ADVERTENCIA: Este capítulo tiene contenido violento que puede herir la sensibilidad. Leer bajo su propio riesgo.
Capítulo III
Castigo
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«Los poderes legendarios del Ninja pueden parecer magia a los no iluminados. Son, de hecho, la culminación de toda una vida de dedicación física, mental y espiritual. No es que tales hazañas son imposibles y por lo tanto de origen sobrenatural, que son tan natural como la respiración y el movimiento, una parte de la energía de la vida que todo el mundo comparte.
»… todas las personas tienen el potencial de lograr cosas aparentemente milagrosas, pero el simple hecho es que ellos no pueden porque no lo hacen. La conciencia de un Ninja tiene el potencial infinito dentro de una persona y dentro del universo; es la clave para el cumplimiento de todas las cosas».
Toshitora Yamashiro
Gran Maestro de las Sombras nueve de los Koga Ninja
Las cosas estaban tal como ella pensó...
La Capitán del clan Higurashi repasaba los hechos, mientras se hallaba de pie aferrada a la reja del calabozo, apoyando su frente en esta.
Desde que el mercenario, Renkotsu, le dio la información de la ceremonia de sucesión y ella planeó infiltrarse en ese torneo de guerreros para el Clan Takeda, supo que nada sería sencillo; no tratándose del hijo menor de Naraku.
«—Bankotsu va a asesinarte».
Fue lo que el Takeda mayor le dijo. Y la actual situación le indicaba que al menos el tipo no le mintió.
Después de eso averiguó más respecto a este nuevo daimyō. Habló con algunos aldeanos del norte: un poco de su reputación y la forma de proceder de este con sus soldados. Así confirmó lo que sospechaba; el tipo no la iba a aceptar tan sólo con verla pelear en un simple combate sobre la arena de su torneo, no siendo ella un «soldado raso» y además, una mujer. Y por esta última razón es que ¡menos! Iba a convencer a ese Comandante de voz fina que se engrifaba como un gato cuando de mujeres se trataba. Así que, si quería convencer a Bankotsu de que era una guerrera digna para sus filas, entonces debía sorprenderlo y demostrar su valía, aunque aquello significara llevar las cosas a un nivel superior. Sólo así y con un poco de suerte conseguiría entrar al Clan.
La hora del conejo casi finalizaba y pronto los soldados vendrían por ella, lo que significaba que era tiempo de comenzar con su habitual meditación; debía prepararse mentalmente para enfrentar con responsabilidad los próximos acontecimientos.
Lo bueno fue que por la noche comió y se hidrató. Bankotsu dejó instrucciones de que desataran sus piernas y le cambiaran las ataduras de las manos, reemplazando la cuerda rústica por una cadena con muñequeras de hierro que le permitiera algo de movilidad a la hora de comer. Aquello fue favorecedor para la Capitán, ya que con eso, obtuvo suficiente libertad entre la distancia de sus manos para realizar el ritual que su maestra, Sango, le enseñó: el Kuji Kiri.
Se soltó de la reja y regresó a un rincón del calabozo, hizo una reverencia simbólica y enseguida se arrodilló, sentándose sobre sus talones con la espalda recta. Con sus manos comenzó a realizar los mudras, a la vez que susurraba los sellos del Kuji kiri y recitaba en voz baja los mantras para cada corte, con la determinación de obtener un mayor control sobre sí misma.
—Entrenaremos tu mente, Kagome.
—¿Mi mente?... creí que sólo sería mi cuerpo.
—No. Controlarte a ti misma es esencial para que te fortalezcas físicamente. En este momento tus capacidades se encuentran bloqueadas por tus propios miedos, por tus emociones y sensaciones, aunque no te des cuenta, te limitas. Para liberar esas capacidades debes aprender el antiguo ritual de los nueve sellos que simbolizan el «cortar la conciencia» para poder «autodominarse»...
—¿Me estás diciendo que tendré una especie de poderes mentales?
—Claro que no, amiga. Esto no es magia, sólo se trata de dominar tu mente. Y para eso a partir de ahora Kuji Kiri será parte de ti.
—¿Cómo es eso?
—Para superar un desafío realizarás Kuji Kiri. Si necesitas que tus heridas sanen satisfactoriamente, realizarás Kuji Kiri; antes de una batalla o enfrentamiento también lo harás. Incluso antes de tomar una decisión importante lo puedes hacer. Y así cada vez que sientas necesario potenciar tu cuerpo, mente y espíritu.
—Y entonces p…
—Kagome, concéntrate y escucha…
—Sí, lo siento, Sango.
—Esto, en la vida de un ninja o guerrero es muy importante, porque si logras dominar tu mente y aprendes a guiar tu respiración; controlarás todo en tu cuerpo, como los movimientos o reducir el dolor físico que puedas estar sufriendo, proyectarás mejor tu fuerza, y mantendrás un estado constante de alerta, puedes llegar a anticipar los ataques del enemigo reconociendo rápidamente las debilidades de cualquier oponente, no importa su tamaño o su fuerza, siempre puedes usar todo eso a tu favor.
—Rin… Pyō... Tō… Sha... Kai…
Kagome pronunciaba cada sello en voz baja. Su concentración se volvió máxima mientras realizaba el ritual.
—Jin... Retsu... Zai... Zen...
Una vez que recitó el mantra correspondiente a este último corte «Zen», realizó algunas respiraciones y luego se quedó en silencio. No pensó en nada… Se halló en un estado imperturbable y a la vez, alerta.
Pronto oyó pasos acercándose al calabozo. Se quedó sentada y tranquila hasta que dos soldados se detuvieron frente a la celda. Uno de ellos abrió la reja.
—¡Arriba! —ordenó el hombre levantándola bruscamente de un brazo—. Llegó tu hora —agregó.
Sin forcejeos, sin emitir palabras, Kagome avanzó.
Estaba lista.
Dicen que la vida pasa ante los ojos cuando estamos a punto de morir. Y cuando Kagome caminaba hacia su ejecución inevitablemente pensó en el pasado.
Cuando a los 6 años inició sus entrenamientos con Sango en el arte del ninjutsu —poco antes de la muerte de su padre—; lo hizo a escondidas de él. Pues temía que si este se enteraba de que estaba aprendiendo la disciplina de las kunoichi, no estaría orgulloso de ella. Porque las éticas Samuráis eran muy contrarias a los pensamientos y las acciones ninjas. Mientras estos seguían el espionaje, los engaños y los ataques furtivos; los Samuráis seguían las enseñanzas del Bushidō: un código ético estricto que exigía lealtad y honor hasta la muerte.
¡Eran criterios y formas totalmente opuestas!
