase de rata que eres, y sé que eres capaz de vender tu alma al diablo por ver a Bankotsu muerto. Mis pajaritos obligaron a ese niño pelirrojo a hablar, y este dijo que ese tal Shikon buscaba información del clan del Norte y de su nuevo daimyō. Así que, no intentes engañarme.

—Pues si eres tan fiel a ese imbécil de Bankotsu, entonces ve y averígualo tú misma. —El mercenario bebió el resto de cerveza que le quedaba en la jarra y agregó—: Yo no conozco ni sé nada de ese personaje, así que lamento decirte que perdiste tu tiempo en venir aquí.

—Yo lo veo de otro modo, hermano —dijo la kunoichi con semblante serio y tono calculador—. Sabes que yo nunca desperdicio mi tiempo. Y si aquí, contigo, no obtengo lo que quiero; al menos habré limpiado el camino de nuestro querido hermano menor.

Sin saber por qué, de pronto, Renkotsu se sintió agitado e intentó incorporarse de la silla para marcharse de ahí, pues no se sentía bien. Pero para su sorpresa, sus piernas estaban pesadas y le costó ponerse de pie.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó el hombre con un mal presentimiento.

—No puedes irte aún, si lo haces quedarás a medio camino y tu cuerpo colapsará —dijo la ninja clavando sus ojos en los de él—. Pronto sentirás que tus extremidades y todo tu cuerpo perderán movilidad.

—¡¿Qué mierda estás diciendo, Kagura?! —exclamó el mercenario y dejó caer de golpe su trasero en la silla.

—No creí que actuase tan rápido la verdad… —dijo pensativa llevando su mano al mentón— ¡Ah! Lo olvidaba —exclamó con falsedad y luego de beber un sorbo de su cebada, continuó—: Cuando el veneno se mezcla con alcohol, el efecto suele ser más rápido.

—¿V-veneno? —preguntó asustado el afectado, y pronto fue consciente de que su frente sudaba y sus mejillas hormigueaban.

Desesperado y furioso estiró su brazo aferrando con agresividad su mano al kimono de su media hermana, pero esta no se inmutó.

—¡Perra bastarda! ¡¿Pusiste veneno en mi cerveza?!

—No exactamente —respondió Kagura—. Pero el mosquito fue bastante rápido en tu muñeca ¿no crees? Y por mi experiencia sé que esa picadura puede ser mortal —advirtió abriendo de frente su mano, mostrando el Kakute de punta solitaria. Luego le advirtió con total serenidad—: No deberías moverte tanto, solo empeorarás tu situación.

Renkotsu la soltó y se quedó quieto en su puesto. Comenzó a temblar y a sudar de pánico al sentir como si cientos de agujas se clavaran en la cara y en su lengua.

—Bueno —dijo la kunoichi con tono de fingida preocupación—. Tenemos poco tiempo y te veo algo desesperado, así que te ayudaré… —Kagura bebió el último sorbo de su cerveza y luego habló—: la punta de mi Kakute contenía veneno. Este veneno te mantendrá consciente de todo mientras fluye por tu cuerpo. Sin embargo, paralizará todos tus músculos. De a poco, sentirás que pierdes el aire y en menos de una hora, el veneno detendrá la acción de tus pulmones…

La kunoichi se puso de pie y se colocó junto a Renkotsu quien se quedó estático en su silla con los ojos abiertos de par en par y respirando agitado, pues sabía que Kagura lo tenía en sus manos y no sacaba nada con luchar.

Kagura, se acercó al oído del mercenario y cubriendo lo que decía con su mano le susurró:

—Antes de que el veneno paralice tu ambicioso corazón… morirás asfixiado.

—¡Maldita bastarda! ¡¿Bankotsu te envió a asesinarme?! —exclamó con absoluto desconcierto por haber caído en la trampa de su hermana.

La aludida sonrió de medio lado, enderezó su espalda y se mantuvo de pie junto a Renkotsu para cubrir con su cuerpo la horrorosa cara que este ponía al sentir el efecto del veneno. Luego la Kunoichi volvió a hablar:

—Te equivocas… Esto va por mi cuenta, a Bankotsu no le preocupas en lo absoluto. Así que no te desgastes en insultos hacia mí. Recuerda que te salvé una vez la vida y puedo hacerlo de nuevo, querido hermano. Si me dices qué sabes de ese Shikon, te ayudaré a revertir esto.

Kagura sacó de entre sus ropas un frasco pequeño que contenía un líquido violeta. Renkotsu apenas pudo mirarlo hacia arriba y supo de inmediato que ese era el antídoto para el veneno en su cuerpo.

La kunoichi ensombreció su mirada de fuego y exclamó altiva:

—¡Habla!

El aludido no dudó en hacer lo que su hermana exigía:

—El Shikon… ¡Maldición! —La lengua ya se le estaba durmiendo. Se sintió un completo idiota, pues sabía perfectamente lo astuta que era Kagura y aún así se confió y cayó en sus trucos.

—¡No pierdas palabras maldiciendo, pronto no podrás hablar! —dijo Kagura con el ceño fruncido y sus rojos ojos clavados en Renkotsu, o más bien, enfocados en conseguir una respuesta.

—Es mu-mujer…

«¿Una mujer?», pensó unos segundos.

—Ka-Kagu-da… po-pod fa...

—¿Cómo es ella? ¡Habla, idiota!

—Ojoz… ojoz cazz-taño… ca-cabe-llo azaba-che.

—¿Qué quiere de Bankotsu? ¿Por qué reúne información de nuestro clan?

—N-no zzé… p-pe-do mon-n-ta un ca-caba-llo ba-ban-co.

