Capítulo IV

Infiltrada; en mi clan y en mi mente

.

.

«Doy la cara al enemigo, la espalda al buen comentario, porque el que acepta un halago empieza a ser dominado; el hombre le hace caricias al caballo para montarlo...»

Facundo Cabral


Provincia de Mutsu, Norte de Japón.

Castillo Mutsu

Dio instrucciones en la cocina para la preparación del almuerzo, y después se dirigió a la habitación de cuidados.

—¿Alguna novedad? —preguntó al entrar. Luego depositó la bandeja que llevaba en sus manos sobre uno de los aparadores de madera que había en la habitación.

—No, señora. Ella sigue dormida —respondió su ayudante—. Ya casi termino de ponerle las vendas —añadió.

—Pronto despertará, así que traje su almuerzo, y enseguida le traerán ropa —comunicó la sacerdotisa de largo cabello plateado.

La joven mujer continuó concentrada en su labor con las vendas; le causaba curiosidad que por primera vez, tuviese que hacer aquel proceso curativo en una mujer; lo común, era curar a los soldados que llegaban malheridos por las batallas.

—¿Por qué el señor Bankotsu la habrá castigado? —preguntó la ayudante mientras pasaba la tela por la zona del pecho y luego, hacia la espalda de la mujer malherida.

—Eso no te incumbe. Limítate a hacer bien tu trabajo. —La regañó Tsubaki.

La ayudante, asintió con la cabeza y continuó enfocada en su trabajo; no quería enfadar a la sacerdotisa, así que reprimió sus cuestionamientos.

La servidumbre respetaba a Tsubaki, incluso le temían. Y es que por tantos años, Naraku, jamás fue indulgente con ella; si algo no salía como a él le gustaba, Tsubaki lo pagaba de la peor manera. Y así, se vio obligada a ser igual de estricta y rigurosa con quienes tenía bajo su cargo. Y pese a que, casi se cumplían dos meses del fallecimiento de Naraku y los aires en ese castillo circulaban mejor, ella no iba a cambiar su modo de ser; ya no podía ser blanda, y menos a esa altura de su vida en que rozaba las treinta y ocho primaveras.

Kagome emitió un débil quejido y Tsubaki se percató que esta, comenzaba a despertar.

En el efímero transcurso del sueño a la vigilia; su conciencia comenzó a desperezarse. El aroma a hierbas y jazmín permanecía en sus fosas nasales; intenso y a la vez, agradable. Por reflejo, movió los ojos de un lado a otro y al intentar abrirlos, los párpados le pesaron exageradamente, pero en el segundo intento lo logró. El panorama pareció dar un par de vueltas alrededor de su cabeza hasta que logró enfocar la vista. Notó que se hallaba boca abajo con su mejilla derecha apoyada en una cómoda almohada. A simple vista y en esa posición, no pudo distinguir dónde se encontraba, pero sintió que alguien movía su cuerpo. Distinguió junto a ella, el color celeste de un yukata que vestía una persona, cuyas manos pasaba con confianza por abajo de sus costillas. La posición en la que se hallaba sobre el futón, no le permitió ver el rostro de esta, así que, lentamente alzó el cuello para verla. Por sobre su hombro observó que era una mujer joven, de edad similar a la de ella; lucía una bonita melena castaña, muy corta, que mantenía despejado su rostro, y le permitía mostrar con claridad sus ojos azules.

—Dón-de… ¿dónde es-toy? —preguntó quejumbrosa.

—Se encuentra en el Castillo Mutsu. —Le respondió con amabilidad la castaña mientras la movía con delicadeza para pasar la venda alrededor de su tronco.

Kagome intentó moverse, de a poco sintió que el cuerpo le respondía, pero a la vez, el dolor en cada centímetro de este, aumentaba. Sentía como si hubiese rodado por un barranco y se hubiera golpeado con cada roca que ahí había. Estaba absolutamente adolorida y con una horrible sensación de pesadumbre desde los pies a la cabeza. ¡Para qué decir la espalda! Sintió como si un gran animal pegajoso estuviera sentado sobre ella. Y así, de a poco, todo ese malestar le recordó el martirio que pasó en ese maldito patio de castigo.

—¡Ah! Por un demonio… —se quejó y apoyó sus manos en la almohada para impulsar su cuerpo e intentar incorporarse.

—¡No te levantes! —advirtió con firmeza la sacerdotisa que la vio de reojo, pues se hallaba vertiendo agua de una vasija a un vaso—. Tienes medicina en la espalda y te están terminando de poner las vendas —explicó.

Uno de los ajustes que ejerció la mujer, le provocó un intenso dolor e inevitablemente, dejó escapar un quejido.

—Uy… lo siento, señorita. —Se disculpó la castaña al percatarse del dolor que le infringió —Es que, la venda debe quedar firme —agregó.

Kagome solo asintió arrugando la frente, y no protestó. Se quedó quieta aguantando con esfuerzo el dolor que palpitaba en sus heridas mientras la mujer terminaba con su trabajo.

Una joven de cabello rubio ingresó unos cuantos pasos a la habitación de cuidados con un bulto en sus manos.

—Señora Tsubaki, traje el yukata que encargó para la señorita —dijo la mujer rubia. Alzó sus brazos y bajó la cabeza en señal de respeto.

—Bien. Justo a tiempo, Ime. —respondió la sacerdotisa y fue a recibir la prenda—. Veo que tu área se ha puesto eficiente.

—Gracias señora. Hago todo mi esfuerzo para que todo salga como usted espera.

Tsubaki le dio un par de instrucciones en voz baja a la muchacha, y esta se marchó.

—Terminé de atar la venda, señorita Kagome; ahora le ayudaré a sentarse —dijo amablemente la castaña.