Sin embargo, inevitablemente para la pequeña niña de ojos castaños y cabello azabache, aprender las técnicas de combate que su amiga Sango realizaba —esa agilidad y velocidad que no veía en los hombres guerreros que luchaban junto a su padre—, eran de su total interés y consideraba que ambas artes podían mezclarse si se usaban en un bien común.
No obstante, pronto su padre falleció. Y un gran dolor aunado a un tremendo vacío se posicionó en su pecho…
El hombre que cuando ella cumplió seis años la llevó a donde guardaba su tesoro más preciado —después de sus tres hijas—, y ahí le presentó a Banryû, la gran alabarda que yacía desde tiempos desconocidos en la familia Higurashi.
El hombre que tomó su pequeña manita y la posó sobre la hoja de aquella enorme espada para que sintiera esa majestuosidad y poder que esta tenía. Y le dijo:
"Cuando yo no esté ella estará aquí esperando a ser alzada por ti, sé que serás digna de ella, Kagome"
El hombre que con ese gesto le obsequió aquella visión de convertirse en una guerrera.
El hombre que le enseñó la importancia de ser valiente…
Su ejemplo de ser humano; el único de sus progenitores con quien pudo tener cercanía, pues su madre falleció de una extraña enfermedad cuando ella era una bebé.
El único hombre que ella amaba y miraba con ojos de admiración y asombro. Ella siempre se deslumbraba cuando veía la fuerza de su padre, pues el hombre alzaba la alabarda como un Dios durante las incontables veces que atacaron su castillo y él lo defendió con toda sus fuerzas.
Su fuerte y benevolente padre… había partido de este mundo… y no se pudo despedir de él.
Siendo tan pequeña, Kagome sabía el significado de la muerte y el honor de un guerrero. Pero aún así, el corazón se le destrozó.
Lloró a su padre casi como una mujer adulta por muchas semanas. Visitaba el salón donde antes estaba la alabarda. Ese lugar lleno de ilusiones que ahora estaba vacío. Porque otro hombre se la arrebató.
Casi no comía y tenía pesadillas…
Abandonó el entrenamiento con Sango. Sus hermanas estaban muy preocupadas por ella e intentaban contenerla, pero desde ese fatídico día Kagome cambió. Su padre se había llevado una parte de ella y se sentía perdida, sin ganas de ser lo que en algún momento pensó: una gran Samurái y el orgullo de su padre.
Luego presentó rebeldía: dejó de ser la niña obediente y disciplinada, comenzó a meterse en problemas. Peleaba con otros niños ocultando su estampa de noble para mostrar su fuerza con ellos. Comenzó a fugarse del castillo para ir a observar a escondidas entre los árboles las batallas en campo abierto de los soldados vasallos del Clan Higurashi. Y fue entonces que se hizo amiga de Koga Okami.
El joven guerrero le enseñó a usar la espada y la naginata. Además de mostrarle la importancia de «permanecer en manada». Le enseñó que la familia era muy importante y no debía preocupar así a sus hermanas.
Así fue que se redimió ante ellas. Retomó el entrenamiento con Sango, aunque no muy convencida, pues seguía pensando que si su padre estuviera vivo no sería feliz con eso. Y por dicha razón dio prioridad a convertirse en una Samurái más que en una ninja.
Ya con 17 años, se volvió muy protectora y leal a su gente, los soldados la reconocían con respeto y cuando Koga se hizo Comandante, intercedió con Midoriko para nombrar a Kagome como Capitán.
No obstante, hubo un día en que rememoró con mucha fuerza a su padre y entonces, se le clavó en su cabeza recuperar a Banryû y el honor de su familia.
Pero al no conseguir el apoyo de sus hermanas por la prudencia y cautela de Midoriko y la sobreprotección de Kikyō, ideó un plan con un claro propósito. Y entonces, supo que aún no era tarde para enorgullecer a su difunto padre y que aprender las habilidades ninja, jamás habría sido en vano. No si con eso ella recuperaba el honor que ese vil hombre llamado Naraku le arrebató junto con la vida a su progenitor.
Ese era su verdadero propósito, pues todo lo que estaba haciendo iba más allá de su propio orgullo.
La hora del dragón finalmente iniciaba y el amplio patio de ejecución comenzaba a ocuparse por quienes presenciarían el castigo de la guerrera rebelde.
La distribución de cada puesto para los presentes conformaba un gran semicírculo que rodeaba el centro del patio. Los cuatro aldeanos —dos hombres herreros y dos mujeres, artesanas— que fueron llamados para ejercer de testigos, iniciaban la figura. Le siguieron por los costados los guerreros samuráis del daimyō y cerrando el semicírculo, en la cabeza, frente al punto de ejecución; se ubicaron el Comandante y el joven terrateniente quien al llegar clavó a Banryû de punta al suelo junto a su asiento.
Todos esperaron a que el daimyō y el Comandante se sentaran en sus taburetes y enseguida los demás se hincaron sobre las alfombrillas de bambú que había en el suelo.
No pasó mucho tiempo cuando las anchas puertas que dividían el patio de los jardines fueron abiertas emitiendo un estruendoso ruido que capturó instantáneamente la atención de todos.
El soldado ingresó con la prisionera, quien venía escoltada por otro soldado más.
Todo pareció ralentizarse en ese momento…
Los pasos de los hombres y los de Kagome…
Las fuertes miradas acusadoras girándose para verla…
En especial la mirada que se definía en un azul índigo se clavaron en la mujer cuyo semblante despedía orgullo y valor, avanzando con la frente en alto hacia el centro del patio para cumplir su castigo y sentencia.
En el trayecto observó atentamente a cada uno de los presentes e hizo sus deducciones: por las ropas distinguió a los cuatro aldeanos de los cuatro samuráis, y frente a ella en sus taburetes, reconoció inmediatamente al Comandante arisco con voz de mujer y junto a él, estaba el engreído terrateniente.
El soldado que la llevaba del brazo la detuvo en el centro del semicírculo. Frente a ella había un grueso madero de muy baja altura que salía desde el suelo con una cadena larga enganchada a este. El soldado tomó el eslabón extremo de esa cadena y lo enganchó a la que tenía puesta ella que unía las muñequeras de hierro. Una vez dejó lista a la mujer se retiró posicionándose de pie tras ella, a prudente distancia y junto al otro soldado.
Bankotsu se puso de pie y con toda su calma caminó varios pasos hacia la prisionera quedando frente a ella a tres palmos de distancia. Llevó sus brazos al frente apuntando hacia el suelo en una postura relajada, juntó sus manos y entrelazó sus dedos manteniéndose erguido con su semblante serio y altivo.
Enseguida habló:
—Entonces, Kagome... Ya que no cuentas con un apellido, dinos en qué lugar naciste.
—En Ezochi del Oeste —mintió.