—¡¿Y eso de qué me sirve?! ¡Pudo ser un caballo de cualquier persona! —golpeó la mesa con la mano.

Renkotsu se silenció. Pues ciertamente no poseía mayor información del Shikon, ya que en su momento, solo le interesó el pago que este le ofreció. Y con tal de que alguien atentara contra Bankotsu, no se molestó en conseguir información acerca de su identidad.

Kagura entornó los ojos. Conocía muy bien a su hermano mayor y sabía cuando este mentía o decía la verdad. Por ende, Supo que no conseguiría nada más de él.

—¿Es todo?... —preguntó la ninja y el aludido sólo pudo verla con ojos de súplica articulando apenas un «sí»— ¡Agh! Qué inútil eres, Renkotsu —dijo sobándose la frente con la yema de sus dedos—. Ni siquiera sirves muriéndote… Y después te preguntas por qué Bankotsu es el daimyō y no tú.

Molesta por la ineptitud de su hermano; frunció el ceño, destapó el frasco y lo dejó en la mesa, junto a la jarra de Renkotsu.

—Tómate eso y el veneno perderá su efecto.

La kunoichi observó a Renkotsu estirar con gran dificultad el cuello y los labios intentando acercarlos al antídoto que estaba sobre la mesa, pues los brazos ya no le respondían bien.

Se quedó mirándolo unos instantes… lo vio tan patético; un guerrero desertor y frustrado, anhelante de poder y que se volvió un sucio mercenario. No. Ella no terminaría así... Ella no quería ser como Renkotsu. Por eso, sabía que debía hacer las cosas bien.

Al morir Naraku, obtuvo la libertad que deseaba. Se libró de poner su vida siempre en peligro, se libró de tener que acostarse con hombres mayores y rancios por conseguir la información que Naraku le pedía. Bankotsu no le pediría esas cosas, pues se preocupaba más de sí mismo que de planificar emboscadas o engaños hacia sus enemigos. No obstante, las cosas para ella no habían cambiado del todo; ahora le protegía las espaldas a su engreído hermano menor, porque desgraciadamente, no tenía más opción. Por el momento su "lealtad" estaba con él. Pues estaba convencida de que solo Bankotsu podía cimentar el camino que ella seguía. Y pensando en ello, le dijo a Renkotsu:

—Soy aliada de mí misma, idiota. Sólo protejo lo que me guía hacia mis propósitos, y necesito a Bankotsu vivo. Así que, no intentes matarlo, o la próxima vez; no tendré piedad de ti. —Se dispuso a marcharse, pero luego de dar un paso adelante, se volvió hacia Renkotsu y añadió sonriente—: Gracias por la cerveza, estaba deliciosa. Pero tú sigues siendo un aburrido.

Dicho esto, la kunoichi abandonó el lugar. Y segundo después, los labios de Renkotsu alcanzaron el antídoto, logrando a duras penas beberlo; por segunda vez en su vida burlaba a la muerte casi inminente. Kagura lo ayudó la primera vez y ahora, irónicamente, casi muere a manos de la misma.

Poco a poco, el líquido hizo su efecto sanador y Renkotsu recuperó movilidad en su cuerpo. Se sentía realmente aliviado, aunque su respiración aún era irregular. Tomó el pequeño frasco —ahora vacío— lo observó detenidamente y lo apretó en su mano. Luego declaró para sí mismo:

—Me las pagarás, ¡Ninja bastarda!...


Castillo Mutsu

En el salón de la torre principal del castillo, se brindaba por el nuevo señor terrateniente. El sake y la comida les supo deliciosa a todos los guerreros presentes en la reunión.

Como siempre, Tsubaki se encargaba muy bien de que cada evento funcionase a la perfección, y la celebración de la sucesión al feudo para su nuevo señor; no sería la excepción.

Dispuso dos hileras paralelas con seis zafus por lado, donde se acomodaron de rodillas, Jakotsu y los guerreros principales del clan. A la cabeza; sobre una alfombra gris, sentado con las piernas cruzadas en un gran zafu de color púrpura, el joven terrateniente exponía algunas propuestas de las futuras hazañas que tenía planeadas para llevar a cabo junto a sus hombres, además de plantear las condiciones del vasallaje. Ahora que él era el daimyō, podía modificar los acuerdos entre «señor y vasallo». Pues había condiciones impuestas por su padre que no le gustaban del todo. También podía planificar la toma de nuevas provincias, pues deseaba abarcar su influencia por toda la región de Tōhoku; continuaría con aquellas que Naraku dejó pendiente, aunque, claramente lo haría a su modo.

Con el permiso de Bankotsu, Tsubaki deslizó el shoji que dividía el salón de un largo pasillo y dejó ingresar a tres jóvenes mujeres; una de ellas le entregó a Tsubaki una biwa. Las mujeres retiraron las bandejas de comida y comenzaron a servir otra ronda de sake a los guerreros. Mientras estos iniciaban conversaciones paralelas entre ellos, Jakotsu acercó su zafu hacia Bankotsu, para conversar en un modo más privado.

—¿Cuándo llegará Kagura? Creí que estaría hoy aquí —preguntó el Comandante.

—Eso no me preocupa en lo absoluto ¿Por qué te preocupa a ti, Jakotsu? —respondió el joven terrateniente en su postura relajada apoyando sus palmas sobre las rodillas.

—Porque se supone que ella es la que nos proporcionará información clave para lograr con éxito nuestros planes. Incluso Kagura podría deshacerse de algunos peces gordos antes de que nosotros digamos «ataquen». Es preciso que…

—No la necesito —lo cortó mientras observaba a las mujeres desplazarse con las jarras llenas de licor entre los hombres.