—¿Cómo es que… sabes mi nombre? —cuestionó confundida la Capitán y con algo de dificultad al hablar, pues sentarse fue todo un suplicio y sintió que su garganta le raspó de sequedad. Pero antes de que la castaña pudiera responder, Tsubaki se acercó con un vaso.

—Ten, bebe un poco de agua. —Le ofreció a la malherida— Estás muy deshidratada.

Aquella confirmación de su estado sediento pareció aumentar más el desespero en su garganta, la sequedad en dicha zona se volvió incontenible y, ver el líquido frente a ella, le despertó una necesidad urgente de tragarse hasta el vaso para saciar su sed. Bebió toda el agua de una sola vez, como la última gota en la tierra. La mujer de melena castaña le advirtió que lo hiciera despacio, pero al verla tan sedienta, le ofreció un poco más. Kagome tragó el último sorbo y amablemente dio las gracias a ambas mujeres.

—El señor Bankotsu nos dijo su nombre. Por eso es que lo sabemos —respondió finalmente la castaña y le sonrió.

«¿Bankotsu?», pensó confundida.

»—Él la trajo personalmente hasta aquí y la recostó en el futón —continuó relatando la castaña con sus ojos brillosos, como si en su mente deshojara margaritas bajo la ilusión de un imposible sueño. Kagome formó una expresión de extrañeza al ver el semblante de la castaña. Y esta, continuó—: Luego nos pidió estrictamente que cuidemos de su salud. —La ayudante le dedicó una mirada cómplice a la azabache y, sonrojada, agregó—: Él fue muy cuidadoso con usted, y nos dijo que...

—¡Yuka! —exclamó la sacerdotisa cortando las palabras de la animosa castaña, clavó sus ojos turquesa en esta denotando una clara advertencia. Enseguida, con el ceño fruncido, agregó—: Ten, ayúdale a ponerse el yukata.

—Sí. Lo siento, señora Tsubaki… —respondió reprimida la joven mujer y se silenció.

Kagome quedó perpleja ante la reprimenda que recibió la castaña. Esta, estiró el yukata blanco y comenzó a pasarlo por uno de los brazos de Kagome, le cubrió la espalda con cuidado y luego pasó el otro brazo, finalmente la rodeó en la cintura con un obi, pero cuando lo iba a atar, Kagome la detuvo:

—No te preocupes… creo poder hacerlo yo misma. —Le dijo con amabilidad. Yuka sonrió y asintió, entonces soltó el obi.

—El agua que bebiste tiene sedantes y jazmín, pronto volverás a dormir. —Le informó Tsubaki, mientras posaba la parte posterior de su mano en la frente de Kagome— Perfecto, no hay fiebre —murmuró casi para sí misma. Luego se acercó al aparador donde había depositado la bandeja con el almuerzo.

Kagome se ataba el obi contrayendo su rostro con expresión de dolor, pues en ciertos movimientos que realizaba, sus heridas en la espalda se estiraban y le ardían, pero mientras hacía el nudo, puso atención a la sensación de limpieza y frescura que había en su cuerpo. Notó que olía a esencias curativas, como las que Kikyō le ponía en el agua caliente del ofuro cuando llegaba con cortes y heridas después de las batallas.

—Este aroma que expele mi cuerpo es… —mencionó dejando la frase abierta con nostalgia al pensar en su hermana.

—Es una mezcla de distintas hierbas curativas; ayudarán a que tus heridas no se infecten —respondió Tsubaki.

—Sí, la pusimos en el agua cuando la bañamos —agregó Yuka.

Kagome confirmó sus sospechas respecto al aroma de hierbas, pero… ¡Por todos los dioses, la habían bañado! No pudo evitar sentirse avergonzada, es decir, esas mujeres desconocidas atendieron su cuerpo y ella, ni siquiera sabía del mundo en ese momento. Posó una mirada de preocupación a la joven de melena castaña y esta, se apuró en decir:

»—¡Oh! No se preocupe, fuimos muy cuidadosas y delicadas, aunque, no contábamos con que el…

—¡Yuka! —exclamó la sacerdotisa por segunda vez, y la miró enfurecida.

—Lo siento, señora Tsubaki, discúlpeme… —suplicó la castaña y agachó la cabeza.

A Kagome le causó mucha rareza la reacción de la sacerdotisa. Y no le gustó nada lo que venía observando en ese corto rato.

—¿Qué sucede? ¿Qué ibas a decir? —preguntó seria a la mujer de melena, desafiando la autoridad de Tsubaki.

—Que no contábamos con que tú no reaccionaras con el baño. Y fue complicado asearte mientras dormías —respondió la sacerdotisa sin dejar hablar a su ayudante, pero frente a la mirada de incredulidad de la azabache, agregó—: Supongo que el sedante fue más fuerte para tu organismo y por eso no despertaste.

Kagome percibió que algo le estaban ocultando, pero por ahora, prefirió no indagar, pues estaba recién conociendo a las mujeres que la estaban cuidando y no quiso ser descortés. Luego continuó con sus preguntas:

—¿Cuánto tiempo estuve dormida?

Tsubaki se acercó a ella con la bandeja en sus manos, y con seriedad, respondió:

—Fue a la hora de la serpiente cuando el señor Bankotsu te trajo aquí, y hoy, ya es aproximadamente la misma hora; has pasado casi un día durmiendo, pero es debido a la medicina que te administramos.

Kagome abrió sus ojos sorprendida, jamás había dormido tanto. Luego observó la bandeja; todo lo que había ahí lucía muy apetitoso. Su cuerpo reaccionó ante la imagen y un largo rugido proveniente de su estómago la dejó en evidencia de lo hambrienta que estaba. Se sonrojó.

—Ten. —Tsubaki le acercó la bandeja— Come antes que la medicina haga el efecto sedante.

Se le aguó la boca, efectivamente, llevaba muchas horas sin comer y se sentía bastante débil. Agradeció los alimentos y se dispuso a probarlos, mientras, Yuka le sonreía.