Saber aquello lo dejó pensativo, bajó la vista y se enfocó en sus dedos pulgares que hacían círculos pasando uno sobre el otro rápidamente.
Analizaba… Aquel lugar estaba cerca de las últimas tierras del norte que su padre conquistó. Quiso preguntar algo al respecto, pero desistió al considerar que ya no tenía caso saber más de ella.
Volvió a alzar la vista.
—Bien. Kagome de Ezochi —su voz resonaba alta e imponente—; por irrumpir de modo rebelde en una ceremonia noble rompiendo las tradiciones del Clan Takeda; por tu insolencia, tu soberbia y falta de respeto hacia tu daimyō: has sido condenada a recibir un castigo de cincuenta azotes y la posterior pena de muerte por tu rebeldía —hizo una pausa clavando el tono índigo de sus ojos en esa castaña irisdicencia que solo pestañeaba con absoluta imparcialidad. Y con una seca y plana voz que parecía no demostrar emoción alguna, añadió—: Morirás degollada.
Kagome solo cerró los ojos.
La noticia era un trago amargo, pero la verdad es que esperaba algo peor. No obstante, debía continuar en calma absoluta y no pensar al respecto. No era momento para lamentarse. Así que, abrió nuevamente sus ojos y volvió a enfrentar con seguridad la mirada de Bankotsu.
Se hizo un silencio mientras él esperaba una de esas respuestas con «argumentos rebuscados», pero ella no refutó, pues solo quería que ya iniciaran con el asunto.
«¿Por qué demonios está tan callada ahora?» Se preguntó Bankotsu manteniendo el ceño fruncido.
¡Demonios! Ese completo silencio y esa mirada fija en él, que no transmitía nada, como si estuviese en completa calma ¡sabiendo que iba a morir!, lo inquietaba.
No, ¡Lo desesperaba!
«¿Y ahora está muda o qué?» pensó esta vez Jakotsu. Y no perdió oportunidad de provocarla.
—¿Qué sucede contigo, castrosa? —le dijo el Comandante con el antebrazo apoyado en su rodilla—. ¿Acaso las ratas comieron de tu lengua anoche?... ¡Oh! No, espera... ¡ya sé! Ahora que te enteraste de cómo vas a morir, ¡estás que te meas en los pantalones! —dijo soltando una carcajada y los guerreros presentes rieron sutilmente.
Kagome con total desprecio sólo movió sus ojos para mirarlo y responder con un rotundo silencio al Comandante, manteniendo en alto su mentón. Enseguida con indiferencia regresó la vista al frente hacia Bankotsu, mientras este sólo la miraba molesto, pues no le hacía puta gracia que ahora no quisiera hablar.
—¡Quítenle esos trapos! —ordenó Jakotsu desde su asiento, ofendido por aquella indiferencia que ella le mostró. Y los soldados que estaban atrás de ella avanzaron dos pasos al frente para con sus propias manos rasgar el kimono sucio de la prisionera.
La Capitán se mantuvo de pie, rígida, sin dejar que el tironeo de los hombres rasgando su ropa la desequilibrara de su lugar. Su torso quedó semidesnudo, pues como guerrera, sus pechos los cubría envolviéndolos con una tela color hueso que le permitía mantenerlos firmes, favoreciendo así su movilidad corporal en los combates.
El imponente moreno de cabello trenzado con título de daimyō, paseó sin disimulo su vista por el torso de su subyugada prisionera. Sus ojos se quedaron detenidos por un momento en el volumen y la curva que formaban los senos, apretados bajo esa tela. Lo cual hacía resaltar el relieve de las areolas que se manifestaban erguidas producto de la fresca brisa matutina. No era nada que no hubiese visto antes con más mujeres, pero le fue imposible ignorar aquella sensualidad femenina tan espontánea y natural. Sin embargo, no sólo había recreado la vista con aquellos dulces atributos que se mostraban frente a él, sino que también pudo notar algunas cicatrices de espada en el costado de sus costillas y algunas más pequeñas en el brazo, casi a la altura del hombro.
Optó por ignorar todo aquello, no valía la pena hablar de aquellas cicatrices y mucho menos de los atributos de su cuerpo, porque ella moriría hoy. Pero, a pesar de ese inminente hecho, aquella intensa conversación en el calabozo permanecía latente en su memoria sin querer disolverse. Y recordó:
«—No crea que me dejaré asesinar por decir lo que pienso…».
Esa advertencia estoica —la única parte que se grabó, pues el resto de la advertencia la tomó como idealismos absurdos—; esa sola frase le dio vueltas en la cabeza toda la noche y la volvía a escuchar en su mente. Llegó a preguntarse si en este momento es eso lo que ella le volvía a decir a través de esa mirada castaña. Y aún sintiéndose ridículo de sus propias conjeturas, entrecerró sus ojos azules como queriendo cuestionarle a través de ellos lo que ella advirtió:
«¿No ibas a hacer algo para no morir? ¿No vas a pedir clemencia aunque sea?»
… Definitivamente no. Kagome se mantuvo con la boca cerrada y sólo lo miraba indiferente.
—Una vez recibas tu castigo no estarás en condiciones de hablar, así que si quieres decir algo antes d…
—Sólo haga lo que tiene que hacer y ya —lo cortó ella con tono seco. Y Bankotsu sintió que la sangre le subió a las sienes burbujeante.
«Maldita mujer, descortés…», pensó.
—Qué horribles palabras para ser las últimas —respondió con sarcasmo—. Escoge el maldito látigo para comenzar —dijo con voz áspera, haciendo un gesto al soldado para que acercara los instrumentos de flagelación.
El mismo soldado que la escoltaba haría de castigador y verdugo, era un hombre de contextura delgada y estatura promedio. Llevó dos tipos de látigos sobre una especie de bandeja: uno era un látigo mediano de cuero trenzado, mientras que el otro tenía tres tiras de cuero plano.
Kagome hizo un gesto con la cabeza y seleccionó el de tres tiras. Bankotsu asintió aprobando la selección del látigo, pero la ira enmarcaba el rostro del moreno daimyō.
Sí, ahora él la odiaba, pero la odiaba por todo eso que provocaba en él, porque si antes sus palabras le producían tal intriga, ¡Su silencio le intrigaba aún más! Esas pocas palabras que prácticamente le escupió fueron casi un mandato ¡¿Quién demonios se creía que era?! Podría «asegurar» de que al fin conectaron pensamientos: él la maldecía y creía que ella a la vez, lo maldecía también.
Podría jurar que tras esos bellos ojos —sí, creía que la infeliz tenía bellos ojos—, se pronunciaban infinitas palabras de odio dedicadas a él, se imaginó palabras como: «Muérete bastardo» ó «vete al infierno, maldito idiota» que tal vez ella le estaba diciendo en esos momentos.