—¿Qué? —cuestionó sorprendido el Comandante.

Bankotsu entornó los ojos y aclaró:

—Que no necesitamos el espionaje de Kagura.

—¿Piensas ir a ciegas a atacar castillos?... No será fácil ganar a punta de enfrentamientos, sin conocer bien al enemigo, hermano.

—Tenemos lo necesario para ganarle a quien sea. Con Banryû, no necesito nada más para lograr mis siguientes objetivos. Despreocúpate, Jakotsu.

—Desearía tener tu confianza, hermano —respondió afligido el Comandante, pues su hermano prefería los desafíos—. Pero aún así, creo que puede aportar bastante en las acciones que tomemos. Ella le fue muy útil a nuestro padre; Kagura fue una pieza clave en todos sus triunfos.

—Lo sé... pero yo no soy él. Esos sucios y aburridos métodos no son de mi gusto.

—Y… ¿Qué harás con Kagura entonces?

—Nada —respondió escueto poniendo su atención en los movimientos de la jovencita rubia que se inclinaba para servirle el sake dulce y le sonreía coqueta.

Bankotsu también le sonrió y no pudo evitar fijar sus ojos entre los pliegues del kimono color damasco que la joven parecía llevar intencionalmente más holgado, justo en la zona del escote. Jakotsu se dio cuenta de aquel detalle y hastiado entornó los ojos.

Luego de la pequeña distracción, el joven de ojos azules continuó hablando:

—Kagura me cubre la espalda porque es ella la que necesita de mí.

—¿Para qué te necesita?

—No lo sé. Pero mientras no interfiera en mis asuntos y no intente traicionarme; no me interesan sus anhelos.

Las mujeres terminaban de servir el sake. La joven rubia que seguía mirando a los azulinos ojos de su señor, estaba a punto de verter el fermentado en la taza O-choko de Jakotsu, pero este puso la mano y cubrió la taza.

—¡No! A mí me sirves destilado, mujer descosida —insultó el Comandante a la joven rubia y esta borró su sonrisa del rostro. Inmediatamente cambió el recipiente por el que contenía shōchū para servir al Comandante.

Al finalizar la joven se dirigió al terrateniente.

—Mi señor, felicidades por su sucesión al feudo —dijo con entonada coquetería.

Bankotsu asintió aguantando la carcajada por lo de «descosida» y enseguida las mujeres se retiraron del salón a excepción de Tsubaki, quien regresó a su zafu y se acomodó para afinar las cuerdas de la biwa.

—¡Ash!... Eso fue repugnante —comentó Jakotsu—. Esa mujer parecía perra en celo. —Luego suspiró y dejando caer sus hombros dijo—: Como quisiera que ese guerrero nuevo me mirase así ¿No crees que es todo un primor?

Bankotsu negando con la cabeza, rió por los comentarios de su hermano.

—Y hablando de perras, ¿qué pasará con la salvaje que tenemos en el calabozo? —preguntó el Comandante enderezando la postura.

Bankotsu iba a beber de su sake, pero al oír aquello, inmediatamente su mandíbula se tensó y el buen humor que tenía hace un instante, se esfumó indeliberado. Entonces respondió:

—Quiero acabar con ese asunto lo antes posible…

—¡Excelente! ¿Cómo quieres que sea su ejecución? Debo instruir a mis hombres.

¡Maldición! Realmente no tenía ánimos de hablar respecto a cómo sería esa ejecución. O en realidad, no quería volver a pensar en esa mujer. Porque desde que regresó de la arena de combate se sentía inquieto, y a ratos esos ojos castaños se proyectaban en sus pensamientos; el rostro de esa impertinente se grabó en su retina como una maldita visión que no podía borrar.

Inevitablemente le sorprendía ese inmenso coraje que a ella parecía salirle del alma, reflejándose sagaz en sus ojos y demostrando una fuerte actitud. Era bastante atrayente…

Novedosa…

Con solo ver su mirada, pudo descifrar esa sed de pelea que él intuía en las personas. Pues conocía cuando alguien tenía pasta de buen luchador y no podía negar que en ella la vio.

Y muy de cerca...

No fue hasta que el brindis y la reunión en ese salón comenzaron, que pudo quitarse esos hechos de la cabeza, había podido dejar atrás todo lo sucedido en la ceremonia con respecto a ella, logró concentrarse en dar la bienvenida a los nuevos guerreros y exponer sus ideas. Había podido sacarla de su mente.

Pero ahora, Jakotsu se la volvía a recordar…

¡Demonios!

—Por cierto, también necesitaremos testigos que divulguen lo sucedido; todos deben saber a lo que se enfrentarán si te faltan el respeto —continuó el Comandante.

—¡Sé que necesito testigos, Jakotsu! Lo que no necesito, es que me enseñes las costumbres, me las sé muy bien.

—¡Uuy!... Esa mujer castrosa te puso de mal genio ¿verdad?...

—Me fastidia que todo me lo preguntes —refutó ocultando su verdadera molestia—. Haz lo que quieras con ella. No me interesa saber cómo va a morir; sólo dime a qué hora y estaré ahí —determinó Bankotsu.

—Entiendo tu molestia, hermano —dijo Jakotsu con su voz femenina acariciando el hombro del aludido—. Era tan tosca y desagradable que hasta a mí me descompuso el genio.

—Jakotsu... convengamos en que a ti, todas las mujeres te descomponen —planteó dedicándole una mirada de obviedad.

—Bueno, es cierto… Me conoces bien, hermano —concedió el Comandante dándole palmadas en el hombro y esbozó una amplia sonrisa. Luego preguntó—: ¿A qué hora la ejecutaremos?