Kagome observó a su alrededor; la habitación era bastante grande y confortable, además, tenía una gran iluminación. El futón donde se hallaba recostada era muy cómodo, estaba sobre una tarima de un metro de altura, que incluso, a la mitad, tenía un largo peldaño para descender. Los colores pasteles de la habitación y el fusuma con artísticas pinturas de bonsai, le daban un toque de armonía y tranquilidad al lugar. Todo aquello aunado a la comida exquisita, le hizo cuestionarse el por qué estaba ahí, y no en un calabozo. Se suponía que Bankotsu la quería muerta, no rodeada de atenciones. Eso no cuadraba.

—¿Por qué el… señor Bankotsu me trajo aquí? —inquirió la azabache.

—Las preguntas se las puedes hacer al mismo señor Bankotsu cuando lo veas. Nosotras solo estamos a cargo de tu cuidado —respondió tajante Tsubaki.

Kagome la miró con el ceño fruncido. Esa mujer comenzaba a no agradarle. Ese atuendo que parecía el de una «miko», pero en color negro, el rosario de color verde colgando de su cuello y ese adorno extraño en forma de ostra que en su frente, decoraba la partidura de su cabello, era bastante rara y no le inspiraba confianza. Sin embargo, no quería sacar conclusiones apresuradas y optó por mantener la boca cerrada, después de todo, pese a la apariencia y personalidad de la sacerdotisa, notó que esta se esmeraba por atenderla bien —o... hacer bien su trabajo—, y no quería meterla en problemas con el «desalmado» terrateniente. Y con él visitando sus pensamientos mientras saboreaba una sopa, incursionó en sus memorias… Tenía claridad de todo lo que había pasado; cuando luchó con los soldados y finalmente perdió las fuerzas, estaba segura que iba a morir y que no iba a poder restregarle en la cara a Bankotsu que había demostrado su valía derrotando a sus soldados, pero su sorpresa fue justo en el momento en que vio la alabarda interponerse entre ella y esos hombres. Bankotsu había evitado su muerte…

«¿Por qué lo hizo?», se preguntó.

Después ella le había dicho unas palabras que no recordaba con exactitud y entonces, todo ennegreció… No supo nada más hasta que despertó en esa habitación, acompañada de esas dos mujeres. Pero así como se veían las cosas, era claro que Bankotsu la había aceptado en su clan. Lo que significaba que, el primer paso de su plan —a duras penas—, había sido exitoso; se había infiltrado.


Provincia de Tosa, Sur de Japón.

Castillo de Tosa

En uno de los amplios salones del castillo, las mujeres se hallaban hincadas sobre los zafus que Kaede acomodó para la reunión. Sumidas cada una en sus propias cavilaciones, la preocupación, la incertidumbre, rabia, impotencia y culpa bailaban un vals dentro de sus mentes; solo el repentino y brusco «clack» del elegante fusuma cuyos paneles tenían un hermoso diseño de flores de cerezo, las rescató de aquellos pensamientos. El Comandante Okami con su imponente figura, irrumpió sin freno en el salón cual tornado de viento fuese. Se detuvo ante su daimyō, junto a las otras dos mujeres que observaron la vena hinchada que parecía estar a punto de reventar en su frente. Las tres mujeres presentes le iban a dar la bienvenida, pero él, las interrumpió:

—Ahorrémonos las formalidades. Me urge saber por qué fui llamado aquí, cuando debería estar viajando hacia el norte con mis hombres para traer a la Capitán de regreso —cuestionó con prepotencia el Comandante.

—¿El respeto por tus superiores se te perdió en el camino, Comandante? No te corresponde a ti hacer a un lado las formalidades. —Lo regañó Kikyō mirándolo hacia arriba con su ceño fruncido— ubícate en tu lugar —añadió frívola.

—Hay cosas más importantes en este momento —respondió el aludido sosteniendo la mirada de la sacerdotisa. Enseguida le quitó la vista y se dirigió a su daimyō—: Vine en cuanto recibí su mensaje, Midoriko y, disculpe mi atrevimiento, pero creo que esta reunión es innecesaria; solo estamos perdiendo tiempo valioso, en vez de…

—Kōga. —Lo interrumpió la mujer de treinta y cinco primaveras utilizando un tono de voz sereno, pero a la vez, firme— Debes calmarte, de lo contrario; no veremos las cosas con claridad.

—Lo que menos puedo tener es calma, si Kagome está en peligro, usted debería entender la urgencia —expresó con molestia el aludido.

—Y por eso estamos aquí, Comandante —respondió la daimyō alzando levemente su voz—. Escucha, sé que estás preocupado por ella, Kōga, pero no eres el único—espetó autoritaria—. Si crees que resolverás algo, sin comprender la situación que enfrentamos; pues estás muy equivocado.

Se tragó sus protestas, pero maldijo internamente. Odiaba tener que bajar la cabeza cuando su temperamento e impulsividad lo instaban a actuar por su propia cuenta, pero Midoriko, pese a ser una mujer benevolente, inspiraba respeto y autoridad; esa voz de mando y ese rostro altivo, le recordaban al Comandante cuál era su posición ahí.

»—La información no es del todo precisa —continuó la terrateniente—. Más bien, nos estamos basando en sospechas de un supuesto plan formulado por Kagome.

El comandante exhaló el aire sonoramente intentando calmar su temperamento y, derrotado por la potestad de Midoriko, asintió levemente con la cabeza, otorgándole la razón a esta; aunque, su rostro, enmarcaba el desacuerdo en plenitud y eso, no podía evitarlo.

—Bien —dijo la daimyō seguido de un suspiro al ver que apaciguó al Comandante—. Por favor siéntate —ordenó con sutileza. El aludido obedeció a su señora y se sentó con las piernas cruzadas en el zafu disponible para él, justo en medio de Sango y Kikyō.