Pero lo cierto es que no.
Lo que en realidad pasaba por la mente de Kagome, eran los momentos de entrenamiento con su maestra. Cuando esta le enseñaba a enfrentar su ira para que aprendiera a perfeccionar su autocontrol. Sango la hacía enfurecer de muchos modos, hasta que ella lograba contener la furia por medio de su respiración. Y justamente en esta situación, Kagome miraba y enfrentaba su ira, su rabia contra ese hombre que la puso ahí, al filo de la muerte.
La Capitán intentaba oír y concentrarse en la voz de Sango…
En sus pasos…
Cuando ella se hallaba meditando y su amiga caminaba lentamente a su alrededor, explicándole lo que debía hacer, la guiaba hacia una perfecta concentración y rítmicas respiraciones. Su maestra le había dado herramientas no tangibles para un momento como este. Aquellas valiosas y vitales técnicas que aprendió con tanto esfuerzo, sacrificio, dolor, sangre, sudor, lágrimas, excesiva dedicación y disciplina; todo eso la convirtió en la guerrera que hoy era, era buena con la espada y la naginata, pero ahora ella misma era su propia arma; su esperanza de sobrevivir y lograr su objetivo.
El joven terrateniente observó al castigador y verdugo, posicionarse en diagonal a la espalda de la prisionera. Y como si sus pies tuvieran autonomía, avanzaron un largo paso hacia el frente quedando a muy corta distancia de ella; igual que en el calabozo. La diferencia de estaturas hizo que la mirara hacia abajo, mientras que ella quedó frente a la masculina manzana de adán del daimyō, levemente pronunciada.
Bankotsu fue invadido por un impulso repentino, como si todo su ser quisiera tocarla una última vez, aunque su mente le decía que no lo hiciera.
No pudo controlarlo.
Sin delicadeza y en un rápido movimiento llevó su mano a la parte de atrás del cuello de la mujer, y al igual que en la noche anterior: metió sus dedos entre los cabellos azabache, posando su mano en esa cálida parte de la nuca, la agarró con marcada fuerza y potestad, acercó sus labios al oído de ella y sin dejar de lado el orgullo que lo caracterizaba le susurró con arrogancia:
—Que decepcionante y patética fue tu advertencia, Kagome.
El cálido aliento de él envolvió toda su oreja.
Se apartó de su oído y buscó sus ojos castaños para regañarla con la mirada, reprochándole a través de sus oceánicos ojos la estúpida mujer que era por verse metida ahí; todo por ser tan temeraria y sobrepasar los límites. Y eso lo hacía enfadar sobremanera, porque si no fuera por esa absurda actitud y la falta de prudencia, ella se hubiera salvado. Sin mencionar lo impulsivo que era él cuando alguien lo desafiaba.
Kagome sintió el peso de esos ojos sobre ella. Siguió mostrando su mirada imperturbable, aunque por dentro sentía que esa filosa mirada azulina la confundía; como si él quisiera decirle algo, sólo que no lo pronunciaba.
Y justo cuando se preguntaba qué quería decirle, sintió tras de su cuello que con suma delicadeza —o inconfundible caricia—, él deslizaba los dedos hacia abajo, para sacar la mano de su nuca.
Todo el movimiento lo hizo sin dejar de verla a los ojos.
La piel se le erizó...
El silencio se tornó incómodo; para ella.
—De rodillas, Kagome de Ezochi —Ordenó Bankotsu con autoridad rompiendo ese silencio. Y ella prefiriendo romper también ese momento de tensión, se arrodilló.
Se quedó mirando el suelo pensativa, después alzó la vista encontrándose con la espalda de Bankotsu, quien se alejaba para regresar a su puesto. No se dio ni cuenta en qué momento este se volteó para marcharse a su lugar.
Todo fue muy rápido, pero esos escasos segundos de cercanía… ella los sintió eternos. ¡Él la descolocaba! Y se molestó por eso. No entendía ese afán de él por acercarse tanto. Aunque, bueno… Tal vez, no debía extrañarse tanto, había escuchado ya de la reputación del moreno daimyō con las mujeres. Y sumergida en esos pensamientos se dio cuenta que había perdido absolutamente la concentración, había sido sacada de su enfoque de «autocontrol» que venía trabajando desde que estaba en esa celda.
Maldijo y se sintió estúpida.
¡Cosas tan banales no podían interferir en su trabajo mental! Ahora su posición era de vida o muerte, debía estar atenta y no despistada pensando en… en las actitudes invasivas de ese tipo.
—¿Mi señor...? —consultó el soldado mirando a su joven terrateniente y esperó la señal para dar inicio al castigo. Pero Bankotsu desde su asiento, llevaba un conflicto interno que no lo dejaba pensar con claridad y parecía bufar internamente mientras veía a su prisionera.
Jakotsu lo miró hacia el lado y luego de unos segundos, este le habló:
—Hermano…
«Yo soy el maldito daimyō y dicté una sentencia. ¡No hay vuelta atrás! Así deben ser las cosas».
Fue lo último que pensó Bankotsu antes de que el Comandante le hablara. Entonces, le devolvió la mirada a su hermano saliendo de aquel lapsus en que se convencía a sí mismo de que esto que estaba por pasar era lo que correspondía.
—¿Comenzamos? —preguntó Jakotsu alzando una ceja, pues no era común que su hermano estuviese distraído.
Bankotsu volvió la vista al frente, y entonces, levemente asintió con la cabeza dando así su autorización para que la prisionera fuera azotada.
El soldado despejó la espalda de Kagome haciendo a un lado su largo cabello azabache, alzó su mano con el látigo bien agarrado y Kagome ya concentrada nuevamente exhaló el aire de sus pulmones.
¡ZAS!
El látigo impactó contra su piel alba enrojeciéndola instantáneamente.
¡Por un carajo que eso dolió! Pero se mantuvo inmóvil; sólo soltando el aire, haciendo los ritmos de respiración correspondientes para disminuir el dolor.
Y esta vez, mirando a Bankotsu con desprecio repitió aquello que pensó cuando él dictó su castigo en la ceremonia.
«No serán más de diez, maldito engreído…»
El sonido agudo del látigo advirtió un segundo azote. El dolor vivo en su piel casi la hizo curvarse, pero lo soportó. Siguió manteniendo su postura y su respiración, más no pudo evitar pulverizar a Bankotsu con sus ojos.
Y el choque de miradas y orgullos volvió a surgir entre los dos.
"No te enfoques en lo que tengas enfrente, aunque lo estés mirando...
No reflexiones… No analices… Sólo concéntrate en respirar. deja que tus pensamientos, fluyan y no te detengas en ninguno de ellos. Permite que aparezcan, pero que se vayan a la vez".
La voz de Sango se hacía presente en la mente de la Capitán Higurashi.