Bankotsu giró lentamente su cabeza hacia él fulminándolo con la mirada…

—¡Oh! Cierto, no quieres que te pregunte. Etto… Entonces, yo decido que… —pensativo se tocó los labios con su dedo índice y Bankotsu se llevó una mano a la cara. Su hermano podía ser bastante idiota a veces y ponía a prueba su paciencia.

—Será mañana a la Hora del Dragón.

—Bien —respondió seco el joven daimyō, esperando que al fin terminaran con el tema.

—Me encargaré personalmente de la organización. Será todo un placer observar de cerca cuando le corten la garganta a esa mujer tan repulsivamente locuaz —Bankotsu apretó el puente de su nariz, ya cansado del asunto, pero Jakotsu continuó—: Que ironía… a esa salvaje le gusta tanto responder estupideces, pero lo último que saldrá de su boca serán borbotones de sangre. —Tras soltar una risilla malvada bebió de su shōchu.

Y por alguna inquietante razón, a Bankotsu no le gustó pensar en aquella sangrienta imagen.

Tsubaki acomodó el instrumento musical sobre su regazo y tomó el bachi con el que rasparía las cuerdas. Entonces comenzó…

El sonido de la biwa comenzaba a fluir en melódicos arpegios, mezclando zumbidos armoniosos que iban de graves a agudos. La música se esparcía sensible y certera, invadiendo de manera cadenciosa el espacio en el salón. Tsubaki engolaba su afinada voz desde la profundidad de su garganta y acompañaba el punteo del bachi sobre las cuerdas de la biwa.

Algunos samuráis susurraban de oreja a oreja; adulaban la belleza de Tsubaki. La compararon con una "Diosa blanca" y desde que ella los recibió en el salón, admiraron idiotizados su figura femenina. Ataviada con un kimono tradicional de color negro y su largo cabello plateado que caía suelto como un manto que cubría su espalda y hombros. Les parecía divina. Pero sin duda, lo que más cautivó a los guerreros; fue esa mirada turquesa y rasgada que aunado a la música y su voz; los hacía sentir hipnotizados.

Sin embargo, a otros, el zumbido de las cuerdas los sumergía en la profundidad de sus propios pensamientos… Tal era el caso del joven terrateniente, pues las notas musicales formaban la atmósfera perfecta para resaltar el frescor de sus remembranzas, justo las de aquellos momentos en que discutió con aquella guerrera.

«Estoy aquí porque sería un gran honor para mí, poder servirle y luchar junto a usted en las batallas». Recordaba las palabras que ella le dijo y que él rechazó.

Los acordes de la biwa continuaban y la mente del joven daimyō se despojaba del plano real de manera autómata por enésima vez en ese día.

Maldijo.

¿Cómo era posible que siguiera dándole vueltas a eso tan absurdo?

No entendía por qué; es decir, si ella quería tanto estar en sus filas, al punto de entrar a su torneo a la fuerza, haciéndose pasar por un hombre ¿por qué entonces lo miraba así?

Desafiante… Soberbia.

¡¿Cuál era su maldito problema?!

Antes de enterarse de su verdadero género, ella ya lo había mirado con desdén; como si lo odiara desde antes ¡¿Por qué?!

La duda lo mataba…

Bebió otro trago de sake y la pregunta hacía ruido en su cabeza.

¿Qué demonios tenía esa mujer que le despertaba tanta intriga?

«Kagome…», pensó en su nombre.

Era la primera vez que el nombre de una mujer no se le olvidaba de inmediato. Y detestaba con todo su ser que ahora lo tuviera pensado más de la cuenta. Deseaba poder controlarlo, como todo en su vida. Pero inevitablemente, en su interior, sentía un gran impulso por apaciguar su curiosidad; la ansiedad de bajar a los calabozos y enfrentarla otra vez, surgía latente y tentadora… Esa ridícula idea, no lo abandonaba.

No obstante, en el afán de controlar esos impulsos, se decía a sí mismo que aquello era un acto irracional e impropio de él. Después de todo, esa mujer sería azotada al amanecer del día siguiente, moriría y junto con ello, su inquietud quedaría enterrada para siempre… ¿O no?


Con gran pesadez abrió sus párpados… pestañeó somnolienta y apesadumbrada.

La superficie donde se hallaba era dura, fría y sucia. Su mejilla se aplastaba contra el suelo al igual que todo el costado de su cuerpo. Cuando intentó incorporarse fue consciente de su situación actual, pues sus manos y pies estaban atados con cuerdas, y su armadura había sido despojada, sin embargo, seguía vestida con su kimono gris y el hakama color marrón.

Hizo otro intento de incorporarse, pero inmediatamente, el dolor le refrescó la memoria; su pelea contra ese guerrero colosal resonaba dolorosamente en todo su cuerpo. Asumió que tenía alguna raspadura en su mejilla, pues le ardía esa zona con viveza. Seguramente; cortesía de los hombres que la lanzaron ahí. Pero el dolor más constante y agudo que sentía era el de su mandíbula. Ese golpe había sido brutal, aún tenía el gusto a metal de la sangre en su boca. Intentó articular la mandíbula y sintió que el rostro se le caía.

—¡Agh! —soltó un quejido involuntario—. Maldición… Estoy molida.

Miró alrededor alzando su cuello, aún no tenía las fuerzas de incorporarse. Observó que la iluminación era tenue, pues las débiles luces de un par de antorchas en la pared indicaban que estaba en un pequeño calabozo y se preguntó cuánto tiempo estuvo inconsciente.