Midoriko conocía a Kōga desde que este era un niño. Recordaba esos momentos en que ella observaba la manera en que ese temerario jovencito, le enseñaba a su hermana menor la disciplina del Bushidō y el combate con la espada. Desde que estos eran unos pubertos, Kōga la protegió. Midoriko sabía que cuando se trataba de «Kagome en peligro», ese chico saltaba como un lobo salvaje y olvidaba por completo su posición, o cualquier clase de formalidad. Debido a esa actitud, es que llegó a pensar que Kōga estaba enamorado de su hermana, pero luego, comprendió que simplemente, era un hombre directo y confrontacional con quien estuviera frente a él, pues el hecho era, que tenía «alma de líder» y le costaba acatar órdenes ante sus mayores rangos. Pero ella, sabía que ese jovencito, que hoy era todo un hombre —fuera de ese ímpetu avasallador que poseía—; era una excelente persona, de gran corazón, era un soldado leal a su clan y el mejor samurái que ella tenía en sus filas. Y justamente, aquella actitud descontrolada que lo caracterizaba, le revelaba a ella, el hecho de cuán perdido estaba él en todo este asunto. Era evidente que el Comandante ignoraba la situación de Kagome, igual que todos los presentes, salvo por Sango quien tenía sus propias teorías, pero aún así, debía interrogar a su joven samurái, pues la más mínima información que él tuviera al respecto, podría ser de utilidad.

»—Sabemos que Kagome confía mucho en ti, Kōga. Así que, necesito que seas honesto conmigo y me des toda la información que posees.

—Ella se fue hace unos diez días, pero antes de eso, estuvo un par de semanas conmigo —soltó sin miedo a enfrentar las consecuencias de aquella confesión.

—¿Cómo que, estuvo contigo? —cuestionó Kikyō atravesando los celestes ojos del Comandante con su oscura mirada.

—Se alojaba en mi casa; pero salía todos los días al alba y no regresaba hasta la noche.

—Eso es una verdadera imprudencia de tu parte, Comandante —expresó la sacerdotisa con tono seco—. ¿Sabes que puedes perder tu cabeza por haber ocultado a la hija de un daimyō? Si mi padre estuviera vivo…

—¡Kikyō! —La cortó Midoriko y la aludida la miró con el ceño fruncido— Dejemos que hable —ordenó.

El interrogado continuó y dirigiéndose a su daimyō, ignoró a la sacerdotisa.

—Midoriko, Kagome me pidió quedarse unos días en mi casa, pero con la condición de que no le hiciera preguntas… no esperaban que por esa razón me negara a ayudarla, ¿o sí? —insinuó con obviedad.

—De hecho, la protección que muestras hacia ella, nos hizo descartar que estuviera contigo —respondió la terrateniente—. Pensamos que si ella te pedía ayuda para algo así, te negarías a ponerla en peligro.

—¡No sabía lo que ella planeaba!... —exclamó molesto—. Por más que intenté que hablara al respecto, no logré sacarle una sola palabra. ¡Maldición! —apretó sus rodillas— Solo me pidió confiar en ella, me prometió que si necesitaba ayuda, me lo haría saber. Pero manifestó que de momento, no quería involucrar a nadie en el asunto. Dijo que era importante para ella hacer... —hizo una pausa para intentar descifrar esas palabras que ella le dijo y continuó con voz reflexiva—: Hacer «esto», sola… luego se subió a su caballo y se fue.

Kikyō resopló y esbozó una sonrisa que marcaba molestia e ironía. Todos se voltearon a verla.

—No le veo la gracia, ¡¿por qué sonríes?! —cuestionó.

Kikyō se puso seria y clavó su fría mirada en él, pero a la vez, le transmitió toda su decepción. Entonces respondió:

—Sé que mi hermana es muy astuta, Comandante, pero tú… realmente fuiste muy ingenuo —espetó.

—¡¿Qué dijiste?! —exclamó ofendido.

—¿Cómo es posible que no hayas enviado aunque sea a uno, o dos de tus hombres para seguirla? —replicó Kikyō—. ¿No crees que al menos, no estaríamos en ascuas, como lo estamos ahora? —Le reprochó con una mirada de reprobación que le quemaba justo en la conciencia al Comandante.

Kōga empuñó sus manos, su entrecejo se mantenía fruncido sin señales de poder relajarse, pues en su interior, tenía un conflicto consigo mismo por haber sido tan condescendiente con Kagome. Aún así, no permitiría que lo llamaran «ingenuo», no… no se trataba de tal cosa. Y defendió su posición:

—Kagome es la Capitán de mi batallón; ciertamente, está bajo mis órdenes en el campo de batalla, pero tanto dentro, como fuera de este, tenemos una amistad, y eso pasa por encima de nuestros rangos militares —refutó el Comandante mirando a la sacerdotisa que estaba a su derecha.

—Entiendo tu punto, Kōga —intervino Midoriko esta vez, y ambos miraron a la terrateniente—. Pero tu amistad con ella, no puede pasar sobre mi autoridad —expresó la daimyō con seriedad—. Me ocultaste la ubicación de mi hermana y ahora, resulta que ella puede estar en grave peligro.

—No discutiré sobre mi falta, Midoriko; la asumo completamente. Quedo a su entera disposición para cumplir con el castigo que merezca, sin embargo, creo que eso tendrá que esperar —aseveró—. Por ahora, como Comandante de su clan, creo que debemos acordar nuestro plan de ataque y traer a la Capitán de regreso. No sé qué demonios está haciendo en el norte, pero de lo que sí estoy seguro, es que allá —extendió su brazo y con su dedo índice señaló hacia el punto cardinal mencionado, sin dejar de mirar a Midoriko—; sólo tenemos enemigos y, es inquietante estar aquí sin hacer algo al respecto.