¡ZAS!
Bankotsu apretó sus puños, al sentir el sonido del tercer azote, mientras sostenía la mirada altiva de Kagome. Él también la miró así y convencido —a medias— de que cuando esto acabara él estaría bien y más tranquilo.
"Concéntrate, domina tu mente, serena tu respiración"
Nuevamente su maestra hablaba en su cabeza, pero el cuarto azote fue inminente y la pilló tomando aire en vez de soltándolo como debía ser en cada impacto.
¡Mierda!... ¡Dolió, como un demonio…! Y casi encima de ese se vino otro, y otro, y otro más.
¡Maldición! El soldado había cambiado su patrón de tiempo entre azotes y Kagome se vio obligada a cambiar el ritmo de su respiración.
Sabía que esto no sería nada fácil ¡Esta mierda sí que dolía! No se comparaba en nada a la fusta que usaba Sango, con la cual la golpeaba estratégicamente en los entrenamientos para que ella aprendiera a canalizar el dolor físico. ¡Este estúpido castigo se volvía difícil! Y le estaba costando trabajo enfocar su concentración. Más cuando su odio por quien tenía al frente comenzaba a aumentar con cada latigazo mientras lo miraba, y esa rabia no le permitía controlarse, más bien, sus sentimientos la estaban controlando, y eso no lo podía permitir, así que volvió a intentarlo.
Las marcas hechas por las tiras de cuero, eran de un rojo furioso, marcaron superficiales líneas en distintas direcciones por toda la espalda aumentando tras cada impacto una gran sensibilidad en su joven piel, pero aún no se rompía.
Bankotsu arrugó su entrecejo comenzaba a no soportar estar ahí. Y se dio cuenta que absurdamente esperaba que algo sucediera en esos momentos, pero… ¿qué? ¿Qué demonios podía pasar?
Ya se contabilizaba el décimo azote y Kagome seguía sintiendo cada golpe como fuego ardiendo en su espalda. Pese a ello se sentía bien de fuerza y espiritu. Tal como planeó; no dejaría que la azotaran más de diez veces. Y a pesar del dolor, había logrado estar en calma, muy adolorida y con la espalda en un infierno, pero alerta a la vez. Su concentración y respiración volvían a ser estables y se sintió preparada para actuar.
«Ahora es el momento de demostrar mi valía, Bankotsu», pensó.
Contó mentalmente los segundos en que vendría el otro azote y se preparó para defenderse. Aprovecharía el impulso y la fuerza del hombre para usarlo a su favor, pues con sus manos estaba segura de poder hacer un amague del golpe y tomar el látigo desde las tiras, para encestar un codazo en la cara del hombre cuando fuera cayendo por el tirón.
Sí, lo tenía bien calculado desde que ingresó al patio de ejecución y vio toda la panorámica.
Pero de pronto, Jakotsu hizo que todo cambiara:
—¡¿Acaso le estás pegando a un bebé?! —preguntó molesto—. ¡Ni siquiera la mueves! ¡Debes aplicar más fuerza, idiota! —Exclamó el Comandante y enseguida fijó su mirada en el otro soldado que la escoltó, ya que este era bastante más corpulento y fuerte que el elegido como verdugo. Y torciendo una sonrisa malvada, ordenó:
—Hazlo tú, fortachón. Dale diversión a esto.
Kagome se alertó y se quedó inmóvil, necesitaba ese intento de azote desde la misma dirección para poder atacar, pero para desgracia de ella, el nuevo soldado asignado para golpearla tomó una postura distinta. Y entonces, sin piedad, le dio en vertical sobre la espalda, latigando en la columna vertebral con todas sus fuerzas.
¡ZAS!
Sonó el azote brutal en la resentida espalda de Kagome. Esta vez sí que sintió la potencia del látigo sobre ella, tan fuerte que inhaló sonoramente una bocanada de aire echando su cabeza hacia atrás abriendo sus orbes cuanto más le permitió su anatomía ocular, encontrándose abruptamente con un cielo majestuoso sobre ella como testigo de su tortura.
La quemazón inminente invadió su piel. El dolor fue literalmente desgarrador; la zona donde las tres tiras de cuero impactaron, rasgaron superficialmente la primera capa de su piel que ya estaba bastante dañada y pequeños hilos de sangre asomaron entre las vivas heridas de su carne.
Bankotsu, más que tenso, elevó su mentón con altivez, no podía mostrar compasión, pero maldijo internamente por las estúpidas demandas de su hermano y pudo observar la ira manifestándose en las oscuras y vidriosas pupilas de Kagome la zona blanca de sus globos oculares se enrojecía por soportar el dolor sin gritar. Ese era el color del odio, ese odio que ahora sí se justificaba con creces. Pues él mismo empezaba a odiarse por esto…
Los tres siguiente golpes la azotaron con la misma fuerza desmesurada y cada uno de ellos la hizo curvar su espalda por el fuerte y desgarrador impacto.
Perdió absolutamente el control de todo y peor aún, de su respiración. Su mente se bloqueó pensando en el hecho de que estaba fallando y pronto iba a morir.
El sudor comenzó a hacerse presente en su frente por el intenso dolor que recibía su cuerpo; el salado líquido le escocía entre las heridas de su espalda mezclándose con la espesa sangre.
La rabia, la impotencia y la rendición ganaban cabida ¡Maldita sea! Todo su plan se veía frustrado.
Los impíos y desgarradores azotes que continuaron se aunaban a punzadas latentes en cada corte de su piel. Y la tortura ascendía en potencia, provocando las ganas de gritar improperios en voz alta, pero se contuvo.
Bankotsu pudo ver que el mentón de Kagome temblaba sin cesar intentando soportar el dolor y seguramente reprimiendo un llanto.
Se sumaba otro latigazo que cortaba el aire, rompiendo la barrera del sonido. Y pronto, el agudo y concreto ¡zas! que avisaba el impacto se tornó más macabro, pues las tiras marrones se empapaban con el intenso carmín de la sangre de la subyugada.
Ante la frustración y el intenso dolor, la Capitán no encontraba ni siquiera un punto de equilibrio mental; ciertamente no era tan buena como su maestra, y terriblemente sintió que perdía la batalla.
Su semblante ya no era imperturbable… El sufrimiento se transmitía claramente a través del brillo de sus ojos y miró a Bankotsu sin siquiera poder expresar su ira, pues casi no podía soportar los fuertes latigazos sobre su cuerpo, aunque tampoco le transmitió clemencia en su mirar.
¡ZAS!
Nuevamente echó hacia atrás su cabeza sobrepasada por el fuerte impacto del látigo contra ella.