De pronto, oyó los pasos de alguien que se acercaba a su celda... Optó por quedarse quieta y en silencio.

Bankotsu se detuvo poco antes de llegar a la rejilla de la celda donde estaba la mujer que él condenó a morir.

«¿Qué demonios estoy haciendo?», se cuestionó el joven terrateniente apretando el puente de su nariz, buscando en su mente una justificación lógica a su impulsivo acto.

Porque si quería asegurarse de que ella no hubiera escapado —cosa que era imposible—, debió enviar a Jakotsu, o este mismo podía enviar a uno de sus hombres a verificar que todo estaba bien con la prisionera. Pero resultó que el Comandante se encontraba adulando a uno de los soldados nuevos, al cual este nombró como un «primor» y por esa irrisoria razón es que él, decidió bajar personalmente a los calabozos.

Si.

«No… ¡Maldita sea!», pensó.

Aquella justificación "lógica" que armó en su cabeza, era tan absurda como el hecho de estar parado como un idiota a dos pasos de esa celda.

Se dio media vuelta para regresar renegando de sus verdaderas razones que lo llevaron hasta ahí. Sí, se devolvería al salón y seguiría bebiendo sake, o tal vez, hablaría con Tsubaki para que le enviase a la chica rubia a sus aposentos. Sin duda eso sonaba mucho más tentador que perder el tiempo enfrentando a su prisionera.

Pero cuando llegó al primer peldaño de las escaleras subterráneas, volvió a detenerse.

Observó la llave en su mano, la misma que ordenó a los guardias que se la entregaran. La apretó cerrando el puño y luego a grandes zancadas, se dirigió nuevamente hacia la celda. Y pensó que si había una cosa que le molestaba más que hacer algo incongruente; era no controlar una situación, y la única manera de controlar sus pensamientos y aclarar sus dudas, era volviendo a enfrentarla. Al menos, si la iba a ejecutar, debía saber qué escondía esa mujer tras esa profunda mirada.

Se paró altivo frente a la rejilla y entonces la vio...

No pudo explicarse qué fue lo que sintió al verla ahí; de costado en el suelo, atada de manos y pies. Pero aquello que se removió en su interior, lo asoció a la rabia que sentía con esa atrevida mujer que lo sorprendió de mal modo y que con su desacertada moral creía que podía pasar por sobre él.

Kagome se movió un poco y de inmediato él se tensó. Luego ella alzó su cabeza y vio la figura imponente del hombre que dictó su sentencia.

Bankotsu observó unos instantes el rostro de Kagome; tenía sangre seca en la comisura del labio inferior producto del golpe que le dio el soldado de Jakotsu. Y del mismo lado la mejilla roja y raspada.

—¡Señor!... —dijo sorprendida.

«¿Ya es hora? ¿Vino a buscarme para su ridículo castigo?... No. De ser así, tendría que estar aquí ese arisco Comandante o sus soldados, lo que significa que este hombre... tiene dudas sobre mí», analizó.

Kagome no esperaba ver tan pronto a Bankotsu, pero pensó que tal vez, esta visita podría funcionar a su favor.

—Tu castigo y ejecución serán mañana, a la Hora del Dragón. Tienes derecho a saberlo —comunicó manteniendo un semblante serio.

—Y el daimyō en persona vino a decírmelo. Veo que es un hombre que se toma muy en serio las palabras. Cuando en la arena dije: «Espero verlo antes de morir», sinceramente, no creí recibir una visita tan sublime en mis nuevos aposentos.

«Esto tiene que ser una broma», pensó incrédulo y arrugando el entrecejo. Esa arrogante… aún estando en su desgraciada situación, lo seguía descolocando con sus respuestas.

—Es simple —respondió con una sonrisa torcida y tono sarcástico—. Me gusta ver de frente a mis enemigos y descubrir sus intenciones. —Sacó la llave y abrió la rejilla para entrar.

Kagome se enderezó como pudo; dando un quejido involuntario, se sentó con la espalda pegada a la pared. Bankotsu cerró la reja tras él y avanzó con lentos pasos hacia ella.

—Entonces viene a torturarme porque arruiné su ceremonia, ¿ese es mi delito no? —expuso sin mostrar preocupación alguna, descansando su cabeza hacia atrás y cerrando sus ojos.

—Yo seré quien haga las preguntas aquí —dictó altivo.

Kagome inhaló profundamente, para llevar mayor oxígeno a su cuerpo intentando recuperarse y disminuir el dolor en sus músculos. Al exhalar respondió:

—Está bien, pero —dijo lo último quejumbrosamente acomodando su trasero en el suelo y retomó—: Considerando que he sido injustamente condenada a morir. Puede que usted haga preguntas, cuyas respuestas yo prefiera llevarme a la tumba.

«¡Cabrona!», pensó sin poder disimular su molestia por aquella respuesta... Claramente ella buscaba fastidiarlo. Y para colmo, ahora ni siquiera lo miraba, haciéndose la indiferente ante su complicada situación.

¡Demonios! Eso lo encabronaba más. Pues no bajó ahí a perder el tiempo.

Necesitaba respuestas y para eso, debía encontrarse detenidamente con esos ojos castaños; esa mirada que tanta intriga le causó y que ahora la muy mezquina, lo abstenía de ver.

¡No! Eso no se lo iba a permitir.

Furioso, la tomó de un brazo y la levantó del suelo en un solo tirón.

—¡¿Estás jugando conmigo?! —exclamó, a un palmo de distancia de su rostro. Kagome frunció el ceño y respondió:

—¡Usted vino hasta acá por su propia cuenta, señor! ¡Yo no pedí hablar con el daimyō! Pues hasta donde recuerdo, me encontraba inconsciente y ahora intento recuperarme.