—Bien. Estoy de acuerdo contigo; tu castigo se dictará una vez hayamos resuelto todo este asunto —decretó la terrateniente—. Respecto al problema en cuestión, Sango sospecha que Kagome fue a recuperar la alabarda Banryû, al parecer, ella intenta limpiar el nombre de nuestro padre y de todo nuestro clan.

Kōga abrió los ojos de par en par. Sabía lo que esa alabarda representaba para ella y comprendió la situación. Kagome era su compañera de batalla, por ende, conocía su determinación y sabía perfectamente que no fue a robar esa alabarda, sino... a pelear por ella.

—Es lo más certero —dijo la kunoichi, quien había estado en silencio todo ese rato, intentando pensar con claridad—. Ella estudiará su objetivo y, en el momento en que se sienta segura, atacará... es lo que yo haría en su lugar.

«¡Me lleva el diablo contigo, Kagome! ¡Planeaste hacer todo esto sola!... No puedo creer que no hayas contado conmigo», pensó sintiendo como si le hubieran dado una patada en el pecho.

—Ella jamás me propuso hacer tal cosa —expuso el Comandante, desconcertado por aquel hecho.

—Eso es porque mi hermana te estima mucho y evitó que tuvieras una confrontación conmigo —refutó la terrateniente—. Ella te conoce muy bien, Kōga, y sabía que aunque yo me negara a atacar, tú la hubieras apoyado, y yo, me hubiese visto obligada a quitarte tu cargo por desacato. Kagome evitó eso, y por esa razón es que ella guardó silencio ante ti, por eso es que actuó sola.

El Comandante apretó sus puños con impotencia. Aquello que dijo Midoriko tenía bastante sentido, pero le molestaba, le hacía un agujero en el pecho, que su amiga y compañera de batalla lo haya intentado proteger, apartándolo de este asunto.

—Mi señora —habló la Kunoichi—. Yo también estaba en conocimiento de que Kagome se alojaba en la casa del Comandante Okami. También asumiré mi responsabilidad.

—Esto es inaudito… —expresó Kikyō fastidiada, mirando con desaprobación a la kunoichi.

—Sabía que me estabas mintiendo, Sango —repuso la daimyō—. Pero no pensé que se tratara de algo tan grave.

Sango bajó la cabeza sintiendo la decepción de sus superiores sobre sus hombros.

»—Sin embargo, debí suponer que si el nombre de nuestro padre estaba involucrado, los principios de justicia y honor de Kagome, prevalecerían ante todo y ella terminaría actuando por sí sola —resopló afligida—. Esto es mi culpa… pese a ser testigo del sufrimiento de mi hermana y consciente de lo importante que Banryû era para ella, me negué rotundamente a un conflicto con ese enemigo mortal.

—Basta de lamentaciones, no obtendremos nada buscando culpables o razones absurdas de por qué ella actuó de este modo —expresó tajante la sacerdotisa—. Kagome no es una niña indefensa y eso ustedes dos, más que nadie —miró a Kōga y luego a Sango—, lo pueden confirmar.

Los aludidos asintieron con la cabeza y Midoriko le concedió la razón a su hermana, pues esta, siempre lograba pensar con mayor frialdad y lucidez, a diferencia de ella, que al haber quedado a la cabeza de todo, tenía un sentimiento maternal hacia sus hermanas.

Kikyō continuó:

»—Sango —dijo mirando a la aludida—. Hace un momento dijiste que Kagome daría un golpe cuando se sienta segura, eso me da a pensar que aún tenemos tiempo para actuar.

—Sí. Bueno… debemos considerar ciertos puntos —respondió la kunoichi—. Las cosas han cambiado. Naraku ya no está y él, era un enemigo al cual conocíamos muy bien. Pero de su hijo menor, Bankotsu; no sabemos mucho. Por otro lado, usted tiene razón, Kikyō, no hay que subestimar las habilidades de Kagome, puedo asegurar que no es para nada una mujer débil; está bien preparada para distintas situaciones, así que, si su intención es cruzar la línea enemiga, ella no actuará con impericia.

—¿Puedes ir al grano? —exigió el Comandante con poca paciencia.

—Quiero decir —arrugó el entrecejo la kunoichi y fijó su mirada en él— que no es prudente en este momento atacar al clan Takeda con un ejército. —Le respondió tajante.

—… Me fastidian los modos prudentes —espetó el Comandante cruzándose de brazos—. Yo digo que no tenemos otra opción más que atacar.

—Sí, la tenemos —debatió la kunoichi con determinación.

—Comandante, por favor… —espetó Midoriko llamando la atención del aludido con autoridad y con su mirada de reproche le exigió silencio, Kōga se dio por aludido y dejó de protestar. Enseguida, Midoriko volvió su vista a la mujer ninja y le preguntó—: ¿Cuál es esa opción de la que hablas, Sango?

—Bien. Primero que todo, tenemos una ventaja; usted ha enviado con Kohaku una carta de paz al daimyō Bankotsu, y si mi hermano no tuvo inconvenientes en el camino, el mensaje debería llegar en estos días. Con esta carta, Bankotsu no tendría motivos para atacarnos, a menos que descubriese la identidad de Kagome, cosa que dudo sea fácil de lograr, pues sé que ella se las arreglará para evitar eso.

—Si tu idea no es atacar de frente, entonces, ¿qué propones? —cuestionó impaciente el Comandante. Le urgía conocer pronto el engorroso plan de la ninja.

Propongo… una misión encubierta.


Castillo Mutsu.

Cinco bolitas de papel arrugado se hallaban acumuladas a un lado de la mesa, mientras que otras dos habían caído al suelo. Llevaba al menos siete intentos de responder el último informe, pero no conseguía redactar el documento de un modo que le satisficiera. Volvió a tomar un papel en blanco y untó el pincel en la tinta. Iba a poner la primera palabra, pero se quedó pensando si estaba bien el kanji que iba a utilizar… tardó tanto en comenzar, que una gota de tinta manchó el papel y lo arruinó al instante.