Y Bankotsu se desesperó…
—Si va a morir ¿cuál es el punto de golpearla tan fuerte? —preguntó autoritario, pero en voz baja, con el fin de que sólo Jakotsu lo escuchara.
—Es más divertido así, ¿no crees hermano?
—Caerá inconsciente antes de que la ejecutemos ¿Enserio crees que eso es divertido? —siseó entre dientes sin apartar la vista de enfrente, mientras veía que se efectuaba otro azote sobre su prisionera.
Por instinto de estrés, el joven daimyō apretó el puño derecho y paseó con extrema ansiedad su dedo pulgar friccionando una y otra vez la parte posterior de sus uñas; como un gesto de impotencia, como si estuviera a punto de golpear algo o a alguien.
—Tienes razón —claudicó el Comandante.
—¡Claro que la tengo, imbécil! —exclamó mirándolo furioso.
—Está bien... Calma, ya entendí el juego —dijo torciendo una sonrisa, pero advirtiendo la ira de su hermano menor—. ¡Hey fortachón! No queremos que se desmaye antes de degollarla, nivela tu fuerza, ¿de acuerdo?
El soldado corpulento asintió.
¡Dios! escuchar eso realmente era favorable para ella y lo agradecía en el alma. No al Comandante, claro, sino al Dios que la estuvieran apoyando en ese momento. Y pensó que quizás su propio padre la estaba protegiendo desde algún lugar para no dejarla morir.
Pensar en su padre le dio fuerzas y esperanzas.
Enderezó la cabeza y la espalda nuevamente para volver a su posición y observó a su «espectador número uno» a quién vio «cómodo» en su puesto mirándola fíjamente con el ceño fruncido.
Pero lo cierto era que Bankotsu no estaba nada cómodo; más bien tensaba su mandíbula al punto de hacer crujir sus dientes. Estaba muy inquieto en su taburete junto a Banryû. Sus azulinos ojos veían a los cansados castaños. Se sentía terrible por ella y por primera vez en su vida se hallaba dudoso de su decisión.
Pero ella también arrugó su ceño. Pues ahora estaba más que determinada a cumplir su propósito.
"Aunque soplen los ocho vientos, la luna del cielo permanece inmutable"
Es lo que siempre le decía Sango respecto a un antiguo poema japonés. Y así debía permanecer ella; su mente, su cuerpo y su espíritu debían ser «inmutables».
«No fallaré esta vez. Te lo prometo padre». Aseguró para sí misma.
Entonces, volvió a su concentración.
Su piel lastimada comenzaba a adormilarse, acostumbrándose al dolor.
Cerró los ojos y agudizó sus sentidos. Dejó de lado todos los pensamientos, incluso los que hace unos instantes la atormentaban.
Se ejecutaba un nuevo azote sobre ella y pese a que no fue tan diferente del anterior, Kagome casi no lo sintió, pues todo su ser sensorial se hallaba absolutamente controlado, su exhalación fue perfecta y prolongada, al punto que su pulso disminuyó considerablemente. Lo mismo pasó con el siguiente azote. Y así consiguió completo dominio de sí misma otra vez.
Por el contrario, Bankotsu estaba hecho un nudo. Sentía que por cada azote que le daban a esa mujer su ritmo cardíaco aumentaba y le tocaba inhalar profundamente para calmar el impulso de querer detener esa tortura que más parecía atormentarlo a él. Porque lo cierto era que inexplicablemente no quería verla morir.
—Aprenderás a mantener activo tu espíritu zanshin.
—¿Qué es eso?
—Mmm… digamos que es un estado de alerta constante... Reacciones instantáneas ante un ataque inminente aún estando relajada.
—¿Y tú logras hacer eso, Sango?
—Todos los días y todas las noches mi espíritu zanshin está activo, querida amiga.
—¿Todas las noches?
—Sí… aunque requiere de un arduo y completo entrenamiento y trabajo de la intuición y respiración, incluso cuando duermes.
—¡¿Qué?! ¡¿Entrenas cuando duermes?!
—Sí. Y no me veas con esos ojos, Kagome, no soy un ser de otro mundo. Se trata de entrenar la respiración tanto en lo consciente como en lo subconsciente, es esencial para mantener activo el espíritu zanshin. Es una capacidad que todo ser humano posee, pero no todos la descubren, porque no todos la entrenan».
Correspondía el azote número veinte cuando la cabeza de Kagome cayó hacia adelante y todos observaron que enseguida su cuerpo se desplomó estampando su mejilla contra el suelo.
El soldado que la azotaba se detuvo y quedó con su mano en el aire sosteniendo el látigo sin poder golpear. Bankotsu y el Comandante se pusieron de pie abruptamente. El resto de los presentes continuaron de rodillas, exceptuando los dos soldados que la trasladaron hasta ahí, entre ellos el castigador.
Preocupado e intentando mantener la compostura luego de ver que Kagome no se movía, el joven daimyō miró hacia el lado para atravesar a Jakotsu con los ojos.
—Ay, No me veas así, hermano… Está bien, sé que arruiné la diversión —expresó desanimado el Comandante poniéndose de pie—. Pero oye... No creí que esta mujer que derrotó a un hombre el doble de grande que ella, no fuera capaz de resistir unos cuantos azotes ¡No ha llegado ni a la mitad de los cincuenta!
En efecto, Jakotsu había llegado a la misma conclusión que él porque sí pensó eso. Con ese estado físico y habiendo demostrado ser una mujer fuerte, era imposible que no resistiera veinte azotes.
Por otra parte algo más se sumaba a su preocupación, y es que ahora no sabía si esto era mejor o peor, pues si ella estaba inconsciente, entonces había llegado el momento de ejecutarla de una vez.
«No», pensó el joven terrateniente apretando los puños inconscientemente. No quería matarla. Pero tampoco quería seguir presenciando esa tortura. Lo estaba carcomiendo el arrepentimiento y dudaba, eso es algo que él no se podía permitir. No un daimyō Samurái, antiguo líder y Comandante del Clan Takeda con una reputación de gran orgullo que lo precedía.
—¡Ash! No es para tanto, sólo tírenle un poco de agua en el rostro para que reaccione —indicó Jakotsu intentando calmar los ánimos de su hermano—. ¡Apresúrate! —ordenó al soldado corpulento y agregó—: Esta castrosa tiene mucho castigo por disfrutar, no es momento de que se muera.
El otro soldado que la escoltó se agachó para voltear a la mujer. Luego puso su dedo en la nariz de la prisionera y enseguida comunicó a su daimyō lo que descubrió:
—Mi señor, ella no está respirando.
—¡¿Qué demonios estás diciendo?! —exclamó Bankotsu incrédulo con el ceño fruncido. Y sintió que el corazón le golpeó con fuerza en el pecho.
El otro soldado llegó rápidamente con el agua en una pequeña vasija hecha de cerámica Bizen.