¡Ajá!... Ahí estaba esa mirada desafiante, otra vez.

—Este es mi castillo y yo voy a donde me plazca, todo aquí me pertenece y lo tomo a mi antojo —la agarró con fuerza de la solapa de su kimono gris y agregó con arrogancia clavando sus profundos ojos azules en esa mirada castaña—: Tu vida me pertenece.

Kagome advirtió el aroma del licor que Bankotsu desprendía cuando hablaba. Dedujo que venía de celebrar su sucesión. El desgraciado, celebraba que ahora era dueño de la que era su reliquia familiar, algo que debía estar en su castillo; en el Sur, y no ahí con ese jactancioso hombre del Norte.

—Se siente poderoso ¿verdad? —formuló esbozando una sonrisa de ironía—. Tomar lo que usted cree que es suyo, cuando en realidad no le corresponde…

«¡Contrólate Kagome!», se dijo a sí misma intentando contener su ira y sus impulsos.

—¿De qué demonios hablas? —exigió saber Bankotsu, afilando su mirada.

«¡No seas estúpida, Kagome!», volvió a decirse. Pero la rabia y la impotencia que sentía al recordar cuando su padre alzaba esa alabarda con la misma agilidad que ese maldito egocéntrico lo hizo; la sacaba de sus cabales. Y continuó:

—¿Es la alabarda la que le da esa seguridad y esa arrogancia? ¿Es por eso que cree que el mundo entero le pertenece? —inquirió sin poder aguantarse.

—¿Qué? —preguntó descolocado.

«¡Carajo!», se reprochó a sí misma. Una de las cosas que siempre Sango le criticaba es que debía entrenar más el control de sus emociones y ahora sí que estaba molesta.

—¿A qué viene esa clase de pregunta? —cuestionó molesto y algo confundido.

Kagome buscó un modo de tergiversar lo dicho, o realmente acabaría liquidando las pocas oportunidades que le quedaban.

—Solo me desconcierta darme cuenta de que las cosas en estas tierras no van a cambiar. Fui una tonta al pensar que usted sería diferente y que me aceptaría en sus filas; pues ahora comprendo que usted es la copia de su padre —refutó intentanto desviar el asunto de la alabarda.

«¡Infeliz! ¡definitivamente merece morir!»

—¡¿Quién demonios te crees que eres?! —dijo más que ofendido. Sintió que la sangre le subió a la cabeza y despertaba su ira.

Esa atrevida acababa de tocar una de sus delicadas fibras, pues no había nada más aberrante para él que lo comparasen con su padre.

Le soltó la ropa para apretar su garganta, mientras con la otra seguía sosteniéndola del brazo. La sacudió bruscamente jalándola hacia él. Kagome quedó casi con los pies en puntillas mirándolo hacia arriba y con algo de dificultad para respirar, aunque el apretón en su cuello no le impedía hablar.

—¡Esa misma soberbia te trajo hasta aquí! ¡mujer estúpida! Por ese maldito afán que tienes de creerte lista, es que mañana morirás —exclamó fuera de sí. Apretaba los dientes para contener la ira.

Kagome advirtió ese rostro ensombrecido sobre ella, a la vez que esos imponentes ojos azules tomaban un índigo furioso, pero ella no se dejó intimidar y respondió escueta:

—¡No! Mis anhelos por entrar a sus filas me trajeron aquí, señor. A esta celda ¡Usted! Es el que ve una amenaza en mí, por ser diferente a las mujeres que acostumbra a tratar. Y por eso, porque cree que no sé cual es mi lugar, me condena a morir, injustamente.

«¡Me lleva el demonio con esta mujer!», pensó Bankotsu sorprendido de la facilidad que ella tenía para dar un argumento a todo.

Se hizo un silencio mientras ambos se miraban coléricos, sin decir más palabras; agitados por el sulfuro de sus distintas y a la vez parecidas idiosincrasias. Y entre ese silencio, donde se hallaban a tan corta distancia el uno con el otro, donde podían sentir chocar sus respiraciones; algo se conectó entre los dos.

Bankotsu buscaba sus respuestas en la profundidad de esos ojos castaños. Porque no las iba a verbalizar. El gran daimyō ya se había rebajado lo suficiente con bajar hasta ahí, y consideró que ya era suficiente con seguir el juego de ella. Así que, continuó contemplando con mirada suspicaz y escrutadora a esos grandes ojos, intentando descubrir algún recóndito secreto que satisficiera su curiosidad, sus anhelos de saber más de ella. Y pronto el contacto visual se lo concedió...

Observó algo diferente, algo que no había notado antes.

En efecto, tenía lo que había ido a buscar, esa mirada desafiante sin duda estaba ahí. Pero tras ella, había más… y no dudó en usarlo a su favor. Pues aquella mirada, había hecho mella en sus pensamientos todo el día. Y ahora quería revertir esa situación.

—¿Sabes? —habló inquisitivo—. Intentas parecer fuerte, y valiente, incluso intentaste ser cortés al principio, cuando te dirigiste por primera vez hacia mí. Pero tus ojos te traicionan.

—¿Qué? —cuestionó aturdida por ese osado traspaso de la intimidad que él tenía… ¿Acaso a todo el mundo lo acosaba así?

—Sí... Esos grandes ojos castaños, muy de cerca, dicen otra cosa.

Kagome, achicó sus ojos y respondió:

—¿Y qué dicen mis ojos según, mi señor?

Bankotsu sentía que ese «mi señor» en su boca, siempre sonaba con fluido sarcasmo, pero esta vez lo ignoró.