—Tsk —chasqueó la lengua.

Frustrado, arrugó el papel y lo dejó caer intencionalmente en el suelo, luego devolvió el pincel al tintero. Realmente, tener que revisar cada uno de esos documentos y además responderlos, era uno de los trabajos de daimyō que estaba odiando hacer. Lo suyo era el área de combate y no estar encerrado respondiendo papelitos. Así que, cuando Kagura apareciera delegaría en ella, ese aburrido trabajo.

Apoyó los codos en la mesa y se masajeó las sienes intentando relajarse; su nuevo cargo de terrateniente era demandante y abrumador. No obstante, la distracción llegó instantánea a su mente cuando recordó la escena que hace solo un par de horas presenció...

Cuando despertó, ella ocupó sus primeros pensamientos; no fue para nada agradable, pues no pudo evitar pensar en ese maldito momento en que ella estaba arrodillada, siendo azotada con brutalidad; ese momento cúlmine en que a ella le tiritaba el mentón producto de la ira y el dolor... recordar esas grandes orbes castañas mirándolo con odio y, unas inconfundibles ganas de asesinarlo mientras era castigada; se volvió una maldición que ahora invadía constantemente su cabeza, esa mirada hizo mella en un recóndito lugar de su pecho y eso le molestaba sobremanera, pues él, no era un hombre que se arrepentía de sus acciones y, respecto a esto, debía mantenerse firme en su posición. ¡No tenía que ser esta, la maldita excepción! No… no podía permitirse semejante debilidad.

Y pensando en eso, sintió curiosidad de saber si su nueva soldado también había despertado. Luego de pensarlo un poco, decidió ir y averiguarlo personalmente. Estaba acostumbrado a ir y venir por donde quisiera —sin anunciarse—; y cuando llegó a la habitación de cuidados, tampoco reparó en hacerlo. El shōji estaba abierto, así que solo entró. Vio que el futón seguía sobre la tarima, pero Kagome no estaba en él. Enseguida oyó murmullos que provenían a su derecha, desde el otro lado del fusuma que dividía la habitación en dos. Oyó el chapoteo del agua y el sonido de esta escurriendo. El fusama se hallaba semi-abierto, así que con normalidad, se acercó para abrirlo un poco más y entrar, pero al ver lo que sucedía, simplemente se quedó ahí, con los dedos puestos en la redonda y hundida manija. Contempló absorto cómo las mujeres con suma delicadeza, pasaban un trozo de tela empapado; por el cuello de Kagome, los hilos de agua caían como caudales por su garganta hasta fusionarse con el resto del agua en cuya superficie flotaba una gran cantidad de hojas medicinales y el nivel de esta, cubría hasta el nacimiento de sus senos, dejando todo a la imaginación. Las mujeres sumergían en otro balde el paño y lo volvían a pasar por el cuerpo de su ex-prisionera. Lavaban sus hombros, bajaban por sus brazos y limpiaban sus manos, removiendo a su paso la sangre seca de cada raspón que ella tenía en su alba y ahora reluciente piel.

Bankotsu pasó saliva con rigidez, no pronunció una sola palabra y solo se dedicó a seguir observando. Ella parecía estar aún inconsciente; eso le causó extrañeza y ¿preocupación…? No… él no se preocupaba por nadie, con suerte por sus hermanos y, solo un poco. Pero ver a aquella peculiar mujer, en ese estado tan vulnerable, con su cuerpo recogido en el ofuro y sus rodillas asomadas entre las hojas cual niña indefensa…

«No, no lo es», se dijo removiendo ese absurdo pensamiento.

Sin embargo, una asfixiante culpabilidad se apoderó de él; un sentimiento con el que no se familiarizaba, pues no recordaba la última vez que se había sentido así. Ni siquiera sintió esa culpabilidad cuando a los trece años, por órdenes de su padre, mató por primera vez a un hombre.

No supo qué expresión tenía en ese momento mientras observaba la íntima escena frente a él, «seguramente una cara de idiota», pensó y, aún sabiendo que aquello no era correcto, lejos de retractarse, se quedó un momento más. Hasta que su mente le cuestionó, qué estúpida razón lo mantenía callado y parado ahí como un imbécil, cuando hace minutos debió anunciar a las mujeres su presencia.

Espabiló.

Tampoco quería parecer como un baboso, así que, decidido, deslizó el fusuma, pero avanzó con tal sigilo que las mujeres ni siquiera se percataron de que su imponente figura ingresaba al lugar.

Aclaró sonoramente su garganta...

Tsubaki fue la primera en ver el blanco hakama, y elevó la vista hasta encontrarse con el azul índigo de esos afilados ojos.

Mi señor. —pronunció sorprendida— me disculpo, no me di cuenta de su presencia.

Se-señor Bankotsu —pronunció impresionada la mujer de melena castaña al ver a su terrateniente parado frente ellas y el ofuro. Agachó la cabeza en un gesto de reverencia, pues sostenía la cabeza de Kagome y no podía ponerse de pie.

Tsubaki acomodó con delicadeza el brazo derecho de la azabache en el interior del ofuro. Se puso de pie y se dirigió al daimyō:

Le estamos dando un baño con hierbas medicinales… ayudará a que las heridas depuren y sanen más rápido.

Dejaste todo abierto. Pudo haber entrado cualquier otro soldado aquí —expresó con seriedad dedicándole a la sacerdotisa una mirada reprobatoria. De pronto, esa posibilidad de que «otro» hubiese visto a su nueva guerrera en dicha condición; le inquietó. También reconocía —internamente— su propia imprudencia, pero de ninguna manera se iba a disculpar por no haber anunciado su llegada con anterioridad, así que simplemente, se mantuvo imperturbable e indiferente ante la desnudez de la mujer.

Lo siento mucho, mi señor. Tendré más cuidado.