Bankotsu decidió ir a ver por él mismo si realmente ella no respiraba, pero no alcanzó a dar dos pasos cuando se detuvo sorprendido.
Todo pasó muy veloz frente a sus ojos...
"Mente inmóvil; corazón inmóvil"
El soldado iba a arrojar el agua al rostro de Kagome cuando esta abrió sus ojos y de una patada golpeó la mano del hombre haciendo que soltara la vasija y cayera a un lado. Luego se arrodilló rápidamente y sin que el soldado alcanzara a reaccionar, ella le desenvainó la espada que llevaba a un costado de la cintura y lo atacó enterrándosela a su dueño en el muslo.
El hombre chilló de dolor. Y los aldeanos que estaban de testigos se alejaron de la pelea asustados. Los otros cuatro guerreros samuráis ya se habían puesto de pie esperando su turno para enfrentarla.
La Capitán empujó con el pie al soldado para sacar la espada incrustada en la pierna, el hombre no paraba de chillar y con la misma espada en un movimiento veloz: cortó la cadena enganchada al palo, a ras de este para dejarla larga y usarla después.
El otro soldado que la escoltó ya estaba encima de ella y la atacó con su espada, Kagome se defendió ahora estando sentada en el suelo. Chocaron varias veces los hierros filosos, pero pronto el soldado la dejó desarmada, y apuntó con la espada a su cuello, pues a diferencia de ella las energías de este estaban al cien.
Aún así, los instintos de sobrevivencia de ella, prevalecieron.
Le dio una patada en la zona baja y aprovechó la distracción del dolor para tomar con ambas manos la cadena que seguía enganchada a la de ella y le dio un latigazo al soldado que se le acercaba por atrás, justo en el cuello, el hombre gritó y se retrocedió por el golpe, volvió con el otro que se rucuperaba del golpe bajo y lo azotó con la cadena en las piernas haciéndolo caer.
Ya se había sacado de encima a los dos soldados que la trasladaron y ahora, los samuráis se acercaban.
—¡Maldita mujer! ¡Ya me harté de ella! —exclamó Jakotsu apuntando con su espada hacia el centro del patio. Iba a dar un paso para ir a matarla él mismo, pero Bankotsu le puso una mano en el pecho y lo detuvo.
—Quédate donde estás… —ordenó autoritario su hermano menor.
—¡¿Qué?! —exclamó extrañado el Comandante por esa orden, y al ver que su hermano lo ignoró volvió la vista a la lucha de Kagome con los hombres.
La Capitán dejó caer su espalda lastimada en el suelo y realizó un giro en abanico con sus piernas para ponerse de pie. Eso le rompió aún más la piel y gritó en el movimiento. Pero su grito no sólo era de dolor, llevaba furia, garra, orgullo, valor y determinación. Y ahí quedó al centro de los cuatro guerreros, todos detenidos por breves instantes.
Bankotsu exhaló el aire que parecía haber retenido por largo rato, espantado porque minutos antes creyó que ella moriría y él cometería un error. y sin apartar los ojos de ella sonrió de medio lado.
«Sabía que podía esperar más de esta mujer», pensó aliviado y desclavó a Banryû del suelo.
El primer samurái atacó, pero rápidamente Kagome hizo un movimiento con sus pies y con la mano que no sostenía la cadena, tomó la vasija que estaba en el suelo y la lanzó contra la cara del guerrero rompiéndole la nariz. Percibió al otro Samurái que se acercó por su retaguardia prediciendo que la atacaría con la espada, haciendo un corte vertical, así que intencionalmente puso ambas manos de frente y en efecto, así fue el ataque; la espada cortó la cadena que unía sus manos, liberándola y alcanzó a inclinarse hacia atrás para que la misma espada no la cortara a ella.
Tomó la cadena que aún colgaba de una de las muñequeras; sabía manejarla muy bien, pues era lo mismo que todas las técnicas de ninjutsu que Sango le enseñó con una cuerda. Alzó la cadena suelta y comenzó a girarla a un costado para evitar que los guerreros se acercaran a ella. Los giros de la cadena cortaban el viento produciendo un fuerte sonido.
Bankotsu avanzó lentamente hacia ella con su alabarda en el hombro, la verdad es que era todo un espectáculo verla combatir.
Era fascinante.
Los dos guerreros que aún no la enfrentaban decidieron hacerlo al mismo tiempo.
Kagome comenzaba a flaquear, su cuerpo estaba muy débil y tambaleó ralentizando el giro de la cadena.
Bankotsu se dio cuenta, pues en ningún momento le había quitado los ojos de encima, él observó todos sus movimientos desde un principio y supo también que ella ya no resistiría más, sus hombres la iban a matar.
Alzó a Banryû y la giró en el aire, como siempre hacía antes de ponerla en acción, luego con un solo movimiento y la ancha hoja de esta, detuvo las espadas de los dos guerreros que la iban a atacar.
—¡Suficiente! —exclamó con toda su potestad.
Con sus rostros sorprendidos, los hombres acataron la orden de inmediato y dieron unos cuantos pasos hacia atrás.
Jakotsu sonrió ampliamente y los ojos le brillaron cual niño tiene ante él un caramelo, pues asumió que su increíble hermano menor tomaría ese gusto de asesinarla él mismo.
—¡Dale su merecido, hermano! —alentó el Comandante.
Kagome respiró agitada y detuvo el giro con la cadena.
Su semblante era de total desafío, pero estaba más que agotada. Ya no soportaba más y apenas se mantenía de pie.
El moreno terrateniente se acercó a ella, entonces esta con una débil voz y agotando su última gota de energía, dijo:
—Creo que no fui tan patética después de todo.
Bankotsu torció una sonrisa y respondió:
—Así veo... Pero aún tienes un problema con los inútiles: los sigues dejando vivos.
Kagome iba a protestar, pero dio un paso desequilibrado y ya su cuerpo no respondió.
Bankotsu la vio soltar la cadena y notó que ella comenzaba a caer. Entonces por instinto, soltó a Banryû y atrapó a Kagome desmayada entre sus brazos.
Boquiabierto, y confundido quedó Jakotsu, pues en todo momento había pensado que su hermano quería llevarse el crédito y acabar de una vez con la castrosa. Pero ¿que la salvara?… Eso sí que no se lo esperó y no supo qué demonios pensar.
Una vez que retomó la compostura se acercó a su hermano que sostenía el cuerpo lacio de la mujer y le preguntó.
—¿Qué harás con ella? ¿la vas a matar?
—No —respondió con seriedad y agregó—: Dejaré que se quede y se una como guerrera del clan.
—¡¿Qué?! Ay, no, hermano Bankotsu... Esta mujer es muy irritante —protestó el Comandante casi como un berrinche.