—Que me odias —respondió estoico aflojando el apretón de garganta pero sin quitar su mano—. Percibo tu rabia en ellos. Tienes el odio incrustado en las pupilas… Como si quisieras destruirlo todo, pero algo te detiene —acercó más su rostro al de ella y preguntó—: ¿Qué es?

Kagome tragó con dificultad, no sabía si por el anterior apretón o la sed que de pronto sintió tener. Y la actitud escudriñadora de ese tipo empeoraba las cosas ¿Acaso estaba nerviosa?

—Me parece que mi señor bebió de más…

«¡Por fin!», pensó Bankotsu. había dado en el clavo, había logrado traspasar esa armadura en su interior.

Kagome apartó su rostro hacia atrás, algo que hasta entonces no había hecho, ya que siempre lo enfrentaba altiva. Bankotsu sonrió, pues ese pequeño descuido de ella... Esa pequeña duda que él percibió, le supo a dulce victoria; el joven daimyō sintió que al fin tomaba el control de la situación y aprovechando que sentía tomar las riendas, continuó:

—Pero lo que más ocultas y lo haces muy bien; es tu miedo... —liberó finalmente el frágil cuello y por atrás de este, llevó su mano a la nuca de la mujer. Introduciendo sus dedos entre la cabellera azabache, apretó los cabellos con reducida fuerza y Kagome sintió escalofríos en el cuerpo. Bankotsu continuó—: Estás temblando de miedo por dentro, te asusta saber que vas a morir y sólo finges que no te afecta.

Por primera vez, en las dos ocasiones en que se había enfrentado a él; Kagome dudó.

Su mirada se suavizó espontáneamente, lo miró perpleja y sus pupilas brillaron al ser descubiertas. Pues él tenía razón.

Sí, tenía mucho miedo. Porque a pesar de sentirse preparada para enfrentar lo que venía; era consciente del peligro en el que estaba. Tenía miedo de que sus planes salieran mal y tuviese que morir en el intento. Sabía que si eso pasaba, causaría un gran dolor a sus hermanas y a sus amigos, pensarlo por instantes le aterraba en lo más profundo de su ser. Y se sintió triste.

¿Cómo era posible que él llegara a ver esa debilidad?

El joven daimyō acechaba con su mirada. Se sentía fascinado, cual vikingo descubre tierras y tesoros.

No obstante, la cercanía y el silencio mientras se conocían mutuamente, tomó otro sentido. Inconscientemente sintieron como si los muros impuestos por ambos bajaran de a poco, dándose una pequeña tregua, incluso él aflojó levemente el apretón de sus dedos en el brazo y su palma se extendió levemente en la cabeza de Kagome quien a su vez por un momento dejó de sentir dolor.

Bankotsu se dio el tiempo de incursionar con su vista otras de las facciones de aquel rostro femenino tan lleno de misterios para él, aquel rostro que estaba muy maltratado por los hechos ocurridos. Observó los labios que recordaba; eran rosados cuando la enfrentó en la arena, pero ahora lucían pálidos y partidos, sin embargo, se habían relajado y ya no permanecían fruncidos por la rabia. Se fijó detenidamente en la comisura derecha, donde la golpearon. Unos deseos inmensos por acariciar aquella zona de su boca lo tentaban sobremanera, tragó duro y se contuvo.

Analizó esa bonita nariz respingada y redondeada en la punta; le daban a su rostro un toque de ternura, pese a lo ruda que ella mostraba ser. Esta mujer osada, locuaz e irritante, era muy atractiva. Ya había visto que tenía encanto, pero en esta situación, al tenerla tan cerca y a solas, a merced de él… sus instintos masculinos reaccionaban, sin negarse a la idea de excursionar más.

La Capitán se había perdido por unos momentos en la profundidad de esos ojos azules que parecían penetrar su armadura visual, se inquietó al sentir que él ya no la miraba con furia y se dio cuenta del lapsus de su propia torpeza al dejarse dominar por él, ¡Maldición! Había bajado la guardia. No se explicó cómo, ni por qué rayos se estaban viendo de ese modo tan íntimo los dos, cuando se suponía que desde un principio se estaban fulminando con la mirada.

«¿Enserio cree que sacando su atractivo, me va a tener a su merced?... Pobre ingenuo», pensó.

Espabilada, recobró rápidamente la compostura y soltó con ironía:

—Tal vez le sorprenderá a mi señor saber que no todas las mujeres buscan estar bajo sus sábanas.

Bankotsu alzó una ceja, y su molestia hacia ella, regresó…

—¿Enserio? Por un momento vi que bajaste la guardia —dijo con una sonrisa de medio lado.

—Mmm… En realidad, me quedé pensando en su extraño pasatiempo, debe ser bastante interesante estudiar los ojos de las personas, me sorprende su forma de aprovechar el ocio, pero... ¿Le preocupa que yo lo odie, señor?—inquirió desafiante.

«Que… ¿Acaso no puede simplemente dejar esa maldita actitud?», se preguntó fastidiado.

Porque tal vez, la hubiese perdonado y solo la hubiese azotado —pues el castigo era inamovible—, pero si tan solo se hubiese retractado, él la hubiese librado de la muerte.

—Veo que te sientes una mujer deslumbrante —la miró despectivamente desde arriba hacia abajo y volvió a verla a los ojos—, como para creer que me preocupa lo que tú puedas sentir o pensar de mí...

—Para nada y creo que menos lo sería para usted. Más bien, me parece que me ve como un desecho que no aporta en los engrandecimientos de su vanidad.

«¡Maldita mujer rompe bolas!», pensó. Pero él se sintió más imbécil y hasta patético por estar ahí.