¿Por qué sigue inconsciente? —preguntó arrugando el entrecejo.

Está sedada por la medicina que le administré —respondió la sacerdotisa y agregó—: Así pudimos limpiar bien sus heridas y provocar el menor dolor posible; tal como usted lo pidió ayer.

Asegúrate de que no le queden cicatrices —demandó el joven daimyō.

Eso… será imposible, mi señor.

Oír eso lo hizo tensar la mandíbula. El hecho de que ella portara marcas en su piel provocadas por sus soldados —hombres que él mismo ordenó que la lastimaran—; le removía la tranquilidad y, la sensación en su pecho era inquietante; un verdadero fastidio.

Te trajeron todo lo que pediste para curarla, ¿por qué tienes problemas para hacer lo que te estoy diciendo? —cuestionó molesto.

Dos de sus heridas son profundas, tenían piedrecillas y tierra en el interior que tuvimos que extraer —explicó la sacerdotisa con seriedad y a la vez con respeto—. Esas cicatrices quedarán.

Bankotsu se llevó las manos a las caderas y agachó la cabeza en modo reflexivo, mientras con impaciencia repiqueteaba los dedos en su propia anatomía. Comprendió que pese a las habilidades de Tsubaki, ella no podía hacer milagros y, frente a semejantes heridas —que él mismo se quedó viendo con la conciencia removida cuando dejó a Kagome en el futón—; no había remedio que evitara las marcas.

Enderezó la cabeza y miró nuevamente a la sacerdotisa.

¿Cuánto tardará en recuperarse? La necesito pronto en servicio.

Si su organismo asimila bien los tratamientos, en cinco días ella podrá salir de la habitación de cuidados. Pero en diez o quince días, estará en condiciones de funcionar normalmente como soldado.

Bien. Encárgate de que no quede sola, al menos hasta que despierte —ordenó el moreno de larga trenza—. Que tus mujeres la cuiden en todo momento —agregó tratando de imaginar la reacción que ella podría tener cuando recobrase el conocimiento, después de todo, estaba bajo el techo de quién la quiso asesinar.

Sí, señor, aunque dudo que ella pueda hacer algo en estas condiciones. Está bastante débil —comentó Tsubaki.

Bankotsu devolvió la mirada hacia la adormecida mujer en el ofuro y recordó esa increíble destreza de ella, su determinación y valentía. Realmente la admiró y, admirar a alguien más que no fuera a él mismo, era bastante difícil, por no decir, imposible.

No la subestimes. Es una mujer fuerte e impredecible. —Hizo una pausa para luego añadir—: Manténme informado de cualquier novedad.

Volvió a tomar un papel. Debía terminar con los papiros, así que intentó dejar de pensar en lo de hace unas horas para concentrarse en su deber, y entonces, la afeminada voz del Comandante ayudó a que dichos pensamientos se quedaran en el tintero:

—¿Hermano? —Solo con oír a Jakotsu recordó que tenía que haber estado en las trincheras hace bastante rato para las pruebas de artillería y maldijo internamente por su distracción, la cual tenía nombre y, nació en Ezochi. Alzó la cabeza para mirar al Comandante y este, continuó—: Te estamos esperando para la prueba de artillería, ¿vienes?

En ese instante el llamado de una mujer desde la entrada del salón administrativo, interrumpió la conversación.

—¡Demonios! —exclamó Jakotsu molesto. Caminó hacia la entrada y deslizó el shōji. La mujer rubia que sirvió el sake en la celebración de sucesión estaba ahí.

—Buen día Comandante… —saludó, Ime.

—¿Qué quieres? Acabas de interrumpirnos.

—Mi señor Bankotsu, ¿está?

Jakotsu se giró hacia su hermano y dijo:

—Es la descosida.

Bankotsu sonrió de medio lado recordando el momento en que Jakotsu le dio ese apodo.

—¿Qué sucede? —dijo intentando volver a su postura seria.

La mujer se asomó sin cruzar la línea del shōji y Jakotsu se hizo a un lado para despejar la visual.

—Mi señor —habló la rubia haciendo una reverencia al daimyō—. Siento molestarlo, pero la señora Tsubaki me pidió informarle que la mujer a la que está atendiendo, despertó.

Se hizo un silencio, en lo que la imagen de su nueva guerrera ocupó sus pensamientos otra vez. Inexplicablemente una corriente eléctrica recorrió su espina dorsal y no supo a qué atribuirlo, pero le incomodó. Tal vez, por la escena de la mañana o simplemente, porque sabía que debía hablar con ella.

—Bien… —respondió con indiferencia—. Informa a Tsubaki que ya me avisaste.

—¿No vendrá, mi señor? —inquirió la rubia.

—Ay… qué penosa, linda —soltó Jakotsu sin disimulo y se giró con el ceño fruncido hacia ella—. Tenemos asuntos más importantes que atender ahora, así que, triste para ti, pero tendrás que regresar sola, adiós —dijo y cerró el shōji frente a la cara de la mujer. Resopló, se dio media vuelta hacia el escritorio y se encontró con el gesto descolocado de Bankotsu. El comandante alzó sus hombros y en un gesto despreocupado cuestionó—: ¿Qué?

Bankotsu negó con la cabeza y rio divertido por la actitud de su hermano. Realmente, Jakotsu lo sacaba del aburrimiento, aunque a veces, también quería cortarle la cabeza.

»—No me digas que te gusta esa clase de ofrecidas… sepa kami a cuantos le entra—insinuó el Comandante alzando una ceja.

Bankotsu alzó sus hombros despreocupado.

»—Enserio, ¿no tienes criterio?

Luego de pensarlo un poco, Bankotsu respondió:

—No me dedico a analizarlas cuando estoy follando, solo...

—¡Agh! ¡Detente ahí! —expresó con una mueca de asco—. ¡No me cuentes tus porquerías, Bankotsu!