—Lo sé, pero se ganó el maldito puesto. Y todos han sido testigos de eso —argumentó mirando a los presentes.
—Pero no acepto mujeres en mis filas y lo sabes.
—¿Estás cuestionando mi decisión, Jakotsu? —lo cortó con su mirada afilada ya fastidiado.
El aludido suspiró derrotado y contestó:
—No, hermano.
—¡Bien! —concluyó tajante el daimyō. Luego observó a su alrededor y agregó para los presentes—: Todos pueden retirarse. Nadie morirá hoy.
Y mientras todos se marchaban, incluso el herido de la pierna que fue asistido por uno de sus compañeros para ayudarlo a caminar, Jakotsu se quedó ahí con su espada en el hombro analizando a su hermano con preocupación. Y lo que veía no le gustaba para nada; esa mirada que tenía Bankotsu puesta en esa mujer, no era normal y consideró que mucho menos podía ser algo bueno.
El joven terrateniente mantenía su semblante serio, pero observó el rostro de Kagome con detención... Ella se veía tan frágil y pacífica. Jamás, desde que todo este asunto comenzó, había podido ver ese rostro tan bonito con total tranquilidad y se preguntaba ¿por qué razón ella siempre tenía que estar a la defensiva? Luego miró a su hermano y le ordenó:
—Jakotsu, encárgate de los soldados heridos y habla con los aldeanos para que divulguen la información correcta respecto a lo que pasó aquí —volvió la vista a Kagome y añadió—: Yo me haré cargo de ella.
Luego le ordenó al soldado que la trasladó que le quitara las muñequeras; el hombre hizo lo que le ordenó su señor. Y hecho esto, Bankotsu puso a Kagome sobre su hombro con ambos brazos y medio cuerpo colgando hacia atrás, pensó que así no pasaría a llevar las heridas de la espalda.
Luego recogió a Banryû la apoyó en su otro hombro y se marchó.
Atravesaba los jardines del castillo con ella a cuestas y varias cosas cruzaron por su cabeza.
«¿Realmente eres mi aliada, Kagome?
Preguntó para sí mismo.
»... Espero que sí, porque ahora estoy seguro de que no eres cualquier mujer».
Continuará…
N/A: ¡Hola amores! Al fin supieron cómo zafó Kagome de la muerte… Espero les haya gustado este capítulo dedicado totalmente a este momento que sí, estaba algo fuerte, pero nadie en esa época podía salvarse limpiamente del castigo dictado por un daimyō.
Debo confesar que soy una amante de las artes marciales, cuando era adolescente las practicaba y me fue muy emocionante escribir e imaginar toda aquella parte de acción de Kagome luchando *Amoooo* Ya entró al clan así que ahora vendrán muchas cosas más...
Espero que logren leer al quejumbroso de Jakotsu con su voz jajajja, este personaje me encanta, cada vez que veo el arco de los 7 guerreros, él me saca risas con su personalidad tan particular y su femenina voz. Lo adoro xD
—Datos culturales—
-El Kuji Kiri era una técnica psicológica que los ninjas empleaban para alcanzar un estado mental determinado en pleno combate. Era una preparación muy útil previa a un enfrentamiento.
Los cortes o movimiento de las manos se llaman «mudras», la frase que los acompaña serían los «mantras». Yo no quise poner los mantras para no aburrirlos en la lectura y sólo escribí los nueve cortes que serían: Rin, Pyō, Tō, Sha, Kai, Jin, Retsu, Zai, Zen, y siempre van en ese orden.
-Hasta la Restauración Meiji, la gente común de Japón (aquellos que no eran parte de la aristocracia o de la clase militar) no tenía apellido y empleaban sustitutos (por ejemplo, su lugar de nacimiento) en caso de requerirlo. Por eso es que Bankotsu le pregunta dónde nació, para darle una especie de "Onomástica".
-Ezochi es el nombre que la actual Isla de Hokkaido tenía en esos tiempos, al norte de Japón y significa (tierra de los Ezo) o Ezogashima (Isla de los Ezo). «Ezo» les decían a los habitantes de esas tierras la cual en su mayoría eran indígenas de la cultura Ainu. En futuros capítulos hablaré más de estos indígenas.
-De 05:00 a 07:00 h Hora del Conejo: Las horas previas a que el gallo dé la señal de la salida del sol, y los últimos momentos de la presencia de la luna, cuando se puede observar al conejo que vive dentro (hay una leyenda que dice que dentro de la luna viven conejos).
La Hora del Dragón la describí en las N/A del capítulo anterior.
-Fusta: Vara delgada y flexible, generalmente con una correa en uno de sus extremos, que se emplea para estimular al caballo y darle órdenes.
-El Espíritu Zanshin en artes marciales se refiere al hecho de adoptar un estado de vigilancia activa, relajada y permanente, manteniendo la atención en lo que está ocurriendo, y en lo que puede suceder. Esta palabra viene de un vocablo japonés que significa por un lado Zan: permanecer, continuar, guardar, y por el otro Shin: corazón, espíritu, atención, voluntad. Zanshin es el estado mental que nos permite permanecer conectados espiritualmente, no tan sólo a un único atacante, sino a múltiples atacantes e incluso a todo un contexto, un espacio, un tiempo o un suceso.
-Una de las cerámicas más importantes, identificativas y antiguas de Japón es la Cerámica Bizen, que se distingue por su dureza de tipo hierro, de color marrón rojizo, sin esmalte. *Kagome tuvo suerte de que le llevaran esa vasijita jajaja*
—Fin del dato cultural—
Agradezco los hermosos reviews de GabyJA, Paulayjoaqui, lucip0411, Cami-Insoul. Enserio las adoro y también gracias a los usuarios no registrados (guest) a quienes contestaré a continuación:
Lita Mar: Gracias a ti por leer, bella.
Rodriguez Fuentes: Aaawww me hizo mucha emoción tu review, de verdad es genial para mí saber que te gustan los datos históricos que pongo. Y los seguirá habiendo :) gracias por comentar ese detalle y leer esta historia.
manu: Kagura Diosa de los vientos, yo la amo. Y amo que siempre en el animé ve por ella misma, es algo que quise rescatar aquí en esta historia, así que habrá más de Kagura más adelante. Que genial que te haya ustado el capítulo, me alegra mucho. Respecto a tus preguntas, de todas me quedo con la tercera: Una hermana de Inuyasha con Koga jajaja, no está mal.
A mi Yuricita bella, muchas gracias por tu beteo, amiga eres un sol, me ayudas muchísimo. Te adoro.
Hermanita de mi alma, Marcia Ackerman otro capi para ti, luego hablamos :3
Nos leemos en el próximo capítulo, sólo ténganme paciencia porfis u.u
Abrazos,
Phany