—Eres irritante… —dijo cabreado y ya queriendo salir de ahí—. Lástima que no te enseñaron a respetar a tus señores y a conocer el lugar que te corresponde —zanjó. Y le soltó el brazo y la cabeza dejándola caer al suelo. Kagome se quejó por el golpe que se dio en el hombro al caer.

Luego Bankotsu se apartó de ella y se dirigió hacia la rejilla. Introdujo la llave en la cerradura y la abrió para salir.

—Mi padre fue un gran hombre y me enseñó muchos valores que usted con ese excesivo aire de grandeza, jamás podría comprender… —respondió ella con el ceño fruncido.

—¿Sí?... Al parecer, parte de la lección era «cómo ir directo a la tumba diciendo estupideces» —se burló, mientras giraba la llave en la cerradura ya del otro lado de la celda—. En fin… Ya acabé contigo, no fastidies a los guardias. Y como debes estar bien para que disfrutemos tu castigo y no te mueras antes de tiempo… dejaré que esta noche te alimenten y te den de beber. ¡Disfrútalo! será la última vez que comas y bebas algo —concretó con seriedad y un ápice de duda en sus palabras que sólo él reconoció en su interior.

—Solo recuerde esto, mi señor —dijo Kagome con toda seriedad y desde su distancia lo miró a los ojos—. No crea que me dejaré asesinar por decir lo que pienso —habló estoica— o porque resulta que personas como usted y su arisco Comandante, no soportan que una mujer sea fuerte, que gane un combate limpiamente y les diga verdades que no quieren oír porque no compatibilizan con sus pensamientos.

—Bueno… Suerte con eso —respondió impío, dando un pequeño golpe a la reja con el costado de su puño y con esa última palabra, se marchó de ahí repitiéndose por tercera vez, que bajar ahí fue un completo error.

«¡¿Qué mierda fue todo eso?!», pensó alejándose de los calabozos absolutamente descolocado.

Porque si fue hasta ahí para esclarecer sus pensamientos; falló rotúndamente, pues ahora se hallaba más confundido...

Continuará…


N/A: Hola mis amores bellos, espero les haya gustado esta entrega en especial a mi hermanita del alma: Marcia.

Amores, actualizo cuanto más rápido puedo. No me comprometo con fechas o plazos, ya que, cada capítulo requiere de datos culturales que a veces me tardo en investigar y verificar, aunado al poco tiempo que tengo para hacer esto que me encanta. Espero me disculpen y no abandonen la lectura :(

Con "Pajaritos" me refiero a niños o niñas huérfanos que las kunoichis usan como espías o mensajeros. Para esto me basé en la serie Game of Thrones. Solo que ahí el maestro de los susurros usaba la palabra «avecillas».

—Datos culturales—

Kakute: anillo de hierro que usaban los ninjas, en especial las Kunoichis. Tienen de una a tres puntas por un solo lado y se usaba en el dedo medio, índice o pulgar, con la espina hacia el interior de la palma, para provocar lesiones profundas y muy peligrosas en algunas regiones del cuerpo del enemigo, tales como: muñecas y cuello. Y para que fuese aún más letal, las puntas eran untadas en veneno.

La biwa: instrumento que fue introducido en Japón desde el continente asiático en el siglo VII. Similar a un laúd de cuello corto con cuerpo en forma de pera, tiene 4 o 5 cuerdas. Fue imaginada para reflejar el sonido del universo, por eso, no requiere acompañarlo con canto.

Se dice que la biwa fue escogida por Benzaiten, la diosa de la serpiente blanca de la religión sintoísta. Y por eso me pareció interesante que Tsubaki la tocara.

El instrumento se toca con una gran púa en forma de abanico llamada bachi. [Subí un video de esto en mi página de FB]

El arpegio (del italiano arpeggiare: 'tocar el arpa') es una manera de ejecutar los tonos de un acorde en sucesión rápida.

El shōchū: es una bebida alcohólica tradicional de Japón; se destila, como el whisky, a diferencia del sake que es un licor fermentado, como el vino.

Tazas O-choko: son pequeñas tazas para el sake. Al ser un licor fuerte, se bebe un poco a la vez. El O-choko tiene una capacidad justa para un sorbo, el shōchū se sirve en un vaso un poco más profundo.

La Hora del Dragón: de las 07:00 a las 09:00 h de la mañana. Momento en que los dragones vuelan, preparándose para las precipitaciones (según la leyenda los dragones llevan la lluvia).

―Fin del dato cultural―

Agradecimientos:

MIL GRACIAS a la página Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma por publicar esta hiatoria y las actualizaciones. Me hacen muy feliz :3

Paulayjoaqui, Gabriela Jaeger, GabyO13., CaMi-insoul, lucip0411 ¡MUCHAS GRACIAS POR SUS BELLOS REVIEWS!

También MUCHAS GRACIAS a mis lectores no registrados que se dan el tiempo de dejarme sus hermosos reviews. Aquí les respondo:

Rodriguez fuentes: Me alegra que pese a lo que mencionas, hayas encontrado cool lo que leíste. ¡Genial! Y muchas gracias.

Lita Mar: ¡Bienvenida! Me alegra tenerte por aquí, espero disfrutes esta y las próximas lecturas. Muchas gracias.

Manu: ¡Hola! Solo me gusta Inukag, Mirsan, Sesshkagu, Kogakag, Bankag. No me gusta HNY, y tampoco el Inukyo. Aunque adoro a Kikyō. Gracias por las recomendaciones, tengo varios animé en cola, así que quedará en la lista. Saludos.

Hermanita Marcia: Espero tus comentarios :) LOVE YOU.

Abrazos,

Phany