—Tú preguntaste… —respondió riendo.

—¡Agh! Mejor volvamos a lo importante —propuso con desagrado—. Necesitaremos una estrategia para el uso de esa cosa tan lenta en la que invertimos una gran cantidad de koku.

—¿El Ozutsu…?

—Sí, eso mismo, así que, te espero.

Bankotsu volvió su mirada al papel en blanco, sacó el pincel del tintero y comenzó a escribir lo pendiente. Una vez terminó, se puso de pie y dijo:

—Tengo más asuntos que atender después, así que démonos prisa.

—¿Irás a ver a la castrosa moribunda? —inquirió el Comandante quieto en su lugar.

Bankotsu comenzó a caminar hacia la puerta y en el trayecto le respondió:

—Kagome es una guerrera más del clan, así que comienza a aceptarla.

—Pues tampoco es que tenga más opción ¿no?

—Exacto. —Se detuvo para girarse hacia él y le dedicó una mirada que dejaba en claro su poca paciencia— No vuelvas a llamarla así.

—¿Cómo? ¿Castrosa?

—Sí —repuso el moreno.

—¿Desde cuándo te complican los sobrenombres? —inquirió extrañado.

Bankotsu afiló más su mirada.

»—¡Ash! Está bien, como quieras… —respondió receloso el Comandante y se cruzó de brazos.

Una vez aclarado ese punto, Bankotsu retomó el andar, salió del salón y Jakotsu siguió sus pasos, pero este, no pudo evitar comentar respecto a la mujer en cuestión:

»—Te tomaste en serio lo de su cuidado —inquirió mientras caminaba.

Bankotsu se detuvo, volvió a girarse hacia él, con su cara de fastidio, pues la conversación comenzaba a irritarle.

—Dije que me haría cargo de ella y es lo que estoy haciendo, ¿tienes alguna estupidez más que agregar o ya podemos dejar de perder el tiempo? —espetó molesto.

—… No.

—Bien. —Se dio media vuelta y retomó el andar— Vamos a ver la artillería.

—¡Uy! Eres como la pólvora… estallas con una simple chispa.

Pero Bankotsu lo ignoró. Tampoco quería pensar en que más tarde, tenía que hablar con su nueva soldado, así que apuró el paso hacia las trincheras; esperaba que revisar la artillería lo distrajera y despejara sus pensamientos, pero lo cierto es que, aunque quisiera apaciguar la sensación, esa conversación pendiente… lo tenía bastante ansioso.

Continuará...


N/A: Hola bellezas, ¡ay, ya mátenmeee! Lo sé… tardé un siglo en actualizar, ya casi 3 meses, lo siento mucho mis queridos, pero por muchas razones tardé con esta entrega, la principal fue el Fictober (hice varios fics a parte), entre otros asuntos. Pero aquí estoy, no he abandonado nada, ni pretendo hacerlo. Además ¿se dieron cuenta? La chica rubia que apareció en el capítulo II, vuelve a aparecer y con su nombre, Ime. Ella es mi OC, tendrá gran participación en esta historia es la «rubia» según yo; la «descosida» según Jakotsu XD

Dato cultural

De 09:00 a 11:00 h. Es la hora de la Serpiente. A estas horas las serpientes duermen, por lo cual no atacan a los seres humanos.

Un ofuro, tradicionalmente, era una especie de tina de madera o hierro fundido que se calentaba con una estufa de leña integrada en la parte baja de su estructura.

En la arquitectura japonesa, los fusuma son paneles rectangulares, verticales, que pueden deslizarse de lado a lado para redefinir espacios dentro de una habitación o actuar como puertas tal como los shōji, la diferencia es, que estos últimos, se utilizan en habitaciones donde se requiere más iluminación, mientras que los fusuma son para espacios menos iluminados.

El Ozutsu era un arcabuz de gran calibre, algunos los llamaban cañones de mano, pues la fuerza del retroceso era capaz de tirar a un ashigaru (soldado de clase baja) novato y tardaban mucho tiempo en recargar.

Un koku era la cantidad de arroz necesaria para mantener a una persona durante un año.

-Fin del dato cultural-


Mil gracias a quienes siguen esta historia, gracias por sus reviews y por la espera. Creo haber respondido a todos, GabyJA —gracias por el apoyo, amiga—, CaMi-Insoul, Paulayjoaqui gracias chicas y también mis totales agradecimientos a la página Mundo Fanfics InuYasha y Ranma por siempre estar pendientes de cada actualización. Espero no se me haya pasado nadie.

Respondo a los guest:

Lita mar: Hola bella, pienso lo mismo; no creo poder hacer artes marciales a esta altura, estoy full oxidada jajajja. Mil gracias por seguir la historia y me alegra que te gusten los datos culturales, a veces pienso que los aburro con eso. T.T

RodríguezFuentes: Ahh! Amé tu review. Me emociona que te hayas conectado con el capítulo de ese modo, lamento hacerte esperar con la actualización, espero compensarlo en los próximos capis. Genial que te gusten los datos, saludos y mil gracias por el apoyo.

Manu: Hola, he visto HNY y prefiero omitir mis comentarios, porque nada me gusta, salvo Moroha. Creo que en el animé y manga se mostró a Sesshomaru como el protector de Rin; alguien que lo hizo cambiar su visión frente a los humanos, nada más. En cuanto a lo otro que mencionas, creo que Kagome no es infantil, al menos no en el manga. Así que dudo que «mataría» a InuYasha por algo así y también, dudo que InuYasha hiciera algo semejante. Referente al InuSan; soy celosa con InuYasha. No puedo leerlo con nadie más. No, si son pareja protagonista en el fic. Saludos y gracias por leer.

Yuricita, gracias por tu ayuda, al menos te reíste con mis locuras jajaja.

Espero que todos pasen una feliz Navidad y un próspero año nuevo.

:3

Abrazos.

~Phanyzu~